El sexo no entiende de clases sociales
El sexo ha sido uno de los medios para ascender en las clases sociales desde siempre.
Se suele decir que los estudios y la formación es lo que te permite el paso a una clase social superior, pero la verdad es que el sexo muchas veces se ha utilizado para ese fin, sin importar al nivel de depravación y vicio al que se tenga que llegar, porque el sexo ha sido el punto de unión entre las diferentes clases sociales, a lo largo de la Historia, teniendo las distintas partes sus intereses para que eso fuera así.
Buenos Aires es una de esas grandes ciudades sudamericanas donde se dan los mayores contrastes entre ricos y pobres, entre todos esos que viven cómodamente en sus Villas o Mansiones en los barrios más lujosos de la ciudad y esa gran mayoría de gente que intenta sobrevivir en esos barrios más humildes o directamente miserables de esa gran capital; habitualmente, cada uno dentro de su mundo, sin mucho contacto entre ellos, aunque a veces, como siempre ha sucedido en todas las épocas y todos los lugares, el sexo suele ser un buen punto de unión entre ellas, ya que como dice el título del relato “El sexo no entiende de clases sociales”.
Juan pertenece a una de esas familias de la alta sociedad argentina, que residen en una de las Villas más lujosas de Palermo, uno de los barrios clásicos de las élites sociales argentinas.
Dueño de varias empresas heredadas de su padre, había aumentado su fortuna con diversos negocios inmobiliarios, gracias a sus contactos con el Poder y para él apenas importaba esa otra cara de la ciudad de Buenos Aires, a la que miraba con indiferencia a través de la ventanilla de su lujoso vehículo conducido por Claudio, su chófer y hombre de confianza.
Para ir a su despacho, tenían que atravesar alguno de esos barrios pobres, con sus calles sucias y casas desconchadas, aunque llenas de vida y gente deambulando por ellas, con sus tabernas siempre con clientes desde primera hora de la mañana y las típicas muchachas vendedoras de flores que se agolpan en los semáforos para aprovechar la parada de los coches para ofrecer su mercancía, que muchas veces no era solo esas flores que tenían en la mano, como bien sabía Claudio, residente en uno de esos barrios humildes, que siempre observaba a su Jefe para ver si se fijaba en alguna de esas muchachas, pero Juan no solía prestar atención a esas calles ni a esas chicas, muchas de ellas, apenas unas crías, pero aprovechando una de esas paradas en un semáforo, ante la vista de un grupo de muchachas, le preguntó a Juan:
—¿No se le antoja alguna?
Juan, dejando por unos momentos esa indiferencia con el que solía mirar ese mundo tan diferente al suyo, se fijó por esta vez en una de esas chiquillas, tan bella que resultaría inimaginable pensar que pronto se marchitaría si no fuera por esas condiciones de vida tan precarias.
Entre Juan y Claudio no había secretos. Llevaban muchos años juntos y Claudio sabía la vida llena de vicios y perversiones que llevaba en su Mansión, ajenos a todo, junto a su mujer Lidia y sus dos hijas Andrea y Silvia, con las que practicaba el incesto de forma habitual, en complicidad con su mujer, al igual que otros miembros de su círculo de amistades, con cuyas familias se reunían en fiestas donde los límites no existían y cualquier cosa estaba permitida, desde esa inmunidad que otorga el Poder.
El propio Claudio tenía a su hija mayor Susan trabajando entre la servidumbre de la familia de Juan, donde entró apenas dejada la escuela, lo que era un orgullo para él, ya que participaba como una más de la familia en esos juegos sexuales que tenían en la intimidad.
Susan, habiéndose criado en las calles de uno de esos barrios populares, había perdido la virginidad a una edad temprana, como tantas otras, por lo que su experiencia sexual era grande ya cuando entró a trabajar al servicio de Juan y su familia y siempre estaba dispuesta para satisfacer al señor y relajarlo en una de sus habituales folladas, a las que su propia esposa le animaba cuando le veía muy estresado por el trabajo.
