FOGOSIDAD INCESTUOSA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ibeth a sus 12 años reflejaba esplendorosamente el comienzo de su adolescencia y el final de su niñez.
Sus cabellos castaños caían en cascada hasta sus hombros, 1.54 de estatura, cuerpo delgado, un hermoso rostro donde resaltaban sus cejas pobladas, sus ojos grandes que despedían rayos dorados, nariz respingada y labios carnosos, pechos pequeños pero erguidos.
Susana 11 años piel canela, casi tan alta como su hermana pero más robusta, quizá por eso sus pechos eran más turgentes, cabello rubio formando rizos sobre la espalda, seguía los pasos de su hermana en hermosura.
Mi esposa Isabel 30 años, 1.72 de estatura, cuerpo cimbreante, despierta pasiones por donde pasa, rubia de pechos medianos cintura delgada y cadera proporcionada, trabaja como sobrecargo en una aerolínea.
De mí, se puede decir –modestia aparte que soy bien parecido-, 1.78 de estatura, me gusta el deporte especialmente la natación, trabajo por mi cuenta como agente inmobiliario.
– Amor, voy con las niñas a la ciudad a hacer algunas compras y de paso visito a mi hermano Javier, me dijo mi esposa.
– Yo me quedo con mi papá, dijo Ibeth.
Isabel se marchó con Susana diciéndome que regresarían tarde.
El quedarme solo con mi hija me causo excitación.
– Hija ¿vamos a dar un paseo al río?
– Si papá vamos hasta la cascada.
Se coloco un bikini blanco que de antemano le había regalado, encima un pareo de flores y yo una bermuda, le dije a la asistenta que nos preparara fiambre, empaque la cámara de fotos y una toalla grande de playa.
EL camino al río lo hicimos en un silencio cómplice, se nos hizo largo por la prisa en llegar, ya en la cascada que formaba un pozo de aguas cristalinas Ibeth se quito el pareo, procedí a tomarle fotos en diferentes poses, la brisa de la cascada empezó a esculpir su cuerpo gota a gota descubriendo los tesoros de mi hija al transparentarse la tela de su delicada prenda.
La admire semejante a la juvenil ninfa de las aguas, vibraron todos mis nervios y esto se reflejo con una descomunal erección, retozamos un rato en el agua manoseando nuestros sexos con pasión desenfrenada, nos desnudamos y sobre una piedra plana cubierta por la toalla hicimos el amor como nos gusta, en la posición del misionero con sus piernas cerradas aprisionadas por las mías.
Primero la penetre muy suavemente y luego con la humedad natural de su vagina excitada cabalgue cual jinete en un corcel sobre un manojo de gemidos, camino largo y excitante prolongando la llegada hacia la búsqueda de lo más profundo de su gruta para llenarla con el esplendor de mi semen en espasmos prolongados.
Nos gustaba ir a ese sitio porque el cantar de las aguas ahogaba sus gemidos y sus desfogues placenteros que son música para mis sentidos.
¡Que hermoso vibran sus orgasmos!, ¡Como se agitan sus pequeños pechos!, son dos volcanes queriendo estallar en ríos de leche pero se concentra en sus areolas color miel como sus ojos, ¡Que placer acrecentado al hacer coincidir el orgasmo con la eyaculación!
Su rostro a ratos expectante y a ratos soñoliento, concentrada en mover sus caderitas buscando el éxtasis y el arqueo de su espalda cuando lo alcanza en gritos ululantes de satisfacción rematando con un:
– Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii papaaaaaaaaaaaaaaaaa, y luego desmadejarse como sin fuerzas murmurando:
– ¡Que rico papá! Gracias.
Al sacarlo mi semen brotaba de su rajita como manantial.
– Papa, ¿nos hacemos sexo oral?
– Si pero nos aseamos primero, le respondí.
Disfrutamos de un maravilloso 69 como solo pueden gozar un padre y una hija.
Luego de otro descanso la folle en posición de perrito agarrado a sus teticas.
