Gonzo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Nota de los autores
Nos ha salido un relato largo, muy largo. Pero le hemos revisado, y no podemos cortar ni una frase, de manera que os rogamos que tengáis paciencia, y le leáis de cabo a rabo. 😉
La pregunta en estos casos suele ser si se trata de una historia real o de ficción. Bueno, comme-ci, comme-ça, que dicen los galos. No tenemos los mismos apellidos, y ambos somos hijos únicos. Pero las escenas del relato no las “parimos” sentados ante el ordenador, sino que las representamos en la cama antes de escribirlas.
Verdad o ficción… Eso es accesorio. Lo importante es que os resulte tan excitante leerle como ha sido para nosotros escribirle.
?
—¡¡¡Que has hecho ¿qué?!!! —gritó Javi con el rostro desencajado.
—No te enfades, por favor —rogó Magda, con lágrimas como puños corriendo por sus mejillas—. Yo… No he encontrado otra salida.
—Pero Magda, eso es…
La chica cerró sus labios con el dedo índice, impidiéndole que continuara.
—Déjame que te lo cuente. Luego, si quieres, puedes llamarme lo que desees.
—No, por favor, —respondió él con gesto más suave—. No voy a llamarte nada. Pero quisiera que me explicaras como has podido llegar a… a… —se interrumpió antes de que, otra vez, saliera de sus labios el reproche, en forma de palabra gruesa, que tenía en la punta de la lengua.
—No quería preocuparte más. Sé que apenas duermes por las noches, obsesionado como estás porque se nos está acabando el dinero. Y sé que no te das por vencido, que llamas a todos los anuncios por palabras, que vas a todas las entrevistas de trabajo, que incluso visitas por tu cuenta empresas por si necesitan alguien con tu formación. Pero no te sale nada. Yo estoy tan preocupada como tú. Verás…
Se quedó pensativa unos instantes antes de continuar.
»—Anteayer tuve que hacer cola para sellar la tarjeta del paro. No hacía más que pensar que éste será el último mes que cobro, que ya se ha acabado la prestación. Y que luego, con suerte, conseguiré los 400 euros de limosna que da el Gobierno, eso si no se enteran de que tú también los has solicitado. Pero, en el mejor de los casos, 800 euros nos darán para pagar el alquiler de la casa, el agua y la luz, pero no para comer.
»—De manera —continuó— que cuando la chica que estaba delante de mí en la fila me habló de ello, no la mandé a hacer gárgaras, que es lo que habría hecho hasta el mes pasado. La escuché. Parecía muy fácil: 250 euros por una hora de trabajo. Solo tenía que responder a las preguntas que me hicieran, y desnudarme completamente ante la cámara. Solo eso.
»—No te creas que no lo dudé —se anticipó a las previsibles objeciones de su hermano, que iba a decir algo—. Estuve más de una hora sentada en un banco del parque, con la tarjeta en la que me había apuntado el número de teléfono en la mano. Me dije a mí misma todo lo que de seguro me vas a decir tú. Pero nos quedan poco más de 100 euros para terminar el mes, y aún es día quince…
—¿Tan mal estamos? —preguntó su hermano con voz velada. Magda asintió con la cabeza, mostrando un gesto compungido.
—Total, que al final me decidí —prosiguió ella—. No te quise decir nada, porque de seguro que te habrías opuesto. Y al final, concluí que no es tan malo, que, total, solo son unas fotografías, no es como si… como si tuviera que acostarme con un tío.
»—Llamé al teléfono que me dieron, y concerté una cita para hoy. —Se detuvo al ver el rostro de su hermano, y le acarició la mejilla con ternura por encima de la mesa—. No fue tan malo como pensaba. Solo estaban el hombre con el que hablé (que, por cierto, tiene toda la pinta de ser gay) la mujer que manejaba la cámara de vídeo, y otra mujer, que fue la que me maquilló. Había una gran cama en la habitación. Primero me hicieron firmar un papel que apenas leí, algo sobre condiciones y exención de responsabilidades, creo recordar, tras mostrarles mi DNI.
»—Después, sentada en la cama, sin quitarme nada aún, me estuvieron haciendo preguntas…
—¿Qué tipo de preguntas? —la interrumpió Javi.
—Chorradas, no sé cómo alguien puede pagar por ver eso. Que cuando perdí la virginidad. Que con qué frecuencia practico el sexo. Que en qué posturas me gusta hacerlo. Que si he practicado el sexo anal… Cosas de ese tipo —se había ruborizado visiblemente, probablemente recordando otras aún más comprometidas.
»—Y al final, me pidieron que me quitara poco a poco toda la ropa. La mujer de la cámara estuvo dando vueltas a mi alrededor… —su rubor subió aún un grado— y luego me filmó sentada en la cama con… Después tumbada boca arriba, de espaldas, y de costado. Eso fue todo. Me vestí, me pagaron, y me fui.
El silencio se mantuvo unos segundos. Javi le rompió al fin.
—¿Te has parado a pensar en que doscientos cincuenta euros nos llegarán, estirándolos, para terminar este mes? ¿Y después? Lo único que has conseguido es prolongar un poco más nuestra agonía económica, a costa de… —Javi se quedó mirando a su hermana de hito en hito. Su rostro apesadumbrado cambió de expresión, como si se le hubiera ocurrido algo de repente—. ¿No habrás pensado…?
Magda se levantó de la silla, y se puso detrás de su hermano. Sus brazos pasaron en torno a él, abrazándole.
—Tienes que verlo como yo: es un trabajo. No muy convencional, pero un trabajo al fin y al cabo.
—¿Y cómo crees que me sentiré yo al llevarme a la boca la comida que mi hermana gana mostrándole a todo el mundo su… su cuerpo? No, no me veo en el papel de chulo de mi hermana —terminó con acidez.
—No tienes por qué sentirte de ninguna manera —Magda había elevado el tono varias octavas, y su tono se había endurecido—. Te repito: es un trabajo. Y no se trata, como te decía, de acostarme con nadie; solo desnudarme para las fotos. Además, —acarició una mejilla de Javi— mañana mismo cambiará nuestra suerte. A mí me contratarán en una de las empresas que tienen mi currículo. O me llamarán del supermercado en el que he echado la solicitud. O quizá tú encuentres un puesto adecuado a tu preparación. Ya verás, todo va a ir bien a partir de ahora.
Pero no fue así. Pasaron los días, y no llegaba ese contrato, para ninguno de ellos. Y los doscientos cincuenta euros se fueron evaporando poco a poco.
Javi se sumió en un frenesí de visitas, entrega de currículos, llamadas a antiguos compañeros y profesores de la Facultad. Buenas palabras en tono de conmiseración, pero nada más.
Cada bocado que comía le sabía amargo. Era incapaz de abstraerse del hecho de que los alimentos se habían comprado con el dinero obtenido por su hermana, desnuda ante el objetivo. Y, peor aún: una de sus noches de insomnio, vino a su mente la vívida imagen de Magda sin ropa ante aquellas personas, evolucionando ante la cámara, mostrando el… Y experimentó una erección. Se odió a sí mismo por ello, trató de pensar en otra cosa, pero la imagen volvía insidiosa.
Aunque eran las cuatro de la madrugada, salió a correr. Y el aire frío de finales de septiembre le despejó, y borró de su mente aquel retrato… Hasta la noche siguiente.
—Tenemos que hablar —le dijo Magda a la vuelta de otra frustrante mañana de inútiles gestiones en busca de empleo. Estaba sentada en el mismo lugar en que lo estaba cuando días atrás le contó lo de su “trabajo”.
—Pues tú dirás —respondió, tomando asiento frente a ella.
