Elliot y el Abuelo (1).
El amor simplemente es un sentimiento que une lo imposible y lo inimaginable, es ahí donde nace mi historia… en lo imposible e inimaginable. .
***El relato a continuación narrado es una historia de ficción. Nada es real.***
El comienzo
Me llamo Elliot Branson, tengo 21 años y quiero compartir la historia de mi vida con ustedes. Una historia que quizás muchos desaprueben y les parezca escandalosa, sin embargo, les recuerdo que el amor no se detiene en la edad, en los credos, en las culturas, ni en raza, ni formas, ni pensamientos y mucho menos en géneros. El amor simplemente es un sentimiento que une lo imposible y lo inimaginable, es ahí donde nace mi historia… en lo imposible e inimaginable.
Soy hijo único, así como mis padres y mi abuelo. Estela, así se llamaba mi mamá, ella no tenía familia porque fue abandonada en un orfanato y por ende no tenía conocimiento de sus antepasados, en cambio mi padre Jhon, al menos tenía un familiar que era mi abuelo, Octavio. Mis padres se casaron cuando ambos tenían veinticinco años, a los tres años de casado nací yo y por ser hijo y nieto único fui un niño muy consentido y amado por todos, especialmente por mi abuelo que vivía y respiraba solo para hacerme feliz.
Mi abuelito aunque era un hombre de la tercera edad (tenía setenta años) era un hombre que se conservaba en buenas condiciones, viéndose con mucho vigor y muy fuerte. Siempre iba bien vestido y muy pulcro, su apariencia y porte eran muy imponente. Su rostro largo y grande siempre estaba cubierto por una espesa y abultada barba blanca que mantenía en todo momento bien arreglada. Era tan alto como mi papá, muy robusto y con una barriga prominente, tenía la piel cáustica como la de mi padre y la mía. Los tres teníamos un parecido muy fuerte, todo decían que los tres éramos igualitos. Mi abuelo también compartía el mismo color azul de los ojos que teníamos mi papá y yo. Por ser más viejo, mi abuelito ya no tenía la abundancia de cabello como la teníamos nosotros, ahora su cabello estaba cubierto por muchas canas haciéndole lucir una cabeza casi calva. A su edad la piel de su rostro no tenía la lozanía de la juventud, encontrándose de esa manera surcada por arrugas causada por el paso del tiempo. Y usaba lentes convencionales de fina y carísima pasta negra.
Algo que caracterizaba a mi abuelo, era que siempre se vestía con elegantes camisas mangas largas, corbatas primorosas y tirantes elásticas que sostenían sus pantalones de vestir.
Octavio Branson (así se llamaba mi abuelo) era un hombre de semblante recio, de carácter serio y fuerte, aunque conmigo era totalmente diferente. A pesar de la seriedad y la rigidez que siempre proyectaba, mi abuelo conmigo era muy diferente. Cuando se encontraba junto a mí, su semblante se dulcificaba. El hombre severo y estricto desaparecía para dar paso a un hombre muy juguetón y divertido, a mi lado siempre se comportaba como un niño. Cuando se jugaba conmigo, siempre terminaba destornillado de la risa porque su abundante barba y su grueso bigote me hacían cosquillas, cuando lograba atraparme me tiraba al suelo para luego rasparme en el cuello y rostro con esos duros pelos. Jugar con él era lo mejor del mundo para mí, por eso cada vez que lo visitaba junto con mis padres y nos quedábamos en su casa a pasar las vacaciones, los tres -mi padre, mi abuelo y yo- pasábamos horas en el jardín, alrededor de la piscina inventando infinidades travesuras, mientras que mi madre se divertía viéndonos actuar como unos niños.
Conmigo mi abuelo siempre fue muy jocoso, siempre me contaba algún chiste para hacerme reír o me contaba cuento que se inventaba para mantenerme siempre distraído y nunca aburrido. Lo cierto es que desde que tenía memoria, cada vez que nos encontrábamos juntos nunca nos manteníamos callados o sin hacer nada, y eso era lo que más me encantaba de él porque siempre había un juego divertido que hacer porque yo me convertía en su completo centro de su atención.
De esa manera todos éramos muy felices… hasta que un día, todo cambió.
Faltaban solo dos meses para mi cumpleaños número siete, cuando una mañana estando en la escuela, la directora entró a mi salón y dirigiéndose a mí, me dijo:
—Elliot, hijo recoge tus cosas que tu abuelito ha venido por ti.
Al escuchar que mi abuelito se encontraba en la ciudad, me colmó de alegría. Sintiendo que la felicidad se atornillaba en todo mi pequeño cuerpecito, tomé todas mis cosas y me despedí de mis amiguitos y maestra y con emoción por aquella sorpresa, salí del salón. Vi a mi abuelito parado junto a su auto en la puerta de la entrada, a penas mis ojos lo divisaron emocionado corrí a su encuentro, sin embargo, cuando lo abracé y le di el beso que siempre le daba en ambas mejillas, pude notar que su rostro no era el mismo de siempre. Sus ojos azules los tenía enrojecidos y no sonreía como normalmente lo hacía cada vez que me veía… En ese momento supe que algo malo sucedía.
Al separarme de su pecho, sus palabras me lo confirmaron cuando me dijo:
—Bebé, debemos hablar… algo muy triste y lamentable ha sucedido.
Más tarde, supe la razón de su tristeza y de su sorpresiva llegada.
Sentado en el sofá de la casa donde vivía con mis padres, me encontraba llorando desconsolado sobre el regazo de mi abuelito ante la nefasta noticia que recibía: mis padres habían tenido un accidente de tránsito donde ambos fallecieron instantáneamente.
