FABIOLA, UNA MADRE DE FAMILIA MUY CALIENTE – PARTE 1
Inician las aventuras sexuales de Fabiola Almanza.
Fabiola y su familia llevaban ya veinte días en aquel vecindario, y hasta entonces las cosas habían ido de maravilla. El lugar era bastante agradable pero un poco alejado de la ciudad, si bien formaba parte de la misma; y es que para acceder al sitio, había que tomar por la carretera y avanzar un kilómetro; después de allí se doblaba a la derecha y unos metros adelante se ingresaba finalmente al vecindario. Se trataba de una urbanización enorme dividida en cuatro secciones, que estaba rodeada de bosque, y quedaba perfectamente delimitada por una alta barda perimetral; la cual además de aportar seguridad y privacidad, era totalmente necesaria; y es que a partir de ese punto toda el área circundante de bosque, había sido declarada zona protegida; es decir que por ley no se podía construir ni una casa más, fuera de lo que marcaba la alta y gruesa barda en derredor.
Debido a lo anterior y a que la gente durante el día, se desplaza a su trabajo en lugares más o menos alejados, el sitio era bastante tranquilo y solitario; muy apacible para quien buscara vivir en un lugar libre de tumultos y tráfico vehicular excesivo. Sí, aquel vecindario por sus dimensiones y características, era como una ciudad independiente. Y por si esto fuera poco, la renta que el esposo de Fabiola pagaba por la casa en que vivían, era bastante accesible, de modo que todo marchaba muy bien.
Pero entonces, en los últimos días de la semana que completaba el mes de residencia de Fabiola y su familia en el lugar, las cosas empezaron a cambiar drásticamente; si bien la única que pareció notarlo fue aquella hermosa mujer madura, de cuerpo un poco grueso y con enormes tetas y culo.
***
El primer incidente extraño, de varios que presenció la madre de familia de entonces treinta y dos años; sucedió en una tarde soleada, en que ella regresaba a casa después de hacer compras en un minusuper cercano. Fabiola caminaba despacio, y estaba cerca de llegar a la esquina de la cuadra; ya en ese punto cruzaría la intersección de calles y seguiría en línea recta, pues en la siguiente manzana se hallaba su domicilio. Pero justo unos metros antes de llegar a la esquina escuchó gritos, y el hablar de personas en una voz muy alta. Era obvio que se trataba de un grupo de mujeres, y que los gritos eran de una de ellas; pero Fabiola aunque curiosa por el asunto y por ver lo que pasaba, entendió de inmediato que aquello no implicaba ningún peligro o emergencia; pues los gritos y las voces, se escuchaban alegres y entre risas de parte de todas las implicadas.
—¡Mamá por favor me estás poniendo en vergüenza! —dijo una de las voces, a lo que otra contestó.
—¡No, no lo permitiré! ¡De ningún modo!
Ya desde la esquina, Fabiola pudo ver lo que pasaba.
Se trataba de tres mujeres, que estaban en la calle lateral a unos pocos metros de la intersección, una de ellas estaba sobre la banqueta, y parecía querer huir de las otras dos, y para evitarlas daba la vuelta a un auto estacionado. Y corría en una dirección o en otra, mientras una de las mujeres trataba de sujetarla por un lado y la otra por el contrario. La mujer que gritaba y trataba de no ser atrapada, era una dama de unos cincuenta años, de piel blanca, delgada, de buen aspecto y muy bien conservada; llevaba el cabello teñido de rubio y recogido, e iba vestida de manera bastante elegante y formal.
Otra de las mujeres, era una hembra de unos treinta años; de cabello negro y de tez morena clara; llevaba puesto un vestido largo de color amarillo, pero que dejaba descubierto su espalda y sus hombros, el vestido le ajustaba muy bien el cuerpo y resaltaba su figura, su sedoso cabello negro le caía a ambos lados del cuello. La tercera era una chica de unos veinte años, totalmente maquillada y de labios muy gruesos y sensuales, que llevaba un minivestido azul cielo, tan entallado que resaltaba su cuerpo voluptuoso y juvenil.