—Tengo una oferta. —El rostro de él se iluminó—. No te alegres demasiado pronto, se trata de una sesión de fotos… Desnuda.
—No puedo consentir… —comenzó a decir él.
—No quisiera que esto estropeara nuestra relación, así que tienes que ser pragmático, y mirarlo como yo lo veo —le interrumpió Magda—. Verás, desde la muerte de nuestros padres has sido más que un hermano para mí. Más un amigo, un confidente. Alguien a quien podía contar mis penas. Una persona que me ha apoyado siempre. Y eso es lo que quiero que hagas ahora: que en vez de juzgarme, destierres esas ideas preconcebidas de tu cabeza, y me apoyes. No eres mi chulo, eres mi hermano. ¿Acaso yo me sentí mal cuando tú aportabas el dinero y pagabas mis estudios, antes de que cerrara tu empresa? No, me pareció lo normal. No sentí que era tu “chula”, si es que eso existe. Porque no tenemos a nadie más. Y eso es lo que tienen que hacer dos hermanos: cuidarse el uno al otro.
Se hizo un silencio como de plomo. Javi tenía la mirada baja, y su expresión de derrota enterneció a Magda, que tomó una de sus manos sobre la mesa.
—Esta vez no es porno barato, como la anterior. Se trata de fotografías artísticas, y la paga es superior. Mira, te prometo una cosa: no que será la última vez, porque no sabemos cuánto va a durar esta situación. Te prometo que no lo voy a convertir en una profesión, sino en algo provisional, para ayudarnos hasta que las cosas cambien. Que lo harán muy pronto, ya verás.
—Magda, me he informado: se trata de un ambiente muy peligroso. Precisamente porque es una actividad semiclandestina, no ilegal, pero muy mal vista, puedes encontrar toda clase de gente desagradable, y podría pasarte… quién sabe qué.
—No me pasará nada, ya lo verás. Además… —se quedó pensativa unos segundos—. Se me había ocurrido algo que… pero tú no querrás.
—Ahora mismo puedo aceptar casi cualquier cosa —dijo él con gesto de infinito cansancio, y miró a su hermana de frente por primera vez.
—Se trata… Casi no me atrevo a proponértelo. Acompáñame. Te presentaré como mi agente, mi novio, o lo que sea.
—Tu chulo —le interrumpió Javi.
—No vuelvas con esas otra vez, por favor —rogó ella—. Ya había pensado en que se trata de un ambiente no exento de riesgos, pero si tú estás conmigo, no podrá sucederme nada malo.
Efectivamente, se trataba de fotografía artística. Javi lo supo días después. No estuvo presente durante la sesión (tuvo lugar en el estudio del fotógrafo, que era a la vez su domicilio, y él esperó en una habitación contigua, mordiéndose los puños) Al terminar, le entregó a su hermana, junto con un cheque que les iba a permitir vivir dos meses sin estrecheces, un sobre con unas pruebas impresas en papel.
El sobre quedó sobre el pequeño escritorio de la habitación de Magda, como una continua tentación para Javi. Quería y no quería comprobar si, efectivamente, se había tratado de arte o de pornografía, y no se atrevía a abrir el sobre, por si se confirmaban sus temores. Pero también, porque las imágenes mentales de su hermana desnuda ahora eran recurrentes. Y en cada ocasión, aunque se reprochaba su debilidad, tales visiones eran acompañadas de una erección, que no podía evitar.
Por fin, una mañana en la que Magda había salido a una entrevista de trabajo “normal”, no pudo resistirlo más. Entró en su dormitorio y extrajo del sobre cuatro instantáneas a todo color. Lo primero que llamó su atención es que Magda tenía depilado el pubis, excepto una fina línea de vello de unos cinco centímetros de larga, que partía de donde se insinuaba el inicio de la abertura de su sexo (que permanecía oculto en todas ellas)
En las cuatro imágenes aparecía tendida en el suelo, sobre unas pieles, en distintas posturas. Sugerentes, pero no groseramente explícitas, como había temido. No pudo evitar que su mirada se detuviera durante mucho tiempo en sus firmes pechos cónicos, con los pezones erectos. En sus caderas plenas, sus muslos perfectos, su trasero lleno y firme, en una imagen que le recordó a la de la “Venus del espejo” de Velázquez, pero solo en la postura. No había angelote, y el cristal azogado, de mucho mayor tamaño que en el cuadro, devolvía la imagen frontal de su hermana. Se le cortó la respiración. La imaginación del fotógrafo había conseguido que el espectador pudiera contemplar el precioso cuerpo femenino por delante y por detrás simultánea y totalmente.
Las imágenes, a pesar de la desnudez de Magda, transmitían un aura de… pureza e ingenuidad. Quizá por la expresión de su hermana en todas ellas, mirando fijamente a la cámara. Era como si estuviera posando desnuda únicamente para disfrute de su novio o marido.
«O para mí» —concluyó.
La ola de deseo le arrolló. Se maldijo por ello, y guardó rápidamente las fotografías en el sobre. Tarde, porque cuando se volvió, Magda estaba tras él, y de seguro le había visto mientras las contemplaba.
El deseo dejó paso a la vergüenza, y notó que el rubor subía a sus mejillas.
—Yo… perdona, Magda, no quería…
Ella compuso una sonrisa medio velada. Y su rostro también estaba arrebolado.
—No pasa nada, Javi. Tú tienes más derecho a verlas que todos esos otros hombres que, de seguro, las mirarán con intenciones más impuras que las tuyas. De hecho, no te las mostré porque me daba mucha vergüenza —bajo la vista—, pero las he dejado ahí para ti. Por si querías verlas.
—Magda, no debía… Somos hermanos.
—Efectivamente —repuso ella—. Solo que yo lo veo al revés: si cualquier desconocido puede tener derecho a contemplar mi cuerpo, pagando por ello, tú le tienes en mayor medida. Y no te voy a decir que no haya sentido rubor al ver esas fotografías en tus manos, pero no es como si yo estuviera desnuda ante ti. Finalmente, “esa” no soy yo, sino una serie de pigmentos sobre un papel.
Javi fingió que el argumento le convencía; no quería que su hermana se encontrara más violenta aún de lo que debía estar.
Javi durmió muy poco esa noche. Ahora no tenía que representarse una imagen mental de su hermana desnuda, sino recordar las imágenes, —“pigmentos sobre papel” había dicho ella— que, sin embargo, para él eran tan reales como si en verdad hubiera contemplado su cuerpo. Y las noches siguientes, en lugar de aplacarse el insensato deseo que había sentido al verlas, llegaron a llenar por completo sus horas de vigilia.
En las siguientes semanas, hubo dos sesiones fotográficas más, y Javi la acompañó a todas ellas. El primero de los dos fotógrafos insistió en que él estuviera presente durante la sesión, y Javi hubo de echar mano a toda su fuerza de voluntad para negarse. Más que nada, porque Magda no intervino para apoyar su decisión, sino que se mantuvo en silencio, mirándole fijamente con el rostro arrebolado.
El segundo, sin embargo, pareció encontrarse molesto por la presencia de Javi. Y él no pudo dejar de pensar que, sin ella, el hombre aquel (bajo, tripón y calvo) quizá habría tratado de hacer algo más que manejar la cámara.
Ahora era su hermana la que solicitaba algunas copias impresas, “para su book”, explicó al segundo fotógrafo, que parecía remiso a dárselas. Y en ambas ocasiones, se las mostró a Javi cuando llegaron a su casa. Ruborizada, pero decidida.
—No debe haber secretos entre nosotros. Quiero que me veas, y que llegues a convencerte de que, como te dije la primera vez, se trata de un trabajo.