¡Mis papás estaban muertos!
Mi abuelito me contó que un camión golpeó el auto de mi papá donde se encontraba también mi mamá, y ninguno de los dos pudo sobrevivir al impacto. La noticia fue muy traumática y dolorosa para mí, no lograba entender la situación porque ese día en la mañana ambos estaban desayunando felizmente conmigo y tres horas más tardes, ya estaban muertos… Había quedado huérfano… solo en este mundo… Bueno, solo no porque aún tenía a mi abuelito Octavio, conmigo.
Al morirse mis padres yo quedé como heredero universal de su gran fortuna y mi abuelo por ser mi único pariente, fue nombrado el velador de todos esos bienes heredados hasta que yo cumpliese los veintiún años de edad; también le entregaron la guardia y custodia de mi vida. Mientras mi abuelito arreglaba todos esos papeles legales en los tribunales, permanecimos por casi una semana en la casa que había sido mi hogar durante mi corta vida. No más los abogados le entregaron el documento donde acreditaba a mi abuelito como mi tutor, él me informó que al día siguiente nos marcharíamos al país donde tenía su hogar, porque allí era donde ambos viviríamos a partir de ese momento.
Recuerdo que el día que hacíamos mi maleta, nos encontrábamos los dos en mi habitación y yo no dejaba de llorar
—No estés triste, mi Bebé —me dijo mi abuelito estrechándome con ternura entre sus regordetes brazos y repartiendo besos por mi cabecita—. Te prometo que a mi lado nada te faltará y en la nueva casa donde viviremos juntos, ambos seremos muy felices.
No le respondí porque aunque extrañaba mucho a mi papá y a mi mamá, en realidad en el fondo de mi corazón sentía un sentimiento de confortación al saber que al menos mi abuelito se encontraba a mi lado y que me amaba de la misma manera como lo amaba yo.
Ese mismo día volamos al lugar que sería mi nuevo hogar. Fue un viaje de diez horas. Al llegar a su país, del aeropuerto nos trasladamos hasta su casa en un taxi. Mi abuelo, en su juventud fue un hombre que hizo negocios que le generaron mucho dinero, asegurándole su vida en la etapa de la tercera edad. Por eso a sus 70 años podía vivir cómodamente, los intereses ganados en esos negocios se lo permitían hasta que falleciera, de allí sus lujosos carros, sus viajes a distintas partes del mundo y de esa gran mansión que poseía fuera de la ciudad; donde solo los millonarios como él se dan el lujo de vivir.
Mi abuelo tenía una hermosa casa de dos pisos que a mí me parecía muy grande para que él viviera allí solo, pero era muy cómoda, con piscina, un inmenso jardín y muchos árboles cubierto de grama verde que parecía ser una inmensa alfombra ante tanto espacio que había a su alrededor. Anteriormente ya había estado en esa casa juntos con mis padres cuando nos tocaban las vacaciones, sin embargo; me di cuenta que nunca había prestado atención a todo lo que lo rodeaba como lo estaba haciendo en ese momento. Quizás todo se debía a las circunstancias por las que ahora pasaba, ya que en los viajes anteriores mi madre iba conmigo cantando y haciendo cualquier juego para que no me aburriera en el camino o simplemente me quedaba dormido por el cansancio que produce el viaje tan largo.
Lo cierto es que ese día mientras nos desplazábamos por la carretera, me di cuenta que el sitio donde haría mi nueva vida se encontraba ubicada en una villa privada lejos de la ciudad. Al entrar a la villa, noté que en ese lugar solamente habían edificadas propiedades las cuales se encontraban separadas por grandes extensiones de terrenos, árboles y cercas con paredes de concreto muy altas; dándole a cada dueño de dichas propiedades mucha privacidad e intimidad para sus vidas. Allí se podía hacer cualquier cosa y nadie se enteraba de nada.
En mi nuevo hogar, mi abuelito me ubicó en el dormitorio que quedaba junto a su recámara. En las primeras semanas, casi todos los días salíamos a la ciudad donde me llevaba al cine, a comer helados o alguna comida chatarra, me llevaba al teatro, al zoológico o a los centros comerciales donde siempre me compraba juguetes y nos regresábamos a casa cuando ya me sentía cansado quedándome dormido en el camino de regreso a casa. Con el paso de los días me di cuenta que mi abuelito hacía todo aquello para tratar de mitigar el dolor que me causaba la ausencia de mis padres, así me mantenía ocupado y distraído de esa manera dejaba de pensar tanto en ellos. Los días domingos era para estar todo el día en casa jugando en el inmenso jardín, nadando en la grande piscina que tenía o simplemente estar echados en la cama de mi abuelito viendo cualquier película de dibujos animados, que eran mis favoritas.
La rutina de los días siempre fue la misma. Mi abuelito entraba a mi cuarto y en medio de besos y cosquillas me despertaba. Después de jugar un rato conmigo en la cama donde me hacía retorcer de risas y carcajadas con su barba y bigote, me montaba sobre sus hombros o me alzaba entre sus brazos y se introducía en el baño donde él mismo me ponía a vaciar mi vejiga y luego de desvestirme completo, me introducía en la tina para bañarme, él se arrodillaba en el suelo mientras yo adentro me inventaba juegos de monstruos y piratas con las historias de fantasías que él me contaba, mientras que delicadamente me enjabonaba por todo mi cuerpecito hasta dejarme bien limpio.
Algo muy curioso, era que a mi pequeño pene y a mi traserito eran los lugares al que mi abuelito le dedicaba más tiempo para asearlos.
