En brazos de mi hijo
Conversaciones en cuarentena.
—Estás tan calentito.
—¿Cómo te sientes?
—Bien. Estoy a gusto en tus brazos.
—Y a mí me encanta tenerte así.
—También yo solía tenerte así, ¿recuerdas?
—No lo he olvidado ni por un segundo, pero ahora me toca a mí.
—Ya eres un hombre.
—Sí, y me gusta ser yo quien ahora te abriga y te protege.
—Te quiero mucho, hijo.
—Yo también, papá. Te quiero y te deseo tanto como aquella primera vez.
—Vas a lograr que me ponga duro otra vez.
—Yo ya lo estoy, tal vez tengamos que hacerlo una vez más antes de dormir.
—Hijo, lo tienes durísimo.
—Lo sé, es que tus manos no ayudan a que se duerma.
—¿Te gusta que mordisquee tus pezones?, es algo que me gusta mucho hacer.
—Adoro que juegues con ellos, papá.
—Me encantan esas caricias tuyas. Tus besos son como los que solía darte yo cuando eras pequeño.
—Lo recuerdo. Me besabas así, en el rostro, la frente, me acariciabas el cuello.
—Ahora eres tú quien lo hace.
—¿Te gusta?
—Me encanta.
—Cuando era un niño aún, me derretía de amor por ti cuando me hacías esto.
—Te amaba más que a nadie y me excitabas muchísimo.
—Te gustaba mucho acariciarme el culo, ¿te acuerdas?
—Lo tenías tan suavecito. Tus nalguitas blancas me dieron tanto placer.
—Pues, yo también disfruto las nalgas tuyas hoy. Me enloquecen.
—No te molesta que sean nalgas maduras y peludas, ¿verdad?
—Tú sabes que me muero por ellas. Amo penetrarte.
—Y yo que me hagas tuyo.
—Papá…
—Dime hijo.
—¿Cómo supiste…
—¿Qué cosa?
—¿Cómo supiste cuando yo estaba listo para ti?
—¿Listo para recibir mi verga?
—Sí.
—Ya tenías 8. Llevabas tiempo deseándolo.
—Recuerdo cuando me enseñaste a mamar. Era chiquito, pero me gustaba tanto. Especialmente cuando te bajaba el cierre del pantalón y te lo sacaba dormidito y se te paraba en mi boca.
—Eras muy precoz. Siempre te gustó el pico. Aún no entrabas a la escuela y ya me espiabas cuando me cambiaba de ropa o cuando me duchaba.
—Lo recuerdo. Tenías el cuerpo como ahora, muy peludo, pero con los pelos muy negros. Me fascinaba mirártelos y, al principio, no me atrevía a tocártelos.
—Yo lo notaba, pero tampoco me atrevía a hacer nada. Te veía tan pequeño.
—Pero me moría de calentura. Ya a esa edad quería sentir tu piel, deseaba que me besaras como besabas a mamá. ¿Te acuerdas cuando me sentabas en tus piernas?
—Claro que sí. Creo que fue en…
—Papá…
—…una de esas… ¿Sí?
—Si sigues así, masturbándome con esa suavidad y lentitud, me voy a correr.
—Espera. Házmelo tú a mí.
—Ok.
—Te decía que en una de esas ocasiones en que te tenía sentado en mis piernas se me paró de tal manera que no hubo forma de ocultarla. Esa fue la primera vez que me la tocaste ¿verdad?
—Sí, la sentía muy dura y cabeceaba bajo mis nalgas. Esa vez te la toqué por encima del pantalón primero y luego tú te la sacaste. Fue arriesgado.
—Claro que lo fue, tu madre se encontraba en la cocina, pero no me pude aguantar, necesitaba que la acariciaras y tú tampoco resistías mucho más.
—Es cierto. Esa vez la vi erecta por primera vez y me enamoré de tu pichula. Me encantaba y me encanta acariciártela.
—Han pasado 20 años ya.
—Sí, tenía 7 años en ese entonces y tú…
—34
—Sí, 34. ¡Qué diferencia!, ¿no?
—Mucha. Y así de chiquito te hice chuparla.
—¡Qué delicia!, lo recuerdo como si fuera ayer. Mi madre estaba cocinando y tú me hincaste entre tus piernas y me la apuntaste a la boca; con una mano tomabas el pico y con la otra mano acercaste mi cabeza hasta que tocaste con ella mis labios.