Y Javi hubo de tragarse las ácidas palabras que vinieron a sus labios. Porque él se sentía cada vez peor ante el hecho de que su hermana posara desnuda, y que ello, por si fuera poco, estuviera manteniéndoles a ambos.
Y por las noches, se debatía en las sábanas revueltas, queriendo borrar de su memoria aquellas imágenes, y maldiciéndose a sí mismo cada vez que su recuerdo le producía una erección.
No podía evitarlo. Sabía que no debía, que era monstruoso. Pero deseaba a su hermana con todas sus fuerzas.
De la tercera sesión no tuvo noticia en su momento. Una empresa de ingeniería, en la que había dejado su currículo, le llamó para contratarle. Javi se sintió aliviado: por fin, acabarían las sesiones fotográficas de Magda, él podría olvidar los retratos, y todo volvería a la normalidad.
Pero no sucedió exactamente así. El contrato era por dos semanas, una suplencia. El sueldo, miserable. Pero se dijo que bien, que seguramente durante ese tiempo tendría ocasión de mostrar sus conocimientos. Y que transcurrido ese tiempo, quizá… quién sabe.
Durante esos días llamaron a Magda para ofrecerle una sesión. Pero esa vez, ella no se lo dijo.
Se enteró cuando, finalizado el contrato precario, fue a ingresar el cheque en el banco. Solicitó el saldo, y comprobó que, en lugar de los mil euros que imaginaba, había algo más de dos mil quinientos.
Solo podía tratarse de un ingreso de Magda. Lo peor era que esa vez no le había hablado de ello, ni le había mostrado las fotos.
—Magda, hay mil quinientos en la cuenta de los que no tenía noticia. ¿Has aceptado un nuevo trabajo?
Su hermana bajó la vista.
—Sí —aceptó con voz contenida. Y sus labios temblaban.
—¿Por qué no me dijiste nada? —quiso saber—. A estas alturas, ya me he resignado a ello.
—Es que esta vez se trataba de algo ligeramente diferente —dijo sin osar mirarle a los ojos.
—¿Diferente? ¿Cómo de diferente?
Magda alzó la vista, ruborizada pero decidida, y enfrentó la mirada de aquellos ojos de idéntico color al de los suyos.
—En esta ocasión sí hube de mostrar el sexo a la cámara.
Fue como un mazazo para Javi. Ahora ya no podía engañarse con el subterfugio de que se trataba de arte. Esto era otra cosa, pornografía. Pero, ¿de verdad solo había mostrado su sexo?
En un segundo, pasaron por su mente mil imágenes. Magda follando con un tío sin rostro ante la cámara. Magda violada por un fotógrafo como el de la última sesión a la que la acompañó. No podía hablar. Las palabras se atropellaban en su mente, pero no llegaban a sus labios.
—Sabía que no te parecería bien, por eso no te lo dije. Estaba segura de que, de haberte hablado de ello, habrías pasado más noches insomne, dando vueltas en la cama. ¿Crees que no te escucho? ¿Crees que no sé que darías algo por evitar que volviera a hacerlo? ¿Crees que a mí me gusta? Pero estamos hablando de supervivencia, Javi. De que ninguno de los dos, por más que nos esforzamos, —y te juro que me esfuerzo— encontramos otra cosa.
»—Mira, —sus manos fueron a las mejillas de su hermano, obligándole a mirarla de nuevo—. Con ese dinero, más tu cheque, podemos aguantar unos meses. No más sesiones durante ese tiempo. Y, ¿quién sabe? Entretanto alguno de nosotros puede tener alguna oportunidad, conseguir un trabajo “normal”.
La voz de Javi era ronca cuando volvió a hablar.
—¿Me enseñarías esas fotos? —preguntó. Y no era el morbo de contemplar la intimidad de su hermana lo que le movía al pedirlo. Quería, necesitaba desesperadamente quitar de su mente, con las reales, aquellas imágenes mentales de Magda usada como una puta.
—¿Estás seguro? —preguntó ella a su vez—. No me importa, pero temo tu reacción. Te noto deprimido desde que supiste que no te renovarían el contrato, y temo que esto te deprima aún más.
Al no obtener respuesta, se levantó y fue a su habitación, de la que regresó con un sobre, que esta vez abultaba un poco más. Extrajo seis o siete instantáneas, y las desplegó sobre la mesa, atenta a la reacción de Javi.
Él las tomó, y las fue pasando, deteniéndose tan sólo unos segundos en cada una de ellas.
Las tres primeras no eran muy diferentes de las de ocasiones anteriores. La diferencia es que Magda ya no aparecía con los muslos muy juntos, o con un lienzo velando su sexo, sino que en ellas se vislumbraba el inicio de su hendidura.
En la cuarta, aparecía acuclillada acariciando a un gato siamés. Y en esta, aunque una sombra la velaba parcialmente, ya se percibía indistintamente la abertura de su vulva, de la que sobresalían sus labios menores.
En la quinta, Magda miraba a la cámara con una expresión entre inocente y provocadora. Tumbada boca arriba en una enorme cama, con la espalda ligeramente incorporada apoyada en unos almohadones, tenía una rodilla flexionada y la otra pierna formando un ángulo considerable. En esta ocasión, su sexo aparecía entreabierto, como si alguien…
Magda pareció adivinar sus pensamientos:
—Nadie me tocó, Javi. Yo misma, a petición del fotógrafo, me… abrí un poco.
Javi tenía un nudo en la garganta, y la boca seca. De nuevo le faltaban las palabras. Tomó la quinta imagen.
Magda en la misma cama, de costado, simulaba dormir. Uno de sus muslos, adelantado, permitía que su sexo, esta vez cerrado, así como el orificio fruncido de su ano, se mostraran sin tapujos a la cámara.
Él juntó las fotografías muy despacio, y luego las volvió sobre la mesa.
El silencio se prolongó durante muchos segundos. Javi, con el rostro desencajado y la vista baja, muy pálido, parecía ausente.
—¡Javi, por favor, dime algo! Me estás asustando.
Él pareció salir de un profundo trance. Suspiró profundamente, y se asomó de nuevo a los ojos húmedos de su hermana.
—¿Qué puedo decir? —musitó—. Ya lo has dicho tú todo. Solo una pregunta: ¿hubo algo más que no esté en las fotos, y no me hayas contado?
—Nada, Javi, te lo juro. —La chica rodeó la mesa ante la que, ambos de pie, se había desarrollado la conversación, y se abrazó a su hermano—. Solo puedo prometerte una cosa: nunca más, lo oyes, ¡nunca! volveré a ocultarte nada.
—Eso es lo que más me ha dolido —dijo él con voz contenida—. Habría hecho cualquier cosa, con tal de que no hubieras tenido que prestarte a…
—No he corrido ningún riesgo, Javi. Es tu imaginación la que quiere ver lo que no hay. Piensas que, por el hecho de posar desnuda, puedo someterme a cualquier otra cosa. Y me duele que puedas creer eso de mí. Además, el fotógrafo y la maquilladora se comportaron de modo totalmente profesional.
—No dudo de ti. Temo por ti. Y me duele no ser capaz de evitarte pasar por todo esto.
—No temas —dijo ella, y le besó en una mejilla, dejando después su rostro en contacto con el de su hermano.
Se separó para mirarle de frente, y compuso una sonrisa velada:
—No ha pasado nada. Sigo siendo la misma. Nadie me ha hecho ningún daño. Y, lo más importante, sigo queriéndote como siempre, y deseo que tú me correspondas.
Estrechó el abrazo, pegando su cuerpo al de su hermano. Y si percibió la erección que él, maldiciéndose a sí mismo, no había podido evitar, no lo mencionó; no hizo ningún gesto que pudiera hacerle pensar que se había dado cuenta, y mantuvo el apretado abrazo durante mucho tiempo.
