GÉNESIS: Mi Hermanastro I
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por lex.
A mis veintitantos años debo reconocer que aún la melancolía es mi gran compañera, y aquella noche no era le excepción, recostado sobre mi cama ahogando un gran suspiro mantengo mi mirada perdida en el espacio intentando buscar respuestas, las mismas respuestas que vengo buscando ya hace años.
– ¡Verdad! Tengo que buscar unos documentos que mi madre – para variar – ha extraviado.
Desempolvando cajas llenas de cuadernos, folders, papeles; concentrado buscaba los “benditos documentos” cuando de un momento a otro caen esparcidas en el piso viejas fotos, las voy ordenando para volver a guardarlas cuando una imagen paraliza mi respiración, detiene por un instante mi conciencia, la tomo entre mis dedos y mis ojos no puedan dejar de contemplarla, caigo sentado en el piso recostando mi espalda en la pared.
– ¡Cuánto tiempo!
Era una foto que remonta mi memoria a la génesis de mi conciencia, veía la imagen de mi hermanastro que por aquel entonces debía tener doce años, con esa pícara sonrisa que hasta hoy me parece escucharle, aquel cabello lacio y oscuro como él ébano, y sus profundos ojos. Me transporta a un tiempo en donde hasta ahora se me hace más difícil el recuerdo de las imágenes, pero las sensaciones experimentadas sí que son imposibles de olvidar.
Aquel día mi hermanastro había llegado del colegio, me tomó de la mano sonriéndome y condujo hacia la cocina (la misma que tenía un solo acceso), cerró la puerta revoloteó mi cabello y me dijo que me había traído mucho caramelos, pero que me los iba a dar si yo le obedecía y bueno yo solamente asentí con mi cabeza, él sin borrar esa gran sonrisa me dio un chupetín.
Todo estaba a oscuras, me abrazó, luego me hizo darle la espalda, acercó sus labios a mis oídos y con esa voz susurrante me decía cosas que no logro recordar, pero que me hacían sentir bien; yo por aquel tiempo tenía el cabello por los hombros y era mucho menor que él – es uno de los primeros recuerdos de toda mi existencia – Sus manos empezaron a acariciar mi cuerpecito, mi espalda; sus labios humedecían mi cuello, sentía el fuerte latido de su corazón; sus dedos fueron bajando muy despacio el elástico de mi short blanco, quedando poco a poco mis nalguitas al descubierto y el roce de sus manos no cesaban por el nuevo espacio descubierto a su merced; no entendía lo que pasaba, no sabía que estaba pasando.
Noté su respiración más agitada, escuché el sonido de un metal (sería la hebilla de su pantalón), y siento algo cálido, duro y grueso posarse sobre mis blancas y suaves nalguitas, empezó a moverse, el ritmo de su movimiento fue aumentando, seguía diciéndome cositas que es imposible recordar, pero la forma susurrante y tierna de decirlo es lo que ha quedado impregnado de ese momento y lo que apaciguaba mi estado de sorpresa, los fuertes latidos de su corazón que parecían salirse golpeaban en mí. De un momento a otro sentí un fuerte dolor en mi anito, intenté zafarme, estaba asustado, el seguí intentando meterme aquello, yo estaba asustado me sentía atrapado; él me tranquilizó, acarició mis mejillas, se disculpó, dejó de intentarlo y lo puso encima como antes; me rodeó con sus brazos y posó en mis mejillas un suave y húmedo beso.
Las yemas de sus dedos acariciaban mi cintura, mi ombligo y aquello que sentía atrás de mí seguía erguido y reconociendo mi piel, tratando de fundirse quizá en una misma piel. Luego las imágenes desparecen de mi mente, todo se torna más obscuro y por más que intento, intento e intento; mi memoria se niega a reaccionar. Pero las sensaciones sí que están guardadas como un secreto entre el tiempo ido y yo.
Caricias en mis mejillas, en mi frente; mi paladar experimenta un nuevo y extraño sabor, un desconocido pero no degradable sabor, acompañado por un inconfundible aroma; sentía la transmisión de su ternura, mi corazoncito agitado y nervioso saboreaba aquello que ahora sé lo que es, ¡exacto! Había saboreado por primero vez en mi vida el sexo de él.
Hasta allí llega uno de los primeros recuerdos de todo mi conciencia, las preguntas aumentan y los HUBIERAN también.
“Uno a veces no puedo decidir qué cosas olvidar, pero sí cómo recordarlas…”
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