Pero esta vez, ante la inesperada propuesta de su chófer, al parar en ese semáforo, bastaron unos segundos para que Juan bajara la ventanilla y llamara a esa chiquilla, que le dijo muy sonriente y con esa picardía que solo da la calle:
—¿Señor, nos compraría estas flores para su mujer?
—¿Cuánto valen, preciosa?
.—Lo que usted desee, señor. Todo lo que tenemos está a la venta.
Juan le compró todas las flores, y le entregó un billete de los grandes, que ella recogió con una amplia sonrisa, para darle las gracias, tras lo cual Juan comentó con sorna a su chófer:
—¿Has oído lo que me ha dicho? Que todo lo que tienen está a la venta, jaja, menudas putitas están hechas estas mocosas…….
—Ya se lo puede imaginar. Empiezan a vender su cuerpo desde muy pronto, muchas veces animadas por sus propios padres, para que lleven más dinero a casa. Por eso, antes, le preguntaba que si se le antojaba alguna……
—Sí, es verdad, perdóname Claudio, es que estaba pensando en mis cosas…… Puede que algún día quiera darme el gusto…….
—Sólo tiene que decírmelo, Señor. Yo me críe en estos barrios y se lo que sucede en la mayoría de las familias. También conozco bien este mundo de cuando conducía el taxi y pude ver de todo, hasta cosas que no se imaginaría, a pesar de que ya sé que pocas cosas pueden sorprenderle ya.
—Jaja, eres un cabrón, Claudio, nunca me contaste nada de eso…….
—Perdón, señor, ya sabe de mi discreción.
Cuando Juan volvió a casa, después del trabajo, necesitaba relajarse, porque su cabeza había estado ocupada todo el día con esa conversación que había tenido con su chofer tras la anécdota con las vendedoras de flores.
Él vivía en su mundo, donde no le faltaba de nada. Había tenido a sus hijas a su disposición, con la complicidad de su mujer y con las que había podido satisfacer todos los tipos de morbos que eran habituales en esas familias adineradas, que también solían compartir entre ellas, por lo que nunca había pensado en buscar algo más fuera de casa, pensando quizás, en lo peligrosas que eran las calles de esa ciudad para ir buscando aventuras que podían ser arriesgadas, pero ese día, algún resorte había saltado en su cabeza, que le hacían tener sus pensamientos en otro lugar, de lo que se dio cuenta su mujer Lidia al verle llegar, que le dijo:
—Las nenas están ya acostadas, te están esperando para que las des las buenas noches y a ver si te relajas un poco, que te veo un poco estresado.
Él fue a la habitación de sus hijas, que le recibieron con mucha alegría; Andrea con un camisón blanco muy corto y liviano y Silvia solamente con las braguitas. Sus hijas tenían una gran hermosura heredada de su madre, con esos rasgos exóticos propiciados por la mezcla de razas, que las hacían tan sensuales e irresistibles para cualquier hombre, como le sucedía a Juan, al que su hija mayor enseguida le pidió la pija, como le llamaban ellas, para poder mamársela, algo que le encantaba y se deleitaba con ello siempre que podía, desde que su madre la enseñara a hacerlo.
Mientras tanto, Silvia le ofrecía su boca para que la besara, enlazando su lengua con la de su hija, tan sabrosa que le hacía olvidarse de todo, pero ese día estaba especialmente excitado y le dijo a Andrea que dejara que su hermana se montara sobre su polla, porque su estrecho coñito era lo que más necesitaba en esos momentos.
Silvia se puso sobre su padre, que lamía sus pequeños pechos mientras subía y bajaba sobre su miembro hasta que la hizo correrse, pero esta vez, él no pudo contener su eyaculación antes de poder follar a su hermana detrás, que se quedó un poco decepcionada, pero la polla de Juan seguía lo suficientemente dura como para poder penetrar a su otra hija, que rápidamente tomo el puesto de su hermana y al ritmo de los movimientos de su culo, consiguió que su padre pudiera correrse de nuevo, después de llegar ella también al orgasmo.