Finalmente las dos mujeres acorralaron a la mujer, cada una por un lado distinto y al quedar ella del lado de la banqueta, la mujer volvió a gritar pero no paraba de reír. De hecho las tres reían y sonreían, como chiquillas que se entregan a un juego sumamente divertido, cada una haciendo su papel.
—¡Ayúdeme no deje que me lleven! —dijo la mujer sin parar de sonreír, al notar la presencia de Fabiola desde la esquina.
Fabiola miró extrañada la escena sin atreverse a intervenir, pues era obvio que no pasaba nada serio.
—No le haga caso, —dijo de inmediato la más joven— es sólo que la paciente, se niega a ponerse unas inyecciónes en el consultorio de la doctora, eso es todo.
Desde la perspectiva de Fabiola, la hija había quedado de espaldas a ella y de frente a su madre, abrazándola para impedirle escapar, mientras la joven de labios voluptuosos le abrazaba desde atrás.
Una cuarta mujer se acercaba al lugar viniendo desde el otro extremo de la calle lateral, Fabiola reconoció de inmediato a la doctora Eva Procopio, quien tenía el consultorio en un local que era parte de su domicilio. La doctora venía caminando con paso seguro y decidido y con una sonrisa en sus labios, aquella era una mujer morena de unos treinta y tantos años, sus caderas y su culo eran su punto fuerte.
—Ashley aplícale un poco de este tranquilizante a la mamá de la señora Linet por favor, es importante que le pongamos las vacunas ahora mismo —dijo despreocupadamente la doctora, acercándole un paño que llevaba en la mano a su asistente.
Sólo hasta entonces se dio cuenta Fabiola, que la joven era de hecho la recepcionista de la doctora; lo cierto es que ya la conocía, pero por la forma que iba vestida, así como por el maquillaje excesivo que llevaba, a Fabiola le había costado identificarla.
Justo en esos momentos la mujer había intentado escapar, pero el abrazo de las otras dos hembras, una por delante y otra por detrás, se había hecho más estrecho; y antes de que la chica tomara el paño que la doctora le ofrecía. Fabiola desde su posición y ángulo de visión creyó notar, que durante el último forcejeo que la señora había realizado, la joven desde atrás, además de sujetarla más fuerte, también había hecho no uno sino varios empellones rápidos contra la ella, que no parecían tener sentido.
Y aquellos empellones habían dado como resultado que la mujer cerrara los ojos, mientras una expresión de placer se dibujaba en su rostro y su boca se abría. La hija por su parte, le daba un beso lento y prolongado en la mejilla, que parecía de algún modo tranquilizar por completo a la señora, y luego le decía algunas palabras al oído a su madre.
—¿De verdad no duele? —dijo finalmente la señora, con una voz anhelante y entreabriendo los ojos.
—¡No mamá claro que no! Yo también tenía miedo al principio pero me encantó, es como…
Fabiola no pudo escuchar lo que siguió diciendo la hija a su madre, pues esta volvió a hablarle al oído.
—No será necesario el paño doctora, creo que ya convencimos a la señora, ella nos acompañará en unos momentos, sólo hay que darle tiempo.
—¡Perfecto Ahley! Eres una gran asistente —dijo la doctora con su cabello corto a lo teddy boy, y luego se acercó a saludar a Fabiola.
—¿Pasa algo doctora? —dijo Fabiola mirándola directamente.
—Absolutamente nada vecina, la señora Mireya tiene que tomar sus vacunas, y ella le teme a los piquetitos, lo que le asusta es que en este caso serán dos, pero es por su bien ¡Ah mire, finalmente se deja llevar!
Era cierto, la hija había dejado de sujetar a la madre y ahora sólo la acompañaba a su lado, mientras la joven la conducía y aún seguía pegada a ella desde atrás, abrazándola por la cintura; era como si deliberadamente buscara estar pegada al culo de la señora; pero la hija no parecía molestarse por ello.