Cada vez que mi abuelito me bañaba, al terminar de enjabonarme el ano y el pene –que sin entender siempre se me ponía durito- él me decía que tenía que hacer una llamada y salía de la habitación diciéndome que lo esperara dentro de la bañera. Mi abuelito se marchaba y después de un rato regresaba para concluir mi baño. Luego me envolvía en una toalla y me acostaba sobre la cama para comenzar a masajear toda mi piel con una crema hidratante, no había lugar de mi cuerpecito que sus grandes manos no tocara. Después de la crema me vestía, con un short y camiseta. Al terminar de vestirme me llevaba cargado hasta la cocina donde ya se encontraba servido sobre la mesa nuestro desayuno donde él me alimentaba dándome la comida en la boca.
Luego de desayunar nos dedicábamos hacer los quehaceres de la casa, aunque la mayoría los hacía él y yo solamente lo ayudaba en lo que podía ya que aún era muy pequeño para hacer algunas cosas.
Un día le pregunté por qué nunca nos visitaban y él me contestó:
—Soy un hombre muy celoso con mi privacidad y con lo que es mío, no me gusta tener a personas husmeando a su alrededor averiguando mi vida o todo lo que hago. Por eso es que vivimos solos y en este lugar apartado de los demás. De esta manera podemos hacer lo que nos venga en gana.
Y le consideré razón porque en realidad nosotros hacíamos lo que nos daba la gana. Claro, después de hacer los quehaceres del hogar.
Un día mi abuelito me preguntó si extrañaba la escuela, nos encontrábamos saboreando unos ricos helados en una heladería en el centro de la ciudad.
—Quiero estudiar, pero no ir a ningún instituto —le contesté.
Y como él me complacía en todo, así pasó. Yo solo tenía que abrir la boca, expresar lo que deseaba y mi abuelito inmediatamente me lo conseguía. Y con esa idea mi abuelito también me complació, así que nunca fui a la escuela, pero si comenzó a enseñarme a leer, a escribir, a identificar las figuras geométricas así como también los colores y todas esas cosas que le enseñan a un niño de seis años.
Me encantaba la vida que estaba teniendo con mi abuelito porque pasábamos todo el día junto sin que nadie nos molestara. En ese lugar tenía todo lo que necesitaba para divertirme: los mejores juguetes, muchos vídeos juegos, piscina y todo lo que le pidiera; especialmente tenía a mi abuelito que me amaba mucho y me lo demostraba todo los días cuando me lo decía con sus palabras: «Mi bebé, tu eres lo más importante que tengo en mi vida» me lo repetía cada vez que me besaba en la boca
Sí, ahora mi abuelito me besaba de piquito en los labios.
La primera vez que lo hizo fue una mañana cuando me despertó dándome muchos piquitos en la boca, cuando vio mi extrañeza reflejada en mi rostro él me dijo que aquello era normal porque las personas que se amaban se besaban en los labios. En ese momento recordé que mamá y papá siempre lo hacían y ellos decían que se amaban mucho, así que comencé a recibir con amor y feliz esos besos que me daba mi abuelito. Besos que a mí realmente me gustaban porque siempre comenzaba esparciéndolos por todo mi rostro y terminaban en mi boca, dándome piquitos. Realmente mi abuelito me hacía muy feliz y sentía que en esas inmensas cuatros paredes y en ese lugar que se encontraba aislado de todo, no me hacía falta nada.
Así como los besos, mi abuelito también comenzó a tomarme de las manos cuando nos desplazábamos por la casa, me abrazaba y me pegaba a su regordete cuerpo cuando nos encontrábamos acostados en el sofá, en las tumbonas de la piscina o en la cama de su cuarto cuando nos acostábamos para ver televisión hasta que yo me quedaba dormido. Siempre que nos encontrábamos juntos, él me agarraba las manitos y las acariciabas suavemente para luego besarlas y chuparme los deditos, diciéndome que hacía aquello porque le encantaba el sabor que tenían mis dedos y como a mí me hacían cosquillas sus chupadas y lamidas, pues me dejaba hacer. Y cuando me envolvía entre sus fuertes y gruesos brazos, sus manos me acariciaban la espalda y tocaba mis nalgas, me besaba y lamía el cuello, terminando la caricia en ese juego de torrentes cosquillas que a mí tanto me encantaban.
Pero no todo eran besos, caricias, juegos y cosquillas, cuando mi abuelito se dio cuenta que ya sabía leer y escribir, comenzó a enseñarme lo esencial para que yo fuera un niño inteligente. Por internet me inscribió en cursos donde aprendía a sumar, restar, multiplicar y dividir; así como también me inscribió por internet en cursos donde me daban clases para aprender los idiomas de inglés, italiano y francés. También comenzó a enseñarme a usar el internet y la tecnología de los aparatos móviles digitales y se esmeraba mucho en que yo amara la lectura. Todos los días, después de la siesta nos sentábamos en las tumbonas cerca de la piscina a leer un libro.
Así pasaron los días y las semanas convirtiéndose en dos meses. Dos meses que a pesar de la desgracia de haber perdido a mis padres, era un niño bendecido y feliz por tener a un abuelito que me amaba, que me llenaba de mucha ternura y mucho cuidado Y con los días comprendí que todo el amor de mi abuelito era suficiente porque era solo para mí.
Pronto la fecha de mi cumpleaños estaba por llegar, por eso una tarde que nos encontrábamos sumergidos dentro de la piscina, mi abuelito me preguntó:
—Bebé, en una semana cumplirás año, dime ¿Qué deseas de regalo? —yo sentí las regordetas manos de mi abuelito atrapar mi cuerpo desnudo.
