Esas viejas costumbres.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por PrimerosPasos.
Viejas Costumbres
Hola, soy Vanesa.
Mujer casada.
Estatura normal.
Pechos pequeños, pero buenas piernas.
Rellenita.
Esta anécdota sucedió hace como unos 30 años.
A finales de los 90tas.
Yo estaba casada con quien ha sido mi hombre y gran amor por años.
Raúl.
Él tenía tres hermanos y una hermana.
Yo tenía dos hermanas.
Éramos, ambos, los menores de las dos familias.
Por lo tanto, los últimos en casarnos.
Como en todas las familias, cada nuevo bebe, era una fiesta.
Así fue también con nuestros dos peques.
Con sus primitos, existía una diferencia de unos 13 años con los más grandes.
Y a 8 de los más peques.
No sé si lo sepas, estimado lector, pero por aquellos años, en Argentina, todavía existía una costumbre masculina algo extraña.
Llevar a los hijos varones “de putas”.
Eso era cuando los niños llegaban a los 14 años.
Las putas eran la moda.
¿Primitivo, cierto? Pues sí.
Pero era la costumbre.
Hay muchos cuentos de padres que llevaban a sus hijos, al llegar a determinada edad, a un prostíbulo, porque se suponía que era hora de perder la virginidad: creían que el hombre debía tomar experiencia antes de relacionarse con otras mujeres.
Así el macho cabrío criollo aprendería tempranamente a satisfacer a todas las mujeres que poseería durante el transcurso de su vida.
En aquellos años, los hombres suponían que la mujer depende del hombre para sentirse plena.
Era todo un tema de machismo.
Cavernícolas.
Una noche de sábado durante un asado familiar, uno de los hermanos de Raúl, Carlos, le platicaba a Marcelo (otro hermano) a modo de secretillo en la cocina, que los chicos ya estaban como para “verle la cara a Dios”.
¿Qué podía significar aquello? ¿Hacer la primera comunión? No creo.
Era otra cosa.
El tema era que no se ponían de acuerdo porque el asunto del SIDA ya era un problema, y Marcelo consideraba algo arriesgado todo ese asunto.
Igualmente, se notaba que por lo menos, si estaba de acuerdo con cumplir con aquella consigna religiosa.
Carlos, era el hermano mayor.
Grueso, tirando a gordito.
Carnicero.
Padre de tres.
Más alto que mi marido.
Confianzudo.
Y los rumores decían que era un picaflor.
En realidad, no era lo que decía la gente.
Sino, el mismo, era quien cada vez que conquistaba a alguna vecina del barrio, les contaba a los otros (hermanos y amigos) hombres, en los asados del domingo.
Nunca había entendido aquello.
El tipo era agrandado, petulante.
A mí me incomodaba.
Más de una vez lo agarré mirándome.
No sé.
Me incomodaba.
Y eso era con todas, menos con su mamá y la hermana.
A las demás, a todas, nos miraba con ganas.
Un pelotudo.
Pero también tenía algunos atributos, era generoso, dedicado no solo a sus hijos, sino a todos los primitos.
Una cosa por otra.
Habrán pasado algunas semanas luego de esa charla entre hermanos.
Una tarde, habíamos salido en familia a unas piscinas en el campo.
Ahora estoy rellenita, pero en aquellos años, tenía muy lindas piernas y, una cola, envidiada por muchas.
Y claro, con traje de baño, sentía las miradas masculinas fijas en mi trasero.
Todos me pegaban su miradita.
Muy buenas nalgas.
Lindos muslos.
Pero Carlos, me venía mirando desde la mañana.
Bueno, siempre me miraba.
Pero esta vez, era mucho.
Notorio.
No solo en la mañana, durante el almuerzo, y toda la tarde, también.
Me miraba y miraba.
Me miraba el cuerpo.
Los pechos, las piernas, el trasero.
y se tomaba la barbilla, pensaba y pensaba.
Estaba muy incómoda con su actitud.
Así que a eso de las cinco de la tarde, lo encaré de una y le dije que si le debía algo o si tenía moscas que me miraba tanto.
Le quise decir que debía ser más respetuoso porque yo era la mujer de su hermano.
Pero me atajo diciéndome que estaba mal interpretando.
Que estaba confundida.
Eso me hiso enojar.
Una no es boluda.
Una sabe cuando un hombre la miran con cara de pajero, que falta total de respeto(!!).
Se largó a reír.
