¿HAN OIDO DE LA GSA -Atracción Sexual Genética-? YO LA VIVÍ
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Luego de la euforia de los tragos y cuando mi madre se vino a enterar de su embarazo, logró localizar a mi padre, quien le dijo –después me contaban- que se quedara tranquila, que me daría su apellido y una mensualidad para la manutención y el estudio.
Mi madre, consciente del estado civil de mi padre y de sus propias decisiones, aceptó.
Así que a sus 19 años ella me trajo a la vida y todo marchaba según lo acordado hasta que al cuarto mes de vida mi padre se volvió a presentar y le dijo que me quería en custodia porque ella no tenía el tiempo ni el estilo de vida para darme un buen futuro.
Mi madre se negó y luchó hasta donde pudo, pero pelear en los estrados judiciales ante un hombre adinerado ya era entrar en desventaja, y en consecuencia un juez le concedió la custodia a mi padre, quien de inmediato me sacó del país con rumbo a San Juan, Puerto Rico, donde residía.
Mi padre estaba casado, con dos hijos, y no sé cómo se las arregló para llevarme a su casa.
El juez le concedió visitas a mi madre, pero ante la precariedad económica de ella, esto le era imposible.
Como suele suceder, con el paso del tiempo, y ya acomodado a mi nueva familia, me fui dando cuenta que había ciertos detalles que poco a poco me llevaron a sospechar de mi real situación.
Un buen día encaré a mi padre y le pregunté si la mujer que conocía como mi madre, y si a los hombres que conocía como mis hermanos eran en realidad eso: mi madre y hermanos.
Él me dijo que desde luego, y ahí quedó la cosa hasta que un buen día mi padre tuvo una crisis de salud y se vio obligado a permanecer hospitalizado por varios días.
Creo que mi padre le alcanzó a sentir los pasos a la muerte, y en un cargo de conciencia decidió revelarme la verdad, e incluso me permitió el acceso a ciertos documentos que develaban la presencia de mi autentica madre.
Desde entonces no tuve cabeza para otra cosa que no fuera pensar en ella y en lo que sería su vida.
Mi padre me dio total libertad para contactarme con ella, si es que aún vivía, y con los documentos que tenía en mano viajé a Panamá donde después de un par de días de búsqueda logré dar con su actual paradero.
De hecho la segunda noche logré comunicarme con ella y pactar una cita para el mediodía siguiente.
No le dije quién era e inventé una excusa para verla, pero ya se imaginaran la emoción que me embargaba al oír su voz.
Esa noche no pude dormir y para la hora de la cita no podía con los nervios.
Yo contaba con 23 años, y por la documentación que tenía de mi madre, ella ahora tendría 42 años, por lo que mucho tiempo había transcurrido sin vernos.
El lugar donde aceptó verme correspondía a un colegio.
Me anuncié con el portero y luego de una llamada me pidió que pasara a un patio donde ella me buscaría.
No podía con el temblor de las rodillas por lo que me senté en uno de los bancos del patio.
Después de cinco minutos, que me parecieron una eternidad, apareció una mujer bien vestida, con una pañoleta en el cuello, falda y zapato de tacón.
Ya había visto pasar otras mujeres, pero tan pronto la vi a ella supe que era mi madre.
No me lo supe explicar.
Ella se acercó y sin dar conmigo preguntó por mi nombre ficticio, pero tan pronto estuvo a dos metros de mí se frenó en seco y se me quedó mirando atónita.
Yo también estaba paralizado.
Entonces ella se disculpó diciéndome que yo le parecía alguien familiar, pero que no sabía por qué.
Con un nudo en la garganta le dije que tal vez podía entender su impresión, si a lo mejor un nombre le dijera algo; fue entonces que le dije mi verdadero nombre.
Ella no tuvo dudas al respecto, y contrayéndose su cara por el llanto repentino se abalanzó sobre mí y estuvimos abrazados y recibiendo sus besos hasta que nuestros llantos amainaron.
Luego, ya más calmados pero igual de emocionados, pasamos toda la tarde en una cafetería haciéndonos infinidad de cuestionamientos y confesiones.
Supe entonces que mamá era profesora y que yo tenía 3 hermanos más, una hermana de 20 recién casada, otra de 17 y un hermano de 11.
