Halloween con mi hermana
La luz de la pantalla era el único testigo de mi aburrimiento. Eran mas o menos de las 11 de la noche del 31 de octubre, y la casa estaba sumida en un silencio profundo. Mis padres y mi hermana mayor, Selene, estaban fuera, disfrutando de las fiestas..
La luz de la pantalla era el único testigo de mi aburrimiento. Eran mas o menos de las 11 de la noche del 31 de octubre, y la casa estaba sumida en un silencio profundo. Mis padres y mi hermana mayor, Selene, estaban fuera, disfrutando de las fiestas. Mis dedos se movían de forma automática sobre el control, pero mi mente ya estaba en otra parte. Fue entonces cuando escuché el ruido: la puerta principal se abrió y cerró con un golpe sordo, seguido de un taconeo alto, seguro y rítmico, que subía las escaleras. No sonaba como alguien tambaleándose; sonaba como una llegada deliberada.
Mi puerta se abrió de par en par sin previo aviso. Y allí estaba Selene. Se apoyó contra el marco de la puerta con una pose estudiada, una cadera ladeada, una sonrisa juguetona y peligrosa en sus labios carmesí. Su disfraz era una simple sugerencia de tela: Llevaba un top corto de manga larga color naranja brillante, con una gran escote que dejaba al descubierto parte del pecho. La acompañaba una falda corta de color rojo, de tela ligera y con vuelo, que realzaba su figura. Además, usaba medias largas del mismo tono naranja que el top, y unas gafas grandes y redondas de marco negro
—Hola, hermanito —saludó, su voz era una caricia sedosa que recorrió mi espina dorsal—. ¿Aburriéndote solo en tu cueva?
Cerró la puerta a sus espaldas con un suave empujón y se deslizó hacia mi cama con la gracia de una pantera. Se sentó en el borde, cruzando las piernas con lentitud, haciendo crujir la seda de las medias. La falda se subió unos centímetros, revelando más muslo.
—Tuve que escapar de esa fiesta —dijo, mirándome fijamente mientras sus dedos jugueteaban con un mechón de su pelo—. Demasiados hombres mirando, pero ninguno con los huevos para acercarse. Es aburrido, Liam. Terriblemente aburrido. —Su sonrisa se amplió, mostrando un destello de dientes perfectos—. Así que pensé… ¿quién mejor para juzgar mi disfraz que mi propio hermano? Alguien que me dirá la verdad.
Se puso de pie con movimientos fluidos y dio una vuelta lenta, permitiendo que yo viera cada ángulo, cada movimeinto realzada su falda la tela transparente. Su trasero se moldeaba perfectamente bajo el encaje.
—¿Qué opinas? —preguntó, deteniéndose de frente a mí. Su mirada era intensa, desafiante—. ¿Crees que es… suficiente? ¿Que es lo suficientemente sexy para hacer que un hombre pierda la cabeza?
—Selene… —tragué saliva, sintiendo cómo el calor se acumulaba en mi entrepierna—. Eres… jodidamente irresistible.
—¿Sí? —susurró, acercándose hasta que sus muslos casi rozaban mis rodillas. El aroma de su perfume, mezclado con el sudor de la fiesta, era embriagador—. Dímelo mejor. Dime exactamente lo que le harías a la mujer que lleva este disfraz. Sin miedo.
La invitación era clara, el fuego estaba encendido. Me levanté, sintiéndome audaz por su proximidad y su actitud.
—Lo primero —empecé, mi voz ya ronca—, sería acorralarte contra la pared. Pondría mis manos aquí —dije, deslizando mis palmas por sus caderas a través de las medias— y te diría que moverte así en frente de otros hombres debería ser un delito.
Un pequeño gemido de aprobación salió de sus labios. Sus ojos brillaban con anticipación.
—Seguiría diciendo —continué, acercando mis labios a su oído— que este disfraz es lo más hermoso y a la vez lo más frustrante que he visto, porque solo deseo rasgarlo y descubrir la piel que esconde.
Ella rió, un sonido bajo y sensual.
—Eres más atrevido de lo que pensaba, Liam. Me gusta.
—Y luego —susurré, mi aliento agitando su cabello— te diría que tu boca parece hecha para algo mucho más divertido que hablar.