Eso me dejó confundida.
Así que me quedé parada ahí, asombrada.
El respiró profundo, como tomando impulso para decir algo importante.
Me dijo que lo que no era su intención ofenderme.
Que no lo escuchara como cualquier cosa.
Sino, como profesional de la Salud.
Yo soy enfermera.
Pediatría.
Resulta que según él, hay una tradición entre los hombres.
Me contó que a los 14 años, era la costumbre, llevar a los hijos varones, con las damas de la vida (prostitutas) para que den sus primeros pasos como Hombres.
Yo escuchaba esto, y no había manera de no pensar que esto era una absoluta estupidez.
Una barbaridad.
¡Que idiota! Carlos dijo que no, que esto marcaba una gran diferencia.
¿Por qué? Él dijo que así los hombres se hacen mejores amantes.
Es una manera de aprender a ser atentos con la sexualidad femenina.
Un joven, antes de tocar a su novia o enamorada, si no tenía experiencia, primero va con una profesional, para aprender.
La idea es no hacer las cosas mal.
Pero no para ellos, sino, pensando siempre en la satisfacción de la mujer.
– ¿Ahora me entiendes? Bueno, dicho así, bien explicado mi opinión se fue moderando.
– decime ¿nunca te cogió un pelotudo? ¿Alguno que te dejara a medio camino, con las ganas? ¿De esos que solo se fijan en su propio placer y no se fijan en el de la mujer? Me dejó pensando.
yo solo había estado con su hermano.
¡Yo solo he estado con tu hermano! Le dije.
Se largó a reír.
Me había tardado en responder.
Perece que cada cosa que le decía, al final le daba gracia.
– ¿O sea que toda esta escultura, mi cuñadita, no ha sido probada por otra mano? ¿Y mi hermano… es de los buenos o de los boludos? Me hacía sentir como una pendeja tonta.
Me puse colorada.
Y no respondía.
-¿Ahhhhhh.
No digas más, con eso ya me quedó todo claro? Y se largó a reír otra vez.
– Bueno cuñadita, para que esas cosas no sucedan, se hace esto.
Yo seguía colorada.
Y todavía no podía hablarle.
El siguió hablando.
Yo me calmé.
¿Pero qué es lo que yo tengo que ver con todo esto? Le dije.
–Bueno, vos sabes bien que en estos tiempos, esto del SIDA, complica mucho la búsqueda de la “indicada” ¿me vas siguiendo? La verdad es que no, pensaba yo.
-¿Vos querés que yo te busque una “chica” que este sana? -No, cuñadita.
No era eso lo que estaba pensando.
Mirá, hoy en día los chicos no son como los de antes.
Como que se trauman con cualquier cosita.
Y esto de ponerla por primera vez, les complica ¿Estamos de acuerdo?
– Bueno, sí, te entiendo Carlos, ¿pero entonces, que tengo que ver yo en todo esto?
Me miró fijamente, como estudiándome.
Yo estaba en traje de baño.
Me miró de arriba abajo.
De repente entendí… me recorrió un frío por la espalda… no quería una prostituta… me quería a mí.
A mí!! Con la loca idea de que uno de mis sobrinos lo hiciera por primera vez.
– ¡Sos un hijo de puta! Le quise gritar.
Pero me hiso callar.
– Esto, cuñadita, no es cualquier cosa.
No es para cualquiera tampoco.
Es para Gustavito.
Al tiempo que me fue sentando en su rodilla.
Me hablaba suavecito.
Me acariciaba la espalda y la cabeza.
Como quien le habla a una niña pequeña.
– Vos sabes que Gustavito es tímido, y vos sos su tía preferida.
Pensá que no es cualquier chico, es de la familia.
Además, con vos tiene mucha confianza, te cuenta sus cosas, te consulta cuando tiene dudas.
Ustedes se tienen confianza.
Bueno, en eso tenía mucha razón.
Gustavito me quería mucho.
No solo era su tía preferida.
Era casi una amiga para él.
Y era cierto, Gustavito era muy tímido.
– Además, hay tantas enfermedades.
Tantas cosas raras.
Una extraña, tal vez lo trata mal.
Hasta le puede contagiar algo.
Y aquí es importante que salga confiado.
¿Queremos que sea un amante generoso o un boludo más?
– y… mejor que se haga bueno en la cama, murmuré en voz baja, pensativa.
