Encuentros Familiares capítulo 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Advertencia: Este relato es meramente ficción y entra dentro de las normas de SST.
Patty:
Una chica de quince años comprando tangas siempre da de qué hablar.
Sobre todo si está en compañía de su mamá.
Ella y yo llevábamos media hora en la tienda de lencería, mirando tantas cosas con encajes que ella y yo sólo podíamos imaginarnos cómo nos veríamos usando semejante ropa ajustada y casi traslúcida.
—Esta te quedaría bien —dijo mamá, ofreciéndome una tanguita de color rojo, con la zona triangular transparente—.
No es tan chica.
—Yo también quiero una tanga —dijo Lucy, mi parlanchina hermana menor.
Tenía solamente diez años, pero su cerebro ya comenzaba a apuntar a que sería una loca como mamá y yo.
—Estás muy chica para eso —replicó mamá—.
Anda, ve a ver esas braguitas de por allá.
Lucy frunció las cejas y se fue al lado de otras niñas de su edad.
Yo miré a mamá un poco confundida.
Cuando yo tenía diez años, mamá me había comprado ropa sexy y a veces dejaba que saliera a la calle portando minifaldas y blusas apretadas a mis pechos planos.
—Pobre de ella —dije como quien no quiere la cosa—.
Sólo siente la necesidad de verse bien.
—Es una niña todavía —mamá la miró de reojo—.
Si tiene suerte, no crecerá como tú.
—¿De qué hablas? —sonreí, comprobando la suavidad de un sostén—.
¿Qué tengo?
—Eres un poco putita, y lo sabe bien, Patty.
Puse los ojos en blanco.
Que mi mamá me dijera eso resultaba ciertamente ofensivo… pero ¿a quién engaño? Fue ella quien me atrapó dos veces sobre su cama teniendo sexo con mi novio.
Así pues, me había ganado esa impresión de mi mamá.
—Ya.
Te lavé las sábanas —repliqué.
—Llenas de esperma.
Tuve que tirarlas —rio sutilmente.
Era una buena historia, y cuando mi papá se hubo enterado de ella, recibí más de un regaño.
Mi novio, intimidado por mi papá, me había dejado la semana siguiente.
No había vuelto a saber de él desde entonces.
Mamá eligió unas cuantas tangas más y un conjunto sexy de lencería para darle un regalo a papá.
Me guiñó el ojo con travesura y nos fuimos a pagar.
—Deberías encontrar un trabajo —dijo mamá mientras pagaba la ropa.
En ese momento, Lucy apareció con una linda faldita corta.
Hizo ojos de cachorro y mamá se la compró.
—¿Trabajo? ¿Por qué lo dices?
—Para que tengas dinero y puedas ver la importancia de ser responsable.
Encuentra algo por hacer.
—Sabes que he buscado, pero solamente tengo quince años.
—Y sabiendo eso, te recomendé a una amiga.
Cuidarás a su hijo a partir de la próxima semana.
Ella y su esposo están estudiando una maestra los sábados y no tienen con quién dejar a su mocoso.
—Pff… está bien.
Lo haré —no me agradaba la idea, pero mamá era mamá y contradecirla no estaba en mis planes.
—¿Cómo me queda? —dijo mamá, saliendo de su vestidor.
Sólo llevaba la tanga.
Sus pechos grandes se bamboleban de un lado a otro.
Eran firmes, paraditos y con los pezones rosados—.
¿Patty, Lucy?
—Está bien —contesté yo, cambiándome de brasier.
Lucy estaba pintándose las uñas.
Miró a mamá y sonrió.
—Se te ve la cosita, mamá.
—Ese es el chiste, querida —rio ella—.
Anda.
Ve a probarte las pantys que te compré.
Lucy lo hizo, y salió del vestidor moviéndose con coquetería.
Llevaba sus pequeñas bragas azules, que contrastaban muy bien con el color blanco de su piel.
No tenía pechos, obviamente, así que la blusa que llevaba puesta le quedaba un poco holgada.
Tenía unas piernas exquisitas para una nena de su edad.
Iba a ser una chica alta, si es que la genética estaba de su parte.
—Se ve bien —dije yo, terminando de abrocharme el sostén.
La puerta del cuarto se abrió de repente y entró papá.
—¡¿Qué?! ¿Esta es una casa de modelaje o qué? —su comentario hizo reír a mamá, que de inmediato fue a abrazarlo.