Juan se despidió de sus hijas, que le habían estado esperando para recibir su razión de sexo antes de dormirse, y tras darles las buenas noches, volvió a su habitación matrimonial, donde él pensaba que su mujer Lidia le esperaba para continuar la follada de cada noche que le dejaba esa piel tan tersa, por lo que él se disculpó con ella:
—Tus hijas me han dejado seco hoy y he tenido un día de mucho trabajo.
—No te preocupes, cariño. Hoy ha venido mi Fisioterapeuta Antonio a darme los masajes. Ha estado follándome durante una hora seguida, y me ha dejado muerta también. Es tremendo este chico, bueno, ya sabes el pollón que tiene, es una maravilla como me hace sentirlo todo dentro.
Al día siguiente, Claudio fue a buscar a Juan, como siempre, para llevarle al trabajo, y al ver a su hija Susan, le dió un beso en la boca:
—¿Cómo estás, hija ¿Te tratan bien los señores?
—Sí, papá, de maravilla. Soy muy feliz en esta casa.
—Me alegro mucho. Te veo cada vez más guapa. Se nota que aquí llevas una buena vida y no te falta de comer.
flores?
Ya en el coche, Juan le dijo a Claudio:
—¿Podemos pasar por el mismo lugar de ayer, a ver si vemos a las vendedoras de
—Claro, señor, siempre están allí.
Al llegar, Claudio se paró y enseguida se acercaron las crías del día anterior:
—Hola, señor, ¿qué se le ofrece hoy? ¿Quiere que mi hermana y yo subamos un rato y
le chupemos la pija?
—A Juan le hizo gracia su descaro, y abrió la puerta para dejarlas entrar en el asiento de atrás.
—Ayer fue muy generoso con nosotras y se lo queremos agradecer.
Juan se bajó un poco el pantalón para dejar libre su polla, que hacía ya un rato que había alcanzado su máxima dureza y la mayor de las hermanas se la metió en la boca, con esa decisión que da el hacer eso de forma habitual, mientras la otra hermana le decía:
—Tóqueme la conchita, señor. Mire como la tengo…..
Subiéndose el vestido, la dejó a la vista de Juan, ya que no llevaba ni bragas, por lo que pasó sus dedos por ella, sorprendido por lo rápido que se humedecía y por como sus dedos entraban con gran facilidad dentro de esa rajita acostumbrada y a recibir buenas vergas.
Claudio miraba por el espejo retrovisor toda la secuencia, pendiente de que todo fuera bien y no hubiera problemas, y al darse cuenta de ello Juan, le comentó:
—Esto es tremendo, Claudio. Menudas putas están hechas. ¿Cuántas veces se las habrán follado ya?
—Imagínese. Con el tiempo que llevan vendiendo flores en este semáforo, al cabo del día se acabarán subiendo a varios coches.
Excitado por esa situación tan nueva para Juan, acabó corriéndose en la boca de la que le estaba haciendo la mamada, que al sentir la salida del semen, dejó su lugar a su hermana, para que ella también pudiera chupar los restantes chorros que iban saliendo sin parar, hasta dejarle la polla totalmente limpia.
Juan volvió a pagar generosamente a las dos hermanas, que al despedirse le dijeron:
—Mañana vuelva otra vez, señor, y podrá follarnos, le esperamos…….
Juan seguía atónito con la actitud de esas crías, y le preguntó a Claudio, si podría hacerlo en ese mismo lugar, por el que pasaba tanta gente, que le contestó:
—Cuando es para follar, suelen llevarlas a otro lugar más apartado, pero no se lo recomiendo, señor. Estas están todo el día en la calle y las follan muchos todos los días, por lo que no están cuidadas. No sabemos si tendrán alguna enfermedad, pero yo sé de un lugar donde tienen más garantías y están más supervisadas. Además, son de las que le gustan a usted.
—¡Mmmm!, Claudio, me estás poniendo los dientes largos y voy a tener que aceptar tu propuesta. Se nota que conoces bien este mundo, pero lo que no acabo de entender es que con lo que te pago, por qué todavía sigues viviendo en esta zona y no te has mudado a otro barrio de tu nivel.