Por unos segundos, Fabiola pudo ver claramente en esta ocasión, como la adolescente mientras caminaba pegada detrás de la señora, se frotaba y bombeaba morbosamente contra su culo; pero cuando Fabiola volteó con expresión de sorpresa, para ver la cara que tenía la doctora, pues ella también había presenciado aquel bombeo de mujer a mujer; la especialista seguía sonriendo y sin inmutarse, y luego se despidió de ella con cortesía, pero sin agregar nada al respecto.
Justo cuando la confusa madre de familia se disponía a cruzar la solitaria calle, fue que se dio cuenta, que en la contra esquina a la cual se dirigía, se hallaban dos niñas que habían observado lo sucedido. Fabiola ya las conocía de vista y sabía que eran un par de diablillas muy traviesas, probablemente hermanas, y en el lapso en que se acercaba a ellas para seguir su camino, y luego se detenía para ver cómo a la distancia, las cuatro hembras finalmente entraban al consultorio, pudo escuchar lo que las pequeñas decían.
—¡Van a jugar al vampiro! —dijo una de ellas.
—¿En el consultorio de la doctora? ¡No te creo! —respondió la otra.
—¡Claro que sí! el vampiro ya debe haber mordido a la doctora y a las otras dos, sólo falta morder a la señora que perseguían. Él debe haberla mordido ya pero no el tiempo suficiente, necesita más sangre de ella. —replicó la que aparentaba mayor edad.
—Da igual, mientras nuestra mamá tenga el talismán protector y nosotras también lo llevemos no podrá mordernos. Oye, ¿quieres jugar al vampiro?
—De acuerdo pero ¿Pero quién es el vampiro?
—Yo, empecemos…
Para cuando Fabiola escucho aquello último las niñas ya estaban a sus espaldas y ella seguía su camino, aquella conversación insustancial y fantasiosa, de niñas que no rebasan los ocho años, no era nada en comparación con lo que acababa de presenciar; el asunto le parecía sumamente peculiar, y aún trataba de entenderlo de algún modo, cuando unos gemidos infantiles, evidentemente de placer, la hicieron detenerse y girar por completo.
—¡Pero qué demonios! ¡Niñas que creen que están haciendo! —les espetó Fabiola.
Las dos niñas llevaban shorts, y ambas tenían cuerpos muy bien delineados para su edad, eran un par de hembritas con sus culitos parados y redondos, y ahora una de ellas estaba agachada con sus manos en las rodillas y parando su delicioso trasero, mientras la otra la sujetaba firmemente por la cintura. Y con gran decisión y total descaro, la bombeaba libidinosamente, como si de verdad la estuviese penetrando. La expresión de los rostros de las dos niñas y sus gemidos, fue lo que más impresionó a Fabiola; ambas parecían estar disfrutando de lo lindo, como si la cópula fuera real y ellas unas consumadas expertas en el amor sexual.
Al escuchar la voz de Fabiola, ambas deshicieron la posición y voltearon a ver a la sorprendida madre de familia.
—Sólo estamos jugando al vampiro —dijo una de ellas con total tranquilidad.
Y después salieron corriendo entre risas, dejando a Fabiola totalmente estupefacta.
***
En los siguientes cuatro días, Fabiola siguió presenciando sucesos inusuales y extraños, que la dejaron cada vez más sorprendida y confusa. En más de una ocasión mientras iba por la calle, la asombrada madre de familia, vio como de repente y sin presencia de viento, se levantaban de golpe faldas y vestidos, de mujeres de todas las edades y casualmente muy lindas. Incluida una niña de unos diez años, la cual no llevaba ropa interior; de modo que al encontrársela de frente en la calle, Fabiola pudo ver su hermoso sexo infantil y sin vello; a Fabiola le constaba que ninguna de las hembras había levantado su propio vestido o falda; ni tampoco había habido en ese momento nadie cerca que lo hiciera, era como si unas manos invisibles fueran las responsables.
