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Bisexual, Incestos en Familia, Sexo con Madur@s

Entre mujeres (Madres con hijas)

El sexo entre mujeres también puede llegar a ser pleno, con un placer diferente o complementario, pero digno de expèrimentarse…..

Escribo este relato, a petición de un buen amigo (al que se lo dedico, al igual que a su esposa), y a todos los que siguen mis relatos, que necesitan que siga escribiendo para ellos, y en el que trato en esta ocasión un tema nuevo que echabais en falta en mi colección, ya que aunque parece que es menos frecuente por conocerse menos casos, a mí me han llegado bastantes últimamente de mujeres que me han pedido que lo cuente, sobre todo para que lo puedan leer otras mujeres y no se sientan tan raras por sentir esa atracción por sus hijas o por sus madres, por lo que esta es una historia dedicada a todas esas mujeres que en algún momento se han visto en esa situación y se han sentido mal por tener esos deseos, o por llegar a satisfacerlos:

“”Mi hija estaba ya en la edad de empezar a tener curiosidad por el sexo y me fui dando cuenta de que a ella no le atraía mucho ver a su papá desnudo, como suele pasarle a otras niñas, ni se entretenía en jugar con su pene cuando la teníamos en la cama, tal como me habían contado otras madres que sucedía con sus hijas.

Estos temas los comentábamos en ocasiones entre las madres, y las que se veían en esa situación por primera vez, escuchaban con atención a las que tenían más experiencia, por haber tenido más hijos, o porque fueran ya mayores, que contaban como había sido en sus casos, aunque no todos tenían por qué ser iguales, ya que cada niña o niño puede reacionar de formas diferentes.

Son momentos especialmente tiernos en una familia que se disfrutan de una forma muy intensa, ya que muchas madres pueden contar esas agradables sensaciones de tener a sus hijos pequeños sobre sus cuerpos desnudos y ver como sus pitos se levantan y palpitan nerviosos ante esos estímulos sensoriales, que quieran o no, provocan su morbo.

Pero cuando hablabamos de las niñas, casi todas coincidían en esa curiosidad o interés por explorar en el cuerpo de sus papás todo eso que más les llamaba la atención y obviamente, estaba claro a donde se dirigía especialmente su mayor interés, generando una discusión entre nosotras sobre si debíamos dejarlas satisfacer su curiosidad, o intentar no estimular ese institnto sexual que tarde o temprano se les iba a despertar.

Algunas eran más permisivas, dejando que padre e hija hicieran lo que quisieran, llevándose el reproche de otras que veían en eso un peligro de que la situación se descontrolara, sobre todo si los papás favorecían o hacían mas intensos esos contactos con sus hijas, y eso les preocupaba.

Pero escuchando todo eso, yo sentía que quizás mi hija no fuera como las demás, ya que cuando estaba conmigo, sí que le gustaba tocar mis pechos, lamerlos y mirar con curiosidad entre mis piernas Eso iba alimentando mi morbo también, porque en el fondo me gustaba sentir su proximidad, que me llegaba a excitar muchas veces con sus juegos, sus caricias y ternura hacía mí, algo bastante distinto a la brusquedad con la que mi marido me requería sexualmente cuando le apetecía descargarse, lo que a mí no me satisfacía para nada, por lo que solía limitarme a dejarme hacer y a que utilizara mi cuerpo como si de una muñeca hinchable se tratara.

Por eso, empecé a encontrarle el gusto a estos encuentros con mi hija, a devolverle sus caricias, a ofrecerle mi lengua para que la besara, o entrelazar nuestros cuerpos buscando el contacto de nuestras vaginas desnudas, que acababan empapadas por el rozamiento.

La calentura sexual ya era cosa de las dos, y cada vez éramos más atrevidas en lo que nos hacíamos una a la otra, por lo que no era extraño que yo acabara con la cabeza entre sus piernas, lamiéndole la vagina, mientras sentía que se estremecía del placer que le producía, lo que a ella le animaba también a hacerme lo mismo, y con unas pocas indicaciones, acababa provocándome el orgasmo igualmente.

Todo esto, lógicamente teníamos que hacerlo a espaldas de mi marido, ya que él, por su mentalidad, no entendería algo como eso, y si lo viera, quizás su malentendido orgullo herido, le llevaría a querer follar a la niña, para que viera lo que era un hombre de verdad, como el único que podría darla placer a ella y a cualquier otra mujer.