Que había estado casada pero que hacía seis años se había separado.
Un par de días después conocí a mis dos hermanas y en otro viaje hice lo propio con mi hermano.
Estuve una semana en Panamá, y salvo esa tarde y el día que conocí a mis hermanas, el resto de tardes estuvimos metidos en la habitación del hotel donde me hospedé.
A veces nos acostábamos en la cama y ella no dejaba de abrazarme y dame besos, feliz, y no sé por qué este aura íntimo me empezó a provocar una alta carga erótica.
Si hubiese sido otro el parentesco lo hubiera entendido, porque ella era hermosa, tenía un buen cuerpo, vestía elegante y su perfume era delicioso.
Tenía el cabello corto, tez blanca, se le notaban sus senos voluptuosos bajo la blusa, y piernas parejas.
Mantuvimos comunicación por redes sociales, y nos escribíamos a diario y nos mandábamos emoticones de amor y en algún momento pensé que nos estábamos tratando como una pareja de novios.
Me alarmé un poco, pero me era inevitable volver a hacerlo, y también no dejaba de sentir cierta fascinación al recordar su cuerpo que no sabía cómo explicar, y la ansiedad por volver a verla se me convirtió en desesperación.
Tan pronto como el trabajo de grado de la universidad me dio un respiro, volví a empacar maletas y tomé vuelo hacia Panamá.
Mi madre me esperaba en el aeropuerto, y sin planearlo y de manera espontánea nos dimos un beso en la boca.
No habría pasado nada si se hubiera entendido como un beso afectuoso y sin malicia, como pasa entre padres e hijos, pero me sentí electrizado con su beso, como si una descarga eléctrica atravesara mi cuerpo y me dejara debilitado.
Sé que mi madre pasó por algo similar al ver el sonrojo de sus mejillas y el palpitar incesante de su pecho protuberante.
En los dos días siguientes estuve saliendo con mis hermanas y conociendo la casa de Zamira, mi hermana recientemente casada, mientras mi madre trabajaba, pero no dejaba de pensar en ella por un momento, como una necesidad tan apremiante como cuando supe por primera vez que tenía una madre que no había visto nunca.
Llegó el fin de semana y como el lunes era feriado, mi hermana Lupita aprovechó para viajar desde el sábado en la mañana con su grupo de amigas a las playas de un pueblo cercano, y mi hermano Nicolás hizo lo propio yendo a casa de su padre.
De modo que quedamos solos con mamá, que ya parecíamos actuar como una pareja que se siente mutuamente atraída.
Yo pensaba que era algo natural o normal, o la respuesta más que obvia después de tanta ausencia, además porque nunca me asesoré de un profesional o de alguien que me aconsejara cómo enfrentar ese encuentro, mucho menos ella, pero cuando me levanté esa mañana de sábado y encontré a mi madre todavía en pijama de pantalón y camiseta, porque no iba a trabajar, adivinándose tímidamente sus pezones a través de la tela porque no llevaba sostén, supe que todo esto obedecía a algo totalmente diferente a lo que pensaba, porque me quedaba claro que aquella situación solo me generaba una alta carga de atracción sexual.
Ella era mi madre pero ahora la veía como a una mujer que despertaba mi libido a más no poder, y el solo contacto con su abrazo y sentir su calor y sus senos aplastándose contra mi pecho me ponían a full y comenzaba mi batalla por contenerme, pero casi pierdo el control cuando sus manos se metieron bajo mi camiseta y me acariciaron la espalda mientras me decía cuánto me amaba y lo feliz que estaba por tenerme con ella.
Yo tenía novia desde hacía un año, pero nunca había sentido con ella tanta carga erótica como la que experimentaba con mi madre.
Mientras desayunaba no pude evitar mirarle sus senos que se agitaban caprichosos sin el control del sostén, y en un momento, sin que ella lo tomara a mal, me preguntó qué tanto le miraba.
Me disculpé, algo avergonzado, y sin embargo le dije que si lo hacía era porque me deslumbraba su belleza.
Ella me lo agradeció con otro elogio, y eso me dio pie para decirle que de seguro tendría muchos admiradores secretos, y que de seguro tendría un novio.
Ella lo negó, pero admitió que estaba saliendo con un compañero de trabajo.