El fenómeno se repitió también en un local cerrado, una panadería para ser exactos; y en este caso le sucedió a la maestra Anabel, quien era la docente que impartía clases al hijo de Fabiola de nueve años recién cumplidos. La sorprendida maestra no entendía lo que había pasado, y de inmediato se bajaba la falda, para cubrir lo más pronto posible su intimidad expuesta. Fabiola pudo darse cuenta entonces, que la educada y fina maestra de su hijo usaba tangas.
También en una ocasión, al estar detenida en el frente de una casa, mientras revisaba los mensajes de su móvil, pudo escuchar una conversación entre un padre y una hija, que se oía perfectamente a través de una ventana abierta.
—¿Papá el vampiro vendrá hoy a morder a mamá?
—Sí hija, hoy en la noche.
—¿Puedo estar presente mientras la muerde?
—Sí claro —dijo el padre despreocupadamente.
—¿Y cuándo va a morderme a mí?
—Ya falta poco, él lo decidirá, tal vez lo haga hoy.
—¿Pero no voy a morir verdad?
—¡Hija ya hemos hablado de ello! Ya te expliqué que ni mamá ni tú van a morir; la cantidad que el señor vampiro extrae por cada mujer del vecindario es pequeñita; este lugar es muy grande y de ese modo, él puede alimentarse tranquilamente sin que ninguna muera.
—¿Duele mucho?
—No, todo lo contrario, o ¿te parece que a tu mamá le duela? Ella está sonriendo todo el tiempo, por si no lo has notado.
—¿Pero por qué grita tanto?
—Bueno, lo hace pero no por dolor, sino porque le gusta; verás cuando el señor vampiro la está mordiendo ella se pone eufórica, es decir que siente muy bonito. Eso facilita las cosas, y es que salvo por el pinchazo inicial que es como una inyección doble, los colmillos del vampiro ya insertados en el cuello de mamá, le producen una sensación muy agradable; y es entonces que grita pero de felicidad. Te repito, en esos momentos ella siente muy bonito en su cuello.
—¿Qué tan bonito?
—Mucho, es como recibir muchas cosquillas como las que te voy a hacer ahora.
Después de decir lo anterior, era obvio que el padre había tomado a su hija en sus manos, y le hacía tantas cosquillas como podía, pues las risas y los gritos de la niña se escuchaban fuerte y claro.
***
Después de cinco días con sucesos por el estilo, Fabiola estaba realmente muy preocupada, todo lo contrario a su familia que se veían cada vez más felices de vivir en el lugar; ninguno de los otros integrantes parecía haber notado nada raro o sospechoso. Incluso su esposo Julio minimizó los hechos del primer día; cuando Fabiola se los comentó por la noche, dijo que hay gente que le tiene verdadero pavor a las agujas. Y en cuanto a lo de las niñas, tal vez ambas habían espiado a sus padres mientras copulaban, y luego habían repetido de manera mecánica e inocente la forma y los sonidos. En cuanto a la cuestión de los vampiros, aquella era una tontería, el mismo Julio se había logrado enterar al platicar con algún vecino, que todo había comenzado cuando la urbanización se había construido hacía cuatro años.
Se decía que durante las excavaciones, se habían topado con un ataúd muy antiguo, y que al abrirlo, se habían encontrado un cadáver en perfecto estado de conservación, el cual desapareció misteriosamente después de que habían resguardado el féretro, y antes de la llegada de las autoridades. Naturalmente todo no había sido sino habladurías, de gente con tendencia a inventar historias, pues por más que se hablara de incontables victimas desde entonces, lo cierto es que nadie en todo el vecindario, había muerto por ataque de un vampiro. Y esto era básicamente así, porque los vampiros no existen.