Ahí me acarició la nuca, me apretó la cintura y me dio en un chirlo en la cola para que me parara de sus rodillas…
¡Desperté del trance! ¿Qué pasó aquí? ¿Accedí a esta tontería? ¿Pero cómo.
? Además… ¡me senté en las rodillas de Carlos! ¿Qué me pasó? ¡Me he vuelto loca!.
¡Si hasta se tomó la libertad de darme una nalgada!
Debo decir que Carlos insistió con todo esto durante al menos tres semanas más.
Al final, accedí.
Lo más importante era que no debía saberlo nadie.
Sería un secreto.
Solo esa vez, y solo con Gustavito.
El lugar donde sucedería, estaba arreglado.
Sería el departamento de un amigo.
La hora y día también.
Dado que mi trabajo tenía horarios rotativos, era muy fácil.
Incluso, hasta me compró varias prendas para que eligiera la más adecuada.
No se le escapó ni un detalle.
Incluso me sacó hora con la depiladora.
Estaba todo dado al éxito.
Llegó el día.
Pasadito del mediodía me dirigí al lugar.
Al llegar, me esperaba Carlos.
No había nadie más.
Un lugar lindo.
De soltero.
Comedor, cocina y baño en suite.
En la habitación había una cama grande, linda.
Me mostró que si cerrábamos la persiana, y poníamos unos bombillos de colores, el ambiente se volvía ideal.
Media luz, con destellos rojizos y azulinos al techo, por los bombillos.
Oscurito perno algo se veía.
En verdad estaba bueno.
Era romántico.
Luego Carlos me preguntó sobre el vestuario por el que me había decidido.
Le dije que eso lo tenía listo.
Pero quiso ver.
Le dije obviamente que no.
Esto era para Gustavito.
Y yo era una señora casada.
Con su hermano.
– Soy tu cuñada, ¡Ni lo sueñes Carlos!.
Se rió.
Y dijo que nuevamente estaba yo, mal interpretando.
Y sin más me mandó a cambiarme al baño.
Dude.
Él me giró de los hombros.
Y me llevó hasta la puerta del baño.
Me dio una sonora nalgada y me metió dentro.
Cerró la puerta y esperó fuera.
Me puse un conjunto de calzón y sostén negros, con una bata translucida.
Abrí la puerta.
Carlos me miró de arriba a abajo.
-Abrite la bata.
Lo hice tímidamente.
– No, no funciona, dijo.
Quedé sorprendida.
– probate otra cosa, dijo.
Salió y espero nuevamente afuera.
Lo siguiente era un baby doll purpura, absolutamente transparente.
Pero me dejé el mismo conjunto abajo.
Abrí la puerta.
– ¿y ahora?
– Mejor… pero no sé, a ver… probá sacándote el corpiño.
-¡pero Carlos!, atiné a decir al viento.
Porque él ya se había dado vuelta y cerrado la puerta.
Muy nerviosa me saque el corpiño.
– ya estoy lista, le dije.
Entró y me miró.
– Sacaté las manos de ahí, ordenó.
Yo estaba tapando mis pechitos.
Las bajé al tiempo que mi cara se colmó de vergüenza.
– Vení, me dijo.
Al tiempo que me tomó de la mano y me llevó al comedor.
Ahí, me hiso girar lentamente.
Caminar.
Hasta que dijo
– No, todavía falta algo, tenés lindas tetitas, te las comería acá mismo, y esa cola se adivina hermosa, pero no sé, todavía no me cierra.
Me dio una bolsa, y dijo – Andá a ponerte esto.
En el baño cuando la abrí, había unas medias muy finas, de color negro, trasparentes.
Además un tanga más bien pequeñito, trasparente por delante y atrás.
Y unos zapatos de taco muy alto, hermosos.
Ropita muy linda, muy delicada, pero muy sexual.
Me puse mi Baby Doll y salí.
Esta vez.
no me tapé.
-ahora sí!!!.
Me miraba con ganas.
Con ese vestuario, aunque lo llevaba puesto, dejaba ver todo.
Se traslucían mis pezones a través del Baby Doll, se me veían los pelitos de la conchita con ese tanga transparente, y al darme vuelta, la raja del culo también.
Pero su actitud, las palabrotas que utilizó para elogiar mi anatomía, sobre todo las nalgas, la forma que demostró agrado por el rebaje en los pelos del pubis.
Me hiso sentir linda.
Yo solita di otra vuelta.
Parando bien el culito.
