En las montañas de la locura (incesto apocalíptico)
Ambientada en el mismo mundo del relato Incesto apocalíptico, un par de hermanos deben enfrentar solos a un mundo hostil, con gente desesperada y un clima cambiante. .
No recuerdo el momento de nuestro escape, pero sí a la pequeña caballa en la montaña. Era invisible desde las faldas nosotros podíamos ver a quien subía, pero ellos a nosotros no. Teníamos un río cerca, cultivábamos un poco y cazábamos sin peligro. Conseguir comida no era el problema. La muerte de nuestro padre sí lo fue.
Mi hermana era mayor a mí por trece años, en ese momento tenía 25, y la vi sonreír cuando por fin echamos tierra sobre nuestro padre. Madre también sonrió, pero ella también estaba enferma. El polvo radiactivo en el ambiente era demasiado y cómo ella creció en los tiempos anteriores a las guerras, las epidemias y la venganza climática, su cuerpo no estaba adaptado a aguantar un ambiente tan tóxico. Antes de morir escribió una carta, le pidió a Regina que me enseñara a leerla y nos pidió enterrarla bajo nuestros cultivos para nutrir la tierra.
Regina no sonrió al echarle la tierra encima. “Ahí va mi última amiga” dijo mientras hacíamos los surcos para plantar el maíz.
Llegó el tiempo frío. Debido a la devastación climática, el frío y el calor llegaban de formas aleatorias, pero más o menos podíamos saber cuándo habría tormenta, cuando habría calor o cuando frío.
-Papá dice que no siempre cayó nieve en este lugar. – le dije a mi hermana.
Regina me vio con cara de pocos amigos.
-Ya está muerto, no lo menciones más.
Cada noche mamá me sacaba de la casa por una o dos horas para buscar leña y vigilar que nadie husmeara la cabaña. Siempre me pregunté por qué papá insistía en quedarse con Regina y por qué cuando regresábamos, ésta lloraba y papá estaba tranquilo. Cuando crecí y adquirí consciencia de mi vida, mamá me explicó que papá era un hombre y que tenía necesidades de hombre. Le pregunté por qué no las satisfacía con ella en vez de con mi hermana, pero ella sólo miró con pesadumbre al camino y negó con la cabeza. “Ya estoy vieja” dijo. “Porque soy una mala madre”.
Una vez solos, Regina y yo juntamos todas nuestras conservas y carne salada y las guardamos en el burdo sótano de la cabaña. Luego juntamos las armas de papá junto a la única cama y nos preparamos para pasar el tiempo frío.
En ocasiones robábamos ropa del pueblo cercano o telas para usarlas como mantas, pero llegamos a la conclusión de que ya no era suficiente. Fue una tormenta fría más helada de lo normal y el fuego era casi imposible de mantener vivo. Tuvimos que acostarnos el uno junto al otro, piel contra piel para transmitirnos calor.
Yo estaba detrás de ella. Escuchaba el gélido silbido del viento entre las maderas de la casa y en los huecos de la puerta. Toda la casa parecía mecerse y crujía como si nos masticara.
-Abrázame. – me dijo.
La envolví con mis brazos. Tal vez yo era menor, pero estaba ganando altura muy rápido. La rodeé y pegué mi rostro a su espalda. Su aroma era fantástico, algo que no había notado nunca. Su cadera y la mía embonaban perfectamente y mis manos sobre sus pechos parecían reconfortarla.
-Masajéamelas, amásalas como si mamá fuera a hacer pan. – ordenó.
Y lo hice. Con mis manos comencé a acariciarle sus senos, lo hacía con delicadeza, no como papá cuando se las sujetaba con agresividad. Yo lo hacía con cuidado, pero conforme sus pezones se comenzaron a poner firmes y duros, algo instintivo en mi me hizo hacerlo con más vigor.
-¿Qué es eso duro detrás de mí? – preguntó, aparentando verse molesta.
No podía evitarlo. La creciente oleada de sensaciones me llevaba a tener mi verga cada vez más dura y caliente. Trataba de contenerme, pero ya estaba entre sus piernas y sentía cada vez más calor emanando de ahí.
-Tomás, ¿sabes qué está pasando? – preguntó. Negué con la cabeza, aunque ella no pudiese verme. – Tu verga quiere estar dentro de mí. – dijo con tono travieso.
