EXPERIENCIAS INFANTILES
Los recuerdos sexuales de una infancia muy feliz..
EXPERIENCIAS INFANTILES
El presente relato arranca en mi recuerdo desde la tempranísima edad de 2 años y medio (aproximadamente). Comienza con la primera experiencia sexual (con los años supe qué era aquello), de un niño muy muy pequeño, al aparecer en su vida un primo materno que le inició en este tipo de actividades.
Recuerdo que él llegaba cada tarde y me llevaba a la habitación que había en el primer piso. Allí se desnudaba y me desnudaba también a mí. Me acostaba junto a él y hacía que le tocase la verga. En aquel entonces yo no comprendía porqué mi pene era tan pequeño y el suyo tan extremadamente grande. Era enorme, pero lo era aún más, desde la perspectiva de un niño tan pequeño como era yo.
El era primo de mamá y nadie en la casa sospechaba lo que hacía conmigo en el cuarto. Pero lo cierto es que yo me había acostumbrado a aquellos juegos y le esperaba con ansiedad cada tarde. El nunca abusó de mi, (nunca me forzó). Aquello me gustaba mucho cuando él comenzaba a mover su verga con movimientos arriba-abajo, y finalmente escupía un líquido blanco que no producía en mi otra sensación mas que la de curiosidad y asombro. Aquel juego me encantaba, aunque obviamente mi pequeña polla ni se inmutaba…
Mi recuerdo de aquellos días es muy agradable; ver como aquella verga tan grande, con solo moverla enérgicamente, provocaba aquellas lanzadas de abundante semen. Me gustaba pasar mi mano por aquel liquido blanco y pegajoso, y restregarle su leche por todo el pecho. A veces, aquellas lanzadas le alcanzaban hasta la cara y alguna vez, hasta me cayó un poco en la boca. Recuerdo su sabor salado que sólo produjo en mi extrañeza…
Pero aquellos días pasaron. Mis padres se mudaron a otra casa mas apartada de la de nuestro primo y ya no volvimos a tener estas experiencias. Pero yo le echaba mucho de menos y añoraba mucho aquellos juegos.
Por entonces yo ya tenía unos 8 años y entró a trabajar en nuestra casa, (mis padres tenían un pequeño negocio), un muchacho de unos 18 años, con el que yo me llevaba muy bien. En cierta ocasión, encontrándonos solos en la casa, yo le pedí que me enseñara su verga. Y él, sin poner ningún obstáculo, abrió uno a uno los botones de su bragueta, sacando un enorme pene, mucho…, muchísimo mas grande y gordo que el de mi primo. Yo le dije que si me dejaba tocar aquella verga dura y hermosa y él aceptó. Incluso me propuso que me la metiera en la boca, cosa que acepté gustoso. Por entonces yo ya tenía una idea mas o menos clara del sexo, aunque para mi seguían siendo unos juegos inocentes porque recordaba con toda naturalidad los encuentros con el primo de mi madre. Pero, aún así, yo guardaba absoluto silencio sobre estas cosas, porque algo me decía que aquello no estaba bien.
Los encuentros con Diego, que era el nombre de nuestro empleado, se sucedían cada vez que había ocasión. Es mas, nosotros mismos buscábamos la oportunidad para este tipo de actividades. Yo recuerdo que nunca me excitaba; nunca se puso dura mi polla, pero lo que recuerdo muy bien es que aquello me gustaba cada vez mas. Recuerdo cómo Diego, cuando se masturbaba, ayudado por mi, dejaba salir unos grandes chorros de leche que lo llenaba todo. Aún hoy, al recordarlo, me parece excepcional aquella forma de eyacular tan abundante. Seguramente, esto se debía a que tenía unos enormes testículos que permitían almacenar grandes cantidades de semen. Tenía unos huevos enormes, extremadamente grandes. Y en mas de una ocasión me quedé con las ganas de pasar mi lengua infantil por aquellas enormes bolas.
Pasaron algunos años y nuevamente mis padres cambiaron de residencia. Esto era algo que a mi padre le encantaba, aunque a mi madre no le hacía ninguna maldita gracia. Pero mi padre insistía y, todo hay que decirlo, cada vez ganábamos en el cambio, porque las casas sucesivas eran mejores, mas grandes y provistas de mayores comodidades.
