Flor, mi ahijada virgen
Los dos sabíamos lo que queríamos, pero nos era difícil decirlo y un juego fue el pretexto ideal para terminar los dos en la cama y al fin, con un poco de suerte, esa mañana convertí ese capullo en una verdadera Flor. .
Este relato lo escribo a petición de un amigo que conocí en esta página. Espero que sea de su agrado.
Cuando yo me casé, mi pareja ya tenía una ahijada, a la que conocí cuando ya tenía trece años y desde que nos vimos por primera vez, nos llevamos muy bien. Ella es morenita, bajita y un poco gordita. Tiene una sonrisa bonita y aunque era una niña aún, era muy inteligente desde esa edad. Su nombre no lo cambiaré, pues es muy común, se llama Flor y su familia era de escasos recursos, por lo que frecuentaba un internet que era de mi propiedad y hacia sus tareas gratis, ya que yo no le cobraba ni un peso por ser mi ahijada. Además de eso, también la invitaba a comer y mi esposa la quería mucho, pero a veces ella se cohibía y no quería aceptar la invitación a comer, pretextando que ya había comido. De eso, surgió un juego en el que yo la cargaba y le decía que me parecía que no había comido porque no pesaba. Poco a poco las cargadas eran más atrevidas, pues empecé cargándola en un solo brazo, luego como a las novias y posteriormente la abrazaba de las piernas y quedábamos de frente y cuando estábamos solos, le tocaba las piernas y las nalgas sin que ella protestara. Poco a poco los toques iban siendo más atrevidos y ya mis manos se deslizaban debajo de su falda o vestido y acariciaba sus piernitas desnudas y sus nalgas sobre su ropa interior. Ella nunca protestaba, por el contrario, se ponía roja y sudaba nerviosa o excitada. Yo muchas veces le ayudaba con alguna duda en la computadora y me acercaba de pie junto a ella y le frotaba mi verga en su brazo o su costado y ella no decía nada, es más, me rozaba la verga disimuladamente. Así pasó el tiempo y yo sabía que esa pepita iba a ser mía; pero no encontraba la oportunidad de estar a solas con ella. Pero un día mis suegros tuvieron un viaje de varios días para visitar a uno de sus hijos y como vivían solos, me pidieron que les cuidara la casa y por las noches me iba con mi esposa a dormir allá. Por las mañanas ella se levantaba más temprano para ir al trabajo, a las seis se iba, yo me quedaba otro rato en la cama y los sábados aún más, porque yo abría el internet hasta las doce del día, por lo que me iba a ir de ahí hasta las once de la mañana. Esa mañana de sábado, eran como a las siete cuando escuché que tocaban la puerta, me levanté en shorts y al abrir, me llevé la sorpresa de que era Flor, pues no sabía que mi suegra estaba de viaje y ella la visitaba muy seguido para ayudarle con el quehacer. Inmediatamente la hice pasar y cerré la puerta, cuidando de que nadie observara. Le expliqué que mis suegros habían salido y que tardarían unos días en volver y que su madrina estaba en el trabajo. Le invité a desayunar y aceptó, pero que no me preocupara porque ella prepararía el desayuno, por lo que le dije que yo me metería a bañar. Lo hice rápidamente y cuando salí, lo hice con una toalla enrollada en la cintura sin ropa interior debajo. Ella estaba sirviendo ya los platos y nos sentamos a la mesa, la plática se centró en cosas sin importancia y terminamos rápido, me lave los dientes y ella se metió al baño, cuando salió yo me estaba peinando en el cuarto donde había dormido. Ella entro y se sentó en la cama, me miraba en el espejo y sonreía. Los dos sabíamos lo que queríamos, pero no podíamos dar el siguiente paso. No se me ocurrió otra cosa que preguntarle.
—¿Sí te llenaste?
—Sí, padrino. ¿Y usted?
—También, estuvo muy rico. Pero tú comiste bien poquito. Creo que ni te llenaste.
—Sí, padrino. Si quiere, cárgueme y verá que si peso, ni me va a aguantar.
Eso era lo que yo esperaba. Me di la vuelta y ella se puso de pie y levantó los brazos preparándose para que yo la cargara. La abracé a la altura de las rodillas y la apreté suavemente pero con firmeza. Yo tenía la verga bien parada ya, ella apoyaba sus manos en mis hombros y tensó su cuerpo.
—Es cierto, sí pesas —le dije—, a ver si te aguanto a cargar por tres minutos.
—Si me baja, pierde —me dijo con una risita nerviosa—. Y si aguanta, los tres minutos, gana.
—¿Y cuál va a ser mi premio?
—Lo que quiera, padrino —dijo con la cara roja de excitación—. Voy a contar hasta ciento ochenta segundos.