Levantó un poco la pierna, sólo lo suficiente para permitir que mi pene se deslizara entre el pelo púbico y los pliegues. Con una mano me la tomó, una sensación electrizante en mí, y la dirigió a su interior. Con un gemido curveó su espalda y su cadera para dejarme pasar. Estaba caliente y más húmeda de lo que imaginaba.
-Tal vez esto nos quite el calor. – dijo gimiendo. – muévete de atrás a adelante, pero sin salirte.
La obedecí. Lo hice con cuidado, lento. Disfruté cada milímetro recorrido de adelante a hacia atrás. Lo hice varias veces hasta que la humedad, cada vez más abundante de regina, me invitó a aumentar la velocidad.
-Qué rica verga hermano. Qué rica verga…
Ella también movía su cuerpo hacia mí y yo hacia ella. Era delgada, casi esquelética. Sus tetas tenían buen volumen, pero el resto no. Papá decía que eso era un milagro porque mamá había perdido las suyas con el tiempo. Tenía el cabello castaño claro, casi rubio como mamá y su piel, aunque sucia por nuestro precario ambiente, era clara. Era una maravilla y ahora su culo estaba contra mí, rebotando de costado para sobrevivir al frío. Yo era sólo un chiquillo y estaba gozando. Ella también, gemía cada vez más fuerte, cada vez más libre. Papá le tapaba la boca cuando se lo hacía. Ahora disfrutaba y se dejaba llevar.
-Espera, quiero estar arriba. – dijo de repente y se separó de mí y con cuidado de no quitarnos las mantas, telas y pieles de encima se colocó sobre mí con las piernas abiertas. Me montaba, me cabalgaba. Se introdujo la verga de su hermano y son las manos a los lados de mi cabeza comenzó a subir y bajar su cadera, llenándonos de placer por igual. – Estoy arriba… ¡Ahora estoy arriba!… ¡Oíste eso papá! ¡AHORA YO SOY LA QUE ESTÁ ARRIBA! – gritó con lágrimas en los ojos. Yo comencé a moverme también. No sabía si lo hacía bien, pero quería sentir más rico de lo que sentía para esos momentos. Parecía funcionar, sus gemidos se intensificaban. Aumentaba de velocidad y sus ojos parecían estar a punto de ponerse blancos. Me tomó del cabello y me llevó a una de sus tetas. Me boca rodeó ese pezón y de nuevo, como si ya supiera como hacerlo, comencé a succionar. – ¡OH, SÍ BEBÉ! Mama como cuando eras bebé. ¡Mama mis tetas como cuando saliste de mí!
Solté el pezón confundido, pero ella me volvió a sujetar la cabeza y me llevó de vuelta a su pecho. Esas palabras, a pesar de confundirme, me hicieron ponerme más duro. La sola idea, la sola fantasía me hizo aumentar de velocidad, tomarla de la cadera y hacerme envestirla con más fuerza, hasta llegar al fondo.
Regina gritó. Y todo su cuerpo se contrajo. Fue una convulsión que la hizo retorcerse y lanzar un chorro tibio de entre sus piernas. El conducto por el que entraba y salía mi verga se contrajo deliciosamente, como si se sujetara de mí y no me quisiera permitir salir. Las sensaciones en mí fueron incontenibles y terminé gritando al tiempo que mi verga explotaba en un chorro espeso y caliente dentro de ella.
-¿Te viniste Tomás? – preguntó con una sonrisa.
Yo desconocía el significado de esa expresión, pero dije que sí. Ella sonrió y se dejó caer sobre mí, compartiendo su calor conmigo. Reía con satisfacción. Su rostro siempre rígido por el odio, el resentimiento y la tristeza se relajó por primera vez en muchos años.
A la mañana siguiente, con el sol permitiéndonos salir de entre las mantas, le pregunté a Regina por lo que había gritado. Ella sólo se encogió de hombros y continuó buscando ropa extra para resistir el frío.
Esa misma tarde, cuando nos sentamos a comer, sacó el sobre con la carta de mamá de nuestro refugio de provisiones y comenzó a leer.