Sus senos quedaron aplastados por su peso.
Lucy también corrió hacia él y papá la levantó tomándola por las nalgas.
Mi hermanita se agarró con las piernas al cuerpo de papá y le dio un beso de pico en la boca.
—Papi ¿Me compraste el conejito que te pedí?
—Anda a verlo, princesita hermosa.
—¡Sí! —gritó Lucy y bajó corriendo por las escaleras.
—¡Ponte pantalón! —gritó la voz de mi hermano Eric.
Lucy le habrá respondido una grosería.
Mi hermano entró, vio a mamá sin sostén, y salió de inmediato.
Era muy tímido para ver el cuerpo de una chica.
—¿Y a mí qué me compraste? —le pregunté a papá, caminando hacia él con las manos detrás de la espalda.
Noté que, por un segundo, sus ojos se pararon sobre mis apretados pechos.
Él sonrió y me acarició el pelo—.
Sí, también te traje ese canario que querías.
Anda a verlo.
—¡Genial! —grité y salí en ropa interior.
Se me había olvidado ponerme los jeans, pero cuando quise regresar, papá ya había cerrado la puerta y del otro lado sólo se escuchaban las risas de mamá.
Al día siguiente salí a ver el trabajo que mamá había encontrado para mí.
La familia Cortez vivía en un sitio apartado del pueblo, en una zona destinada para las casas grandes y de gente adinerada.
Su hogar era amplio y sofisticado, con una fachada blanca y dos grandes columnas en la puerta.
Ellos ya sabían que yo llegaba, así que cuando me vieron, se apresuraron a darme las indicaciones rápidas de todo lo necesario para cuidar de su hijo.
Los números de emergencia estaban pegados en el refrigerador, y también me enseñaron la piscina y el cuarto de juegos.
—Alex estará feliz de verte —dijo el señor Cortez—.
Es un poco tímido con las niñas.
Trata de no ponerlo bajo presión.
—Oh… no debí traer minifalda —dije, mirándome las piernas.
Mariana, la mamá, rio y me dio un golpecito en la espalda.
Alex tenía doce años nada más.
Yo le llevaba nada más tres de diferencia.
Era un poco alto, delgado y con el pelo negro y ondulado.
Estaba ocupado detrás de un Xbox y jugaba sin mirar lo que pasaba a su alrededor.
—Tenemos otra hija, pero a ella no la cuidarás.
Se llama Lucrecia.
Llegará por la tarde.
—¿Cuántos años tiene ella?
—Veinte, pero ella sale a sus clases extra, así que de todos modos no tenemos quien se quede con Alex.
—Cuidaré de ambos —bromeé, y el papá me despidió con un apretón de manos.
No volverían hasta la noche.
Entré al cuarto de juegos donde estaba Alex y me senté en la silla de al lado.
Mi falda se corrió mucho en cuanto crucé las piernas.
—¿Te puedo ayudar a jugar?
—Estoy bien —me lanzó una mirada avergonzada y me dejó el mando.
Él se fue rápidamente a otro sitio.
Puse los ojos en blanco y le seguí.
Estaba en la cocina, preparándose un emparedado.
—Oye, soy tu niñera.
Estoy aquí para cuidarte.
Yo te haré de comer ¿sale?
—Sí… está bien.
Canturreando una canción alegre, saqué los ingredientes que faltaban del refri y me puse a prepararle un refrigerio al chico.
Él no dejaba de mirarme con curiosidad.
—¿Cuántos años tienes? —me preguntó.
—Quince.
—Pareces menor.
—Tengo quince apenas —repetí y le di el emparedado.
Me senté frente a él y note que sus ojos se fueron hacia mis pechos.
Los miraba como abobado, y yo le dejé hacerlo.
Si con eso lograba mantenerlo tranquilo, que me mirara lo que quisiera.
De todos modos eran pechos nada más.
Depósitos de tejido que servían para amamantar.
Nada más que eso.
—¿Vamos a jugar? —le pregunté después de que terminó de comer—.
¿Quieres ir a la piscina?
—Acabo de comer.
—Oh, cierto.
Pero sólo mojemos nuestros pies y tomemos el sol.
—¡Está bien! —aceptó alegremente, y lo tomé de la mano para llevarlo.
La piscina estaba al aire libre.