Cuando mi marido no estaba en casa, nuestros encuentros se hacían más intensos y cada vez necesitábamos y buscábamos más estímulos, por lo que empecé a incorporar a nuestros juegos, los consoladores y el vibrador que tenía guardados, regalados por mi marido y que utilizaba cuando él deseaba verme penetrada por todos mis agujeros con el objetivo de llevarme al máximo placer posible.

Pero yo, con mi hija empecé a utilizarlos con la ternura que requería la situación, masajeando su vulva con ellos para excitarla lo suficiente y que aceptara que fuera introduciéndolos en su interior y que viera el placer que le proporcionaban, ya que toda mujer, aunque no deseé contacto con hombres, desea sentirse penetrada y que sus paredes vaginales se abran al contacto con algo que las llene y las haga sentirse plenas.

Así fue como mi hija, en una de esas primeros juegos con el consolador, dejó de ser virgen y se fue acostumbrando a esas penetraciones, deseándolas cada vez más, al ver como gozábamos las dos al ser penetradas mutuamente por esos vibradores o consoladores fabricados para nuestro placer, al imaginar que nos estábamos poseyendo mutuamente, sin necesidad de que el que lo hiciera fuera su padre, mi marido o cualquier otro hombre.

Después de estos encuentros, había llegado al momento en el que obtenía mucho más placer con mi hija que con mi marido, teniendo que dar la razón a una amiga Deborah, que me aconsejaba que iniciara a mi hija en el sexo, como había hecho con la suya, para que aprendiera a gozar de verdad, sin tener que estar supeditada al pene de un hombre.

La verdad es que las cosas que me había contado ella, me habían calentado mucho y me habían hecho superar todas esas barreras que tenemos las mujeres para disfrutar de nuestro sexo, siempre pendientes de los roles que nos quieren asignar y a esperar de forma pasiva a que un hombre quiera utilizar nuestro cuerpo para su propia satisfacción, y a la vez, la de demostrar que él es el único capaz de darnos ese placer que necesitamos como mujeres.

Deborah, finalmente, me había enseñado a ser independiente, a buscarme mi propio placer, a masturbarme cuando me diera la gana y quizás había llegado el momento de juntarnos con ella y su hija, como tantas veces me había pedido, después de pasar todo este proceso de “empoderamiento”, como suelen decir ahora las feministas.

Mi amiga sabía de los avances que iba teniendo con mi hija y cuando le dije que estábamos preparadas para un encuentro entre las cuatro, me mostró su alegría y me propuso vernos esa misma tarde en su casa.

Cuando nos reunimos en su casa, los nervios por mi parte eran evidentes y para relajarnos, mi amiga empezó a provocar a las crías, para que iniciaran un número lésbico ante nosotras, pero ante la timidez que mostraban para hacerlo, le recordó a su hija Patri, que no se hiciera la estrecha ahora, que ya sabía lo que habían hecho juntas alguna vez que mi hija se quedó a dormir en su casa, ya que parece ser que esas primeras experiencias con otra niña, habrían propiciado el mayor interés de mi hija hacia las mujeres que hacia los hombres, y prácticamente, me acabó confesando, que durante esas ocasiones, su hija había empezado a pervertir a la mía, cuando apenas era una niña todavía.

Después de que Deborah dijera eso a su hija, parece que se animaron y empezaron a besarse en el sofá, y aprovechando Patri que la mía era más menuda, la puso encima de ella, de forma que así podía manejarla a su antojo.

Era muy morboso ver esa escena, como las dos iban quedándose desnudas, mientras no paraban de besarse y acariciarse a la vez, lo que las llevó a un grado de excitación máxima, por lo que mi amiga les dio un consolador de esos dobles para penetrarse mutuamente y follarse.

Mi hija se separó un poco para meterse una de las partes, introduciendo la otra parte en el coño de Patri y así volvieron a juntarse y a empezar a moverse como si estuvieran en el asiento trasero de un coche, donde los adolescentes suelen empezar sus primeras folladas.

Nuestras hijas empezaron a moverse rítmicamente alternando las penetraciones una y otra vez hasta que el continuo roce les provocó el orgasmo, gimiendo al unísono y abrazándose como si nunca quisieran separarse.

