Entrevista con una familia incestuosa II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Brendylez.
Desde que empecé mis viajes de fotografía a las montañas de diferentes estados de México, me he encontrado con varios casos de familias incestuosas.
Algunos son casos como el de la familia de Nadia, en donde siempre han tenido un ambiente de respeto, mientras que en otros ha habido casos de abusos.
Esos abusos son tristes, y prefiero no concentrarme en esos, aunque hubo un caso en un pequeño pueblo de Chiapas que podría considerarse como uno con un final feliz.
Me enteré de esta historia mientras viajaba en autobús.
El camión iba de un pueblo a otro y llevaba una buena velocidad.
Esta región es de esas en las que se tiene que serpentear entre montañas en algunos casos y luego la travesía se puede alargar por más de la cuenta.
Por eso, el viaje puede durar entre seis horas y doce solo rodeando montañas.
En este caso, por cuestiones de clima, ya llevábamos ocho y no parecían haber indicios de estar cerca.
En estos casos platico con quien vaya a un lado de mí.
Así me encuentro con personas que han pasado por cosas muy buenas y cosas muy malas.
Como fue el caso de un hombre que buscaba a su hija después de que su familia no le permitiese verla.
– ¿cómo ocurrió esto, señor Daniel?
– No, fue una cosa bien fea.
Aunque no se me note, tengo sesenta y dos añitos.
Ya ando viejo, aunque me vea fuerte y joven.
¿verdad que sí? – yo me reí un poco, pues su barriga se notaba en su camiseta y estaba empezando a quedarse con la cabellera gris.
– Mi hermano Joaquín se casó jovencillo, yo estaba un poco más chavo que él, pero igual estaba chaval como él.
Y tuvo una niña.
Estaba bien bonita.
Eso nadie lo dudaba.
Pero Joaquín era bien borracho y adivine qué.
– ¿qué, señor Daniel?
– Pues que se ponía a agarrar a la chamaca.
Anita se llama.
Y yo cuando me enteré, que voy y me llevo a la niña a mi rancho.
Me puse a cuidarla tanto como pude.
Quise darle una buena vida, la llevé a la escuela y le compraba lo que me pedía.
Ella me quería mucho y casi no preguntaba por sus papás.
Pero el día que cumplió catorce, ya en la noche me habló para que fuera a su cuarto.
Quería hablarme de lo que le había hecho su papá.
– ¿Qué le hacía, don Daniel?
– Me da mucha pena decirlo, señorita.
Normalmente soy respetuoso con las mujeres, pero no sé si deba decir lo que ella me dijo.
– No se preocupe, escucho cosas peores todo el tiempo.
– Bueno, pues.
Me dijo que su papá, mi hermano, le agarraba las tetitas.
Y que luego le empezó a agarrar por ahí, ya sabe dónde.
Entonces, un día le llevó una revista y también se bajó el pantalón para verle el ya sabe.
La revista era de esas puercas, esas con muchachas.
Y estaba un hombre con una mujer en pose de perrito.
Le dijo que así la iba poner y que así la iba a hacer gozar.
– ¿Y por qué se lo dijo hasta ese día?
– Pues fíjese que no lo entendí al principio.
Pero después me dijo que ella se asustaba con lo que le hacía su papá.
No le gustaba porque si ella se resistía él le pegaba.
Pero me había llamado esa noche para preguntarme si era verdad eso de que las mujeres gozaban cuando les hacían así.
También me dijo que sentía cosquillitas bonitas cuando veía esas fotos, y le daban ganas de probar y como nosotros vivíamos juntos pues quería que la ayudara con eso.
– ¿y qué hizo?
– Pues dije que no.
Yo la respetaba, la quería como una hija, pero ella quería más que eso.
Pero yo tampoco había estado con una mujer en mucho tiempo, y me hizo tener ganas de probar con ella.
Además, si seguía con esas ganas, que tal si se iba con cualquier chamaco de la escuela o algún señor.
Así que hablé con ella seriamente y le dije que podía ayudarla solo porque saber sobre hacer el amor es muy importante.
– Vaya, es usted muy progresista.
Muchos se siguen oponiendo a eso incluso hoy en día.
– Es que hay que saber para que no hagan a uno pendejo.
Luego hay chamacos embarazando a las chavas porque no saben qué pedo con sus vidas.
Pero yo tampoco era muy listo, ni crea, señorita.
– ¿Por qué?
– Porque no me supe medir.