El terreno de la casa estaba rodeado de una valla de concreto de casi tres metros de alto, por lo que nadie podía mirar.
—Mi mamá suele nadar sin brasier —dijo Alex.
—Es que así se disfruta más del agua.
Él se quitó la camisa y los pantalones.
Llevaba una pequeña trusa negra que le marcaba su pene.
Pequeño, claro.
Era un niño nada más.
Y a mí no me iban mucho los menores.
Prefería cosas más maduras y grandes.
Se metió a nadar en la parte que no estaba honda.
Mojé mis pies y me quedé en la orilla.
Me solté el pelo y dejé que el sol me bañara la cara con su cálida luz.
Si trabajar era algo así, estaba agradecida con mamá por dejarme semejante sitio.
Después de eso, y de que Alex me siguiera mirando con curiosidad infantil, salimos y fuimos a su cuarto.
Él dijo que dormiría, así que le dejé estar y me fui a merodear por la casa.
Pecaba de ser curiosa.
Y la mansión era grande.
Entré en todas las habitaciones que pude y llegué hasta el dormitorio de los Cortez.
La puerta estaba abierta, y husmeé un poco en el modo de vida de los ricos.
El armario estaba lleno de vestido y de zapatos.
La cama era muy suave y tenían una pantalla enorme frente a ella.
—Creo que también dormiré un poco.
Me quité la falda y la blusa, quedándome solo en ropa interior.
Cerré la puerta con llave y encendí el aire acondicionado para terminar de refrescar.
El control de la pantalla estaba a mi lado, y lo tomé para encender el televisor.
Lo que apareció no era una película.
Se trataba de…
Era un vídeo.
Un vídeo extraño y… pornográfico.
Sonreí y me acomodé mejor, un poco con las piernas abiertas.
No veía mucho porno porque no buscaba el sentido a eso; pero estando en casa ajena, bien podría sobarme un poco para dejar mi huella en la cama.
Posé una mano sobre mi vagina, por encima de mis bragas, y empecé a masajear.
En el vídeo, que era amateur, estaba una señora de espaldas sobre la cama…
Un momento.
Era esta misma cama.
Dejé de masturbarme y miré con atención.
La señora no era nadie más que Esmeralda.
La mamá de Alex, y estaba desnuda y a cuatro patas sobre la cama.
Sonreí con travesura y volví a acostarme, esta vez arrancándome los calzones.
Necesitaba ver esto con mucha seriedad.
Mis jefes eran actores porno, y yo estaba allí, mirando cómo iban a cogerse.
La mamá se puso a cuatro patas y enseñó el culo.
Su ano era muy estrecho y su coño estaba depilado al milímetro.
El que grababa era el papá.
Debía ser él.
Debía, pero no.
De repente la cámara apuntó a la puerta, y quien entró fue nada más y nada menos que Marcos Cortex y Alex.
Padre e hijo.
¡Padre e hijo! ¿Qué demonios…?
Me volví a sentar, esta vez ya con un sentimiento extraño en la cabeza.
Quien grababa habló.
Una chica.
Debía ser la tal ¿Lucrecia?
—Bien —dijo la hermana de Alex—.
Hora de que mi pequeño hermano pierda la virginidad.
—Ven acá, hijo —rio Esmeralda, mientras su esposo guiaba a su pequeño.
Alex, con el pene erecto, todo lo que se podía en un niño de doce años, se posicionó detrás de su mamá.
Ella estaba riendo y su cara era un semáforo rojo.
—Adentro, adentro ¡woo! —gritó Lucrecia cuando Alex, sin prisas, tomó las nalgas de su mamá, las abrió y zampó su verga dentro de ella.
Yo me quedé con la boca abierta y los ojos a punto de salirse de mis órbitas.
Allí estaba el niño penetrando a su propia madre.
Allí estaba él, uniéndose físicamente en el incesto con la mujer que lo había dado a luz.
Era tan… aterrador.
Tan aterrador ver algo así.
Marcos se acercó con la pija inmensa y parada.
Esmeralda la agarró con su boca y empezó a dar tremendas mamadas que hasta la saliva le goteaba por la cara.
La cámara apuntó a Lucrecia.
Era joven, de pelo negro y lacio.
—Bien, ha quedado grabado.
Doce de mayo de dos mil diesisiete, mi hermano menor ha perdido la virginidad con mamá.