—Si un día quisiera venir a mi casa, quizás lo entendería mejor……
—Pues mira, ya me entró la curiosidad, mañana iremos a ese lugar que tú sabes… y
otro día me llevas a tu casa, así podré conocer a tu mujer y a tus hijos.
Las confidencias con Claudio, le habían abierto los ojos a esa nueva realidad que estaba descubriendo y cuando después del trabajo, volvió a su casa y se encontró a su mujer Lidia, en unos de sus habituales juegos sexuales con Susan y junto a una de las criadas, que le estaba dando el pecho a su hijo, añadiéndole todo el morbo posible a esa situación tan natural, pero ella, proveniente de una familia árabe de las más ricas de su país, había sido educada también en todo tipo de situaciones morbosas, lo que había configurado ese carácter tan especial que tenía, por lo que tan bien se desenvolvía en esos círculos de perversión.
A pesar de que entre Juan y Lidia no había secretos, esta vez Juan prefirió no contarle lo que había hecho ese día, reservándose sus planes, en parte, porque no quería exponer a su mujer a unas situaciones tan desconocidas para él y que podrían ser peligrosas para ella, aunque luego pensara compartir todo con ella, una vez pasado todo.
Sin poder esperar más, al siguiente día, le pidió a Claudio que le llevara a ese lugar que le había prometido, y callejeando por el interior de uno de esos barrios, llegaron hasta una plaza cuadrada, con un pequeño jardín en el centro, llamada Plaza San Martín.
A pesar de no ser un lugar de paso, había varios coches que circulaban por la plaza, deteniéndose algunos para hablar con algunas de las chicas que mostrando claramente sus encantos, parecían esperar clientes, pero Claudio no llevaba a su Jefe allí para estar con ninguna de ellas,y le dijo que esperara un momento.
Claudio se bajó del vehículo, y se dirigió a una señora mayor que estaba sentada en uno de los bancos, que parecía estar ajena a todo lo que pasaba allí, pero era ella quien iba a llevar a Juan a ese lugar tan especial, y después de que Claudio hablara con ella unos momentos, volvió a buscar a su Jefe para que les acompañara, mostrándose un pococ sorprendido con todo lo que estaba pasando:
—Baje señor, ella nos llevará con otras más jovencitas, como le gustan a usted, pero ellas no pueden exhibirse en la plaza.
Juan seguía un poco nervioso, ya que era un lugar desconocido para él y en el que no estaba acostumbrado a desenvolverse, así que confiando en su chófer, les siguió por un callejón, hasta entrar por una de las puertas, a una humilde casa, en donde alrededor de una mesa estaban sentadas cuatro chicas que parecían bastante más jóvenes que las que había visto en la plaza:
—Aquí están, señor, puede elegir la que quiera.
A Juan le latía el corazón como pocas veces en su vida. Nunca se había visto en una situación así, a pesar de la vida que había llevado siempre, pero esto era algo distinto. Tenía la sensación de estar haciendo algo prohibido que hacía subir su adrenalina de una forma que se quedaría enganchado a ella ya para siempre.
Se quedó mirándolas como si fueran un regalo a punto de desenvolver. Ellas no estaban vestidas como las demás que había visto en esas calles. Su pelo estaba bien cuidado y peinado, sus ojos ligeramente pintados y sus vestidos sugerentes y sexys como los que utilizan las putas de cualquier Club, les daban un aire de más madurez que la que tenían en realidad por su edad.
La señora les mandó ponerse en pie para que Juan pudiera verlas bien. Las cuatro eran muy bellas y no sabía por cual decidirse, así que la preguntó a la mujer:
—¿Todas tienen experiencia ya?
—La mayoría empiezan en sus casas, pero Katy, la más morenita, es la que menos tiempo lleva conmigo, es un poco tímida, pero muy dulce.
—¿Sus familias saben que trabajan para usted?