Para ese momento, mi amiga y yo, ya habíamos empezado a tocarnos el coño mientras las mirábamos y no tardamos en unirnos a ellas para disfrutar las cuatro de ese primer encuentro inolvidable que nos llevó a estar a cada una con la hija de la otra, aparte de nuestros encuentros mutuos.

Yo era la primera vez que estaba con otra niña diferente a mi hija, por lo que el poder disfrutar de Patri me dió un extra de excitación morbosa, que se sumaba a todas mis experiencias pasadas y a las que me quedaba por disfrutar.

La hija de mi amiga era mayor que la mía, por lo que tenía más experiencia y sabía mejor como tocarme y disparar mi morbo, con una mayor iniciativa y hasta con un lenguaje obsceno que me sorprendió, pero que acabó por excitarme más todavía y dejarme llevar por esa locura que estaba viviendo.

Deborah se unió a nosotras y entre las dos no pararon hasta provocarme un orgasmo detrás de otro, como si quisieran llevarme a la convicción de que no había otro placer igual y nada podría superar al sexo que se tiene entre mujeres.

Pero en esos momentos es verdad que te sientes plena, estando con otra mujer, sintiendo como el morbo puede ser máximo sin necesidad de tener nada más.

Después de terminar, en la vuelta a casa, le pregunté a mi hija sobre esas experiencias que había tenido con Patri, la hija de mi amiga, algo que yo desconocía, y ella me comentó:

—Es que siempre que me quedaba a dormír con ella en su casa, empezaba a tocarme, nos besábamos con la lengua y hacía que la tocara yo a ella, haciendo que sintiéramos mucho gusto con todas esas cosas.

—¡Vaya! Así que fue por eso por lo que te arrimabas a mí y querías hacer lo mismo conmigo.

—Sí, pero es porque Patri me pervirtió.

Esa forma de hablar de mi hija me hizo gracia, pero la verdad es que entre todos habíamos hecho eso. Enseñarla un camino hacia el sexo que no si es el más habitual, además a una edad en la que todavía no se tienen muy claras esas preferencias sexuales que se moldearán con los años y las experiencias vividas.

Muchas mujeres piensan que sólo pueden obtener placer con un hombre, porque han sido educadas así, y aun cuando descubren que con otra mujer pueden conseguir igualmente “llegar al cielo”, parece como si estuvieran haciendo algo malo, que las van a juzgar o que los hombres van a lanzar su odio contra ellas, por menospreciarlos como objeto de placer, pero la realidad es que da igual que seas hombre o mujer, el sexo siempre puede aparecer como algo mágico, entre una madre y una hija incluso, ya que no sólo va a ser cosa de papas y de hijas y hay muchos ejemplos que lo demuestran, aunque no sean tan visibles, cómo estos últimos.

De todas formas, mi marido acabó enterándose de todo eso, y cuando le conté todo lo que había estado pasando, lejos de enfadarse, el morbo le invadió y prometió no entrometerse en nuestra relación, pero me pidió estar presente, simplemente viendo como disfrutábamos de nuestro placer, lo que acabé aceptando, al igual que mi hija, que no le importó que incluso su padre se sumara alguna vez a nuestros juegos.

De este modo, mi hija aprendió que con su papá también podía disfrfutar, porque él la trataba con mucho cariño y ternura, de forma muy diferente a como acostumbraba a hacerlo conmigo, quizás por la rutina o la búsqueda de nuevos alicientes en nuestro sexo, pero mi hija le había transformado en ese hombre que era en su juventud, cuando yo le conocí.

Incluso, llegado el momento, se dejó penetrar por él, con gran placer para ella, y satisfacción para mí, porque sentía que la estaba educando de la mejor forma para que pudiera gozar de igual forma con hombres y mujeres, según le apeteciera en cada momento.

En esa época tenía una amiga mayor, que se llamaba Rosa y llevaba ya más de 30 años de casada, y junto a su marido últimamente se habían adentrado en el mundo liberal, como suelen hacer muchas parejas maduras buscando nuevos alicientes a su rutinaria vida sexual.

Me contaba los intercambios que habían hecho con otras parejas, las nuevas sensaciones que había descubierto con esas experiencias, pero su morbo ni mucho menos se había detenido ahí, sino que se había activado y acelerado como no recordaba ni en su juventud.

Me confesó algo que le había turbado mucho en su último encuentro con otro matrimonio más joven que ellos. Cuando estaban en pleno acto sexual con ellos, la mujer le dijo a ella:

—¿Quieres que traiga a mi hija?