Yo podría cargarla por media hora sin problemas, pero me hice como que no aguantaba y ella comenzó a contar los segundos. Después de los cien, hice como que se me resbalaba y mis manos se deslizaron por debajo de su falda y recorrieron sus piernas tensas y llegaron a sus nalgas. Era hora de saber la verdad, la aventé hacia arriba, pero ahora tomando cada una de las piernas por separado y mis manos fueron resbalando hasta llegar a la rayita de entre sus piernas. Ella cerró los ojos sin dejar de contar, había pasado los ciento cincuenta y mis manos tocaban su colita y mis dedos acariciaban suavemente su rajita sobre sus pantaletitas. Ella abrió las piernas y me abrazó de la cintura con ellas. Llegaron los tres minutos y ella abrió los ojos y dijo:
—Padrino, me ganó. ¿Que quiere de premio?
Yo sin dejar de cargarla, respondí:
—Cierra los ojos.
Ella obedeció, estaba segura de lo que yo quería. Entreabrió los labios y cuando la besé en la boca, el dedo cordial de mi mano derecha comenzó a acariciar la rajita de su papayita sobre el calzón. Ella no se resistió ni protestó, me abrazó del cuello fuertemente y gemía delicioso. La dejé caer de espaldas en la cama y entrelacé sus dedos con los míos y le besé el cuello. Gemía y se retorcía, ya no la dejé pensar, le mordía despacito las tetitas. Solté sus manos y me apoyé en mi codo izquierdo y mientras la seguía besando, le acaricié la pepita sobre el calzón, estaba mojadita ya. Le quite la blusa que llevaba y le desabotoné la falda, traía un corpiño beige, se lo desabroché y mientras le chupaba las tetitas, le saqué la falda y se quedó en pantaletitas nada más, llevaba unas de color blanco de algodón con unas florecitas azules, haciendo honor a su nombre. Cuando intenté quitárselas, se resistió un poco, pero volví a chupar sus tetas y aflojó. Yo me saqué la toalla azul marino que llevaba y la doblé a la mitad y la puse junto a ella. La levanté y la acosté de manera que quedó abarcándole desde el hombro hasta las piernas, no quería manchar las sábanas cuando le rompiera aquel capullito. Su rajita era de labios un poco gruesos y completamente sin vellos aún. Estaba húmeda sin más, separaré sus piernas y sus labios recibieron mi lengua, ella disfrutaba y acariciaba mi cabello como queriendo que mi lengua la penetrara más adentro, yo saboreaba esa almejita rica, con el olor delicioso de la virginidad. Subí mi boca por su ombligo, pase chupando sus tetas y cuando alcancé su boca, mi verga ya buscaba la entrada a esa cuevita hermosa. Tomé mi verga con mi mano derecha y la frote en la entrada y como pude, abrí sus labios vaginales para acomodar la cabeza en la entrada, ya estaba bien lubricada. Empujé despacito y ella se quejó, volví a frotar y seguí empujando, entró la punta y le hacía un vaivén suave para que no perdiera la excitación, empujé otro poco y la cabeza entro completa, ella gimió y me apretó los brazos con sus manos, en cuanto aflojó la presión de sus manos, supe que debía empujar más y así lo hice, se la metí hasta la mitad.
—Aaaah —se quejó—, ¿me la metiste toda?
—No, mi amor, solo la mitad. Si te duele me dices.
Yo sabía que le estaba doliendo, pero que también lo disfrutaba.
—Sigue —dijo con voz tenue—, otro poco más.
Ahí supe que se la debía meter toda y empujé con fuerza, sus paredes vaginales apretaban riquísimo mi verga, la que estaba parada como pocas veces, la excitación de estar estrenando ese coñito virgen, me ponía a mil. Le metí toda la verga y solo abrió la boca y emitió un leve quejido. Me quedé un rato inmóvil y luego empecé a dale al mete y saca, primero despacio y cada vez aceleré más el ritmo. Hasta que ya los besos y las metidas eran tan salvajes que estaba a punto de eyacular y pensé por un momento que no la iba hacer alcanzar el orgasmo a ella, pero sentí como de pronto me apretó con mucha fuerza y noté que me bañaba la verga de sus fluídos y me besó con desesperación, a lo que yo no aguantando más, le aventé los chorros de semen, dejando esa rajita bien estrenada y llena de leche. Nos quedamos abrazados un momento y seguimos besándonos. Hasta que mi miembro se quedó flácido y al sacarlo vi como la toalla estaba empapada de sangre y fluídos. Me levanté, fuí por papel, se limpió, se metió a bañar y yo solo me sequé con la toalla, quería guardar para todo el día el aroma a ese capullito que ahora sí era una verdadera flor. Luego vinieron más veces, pero está fue la más hermosa.
Espero que les haya gustado el relato, es real y tengo muchos más que seguiré publicando.
Excelente relato, espero leer mas de esos, muy erótico
Gracias, en breve uno más.
Excelente. Espero el siguiente relato.