Sí, siempre que nos bañábamos en la alberca, mi abuelito me decía que me introdujera desnudo mientras que él solo usaba un pequeño bañador que le dejaba afuera su gran panza. A mí me gustaba nadar desnudo porque la sensación cálida del agua sobre mi piel era muy rica.
—Quiero un pastel gigante, un juguete nuevo y esos videos juegos nuevos que vi por internet —expresé emocionado, removiéndome entre sus brazos. Salpicando agua por todos lados.
—Todo lo que tú pidas lo tendrás, mi Bebé —me dijo, pegando mi cuerpo sobre su pecho, dándome un piquito en los labios al tiempo que acariciaba suavemente con uno de sus dedos mi anito.
Y como siempre mi abuelito concedió mi deseo.
Cuando llegó mi cumpleaños, nos fuimos en uno de sus autos para la ciudad. Me llevó al centro comercial donde primero visitamos la tienda de juguetes donde escogí no solo uno, sino cinco hermosos juguetes, luego pasamos por la tienda de videos juegos y me compró los juegos nuevos que no tenía. De la tienda de videos juegos pasamos a una tienda por departamento donde mi abuelito solo compró dos pajarillas de moños rojas y al salir de ese lugar, entramos a una tienda de joyería. Realmente no vi que fue lo que compró en aquel sitio porque yo me encontraba muy entretenido jugando con uno de mis nuevos juguetes. De allí, nos marchamos del centro comercial y nos dirigimos a la pastelería donde escogí un hermoso pastel de mi personaje favorito, luego nos dispusimos a regresar a nuestro hogar. Antes de salir de la ciudad y agarrar la carretera que nos llevaba hasta nuestra casa, mi abuelito hizo una última parada en una tienda donde no me dejó bajar con él, dejándome solo en el auto. De ese lugar, mi abuelito salió con una bolsa donde pude ver algunas cremas, pastillas, frascos de medicinas y creo que también se compró unos videos juegos.
— ¿Qué son esas cosas, abuelito? —Le pregunté siguiendo mi curiosidad, y él sonriéndose de lado me contestó:
—Son cosas que tú y yo comenzaremos a utilizar a partir de hoy.
Al llegar a casa todas las bolsas que traíamos de las compras mi abuelito las puso sobre uno de los muebles de la sala, luego mi abuelito se dispuso a jugar conmigo y con mis nuevos juguetes, así como también nos divertimos un buen rato jugando con los nuevos videos juegos. Al acabar el video juego mi abuelito me indicó que era hora de cantar el cumpleaños, cargado me llevó a la mesa del comedor y mi abuelito me cantó el cumpleaños feliz. Cuando fui a soplar las siete velitas, mi abuelito me dijo que pidiera en voz alta un deseo.
—Deseo que tú siempre me ames y nunca me dejes —pedí con los ojos cerrados.
Al instante sentí los labios de mi abuelito posarse sobre los míos.
—Siempre, bebé, siempre te voy amar y nunca te dejaré solo.
Emocionados y felices partimos el pastel, comimos hasta hartarnos y el resto lo guardamos en la nevera, íbamos a tener pastel por muchos días. Luego de haber degustado el delicioso postre mi abuelito me dijo que era hora del baño. Me tomó entre sus brazos, pero esta vez no se dirigió a mi cuarto sino al suyo.
A mí me encantaba la habitación de mi abuelo porque todo lo que allí había, era grande. Las paredes eran claras y tenía unos amplios ventanales que iluminaba y daban mucho fresco a la habitación, la decoración de los muebles antiguos y de madera oscura original, eran muy hermosas. Una inmensa cama con un cabecero alto e imponente, las mesitas de noche y la peinadora del mismo material le daban a la habitación un aire de severidad pero también de elegancia, así como era el semblante de mi abuelo, pero lo que más me encantaba de ese lugar era el colchón tan suave y esponjoso de la cama. Cada vez que nos acostábamos imaginaba que me encontraba acostado sobre nubes de algodón.
Ya dentro de su hermosa habitación, mi abuelito me llevó al cuarto de baño –que también estaba decorado en madera- y quitándome toda la ropa, me introdujo en la inmensa bañera que tenía y después de hacer lo que siempre acostumbraba hacerme cuando me bañaba, me envolvió en una de sus grandes toallas y me acostó en la suave cama donde untó la crema hidratante por toda mi piel y luego me vistió con una franelilla y un bóxer nuevo.
—Ven, mi bebé, quiero que preste atención a todo lo que te voy a decirte ahora —me dijo al tiempo que se sentaba al borde de la cama y me tomaba de la mano—. Como ya estás más grande y entiendes más de las cosas, quiero que hablemos de algunas reglas que de ahora en adelante tendremos dentro de la casa y las cuales debemos respetar muy seriamente, porque de eso dependerá la seguridad de la privacidad que hasta ahora hemos tenido y también de nuestras vidas. Quiero decirte que todo lo que hablemos en este momento debe ser un secreto entre los dos —alzó una de sus manos y me acarició tiernamente el cabello, para luego deslizar su grueso dedo por mi mentó. Al posar mis ojos azules en los suyos me di cuenta cuan seria eran sus palabras, inmediatamente comprendí que algo muy importante estaba por decirme porque estaba hablando de reglas y secretos, por eso me acomodé en la cama.
—Dime, abuelito.
—Bien, la primera regla que tendremos y que ambos debemos obedecer encarecidamente, será que todo lo que pase entre nosotros y dentro de esta casa no podrá saberlo nadie más, absolutamente nadie. Por nada del mundo otra persona, ajena a nuestro alrededor podrá saber lo que a partir de ahora sucederá entre tú y yo. Será un secreto entre los dos ¿Me entiendes?