¡Saludos a todos!
Volvió a enfocar la cámara y la dejó sobre una mesa.
Luego, desnuda, con sus nalguitas respingonas, la hija mayor de los Cortez se unió a la cama.
Se acostó al lado de su mamá y abrió las piernas tanto que estás tocaron sus tetas.
Marcos, entonces, no tardó nada en ponerse entre su hija y comenzar a romperle el coño con su verga de acero.
Yo seguía mirando, impactada y sin saber qué hacer o cómo moverme.
Lo que estaba viendo era… era tan… no lo sé.
Estaba sudando de miedo y de sobrecogimiento.
Los gemidos de Lucrecia eran lindos, y sonreía a la cámara que seguía firmando en el buró.
La mamá de Alex se giró y apuntó su boca a la verga de su hijo, donde comenzó a mamarlo con devoción.
Obviamente todo el miembro cabía dentro de la señora.
Sus grandes y hermosos pechos se bamboleaban.
A su lado, seguían cogiéndose a su hija.
El propio Alex leía como un pilluelo y agarraba a su mamá del pelo.
Esmeralda chupaba toda la pija y hasta los diminutos huevos que estaban sin pelo y debajo de la tranca de su querubín.
Me acosté, inesperadamente mi clítoris empezó a desear ser jugado, ser acariciado.
No pude evitarlo, y sin darme cuenta de qué estaba sucediendo dentro de mí, me masturbé.
Abrí tanto mis piernas que me dolió la pelvis.
Mis dedos completos entraron en mi estrecho canal y sacaron mis jugos calientes y pegajosos.
Los metí a mi boca y los chupé como si fueran mermelada.
Lucrecia ahora mamaba la polla de su hermanito mientras, a su lado, su mamá daba violentos sentones a su esposo.
Yo no miraba tanto a Esmeralda y a Marcos, sino a los dos hermanos que estaban comiéndose el uno al otro.
Un niño de doce años contra una mujer de veinte.
Era insólito, caliente y más allá de eso.
A Lucrecia le gustaba lo que hacía, porque masturbaba y besaba a Alex en la boca con una pasión marital.
Me estremecí.
Era… era lindo.
Ternísimo.
Y la orgía siguió durante más tiempo.
Casi veinte minutos de vídeo.
Fue el señor Cortez quien eyaculó en la cara de Lucrecia, y el escaso semen de Alex salió para la lengua de su mamá.
Ambas perritas, ambas mujeres, comieron los jugos que los dos tenían para darles.
El vídeo se terminó justo cuando yo misma me corría violentamente y los espasmos se hicieron más intensos y lacerantes.
Mi coño ardía.
El orgasmo estaba a punto de sacarme el corazón.
Había sido épico en más de un sentido, y me temblaban las piernas.
Tuve que quedarme tumbada un rato para normalizar mis latidos.
Luego, me vestí y apagué la pantalla.
Dejé la cama como estaba y salí aterrada de ese sitio.
Entonces, me topé con Lucrecia, que estaba entrando a la casa.
De frente era una mujer alta, con un gran busto y una cintura de avispa.
Su pelo lacio le caía hasta la mitad de la espalda y lo sostenía con una diadema rosada.
Era muy, muy, muy hermosa y con una carita llena de ternura.
—Hola —saludó—.
Eres la niñera de Alex.
—Sí… yo… perdón —me quedé sin habla.
Esa misma chica había comido los penes de su papá y su hermano.
—Ah, qué bueno.
¿Se ha portado bien?
—Duerme.
Se acercó a mí.
Olía delicioso.
A vainilla.
—Uf, menos mal.
Es un chico travieso.
¿Has comido algo? Puedes tomar del refri lo que quieras.
—Gracias… —retrocedí, temerosa ante tanta lindura.
—Bien.
Iré a ducharme y saldré.
Mis papás llegarán tarde.
Disfruta la casa, sólo no entres a su cuarto o se pondrán locos.
—Descuida —sonreí, nerviosamente—.
No ando husmeando por allá.
—Oh, genial.
Bueno… un gusto —me tendió la mano.
La misma que había apretado los huevos de su hermanito.
—Gracias —respondí, con la misma mano con la que me había masturbado viéndola coger con todos.
¿Qué clase de familia es esta?
1 estrella por la aclaración al inicio.
Mataste la fantasía.
Si, pesimo aclarar eso.