Eso la quebró. Su mano se enredó en mi cabello y tiró de mi cabeza hacia la suya. Su boca encontró la mía no con desesperación, sino con una lujuria experta y dominante. Su lengua no invadió, sino que sedujo, bailando con la mía en un ritmo húmedo y sensual que prometía mucho más. Mis manos bajaron de sus caderas a sus muslos, acariciando la seda de las medias y la piel caliente que había debajo. Fue entonces cuando ella, rompiendo el beso con un jadeo teatral, tomó mi mano y, con una mirada de puro desafío coqueto, la guió directamente a su entrepierna.
A través de la tela de su ropa interior, sentí el calor húmedo y la hinchazón palpitante de su vagina. Se arqueó contra mi mano, un suspiro de placer escapando de sus labios.
—Veo que no solo eres atrevido con las palabras —murmuró, mordiendo su labio inferior.
De repente, se arrodilló frente a mí con una sonrisa picara y sin perder un ápice de su dominio. Sus dedos desabrocharon mi pantalón con destreza, liberando mi erección, que latía con urgencia.
—Ahora, una pregunta importante —dijo, su aliento caliente sobre la punta de mi miembro—. ¿Quieres que pare… o quieres ver hasta dónde puede llegar esta boquita? Hasta el fondo, hermanito. Hasta que no quede ni un centímetro de ti fuera de mi garganta.
Mirarla allí, de rodillas, con esa sonrisa de diosa perversa y mis ojos llenos de lujuria, anuló cualquier pensamiento de parar.
—No —jadeé, mis manos encontrando su cabeza—. No pares, Selene. Por favor, no pares.
Su sonrisa se amplió. Y entonces, sin romper el contacto visual, su boca se cerró sobre mí verga en una succión húmeda y experta, descendiendo lentamente, tragando cada centímetro hasta que sentí el contacto de sus labios en mis testículos. Un gemido largo y profundo rugió en mi pecho. Ella no vaciló; su garganta se abrió y se relajó, envolviéndome en una calidez perfecta y prohibida, mientras sus manos recorrían mis muslos. El juego había terminado. Solo quedaba la rendición total al placer que ella tan hábilmente estaba administrando.
Mis caderas se empujaban hacia arriba en un movimiento instintivo y primal, mis dedos se aferraban a su cabello mientras una presión insoportable se acumulaba en mis pelotas, tensa y eléctrica.
—Selene… Cass… me voy a correr… —jadeé, mi voz era un quejido de advertencia desesperada—. ¡Me voy a…!
Pero ella lo sabía. Justo en el borde del precipicio, en el instante en que mi cuerpo se tensó para estallar, se detuvo en seco.
Se deslizó hacia atrás con una sonrisa de pura malicia, dejando mi miembro palpitante, empapado y dolorosamente erecto en el aire frío. Se sentó en el borde de la cama, y con movimientos deliberadamente lentos y sensuales, se llevó las manos a los tirantes de su disfraz. Primero uno, luego el otro, se deslizaron por sus hombros. Después, con un solo y audaz movimiento, se bajó el top de encaje negro hasta su cintura.
El aire se me atoró en los pulmones. Sus tetas eran enormes, redondas y perfectas, con pezones erectos y oscuros que parecían gritar por atención. No dijo una palabra. Solo me miró con esos ojos llenos de lujuria y llevó sus propias manos a su carne palpitante. Sus dedos se pellizcaron y acariciaron sus pezones, arqueando la espalda con un gemido teatral que era pura provocación.
—¿Te gusta lo que ves, hermanito? —susurró, su voz cargada de una arrogancia sensual—. ¿O solo vas a quedarte mirando?
Antes de que pudiera responder, se dejó caer de espaldas en el centro de la cama, sobre mis sábanas deshechas. Su falda ya estaba subida, revelando la tanguita de encaje que hacía juego. Con un dedo enganchado en el costado, la apartó a un lado con un movimiento casual, exponiendo completamente su sexo. Estaba hinchado, húmedo y sus labios carnosos se separaban ligeramente, brillando bajo la tenue luz. Era una invitación obscena, un espectáculo preparado solo para mí.
Cualquier resto de racionalidad se desvaneció. Me abalancé sobre la cama, cubriendo su cuerpo con el mío. Mis manos, ávidas y temblorosas, encontraron inmediatamente sus tetas. Eran aún más suaves de lo que había imaginado, pesadas y cálidas en mis palmas. Me incliné y tomé uno de sus pezones en mi boca, chupando y mordiendo con una ferocidad que le arrancó un grito agudo de placer. Su sabor era salado, adictivo.