—Sí, por supuesto. Todo el mundo me conoce aquí y sus propios familiares son los que me las traen.
Juan ya se había fijado en Katy, por parecerle un poco diferente al tipo de chicas que había visto por esa zona, así que se decidió por ella, y con una sonrisa de complicidad, la señora le indicó la habitación donde debía ir.
Alguien con tanto poder en su vida cotidiana como Juan, allí se sentía como fuera de lugar, temeroso de que cualquier cosa imprevisible pudiera pasar en un sitio como ese. Nunca se había movido en estos ambientes tan ajenos a él y su habitual seguridad parecía diluirse en esa mezcla de nerviosismo y excitación.
Katy se sentó en la cama, sin atreverse a levantar la mirada y tuvo que ser Juan el que le diera confianza para poder disfrutar de su compañía, así que se sentó a su lado, para cogerle una mano y apartándole el pelo de la cara, la dio un beso, muy cerca de sus labios, mostrando una ternura que sólo había mostrado con sus hijas.
Esa actitud seguramente tranquilizó a Katy, que se dió cuenta de que ese señor la iba a tratar bien, alejando esos temores causados por alguna mala experiencia pasada.
Juan era un hombre educado y respetuoso que nunca la iba a forzar a hacer nada que ella no quisiera, así que la puso de pie frente a él, para ir quitándole el vestido que llevaba, dejando su precioso cuerpo al descubierto, con unas medias a medio muslo y un tanga de color negro minúsculo que contrastaba con su piel blanca. Juan empezó a palpar sus nalgas apretándolas con sus manos provocando un ligero estremecimiento en Katy, que empezó a mostrar su primer signo de placer, al sentir como ese hombre pasaba la lengua por sus pezones, atrayéndola hacia él y haciéndola sentir la dureza de su polla, que quería abrirse paso entre sus muslos.
Juan estaba disfrutando de la sensualidad de aquella nena y ella también se dejaba llevar por el placer que iba sintiendo, actuando cada vez con más confianza y perdiendo su timidez hasta el punto de que ella misma cogió entre sus manos la empalmada polla de Juan y se agachó para llevarsela a su boca, pasando la lengua por el glande antes de hacerlo desaparecer entre sus labios, haciéndole sentir toda la caliente humedad de su boca.
Esa forma de chuparle la polla le hizo sentir como pocas veces en su vida. Una cría de barrio se estaba comportando como la más exclusiva puta de las que había podido disfrutar, y por primera vez sentía que algo se había estado perdiendo durante todos esos años de su vida, cuando le quitó el tanga y vio una vagina tan hermosa que invitaba a pasar su lengua por ella, arriba y debajo de esa rajita rosada y humedecida, que se presentaba ante él como uno de los mejores manjares que podría degustar.
Los gemidos de Katy aumentaban al ritmo de sus lamidas, llegando a ser tan intensos que parecía orgasmar a cada paso de la lengua por su interior, así que cuando el vio que estaba a punto, la tumbó sobre la cama y tras ponerse entre sus piernas, se dispuso a contemplar como su polla iba entrando en aquella preciosidad, cada vez más profundamente, provocando sus pequeños gritos de placer con cada acometida.
Juan iba cambiándola de posición aprovechando su menudo cuerpo, follándola a su antojo, hasta que finalmente su corrida inundó aquella fuente de placer que era su coño, caliente y estrecho, capaz de ordeñar cualquier polla en pocos minutos.
Cuando terminaron, Juan salió de la habitación y pagó a la señora el precio estipulado, al que Juan añadió una generosa propina, ya que su satisfacción había sido plena, lo que le agradeció la dueña de la casa, que al despedirse le dijo que volviera cuando quisiera.
Ya en el coche, de vuelta a su casa con Claudio, éste le comentó:
—Hemos estado hablando sobre la posibilidad de llevarnos a su casa alguna de las chicas y ella me dijo que no habría problema, que podría conseguirle las que quisiera, así que cuando celebren alguna de sus fiestas privadas, podemos hablarlo con ella.