Él me tomó de la mano y me hiso girar otra vez, dejándome de espaldas a él.
– Que buen culo!!, dijo.
Y me magreo la cola
– Ah, no! Esto no es para vos, le dije, entre risas.
– Dale, un poquito nomás.
Y lo dejé.
Me apretó los cachetes, los amasó a gusto.
Se lo había ganado.
A los pocos minutos me dijo que me fuera a la habitación y prepara todo porque estaba por llegar Gustavito.
Que él se iría y regresaría por mí en un par de horas.
– Suerte, me dijo al tiempo que me dio un besito y otra vez me agarró el trasero.
Ahí estaba yo, vestida así.
De puta.
Luz tenue.
En una cama.
Y dispuesta.
Se abrió la puerta, y tímidamente entró mi sobrino.
Gustavito.
Pidió permiso y entró.
Tímidamente se acercó a la cama.
Y grande fue su sorpresa al levantar la mirada y encontrarse a su tía, medio en bolas, en la cama.
-¡Tía Vanesa ¿sos vos?!, qué vergüenza, dijo.
Y se quiso ir.
Pero rauda, me levanté y lo ataje.
– No seas tonto chiquito, ¿Qué preferís, una extraña o, a mí, que ya me conoces y hay confianza?
– No sé, no me esperaba esto.
– No te preocupes, le dije.
Y lo llevé a la cama.
Lo traté de calmar.
Que se relajara.
Estaba tan tenso.
Estuvimos así un rato.
Esto no avanzaba.
Así que dije: – Pongámonos las pilas ¿Qué le harías a una mujer así, como yo, en esta situación? Alzo la vista y comenzó a mirarme, con mayor confianza.
Me levanté y desfile para mi sobrinito con las mismas ganas que lo había para su padre.
Caminé lento.
Giraba.
No sé, pero ahora me sentía en confianza.
Linda.
Atractiva.
Hembra.
Así que de eso a comenzar a menearme lento y sensual, como bailando, me fue fácil.
El miraba embobado.
Y se agarró el paquete.
Creo que logré que se calentara.
Lo invite a bailar conmigo.
Nos abrazamos y bailamos.
Me olía.
Recorrió mi espalda con sus manos.
Me miraba los pechos a través de la ropa de encaje.
Pero nunca me corrió mano.
Para ir entrando en terreno, lo besé.
Al principio era medio torpe.
Pero rápidamente entendió que hacer con la lengua.
Sin embargo no me corría mano.
Me lo llevé a la cama, le saque la polera y pantalones.
Quedó en calzoncillos.
Y lo guié a besar mi cuerpo.
Me besó por sobre el Baby Doll, que no me sacó, y seguía sin tocar mucho.
Incluso cuando me besó los pechos, fue solo por el costado.
Yo llevé mi mano a su paquete No había erección.
Así que decidí ir un poco más allá y la metí en su calzoncillo para comenzar una pajita.
Pasaron los minutos y nada.
Se empezó a sentir incomodo, se notaba.
Así que le dije que no se preocupara, que eso era normal, le pasa a muchos.
Le dije que yo comprendía bien que eso era mucha presión.
Así que lo mandé a bañarse para que se calmara y luego volviera.
No pasaron dos minutos de que Gustavito entró a la ducha, que se abrió la puerta y entró el papá, Carlos.
– ¿Ya está? Pregunto con cara de extrañeza.
Yo asombrada porque estaba segura de que se había retirado del departamento, le dije
– No, no pasa nada hasta ahora, no logramos que el amiguito despierte.
– ¡¿Como que no?! Con esta hembra… si será boludo.
– No creo que sea eso Carlos, no seas cavernícola.
Creo que está muy nervioso.
Debe ser eso.
Yo hice lo posible, pero igual no resultó.
-¿Qué hiciste?
– Se la masajee, se la moví un rato, pero no pasó nada.
Mmmmmm, gruñó él.
– ¿Y no se te ocurrió chupársela?.
Quedé de una pieza.
Porque yo no hago esas cosas.
– No ¿Cómo se te ocurre?.
– Fácil, dijo Carlos.
Te la pones en la boca y listo cuñadita, lo chupas.
-¿Enserio que no chupas? ¿A mi hermano tampoco?.
Me puse colorada de vergüenza.
Pero era cierto, yo no hacía eso.
Nos miramos…
Sacó su miembro, rápidamente.
Estaba erecto.
Lo acerco a mi cara.