Verá, esa misma noche, yo la llevé a mi cuarto porque la cama era más grande y empecé a darle muchos besos para que se nos quitara el miedo.
Así nos fuimos quitando la ropa hasta que ya nos quedamos encuerados.
Era preciosísima, señorita.
Tenía unas nalguitas bien chulas y unas tetitas que no aguantaba por probar.
Ella notó que yo, perdone por lo que voy a decir, ya andaba bien duro, y hasta se asustó por lo que ahí traía.
Me dijo que, si podía agarrármela y yo dije solo “pues si quieres, mija”.
Y que me empieza jalármela, así como cuando uno anda solo y con ganas, pero su manita estaba bien preciosa y más rica.
Nos seguimos besando hasta que por fin supe que ya era el momento.
Y ella se puso así en cuatro, pero le dije que así primero no, que se acostara y que yo me ponía arriba.
Cuando se la puse en los labiecitos, ella empezó a gritar.
Yo creí que le dolía, pero estaba bien mojada.
En realidad, estaba muy emocionada y estaba sintiendo muy rico.
Y ya poco a poco se la metí más hasta que le quedó tan adentro como fue posible.
Yo estaba en el cielo.
Y se la empecé a meter y sacar mientras me pedía más y más.
Ni noté cuando le rompí la flor porque de pronto me empezó a salir con sangre.
Yo me preocupé, pero ella no me dejó salir de ella.
Estaba bien mojadita y yo quería seguir, así que le seguí mientras gritaba y lloraba, pero de felicidad, no crea que por algo malo.
A veces ponía los ojos para arriba y parecía que se ahogaba porque ya no gritaba, pero era porque así le gustaba más.
Así le hizo dos, cuatro veces, hasta que ya no aguanté más.
– ¿y qué pasó después?
– Yo me sentí muy mal.
Me dio bien harta pena.
Quería ir con el cura a confesarme, pero la vergüenza no me dejaba.
Anita era mi sobrinita y yo me la acababa de echar.
Eso no era correcto.
Así que no lo volvimos a hacer, pero después de unos cuatro o cinco meses, vino a mi cuarto encueradita y mojada.
Se me subió y empezó a decirme que quería más, que siempre andaba con ganas y que le encantaba sentir cómo la llenaba de leche.
– ¿Qué hizo usted?
– Pues me resistí, pero igual se me paró.
Y ella hizo algo que no supe en donde lo aprendió.
Me la empezó a chupar, como dicen.
Yo no estaba de acuerdo, pero igual tenía una boquita bien rica.
Solo me acosté y empecé a gozar.
Pero luego, cuando ya iba a sacar mi leche, sentí cómo se me subía encima y cómo metía mi parte en su entradita.
Gritó, pero también de lo rico que se sentía.
Me estaba cabalgando, se subía y bajaba de mí y me pedía más y más.
Yo también me moví, pero ya sentía que iba a acabar.
– ¿Y qué ocurrió por eso? – empezaba a sospecharlo.
– Pues que quedó embarazada.
Y eso nos trajo un montón de problemas, en especial porque nos encontró su mamá y quiso llevársela.
Todavía no se le notaba la panza, pero yo ya lo sabía y me costó mucho aceptar que se fuera.
Además, ella ya no corría peligro porque su papá se había muerto por un envenenamiento etílico.
– Qué triste.
– Sí, muchísimo.
Pero con el tiempo aguanté.
No tuve noticias de Anita hasta que un día la vi en el mercado y llevaba cargando un bebé.
Yo andaba vendiendo frutas, y ella, sin que la viera su mamá, se me acercó y me la mostró.
Le puso Berenice y estaba bien preciosa.
Le dije que era igualita a su mamá, porque estaba bien bonita.
– Pero ¿qué le dijo a su mamá?
– Pues que fue de un novio de la escuela.
Y como en ese tiempo no había prepa por ahí, muchos tenían hijos a esa edad y empezaban a trabajar.
Disque lo buscaron, pero nunca apareció.
Esa Anita era bien lista.
– Si, mucho.
Y más porque muchos se van al norte, ¿no?
– Ei, muchos se van.
Por suerte yo he podido seguir trabajando aquí en mi tierra, pero muchos, por muchas cosas, se terminan yendo.
Que dios me los cuide.
– ¿Y por que no le dejan ver a Berenice?
– No es a Berenice a la que voy a ver, es a Clarita… Lo que pasa es que Berenice, cuando cumplió 17 vino a mi casa, por ahí del 2003.