Yo no entendía a qué se refería específicamente, pero de igual forma afirmé porque sabía lo que significaba guardar un secreto. En ese momento recordé que mi padre una vez me dijo que un verdadero hombre respetaba las reglas y sabía guardar un secreto, y si mi abuelito me estaba pidiendo hacerlo era porque me consideraba un hombre.
—Sí, entiendo todo lo que me dices, abuelito —le respondí con la misma seriedad que él tenía.
—Entonces prométeme que a nadie le dirás lo que aquí haremos.
—Te lo prometo —le dije levantando la manito, recordando que de esa manera mi papá y yo cerrábamos nuestros secretos.
—Bien, mi bebé —lo vi sonreír al tiempo que se inclinaba un poco para darme un beso en la frente—. La siguiente regla que debemos cumplir al pie de la letra, es que a partir de este momento, mientras estemos solos en esta casa, sin personas a nuestro alrededor; tú y yo no desplazaremos completamente desnudos. Desde este momento ya no usaremos nada de ropa para movilizarnos por cualquier sitio de la casa.
Esa regla sí que me dejó completamente sorprendido y hasta confundido.
— ¿Sin ropa? —pregunté abriendo los ojos sorprendido.
—Sí, mi bebé. Será muy divertido poder andar sin nada que nos estorbe ¿No te parece? Te imaginas andar por toda la casa como Dios nos trajo al mundo, a mí me encanta la idea; además, eso significará que habrá menos ropa para lavar, secar y planchar.
Por un momento sopesé sus palabras recordando que cuando nos bañamos en la piscina yo lo hacía desnudo y esa sensación me gustaba mucho, entonces le afirmé con la cabeza sonriendo como él.
—Sí, tienes razón —sin embargo, a pesar de estar de acuerdo había algo que en el tiempo que estaba viviendo con mi abuelito, jamás había visto en él; su desnudez. Nunca le había visto completamente desnudo. A veces lo veía sin camisa, pero jamás sin nada de ropa, pero como él estaba hablando de reglas que teníamos y debíamos respetar, pues ni modo, solo había que cumplirlas y obedecerlas. En ese momento, otra duda llegó a mi pequeña mente ¿Cómo haríamos cuando comenzara a llover o a nevar? Y como yo era muy preguntón, mi inquietud se la hice saber
—Abuelito ¿Y qué pasará si en algún momento llego a tener frío? —pregunté inocentemente queriendo que me aclarara esa duda, mi abuelito sonriendo me contestó:
—Por eso no te preocupes, mi bebé hermoso, porque yo no dejaré que nunca te de frío. Siempre te mantendré calientito de la misma manera que tú me calentarás a mí.
En realidad no sabía cómo podría mi pequeño cuerpecito calentar a la grande y gorda contextura de mi abuelito, pero el simple hecho de saber que él ya tenía resuelto esa inquietud me quitó la preocupación que me embargó en ese instante. Un gran entusiasmo me colmó porque recordé que todo lo que se refería hacer con mi abuelito siempre se tornaba divertido, terminaba en gustarme mucho. Así que emocionado le dije que contara conmigo para eso y para todo lo que se le ocurriera. En ese momento mi abuelito estiró sus largos y gruesos brazos y me tomó por los hombros parándome sobre el colchón, lentamente tomó la orilla de mi franelilla y me hizo levantar los brazos para sacármela por la cabeza.
—La regla de estar desnudos, comenzaremos acatarla desde ese preciso momento —me comunicó doblando la franela cuando me la quitó por completo y colocándola sobre la mesita de noche que se encontraba justo al lado de la cama. Luego me quitó el bóxer dejándome completamente desnudo.
No sentí ninguna vergüenza de estar sin ropa delante de mi abuelito porque ya estaba acostumbrado a eso, así que todo lo que estaba haciendo me parecía algo muy normal. Parado sobre la cama, miré a mi abuelo a los ojos y me di cuenta que el azul de sus pupilas se veían más intensos, muy bonitos y así se lo dije, entonces vi como las aletas de su grande nariz se dilataban y se mordía los labios de una manera muy extraña. No sé por qué pero la mirada que en ese momento él me dedicó, me hizo sentir una ola de calor por todo mi cuerpo, especialmente mi rostro que de pronto lo sentí muy caliente. Sin embargo, inmediatamente ese sentimiento se me pasó cuando vi a mi abuelito levantarse de la cama, pararse delante de mí y comenzar a sacarse las tiras elásticas, la camisa, los pantalones y el bóxer para quedar tan desnudo como yo.
Mientras se quitaba la ropa interior mi abuelo se giró para dejar todo sus prendas doblada donde anteriormente había puesto las mías y cuando se viró de nuevo quedando frente a mí, no pude evitar abrir los ojos y la boca quedando paralizado al verlo por primera vez desnudo.
Su gordo y peludo cuerpo lo tenía completamente lleno de pelos por todos lados. Pecho, tetillas, barriga, panza, vientre y piernas se encontraban cubiertos de muchos pelos entre negros y blancos. Sin embargo, lo que hizo que me quedara pasmado, sin poder hablar, fue su grande y grueso pene. Ya había visto una polla de un adulto, la de mi papá, cuando nos bañábamos juntos podía observar que su pene era mucho más grande que él mío y siempre la tenía flácida, en cambio el pene de mi abuelito se veía completamente diferente. Él tenía una polla muy extraña porque aparte de ser grande y gruesa también se veía muy dura, tan rígida se veía que la tenía levantada apuntando al frente como una flecha a punto de ser lanzada. Desde mi lugar, sorprendido pude detallar que la punta de aquel pene brillaba, era de un color morado y su forma era como la de un gran sombrero, en cambio la de mi papá y la mía eran rosaditas. Su duro tronco se veía surcado por gruesas venas y debajo de aquel inmenso falo le colgaban unas grandes y pesadas bolas oscuras.
