Encuentros familiares capítulo 3
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Cien por ciento ficticio.
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Capítulo 3
Alba:
—Pues eso es lo que sucedió —les dije a mis amigas mientras tomábamos el café en la sala de mi casa—.
La polla de mi muchacho estaba empapada de semen cuando la vi.
—Qué delicia —dijo Martha y yo la fulminé con la mirada—.
Vamos, mujer, no me digas que no se te antojó chupársela.
—Pues es mi hijo —repliqué y crucé las piernas.
Alejandra me guiñó el ojo—.
¿A caso ustedes desean a sus hijos?
—Pues somos mujeres —respondió Eugenia y bebió un poco de té—.
Yo masturbaba a mi hijo desde que se la paró la primera vez.
—¿En serio? ¿Cómo es eso?
—En la ducha —contestó la mujer con naturalidad—.
Mientras lo bañaba, su pene necesitaba atenciones.
Al principio sí te saca de onda, pero después lo encuentras excitante.
Además soy su mamá.
Si hay alguien que tiene derecho de hacerlo, soy yo.
—Pero no lo sé —reflexioné en lo que había hecho con mi marido y Lucy.
La imagen de mi niña chupándole el pene a su papá seguía pegándome como un cinturón caliente.
Lucy no había dicho nada al respecto porque le pedí que mantuviera todo en secreto—.
¿Creen que deba de… masturbar a mi propio hijo?
Mis amigas se miraron entre sí.
Eugenia suspiró.
—Lo que hagas es decisión tuya mientras los dos estén de acuerdo con lo que está pasando.
Nada más así.
—Buen punto —me reí al recordar la cara de Eric al verme allí.
Si tenía que ser honesta, incluso había mucho morbo en la situación.
Eso me había calentado lo suficiente como para hacer lo que hice con Lucy.
Mi nena había comido su primer pene y yo había estado allí para guiarla.
No podía ser mejor.
Por la tarde mi hijo llegó de la escuela y subió a su habitación.
Apenas respondió cuando le pregunté si quería comer algo.
Evitaba mi mirada y estaba avergonzado por todo.
Me limpié las manos en el delantal y subí a su alcoba.
Esta vez entré después de tocar.
Él estaba desvistiéndose.
Sólo llevaba unos slips azules que marcaban un gran tesoro entre sus piernas.
Se apenó al verme, pero no dijo nada y permitió que entrara.
—¿Qué pasa, mamá?
—Tengo que hablarte sobre lo que pasó —me senté junto a él y le toqué la pierna.
Miré sus ojos acaramelados y traté de sonar tranquila y maternal—.
Lo que estabas haciéndote es normal y no estoy para nada molesta con eso.
Yo también veía porno a tu edad.
—¿En… serio? —su sorpresa era evidente.
Me sonrojé al haberle confesado algo personal, pero esperaba que eso le permitiera abrirse para mí.
—Pues… sí.
Recuerdo que me la pasaba horas masturbándome con las revistas de mi papá.
Así que no te preocupes.
Lo que pasó es un secreto.
Eric bajó la mirada.
—No me gusta masturbarme.
Me siento asqueroso.
—Oh, no, no.
Es de lo más normal.
Y no creas que no he visto antes tu pene parado.
Cuando eras más chico y yo te bañaba, te gustaba que te lavara allí.
Rio al recordarlo y yo le acaricié por encima de la rodilla.
Recalco que él seguía sin pantalones ni camisa.
Si ponía atención, podía ver la forma fálica de su miembro resaltada contra el ajustado slip.
Mi pecho se sintió un poco caliente y me pegué más a él.
Crucé un brazo tras su espalda y lo atraje hacia mí.
—Ya, cielo.
Ya.
Mamá entiende que estás creciendo.
Todos mis niños están creciendo.
Lucy y Patty serán unas mujercitas hermosas.
—¡Ja! Pues yo no soy muy popular con las chicas.
—Cuando vean tu pene, caerán rendidas.
Lanzó una carcajada y me miró con un brillo especial en los ojos.