—No duré nada, te eché los mocos casi de inmediato y tú los tragaste.
—Primero no sabía bien qué tenía que hacer, pero tú me susurraste: “chúpala”. Todavía siento tu voz grave, susurrándome esa palabra en mi mente. Y cuando la chupé tú me guiaste el movimiento de cabeza para que te sacara la leche.
—Cuando eyaculé se te salió hasta por la nariz.
—Es cierto, fue inesperado. Pero no me asusté. Me tragué cuanto pude. Y tú te la guardaste sin limpiarla por temor a que nos descubrieran.
—Es cierto. Después de eso estuve como un mes sintiendo una culpa terrible. No quería volver a hacerlo nunca más.
—Fue difícil para mí ver cómo me rechazabas. No entendía por qué. Ahora sé que debió ser muy difícil para ti.
—Lo fue. Me sentía un depravado, un abusador. Sentía una profunda vergüenza. Pero al mismo tiempo, me pajeaba cuando estaba solo recordando ese momento.
—¿Te gusta cómo te pajeo?
—Sí, pero es mejor que te detengas. Ven, dame un beso.
—Ahhh, qué rico es besarte, papá. No sabes cuánto te quiero.
—Yo también te amo, hijo, más que a mi vida entera.
—Quiero hacerte mío esta noche, papi.
—Por supuesto, mi vida. Lo que tú quieras.
—¿Te gusta que sea yo ahora el que te penetra?
—Me parece lo más natural. Ya eres todo un hombre y yo soy tuyo.
—La primera vez que me permitiste hacerlo… ¿qué edad tenía yo?
—13.
—Ah, sí, 13. Fue algo realmente maravilloso. Si ya estaba loquito por tu verga, ahí me enamoré de tu culo.
—Eras insaciable, hijo. Me lo ponías día y noche. Pero eso también me ayudó en mis deberes con tu mamá porque pude cuidarme más para ella
—Lo sé. ¿Nunca te reclamó nada?
—Si, hubo un período de tiempo, al principio, en que tú me demandabas mucho sexo y dejé de tener con ella la frecuencia que acostumbrábamos. Tuvimos algunos problemas por eso. Pensaba que tenía otra mujer.
—En ese tiempo yo era muy egoísta, te quería para mí solo y no pensaba en que eso no podía ser.
—Eras un niño y los niños son egoístas por naturaleza. Además, te enfrentabas a algo que no tenías por qué saber manejar como lo manejamos los adultos.
—Es cierto, a veces me daban celos de que la mamá te tenía con ella todas las noches y yo quería dormir contigo.
—Cierto, pero también tuvimos ocasiones de dormir juntos, ¿te acuerdas?
—Sí, claro. Fueron varias las ocasiones en que la mamá se ausentó. En esas ocasiones yo me pasaba a tu cama y te tenía todo para mí.
—Me caliento de solo recordarlo. La primera noche que dormiste en mi cama fuiste mío por completo.
—Es verdad, fue una noche en que la mamá acompañó a mi tía a una fiesta y se quedó a dormir en su casa. ¿Por qué no fuiste tú?
—Inventé un problema estomacal. Quería que esa fuera nuestra noche.
—Y lo fue. Esa noche recibí tu verga por primera vez. Fue un acontecimiento para mí.
—Al principio, creo que no te gustó mucho.
—No la resistí bien, es verdad, especialmente porque la tienes muy gruesa y aunque me trabajaste el hoyito con harta paciencia, de todos modos, me dolió.
—Pero te acostumbraste, ¿no? Me hubiera gustado que esa primera vez hubiese sido más placentera.
—Lo fue, claro que lo fue. Recuerda que esa noche lo hicimos muchas veces. Es solo que la primera de esas veces sentí dolor, pero ya la segunda la recibí con ganas. Acuérdate que en la mañana fui yo el que se la metió solito.
—Tienes razón. Yo aún estaba medio dormido cuando te subiste a horcajadas sobre mí y solito te pusiste la pichula hasta dejar solo los cocos afuera.
—Sentía que me llegaba hasta la barriga, ja, ja, ja. Estaba enamoradísimo de tu verga, papá.
—Bueno, me la chupabas donde me pillabas. A veces tenía que mostrarme molesto contigo por tu insistencia. Eras demasiado arriesgado.