Él era consciente de que su excitación no había sido causada únicamente por las explícitas imágenes del sexo de su hermana. Aunque se resistía a admitirlo en su interior, por primera vez en la relación con ella, la presión de sus duros pechos, sueltos bajo la bata de andar por casa, la de su pubis apretado contra sus genitales, y el contacto de la espalda femenina en sus manos a través de la liviana tela, habían causado en él un efecto inadmisible, que se negaba a aceptar: sentía un deseo físico doloroso por ella.
«Pero, ¿es solo deseo, o algo más?» —pensó con un estremecimiento.
En la noche en blanco que siguió, poblada del recuerdo de la vulva de Magda, con sus labios menores entreabiertos como los pétalos de una flor, una idea comenzó a tomar forma en su cabeza: Javi sabía que había una eclosión de todo lo gay. De seguro que, al igual que para los heterosexuales, debía haber todo un negocio de revistas y fotografías de hombres. Él sabía que su cuerpo, tejido con los mismos mimbres que el de su hermana, era atractivo (se lo habían dicho las mujeres con las que había tenido sexo) Quizá podría posar desnudo de la misma forma que lo había hecho Magda, evitando así que ella tuviera que aceptar otro “encargo”.
Pero, ¿por dónde comenzar? De seguro que su hermana conservaba los teléfonos de los fotógrafos para los que había posado. Pero no podía pedírselos abiertamente. No, esperaría un momento propicio, y los buscaría en su habitación. Aunque quizá los conservara en su teléfono móvil. Sería fácil revisar su lista de contactos mientras ella estaba en la ducha.
La idea de no depender del dinero que ganaba ella con la exhibición de su cuerpo, le reconfortó lo suficiente como para, al fin, entregarse a un sueño reparador.
Magda estuvo a punto de “pillarle” hurgando en su móvil. Fue cosa de segundos que, cuando dejaba el teléfono sobre la mesilla después de recorrer inútilmente la lista de contactos, tuviera tiempo de salir rápidamente de su dormitorio cuando sintió abrirse la puerta del aseo.
De manera que esperó a que ella saliera a resolver no sabía muy bien qué papeleo relativo a su solicitud de la ayuda de 400 euros, para entrar de nuevo en su dormitorio.
Se detuvo en el umbral, rascándose la cabeza dubitativo.
«Su escritorio, —pensó—. Seguramente en el cajón…»
Pero no encontró nada, aunque tampoco sabía muy bien qué buscar. Quizá una agenda. Revisó rápidamente la mesilla de noche. Sin resultado. Su vista recorrió la habitación, deteniéndose en las estanterías en las que se mostraban sus libros. Se acercó. Había una especie de cajita metálica, del tamaño aproximado de una tarjeta de visita. Sintiéndose mal por la invasión de su privacidad, la abrió. ¡Premio! Tomó nota rápidamente en una hoja de papel de los nombres, direcciones y números de teléfono, y la cerró, dejándola en la misma posición en que estaba; se disponía a salir, cuando cayó en la cuenta de que en su registro, aunque rápido y somero, no había encontrado rastro alguno de las fotografías.
Aunque su mente consciente le decía que no debía, que aquello no estaba bien, sintió el deseo imperioso de volver a contemplar aquellas imágenes.
De nuevo su mirada fue posándose en cada uno de los muebles de la habitación de su hermana, hasta que se detuvo en las estanterías de los libros. Había un álbum de fotografías que él no recordaba haber visto ninguna de las veces que había quitado el polvo. Le tomó, abriéndole con la garganta seca. Efectivamente. Fue revisando las imágenes, colocadas en orden cronológico, deteniéndose mucho tiempo en cada una de ellas. Y aunque se sentía mal por ello, admirando cada detalle de aquel precioso cuerpo.
Cuando llegó a las imágenes de la segunda sesión, advirtió que estaba experimentando una erección.
Tercera sesión. Su mirada quedó fija en los atisbos del inicio del sexo de su hermana que mostraban las imágenes.
Para cuando llegó a la fotografía del sexo de Magda entreabierto, su mano, inconscientemente, estaba frotando la dureza de su pene a través del pantalón. Su excitación había ido in crescendo y, acalladas hacía rato las voces interiores que le reprochaban lo que estaba haciendo, sus ojos se llenaron de la imagen de los labios menores entreabiertos de Magda, de un color rosado un poco más oscuro que el del interior de su vulva, el capuchón de su clítoris, oculto en la imagen, el pequeño orificio cerrado de su vagina…
Se recriminó a sí mismo por la erección que le había producido la contemplación de las fotografías y, tras dejar el álbum en el mismo lugar del que le había tomado, se sentó en el sofá con el teléfono, y la hoja en que había anotado los datos de las tarjetas.
Reconocía las direcciones a las que había acompañado a su hermana, pero había dos que no le resultaron familiares. Decidió comenzar por ellas.
—Diga, —respondió una voz amanerada a las cuatro señales de llamada.
—Verá, yo… —(no sabía cómo plantearlo) Al fin se decidió—. Creo que ustedes se dedican a hacer fotografías… digamos sugerentes, y me pregunto si estarían interesados… —el corazón le golpeaba en el pecho, y tragó saliva antes de continuar—. …en fotografías masculinas.
—¡Oh, no, hijo, ¡jajajaja! Lo nuestro es el vídeo… (silencio) Pero quizá podríamos… —la voz se había vuelto taimada—. ¿Has actuado alguna vez con otro hombre?
—¿Qué? —sintió un desagradable estremecimiento—. ¿Quiere decir follar?…
La voz le interrumpió.
—¡Pues claro! ¿De dónde sales tú? ¿Eres activo o pasivo?, ya me entiendes, ¡jeje!
—Yo… esto… lo pensaré.
—Claro, hijo. Aquí estaré.
Y colgó.
Javi se quedó pensativo durante unos minutos. «¿Su deseo de impedir que su hermana volviera a mostrarse desnuda ante la cámara, llegaba tan lejos como para permitir que otro hombre le enculara? Sintió nauseas ante la idea. No tenía nada en contra de los homosexuales, hombres o mujeres, pero él no…»
Sacudió la cabeza, y marcó el siguiente número de teléfono.
—Estudio Erotic Dreams —una ronca voz de mujer, le pareció.
—Buenos días. Les llamo porque soy modelo. Poso sin ropa, y me preguntaba si ustedes necesitarían…
La dura voz de la mujer le interrumpió.
—¡Huy, hijo! Últimamente, hay chicos como tú a patadas, la crisis, ya sabes. ¿Qué tienes tú que otros no tengan?
Javi se quedó absolutamente confundido. Pero había llegado muy lejos como para darse por vencido. Trató de que su voz sonara firme y decidida.
—Tengo un buen cuerpo —afirmó.
—¿Culturista? ¿O más bien tipo resultón de piscina?
—Soy un chico normal. Me cuido, pero no tengo “tableta de chocolate” ni unos bíceps espectaculares. ¿Por qué no concertamos una entrevista? Me ve, y decide usted misma.
—No tengo tiempo para perderlo mirando la pollita de todo el que me llama.
Javi se sintió derrotado. La ronca voz de la mujer había hecho una pausa.
—Mira, hagamos una cosa: envíame una foto de cuerpo entero. Ni que decir tiene que en pelotas, y ya veremos. Por cierto, ¿estás depilado?
—¿Quiere usted decir el cuerpo? No, tengo muy poco vello.
—Ya. Un efebo —respondió rápidamente la mujer—. La polla. Me refería a tu polla, ¡joder! Las melenas no se llevan.
—Por supuesto —respondió Javi con tono de suficiencia.