Merendamos y nos acostamos abrazados a mirar las nubes surcando el cielo azul.
Exhausto pero feliz sobre aquella piedra recordé como había empezado el incesto con mi hija.
Mi esposa Isabel andaba en un vuelo largo por Europa, mis hijas montaban en bici por el patio de la casa, yo haciendo unos presupuestos para una casa nueva que estábamos construyendo en una pequeña finca no muy lejos de la ciudad.
Por la ventana de mi estudio las vigilaba de vez en cuando.
¿Qué edad tenían?……, si, a Ibeth le faltaban 2 mese para cumplir sus 9 años, y Susana un año menor.
Todo estaba en paz cuando escuche un grito de dolor, vi a Ibeth tendida en el piso, corrí a levantarla y entre sus quejas la lleve a la sala y la tendí en el sofá.
– ¿Que paso?
– Me hice daño papito, contesto llorando.
– Es que intento saltar un obstáculo y se cayó, dijo Susana con su carita asustada.
– ¿Te duele mucho? ¿Dónde?
– Aquí, tocándose la vagina por encima del jeans y llorando.
Solté su cinturón y la cremallera y le bajé el pantalón hasta la rodilla, luego sus bragas blancas y vi un moretón pequeño que se le estaba formando, para ver si no tenía lesiones en las piernas la desnude toda de la cintura hacia abajo y afortunadamente no tenía ni una raspadura.
Fui al botiquín por una pomada contra golpes.
En ese instante me entro el morbo del incesto al verla con las piernitas abiertas tocándose el golpe.
– Susana trae un baso con agua, le dije a la niña cuando me disponía a untársela, toque por primera vez su vagina y al frotarla sentí como una energía que paso a mi cuerpo proveniente de su sexo, abrí sus labios vaginales y vi su flor rosadita pura, con pequeñas crestas casi transparentes, frote su clítoris con pomada, cerró las piernas instintivamente cuando vio venir a su hermana.
Susana trajo el agua, Ibeth bebió a sorbos, le dije que le trajera unas bragas limpias a su hermana y en ese lapso de tiempo solos le hice masajes mirando sus hermosos ojos, note como en su inocencia pasaba del dolor a sensaciones nunca sentidas.
Le coloque las bragas que trajo Susana.
– ¿Se te calmo el dolor?
– Si papi, murmuro con sus ojos pensativos.
– No le digas a mamá que te unte la pomada, le dije a solas para darle complicidad, y ponte una falda para que no te maltraten los pantalones.
– Voy a buscarla y salio meneando su paradito trasero.
Esa noche me masturbe pensando en ella, no se porque cuando hacia el amor con mi esposa volvía el recuerdo de su vagina.
Ocho meses después de su noveno cumpleaños Ibeth y yo quedamos solos en casa, nos sentamos en la sala a ver una película, Ibeth recostada a mi como siempre, pase mi mano por su hombro y descuidadamente toque su pechito retoñando, no dijo nada, seguí… mi corazón se acelero, su pezón se puso duro con la caricia.
Me detuve y mire su cara sonrojada.
– Muéstramelas, le dije con voz ronca por la resequedad de mi boca.
Sin decir palabras se subió la blusa y mis ojos se clavaron en sus teticas como atraídos por un imán, se las mamé con delicadeza, con temor a hacerles daño, bajé mi mano y por entre su braguita busque su vagina, abrió las piernas para sentir mejor mis caricias y se mojó con el susto de su primer espasmo, la caricia se concentro en su clítoris, saque mi pene y conduje su mano hacia el y le enseñe a sobarlo.
Le quite la braguita y tembloroso goce con aquel sabor saladito haciéndole sentir convulsiones que la llevaron al paroxismo de su primer orgasmo, talle mi pene en su clítoris y lo bañe con el espeso semen culminando nuestro segundo acto de incesto.
Las caricias se hicieron mas frecuentes y vivíamos en una constante complicidad aprovechando cada oportunidad.
A sus 10 años y seis meses le introduje un dedo por primera vez, fue tan grande su orgasmo que se desmayo.