—Sí… así… —jadeó ella, enredando sus manos en mi cabello y presionando mi cara contra su pecho—. Juega con ellas. Son tuyas.
Mis dedos, temblorosos por la anticipación, encontraron con su coño empapado. La piel de sus labios estaba increíblemente caliente y hundida. Cuando deslicé dos dedos dentro de ella, un chorro de su fluido caliente los cubrió. Estaba tan tensa y húmeda por dentro que cada movimiento de mis dedos producía un sonido húmedo y obsceno que llenaba la habitación.
Selene arqueó la espalda de la cama, un grito ahogado escapando de sus labios.
—¡Sí, ahí… justo ahí! —Jadeó, sus uñas clavándose en mis brazos.
Sus caderas comenzaron a moverse en círculos, empujando contra mi mano, guiando el ritmo. Sus ojos, vidriosos por el placer, se encontraron con los míos.
—Pero esos dedos… no son suficiente —gimió, su voz quebrada por la necesidad—. Necesito más… Necesito tu verga, Liam. —Una de sus manos soltó mi brazo y se cerró alrededor de mi miembro, palpitante y dolorosamente erecto. Guió la punta, empapada en su propio deseo y la saliva de ella, hasta la entrada de su vagina. La sensación de la cabeza de mi miembro presionando contra su clítoris hinchado hizo que ambos gimiéramos al unísono.
—Por favor… —suplicó, abandonando toda arrogancia, su rostro era una máscara de pura lujuria desesperada—. Métemela. Méteme toda tu gran verga dentro de mí. Ahora. Te lo ruego.
Esa súplica, ese sonido de necesidad raw en su voz, rompió el último fragmento de mi resistencia. Con un gruñido que salió de lo más profundo de mi ser, empujé mis caderas hacia adelante.
Hubo un momento de resistencia, un instante de presión infinita y ardiente mientras la cabeza de mi miembro abría su camino a través de sus pliegues internos increíblemente estrechos. Luego, de repente, cedió, y me hundí en ella de una sola embestida larga y profunda, hasta que mis pubis chocaron contra los suyos.
Un grito desgarrador, una mezcla de dolor agudo y placer abrumador, estalló de sus pulmones. Su cuerpo se estremeció violentamente debajo de mí, sus uñas se clavaron en mi espalda a través de mi camisa. Su interior era un infierno de ternura y humedad, un agarre muscular que envolvía cada centímetro de mi miembro con una presión perfecta y constrictiva. Estaba dentro de ella. Completamente. Había cruzado la línea. Y el mundo no se acabó; al contrario, solo entonces comenzó de verdad.
No hubo más preámbulos. Con un empuje brutal de mis caderas, me enterré hasta el fondo en ella. Un grito desgarrado, mitad sorpresa, mitad éxtasis, estalló en la habitación. Su interior era un infierno de placer, increíblemente estrecho, cálido y húmedo, que se ajustaba a cada centímetro de mi verga como un guante de seda viviente.
Comencé a moverme con una fuerza animal, cada embestida un acto de posesión salvaje. La cama golpeaba contra la pared con un ritmo violento y constante. Selene ya no era la mujer coqueta y en control; era un torbellino de sensaciones crudas. Sus gemidos se convirtieron en gritos agudos que rasgaban el silencio de la casa.
—¡Sí! ¡Ahí, Liam, justo ahí! —aullaba, sus uñas clavándose en mi espalda a través de mi camiseta, dejando marcas de fuego.
Mirar hacia abajo y verla así era la visión más intoxicante de mi vida. Su rostro estaba contraído por el placer, su cabello era un caos sobre mi almohada, y sus ojos rodaban hacia atrás cada vez que mi pelvis golpeaba su punto más profundo. Sus piernas, enredadas alrededor de mi cintura, temblaban de forma incontrolable.
—¡No pares! ¡Por favor, no pares! —suplicaba entre jadeos desesperados.
Y no lo hice. Embestía una y otra vez, sintiendo cómo su interior se contraía y se estremecía alrededor de mi miembro. La sensación de humedad se volvió abundante, empapando mis pelotas y las sábanas debajo de nosotros. Un charco cálido se estaba formando bajo sus nalgas; ella se había corrido con tanta intensidad que había mojado completamente mi cama. El olor a sexo, a sudor y a su aroma único era abrumador.