—Me pillas de buenas hoy. Toma nota de mi dirección de correo electrónico (se la dio) Mándame esa foto, junto con tu número de teléfono, y ya te llamaré. Pero no te prometo nada.
—De acuerdo —aceptó Javi con la boca seca.
La línea quedó en silencio.
«Bien, ahora tengo dos problemas —pensó—. Uno, afeitarme los huevos. Dos, hacerme una foto “resultona”. Aunque realmente hay un tercero: decírselo a Magda. Aunque no sé para qué. Total, este virago no me llamará»
Para cuando llegó su hermana, Javi había decidido que, a pesar de todo, probaría suerte. Y tras pensarlo mucho, no se le ocurría mejor manera de solucionar el problema “uno” que preguntarle a ella, que tenía la cuquita depilada. Y para ello, previamente “tres”, explicarle el paso que había dado.
—Hasta el mismísimo… —barbotó Magda indignada, mientras entraba en el salón—. Me joden estos burócratas, con un puesto de trabajo seguro, para los que todo son pegas y…
Se detuvo al ver el gesto de su hermano.
—¿Qué pasa Javi?
—Ven, siéntate —pidió él, palmeando el asiento del sofá a su lado.
—No me asustes —rogó Magda con gesto medroso.
—No pasa nada, cariño. Verás, he pensado que, igual que tú posas desnuda, yo también puedo hacerlo.
El gesto de Magda se transformó en otro de ternura. Tomó la cara de su hermano entre las dos manos.
—¿De veras estás dispuesto a hacer eso por mí?
—Haría por ti cualquier cosa. Todo, antes que permitir que continúes mostrándote sin ropa ante cualquiera.
Magda le besó en la frente.
—Pero si no me importa, tonto. Mira, la primera vez me temblaban las piernas, y me sentía avergonzada. Pero ahora ya no. Me abstraigo. Pienso en otra cosa mientras el fotógrafo dirige su objetivo a mi cuerpo.
—A mí sí me importa que lo hagas —le interrumpió él.
—Ya lo hemos hablado, Javi. Y creí que lo habías aceptado.
—No puedo, Magda. No te imaginas la sensación de impotencia que tengo al pensar en cómo nos mantienes a los dos.
Ella le dirigió una sonrisa.
—Ahora soy yo la que se siente mal, pensando en hasta dónde estás dispuesto a llegar para evitar que pose desnuda. Pero, bien, veo que estás decidido. ¿Cuándo es la sesión?
—No sé —respondió Javi—. De momento tengo que enviar una foto… de cuerpo entero, ya te imaginas cómo. Lo que me lleva al primer problema…
Javi se detuvo. No sabía cómo plantearlo. Mientras, su hermana le miraba expectante.
—He visto en tus fotos que no tienes vello… ahí. ¿Dónde te has depilado?
Magda compuso una sonrisa intencionada.
—No creo que te sirva a ti. Me lo hace mi amiga Carmen cuando comienza a crecerme un poco, y yo la depilo a ella. Aunque, bien pensado —su sonrisa se tornó intencionada—, déjame que se lo pregunte. —Recorrió el cuerpo de su hermano con la vista, y compuso una expresión exageradamente apreciativa—. A lo mejor Carmen sí que quiere.
—¡Joder, no! —saltó Javi con el rostro rojo como la grana.
Ella posó una mano en su muslo.
—Era broma, tonto. No me veo pidiéndole eso a mi amiga, y menos explicándole el porqué. Ahora en serio, te presto nuestros útiles, y lo haces tú mismo. ¿Cuándo vas a hacerlo?
—Cuanto antes —respondió él—. Este… hay otra cosa, Magda. Me da mucho corte pedírtelo, pero es que… ¡Va! que tendrás que hacerme tú la foto…
Su hermana le miró con cara de coña.
—Para mí no será problema, aunque, por la cara que pones, creo que para ti sí, ¡jajajaja!
Magda se levantó y se dirigió a su habitación, de la que regresó portando un neceser.
—Mira, esta es una maquinilla eléctrica especial, con tres cabezales para distintos acabados. Hay también, una cremita para aliviar el pequeño escozor que te quedará después —le mostró el tarrito—. Primero corta el vello más largo todo lo que puedas… —se interrumpió—. Pero no sé por qué te doy todas estas instrucciones. Es lo mismo que cuando te afeitaste la barba que te dio por dejarte. Cuando termines, lávate abundantemente esa parte, y luego te extiendes un poco de crema.
Javi se quitó toda la ropa en su dormitorio, cubriéndose después con uno de los pantalones cortos de pijama que usaba habitualmente.
«Que aunque el desnudo está de moda en esta casa últimamente, no es cosa de exhibirse en pelotas» —pensó con una sonrisa irónica.
Se dirigió al baño, con una sensación de vergüenza. Se quitó el pantalón, y se sentó en el bidet. Pronto, el receptáculo quedó lleno de vellones de pelo rizado. Cuando ya no pudo apurar más el corte con las tijeras, eligió uno de los cabezales.
No resultaba muy diferente que afeitarse las mejillas, como había dicho Magda, aunque la maquinilla le resultaba extraña, esa parte no estaba curtida como el rostro, y era mucho más sensible. Ya a mitad del proceso advirtió que aparecía ligeramente enrojecida. Después, comenzó con las ingles.
«¡Joder! no sé cómo las mujeres hacen esto por gusto. Duele como el demonio» —pensó.
Sus testículos estaban llenos de pelos largos, muy espaciados.
«¿Habrá que afeitarse también esto?» —dudó con la maquinilla cerca del escroto.
Acercó el dispositivo y, con una gran prevención, comenzó a rasurar.
Estaba en ello, cuando los nudillos de Magda repiquetearon en la puerta.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó a través de la madera con voz risueña.
—Como el culo —barbotó él—. No sé cómo vosotras…
—¡Jajajaja! —la risa cantarina de su hermana sonó amortiguada—. Ahora comprenderás los sacrificios que hacemos para que los chicos nos veáis atractivas. Espera, que paso a ayudarte.
—¡No! —gritó él, completamente confundido, tapándose instintivamente los genitales con una mano.
Pero, obviamente, su hermana no entró. Escuchó su risa alejándose.
Javi terminó aquella desagradable tarea como pudo. El espejo del lavabo devolvía su imagen solo hasta la cintura, por lo que hubo de subirse en el taburete.
Lo veía bien, aunque se encontraba extraño sin pelo en el pubis. Era una sensación muy rara. Se pasó la mano: rascaba un poco, como su rostro por las mañanas antes de afeitarse.
Se duchó y, tal y como le había indicado Magda, se extendió crema por las zonas rasuradas.
Se vistió y salió del aseo, pensando en vengarse de su hermana con una broma.
No estaba en la cocina ni en el salón. Se asomó a la puerta del dormitorio de ella. Estaba sentada frente a su portátil, dándole la espalda. Se acercó sigilosamente.
—No te vuelvas, estoy desnudo —le dijo con la voz más seria que pudo fingir.
—No te lo crees ni tú —saltó ella rápida, sin volverse—. ¿Mi caballeroso y protector hermano entrando en pelotas en mi habitación? ¡Anda ya! Además, ¿qué creías? ¿Qué me iba a escandalizar y a taparme los ojos? ¡Jajajaja!
—Bueno, yo no me los tapo cuando me muestras tus fotos… —replicó él algo corrido.
Magda se volvió.
—A ver… Mmmm, claro no se te ve… la parte interesante, ¡jeje! así que no sé cómo te lo has dejado. Pero tengo una mala noticia para ti: acabo de ver un par de pelis porno, y los tíos tienen rasurado todo el cuerpo, sin excepción.