Yo estaba congelada.
No me esperaba aquello.
Me dijo que solo abriera los labios.
No sabía qué hacer.
Yo no quería.
Me dijo que confiara, que era fácil.
¿A qué se refería, a mí o que chupar verga era fácil?, no lo sé.
Pero cedí, y abrí.
Él me tomó de la nuca y me la puso en los labios.
Era gruesa.
Abrí más, y me la metí.
Solo me entraba la cabeza.
Esa cosota era verdaderamente gruesa.
-¿Viste, no es tan complicado?, ahora empezá a mover la boca.
Y empecé.
No era tan fácil.
Me dolía la mandíbula.
Además tenía un gusto raro, pero la situación me calentaba.
Mi sobrino bañándose a pocos metros de nosotros para luego venir a cogerme y, mi cuñado, un tipo que siempre me causó rechazo, con su gruesa verga en mi boca… y yo, esforzándome en darle placer con mis labios.
– Muy bien.
Ahora, jugá por los costados de la cabeza.
¿Parece que te gusta, cierto?.
A veces, sacátela de la boca y pásame la lengua por el tronco.
Muy bien putita.
Dale besitos.
Así, así.
Seguí chupando.
Muy bien, putita, muy bien.
Hacelo todo otra vez.
– Perfecto, ahora podemos decir que aprendiste a chupar pija.
Me causaba extrañeza que Gustavito no saliese del baño, y por otro lado, era cierto… eso de chupar me estaba gustando.
Llevaba allí en el baño, como diez minutos.
Casi el mismo tiempo que yo llevaba mamando a mi cuñado.
Y se lo comente.
Me dijo que su pibe se tardaba como media hora.
Puso cara de pensativo.
Se recostó en la cama, se bajó los pantalones, me miró sonriente y dijo:
– Vení, aprovechemos de practicar un poco más.
Vení, vení… chúpame la pija otra vez, me dijo.
Yo solita fui gateando hasta su erecto pedazo de carne y me lo metí en la boca, repasando cada movimiento que me había enseñado.
Me sentía una diosa.
Como me tenía de costadito, en cuatro patas, aprovechaba a tocarme las tetitas.
– Que duritas que las tenés Vanesa, son un gusto.
También aprovecho a masajearme el trasero otra vez.
Pero con más tranquilidad.
Me pasó un par de dedos por la conchita.
Yo le trataba de correr la mano.
Pero el regresaba.
Me alcanzo a meter un dedo.
Grueso como él.
Estaba tan mojada que era un esfuerzo sacarlo de ahí.
También mi agujerito posterior recibió sus atenciones.
Pero no pudo meterme más que una falange.
Era virgen de ahí, y sus dedos, muy gruesos.
Y yo no me dejé hacer eso.
Pero seguía chupándolo con ganas.
Eso sí me gustaba.
Al rato, por el accionar de mi torpe, pero empeñosa boquita, acabó en un papel.
Se vistió, se chupó los dedos, me dio un beso y salió de la habitación.
Me besó.
¡Definitivamente estaba loca!
Fui a la puerta del baño y le pregunte a Gustavito si estaba bien.
Que lo estaba esperando.
Salió solo con una toalla en su cintura.
Olía a limpio.
Lo acosté, le quité la toalla, y vi que tenía todavía cuerpo de niño.
Era más alto que yo.
Pero era muy joven.
Apenas 14 años.
Nos besamos rico.
Y solita fui recorriendo su cuerpo hasta llegar al pitilin, que todavía dormía.
Apliqué todo lo que me enseño su papá.
Y mágicamente empezó a ganar grosor.
Seguí con mi boquita y lengua, muy cariñosa.
Y se empezó a parar.
Ya no era un pitilín, sino una verga larga y dura.
Más larga que de la mi marido o su papá.
Larga.
Pero no tan gruesa como la de Carlos.
Ahí se sintió confiado.
Me tomó por la cabeza y con sus manos me indicaba lo que quería que mi boca hiciera, el ritmo, la profundidad, todo.
Luego nos besamos.
Comenzó a tocarme por primera vez.
Jugó con mis pechitos.
Pero lo que más le gustaba era sobarme las nalgas y meterme un par de dedos en la vagina.
Llevó mi cabeza nuevamente abajo.
Y me hiso chupar otra vez.
Pero esta vez, acabó.
Yo no supe bien que hacer.
No quería tragar.
Así que corrí mi cara.