La presión en mi base era ya una agonía gloriosa, un puño de acero a punto de estallar.
—Selene… no puedo… me voy a correr —jadeé, mis embestidas perdiendo el ritmo, convirtiéndose en espasmos erráticos—. ¡Me voy a venir!
Fue entonces cuando ella, con una sonrisa ladeada y jadeante, encontró un último aliento de su actitud coqueta y dominante.
—No… no dentro —susurró con voz ronca—. Saca esa verga dura y pónmela entre las tetas. Quiero que te corras ahí. Quiero verlo.
La orden, tan sucia y específica, me electrizó. Me retiré de su sexo palpitante con un sonido húmedo y obsceno, mi miembro brillando completamente empapado de sus fluidos y los míos. Me arrodillé sobre el pecho y, con manos temblorosas, apreté sus enormes y magníficas tetas, una contra la otra, creando un valle suave, caliente y perfecto entre ellas.
Coloqué la punta de mi verga, hinchada y dolorosamente sensible, en ese surco carnoso. Selene no esperó. Con sus propias manos, selló su pecho alrededor de mi miembro, apretando con fuerza, y comenzó a mover sus senos hacia arriba y hacia abajo a lo largo de mi longitud en un movimiento lento y sensual. La rusa era una fricción celestial, suave y constrictiva, la vista de mi verga, enrojecida y palpitante, deslizándose entre las tetas de mi hermana, era surrealista.
Y entonces, inclinó la cabeza y, con la lengua extendida, alcanzó a lamer y chupar la punta de mi glande cada vez que se deslizaba hacia sus labios. La combinación de la suave presión de sus tetas, el calor de su boca y la vista obscena fue demasiado.
Un rugido gutural escapó de mi garganta. Mi cuerpo se convulsionó y una descarga violenta de semen caliente brotó de mi verga, disparando sobre su cuello, su barbilla y la parte superior de sus tetas. Chorros gruesos y blancos salpicaron su piel, mientras yo seguía convulsionando, vaciando cada última gota de mi carga sobre la cara de mi hermana, completamente poseído por un éxtasis prohibido y absoluto.
El último espasmo de mi orgasmo cedió, dejando mi cuerpo como un trapo húmedo y pesado encima del suyo. La habitación olía a sexo, a sudor y a un perfume caro destrozado por la lujuria. El silencio era profundo, roto solo por nuestros jadeos que poco a poco se calmaban.
Selene suspiró debajo de mí, un sonido de satisfacción profunda. Sus manos, que momentos antes me arañaban la espalda, se deslizaron suavemente por mi piel sudorosa.
—Mmm… qué noche… —murmuró, su voz ronca por los gemidos y el esfuerzo.
Con un movimiento lento, casi perezoso, se deslizó de debajo de mí. Me rodé a un lado, exhausto, y la vi sentarse al borde de la cama. Su espalda estaba marcada con rojeces, y su disfraz era solo un puñado de tela arrugada alrededor de su cintura. En su rostro, en sus mejillas y en la comisura de sus labios, brillaban hilos y gotas blancas y espesas de mi semen.
Con una calma que me dejó sin aliento, ella alzó los dedos y se limpió lentamente una gota que escurría desde su pómulo. Sus ojos, ahora claros y llenos de una picardía cansada, se encontraron con los míos. Luego, llevó esos mismos dedos a su boca y se los introdujo lentamente, limpiándolos con la lengua en un gesto obsceno y deliberado.
—El semen de los jóvenes… —dijo, y una sonrisa sensual y satisfecha se dibujó en sus labios—. Siempre sabe mejor. Fresco. Potente.
Se puso de pie. Caminó hacia mí, desnuda y gloriosa, y se inclinó. Su boca, que aún sabía a mí, se posó sobre la mía en un beso suave, tierno y a la vez terriblemente indecente. Podía saberme a mí mismo en sus labios, una mezcla salada y única que sellaba lo que acababa de ocurrir.
—Ahora, mi valiente hermanito —susurró contra mis labios—, vete a dormir. —Su mano acarició mi mejilla—. Los viejos volverán pronto. Y este cuarto… —hizo un gesto abarcando la habitación empapada del olor de nuestros fluidos—, huele a que hemos cometido todos los pecados del mundo.