En su cumpleaños decimoprimero le regale un computador y su paso de niña a mujer.
Su carita expectante miraba con curiosidad aquella habitación de motel con cortinajes vino tinto, el techo cubierto por espejos, un televisor en un rincón, un par de sillas y una cama con colchón de agua.
Segura de lo que íbamos a hacer allí empezó a desvestirse, lo mismo hacía yo, nos abrazamos y con un beso en los labios comenzó la culminación de nuestro incesto, caricias mutuas nos arrastraban al frenesí de la pasión.
La cabeza de mi miembro brillaba copiosamente bañado por el lubricante, las palpitaciones le daban vida propia y las sentía en mi mano al guiarlo a esa flor predestinada a ser desflorada por mí.
Sus pequeños pechos apenas madurando con los pezones enhiestos subían y bajaban al ritmo de su respiración agitada. Sus ojos muy abiertos reflejaron una mezcla de temor y de deseo cuando sintió mi miembro en su entrada dispuesto a hendir el camino.
Mire por última vez sus rosados pétalos intactos y de un suave empujón le metí la punta de mi ariete, a medida que avanza las paredes del túnel se tornan más duras haciendo casi imposible la penetración pero con un espasmo y un gemido de ella dilata un poco para que mi pene entre más en la gruta que tantas veces desee hollar.
Un poco más y sentí la barrera de su himen, me detuve.
En la alcoba reinaba un silencio mágico solo roto por nuestros jadeos acompasados, el sudor perlaba nuestras frentes, saboree la miel de sus labios y acaricie sus pechos en flor alargando el momento de la desfloración. Le acomode las piernitas para que las relajara pues se las note muy tensas.
Dí el empujón y sentí ternura porque había traspasado el límite más allá del cual no había retorno.
Mire su rostro, cerró los ojos, contuvo la respiración, abrió la boca y dejo escapar un quejido largo, en ese instante paso de niña a mujer, la vi llorar en silencio, tan frágil y tan pequeña debajo de mi cuerpo casi sin poderse mover ensartada por mi miembro.
Continúe penetrando su calido refugio y al follarla el detonante que marco mi copiosa eyaculación fueron sus excitadas palabras:
– ¡Papito, que rico sientoooooooooooo!
Esa inolvidable tarde fuimos dos almas compenetradas en el placer filial, nos desfogamos hasta el cansancio, gocé con los espasmos de su orgasmo y otro y otro.
De ahí en adelante somos amantes sin medida hasta el día de hoy.
Rodrigo un amigo mío y con el cual había hecho varios negocios me invito a un chalet tipo bungalow que había comprado a orillas de un lago de aguas apacibles y limpias en clima templado.
– Vente con tus hijas que Martha va a acompañarme, me dijo.
Martha es su hija y es 2 meses menor que Susana la mía que ya tiene 11 años, estudian en el mismo colegio y en el mismo curso, por supuesto son amigas.
Al comentarle esta invitación a mi esposa dijo:
– Pero es que este fin de semana quede con Ibeth para ir donde mis padres, llévate a Susana que tu siempre sales con Ibeth y a la niña la tienes muy abandonada.
– Bueno será, dije un poco contrariado, pues me había hecho a la idea de estar a solas con mi hija mayor.
-Alista tu morral con lo necesario para pasar 4 días, pues salimos mañana viernes bien temprano, le dije a Susana.
En el coche las niñas iban felices cantando y riendo mientras Rodrigo y yo hablábamos de diferentes cosas.
El viaje duro dos horas y al llegar admití que el paraje era precioso y el chalet pequeño pero muy acogedor, construido parte en material y parte en madera y con grandes ventanales en cristal.
Tenía en el primer piso un salón-comedor grande la cocina y un baño y lo que más me gusto: un corredor amplio con vistas al lago y a una pequeña piscina en medio del prado con jardines muy bien cuidados, en la segunda planta 2 habitaciones contiguas con cama matrimonial cada una, un baño, un saloncito y terraza, todo amoblado con buen gusto, un sitio ideal para descansar.