Mi amiga se quedó un poco desconcertada, porque había conocido a su hija al llegar a su casa y era una nena de 11 años; por lo que no entendía muy bien que su madre quisiera incorporarla a la relación que estaban teniendo, ya que nunca había pensado en algo así, pero a su marido se le iluminaron los ojos visiblemente excitado ante esa propuesta, y le preguntó a la madre de la niña:

—¿Es que soléis tenerla con vosotros mientras folláis?

—Sí, a veces. Ella es muy curiosa y nos lo pedía, y a mi marido le encantó. Y bueno, yo descubrí algo que no había vivido nunca, el corazón me latía a mil por hora viendo como disfrutaba nuestra hija con nosotros.

Yo, muy intrigada, le dije:

—Entonces, supongo que ya la habéis incluido en otros intercambios de parejas….., y a la nena le gustó.

Y le pregunté:

—¿Y cómo fue el pasar de tenerla con vosotros a incluirla también en los intercambios?

—Una pareja con la que estuvimos, nos dijeron que ellos ya habían tenido esa experiencia, y que al saber que teníamos una hija, por eso nos lo propusieron, ya que su hija tenía una edad parecida a la nuestra. Y después de pensarlo, aceptamos porque nuestra hija quería hacerlo también. Al final resultó algo maravilloso. Nunca disfruté tanto en mi vida. Fue lo más morboso que hice nunca.

—¿Penetraron a las niñas también? —le pregunté, con curiosidad morbosa.

—No, esa fue la condición que nos pusieron. A su hija le gustaba jugar sobre todo con su madre, y su marido era casi un espectador de sus relaciones.

—¿Tú marido también estuvo de acuerdo con eso, entonces?

—Claro, sólo por el morbo de vivir esa nueva situación, se conformaba con sólo mirar y así fue como nos juntamos las dos mujeres con nuestras hijas, mientras nuestros maridos se masturbaban mirándonos.

—Sí que debió ser morbosa esa experiencia. —le dijo Rosa.

Y continuó diciéndome a mí:

—Mi marido escuchaba esa conversación muy sorprendido, pero claramente excitado y no pudo reprimirse de decirle a esa pareja:

—Sí, de acuerdo, traer a vuestra hija.

Y siguió contándome mi amiga lo que pasó:

—La madre fue a buscar a la niña a su habitación y cuando entró con ella al dormitorio matrimonial, nosotros la esperábamos todos desnudos en la cama, y muy nerviosos mi marido y yo, por todo lo que podría suceder, lo que aumentó nuestra sensación de morbo como no nos había sucedido nunca, y que se acrecentó más, si cabía todavía, cuando la madre empezó a besarse y acariciarse con su hija delante de nosotros, mientras la desnudaba para que la viéramos, a la vez que su marido disfrutaba con nuestra reacción de estupefacción que nos paralizaba ante lo que estábamos presenciando, pero ella me invitó a que me sumara y empezara también a acariciar a su hija.

Por lo que yo le dije:

—¡Buufff! Me imagino como estarías, Rosa.

—Sí, imagínate, como yo no me decidía, su propia madre agarró mi mano para que tocara a su hija. Me la llevó a su vagina y al sentirla en mis dedos me estremecí a la vez que lo hacía ella. Mi marido y su padre se tocaban la polla mutuamente, excitadísimos mirando. Y ahí estaba yo, masturbando a esa niña, que abría sus piernas para mí, exponiendo su deliciosa vagina a la vista de todos, mientras su flujo empapaba mis dedos.

Su madre me hizo una señal para que la lamiera y cuando metí mi lengua en su rajita fue lo más exquisito que probé en mi vida. Mis nervios desaparecieron y sólo me concentré en disfrutar de ese momento único. Su madre la besaba, yo la lamía desesperadamente, nuestros maridos se masturbaban, aquello era una locura. La niña empezó a gemir como loca. Mi marido no aguantó más y se puso detrás de mí para penetrarme, empezando a turnarse con el padre de la niña para follarme mientras yo lamía a su hija, provocándome un orgasmo que me hizo gritar como nunca. Llegó un momento en el que ya ni sabía lo que hacían los demás, pero todos disfrutamos muchísimo.

—Que envidia, amiga. Tal como lo cuentas debió de ser algo único.