Con eso, recogió su ropa del suelo y salió de mi habitación sin hacer más ruido que un susurro, dejando la puerta entreabierta.
Yo me quedé allí, tendido en el desastre de mis sábanas, que estaban húmedas y pegajosas. Mi cuerpo estaba agotado, cada músculo protestaba, pero mi mente zumbaba con el eco de lo sucedido. El aire era pesado, cargado con el aroma inconfundible a sexo sudoroso y a su perfume. No tenía fuerzas para limpiar nada, para moverme siquiera.
El agotamiento me venció como un mazo. Mis párpados se cerraron, pesados como el plomo. Mientras el sueño me arrastraba, las últimas imágenes en mi mente fueron las de ella, con mi semen en su rostro, sonriendo y diciendo que sabía mejor. Me quedé profundamente dormido, en medio del caos y el olor de nuestra transgresión
La luz de la mañana se filtraba a través de las persianas, iluminando el desorden de mi habitación. Lo primero que invadió mis sentidos fue el olor. Un aroma pesado, dulce y musgoso, que impregnaba las sábanas enredadas alrededor de mi cuerpo y colgaba en el aire mismo. Era el olor a sexo. A sudor, a sus jugos secos en mis sábanas, al perfume de ella mezclado con mi propio aroma. En lugar de vergüenza o remordimiento, una oleada de excitación primitiva y posesiva recorrió mi cuerpo. Ese olor era un testimonio, un recordatorio visceral de lo que había sucedido, de los límites que habíamos quebrado.
Me levanté, con los músculos adoloridos y una sonrisa satisfecha en los labios. Caminé por el pasillo, sintiendo el frío del piso bajo mis pies, pero con una calidez interna que lo contrarrestaba todo. Al entrar a la cocina, me detuve en seco, la escena ante mí era más surrealista y erótica que cualquier fantasía.
Allí estaba ella. Selene. De pie frente a la estufa, moviendo algo en un sartén. Pero no estaba con una bata o con pijama. Llevaba un conjunto de lencería rojo escarlata, de encaje y seda, que hacía parecer el disfraz de la noche anterior como un atuendo conservador. El corpiño, increíblemente sugerente, empujaba sus tetas hacia arriba, creando un escote que parecía una invitación directa. Las bragas, mínimas, desaparecían entre las nalgas que se mecían ligeramente con sus movimientos. Era un espectáculo deliberado, obsceno y magnífico.
Al escuchar mis pasos, giró la cabeza. Una sonrisa lenta, segura y llena de complicidad se dibujó en su rostro.
—Por fin despiertas, cariño —dijo, su voz era sedosa, doméstica y a la vez profundamente sensual—. El desayuno ya casi está listo.
Mi mirada recorrió su cuerpo de arriba a abajo, incapaz de apartar los ojos de la visión que era ella, aquí, en la cocina de nuestra casa, vestida como la prostituta de fantasía de alguien.
—Selene… ¿por qué… por qué estás así? —logré preguntar, mi voz aún ronca por el sueño, pero mi cuerpo ya respondiendo con una firmeza creciente a la vista.
Ella dejó la espátula y se acercó a mí, deslizando sus manos por mi pecho desnudo. Su mirada era de una posesión absoluta.
—¿Por qué? —repitió, como si la pregunta fuera adorablemente ingenua—. Porque ahora eres mi hombre. Anoche no fue un accidente, fue un pacto. Tú me deseas, yo te deseo. Y como eres mi hombre, tienes el derecho de disfrutarme. De verme así todas las mañanas si quieres. De usar mi cuerpo cuando se te antoje.
Se puso de puntillas y susurró contra mis labios, su aliento oliendo a café y a menta.
—Y yo —añadió, la declaración saliendo como una confesión triunfante y perversa—, a partir de ahora, soy tu puta. Tu puta personal. Tu juguete sexual. Así que acostúmbrate.
Y con esas palabras, selladas con un beso rápido pero lleno de promesa, el nuevo y prohibido capítulo de nuestras vidas comenzó oficialmente. El mundo exterior, las reglas, todo se desvaneció. En esta casa, éramos solo nosotros, ella y yo (siempre y cuando nuestros padres no se enteraran)



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Woooooooow, delicioso relato!