Ganándome la vida con mi hija
A veces una madre, para salir adelante, se ve obligada a hacer ciertas cosas que nunca imaginaría, pero la vida te hace pasar por todas las situaciones y hay que adaptarse a ellas..
Después de haber tenido una pareja que nos sustentaba económicamente a mi y a mi hija, y nos abandonara, nos quedamos solas cuando ella tenía apenas 10 años, por lo que tuve que arreglármelas como pude para salir adelante haciendo de asistenta en varias casas o limpiando por horas.
Una de las casas a las que iba, era la de un señor mayor que vivía solo. Yo no tenía mucha experiencia en eso, más allá de las chicas que yo misma había tenido en mi casa para limpiar, cuando mi situación económica era más desahogada.
Por eso, me llamaba la atención, que mientras hacía las tareas de la casa él estaba siempre detrás de mí mirándome o dándome conversación, lo que por una parte, hacía más ameno mi trabajo, pero también me sentía algo incómoda con sus miradas, sobre todo cuando tenía que ponerme en ciertas posiciones en las que mostraba más carne de lo normal.
El señor me decía lo guapa que era y lo feliz que sería un hombre conmigo; que era una pena que él fuera tan mayor para proponerme una relación y que seguramente yo encontraría a algún hombre de mi edad que me agradara más, pero cuando tuvo más confianza, empezó a insinuarme que podríamos llegar a algún acuerdo para que yo le hiciera pasar buenos momentos a él y hacerle un poco más feliz, por lo que lógicamente me recompensaría con más dinero.
Eso me causó un fuerte conflicto interior, porque yo no era de ese tipo de mujer, aunque la verdad, es que tampoco me había visto en la situación de hacer esas cosas, y pensando sobre todo, en poder cubrir todas las necesidades que tuviera mi hija, me sentí dispuesta a hacer lo que hiciera falta, y no se me iban a caer los anillos por ello, porque cuando a una madre se la pone en una situación límite, no sabemos como vamos a reaccionar, y podemos ser las primeras sorprendidas.
La verdad es que el señor era muy educado y nunca se propasó conmigo sin tener mi consentimiento, así que poco a poco fui dejándole ver más partes de mi cuerpo mientras limpiaba su casa, con faldas más cortas, escotes o batas abiertas, hasta acabar quedándome prácticamente en ropa interior mientras trabajaba en su casa, por lo que me premiaba con buenas propinas que me venían muy bien por mi situación económica.
De ahí pasó a las caricias de mis muslos, el culo y mis pechos que dejaba que masajeara a su voluntad. La situación también era excitante para mí y cuando me pidió hacerle una felación, yo ya estaba caliente y no me costó mucho trabajo hacérsela, algo que se fue convirtiendo en habitual, junto a masturbaciones u otras prácticas sexuales incluida la penetración, ya que a pesar de su edad conseguía las erecciones suficientes para ello, gracias a la renovada vitalidad, que según él, yo le había dado.
Otra de las casas a la que iba, era de un matrimonio con hijos, en la que tenía bastante más trabajo que en la del señor solo, y aunque el marido de la señora, no hacía más que mirarme también, y en cuanto tenía ocasión de que no hubiera nadie delante, se ponía a meterme mano descaradamente. A mí eso me ponía en el compromiso de que su mujer pudiera darse cuenta y nos viera, y me hiciera perder el trabajo, por lo que tenía que dejarme hacer con discreción para tenerle a él también contento.
Mis compañeras ya me había avisado de que esas situaciones podrían darse durante mi trabajo y que tendría que saber capearlas según las circunstancias, ya que cada una actuaba según sus posibilidades o carácter que tuviera, ya que mientras algunas no consentían que eso pasara, otras se aprovechaban de ello.
Pero en esta ocasión, yo no recibía ninguna compensación económica por parte de ese hombre por dejarme sobar, y ya estaba un poco cansada de la situación, por lo que tuve que decirle que estaba dispuesta a hacer lo que él quisiera, pero tendría que pagarme más dinero, a lo que finalmente accedió, diciéndome que si tenía que pagarme por ello, tenía que dejarme follar y ser su puta. Así que yo me dejé follar por él unas cuantas veces cuando estábamos solos en casa, con lo que conseguía igualmente un buen sobresueldo y a mí no me venían mal esos polvos en una época en la que no tenía pareja.