—Ambos lo éramos. ¿Mamá nunca se dio cuenta de nada?
—Creo que no, pero si lo llegó a saber nunca dijo nada.
—La extraño. ¿La quisiste mucho, papá?
—Tanto como te quiero a ti, mi vida. Su partida para mí fue muy difícil, pero no hablemos ahora de cosas tristes.
—Está bien. Voltéate un poco, quiero ponerme de cucharita contigo.
—¿Así está bien?
—Sí, mi amor. ¿La sientes en la raja?
—Toda, mi amor. Estás muy caliente.
—Ábrete un poquito las nalgas, papito.
—Ok. Ponme un poquito de lubricante, ¿sí?
—Sí, está en el velador, ¿me lo pasas?
—Aquí tienes.
—Tienes el hoyito dilatado.
—Sí, no hace tanto rato que lo usaste.
—Cierto. Ábrete las nalgas. ¿Te gusta sentir los dedos dentro tuyo?
—Me vuelves loquito, hijo… métemela, ¡por favor!
—Aquí va, papá. Ufff, tantos años usando tu raja y aún se siente tan apretadito el hoyo. ¡Ahhh!
—El grosor tuyo hace que se distienda al máximo. Tienes un pico irresistible, hijo.
—Deja… así… me encanta culearte. ¡Qué rico se siente!
—¡Ahh!, ¡ahh! Culéame hasta el fondo.
—Papá… qué culo tan delicioso. ¡Te quiero!, ¡ahhh!
—¡Más fuerte, hijo!, ¡más fuerte!, ¡ahh!
—Echa hacia atrás el culo… ¡Ohhhh!, cómo te gusta, ¿eh?
—Ufff, ¡cómo te la siento, mi niño!, está muy gruesa, de verdad.
—¿Te gusta que te culee así de lado?
—Me recalienta, especialmente cuando me agarras las tetas desde atrás y me retuerces los pezones, ¡ufff!
—Me gusta hacerte eso… y mordisquearte las orejitas, ¡qué rico!
—Eres todo un hombre, hijo, tu voz grave se siente tan masculina ahora que estás grande.
—Me gusta hacerte mi puto, papá. Eres mi puto, ¿lo sabes?
—Sí, hijo, hoy soy yo tu puto.
—Ya estoy llegando… no quiero acabar todavía.
—No te corras aún, espera. Pónmelo de frente.
—Está bien, papá. Déjame ponerte una almohada para levantar el culo.
—Me fascina que me lo pongas de frente para poder mirarte.
—A mí también me gusta mirarte cuando te estoy culeando, papá. Es muy morboso verte sometido a mí.
—Lo sé. Yo adoro que me beses cuando me estás clavando.
—Sujeta las piernas, ábrete bien, papito.
—Bien, mételo todo de una v… ¡Agghhhh!
—¿Así?, ¿así te gusta que te lo meta?, ¡ahhhh!, ¡qué puto eres, papá!
—¡Sí, soy tu puto!, ¡clávamela toda!, ¡qué pico!, ¡qué pico tan rico!
—Dame tu boca… ¡ahhh!, ¡qué rico eres, viejo!
—Ahh, qué rico me besas.
—¿Sientes como chocan los cocos en tus nalgas?
—¡Ohh, sí!, me recalienta sentir eso.
—Tienes muy caliente el hoyo, papá. Abre la boca.
—Ahh, me muero cuando haces eso.
—Abre… ahhh, así me gusta, que recibas todo lo que te doy sin chistar.
—Nunca te negaría nada, hijo, puedes hacer conmigo lo que quieras.
—¿Incluso esto? Abre la boca.
—Ni siquie….
—Trágalo…
—…ra eso. ¡Ahh!
—Estoy que me voy. Tu anillo me estrangula el pico.
—Eres todo un hombre, hijo, todo un macho caliente.
—¡Ahhh!, ¡ahhh!, ¡ahhh!
—Dame los mocos, hijo. ¡Dame todo!
—Ahí…. ¡Agghhhh!, ¡papá!
—Ufff, hijo.
—Ahhh, eres increíble, viejo. Me dejaste seco.
—Te amo, hijo mío.
—Te amo, papá… límpiame el pico.
—Sí, hijo.
—No… con la boca.
FIN
Torux
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Wow!!!! Que relación tan caliente tienes con tu hijo…