—¿Crees?
—¡Claro que sí! Sólo mira cómo de grande la tienes y ni está parada.
Me atreví a verle descaradamente la polla.
Eric se la sobó por encima de la ropa interior y suspiró.
—Tienes razón.
Creo que… nací bien formado.
—Y vaya que sí —confirmé con mis dedos recorriéndole la pierna.
Las palabras de mis amigas regresaron a mi mente—.
Es más, podría ayudarte la masturbación.
Controlarías tu ritmo y así cuando estés con una chica, te será fácil no eyacular.
Y ya vi que sí que sacas bastante leche.
—¡Mamá! Dices tonterías —reímos los dos y después nos quedamos en un incómodo silencio—.
No sé.
Ya me dieron ganas de ver porno.
—Pues… veamos un poco.
Intercambiamos otra mirada.
Una parte de él no se lo creía.
Ni yo misma confiaba en lo que acababa de decir.
No obstante, llevada por la lujuria y el morbo, saqué mi teléfono del delantal y busqué en el navegador una página pornográfica.
Puse un vídeo cualquiera y sostuve el móvil para que ambos lo viéramos.
Se trataba de una mujer adulta siendo perforada por un negro.
—Mira cómo la tiene —le dije a Eric, señalando el pene.
—¿Todas las mujeres quieren una polla larga?
—Bueno… mamá la prefiere gruesa.
Rio y vi que su mano estaba poco a poco subiendo por su pierna.
Me pasé la lengua por los labios.
—Anda, hazlo —le tenté, y él empezó a sobarse el pene por encima de su ropa.
Yo sonreí y miré el vídeo.
Luego de poco, mi hijo se bajó el slip y sacó su pene.
Miré su cabeza rosada y sus venas recorriéndolo.
Sonreí traviesa y traté de no darle importancia.
Mis ojos bajaban de su polla al vídeo, y después llegó un punto en el que ya no le prestaba atención al vídeo.
Agarré su miembro.
Él se sobresaltó.
Sus ojos demostraban una sorpresa infame.
Sonreí para tranquilizarlo.
Pausé el vídeo y entonces, me arrodillé entre sus piernas.
Detenerme sería absurdo.
Agarré su pene con ambas manos y lo masturbé con la delicadeza que sólo las madres podemos conseguir.
Eric no dejaba de contemplarme.
Ni yo a él.
—Échate para atrás —pedí y él obedeció.
Así, tenía una mirada perfecta de sus testículos inflados.
Tragué saliva mientras su polla bailaba entre mis dedos.
—Oh… mamá —jadeó.
—Voy a… a… este… Eric yo…
—Hazlo —estaba en las nubes, y por una parte, el acto tan aborrecible que estaba llevando a cabo tenía un tabú tan seductor que ya no supe cómo frenar.
Abrí la boca, y dirigí su polla hacia mi garganta.
Tenía un sabor agradable y estaba caliente.
Era el pene de mi muchacho.
Una polla rica y llena de una pared de venas que sobresalían por encima de la piel.
Mamé de él con cierta timidez mientras le acariciaba los huevos con una mano y el vientre con la otra.
Al inicio no sabía si estaba haciendo lo correcto.
Me saqué el pene y observé el glande cubierto de saliva.
El frenillo y la piel marrón de su saco.
Lavándome los labios con saliva, llevé el pene hacia atrás y succioné sus bolas.
Mi hijo jadeó y levantó las piernas.
Mientras le lamía toda la entrepierna, no dejaba de pensar en que era mi muchacho a quien le estaba dando placer.
Esa idea bastó para calentarme mucho y pegué toda mi cara a sus testículos calientes.
Succioné y después volví a su pene con renovada pasión.
Chupé hasta que Eric dijo que iba a venirse.
Cuando su esperma caliente brotó sobre mi lengua, la visión de lo que había hecho me llevó hasta el límite y tragué toda su corrida.
Bebí sin despegarme de su verga.