Hablando con compañeras de trabajo, todas pasaban por situaciones parecidas y lo habían tenido que sobrellevar a lo largo de su vida, desde las más jóvenes hasta las más mayores, sabiéndose ganar también su buen dinero con ello. Una de ellas, más en la intimidad, me comentó que ella llevaba a su hija a trabajar a ciertas casas, donde sabía que el hombre era un pervertido y que le gustaban las niñas, insinuándome lo que pasaba, por lo que me escandalizó su forma de actuar, pero a la vez también me hizo mostrar interesada por la cantidad de dinero que conseguía con ello:
—A mi me han propuesto de todo, pero yo siempre lo consulté con mis hijas y ellas aceptaron, porque saben las necesidades que hay en casa, y lo entienden perfectamente, porque la mayor ya tiene 15 años y la pequeña 12 —me decía ella, sin ningún pesar.
—Pero es que la mía acaba de cumplir 11 años —le dije yo, un poco confusa y superada por la situación.
—No te preocupes por eso. A esa edad lo que quieren es manosearlas, jugar con ellas, besarlas, lamerlas y que ellas se la chupen, pero si no quieres que la penetre, no lo harán y te darán tanto dinero como el que ganas un mes trabajando.
—¡Qué barbaridad! ¿Las tuyas hacen de todo ya?
—Ahora sí. No es para tanto. Yo a su edad ya sabía lo que era tener a un hombre encima. Además, yo siempre comparto el dinero con ellas y así tienen para sus gastos, y están encantadas.
—Bueno, la verdad es que yo también desde muy jovencita, tenía a los hombres manoseándome, y sin ganar nada con ello. Es que en cuanto nos salen las tetas, no paran de andar detrás de nosotras hasta que nos la meten, hasta los familiares incluso.
—¡Ay amiga!, esos son los primeros que se arriman. Tu hija, aunque tenga esa edad seguro que ya ha agarrado alguna verga.
—Pues sí, que sepa yo, la de mi anterior pareja, que se la ponía en la mano para que jugara con ella y aprendiera a pajear, me decía él.
—Claro, ya lo ves…., mira, ahora está en la edad en la que van a empezar a hacerle de todo y encima no vas a sacar nada de ello, así que aprovecha para ganar un buen dinero si ella se presta a ello.
—Tienes razón, se lo comentaré a ver que dice, porque con lo que yo saco, todavía no llego a final de mes —le dije, con resignación.
Mi hija, a pesar de su edad, era bastante madura y cuando se lo comenté, me dijo que eso era como ser una puta, pero entendió la situación, por lo que aceptó ir conmigo a las casas.
A la primera a la que me acompañó fue a la del señor mayor al que le puse la excusa de que no tenía con quien dejarla y que me había acompañado, por lo que me dijo:
—¡Ah!, muy bien, no pasa nada. Ya me habías comentado que tenías una hija, pero no sabía que fuera tan guapa. Tú no te preocupes, que mientras tú trabajas, yo estoy con ella entreteniéndola.
Se sentaron en el sofá del salón a ver la tele y a enseñarla unas cosas que él tenía por allí de sus nietas, por lo que mi hija estaba encantada con él, pasándoselo muy bien.
Me resultó un poco extraña la situación de que por primera vez, el señor no me hiciera ni caso, ya que mi hija era su centro de su atención, por lo que me fijaba también en lo que hacía él con ella, echando un ojo de vez en cuando.
Pronto me di cuenta de lo cariñoso que estaba con ella y como ya había empezado a acariciarle un muslo por debajo del vestido, dejando sus piernas al descubierto. Luego, cuando mi hija estaba de rodillas, dibujando en la mesita, él seguía metiéndole la mano por detrás tocándole el culo y entre sus piernas, de una forma cada vez más insistente, y ya cuando ví que le bajaba las bragas para tener mejor acceso a ella, tuve que decirle:
—¿Eso se lo hace también a sus nietas mientras juegan?