“Querido Tomás, hijo mío, luz de mi vida” comenzó a leer Regina. Antes del fin del mundo mamá había sido una importante escritora. “Lamento decirte que una de esas cosas es mentira. Sí eres mi querido Tomás, también eres la luz de mi vida, pero no eres hijo mío. Te criamos en un tiempo duro y difícil, pero incluso ahora es inmoral lo que ocurrió. En este mundo sin ley tuve que hacer cosas horribles para sobrevivir. Me hice novia de un asesino y escapamos de aquel grupo caníbal para tener una familia en un lugar remoto. Pensé que lejos de esos malditos estaríamos a salvo de aquel salvajismo, pero tu padre tenía otros planes. Lo contuve tanto como me fue posible, pero cuando tu hermana llegó a la edad…” Regina se detuvo, su voz se quebró y sus ojos se llenaron de lágrimas. Respiró hondo y luego continuó: “cuando tu hermana llegó a la edad, la usó para su placer y así naciste tú. Te hemos mentido, no eres mi hijo, pero sí de Regina. Lo único que le permitía aguantar los abusos era saber que tú nunca los veías. Tu padre quería que fueras un hombre fuerte para este mundo tan hostil, sé que lo serás. Ahora los he dejado solos. Estarán bien. Saben cultivar, cazar, usar armas y tienen agua. Regina te enseñará lo demás, por fin será tu madre. Cuídense el uno al otro y no repitan las barbaridades que cometimos su padre y yo. Los amo”.
El clima mejoró y con él pudimos salvar las cosechas. Continuamos en nuestro exilio y vigilábamos a las faldas de la montaña en busca de posibles invasores. Pasó un tiempo y comencé a cazar con arco y flecha no sólo a animales, sino a bandidos que atacaban a grupos o viajeros inocentes.
-Muchas gracias – dijo uno que salvé cerca del pueblo abandonado. – ¿Vives por aquí cerca?
-En una cueva con otros tres tipos. – Siempre respondía con una historia diferente. No quería visitantes indeseados y en tiempos desesperados, inclusos los inocentes se vuelven peligrosos.
Él tomó las armas de algunos caídos y las municiones extra nos las repartimos.
-Cuentan que en estas montañas vive una pequeña familia que acaba con los que pasan por aquí. Algunos dicen que son demonios, otros que son un ejército disperso a la espera de ordenes de un gobierno desaparecido.
-¿Ah sí? – dije divertido. Me gustaban esas historias.
-Sí. Dicen que por estos bosques puedes escuchar chillidos, gemidos y en ocasiones llanto de bebé. Si los escuchas, seguro morirás.
Lancé una carcajada.
-Llevo años por aquí y no he escuchado nada de eso. Ni chillidos, ni ronquidos, ni gemidos, nada.
El desconocido se encogió de hombros.
-Como sea. Me hiciste un favor, a mí y al que dice ser el rey de por aquí cerca. Si vas a la ciudad al otro de las montañas, búscame. Me llamo Gregorio y te debo un favor… ¿Sabes? Me hubiera gustado que eso del llanto de bebé fuera cierto. No nacen muchos bebés en estos días.
Le di la mano y lo vi irse.
Subí por la montaña hasta llegar a nuestra cabaña cada vez más mejorada. Le habíamos hecho arreglos para resistir el frío y para tener un poco más de intimidad. Tratábamos de poner más habitaciones y expandíamos el alcance de nuestro plantío.
-Hola papi – dijo una voz aguda y animada. Era Imelda, de seis años.
-Hola hermosa. ¿Dónde están los gemelos?
Nueve meses después de nuestra primera noche de pasión nacieron Rosa y Rodrigo. Ellos estaban por cumplir once años.
-fueron a conseguir madera. – dijo Imelda con total inocencia.
En ese momento se abrió la puerta y salió Regina, sonriente y con una panza gigantesca por el nuevo embarazo. La acompañaba Miranda, de ocho.
-Tardaste mucho. ¿Fue difícil? – preguntó con tono coqueto. – Pensé que habría de contar a un hijo menos para cenar esta noche.
Se me acercó, me besó y con discreción me puso una mano sobre la verga. Se me empezó a poner dura.
-¡Un momento! – objetó Miranda. Regina quitó su mano de mis pantalones. – ¿Cómo que un hijo menos para la cena? Papá no es tu hijo.
Regina y yo nos miramos y luego reímos. Si tan sólo supieran.
-Tu papá es como un niño. Es impetuoso, impredecible y muy juguetón… y espero que nunca falte para cenar. No puede dejarme sola con todos estos niños. Se multiplican en un abrir y cerrar de ojos.
Me fascinó el relato anterior y este aún más, porfavor escribe más de está saga, quiero saber más de está familia en el bosque y su vida tan precaria/placentera