—Sí, me parece bien. Todas eran una ricura, pero Katy me ha parecido muy especial.
Me gustaría volver a verla.
Al día siguiente, al salir del trabajo, Juan pidió a Claudio que le llevara a su casa, tal como habían acordado, y al llegar, un grupo de chiquillos rodeo con curiosidad y algarabía el coche, pero el chófer los alejó de allí para que no molestaran al Señor.
La casa de Claudio, al menos, era una de las que parecía en mejores condiciones de ese barrio de las Flores, lo que le tranquilizó un poco.
Al entrar en la casa, a Juan le llamó la atención que la mujer de Claudio se levantara de la cama, donde estaba con un chaval, algo que a Claudio no le extrañó y presentó a su Jefe, a su mujer Amaranda y a su hijo Daniel.
Claudio ya le había dicho que ellos también incestaban con sus hijos, pero ver a su mujer con su hijo en la cama le sorprendió, de lo que al apercibirse ella, se disculpó con él:
—Siento que nos haya visto así, pero nos estábamos echando una siesta, porque hace mucho calor estos días. Bienvenido a esta humilde casa, señor. Estamos a su disposición y tengo que agradecerle el buen trato que le da a mi hija Susan.
—Ella se lo merece, es un encanto y se comporta muy bien. Mi esposa está encantada con ella también.
—Me alegro mucho de que sea una buena sirvienta……
—Ya es algo más que eso, Amaranda, es casi ya como de la familia.
—Es un honor que me diga eso. Tengo otra hija que espero que se coloque tan bien como ella.
—Claudio ya sabe, que cuando quieran, será bien recibida en nuestra casa.
Pero a Juan le llamó la atención también que en esa casa hubiera más niños aparte de los hijos del matrimonio, y les preguntó por ellos:
—Bueno, son niños del barrio, que sus padres me los dejan al cuidado mientras se van a trabajar al centro. Se pasan aquí casi todo el día y nosotros nos encargamos de bañarlos y darles de comer, porque en nuestra casa es de las pocas donde tenemos agua.
—Me parece muy bien. Hacéis una buena labor en este barrio —le contestó Juan, sorprendido por todo lo que estaba viendo allí.
—Disculpe, Señor, es la hora en la que los solemos bañar. Claudio me ayuda siempre.
—Sí, claro, no os preocupéis por mí. Hacerlo, que yo espero aquí.
La bañera, más grande lo habitual estaba situada en un extremo de la sala, rodeada por una cortina, que se había llenado de agua caliente, un lujo en ese barrio, que podían permitirse gracias al sueldo de Claudio.
Todos se fueron desnudando y Juan miraba absorto como se metían todos juntos en la bañera, empezando a jugar entre ellos muy contentos de disfrutar de un placer como ese, algo impensable en las chabolas donde vivían con sus padres.
Claudio se fijaba en la morbosa mirada de su jefe, cuando Amaranda enjabonaba a los chiquillos, que salpicaban el agua jugando, mojando completamente a su mujer, que decidió quitarse el vestido para meterse con ellos en la bañera.
Juan, miraba curioso la escena, alejada de todo el glamour y sofisticación de los baños en su casa, pero aquello le pareció lo más natural del mundo, dándose cuenta de que en el fondo, no había tanta diferencia entre ricos y pobres, a la hora de disfrutar de un baño caliente en compañía.
Amaranda llamó a su marido:
—Claudio, ayúdame un poco, que no puedo yo sola con ellos
Al momento, él se acercó a la bañera y apartando a una de las crías que estaba sobre el cuerpo de su mujer:
—Ven aquí, que me voy a encargar yo de ti……
Claudio levantó con sus manos a esa chiquilla, llamando la atención de su jefe:
—Mire que hermosura, con su pelo todo mojado y esta piel tan suave, con sus pechitos
en flor.
—Sí, es bellísima, es una pena que vivan en estas condiciones…..
—Como puede suponer, el futuro de todas estas crías es acabar de puta en cualquier
calle de la ciudad. A esta pronto la llevarán sus hermanas mayores con ellas para ofrecerse a los hombres y seguro que pronto se fijarán en ella.