Otra vez, con el nuevo cambio, entró a trabajar un muchacho de unos 17 años, muy amanerado, (recuerdo que se llamaba Luís), y a mi no me gustaba tanto como Diego, pero yo ya me había acostumbrado a estas “relaciones” y las echaba de menos. Luís no era tan dotado como Diego, pero ocasionalmente nos hacíamos unas pajas y nos rozábamos desnudos, frotando nuestros capullos mutuamente, lo que nos producía gran placer.
Luís duró poco tiempo a nuestro servicio y después entró a trabajar un muchacho un poco mayor que Luís que, aunque era bastante feo de cara, era súper simpático y me excitaba mucho sexualmente, porque tenía un enorme paquete que hacía pensar que ocultaba una enorme verga.
Por entonces yo tenía 11 años (casi 12) y mi madre había muerto repentinamente de un infarto. Yo estaba ansioso por ver la verga de Domingo, (que así se llamaba) y a los pocos meses tuve ocasión de comprobar que ésta era enorme, porque en cierta ocasión que nos habíamos quedado solos, comenzamos a hablar de temas de sexo, aunque siempre referidos a chicas, nunca a hombres. Yo le decía (y era cierto) que me excitaba mucho con aquellas conversaciones en las que imaginábamos que nos follábamos a unas tías muy buenas.
Y entonces le dije a Domingo: “Oye, ¿tu estás empalmado?” El me dijo que mucho, (yo ya lo sabía por el enorme bulto que se podía ver en su bragueta). Yo le dije: “Yo estoy muy empalmado” y le pedí que me mostrase su verga. El se hizo un poco de rogar. Pero finalmente accedió y, abriéndose la bragueta, dejó salir una enorme polla gordísima de al menos 20 centímetros. ¿Dios mío, que hermosura! La polla mas grande que he visto nunca. Aún hoy, muchos años después, recuerdo con asombro la verga tan grande de Domingo. Un capullo grandísimo totalmente descubierto, sonrosado, brillante. Una polla que no podía rodear con mi mano, y que me excita todavía al recordarlo y al escribir este relato.
Yo pedí a Domingo que me dejara tocar su miembro. Al principio él rehusó, pero como estaba tan excitado yo insistí y, finalmente él accedió. Pero yo no me limité a tocarlo, sino que cuando lo tuve entre mis manos, comencé a masturbarlo con mucha suavidad, de manera que él estaba encantado y ya no hizo ningún gesto para impedir que nos corriésemos juntos. ¡Que placer, Dios mio!. Aquello parecía una fuente, manando su blanca leche. ¡Que abundancia de semen salía de aquella enorme verga!.
Después de limpiarnos, él estaba avergonzado y me dijo que no se explicaba cómo había podido ocurrir. Insistió en que eso no podía volver a repetirse, que aquello no estaba bien. Y seguramente era sincero, pero creo que lo que mas temía este muchacho era que se enterase mi padre que era un hombre de gran genio y un pronto muy irascible al que todos temían y respetaban.
Este tipo de encuentros con Domingo se repitieron algunas veces más. Y yo estaba encantado de poder tocar y disfrutar de aquella verga tan grande. Es más, me quedaba con unas ganas enormes de chupársela y que su leche resbalase por mi cara… Aunque debo reconocer que era yo quien le provocaba con conversaciones sobre mujeres que a él le excitaban muchísimo. A lo largo de estas conversaciones, yo conseguía mi propósito de excitarle.
Nadie sospechó nunca este tipo de encuentros “casuales”. Domingo era un chico muy reservado y discreto. Pienso que él también hubiese querido algo mas, pero creo que, tal vez por temor a la cólera de mi padre, más que por su propio rechazo a estas relaciones, aquello nunca fue a mas.
