Genovevita a sus 9 añitos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
José se aseaba vigorosamente la boca, eran las 10 de la mañana, se levantó apenas 10 minutos antes, desvelado por su trabajo nocturno de velador para poder pagar sus estudios. Soñoliento salió al patio de los baños, doña Angelina se dirigía hacía él, señora joven hermosa y casada con un empleado abarrotero. Traía de la mano a su niña Genoveva de solo 8 añitos, niña hermosa y juguetona, las conocía desde tres años antes que llegó a vivir al cuartito que le rentaban, su marido se la ofreció por poca paga, al fin y al cabo el todavía era un jovencito de solo 15 años que llegó a la ciudad a estudiar, la opción de renta le pareció magnífica y al cabo del tiempo se integró como de la familia. ¿Te puedo dejar la niña José?, voy a llevarle comida a Mario (su esposo y papá de Genoveva), como ocasiones anteriores lo hacía, no me negué a cuidar a esa linda niña.
Ella entendía perfectamente y se sentó en una cubeta de lámina a esperar que acabara de asearme. Vi salir a Angelina con la canasta de comida para Mario, me sentía sucio, así que decidí darme un baño, pero al abrir la puerta recordé a Genoveva, volteé y vi a la niña esperándome, —no podía dejarla sola—regresé y me introduje a la casa buscando algo que darle para que se entretuviera mientras me bañaba. Nada ni un juguete, tomé una rebanada de pan tostado, le eché miel, la llamé y se la entregué. Lo recibió gustosa, al llegarle el delicioso aroma de la miel natural, se sentó en el balde a esperarme hasta que saliera de asearme. No tardé mucho y al salir la vi llorosa, me espanté no sabía que le sucedía. Envuelto de la cintura para abajo con una toalla, me acerqué y le pregunté el motivo de su llanto.
Mi niña hermosa estaba manchada de miel en su piernita, miré a todos lados buscando una servilleta de trapo, no la hallé, hice el intento de limpiarla con la toalla, pero recién la había lavado, así que la levanté en vilo y la senté sobre la mesa, la faldita se le corrió para arriba con sus muslitos desnudos y dejando al descubierto las gotas de miel que le escurrieron al comer el pan. Busqué las servilletas de papel, para mi desgracia una noche antes se agotaron, no sabía que hacer, y…de manera natural, sin pensamientos morbosos ó libinidosos acerqué el rostro a las piernas y con la lengua procedía limpiarla, la exquisitez de la miel en mi lengua hizo que lamiera toda la que se derramó, no dejé ni una gota. Noté que Genoveva se contraía a cada lamida y soltaba una risita. Cuando levanté el rostro, la vi tomar la botella de miel y echársela en los muslos, sonriente me dijo:–¡Quítamela!, sorprendido no acerté a hacerlo, ella colocó la manita sobre mi cabeza y la empinó sobre las piernas. Ahora lo hice pausadamente, lenta, lentamente desde la rodilla hasta la orilla de su calzoncito. ¡Quería jugar la niña!, cuando se hubo acabado la miel, levanté el rostro y la vi con los ojos cerrados, con una risita y con los labios fruncidos, al notar mi interrupción abrió los ojos y de inmediato se dejó caer miel hasta el calzoncito, me tomó de la cabeza y me empujo hacía sus piernitas.-¡Síguele! Y se abrió más.
Yo estaba como dije antes sentado en una silla y ella sobre la mesa, me levanté y cerré la puerta, ella no dijo nada, solo se abrió más esperando mi lengua mordaz. Me senté, coloqué las manos en sus rodillas —me temblaban de emoción. —Acerqué mi boca y procedí a lamerle toda la miel, con la lengua hice a un lado el calzoncito y con la punta rocé sus labiecitos vaginales. Se izo para atrás—pensé que le había dolido—con los labios fruncidos me dijo—sigue, sigue. —No lo creía, la adrenalina y las hormonas golpeaban mis sentidos, el olor de la miel y su panochita (vulva) aturdieron mis sentidos, me entregué a lamer esa panochita—ella retiró presurosa el calzoncito—quedé maravillado viendo esa rica panochita sin un solo bello, en mi turbación, ella aprovechó y dejo caer miel entre sus labios vaginales. Presuroso la tomé de las nalguitas y me comí a lengüetazos ese rico manjar de los dioses.
Desgraciada, dejó caer la espalda sobre la mesa y me atrapó temblorosa el cuello con sus tiernas piernitas. Lengua me hizo falta, no sé cuanto tiempo me la comí, hasta que ella ya no quiso. Sentí como la carne de sus muslos vibraban, temblaban y emocionada me dio un besito en los labios, un pequeño rozón, pero me supo a gloria. Le dejé hinchada la vulva tanto lamérsela. Me levanté para entregarle y que se pusiera su calzoncito. Se percató como mi verga salía accidentalmente de la toalla escurriendo semen y alcanzaba toda su magnitud de 18 centímetros, curiosa la tomó entre las manos—me temblaron las piernas —luego se echó miel en las manitas y sobándome el pene lo embarró desde la cabeza hasta los testículos, la sola caricia me enloqueció, se agachó y quiso besarla, la cintura no le dio. Así que la baje de la mesa, la dejé parada en la silla y yo me senté en la mesa.
Mi verga hiniesta le amenazaba el rostro, solo acercó su boquita y la empezó a lamer. ¡Su puta madre, ¡ que sensación tan maravillosa, la lamió, la chupó, la succionó beso a beso desde los huevos hasta la punta de la verga, se agarró de mis caderas y la mamó deliciosamente—aclaro que solo el glande le cabía—le daba unas succionadas que parecía estar tomando la leche del biberón y así fue, no me aguanté y tuve el orgasmo de mi vida, por poco y se atraganta con el primer lechazo, pero después la limpió milímetro a milímetro con su lengüita sin dejar rastro del semen. La abrasé amoroso, que día tan hermoso me había dado esa niña maravillosa. Con un trapo húmedo limpie su panochita y al hacerlo se me izo agua la boca al verle el botoncito rosadito del culito, me arrepentí de no haberle lengüeteado todos y cada uno de esos plieguecitos. La vestí, yo hice lo mismo y nos sentamos a beber una taza de chocolate, le encantaba la bebida. Le expliqué que lo que hicimos no debíamos decirle a nadie, ni a su mamá. Sus ojitos me miraban sonrientes y me dijo;–¡Te prometo que no lo voy a decir a nadie!, así que salimos al patio y jugamos un buen rato con la bicicleta.
Cuando llegó Angelina, la encontró dormida en la hamaca, roncaba la niña y yo dormitaba meciéndola, la señora me agradeció el haberla cuidado. Esa tarde lloré de arrepentimiento por mi mala conducta, sabía que lo echo estaba mal, cabronamente mal, me dejé llevar por los acontecimientos, no debí de continuar, el infierno me esperaba como castigo. Bajé todos los santos para que impidieran que Genoveva fuera a contarle a alguien de los que hicimos.
Tuve la intención de salir y no volver a pararme jamás a esa casa, el padre me podría matar de coraje. Ciertamente solo lo hicimos con la boca—solo fue sexo oral— ¡Carajo, pero es una niña de solo ocho años—lloré como un niño, arrepentido por mi falta. Por la madrugada entré a mi cuarto y no lograba conciliar el sueño y cuando al fin lo logré, unos toquidos fuertes en la puerta me despertaron.—¡Despierta cabrón!—me gritaron, era la voz de Mario, el padre de Genoveva. . .Al parecer, era la hora de pagar mi culpa, me levanté y asustado abrí la puerta. . .Continuará en el capitulo 2
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