—No lo dudo y me temo que aquí, enseguida aprenderán el oficio.
—Así, es Don Juan, eso es lo que le quería decir el otro día, cuando vimos a esas vendedoras de flores. Las que están sin follar todavía, en estas calles cualquiera se la puede llevar y hacérselo. Muchas veces ellas mismas lo piden porque están viendo el sexo desde que nacieron, para ellas es algo natural.
Mientras Juan hablaba con su chófer, observaba como Amaranda disfrutaba del baño junto a esos críos, y le dijo a su chófer:
—No me extraña que no queráis marcharos de aquí, Claudio. Tenéis vuestro propio paraíso en mitad de este infierno.
Tras la vuelta a su casa, Juan tenía muchas cosas que contar a su mujer, así que la fue poniendo al día de todas las experiencias que había tenido esos días, rpero ella le reprochó que no se las hubiera contado antes, pero Juan tenía sus razones; era la primera vez que salía de su zona de confort y quería proteger a su familia, así que finalmente le expuso sus planes a Lidia, que según iba escuchándolos, iba perdonando a su marido por haberla mantenido al margen:
—Así que estás programando una “subasta de sirvientas” para nuestra próxima fiesta. Uuhhnmm, nuestros invitados se van a quedar muy sorprendidos. Algo así solo lo recuerdo de las fiestas que hacía mi familia en mi país.
—Claudio y yo hemos tratado con una señora que nos las va a conseguir y Amaranda también nos va a traer a unas cuantas de su barrio que le han ofrecido sus padres, que estarían encantados de poder colocarlas en una buena familia. Cuando sea la fiesta, ella se encargará de traerlas y prepararlas adecuadamente.
—Qué maravilla, cariño. Creo que todos vamos a disfrutar mucho ese día.
Los siguientes días, Lidia, al igual que alguna otra de sus amigas, desocupadas y con la vida resuelta, dedicaban su tiempo a disfrutar de esos vicios y perversiones que sólo ellas podían permitirse con la complacencia de sus maridos, que cuando podían participaban también de esas orgías familiares en las que intervenía sumisamente toda la servidumbre de la que disponían según sus morbosos caprichos.
Llegó el día de la fiesta y varios miembros de esas élites sociales fueron llegando a la casa de Juan y Lidia, con sus mejores galas, dispuestos a disfrutar de ese paraíso que se habían construido en la Tierra, gracias a su dinero, a sus influencias y círculos de Poder.
Allí se juntaban grandes empresarios, altos miembros de la cúpula judicial y eclesiástica, políticos, herederos de grandes fortunas, y todos esos que desde su posición, eran los encargados de hacer y deshacer según sus intereses, algo que por otra parte, no es nada nuevo desde hace muchos años en estas sociedades en las que vivimos.
Todos ellos conversaban animadamente en el gran salón de la casa, mientras Amaranda terminaba de dar el último toque a las chicas que iban a exhibirse ante tan selectas personalidades y fueron bajando una tras otra por las grandes escaleras desde el piso superior, levantando los murmullos y exclamaciones de los asistentes:
—Qué monas son todas, Lidia. Te felicito —le dijo una de las elegantes señoras asistente a la fiesta.
—Son chicas de barrio, hemos seleccionado las mejores y sus padres están encantados de cedérnoslas.
—Nosotros necesitamos dos chicas más. Mis hijos están ya en la adolescencia y me han pedido a dos sirvientas para dormir con ellos —le dijo, con toda normalidad.
—Aquí las encontrarás, pero tu marido nos dijo que tus hijos estaban bastante enviciados contigo también.
—Sí, jaja. Les he tenido muy malcriados y desde pequeños se han acostumbrado a mí, pero ahora están en una fase que yo también necesito un descanso, así que les vendrán bien estas chicas.
—Bueno, tú también los gozarías en esas edades tan hermosas, que hacemos lo que queremos con ellos.
—Sí, claro. Son momentos únicos los que te dan tus hijos, pero ahora necesitan otras cosas….