Claro que su esposo no contaba, con la explicación que Fabiola había escuchado en días posteriores, mientras aquel padre hablaba con su hija, sin saber que ella desde la calle oía sin querer la conversación. Ya para esos momentos Fabiola había llegado a la conclusión, de que si tal ser existía y residía en el lugar, se alimentaba únicamente de mujeres, pero a diferencia de lo que comúnmente se veía en las películas; el vampiro no sólo buscaba jóvenes, sino que también señoras y hasta niñas. Y en efecto un vecindario como aquel se prestaba para ello, pues era enorme y estaba a las afueras de la ciudad; además se encontraba aislado, bardeado y rodeado de amplios sectores de bosque.
Sí, todo aquello parecía facilitar enormemente las cosas a un ser así, claro que la misma Fabiola se negaba a creer a pesar de todo, que tal ser pudiera existir en la realidad. Y sin embargo, allí estaban los hechos que ella misma había presenciado.
Y lo peor es que por esos mismos días, su hijo Hugo había comenzado a mostrar creciente interés, justo por el tema de los vampiros. Ya fuera en cómics, películas o programas de tv, incluso en internet. Fabiola comenzó a estar realmente preocupada con todo aquello; al grado que llegó a pensar que tal vez por las noches no podría dormir, o bien se despertaría a cada rato; pero en esto la culona y tetona madre de familia se equivocaba. De hecho pudo dormir muy bien durante las noches; y sin embargo comenzó a ser asaltada durante su descanso, por sueños que, si bien no podían considerarse pesadillas, le resultaron casi tan extraños como los sucesos del día. Al grado que después de unos tres días de tenerlos, comenzó a pensar que tal vez estaba volviéndose loca.
***
—Dicen que ha regresado una vez más para chuparnos la sangre mientras dormimos, como cada año, justo en mitad de la primavera —comentó una de las dos adolescentes, a su amiga que caminaba a su lado.
—Habrá que acudir con la loca de Daisy, para que nos venda uno de esos amuletos o como se les llame, con los cuales el vampiro no podrá mordernos.
—¿Pero de qué hablas? Daysi se largó de aquí el año pasado.
—¿Para combatir vampiros en algún otro lado?
—No, más bien porque su familia ya debía varios meses de renta, y huyeron sin pagar.
Después de decir lo anterior una de ellas, las dos jovencitas de no más de trece años se echaron a reír; pero ya desde el principio Fabiola se había percatado, que por el tono de la conversación ninguna de ellas creía realmente en vampiros. Pero entonces, una de ellas agregó, algo que le llamó bastante la atención.
—Bueno esa loca se habrá largado, pero dejó una buena cantidad de esos… de esos supuestos amuletos antivampiros en el local de doña Miriam, mi mamá y yo estábamos allí cuando los dejó el año pasado.
—¿Miriam la que corta el cabello?
—Sí ella.
La conversación de las adolescentes había tenido lugar, en uno de los pasillos del minisúper que había en el vecindario; Fabiola que se encontraba en ese mismo pasillo, no intentó abordar a las jovencitas; parte porque no lo creyó prudente, y parte porque habían mencionado a alguien a quien ella ubicaba perfectamente. Se trataba de su vecina Miriam, una mujer de unos treinta años, madre de dos gemelos y que en efecto se dedicaba a cortar el cabello. Y con ella consideró que sí podía hablar largo y tendido, de aquel tema tan extraño y que tanto le preocupaba.
Después de todo, Miriam que vivía muy cerca de donde Fabiola; le había dado una calurosa bienvenida a los dos días de haber llegado al vecindario, cuando se conocieron por casualidad. Y después de eso habían conversado varias veces, ya fuera en la calle o en algún lugar, y también había acudido a cortarse el cabello con ella en una ocasión.
***
—¿Pero entonces usted cree en vampiros? —Preguntó Fabiola volteando a mirar fijamente a Miriam, mientras ambas tomaban una taza de café caliente, sentadas en la sala de la casa de la estilista.
—La mujer, casada y con dos hijos gemelos, se llevó la taza de café a la boca, y bebió lentamente de ella, antes de finalmente contestar.