Llegó a mi rancho y me tocó la puerta mientras yo andaba bien cansado por trabajar en mis plantíos.
Yo ni sabía quién era, pero cuando se presentó, me dijo “Soy Bere, papá, hija de tu sobrina Anita”.
– ¿Anita le dijo quién era su papá?
– Ei, se lo dijo un día que esta muchacha rebelde andaba de novia de un maldito malandro.
Le dijo que tuviera cuidado porque eso no habría sido lo que hubiese querido su padre.
Entonces, Bere le respondió que quien era su papá y por qué nunca hablaban de él.
Y que le dice que no le había querido decir porque su padre era su tío, pero que le debía la verdad, y que ahora que lo sabía ya podían estar en paz.
– ¿y por eso fue a verlo?
– Sí.
Me dijo que tenía muchas ganas de verme porque no podía creer que su madre se hubiese echado a su tío.
Yo le expliqué la situación, le conté del papá borracho y todo, y que no había sido porque ella hubiese sido traviesa, sino porque era demasiado buena, y yo quería lo mejor para ella.
Eso no ayudó.
Me dijo que también quería que le enseñara.
– ¿Y usted accedió?
– Me da pena porque me hace sentir que fui débil, pero esa chamaca esta preciosa.
Tenía las tetitas más grandes y ricas que su mamá y sus piernas estaban bien hechecitas.
Esa misma noche lo hicimos, y lo primero que le dije fue que qué rica nos quedó la hija de Anita.
No sé si ella ya tenía experiencia o qué, pero sabía mucho sobre hacerlo.
Le dolió y gritó, y también me pedía que le jalara el pelo y le diera nalgadas.
Ella era menos cohibida que su mamá, y por tres días, ella y yo no dejamos de hacerlo.
Ni siquiera desayunaba antes de subírseme y montarme.
Y yo igual le daba su lechita.
– Creo que sé lo que pasó después de eso.
– Pero esta vez fueron gemelos.
Una niña y un niño.
Bere se fue y yo la fui a buscar con su mamá para decirle que esos niños eran míos, igual que ella.
Esta vez no los iba a dejar ir, pero Anita me convenció que lo mejor era mantener las apariencias y dejar que ella los tuviera en otro lado.
Luego pasaron unos meses y me dijo que Bere se había casado en Chipancingo y que allá quería empezar una familia, aunque tuviese a sus hijos ya de catorce.
Pero hace unos tres meses, tuvimos una fiesta familiar con Anita y fue Bere con sus hijos.
Ahí los conocí.
Y no me va a creer que eran chamacos bien guapos.
La niña, esta Clarita, igual que su nombre, está blanquita y güera.
Yo le dije lo bonita que estaba y que seguramente le gustaba a muchos niños.
Ella me respondió que sí, pero que no le gustaban los niños.
Y yo pues dije “esta ha de ser lesbiana”, pero cuando todos estaban bien borrachos y yo ya me iba para el cuarto que me iban a prestar y que me alcanza Clarita, me di cuanta de que quiso decir que no le gustaban los chamacos, sino los señores.
Ya mientras se la metía le dije que yo era su papi y que su mami también era mi hija.
– ¿No se asustó o algo?
– No, el que se asustó fui yo, porque ella dejó de moverse y abrió mucho los ojos.
Creí que se iba a ir, pero en vez de eso sonrió, así como de a travesura y me dijo que entonces debía seguir la tradición y hacerla su mujer.
Yo le agarré las tetas, que cada vez me andan quedando mejor, y se la metí con más fuerza así de a perrito.
Ella trataba de no gritar porque toda la familia andaba en la casa, pero ya no me aguantaba.
Solo le dije “ahí tienes, hijita, para que nos salga otra belleza”.
– ¿y por qué ahora no le dejan verla? ¿Alguien se enteró?
– Pues la Bere me dijo que ya me aguatara, que le anda haciendo chamacos a cada niña de la familia y que ya me calmara.
Si ella era la guarrota que no me dejaba ir si no le daba mi leche.
Y esa fue otra de las historias de incesto que he recopilado mientras he estado viajando como fotógrafa.
Espero que les haya gustado, porque a mí sí, y quisiera traerles más de las que me he encontrado.
Unas son muy morbosas y excitantes, tanto que incluso a mí me gustan.
Por ahora eso es todo, soy Brenda, y luego les traeré más.
Si te creo que allás escuchado muchas historias por favor sigue compartiéndolas