Cuando tenía 16 años y “gracias” a estos actos ocasionales, ya tenía yo cierta experiencia sexual con personas de mi mismo sexo. Aunque éstos nunca pasaron de tocamientos o roces. Y no se si es porque yo, inocentemente provocaba los mismo, pero el caso es que tuve algunas proposiciones, algunas de las cuales se materializaron de forma muy arriesgada y poco satisfactoria. Recuerdo que por entonces estaba yo asistiendo a unas clases particulares de recuperación, y las mesas de aquella academia eran alargadas, con sillas plegables, y nos sentábamos unos junto a los otros. En la misma clase había un muchacho un poco mayor que yo con quien tuve algunos tocamientos. Este chico procuraba sentarse siempre a mi lado y en cierta ocasión observé que se estaba masturbando por debajo de la mesa. Miré disimuladamente y vi que se había sacado la polla del pantalón y se estaba pajeando. Con todo el descaro del mundo, rocé mi pierna contra la suya, demostrándole que yo me había percatado de lo que él estaba haciendo. Era verano y ambos íbamos con pantalón corto, por lo que era muy facil sacarse el pene por la corta pata del pantalón. Así que hice lo mismo y él comenzó a masturbarme, haciendo yo lo propio con el y llegando ambos al orgasmo.
Pero este muchacho, inesperadamente abandonó las clases y otro compañero que al parecer se había percatado de aquellos tocamientos, se sentó a mi lado a partir de entonces. Este chico era un poco bajito, pero muy atractivo. De esas personas que se dice tienen “sex-apeal”, y comenzó a provocarme desde el primer día. De modo que este tipo de contactos siguió produciéndose por algún tiempo, hasta finalizar las clases.
Por aquellos días, mi padre, quién siempre decía de que yo era su “ojito derecho”, me propuso irnos a pasar un fin de semana, (de sábado a domingo) a un refugio que teníamos en la montaña. A él le gustaba mucho la pesca y muy cerca de la casita había un lago en el que se pescaban muy buenos ejemplares. Yo le acompañé muy gustoso y después de comer nos dirigimos hacia allí.
Descargamos las cosas y nos instalamos en la casita. Ya se había hecho de noche y hacía un poco de frío. Mi padre encendió una pequeña chimenea de leña que tenía la casita, cenamos temprano y luego, después de leer un poco nos dirigimos a dormir. Aquel refugio solo tenía un dormitorio con dos pequeñas camas a ambos lados de la habitación. Mi padre se instaló en una y yo en la otra. El me dio las buenas noches y nos disponíamos a dormir.
Como quiera que fuese, por el cambio de cama o por la situación poco usual de encontrarnos mi padre y yo en la misma habitación, no podía conciliar el sueño y no dejaba de dar vueltas en mi cama. Tampoco dejaba de pensar que un poco antes, cuando nos disponíamos a acostarnos y mi padre se desnudó, observé un gran paquete después de quitarse el pantalón, quedándose en calzoncillos. Nunca me había percatado de eso, pero creo mas tarde, debido a los acontecimientos que siguieron, supe que a él no le pasó desapercibida aquella mirada disimulada hacia su entrepierna.
Yo no paraba de dar vueltas en la cama y al poco rato mi padre me dijo: “¿Tu tampoco puedes dormir?”. Yo le dije que no y que, además tenia un poco de frio. Entonces él me dijo: “¿Porqué no te vienes a mi cama y nos calentamos los dos?. ¡Dios mio… yo lo estaba deseando!!. Así que me faltó tiempo para saltar a su cama.
Mi padre no solía usar pijama, así que estaba acostado sólo con camiseta y calzoncillos. Y yo había olvidado llevarme mi pijama, por lo que me encontraba igual que él.
Allí estábamos los dos, cuerpo con cuerpo, pegados el uno al otro y calentándonos mutuamente. Mi padre se acomodó moviéndose un poco para dejarme sitio y yo estaba muy excitado. El se percató de mi excitación y pasó disimuladamente su mano por mi entrepierna, percatándose sin ninguna duda de que yo estaba totalmente empalmado.
Yo estaba muy nervioso pero mi padre me abrazó y me dijo: “¿Qué te pasa, hijo?”. Yo no sabía que decirle, pero el me dijo: “Yo estoy igual que tu”. “Pero estas cosas pasan”, -agregó-. “No sientas ningún rubor, porque esto no es nada malo”… El cogió mi mano y la llevó suave y delicadamente hacia su miembro viril que estaba casi a reventar. Le marcaba un enorme bulto en su calzoncillo y se adivinaba una polla descomunal, ahí oculta, bajo su escasa ropa.