—¿Desde cuando te dedicas a mirar esas guarrerías? —preguntó él con voz caustica.
—Desde que tengo que documentarme para aprender cómo debe ir mi hermano a esa sesión. Mira…
En la pantalla del portátil de Magda se veía la imagen en movimiento de dos hombres y una chica, todos completamente desnudos. Ella estaba en cuclillas, ante uno de los tíos, efectivamente, lampiño, con el pene de él metido en la boca, mientras masturbaba al segundo, en cuyos genitales tampoco había un solo cabello. Como en la parte visible de los dos cuerpos masculinos.
—Pero, si no tenemos acceso a Internet —afirmó él con extrañeza—. ¿Cómo te has bajado ese vídeo?
Magda compuso una sonrisa angelical.
—La conexión wi-fi del vecino no tiene protección…
—¡Vaya!, mi hermana es toda una hacker —replicó él.
—A lo nuestro —dijo Magda poniéndose en pie—. Ven a la luz que te veo mejor. —Y recorrió el cuerpo de Javi con la vista.
—¡Joder, que envidia! —exclamó—. Apenas tienes vello en las piernas, y poco en los brazos. Pero hay que quitarlo todo, ya lo has visto. Espera un momento.
Salió, volviendo con una gran toalla de baño, que extendió en la cama.
—¡Venga! —palmeó la felpa—. Túmbate que vamos a solucionarlo en un pis pas.
Javi, muy cortado, obedeció sin rechistar. Su hermana extrajo la maquinilla del neceser. Eligió uno de los cabezales, y le montó. Se inclinó sobre él, y comenzó a afeitarle los cuatro pelos que tenía en torno a las tetillas. Luego se dedicó al corto y ralo vello que tapizaba el vientre de su hermano, desde debajo del esternón, hasta la cinturilla elástica del pantalón.
Javi dirigió una distraída mirada hacia la mano que manejaba la maquinilla, pero sus ojos toparon con el escote de su hermana que, abierto por la postura, dejaba al aire los dos senos. Una cosa era verlos en fotografía, y otra muy distinta contemplarlos en vivo. Apartó los ojos rápidamente. Ya tenía bastante con la mano que acariciaba su estómago tras el paso de la maquinilla, para comprobar su suavidad. Trató desesperadamente de evadirse, porque sintió que su pene comenzaba a abandonar su flaccidez.
—¡Uffff! —protestó Magda incorporándose—. Me duelen los riñones, estoy en una postura muy forzada.
Se subió en la cama, arrodillándose con una pierna a cada lado de sus pantorrillas.
«¡Noooo! —gimió él interiormente— ¡no te sientes…!
Afortunadamente para su tranquilidad no lo hizo.
—Levanta los brazos —pidió—. Vamos con las axilas, que ahí queda mucho trabajo por hacer.
Y entonces sí que se sentó, y sobre sus muslos. Y no sólo eso, sino que se dobló por la cintura, quedando casi tumbada sobre él. Javi, en un ¡ay!, notaba perfectamente la leve presión del trasero de su hermana en su carne y la suavidad de la cara interna de sus muslos rozándole. El escote había quedado a la altura de su vista, y los pechos perfectos de Magda se bamboleaban con sus movimientos a un palmo de su cara. Trató de concentrarse en los ligeros tirones que experimentaba, antes que en su pene, que actuaba por su cuenta, sin saber nada de parentescos, y volvió la cabeza a un lado, para no seguir contemplando sus firmes senos. Magda se incorporó, pero se mantuvo sentada sobre él.
—¿Te has rasurado el vientre? —preguntó.
—No, obviamente.
—Espera, voy a bajarte un poco el pantalón, para ver cómo está.
La chica tiró ligeramente del elástico. Pero se le fue la mano, y dejó al descubierto todo el pubis, y la base del pene de su hermano, que quedó oprimido bajo su mano derecha. Enrojeció hasta la raíz del cabello, y la retiró de la dureza que había percibido durante unos instantes, como si “aquello” quemara.
Javi al parecer no se había dado cuenta, o fingía no haberlo advertido.
Magda dudó qué hacer a continuación. En los breves instantes en que había entrevisto la unión del miembro con el pubis, le había parecido que quedaba un poco de vello. Pero en su fuero íntimo, reconoció que, aparte de su interés por repasar el rasurado, había otro: con un estremecimiento reconoció que quería, deseaba ardientemente contemplar en su totalidad lo que apenas había vislumbrado un momento antes.
«¡Qué narices! Al fin y al cabo él ha visto la totalidad de mi cuerpo en las fotografías. Y mi cuquita en primer plano. Además, cuando le tome la fotografía estará forzosamente en pelotas» —se dijo a sí misma.
Sin detenerse a pensarlo, no fuera a arrepentirse, se acuclilló para dejar libres las piernas de él, sujetó el elástico del pantalón corto con las dos manos, y tiró decididamente de él hacia abajo, dejándole en sus rodillas.
—¿Qué coño haces? —preguntó él cubriendo su pene con una mano.
—Te has dejado pelo en la parte baja del vientre y… déjame verte. También en las ingles. Y puede que en más sitios, pero si sigues tapándote, no podré asegurarme.
—Magda, esto es… ¡joder! —acertó a decir Javi.
—¿Indecente? ¿Inapropiado? —preguntó ella con voz caustica—. Déjate de monsergas. Al fin y al cabo, tú me has visto desnuda hasta hartarte.
—No es lo mismo —protestó él—. En tu caso era en fotos…
—Bueno, si quieres, lo dejamos aquí, pero tienes un aspecto de lo menos profesional, ya has visto los tíos del vídeo… Y luego te haré la foto decentemente vestido. ¿Hace?
Javi lo pensó un instante. Tenía razón, por supuesto, pero aquello era indecente e inapropiado, como había dicho ella. Completamente avergonzado retiró renuentemente la mano.
«¡Joder!» —se admiró Magda silenciosamente.
Claramente no estaba empalmado, o al menos no del todo, porque pendía fláccido entre sus piernas, pero… “Aquello” medía unos catorce centímetros. Y grueso. Nunca había, no ya disfrutado, sino contemplado algo igual. El glande de un rojo oscuro estaba totalmente al descubierto. Sacudió la cabeza.
«No vas a follarte a tu hermano. Concéntrate en lo que tienes que hacer» —se recriminó.
Tomó de nuevo la maquinilla, y repasó pequeños rodales de vello muy fino, que habían quedado en su estómago, vientre, y la parte superior de su pubis. Cambió el cabezal al de “máximo apurado”, e insistió en el pubis, que presentaba el aspecto de una barba de dos días.
—¿Qué cabezal has usado? —preguntó.
—No sé, uno de ellos. ¿Importa?
—Mira, hay uno para apurado, otro para cabellos largos, y un tercero para dejar un largo como si no te hubieras rasurado en días. Has debido usar éste último.
En la unión del pene habían quedado pelos. Deslizó la herramienta… que terminó tropezando con el miembro de su hermano.
—¡Joder!, Magda, esa parte es muy sensible. Ten cuidado.
—Perdona, lo siento. Trataré de ir más despacio —se excusó.
Finalmente, se fijó detenidamente. En las ingles quedaban pelos de mediano tamaño, y había otros más largos en el costado de sus testículos.
—Separa las piernas, chato. Así no puedo… —Seguía sin tener acceso completo—. Mejor eleva las rodillas, y ábrete todo lo que puedas.
Ahora sí. Dio varias pasadas, eliminando los restos que se había dejado él, concentrando su mirada en la suave piel del interior de los muslos, porque no quería… No pudo evitar que el dorso de su mano se deslizara en varias ocasiones por sus testículos.