Pero de todas formas, un par de chorros entraron en mi boca.
¡El mismo día que aprendí a chupar, chupé dos pijas y además, trague algo de lechecita!
Le quise llamar la atención por eso, el gusto no es nada rico.
Es como amarga, salada y un poco ácida.
A mí no me gustó nada, pero cuando dijo:
– Tía, mirá como me tenés.
Mostrándome que su erección no había cedido nada, me sentí alagada y deseada.
Me saqué el Baby Doll, y el tanga.
Me dejé las medias y los tacos.
Me acosté boca arriba.
Abrí las piernas.
Lo miré un rato…
– Soy toda tuya, vení con tu tía querida.
Con muchas ganas se subió en mí, con algo de torpeza, y apunto su pene a mi cuquita.
Claramente no sabía lo que hacía.
Lo tomé y guié al lugar correcto.
Empujó.
Metió la punta y algo más.
– Hay, susurré.
Empujó otro poco más, y me mordí los labios.
Llegó hasta donde lo hace mi marido.
Se sentía bien.
Pero yo no sabía que faltaba meter un poco más todavía.
El tercer empujoncito me sorprendió.
Nunca había sentido eso.
Tan profundo en mí.
Y solté un gritito ahogado.
– ¿Estas bien tía?
– Si bebe, estoy muy bien clavada.
¡Qué pija que tenés pendejo hermoso!.
Y comenzó el mete y saca.
Al principio bombeaba tranquilo.
Como observando mi reacción.
Y yo lo disfrutaba, mi cara lo decía todo.
Prontamente aceleró y se mantuvo así, entrando y saliendo rápido y fuerte, hasta el final.
Esta demostración de ganas y deseo, conseguía que gozara mucho.
Lo miraba feliz, yo también lo estaba.
Nos besábamos con pasión.
Me chupaba la tetitas a veces.
Yo le respondía haciendo lo mismo.
En algún momento, su cuerpo se tensó.
Se iba a venir.
¡Cuánta lechita había en esos huevitos!.
Qué lindo pibe.
Para mi sorpresa, no se detuvo, como lo hace mi marido.
– ¿Cojamos otra vez?, Me dijo.
Y yo, con la cara llena de alegría y ternura, le dije que sí, que me coja otra vez.
Y empezó otra vez.
En algún momento dijo: – Quiero probar algo.
Mi hombrecito comenzaba a tomar la iniciativa.
Y lo que hiso fue llevar mis piernas a sus hombros.
En esa posición me la hiso sentir hasta el fondo.
Me tenía bien agarrada de las caderas, y me daba y me daba:
¡Que larga que la tenés, me llega hasta la garganta! Estos comentarios lo ponían como loco.
Pero era la pura verdad.
Más rápido se movía.
Más fuerza imprimía a la penetración.
Me quitó los tacos y las medias.
Me tenía desnuda.
Me decía que era genial cogerse a su propia tía.
Porque era la mujer más linda del barrio.
Y que si bien todos hablaban de las ganas que tenían de meterle los cuernos a mi marido, él sabía que fue el único que se la había cogido.
Todas estas palabras, el enterarme qué Y yo gozaba y gozaba.
Habrán pasado no más de diez minutos, y sentí que algo pasaba en mí.
Y di un grito fuerte.
Largo.
Profundo.
Había acabado.
¡Me hiso acabar!
Casi al mismo tiempo, el acabó también.
Porque al final de mi orgasmo, pude sentir su líquido caliente en mi interior, otra vez.
MI sobrino, seguramente, con los años, sería un torito.
Quedamos tendidos un ratito.
Quietos.
Fumamos.
Se puso cariñoso.
Nos besamos.
Se le paró nuevamente (juventud, divino tesoro).
No cogimos.
Se dedicó a recorrerme con su boca, con sus labios, con su lengua y sus besos.
Y todo el tiempo me tuvo con mi mano, haciéndole la paja.
Se desnató nuevamente.
Me dijo que estaba feliz, que le gustaría repetir otro día.
Le dije que no, que era por solo una vez.
Me susurraba al oído que era hermosa.
Nos besamos.
Lo mande a bañarse.
Se marchó.
Yo me di también una ducha.
Esto había sido una locura, pero me sentía bien.
Ahí estaba.
En un cuarto con olor a sexo.
Vaho a semen y flujo.
Agotada, pero radiante, apenas cubierta por una sabana.
Al rato llegó Carlos, a buscarme.
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