Succioné como si se tratara de un popote y me quedé pegada a él hasta que la última gota blanca salió de su cuerpo.
Eric estaba respirando con dificultad.
Nos miramos, y él sonrió como si todavía no creyera lo que acababa de suceder.
—Bueno —dije, dándole un beso al glande que volvía a su tamaño normal—.
Voy a seguir con la comida.
Te llamaré para almorzar.
Salí sin decir nada.
La naturalidad era importante.
Patty
Le pegué con la almohada y Lucy se rio cuando las plumas salieron volando.
Después me arrojé hacia ella para hacerle de cosquillas.
Metí mis manos por debajo de su blusa para tocarle los pechos.
Apenas sentí unos pequeños brotes que eran el presagio de unas maravillosas curvas.
Ella me pidió parar, así que saqué las manos y me dediqué a hacerle de cosquillas por otras partes del cuerpo.
En un movimiento veloz, mi hermanita se lanzó contra mí y logró ponerse a horcajadas sobre mi pecho.
Desde esa posición sumamente excitante no pude contenerme y le di una mordida entre las piernas.
—¡Oye! —exclamó y se quitó riendo de mí.
Nos recostamos a descansar.
Debido a que el aire acondicionado de su cuarto estaba descompuesto, ella tenía que dormir conmigo durante unos pocos días.
Hacía calor de todos modos.
Jugar nos calentó así que encendí mi clima para enfriarnos un poco.
Lucy se levantó de la cama y fue a buscar el control de la tele.
Aproveché ese momento para mirarla.
Dios, sí que era bonita.
Piernas largas y torneadas.
Una cola respingona que en esos momentos sólo ocultaba un pequeño short muy pegado a sus carnes.
La blusa le quedaba holgada y su pelo largo y lacio estaba amarrado con una cola de caballo.
Encendió el televisor y volvió a la cama.
Le hice un espacio para que se acomodara a mi lado.
Subió una pierna sobre mí y yo la abracé muy fuerte.
—Me voy a quitar la blusa —le dije y me deshice de ella, dejándome nada más con el brasier.
Lucy no perdió tiempo en mirar mis senos y su cara se frunció—¿Qué?
—¿Cuándo los tendré así?
—Ya te están saliendo.
No te desesperes.
Al menos tienes un culazo.
—Sí, pero quiero tener pechos ya.
Reí y le di un beso en la frente.
Su calorcito me fascinaba.
Comenzó a cambiar de canal con el control remoto y por casualidad llegó al canal Edge.
Media noche.
Una peli erótica llenaba la pantalla.
—Vamos a verla —le dije y ella sonrió con picardía.
No sabía de qué iba la trama.
Lo que sí se veía era un hombre cogiéndose a una morena muy hermosa.
A la vista estaban sus grandes tetas cafés.
Tragué saliva y acaricié los hombros de mi hermanita.
Su piel era como la seda.
—¿Has tenido sexo? —me preguntó de pronto.
—Sí —le confesé sin querer—.
Es decir, un poco.
—¿Se siente rico? —su pregunta era tímida.
—Es genial.
Cuando cojas, lo sabrás.
—¿A qué edad puedo empezar a tener sexo?
—Mmm… yo tuve sexo a los trece años, y creo que mamá desde los catorce.
—Entonces me falta —suspiró con cansancio.
—¿Tienes un chico en mente?
—No, sólo que me da curiosidad.
—Mamá me acariciaba el clítoris cuando tenía tu edad.
Eso me ponía de buenas.
¿Por qué no lo haces tú?
Sí.
Era una pregunta atrevida, y por un momento creí que me pasé de la raya.
Le dije a Lucy que estaba bien si lo hacíamos juntas mirando la película.
Así pues, ella aceptó.
—Hay que desnudarnos—le dije.
No había problema con eso.
Ella se bajó los shorts y me mostró un coño sin pelo, cerrado todavía.
Sus pechos ya eran un poco visibles nada más.
Los míos eran mayores y mis piernas más largas.
Nos acostamos cerquita y le bajé el volumen al televisor.
