En las duchas del camping
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ttm.
Ahora tengo ya 25 años, pero ha sido hace pocos meses que algunas de las cosa que más me han marcado han cobrado sentido. Aquello que paso durante unos tres veranos marco para siempre mi sexualidad y todavía compruebo con asombro hasta que punto unos hechos sutiles pasados hace tantos años gobiernan mis deseos de forma sutil pero clara.
Uno de mis recuerdos más intensos se refiere a lo que hacíamos mi padre y yo, o lo que él hacia conmigo cuando yo era muy pequeño.
En mi familia éramos mi padre, mi madre, mi hermana 3 años menor que yo y yo mismo.
Hasta donde recuerdo, los veranos íbamos siempre a pasar unas semanas en un camping de la costa, siempre el mismo.
Como he dicho, yo debía de ser muy pequeño cuando todo comenzó, y no tengo un recuerdo de que debiera de comenzar en un momento concreto que yo recuerde sino que yo lo vivía como algo normal, algo que pasaba durante los veranos.
Yo debía tener unos 5 años por aquel entonces. Allí, en vacaciones, cada día alternábamos la piscina del camping con la playa. Y, claro está, recuerdo juegos infantiles con mi padre y mi hermanita. Por las tardes, antes de cenar era la hora de la ducha familiar y cada tarde mi madre se llevaba a mi hermana y yo iba con mi padre a tomar una ducha y a cambiarnos la ropa del día. Me veo encaramado al cuello de mi padre, cogido de su cabeza de camino al bloque de los sanitarios donde estaban las duchas. MI trayecto de ida y vuelta era así porque así evitaba ensuciar mis piececitos, aquellos con que tanto les gustaba jugar a mi padre.
Mi padre siempre me llevaba al mismo bloque de aseos y duchas, uno que quedaba bastante apartado y que, como no era tan moderno era usado por pocos campistas que, además, muchos de ellos usaban de sus autocaravanas. A mi madre le oi comentar que prefería ir allí por no hacer colas. De hecho muchas tardes éramos los únicos, o casi.
Una vez el bloque mi padre escogía alguna de las cabinas de ducha, casi siempre la misma. Un a vez dentro, mi padre recuerdo que, después de colgar las toallas, dejar la ropa limpia y los enseres de limpieza, antes de cerrar la puerta, me ponía sobre un banco que había un lado, de espaldas a la puerta y me comenzaba a quitar la poca ropa que llevaba encima mientras me debía hablar de banalidades o hacía pequeños juegos que, por lo menos, lo recuerdo divertido.
Con la puerta entreabierta, yo completamente desnudo y mi padre el en cuclillas delante de mi, pasaba unos pocos minutos quitándome la arena y luego me tomaba en brazos. Yo solo tenía que poner mis brazos alrededor de su cuello, el me daba unas palmaditas en mi trasero y yo ponía mis piernas alrededor de su cintura mientra el se levantaba y se quedaba algunos minutos más conmigo colgando, completamente desnudo y abrazado a él. Entonces, mi padre pasaba suavemente un brazo por detrás de mi espalda y sujetaba mi cabeza contra su cuello. Entonces, casi cada día pasaba algo extraño que por mi corta edad yo ni entendía ni me cuestionaba.
Yo continuaba así abrazado, con los pies colgando al lado del torso de mi padre y siempre de espaldas a la puerta. Algunos días yo sentía que alguien entraba en el compartimento de la ducha, cerraba la puerta y se quedaba en silencio entre nosotros y la misma puerta. Supongo que por la tranquilidad que con que yo veía en mi padre y sentirme seguro abrazado a él, yo no recuerdo haber pasado ningún miedo sinó todo lo contrario, recuerdo haber esperado aquellos minutos especiales dentro de mi mundo infantil.