Él, un poco avergonzado por haber sido descubierto, intentó disculparse:
—Perdóname, pero no puede resistirme. Con mis nietas tengo confianza y alguna cosa si que se dejan hacer.
—Ya me imagino y seguro que no sabe nada su madre de todo eso. Pero bueno, si quiere sobar a mi hija, ya sabe, tendrá que darme más dinero.
—Por supuesto, no hay ningún problema, te daré lo que me pidas si me dejas estar en la cama con ella.
—¡Vaya! Mucho me pide. Si es una niña todavía y ¿ya quiere meterla en la cama? —le contesté, haciéndome la remilgada.
—Bueno, mujer, también meto a mis nietas y se lo pasan muy bien conmigo.
—Ya lo supongo…. Está bien, puede llevársela a la cama, pero de metérsela nada, ¿eh?
—No te preocupes, lo entiendo, es joven todavía y está muy cerradita, que ya me he dado cuenta.
—Es usted un pervertido, ya le ha metido mano hasta en el coño, y mi hija sin decirle nada, pero está bien, si acepta las normas, puede seguir haciéndoselo. —y dirigiéndome a mi hija— Anda hija, vete con el señor a la habitación mientras yo acabo de limpiar aquí.
Desde el pasillo, pude ver como la desnudaba, la besaba y la lamía por todo el cuerpo Mi hija, sin ningún reparo, le tocaba su verga, se la metía en la boca y se la lamía de arriba abajo, algo que ya le había visto hacérselo a mi ex pareja, pero que ahora me causaba un morbo especial y no podía dejar de mirar mientras sentía como se empapaba mi coño por esa situación tan excitante.
El señor se la puso encima haciendo una especie de 69, volteándola después para que ella le montara, pero la movía sobre él para frotar su verga con su vagina sin llegar a introducirla dentro, lo que a pesar de todo, provocó que él se corriera en abundancia entre las piernas de mi hija que también estaba disfrutando con lo que hacía consiguiendo igualmente su orgasmo, echando por su coñito un buen chorro de líquido entre pis y flujo que recibió con agrado el señor de la casa.
Cuando terminaron, el señor fue muy generoso conmigo y me dió más dinero del que yo pensaba, pero me dijo:
—Me ha encantado tu niña. Se notaba que tenía su experiencia ya y me ha hecho disfrutar mucho, pero tienes que traérmela más veces, ¡eh?
—Está bien. Si va a pagarme tan bien, se la traeré todas las veces que venga —le dije yo, sorprendida por todo el dinero que podría ganar con mi hija, superando todos los remilgos o cuestiones éticas que pudiera tener.
En otra de las casas a la que iba, ya la llevé más preparada, con un vestido corto más provocativo, de forma que tuvieran más fácil acceso a ella, lo que hizo que el primer día que la llevé, el hombre, que también estaba casado, no paraba de mirarla, aunque fuera con disimulo y antes de que yo le insinuara o le propusiera nada, él me comentó que alguna de las mujeres sudamericanas que había tenido en su casa, siempre llevaban a sus hijas también para provocarle y que él quisiera algo con ellas, para así, sacarle más dinero.
—¿Y cree que yo la traje así para provocarle también?
—No sé, estoy sorprendido, porque no tengo experiencias así con madres españolas.
Y yo le dije:
—Quizás no sea tan común, pero yo sé que pasa también, según me ha comentado alguna compañera de trabajo.
—Puede ser, pero no te lo dirían por mí, porque ya te digo que no se me dio la ocasión y todas las que contraté hasta ahora, no eran de aquí, y se notaba que estaban más necesitadas de dinero y que accedían a cualquier cosa para ganarlo.
—O sea, que al final si estuvo con alguna de esas crías que traían para provocarle.
—Sí, claro, no se pueden desaprovechar esas oportunidades. Esas crías eran una delicia y como mi mujer estaba trabajando, me las llevaba a la habitación y hacía de todo con ellas. Hasta se dejaban follar, imagínate.