—Mmmmmm… esa es una pregunta difícil de contestar, sobre todo en un vecindario como este; después de todo lo que usted me ha comentado haber presenciado y que le consta, bueno, si yo lo hubiera vivido también pensaría que sí existen; o que por lo menos algo sumamente raro sucede en este vecindario.
—¿Pero usted no ha presenciado nada raro entonces? Me refiero en todo el tiempo que lleva aquí.
—La verdad es que no, no directamente —respondió Miriam—, algunas clientas me han comentado sucesos raros, como los del levantamiento de faldas durante la primavera, tanto de mujeres como de niñas, y otras cosas incluso más inusuales, que lo otro que usted me ha mencionado.
—¡De modo que no soy la única! —dijo Fabiola sorprendida pero respirando con alivio—, empezaba a creer que me estaba volviendo loca.
—Sí bueno… lo curioso es que casi invariablemente, todas las mujeres que me han mencionado esos sucesos, al venir conmigo a cortarse el cabello; después de un tiempo parecen haber olvidado el hecho, o simplemente niegan habérmelo dicho. Y en los pocos casos en que no lo niegan; dicen haber sido víctimas de algún tipo de alucinación.
—¡¿De verdad?!
—Sí tal cual, lo mejor es que use usted el amuleto protector que acabo de darle, llévelo en su bolso o póngaselo al cuello y bajo sus ropas. Yo también llevo uno; Daisy, quien no me caía muy bien, eso tengo que admitirlo, llegó un día a mi local pero no para cortarse el pelo; y nos contó una historia muy descabellada de vampiros, y de que se estaban apoderando del vecindario, dijo que había que empezar a combatirlos, pues regresaban cada primavera para alimentarse.
—¿Y usted le creyó?
—No, de hecho nadie de las mujeres presentes lo hizo, yo fui la única que aceptó guardar esos amuletos, para el caso de que alguien pidiera uno. La verdad es que me lo puse por educación frente a ella, y después lo seguí usando por gusto. En aquel momento mi esposo y yo acabábamos de mudarnos al vecindario; esta casa es nuestra sabe, y no quería dar mala impresión en un nuevo lugar.
—¿Será que por eso usted no ve ni escucha cosas extrañas? —dijo Fabiola, después de guardar silencio unos segundos, mientras reflexionaba sobre aquello que Miriam acababa de contarle.
—Tal vez, no puedo asegurarlo. Pero no le cuesta nada usarlo, se lo recomiendo úselo… para que no… úselo.
—¿Usted sabe algo más verdad? Dígame qué es por favor —suplicó Fabiola, mientras en su fuero interno se decía a sí misma, que la frase que Miriam había dejado incompleta era: “Para que no la muerda el vampiro”.
Esta vez Miriam fue la que guardó silencio, mientras Fabiola la miraba expectante.
—Esta bien —dijo finalmente—, voy a mostrarle pruebas irrefutables de que algo realmente inusual sucede en el vecindario; o mejor dicho una sola prueba; pero que es más contundente que todo lo que usted me ha dicho; básicamente porque quedó grabada en video, y además de alta calidad. Este video logró grabarlo Daisy, algo así como una semana después de haber acudido a mi local, para contarnos aquella historia y dejarme los amuletos.
(Esta saga tiene una introducción, se recomienda leerla)
—¡Pero, qué hay en ese video!
—El vampiro alimentándose, naturalmente.
—¡Qué!
—De la sangre de vecinas nuestras de todas las edades. Daisy me lo entregó, unos días antes de irse de aquí con su familia. Me dijo que yo por mi trabajo, estaba en constante contacto con muchas mujeres, a quienes podía poner en alerta; y que los amuletos podía quedármelos todos sin ningún costo. Ya que por alguna razón que no podía explicar, el vampiro no podía salir de este vecindario.
Después de esto Fabiola con la boca y los ojos muy abiertos, no supo que más decir.
—Espere —dijo entonces Miriam con expresión y tono de voz muy serios—, voy por el video para que usted también lo vea.
(CONTINUARÁ)
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