Francisco
Anita .
Terminaron las vacaciones y finalmente volví a mi casa, al colegio y mi último año de secundaria.
Está capítulo lo titulé Francisco, pero a Francisco volví a verlo años después. Por lo que cierro el ciclo.
Ahora lo voy a llamar Anita, porque es lo que vino después durante mis vacaciones en la hacienda del abuelo.
Mi relación con Eduardo venía dando tumbos y no mejoró en nada todo lo contrario. Esto no quiere decir que de vez en cuando no hiciéramos » tareas » en mi casa.
Nos gustaba acostarnos desnudos y masturbarnos mutuamente y aveces tener sexo. Era rico y lo hacíamos porque nos gustaba, generalmente teníamos conversaciones cuando lo hacíamos.
Me contaba de Sabina, su hermana, la que me dejó por otro. Un chico mayor. Ahí supe que ella ,después de un tiempo, dejó al otro por otro chico mayor aún, más bien un hombre adulto. » Me gustan mayores » me confesó un día que le pregunté.
Ahora tenía 16 y andaba saliendo con un hombre de más de 30 años. No sé si las conversaciones, aparte de prolongar la relación, que podía durar media hora o más antes del primer orgasmo, ayudaban al erotismo del momento, porque eran totalmente satisfactorias.
Después que nos dábamos una ducha, Eduardo se ponía su uniforme y se iba. Yo me acostaba en mi cama, me tapaba y me dormía.
Cuando sentía que llegaba mi mamá, me levantaba me ponía polera y slip y bajaba a cenar con ellos.
Otras veces ella me despertaba… – Pero hijo, estás desnudo – me decía. Yo la abrazaba y le daba un beso. Eso siempre me gustó de mi mamá, nunca tuvo problemas de verme desnudo o yo a ella.
Terminado el año escolar, las vacaciones después de postular a la universidad. Quería estudiar agronomía para ayudarle al abuelo con su hacienda. Él tuvo tres hijas mujeres y yo era el único nieto que podía y quería hacerlo.
Ese año no vi a Francisco, además de que fueron pocas las veces que fui al pueblo.
Pero para sorpresa mía, ese año mi tía Paulina se quedó a pasar sus vacaciones en la hacienda. Ellos viajarían al extranjero, lo hacían todos los años, pasaban la fiesta de Año Nuevo y al otro día se iban.
Pero ése año se quedó dos semanas. Algún problema con fechas, reservaciones, no sé, pero postergaron las vacaciones.
Mi tía Paulina o la Pauly, como yo le decía, porque nunca le dije tía, sería por la diferencia de edad, que eran poco más de 8 años, o por la confianza entre los dos.
De hecho, ella fue la primera en conocer mi » lugar secreto «. Ella me ayudó a sacar las piedras del arroyo y nos bañamos desnudos. Yo tenía 8 años y ella 16 o 17. Era muy linda.
– Cómo está tu lugar secreto? – me preguntó una tarde.
– Bien, quieres verlo como está? –
– Claro, vamos – tomados de la mano no fuimos caminando. Habían pasado casi 10 años de la última vez que nos bañamos juntos.
Ahora ella se había casado con Ariel, tampoco a él nunca le dije tío. Además de que nunca me cayó bien. Era un tipo alto, delgado, pelo castaño oscuro, ojos azules y piel blanca. Además era raro, remilgado y con modales finos, creo que eso era lo que me molestaba. Mi papá no era así y mi abuelo menos.
Después de 5 o 6 años de casados, no podían tener hijos, a pesar de todos los exámenes, pruebas tratamientos y cuidados.
– Oh! Qué hermosa que está – dijo cuando llegamos a la laguna. El arroyo que ella conoció ahora era una pequeña laguna, una piscina natural, de agua limpia, clara, transparente y que fluía constantemente.
– Quieres bañarte? – le pregunté
– Si, claro que sí – dijo comenzando a desnudarse. Yo hice lo mismo y nos metimos al agua.
– Pauli, qué hermosa que estás – le dije después de que salimos del agua.
– Déjame verte – haciendo que se diera una vuelta. Ella tenía una piel blanca, mía y la de mi mamá es rosada, sus pechos medianos pero firmes, su areola hinchada y los pezones duros, sería por el agua. Su trasero redondo y paradito, sus lindas piernas largas.
– Te gusta lo que ves – me dijo riendo.
– Si, claro, como no –
– Tú? Estas todo un hombre y guapo –
– No me canso de mirarte, se te ve muy linda depilada – indicando su entrepierna.
– Te gusta como me veo? – acostándose de espaldas y con las piernas semi abiertas.
Después de la pelvis si iniciaba el monte de Venus y en su cima comenzaban a descender unos hermosos labios vaginales, dejando entrever sus rosados labios interiores y su clitoris entresaliendo.
– Me encanta, te comería a besos –
Pasé mis dedos por su pelvis, vi la reacción de sus músculos al sentir el roce de mis dedos, subí por el montículo y bajé hasta el clitoris. En ese punto sentí un quejido suave que salió entre sus labios y una mano que me tomaba mi erección.
Pasé mi lengua por su pezon mientras mis dedos jugaban con su clitoris resbaladizo. Su mano subía y bajaba. Bajé con mis besos hasta su estómago el que se encogió, pasé mi lengua por su pelvis hasta llegar a su clitoris. Escuché otro quejido mientras mis dedos se undían en la profundidad del placer.
Ahora era su boca la que succionaba con avidez mi erección y mis labios succionaban los suyos.
– Espera – dijo empujando mi frente.
– Te quiero adentro »
Me di vuelta, ella dobló las rodillas, abrió las piernas y se acomodó para recibirme. La penetración fue lenta, dulce y profunda. Ella empujó hacia mi su pelvis dejando escapar otro suave quejido al momento en que nuestra pelvis chocaron, no besamos en un abrazo en donde no se sabía cuál era uno y cual el otro.
– Ya, basta – dijo ella estirando los brazos abiertos hacia arriba y estirando sus piernas abiertas.
Me quedé apoyado en mis brazos aplastándola con mi pelvis sin sacar mi erección.
– Estas bien? ‘ le pregunté.
– Nunca mejor que ahora – dijo riendo y besándome.
– Si no estuviera casada, me casaría contigo – pasando sus dedos por mi cabello y mirándome a los ojos.
– Me gusta sentirlo así – dijo comenzando a mover sus caderas suavemente de un lado al otro.
Aunque la había llegado con mis jugos acumulados por semanas, no había perdido la erección. Tal como comienza a andar el tren, así lentamente comenzamos un nuevo coito, el que fue ganando velocidad hasta exhalar un aullido largo y profundo. Luego nada, sólo la brisa del viento y el canto de los pájaros.
Me bajé agotado y transpirando, me acosté a su lado y la miraba, parecía dormida. Abrió un ojo, me miró y me sonrió.
– Te amo – le dije como un susurro.
– Yo también te amo – dijo dándose vuelta hacia mí dándome un beso tierno.
Porqué amamos tanto a la persona con la cuál acabamos de tener sexo? Me preguntaba mientras la miraba a los ojos.
– No sé – dijo haciéndome cariño y besándome.
– Estaba pensando en voz alta? – le pregunté.
– Vamos al agua, estoy estilando –
Me levanté y la ayudé a levantarse y caminamos abrazados a la laguna.
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