—Abre —le dije—.
Haz como yo.
Separamos las piernas hasta que nuestras rodillas se tocaron.
Le indiqué que se mojara dos dedos con saliva.
Ella lamió sus manos con gesto sugerente y despacio se tocó la vagina.
—Acaricia tu monte de venus.
—¿Qué es eso?
—Esto —le mostré con el mío.
Ella frunció los labios y se acomodó entre mis piernas.
quería ver mejor.
Así pues, separando mis muslos al máximo, expuse mi vagina para mi hermanita.
—Se te ve el culito —rio con nerviosismo.
Alcé el culo para que viera más la entrada de mi ano, y dirigí un dedo dentro de esa estrecha abertura.
Me masturbé para ella con movimientos lentos, metiendo y sacando mis dedos.
La pequeña Lucy miraba con detenimiento y sus mejillas eran como dos tomates.
—Oh… sí.
Hazlo tú —le pedí.
Ella riendo y mirándome, sacó mi mano y usó la suya.
—Está mojado y aceitoso —comentó.
Luego, traviesamente tiró de uno de mis labios y metió un dedo en mi interior.
Grité de sorpresa.
Ella soltó una carcajada y siguió masturbándome.
No pude contenerme más y le pedí que hiciera lo mismo.
Así, la pequeña de diez años se echó de espaldas y abrió las piernas gustosa.
Su vagina era incluso más hermosa que la mía.
La piel blanca era inmaculada como la leche y su clítoris visiblemente más pequeño que el mío.
—Voy a hacerlo con la boca —le dije antes de que pudiera contestar.
Enredé mis manos sobre sus suaves piernas y mamé de la conchita de una niña.
El sabor era exquisito.
No lubricaba.
Hay quienes dicen que a esa edad ya sucede, pero la de Lucy no.
Lo que sí, desprendía un calor fantástico y embriagador.
Ella cerraba las piernas por reflejo, pero yo me encargaba de mantenerlas separadas y con el espacio suficiente.
Pegué, pues, toda mi boca a su rajita.
Mis labios entraron en aquél espacio y mi lengua tanteó el interior de su intimidad.
Lucy no paraba de reír y lanzó un grito ahogado cuando le metí un dedo y tanteé la flexibilidad de su himen.
Seguí chupando de la vagina de la niña hasta que la piel enrojeció.
No deteniéndome allí, bajé hasta el rosado anito.
Mientras le daba especiales atenciones, una mano se fue hacia mi coño e introduje dos dedos dentro, con movimientos rápidos y lentos a su vez.
mi clítoris ardía tanto como el de mi hermana.
Lucy se acariciaba los pechos planos y arqueaba la espalda.
Ahora mi saliva brillaba sobre la piel de su vagina.
Tomé el capuchón de mi clítoris con los dedos y le di golpecitos suaves.
Abriéndole más las piernas, restregué mis pezones contra su intimidad.
Volví a bajar lentamente hacia sus labios y besé la parte interna de sus muslos.
Mis dedos, como patas de araña, no dejaban de causarle rasgaduras sobre la piel.
Se sentía maravilloso tenerla para mí sola.
La inocencia, la virginidad de un capullo que apenas se abre, dominó la parte cuerda de mi mente.
Alargué una mano para sobarle el pecho y le froté el vientre.
Ella convulsionó.
Su estremecimiento me hizo llegar al orgasmo casi al mismo tiempo que ella.
Noté su cuerpo volverse uno cuando mi lengua frotándose contra su botoncito de placer terminó su trabajo.
Sólo así, vi que una pequeña cantidad de líquido traslúcido salía de su coño.
Mi hermanita, Lucy, de diez años, había tenido un orgasmo.
Su respiración estaba alterada y su vagina hacía suaves movimientos involuntarios.
Me limpié la boca con la lengua y me separé de ella, contemplando la escena de una nena que acababa de disfrutar de los placeres del sexo.
Dejen de cagar los relatos poniendo que son algo ficticio.