—Sí que lo fue, pero después de aquello, me han quedado las ganas de repetirlo, aunque ya sé que es muy difícil que se pueda volver a dar algo así.

—Bueno, quizás no tan difícil. Yo tengo también con mi hija ese tipo de relaciones.

—¿Qué me dices? Eso es fantástico.

—Pues sí, incluso hemos estado con otra madre y su hija, y como tú dices, fue todo maravilloso.

—¡Ay, amiga! ¿Y no aceptaríais a una vieja como yo con vosotras?

—No eres tan vieja, estás guapísima y a mi hija creo que le encantaría estar contigo también.

—Que alegría me das. Entonces lo hacemos, sin maridos si quieres.

—¿Pero no le vas a decir nada a tu marido? Me dijiste que ahora os lo contáis todo.

—Sí, es verdad, pero en este caso……..

—Bueno, no te preocupes. Yo también se lo cuento todo al mío, pero a ver que dice él de todo esto y ya te cuento.

— Gracias, amiga, me haces muy feliz.

Finalmente, cuando se lo comenté a mi marido, me djjo que aceptaría encantado cualquier condición que le quisiéramos poner, ya que todo lo que suponga vivir situaciones morbosas con su hija, no podría negarse a ello.

Cuando se lo conté a Rosa, estaba entusiasmada y acordamos que en principio, nuestros maridos no participaran, aunque pudieran mirar, ya que ella quería disfrutar en exclusiva con la nena y todos estuvieron de acuerdo.

El encuentro fue en nuestra casa. Ángel, el marido de Rosa, estaba un poco cortado, porque nos conocía desde hacía años, y a mi hija desde que nació, y el mostrar ahora un deseo morboso hacia ella, tenía miedo de que nos molestara en cierta forma, pero intentamos tranquilizarle y le dijimos que se olvidara de eso, que ahora estábamos allí para disfrutar con el consentimiento de todos en lo que podría pasar.

Rosa también estaba muy nerviosa, por la confianza que tenía con nuestra hija y como la había tratado con ese cariño casi de madre, y quizás eso intimidara un poco a mi hija y mostrara su timidez al saber lo que ibamos a hacer. No obstante, dejó que mi amiga la besara en la boca, manteniendo su lengua dentro de ella unos segundos, lo que hizo que la cara de la niña se turbara, y le hiciera subir los colores a su blanca piel.

En principio nos acomodamos en el salón. Rosa sentó a mi hija sobre sus rodillas, mientras los demás éramos meros espectadores, expectantes por lo que podría pasar momentos después.

Sus manos la acariciaban suavemente, sus labios la besaban y volvían a buscar la boca de mi hija, que cerraba los ojos, empezando a sentirse ajena a los que estábamos alrededor, con nuestra excitación que subía cada vez más, especialmente la de nuestros maridos, pero era todavía más especial para Ángel, que no sé si alguna vez se imaginaría estar presenciando algo así, sobre todo cuando su esposa acabó de desnudar a mi hija y sus ojos se llenaron de deseo, quizás envidiando la situación de su mujer disfrutando de la cría, aunque también disfrutando porque ella pudiera cumplir, una vez más, sus fantasías.

Entre mujeres, el sexo es más delicado, más suave y lento, quizás demasiado para la ansiedad masculina, que nuestros maridos no podían disimular, ya que si fuera por ellos, ya estarían devorando el coñito de mi hija, lo que mi amiga fue retrasando, dedeándola primero para provocar en ella esa humedad que luego degustaría con su lengua.

Cuando todos vimos que esa carnosa vagina sin pelitos, como le gustaban a mi amiga, era toda una invitación para al fin meter su lengua en ella, mi amiga siguió tomándoselo con calma, como si quisiera hacer esos momentos eternos, haciendo temblar a mi hija con cada lengüetazo que abría cada vez más su jugosa rajita, mientras nuestros maridos no podían aguantar más la excitación y estaban masturbándose, seguramente conteniendo el deseo de intervenir en la escena y penetrar ese coñito palpitante que parecía pedirlo desesperadamente, pero Rosa seguía disfrutando de este nuevo vicio recién descubierto que la colmaba totalmente.