Mi padre me mantenía distraído y siempre con una mano detrás de mi cabeza mientras me explicaba cualquier cosa y yo me quedaba quieto. Con la otra mano me comenzaba a dar, decía él, un masaje para relajarme antes de la ducha y, efectivamente, me acariciaba y masajeaba todas las partes de mi cuerpo desnudo donde llegaba su mano. Y mientras me iba tocando yo acababa sintiendo otra mano que poco a poco se unía al masaje. Era de un tacto diferente, más suave, como si tuviese puesta alguna crema, y aquella mano desconocida me acariciaba con suavidad mi piel infantil sin dejar ningún rincón. Recuerdo muy bien sus paseos sobre mi espalda, mis pequeñas piernas colgantes y, muy especialmente, mis nalgas que con la posición quedaban completamente abiertas cosa que dejaba todo el acceso posible a mis diminutos testículos y incluso a mi ano que también era objeto de atención de aquellos dedos suaves.
Años después fuí reconstruyendo la posible escena a base de relacionar pequeños detalles que durante años me habían pasado desapercibidos y sin conexión alguna.
Supongo que algún otro campista se había fijado en mi cuerpecito de tan pocos años, y no era difícil porque muy habitualmente andaba yo completamente desnudo por la playa, la piscina y el camping mientras dejaba que se secase mi diminuto bañador.
Supongo que alguien debió fijarse en el cariño especial que mi padre me dedicaba con sus abrazos y besos frecuentes entre nuestras risas y juegos.
Supongo también que la complicidad entre mi padre y aquel campista se fue intensificando y eso propició un acercamiento, pero que ni mi padre ni el otro quisieron que rompiese el anonimato por evitar situaciones embarazosas.
Así que supongo que el campista nos debía seguir a las duchas y esperaba que mi padre le hiciese alguna señal para que se uniese a nosotros y así comenzaba aquel pequeño ceremonial de sensaciones que duró unos años.
También supongo que en un pacto no escrito nuestro acompañante seguía las reglas de mi padre para que aquello no trascendiera donde no debía. Es decir que si yo no veía realmente a quien nos acompañaba en la cabina, no podía ni reconocerle, ni explicar de forma convincente a nadie lo que allí pasaba. De hecho al principio hice un día un comentario delante de mi madre y mi padre simplemente me miró y dijo que vaya cosas que me pasaban, con una leve sonrisa despreocupada. De hecho yo fui entrando en aquel pequeño círculo de complicidad y no mencioné nada más de aquellos furtivos encuentros, cosa que supongo que permitió que aquellos continuasen y fuesen más osados, pero siempre preservando que yo viese su cara.
Sostenido por mis pequeños brazos entorno del cuello de mi padre y sujetado por su brazo que yo sentía fuerte por la gran diferencia de tamaño, pasaba aquellos fugaces minutos con sensaciones placenteras que yo no sabía explicar.
La falta de incidentes, como he dicho, que las precauciones de ambos y mi complicidad fueron propiciando, hizo que la boca del compañero se uniera al cabo del tiempo a los juegos. Yo ya había sentido antes la boca de mi padre en otras ocasiones que puede que explique en otro momento, pero sentir aquellos labios y aquella lengua en aquellas tan especiales sesiones cargadas de tensión y deseo, despertaron en mi nuevos placeres que me hicieron desear todavía más sentirme poseído entre aquellos dos cuerpos adultos a los que me entregaba sin reservas.
Primero fueron besos en mi espalda que poco a poco se fueron esparciendo por toda la desnudez de mi cuerpo pero recuerdo muy bien que un día sentí que cogía uno de mis piececitos que colgaban y lo puso, para mi más gran sorpresa dentro de su boca. Sentí su lengua recorrer mi pequeño pie milímetro a milímetro, y recuerdo que mi sorpresa se convirtió en placer. Placer de sentir su lengua repasar la tierna planta de mi pie o urgar entre mis deditos infantiles que, hay que recordar, debían conservar todo el sabor de mis efluvios porque todavía no me había duchado después de todo el día de andar descalzo o en chancletas.
Aquellas tan intensas y especiales sensaciones son seguro el origen de mi obsesión actual por los pies que me deleito en buscar, observar, tocar y saborear a poco que tenga ocasión de ello.
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