Rodrigo nos asigno una habitación.
– Carlos, acomódate aquí con Susana, porque como ves no me han terminado la ampliación de otras 2 alcobas.
– No hay problema Rodrigo, aquí estaremos bien, gracias.
Las niñas casi inmediatamente llegar pidieron permiso para meterse a la piscina, Rodrigo y yo nos servimos 2 cervezas frías y nos sentamos a conversar y a vigilar a nuestras hijas.
Me puse a observar las diferencias físicas entre las niñas:
Susana con cabello rubio en bucles que caían a mitad de la espalda, Martha de cabello negro un poco mas corto, ambas de ojos grandes y claros, sus cuerpos de 1.48 de estatura mas o menos, las piernas de Susana más gruesas que las de Martha.
Los pechitos floreciendo, los de Susana redondos y turgentes, los de Martha mas pequeños ambas con areolas hinchaditas y sus vaginas gorditas, me las imaginaba tiernas y lisas sin pelillos aún.
– ¿Ya terminaron tu casa nueva? Me pregunto Rodrigo sacándome de mis pensamientos.
– No, faltan algunos remates, estás invitado a la inauguración.
Después de comer nos fuimos a dar un paseo por la orilla del lago y llevamos cañas de pescar pero no cogimos nada, pasamos la tarde y después de cenar y ver una película nos fuimos a acostar un poco cansados.
Yo siempre duermo con una bermuda y mi hija con un camisón que es su pijama favorito.
– Hasta mañana papá, me dijo Susana dándome un beso y recostándose a mi lado.
– Que descanses hija, le conteste cubriéndonos con una colcha y apague la lámpara.
El sueño reparador llego pronto, no se cuanto dormí, aunque si note que muy poco porque sentí la mano de mi hija en el bajo vientre como dándome un masaje y en el oído en susurros:
– Papi…. Papi…. Papaaaa.
– ¿Qué quieres? No se porque le conteste también susurrando, quizá me acostumbre a las complicidades con mi hija Ibeth, por eso no me extrañó que su mano estuviese sobre la raíz de mi pene flácido.
Me quede pensativo y en ese lapso de tiempo percibí los sonidos ó más bien voces tenues en la alcoba contigua.
– Escucha papá…… don Rodrigo…….
– Don Rodrigo ¿Qué?
– Se va a follar a Martha.
– Y… ¿tu como sabes?
– Porque los estoy escuchando.
– No, ¿Qué porque sabes que es follar?
– Porque mi tío Javier me… me………… se tapo la boca con la otra mano y supe que me había revelado un secreto sin querer.
– ¡Nooo papá! ¡No! tan duro no, se escucho y luego unos jadeos incrustados en el silencio de la noche.
– Papá úntese pomada, casi grito Martha.
– Sssssssss, hable suave mi amorcito.
Mi pene ya estaba enhiesto y la mano de mi hija agarrado a la base, como esperando mi permiso.
Me recosté de lado apoyando la cabeza de mi hija sobre mi brazo izquierdo y la bese en los labios carnosos y los mojé con mi lengua, ella los abrió un poco y junto su lengua con la mía.
Mi mano derecha subía por sus muslos entreabiertos arrastrando a su paso el camisón.
– Tu tío Javier…. ¿que te hace?
– Me mete los dedos, contesto dudando.
En el camino encontré los pantys metidos en una sola pierna, llegue a su vagina abultada, dura, completamente lisa ¡y mojada! Acaricie su clítoris.
Los oídos me zumbaban, el corazón era un tren desbocado, su clítoris se endureció y sus gemidos suaves.
Hacia rato había dejado de prestar atención a lo que ocurría entre Rodrigo y su hija, pero un grito ahogado como de satisfacción.
– ¡Ya entro todo papaaaa!
Mi dedo gordo presionando el botón como si fuera un timbre para que abriera la puerta de sus labios vaginales (aunque ya no tan virginales) a mis dedos índice y del corazón y su manito izquierda que se sube el camisón invitándome a saborear sus teticas, todo en silencio en medio de la penumbra.