—Abuelito, tu pene es… es… ¡Inmenso! —Murmuré boquiabierto sin poder quitar mis ojos de ese inmenso mástil—. En cambio el mío es muy pequeñito.
Vi a mi abuelo sonreír de medio lado acariciando suavemente su pene con su gruesa mano.
—No te preocupes por eso, bebé, tu pene aun es chiquito porque eres pequeño, pero cuando seas grande así como yo te aseguro que lo vas a tener quizás más grande que el mío. Pero te confieso que a mí me encanta tu pene, es precioso… es más ¡Lo adoro!
Yo asentí moviendo la cabeza, porque me alegró mucho saber que mi abuelito adoraba mi pequeño pene y no le importaba que fuera más chiquitito que el suyo. Observé que dejó de acariciar su endurecida y maciza polla, se acercó a mí y tomándome de la mano me indicó que nos acostáramos apoyando nuestras espaldas en el cabecero de la cama.
—Ven, sigamos hablando porque hay otras cosas que también comenzaremos a cumplir a partir de este momento —yo le miré a los ojos mientras me acomodaba a su lado—. A partir de éste momento ésta habitación será tuya.
De nuevo abrí mis ojos. No lograba entenderlo.
— ¿Dormiremos juntos? ¿En tu cama?
—Sí, mi bebé, a partir de éste día ésta será nuestra habitación porque quieres dormir conmigo ¿No es así?
— ¡Claro que sí, abuelito! Pero no entiendo, si ya tengo un dormitorio y todas mis cosas están allí ¿Por qué debo mudarme y dormir aquí? —quise saber para poder entender aquella regla que me parecía muy extraña, aunque me gustaban porque la habitación y la cama de mi abuelo eran mucho más grande y más cómodas que la mía.
—A ver, mi bebé, déjame que te explique mejor para que puedas entender lo que deseo decirte, pero antes quiero hacerte unas cuantas preguntas y deseo que me contestes con toda sinceridad ¿Si? —Expresó él con dulzura, colocando un mechón de mi rubio y liso cabello detrás de mí oreja. Yo le afirmé con un movimiento de cabeza, mirándole con atención— ¿Tú me amas? —de inmediato le contesté que sí. Él sonrió acariciando con mucha más ternura una de mis mejillas con sus dedos— ¿Quieres que siempre estemos juntos? —De nuevo asentí fijando mis ojos en los suyos— ¿Deseas vivir toda la vida a mi lado para que siempre seamos solo tú y yo?
—Sí, abuelito, te amo, quiero vivir toda mi vida a tu lado y nunca, nunca separarme de ti.
La sonrisa de mi abuelito se hizo más grande.
—Saber que deseas lo mismo que yo me hace inmensamente feliz, mi bebé, porque yo también te amo… te amo mucho y quiero que sepas que para mí, tú eres la persona más importante que tengo en este mundo. Eres mi vida y por eso quiero tenerte siempre a mi lado, muy cerca de mí en todo momento, en el día y en las noches. Quiero abrazarte, besarte y entregarte todo lo que mi corazón tiene para ti. Quiero que éste amor que nace desde lo más profundo de mi corazón lo recibas completo, sin nada que pueda detenerlo. Mi bebé hermoso, quiero estar unido a ti en todos los sentidos, que nos pertenezcamos en cuerpo y alma. Te amo tanto, mi bebé, que quiero que seamos solo tú y yo nada más. Hacerte completamente feliz por el resto de nuestras vidas, de la misma manera como tú me haces feliz… Ahora te pregunto ¿Tú también quieres hacerme feliz?
Escuchar su confesión y la manera tan grande que me amaba, me emocionó tanto que no pude evitar sonreír de felicidad.
— ¡Claro, abuelito! Yo también quiero hacerte feliz todo el tiempo porque te amo de la misma manera como tú dices que me amas.
Mis palabras parece que le hicieron feliz porque vi que sus ojos se rebosaron de felicidad.
—Entonces si ambos nos amamos tanto es lógico que debamos dormir juntos. Debes saber que si dos personas se aman y comparten un sentimiento tan puro y fuerte como el que nosotros sentimos, tienen que estar unidos, deben dormir juntas. No pueden estar separados porque no serían felices ¿Cierto? —Afirmé con la cabeza—. Recuerdas que tus padres se amaban muchísimo y por eso ellos tenían su propio cuarto, por eso ellos dormían en una misma cama y siempre andaban juntas para todos lados.
Yo levanté la mirada al techo trayendo el recuerdo de mis padres a mi memoria.
Recordé que muchas veces en las madrugadas, cuando me pasaba para su cuarto, los encontraba durmiendo abrazados muy junticos, también muchas veces los vi mostrarse su amor con besos y abrazos, siempre los escuché decir que estar juntos los hacían felices. Eso era lo que mi abuelito me acababa de confesar hace un momento, entonces comprendí que él tenía razón. Si él y yo nos amábamos, debíamos dormir en la misma cama y demostrarnos nuestro cariño de la misma manera como lo hacían mis papás.
—Tienes razón, abuelito, ellos se amaban y por eso dormían juntos, por eso siempre estaban juntos… pero, abuelito, ellos eran esposos, en cambio tú y yo no lo somos.