Para seguir disfrutando con más comodidad, me pidió permiso para llevarla a nuestra habitación, donde ella acabó de desnudarse también y se entregó a la niña para que disfrutara de su cuerpo, tocando, acariciando, chupando y metiendo su mano en el abierto coño de mi amiga, que agarrando la mano de mi hija hizo que la metiera totalmente en su interior donde la niña se divertía moviendo la mano provocando los gemidos irrefrenables de mi amiga hasta que la llevaron al orgasmo.

Mi amiga Rosa se quedó agotada, pero mi hija seguía encendida, y se abrazaba a mí para seguir la fiesta conmigo, por lo que nos besamos, acariciamos, y froté con mis dedos su clítoris para que se corriera una vez más, aunque hay veces que a estas edades se siente tanta excitación que bloquea el orgasmo y le dije:

—¿Quieres esas pollas tan duras y grandes que estás viendo de Ángel y de papá?

Ella asintió, esperando calmar su ansiedad y les hice una señal para que se acercaran a ella y pudieran satisfacer ese deseo que tenían acumulado de follar a la niña, aunque antes no pudieron evitar saborear los jugos de su coño derramados entre sus piernas, que entre los dos lamieron desesperadamente.

Luego la colocaron en posición para empezar a follarla, y mi marido cedió su puesto a su amigo, que cuando tuvo su polla dentro de mi hija, exclamaba su placer como pocas veces creo que lo haya hecho en su vida, ya que ni su mujer le había visto nunca así.

Cuando se corrió, la sacó para seguir echando todo el semen que seguía saliéndole por el cuerpo de la niña, para acto seguido penetrarla mi marido, que igualmente derramó su semen sobre su hija, que miraba satisfecha y orgullosa de cómo había sido capaz de sacar una vez más, la leche de un hombre, en este caso, de dos que la habían bañado abundantemente con su semen.

Al terminar, nuestros amigos casi no se creían lo que acababa de suceder, pero Ángel, nos confesó que ya había sentido deseos por nuestra hija, cuando empezó a tener esas relaciones liberales, y sobre todo, después de ese encuentro que tuvieron con esa otra pareja, que les cambió la vida.

Mi marido le miraba riéndose y le dijo:

—Pues si hubieras sabido lo que teníamos entre nosotros, ya te hubieras vuelto loco del todo, jaja.

—Sí, pero eso no me lo hubiera imaginado nunca. Aunque ahora, cuando veo alguna nena por ahí con sus papás, ya soy capaz de imaginármelo todo, jaja.

Ese encuentro también había cambiado nuestras vidas, y nos abrió unas puertas que nunca habíamos soñado traspasar, pero la vida está llena de sorpresas, y a veces las encuentras más cerca de lo que supones.

Después de esta experiencia y otras parecidas, mi hija empezó a hacerse dueña de cada situación, dueña de su cuerpo y de su forma de disfrutar del sexo, y estas situaciones siguieron repitiéndose con nuestros amigos, otras parejas que fuimos conociendo y otras niñas amigas de mi hija, que a su edad se mostraba insaciable y deseosa de disfrutar del sexo sin descanso y sin límites, capaz de disfrutar de igual manera de hombres y mujeres, poniéndolos a su servicio y siendo ella la única reina a la que complacer.””

A la vista de esta experiencia, podría surgir la polémica sobre si los padres debemos enseñar a nuestros hijos a buscar el placer de la mejor forma posible, a guiarles en ese camino y que no sea solo algo instintivo, como podrían defender otros, de no intromisión en esos asuntos, pero luego, suele pasar muchas veces que en la edad adulta pueden surgir todos esos problemas de dificultades para llegar al orgasmo las mujeres con sus parejas, o falta de destreza de los hombres para ayudarlas a conseguirlo.

Habrá corrientes filosóficas y personas que opinarán sobre si los padres deben formar parte de esa educación sexual de una forma práctica, y no solo teórica, pero como supongo que será imposible poner a todos de acuerdo, debería haber libertad para elegir el camino que cada uno quiera seguir y según los resultados, poder consensuar lo que es mejor para todos.

1211 Lecturas/3 diciembre, 2025/1 Comentario/por Veronicca
Etiquetas: amiga, amigos, hija, madre, mayor, mayores, padre, sexo
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1 comentario
  1. de_hetero_a_bi Dice:
    7 diciembre, 2025 en 9:46 am

    yo creo es lo mejor q los papas se encargan de esto. yo tengo una hija de otro matrimonio, pero mmi mujer lee sta enseñando tambien.

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