«¡Madre mía! —se admiró—.Enormes y duros»
Javi estaba en un ¡ay! Solo el inmenso “corte” que le producía estar así expuesto a las miradas de su hermana, había evitado que su falo creciera. Pero cada roce de sus manos era un suplicio. Sintió una especie de suaves calambres en el escroto, tenso como la piel de un tambor.
Tenía el cuello dolorido por la postura. Volvió la cabeza, y sus ojos tropezaron de nuevo con los senos de Magda. Peor aún: acuclillada como estaba, la falda había quedado recogida en su cintura, y durante un segundo, contempló la entrepierna de sus braguitas blancas sugerentemente introducida en su abertura. Con un estremecimiento, se obligó a mirar al techo.
Magda dudaba con la maquinilla aun ronroneando en su mano. Para repasar los testículos había que alzar “aquello”, que…
—«¡Madre de mi vida!» —exclamó para sí.
Ya no estaba doblado siguiendo los dictados de la gravedad, sino que aparecía ligeramente elevado, y era un poco más largo.
—Este… Javi, tienes que levantar tu… No llego a…
Observó que la vista de su hermano se mantenía obstinadamente hacia arriba, mientras cogía con dos dedos su miembro y le levantaba.
Probó a pasar la herramienta por la piel ligeramente arrugada, pero no se deslizaba bien, sino que se hundía.
—¡Ay!, Magda, ¡joder! —exclamó él.
«Hay que tensar la piel con dos dedos —pensó—. Pero él no puede saber en qué parte. Y si le voy indicando “un poco más arriba”, un pelín más abajo”, esto va a ser el cuento de nunca acabar. ¿Me atrevo?
Se atrevió. Notó que el cuerpo de él se estremecía ante el contacto y, tratando de ignorarlo, insistió hasta que no pudo distinguir sombra alguna de vello.
Otra cosa eran los cabellos ralos y largos que podía ver en el periné y en torno a su ano. Se encogió de hombros, y separó los glúteos de su hermano con el índice y el pulgar.
«¡Mierda! —barbotó Javi para sí—. Esto sí que no…»
Pero se quedó quieto, sintiendo la vibración de la máquina en la parte más sensible de su anatomía. Y lo peor es que aquello produjo en él un efecto que jamás habría imaginado: su pene creció y se endureció hasta llegar a la completa erección.
Tras unos segundos, su hermana quedó satisfecha, y apagó el dispositivo. Al levantar la vista, sus ojos se abrieron desmesuradamente al percibir el miembro viril de Javi, orgullosamente enhiesto, y con una longitud y diámetro para ella nunca vistos.
Confundida, apoyó la mano izquierda en la cama para levantarse (la derecha aún seguía sosteniendo la maquinilla) Pero lo hizo en el borde del colchón, que cedió. Se vio proyectada hacia adelante y abajo, quedando tumbada sobre él, completamente despatarrada, con su monte de Venus oprimiendo aquella enorme erección.
Los rostros estaban muy juntos. Su mirada se posó en los ojos brillantes de Javier, y en su mirada de fuego. Temblaba como atacada de fiebre, y estaba como paralizada y dividida en dos: la hermana SABÍA que debía incorporarse, que aquello no podía continuar un momento más. La hembra, enardecida de deseo, no solo quería prolongar el contacto, sino que anhelaba sentir muy dentro de sí aquel miembro que latía en contacto con su vulva a través de la fina tela de sus braguitas. El interior de su vientre se vio sacudido por una sucesión de pequeñas convulsiones. No era un orgasmo —acertó a pensar—, pero sí su inicio.
Notó las manos de él posarse en sus caderas.
«¡Por favor, por favor, hazlo, fóllame!» —gritó la hembra en su interior.
Javi había estado a punto… No quería ni pensarlo. El deseo insensato le había dominado por unos segundos. Consiguió recobrar el control de sus manos, un momento antes de que tiraran hacia abajo de las bragas de Magda. Cada centímetro de su piel gozaba del contacto del cuerpo femenino; su pecho notaba la turgencia de los senos oprimidos contra él, y su pene pulsaba, impaciente, bajo el sexo de su hermana.
Temblando, se controló con un enorme esfuerzo de voluntad. Giró su propio cuerpo, empujándola, hasta dejarla tendida boca arriba, y se incorporó, sentándose después en la cama. Tomó el pantalón corto, y se puso en pie. Aún, antes de salir, se permitió mirar a su hermana: tendida boca arriba, con las rodillas elevadas y los muslos ligeramente separados, la falda de su vestido era un rebuño en su cintura. Sus senos subían y bajaban acompasadamente bajo la liviana tela de su vestido, al ritmo de su respiración acelerada. Y en la entrepierna de sus braguitas había una extensa mancha delatora de humedad.
Las horas siguientes fueron difíciles para ambos. Los dos eran conscientes de lo que podía haber sucedido solo con que uno de ellos hubiera ido un paso más allá. Magda y Javi compartían un pensamiento común: se sentían atraídos por el otro, con una atracción física impensable, dado su parentesco.
Javi cocinó (lo hacía casi todos los días que estaba en casa) y después puso la mesa.
«Esto tiene que acabar. No sé cómo, pero tenemos que superarlo» —se dijo a sí mismo.
Se detuvo ante la puerta cerrada del dormitorio de su hermana, y dudó unos instantes. Los suficientes como para representarse mentalmente su imagen tumbada en el lecho, completamente desnuda, como la había visto en las fotografías. Sacudió la cabeza para alejar el mal pensamiento, y tocó con los nudillos.
—Magda, la comida está en la mesa. Ven antes de que se enfríe.
Dio media vuelta, regresando a la cocina, y se dedicó a servir vino en las dos copas. Por el rabillo del ojo, distinguió la silueta de su hermana, parada bajo el dintel. Le dirigió una sonrisa tranquilizadora, y se sentó. Magda le imitó pasados unos segundos.
Se había cambiado de ropa, pero era casi peor: ahora llevaba una camiseta blanca sujeta en los hombros por dos cintas estrechas, a través de la cual se distinguía la oscuridad de sus aréolas, con los botones erectos en la cúspide, y que dejaba al aire una porción de su vientre plano.
En la parte inferior, unos pantalones cortos, algo holgados. Al sentarse ante su hermano, sin embargo, Javi tuvo una rápida visión de la entrepierna hundida en su abertura, con los bultos de los labios mayores a cada lado. Se sintió morir.
Comieron en silencio, hurtando al otro la mirada, intercambiando únicamente frases del estilo de “sírveme más vino, por favor”, o “¿puedes cortarme otra rebanada de pan?”.
Finalmente, Javi no pudo soportar aquello un momento más: alargó la mano sobre la mesa, y la tomó por la barbilla, obligándola a mirarle.
—¡Hey chica! Estás muy callada.
Magda le dedicó una sonrisa velada, pero no dijo nada.
—Como tú decías antes, —comenzó Javi— ha sido inapropiado e indecente; ambos hemos tenido un momento de debilidad, pero no ha pasado nada del otro mundo. Tú me has visto desnudo por primera vez, de la misma forma que yo he tenido ocasión de contemplarte sin ropa en las fotografías. No tienes por qué sentir vergüenza alguna por ello… Y no podemos consentir que esto se interponga entre nosotros, ahora nos necesitamos el uno al otro más que nunca. ¿Vas a seguir así de seria?
Esta vez la sonrisa de su hermana fue luminosa, mirándole a los ojos voluntariamente por primera vez.
Había omitido, por supuesto, el hecho diferencial de que él la había visto desnuda solo en fotografías, y no había puesto un dedo sobre el cuerpo de su hermana, mientras que ella había estado contemplando “en vivo” hasta lo más recóndito del suyo, y no solo eso, sino que además, había estado tocando sus genitales. Y, ni que decir tiene, no insistió en poner de relieve el impulso sexual que cada uno había experimentado hacia el otro.