A su lado, otro matrimonio seguía comentando el desfile, y la mujer le dijo a su marido:
—Mira esa nena tan rubia, que preciosidad. Creo que deberíamos llevársela a tu padre.
Nuestra hija se va a haciendo mayor y ya no quiere dormir con su abuelo.
.- Sí, tienes razón, voy a pujar por ella, a ver si podemos darle una sorpresa a mi padre, jaja. Creo que le va a encantar.
Entre las chicas presentes estaba también Katy, de la que se había quedado prendado Juan desde su encuentro con ella y haría todo lo posible porque se quedara en su casa, con el acuerdo de su mujer, que comentaba con Amaranda:
—Se las ve a todas un poco nerviosas. Algunos me están diciendo sí podrían probarlas antes de pujar por ellas.
—Sí, creo que no habrá ningún problema en eso. Pueden llevárselas a la habitación de al lado para comprobar sus habilidades.
—¡Ah!, estupendo. Marta me dijo que su marido se ha encaprichado de la mulatita con esas tetas tan grandes, y que le gustaría estar un ratito con ella.
—Claro, voy a decírselo y se la llevo a la habitación.
Lidia le dijo al marido de Marta, que habían llevado a la mulata a una de las habitaciones y que le estaba esperando, escuchándolo otro que también estaba interesado y quiso estar presente para verla en acción.
Amaranda condujo a los dos hombres hacia la habitación, donde les esperaba Cecilia, la mulata que pretendían llevársela para su casa.
Al quedarse con ella a solas, uno de ellos se sacó la polla para que empezara a hacerle una mamada, mientras el otro la desnudaba, y le sobaba esos pechos que tanto llamaban la atención. Enseguida se dieron cuenta de que Cecilia ya estaba habituada a este tipo de situaciones, porque sin ningún reparo se metió la polla del marido de Marta en la boca, lamiéndola con maestría, mientras el otro hombre también se había desnudado para sentir el contacto de su piel con la de ella, y colocándose detrás, empezó a rozar su polla con sus prominentes nalgas, cada vez más cerca de su coño, que se iba abriendo al sentir el contacto de esas dos pollas, una en su boca y otra en su culo.
El que estaba por detrás, no quiso esperar más y se la metió poniéndose a follarla mientras ella seguía mamando la otra polla a la que pronto hizo correrse, mientras el otro se corría igualmente en su coño, llenándola de semen por sus dos agujeros.
Cuando terminaron, Amaranda les esperaba afuera y al ver a Cecilia, la dijo:
—Como te han puesto, cariño, será mejor que te duches antes de volver a salir para la subasta.
Los dos hombres se habían quedado encantados con ella y esperaban poder llevársela a su casa.
Después de que otros hicieran lo mismo con otras de la chicas, la subasta esta dispuesta para comenzar y las pujas llevarían a tener que pagar grandes cantidades por las chicas, solicitadas todas ellas por alguna de las familias presentes, por lo que la fiesta y la subasta se esperaba que acabara siendo un gran éxito para que los padres recibieran muy agradecidos las cantidades que les haría llegar Amaranda, como pago por sus hijas.
Esta forma de actuar de las clases más privilegiadas con los más pobres, puede resultar reprobable éticamente, pero es algo que ha venido sucediendo siempre, de una forma u otra, esta interrelación entre clases sociales ha venido funcionando según los intereses de unos y otros y el sexo, siempre ha sido un punto importante de conexión entre ellas.
Dedico este relato a mis amigos «Raf» por haber creado esta historia conmigo y a «jmb», porque sin su iniciativa, esto no hubiera sido posible.
Continuará……
excelente relato
– a las menores siempre sin condon/preservativo
– algunas palabras no usamos los argentinos
Gran Veronicca, encantado de saludarte y encontrarte de nuevo. Morboso relato, para leer con una mano, eres única creando estas situaciones de morbo, mezclado con poder y riqueza
Con ganas de leer la 2. Parte.
Lástima que no estamos para pujar.