—Eso lo arreglaremos hoy mismo, a partir de este momento tú y yo seremos esposos.
Pestañé varias veces confundido porque no entendía nada de lo que él estaba haciendo ¿No se supone que los que se casan son los adultos? Yo era muy niño para casarme, apenas tenía siete años, además éramos abuelo y nietos y hasta donde yo sabía la familia no se casaban.
—Pero, abuelito ¿Pueden los abuelitos casarse con sus nietos?
— Todos los que se aman tienen el derecho de casarse, vivir a plenitud sus sentimientos, sea familia o no familia, y tú y yo nos amamos, bebé. Si quieres tenerme para siempre a tu lado debemos hacerlo, bebé, sino lo haces entonces me estas demostrando que realmente no me ama, que todo lo que me has dicho es mentira —yo abrí mis ojos y negué despacio con la cabeza—. Si es así, entonces yo tendré que salir a la calle a buscar a otro niño que me de ese amor que tú no me quieres dar, debes saber que afuera existen muchos niños que sí se quieren casar conmigo, ser mi esposo y recibir todo el amor que tengo para darle y si eso llegase a ocurrir, traería a mi nuevo niño esposo a vivir a esta casa y tú te tendrías que ir de aquí. Irte a vivir a la calle porque ya no serías mi amor, porque yo tendría un esposo y él tendrá todo el derecho sobre esta casa y sobre mi vida. Tendrías que alejarte de mi vida.
Aquellas palabras causaron un gran impacto sobre mí que mi corazoncito comenzó a latir fuerte al imaginarme todo lo que él decía, llenándome de muchos miedos. No podía imaginarme vivir sin mi abuelo, mucho menos vivir en la calle pasando muchas necesidades y todas esas cosas feas que él decía, pero sobre todo, no podía imaginarme a mi abuelo darle a otro niño el amor que era solo mío.
— ¡No! —Grité con desesperación y un sollozo salió de mi garganta, así como las lágrimas comenzaron a derramarse por mis mejillas—. No, abuelito, por favor… no quiero estar lejos de ti. Yo te amo… por favor no busques a otro niño.
Mi abuelito sonrió enseñándome todos sus dientes, afirmando con satisfacción y me abrazó para darme un beso en la cabeza. Luego me separó de su cuerpo, me limpió las lágrimas que rodaban por mis mejillas y me dijo:
—Deseo con toda mi alma que solo tú seas mi esposo, no quiero buscar a ningún otro niño. Si tú me aceptas como tu esposo, entonces podemos vivir como un matrimonio, una pareja de verdad así como lo eran tu madre y tu padre. Éste sería verdaderamente nuestro hogar, tú serías solo mío y yo estaría toda la vida a tu lado porque sería tu esposo. Entonces se cumplirá ese deseo que pediste al soplar las velitas, porque eso solo sucederá si nos casamos. Siendo esposos nada ni nadie nos podrá separar.
Más calmado por sus palabras, reflexioné en ellas y en el deseo que pedí al soplar las velas. Si me casaba con mi abuelo, él siempre estaría a mi lado y nunca me dejaría como lo hicieron mis padres. Mi abuelito acababa de confesarme su inmenso amor y aparte me aseguraba que dos varones se podían casar. Mi abuelito siempre me demostraba su amor con sus besos y caricias, de la misma manera como mis padres lo hacían cuando estaban vivos. Mi abuelito me alimentaba y jugaba conmigo siempre y desde que mis padres murieron, siempre había estado junto a mí… Eso era suficiente para mí, entonces pensé que sí estaba bien que nos casáramos y así vivir felices para toda la vida.
— ¡Sí! Abuelito ¡Vamos a casarnos!
Vi que mi abuelito sonrió grande y con la misma emoción que yo reflejaba, se inclinó para darme un beso en la boca. Note que esta vez su beso fue totalmente diferente porque su boca grande chupó mis pequeños labios. Por primera vez sentí su lengua lamerme todos mis labios, y eso me gustó. Cuando dejó de besarme, mi abuelito se levantó de la cama y se dirigió a la peinadora donde se encontraban las bolsas de compra que hicimos ese día.
De una de las bolsas sacó esa pequeña cajita de terciopelo azul oscuro, recordé que esa cajita se la habían entregado en la joyería y las pajarillas rojas que compró en la tienda por departamento. Lo vi regresar de nuevo a la cama con una gran sonrisa en sus labios y noté que al acercarse su grueso pene ya no estaba tan duro y grande como lo había visto al principio, la dureza que tenía anteriormente ya no la estaba, ahora lo tenía flácido y pequeño como la que tenía mi papá o como el mío. Mi abuelito se sentó arrodillado frente a mí, me puso en el cuello la pajarilla y también se puso la de él, eso era la única tela que tenía nuestros cuerpos desnudos. Luego abrió la cajita que tenía entre sus manos y vi en su interior un par de aros plateados matrimoniales, uno pequeño y otro grande. Mi abuelo me miró con una gran sonrisa en sus labios. Yo también sonreí.
—Estos aros son para nosotros, ellos serán la muestra del sello que ambos le daremos a nuestro amor, a nuestro matrimonio y a la unión que tendremos después que nos casemos. Hoy, tú y yo nos casaremos, mi bebe hermoso, en este momento diremos nuestros votos matrimoniales para ser esposos y desde ahora en adelante nada ni nadie nos podrán separar.