De repente, le vino algo a la memoria; no había vuelto a pensar siquiera en ello.
—Y tienes que volver a verme desnudo otra vez, —continuó—, porque tengo que enviar una fotografía, ¿recuerdas? Y es difícil hacerlo uno solo.
—¿De veras quieres seguir adelante con lo de tu posado? —preguntó ella, mirándole fijamente.
—Ya te dije que sí, Magda. Estoy decidido a hacerlo.
—Está bien —aceptó ella poniéndose en pie—. Vamos a recoger la mesa. Supongo que tendré que cambiarle las pilas a la cámara digital. Mientras, te… quitas la ropa, y me esperas. Por cierto, —se interrumpió, con un rimero de platos en las manos—. ¿Dónde lo hacemos?
—¿Qué te parece en el salón? —propuso él—. Hay una superficie de madera lisa en la pared, y he pensado que es el mejor lugar.
—Está bien, —convino su hermana.
Javi se quitó la ropa en su dormitorio, dirigiéndose después al salón, donde encontró a Magda manipulando la olvidada cámara digital. Ella alzó la vista brevemente, dirigiéndole una rápida mirada, para después volver a concentrarse en el dispositivo.
Javi se mostraba desnudo ante su hermana con absoluta tranquilidad. No sentía pudor en absoluto, y le parecía un sueño lo ocurrido unas horas antes en su dormitorio. Observó que ella le miraba también como si el hecho de que él estuviera sin ropa fuera de lo más habitual. Aunque siempre con la vista por encima de su cintura.
Javi se situó en el lugar que había propuesto, y su hermana se acercó cámara en ristre.
—Hay demasiada luz, Javi.
—¿Y si corremos los visillos del balcón? —propuso él.
—Deja, ya lo haré yo —Magda compuso una sonrisa irónica—. ¿Te has dado cuenta de que estás en pelotas, queridito? Solo falta que alguna vecina te vea así, y a mí detrás haciéndote fotografías. Nos crucificarían como mínimo.
Tras hacerlo, Magda se ubicó ante él, y retrocedió hasta que la figura de su hermano llenó el visor. A pesar de que el tejido tamizaba la luz, aún era demasiado cruda.
—Tenemos que poner algo además de los visillos —informó a Javi—. Hay mucha luz.
—Bueno, yo no sé, tú tienes más experiencia —Se interrumpió, advirtiendo una ligera crispación en el rostro de su hermana. Se acercó a ella, y le acarició una mejilla—. No te ofendas, cielo. Quería preguntarte qué hacen los fotógrafos profesionales.
—No me ofendo. Es que me había parecido notar en tu voz… no sé, como un tono de reproche.
—No hay nada que pueda reprocharte. Sobre todo ahora, que yo voy a dedicarme a lo mismo que tú —le sonrió tranquilizadoramente.
Magda correspondió a su sonrisa, y repitió el gesto de él, posando levemente los dedos en la mejilla de su hermano.
—Hay como unas sombrillas plateadas —informó ella— puestas del revés, con un foco hacia abajo. Y una especie de marcos blancos que reflejan la luz.
—Pues no tenemos nada similar —dijo él, como hablando para sí—. Y creo que el paraguas no servirá, aunque le forremos de papel de aluminio. Lo que sí podemos hacer es poner una sábana en el balcón, además de los visillos. Dio dos pasos, y luego se detuvo, riendo con ganas.
—Otra vez tendrás que hacerlo tú, cariño. Los vecinos, ya sabes…
Segundos después, con la luz aún más tamizada, Magda encuadró nuevamente el cuerpo de su hermano en el visor. Bajó la cámara con gesto de fastidio.
—Tienes una sombra que te cubre medio cuerpo. Sería más sencillo si esperáramos a la noche, pero entonces el problema sería la falta de luz.
—Bueno, se me ocurre… Lo de las sombrillas no, impensable, pero podemos construir una de esas pantallas reflectantes con una litografía cubierta por un lienzo blanco —recorrió las paredes con la vista— Mira, aquella grande será perfecta.
Durante unos minutos se afanaron, tensando la tela en el cuadro, que graparon por detrás. Pero… ¿dónde ubicarle? Javi trajo una escalera de mano, y colocó el rectángulo a media altura.
—Mira ahora cómo queda, —solicitó, mientras volvía a ubicarse en el mismo lugar anterior.
Magda contempló la imagen a través del visor. Aún quedaba algo de sombra. Se acercó, y colocó el improvisado reflector un poco más bajo. Volvió a encuadrar. Se dirigió al “invento” y le inclinó un poco. De nuevo, contempló el efecto a través de la cámara. Perfecto. Solo que…
—Hay otra cosa… —le miró ruborizada—. Es que… Bueno, tienes enrojecido el pubis. Se nota demasiado el afeitado reciente.
—Pues hay poco que podamos hacer… —respondió él—. Esperar a mañana o pasado, pero no quisiera dejar pasar más tiempo. Pueden olvidarse de mí…
—…o ponerte maquillaje sobre las rojeces —continuó ella—. Tengo una base que probablemente las disimulará bastante.
—Probemos —aceptó Javi.
Se dirigieron al dormitorio de Magda. Ella revolvió en la coqueta —no se maquillaba habitualmente— hasta seleccionar un tarro. Se volvió hacia su hermano con él en la mano.
Javi estuvo a punto de pedirle en broma que se lo extendiera ella. Se mordió la lengua a tiempo. Su hermana podía tomarlo como una invitación a volver a hacer algo inapropiado e indecente, y ofenderse.
Tomó el tarro, y se volvió de cara al espejo de cuerpo entero que revestía una de las puertas del ropero de Magda. Tomó una pequeña porción de la crema, y comenzó a extendérsela por encima del pene, llegando incluso a las ingles. Advirtió el reflejo de la mirada de su hermana, clavada en sus genitales sin ningún reparo.
—Ya, —dijo él cuando supuso que había suficiente.
—Deja que te mire de cerca —Magda se arrodilló en el suelo frente a él, absolutamente tranquila—. ¡Jajajaja! eres un desastre. Te has dejado pegotes, y hay zonas sin cubrir.
Javi se quedó de piedra. Los dedos de su hermana comenzaron a recorrer su pubis, extendiendo el cosmético. Luchó desesperadamente por evadir su mente, pensar en cualquier cosa que no fuera el tacto suave que le masajeaba. Ella tomó otra porción, y reinició el dulce suplicio. El leve roce se desplazó a sus ingles, y percibió la caricia del dorso de la mano de Magda en sus testículos, como por la mañana. Por fin, cuando terminó, Javi advirtió con alivio que su pene seguía colgando fláccido entre sus piernas.
—Tienes el escroto algo enrojecido también, pero la piel es oscura, e imagino que ya mañana no se notará mucho —dijo Magda aparentemente tranquila, mientras volvía a ponerse en pie—. ¿Probamos ahora?
Se dirigieron de nuevo al salón.
—¿Cómo me pongo? —preguntó él dubitativo.
—Menos de frente, mirando a la cámara en posición de firmes, como quieras —replicó ella.
Minutos después, había plasmado la imagen de su hermano en diversas posturas, desde muchos ángulos diferentes. Cerró la cámara, y extrajo la tarjeta del dispositivo.
—Tendrá que ser en tu portátil —dijo Javi—. Mi ordenador no tiene lector de tarjetas. Y tendremos que enviar el correo también desde él, porque yo no robo la conexión inalámbrica del vecino— concluyó con retintín.
Mientras ella manipulaba su ordenador, sintiendo la ab
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!