—¿Y con mi hija le apetece eso también?
—Tu niña es más peque y supongo que no dejaras que la folle todavía, pero me conformaría con otras cosas…..
—¿Qué cosas…?
—Pues lamerle el coñito, mientras me masturbo. Eso lo hago con mi sobrina y me vuelve loco, pero tengo pocas oportunidades con ella.
Después de tener esa conversación y llegar a un acuerdo económico con él, al final permití a ese hombre que hiciera eso que me pedía.
Él, al ver la disposición que tenía mi hija a bajarse las bragas y permitir que él le comiera el coño, se sorprendió por ello, pero debido a la experiencia que él ya tenía en esto, me dijo:
—Se nota que a tu niña no es la primera vez que le comen el coño, y tú haciéndote la puritana conmigo, pero da igual, mejor que no se ponga a lloriquear y a cerrar las piernas. Prefiero que sepa lo que puede disfrutar con esto y que se lo pase bien. Así disfrutaré yo más también.
En esas circunstancias, él acabó muy excitado con ella y al final le hizo de todo menos follarla, tal como habíamos acordado, aunque seguro que lo desearía también, pero a pesar de su frustración, se quedó muy agradecido a mí, de todas formas:
—Que ricura. Tu hija me ha enamorado. Aunque se nota que le gustan las pollas, no es tan descarada como esas crías latinas, que se comportan como las putas de sus madres, aunque no me extraña, porque con lo que deben de ver en casa, como van a salir….
—Tiene razón en que mi hija ya ha tenido sus experiencias, pero es que ella es muy sumisa y muy obediente y se deja hacer de todo, y yo lo sabía, pero ya ves que no he dejado que la follaran.
—Ya sé que te has visto obligada a hacer este trabajo y que no estás tan acostumbrada como otras a tener que hacer lo que haga falta y que tienes muy bien educada a tu hija. Por eso la valoro más y me da más morbo estar con ella. Es casi como estar con alguna de mis hijas.
—¿Con ellas no te has atrevido?
—No, su madre no lo consentiría y sería demasiado arriesgado, pero me conformo con lo que puedo conseguir….
La compañera con la que había hablado de eso, tenía razón. A cada uno le gustaba hacer unas cosas cuando tenían esas edades, sin falta de follarlas. Otros, simplemente me pedían besarla, poder meter la lengua en su boquita, otros meterle el dedo en su vagina para masturbarla, e incluso que se la chupara hasta hacerles correrse. En fin, cada uno tenía sus fetiches y perversiones, pero ninguna que desagradara a mi hija.
Ya tenía unas cuantas casas a las que siempre iba acompañada de mi hija, porque me la pedían, siempre en horarios de tarde, para que pudiera ir al cole, y mis ingresos se habían multiplicado hasta poder tener una vida sin muchos ahogos económicos, por lo que ya estaba contenta así, y esto siguió así hasta que en una de esas casas a las que iba a limpiar, un empresario adinerado, me ofreció mucho dinero por su virginidad y tuve que aceptarlo, pero solicité estar presente yo también, ayudando en su preparación, lo que él agradeció también.
El hombre fue muy delicado y cuidadoso con mi hija. Sin prisa fue preparándola, lamiéndola, lubricándola muy bien hasta que su vagina aparecía ya abierta y reluciente, sin haber sido todavía penetrada, por lo que su gruesa polla se deslizo suavemente hacía su interior, provocando los gemidos de mi hija desde el primer momento hasta que la penetro completamente y bombeó en su interior todo el semen que acumulaba en sus testículos, soltando chorros una y otra vez en espasmos sin límite hasta quedar extenuados los dos.
Mi hija en realidad, ya estaba deseando también que se la metieran de una vez, y lo disfrutó tanto que ya se había convertido en una auténtica puta, como me decía ella, pero a mí no me gustaba esa palabra para una niña como ella, y yo se lo hice ver de otra manera. Simplemente era un intercambio en el que cada uno daba lo que tenía y ella nunca estaba forzada a estar con nadie. Si por algún motivo, ella no quería, yo respetaba su opinión y le decía al señor que no era posible, lo que ellos entendían, con pena, pero con respeto, también.