Puso en la palma de mi pequeña manito el aro más grande y luego tomó mi manito izquierda para colocar el aro más pequeño en la punta de mi dedito anular. Sonriendo ampliamente me dijo:
—Yo, Octavio Branson, acepto a Elliot Branson como mi esposo, mi bebé hermoso, el amor de toda mi vida. Prometo amarlo, alimentarlo, cuidarlo, besarlo, acariciarlo, dormir con él en la misma cama, bañarnos juntos y hacer todo lo que los esposos hacen juntos, hasta que la muerte nos separe —y deslizó el aro notando que éste me quedaba un poquitito flojo—. Ahora tú me colocarás el anillo y vas a repetir conmigo —me ordenó entregándome el aro más grande.
—Yo, Elliot Branson —comencé a repetir sus palabras—, en estos momentos acepto a Octavio Branson como mi esposo y único dueño de mi vida. Debo serle fiel, obedecerlo y amarlo hasta que la muerte nos separe. Al ser él mi esposo me entregaré a él en cuerpo y alma. Con este anillo simbolizo el sello de nuestro amor, de nuestro matrimonio —le deslicé el anillo en su grande y gordo dedo—. Ahora los esposos se pueden besar —concluyó él cuando terminé de hablar. Sus grandes manotas tomaron mi rostro y unió su boca a la mía
En ese momento comprendí que ahora éramos esposos así como lo fueron mis papás y me sentí emocionado, aunque también me sentía un poco confundido por todo lo que estaba pasando.
—Ahora ya somos esposos, bebé, así como eran tu papá y tu mamá —me dijo apartándome suavemente de su cuerpo para mirarme a los ojos, confirmando mis pensamientos—, pero ya sabes que nuestro matrimonio debe ser un secreto. Nadie debe saber lo que somos ahora y mucho menos lo que hacemos aquí ¿Sabes por qué, mi bebé? Porque si alguien se entera, tú y yo tendremos muchos problemas, especialmente yo. Si se enteran que nos hemos casado y de todas las cosas que ocurrirán entre nosotros a partir de este momento, me encerraran en la cárcel separándome de ti y tú no querrás que eso suceda ¿Verdad? —Inmediatamente negué con la cabeza—. Además, debemos cumplir esa regla que ahora tenemos: todo lo que se haga dentro de esta casa, solo tú y yo lo sabremos. No podemos permitir que nadie, absolutamente nadie invada nuestra intimidad ¿Si has entendido todo lo que te estoy diciendo? —cuando vio mi afirmación de haber entendido y de estar de acuerdo con sus palabras, prosiguió—. Bien, luego haremos una fiesta solo tú y yo para celebrar como debe ser nuestra boda y lógicamente viajaremos para tener una luna de miel ¿Qué te parece?
— ¿Vamos a viajar de vacaciones? —pregunté entusiasmado porque esa idea sí que me gustó.
—Claro, mi bebé, haremos un viaja para celebrar nuestra luna de miel.
—Abuelito ¿Qué es una luna de miel?
—Eso es un viaje que hacen los esposos después que se casan. Son como unas vacaciones que se toman para celebrar que ya son esposos y en ese viaje se demostraran lo mucho que se aman, es por eso que tú y yo pronto nos iremos de vacaciones a donde tú quieras. Serás tú, mi bebé hermoso quien escoja el destino de nuestro maravilloso viaje de bodas.
Mientras él me hablaba, noté que a mi abuelito su pene volvía crecer y a ponérsele de nuevo duro, él siguió la dirección de mi mirada y me explicó que el pene de los hombres se ponía así cuando se sentían excitados y emocionados.
—En estos momentos me encuentro muy excitado porque me emociona todo lo que somos ahora y como yo te amo tanto, mi polla siempre se pone dura cuando te estoy mirando y cuando estás cerca de mí, pero quiero que sepas que eso es normal que pase entre los esposos que se aman. Y como de ahora en adelante estaremos desnudos por toda la casa, seguro me verás con el pene empalmado así que debes acostumbrarte a verme de esta manera —yo solo lo miré, almacenando en mi pequeño cerebro toda esa información que era nueva para mí.
—Bien, bebé. Ahora quiero que juntos veamos una película que he seleccionado especialmente para ti —me dijo mi abuelito acostándose en la cama, arrastrándome con él. Con cuidado me acomodó sobre uno de sus regordetes brazos—. Es un video donde veremos las cosas que pasaran de ahora en adelante entre tú y yo. Las cosas que pasan entre los esposos —entonces alineó sus ojos azules a los míos—. Quiero que sepas que esta será otra regla. A partir de hoy, juntos veremos muchos videos y después de terminar de verlos la tarea será aplicar todo lo que nos de curiosidad o nos llame la atención ¿Entendiste?
—Sí, entendí —contesté acomodando mi cabeza en su fuerte brazo, sin saber por qué sentí que a partir de ese momento mi vida cambiaría completamente.
Continuará…
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Espero que sus comentarios…
muy interesante espero la continuación
Pronto, Elliot seguirá contándonos mas de esta historia
Que hermoso me encanto
Me alegra saber que te encantó
Estupendo relato. Felicitaciones al autor.
Gracias… pronto vendrá
la continuación
me encantó, esperaré la otra parte
Gracias, ya la segunda parte está publicada.
Muy rica introducción. Me encanta la manera en que vas relatando lo que sucede.
¡Gracias! Espero que me acompañes y me des tu opinión en las siguientes continuaciones, porque Elliot y su abuelo Octavio tienen muchas historia que contarnos.
Amigo hace mucho tiempo no leía algo así, muchas gracias por escribir este magnífico relato, tengo que decir que el abuelo es súper creativo yo haría lo mismo!! Provocaste muchas erecciones estoy seguro de eso!! Porfavor contactame