Escuche a Rodrigo como jinete en caballo desbocado follándose a su hija que ya no se cuidaba que le escucháramos sus gemidos
La mano de Susana que frota mi miembro mientras yo dedeo su gruta y el apretón que me hizo cuando arqueando la espalda le llego el orgasmo y brotó por su rajita como néctar espeso y transparente.
– Papaaaa follemeeeee, alcanzo a decir antes del éxtasis.
Coloque un cojín bajo sus nalgas y me le monte, su manito que guía mi pene a su entrada, la empecé a penetrar con empujones lentos pero constantes, sus paredes vaginales calientes y lisas iban acogiendo mi miembro sin obstáculos, imagine su carita excitada y sus ojos claros muy abiertos tratando de buscar en la penumbra los míos.
Le entro todo mi palpitante animal.
– Susana mi amor, me mentiste, cierto que tu tío te lo ha metido del todo.
– Si papaaaa, desde los 10 años, pero hágame duro que ya casi llego.
– Me folle a mi hija incentivado por 2 cosas: Rodrigo comiéndose a Martha en la habitación del lado y el imaginarme a Susana desvirgada por su tío a los 10 años.
El paroxismo fue total por ambas partes y eyacule con ríos desbordantes de semen.
Quede como desmayado sobre su hombro y aproveche para decirle palabras de amor en sus oídos al cabo de un rato cuando ya me había recuperado me percate que aun se lo tenía adentro y como en un sueño percibí unos tenues movimientos de su pelvis y con los músculos internos de su vagina me estaba masajeando el pene, que respondió automáticamente a una nueva erección.
Se por experiencia que esta técnica solo la saben muy pocas mujeres, mi esposa entre ellas, de ahí deduje que se la había enseñado cuando la llevaba a follar con mi cuñado.
Estoy seguro que Rodrigo y su hija también nos escucharon porque esa noche no supe cuantas veces hicimos el amor, lo cierto es que el sábado nos levantamos tarde, las niñas pálidas y ojerosas pero felices.
Estábamos desayunando cuando llegaron con dos caballos ensillados que encargo Rodrigo y nos fuimos a dar un paseo por el campo.
Yo iba con Susana y nos quedamos retrasados, ella llevaba las riendas y yo con una mano agarraba sus teticas y con la otra su vagina.
– Mi amor hermoso cuénteme como paso todo con su tío.
– Papá yo le voy a contar todo pero prométame que no me hace quedar mal con mi mamá.
– Te lo prometo hija.
Un día fui con mi mamá a la casa del tío Jairo y ellos se fueron a charlar a la alcoba y yo jugando con el ordenador en la sala, de pronto oí el tilín, tilín del carrito de los helados, salí corriendo para que mi mamá me diera dinero, abrí la puerta y los encontré desnudos, mi mamita encima del tío como montando a caballo y gimiendo.
– Isabel para, que ahí esta la niña viendo, dijo el tío.
Mi mamá se asusto mucho pero el tío me llamo.
Susi, mi niña tu mamá y yo estamos jugando.
Yo con 9 años sabía que clase de juego era porque lo había visto en películas.
Mi mamá se levanto y lo que tenia adentro era el pene del tío tieso y con la cabeza roja, empezaron a decirme que no contara nada a nadie y que me darían muchos regalos.
Con curiosidad pregunte que como se jugaba eso, entonces el tío comenzó a acariciarme y me gusto mucho, de ahí en adelante después que mi mamá follaba con su hermano nos dejaba solos para que el tío me hiciera cosas hasta que a los 10 años me desvirgo.
En la tarde haciendo la siesta volví a follar con mi hija, y en la noche a petición de las niñas intercambiamos parejas, nunca sentí una excitación tan grande al escuchar que en la alcoba de al lado se estaban comiendo a mi hija, supongo que Rodrigo estaba sintiendo lo mismo al oír los gritos y gemidos de Martha.
Este paseo jamás lo olvidare.
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