De esta forma, mi hija fue acompañándome a varias casas donde trabajaba y se fijaban en ella, siendo muy bien recibida por los hombres de la casa, como me había comentado mi compañera, consiguiendo en poco tiempo el suficiente dinero para vivir muy bien las dos.
En una posterior conversación con esa compañera de trabajo, me dijo:
—Ya veo que me hiciste caso y que te van muy bien las cosas.
—Sí, todo ha ido muy bien y la niña se lo está tomando mejor de lo que esperaba.
—Las mujeres nos tenemos que dar cuenta desde pequeñas de lo que esperan de nosotras los hombres y cuanto antes lo sepamos, mejor nos aprovecharemos de ello. También te habrás dado tú cuenta que desde que te quedaste sola con tu hija, se te acercan un montón de hombres para tener relaciones contigo, pero que en realidad miran más a tu hija que a ti.
—Sí, es verdad, no sabía que hubiera tantos hombres a los que les gustara eso.
—Cantidad, sí, si yo te contara. Yo creo que a la mayoría, si les tientas con ello, todos acaban aceptándolo.
—Supongo que sí. Mira, yo tengo ahora una pareja, que empezamos así, pero ahora está más tiempo con mi hija que conmigo —le confesé yo.
—No me extraña, si me pasa a mí también eso con la mía. Además con la experiencia que tiene ahora la tuya, lo tendrá encantado.
—Sí, ya te digo…. El problema es que no le he contado lo que hacemos en las casas a las que vamos y tengo miedo de que no lo acepte.
—Eso tú sabrás, pero yo sé de alguno, que incluso les dá hasta más morbo saberlo. Además, si quiere estar con vosotras, tendrá que aceptarlo, que los demás hagan lo que hace él también, a no ser que él os ofrezca tanto dinero como para dejar de hacerlo.
—Pobre, no, él no tiene mucho, vive de una pensión, así que tendrá que aceptarlo cuando se entere.
—Yo tuve una pareja que nos quería en exclusiva. Me decía que ya teníamos un hombre en casa para eso y que no necesitaba andar zorreando por ahí con las niñas. Pero cuando le dije el dinero que ganábamos con ello, se tuvo que callar y aguantar que abriéramos las piernas para otros hombres —me dijo ella, mostrando la cruda realidad.
—¿Tú sabes de más madres que hagan estas cosas como nosotras? —le pregunté, con curiosidad.
—Sí, más de las que te imaginas. Lo que pasa es que muchas no lo dicen tampoco, sobre todo si el tema se queda en casa, con alguna pareja que tengan, que se lo hayan propuesto como a nosotras o simplemente que haya surgido así, porque algunas nenas parece que nacen putas ya y las gusta más la verga que un caramelo.
—Sí, eso es verdad. No sé si será porque los hombres enseguida se ponen a pasarnos el dedo por la rajita y nos viene el gusto, como me pasaba a mí de pequeña.
—A ti y a todas, que todas hemos pasado por eso y ahora lo vemos con nuestras hijas.
—Claro, me acuerdo perfectamente como mi pareja tenía siempre a la niña encima con la mano metida entre sus piernas y ella acababa retorciéndose de gusto con las piernas bien abiertas.
—Así es la vida. Lo importante es saber sacar lo bueno de estas cosas y aprovecharnos de ser mujeres.
Después de esta experiencia, me dí cuenta de que todo esto que yo desconocía, sucedía de una forma mucho más habitual de lo que sabemos o llegamos a enterarnos, quizás porque muchas veces vivimos en unas burbujas en la que pensamos que el mundo es así, como lo vemos en esos pequeños entornos, pero fuera de ahí, existen muchas realidades que solo vemos como algo fantasioso o que sucede en lugares lejanos, cuando puede estar sucediendo en la puerta de al lado, de nuestro vecino.
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