Yo no opuse ni la más mínima resistencia. Todo lo contrario, agarré su miembro con mi mano, que no llegaba a abarcar aquella verga grandota, y comencé a acariciarla por encima del calzoncillo. Mi polla también estaba casi a punto de estallar, y en aquellas caricias, observé que mi padre había manchado su ropa interior con la baba que brotaba de su capullo.
Ya no podía aguantar más, así que me deslicé hacia debajo de la cama y buscando su vergota, la succioné con mis labios, metiéndola hasta el fondo de mi boca, que apenas podía albergar tanta grandeza. El jadeaba de placer, mientras yo seguía chupando y chupando, mientras me percataba que no dejaba de babearle. Un líquido viscoso y salado que no dejaba de emanar por el hoyito de su enorme glande. Mientras, yo estaba completamente mojado por la misma causa, aunque aún habríamos de disfrutar mucho aquella noche, hasta llegar al orgasmo.
Andábamos ya bastante calientes y nos sobraba toda la ropa de la estrecha cama. Muy tímidamente propuse a mi padre que él hiciera lo mismo con mi polla. Entonces el se dio la vuelta y ambos comenzamos a comernos nuestras vergas en un delicioso 69. Algo que yo jamás había hecho. Mi padre me dijo que yo también tenía un pene grande para mi corta edad y estuvimos disfrutando de aquellos momentos hasta que, finalmente nos corrimos, el uno sobre el otro. La leche de mi padre me llenó todo el pecho. Había leche como para preparar el desayuno del día siguiente y aquel líquido viscoso y blanco me resbalaba a ambos lados del pecho. Algo increíble que yo no había visto nunca.
Cuando hubimos terminado, mi padre me limpió y se limpió a sí mismo y volvió a la postura inicial. Desnudos como estábamos, me abrazó a su cuerpo y ambos nos dormimos profundamente.
A la mañana siguiente ninguno de los dos mencionamos aquello. Era como si nada hubiera ocurrido. Con toda normalidad mi padre me hablaba y yo también a él, pero nunca más volvimos a hablar de aquel incidente.
Así transcurrían los días pero, al cabo de unos 10 meses, mi padre sugirió volver al refugio de la montaña. Yo estaba encantado pensando que se repetiría lo de la vez anterior. Pero todo había cambiado y mi padre jamás volvió a proponerme ningún tipo de contacto sexual. Yo incluso, me movía y movía durante la noche en mi cama y no podía conciliar el sueño esperando que él me dijera algo; “acércate a mi cama” o algo por el estilo. Pero mi padre ya nunca volvió a proponer nada parecido.
Esporádicamente tuve tocamientos y masturbaciones con compañeros de trabajo, pero recuerdo con un enorme cariño y una gran ternura aquella experiencia sexual con mi padre. Fue algo muy bello y jamás tuve con nadie tanta satisfacción como con él. Y el recuerdo de su enorme verga dentro de mi boca, aún me sigue provocando una fuerte erección, como en este momento al recordar y escribir estas experiencias.
Posteriormente he follado con mujeres y con el paso de los años conocí a una muchacha muy linda y nos casamos. Tuvimos tres hijos muy hermosos y hoy en día somos un matrimonio completamente feliz y con unas relaciones sexuales plenamente satisfactorias. Ya nunca más me he acostado con hombres, aunque debo ser sincero y reconocer que cuando voy a la playa, no puedo evitar fijarme en el paquete de algunos tíos que se pasean por la arena y pasan por delante de nosotros, (mi esposa y yo). Discretamente me fijo en el bulto que hay debajo de esos minúsculos slip o tangas y debo reconocer que fantaseo con comerme unas pollas grandes y duras que imagino debajo de esos tangas, pero inmediatamente me recompongo y vuelvo a la normalidad, bajando de las nubes.
Me gustaría que este relato pudiera tranquilizar a muchos hombres que, no reconociéndose homosexuales, ni tan siquiera bisexuales, se empeñan en negar que les gustan los tíos y que a veces fantasean con este tipo de experiencias. A ellos les digo que no son ningunos monstruos por deseas acostarse con hombres. Y que son muy pocas las personas –exclusivamente- héteras, ya que la mayoría de ellas tiene, o ha tenido, tendencia hacia el propio sexo en algún momento de su vida.
Encantador relato