Le dije que seria muy afortunado si la conquistaba, y ella se levantó de su silla y vino a sentarse sobre mis piernas y a abrazarme, agradecida con tanto piropo, dándome besos en la frente, diciéndome que ahora no tenía cabeza para otro hombre que no fuera yo.
-Se pondrá celoso –dije.
-Pues que se ponga porque tú estás llenando el vacío que había en mi corazón –dijo ella y volvía a rematarme de besos.
De eso me di cuenta, porque el fulano le hizo más tarde un par de llamadas y mamá se negó a pasar el fin de semana con él.
Ella también aprovecho nuestra conversación y me preguntó si tenía novia, a lo que le dije la verdad.
Ella hizo una cara de gracioso desencanto, diciéndome que estaba bien siempre y cuando ella, de ahora en adelante, fuera la primera en mi vida.
Era innegable que algo estaba pasando con nosotros, porque al parecer ella también estaba sintiendo la misma carga emocional que pasaba conmigo, pues era evidente con cada uno de sus abrazos, de sus besos, de sus caricias en mi espalda, de nuestras cogidas de mano entrelazando los dedos, y sobre todo por sus miradas.
Era como si me estuviera consumiendo de a poco dentro de un deseo prohibido, y reprimiendo a fuerza de voluntad lo que parecía incontenible.
Decidimos quedarnos metidos en su cama mirando los álbumes de fotos y luego la tv.
Ordenamos un domicilio para almorzar, y a mitad de la tarde decidimos salir a cine.
Mi madre estaba bellamente arreglada, con una falda de jean claro arriba de la rodilla, una playera escotada de color verde con una imagen juvenil, y una chaqueta de cuero blanca, además de calzado de tacón bajo y su infaltable pañoleta al cuello.
Al fijarme en ella no pude evitar volver a mirarle la raya de sus senos voluptuosos y seductores.
Mientras vimos la película, y aprovechando la poca asistencia, estuvimos agarrados de la mano y su cabeza descansando en mi hombro, al tiempo que la mía descansaba en la suya.
Salimos a cenar y yendo en contra de sus costumbres decidió ordenar una llena copa de vino para los dos.
Más desinhibidos por el alcohol salimos abrazados ante miradas indiscretas de muchos que nos causaban gracia, y fuimos directamente a casa.
Eran las 10 de la noche cuando llegamos y subimos a su habitación a mirar la tv, sentados sobre un sofá que allí tenía.
Luego ella pasó al baño y al regresar le ofrecí mi mano y la atraje hacía mí para que se sentara sobre mis piernas.
Le agradecí por su compañía y ella a su vez me agradeció por estar allí.
Nos quedamos mirándonos sonrientes y mi mano involuntariamente comenzó a sobar su pierna, a la vez que ella comenzó a meter sus dedos entre mi cabello.
Estábamos bastante cerca porque sentía su aliento y su perfume embriagador.
-Ay, mi amor –dijo entonces-, no sé por qué pero me muero de ganas por darte un beso como el que tuvimos en el aeropuerto.
-Entonces dámelo -le dije- porque yo también lo deseo.
Ella sonrió pícara.
-¿Y no te da penita tu novia?
-Creo que no, porque este deseo es más fuerte –y juntamos nuestros labios con todo el impulso del deseo reprimido, conscientes de que no tendríamos paz hasta que no la encontráramos en el cuerpo del otro.
Nos devorábamos como si fuera lo último de nuestras vidas, mientras por intervalos nos separábamos para que ella me dijera lo mucho que me había extrañado, lo mucho que me había llorado, haciéndole tanta falta y cuánto me amaba.
Poco a poco fui metiendo mi mano bajo su falda hasta dar con su entrepierna, dando comienzo a acariciar con mis dedos la sedosidad de su braga.
Mi madre se estremecía tan pronto como sentía mi dedo anular rastrillar sobre su clítoris, sin que dejara de acariciarme el pecho y mi pene por encima del pantalón.
Éramos madre e hijo, pero estaba claro que no nos considerábamos como tal porque habíamos perdido los estribos al burlar el límite de la cordura.
Luego mi mano vino a posarse sobre una de sus tetas, la cual sentí bastante proporcionada, y comencé a levantar su camiseta a fin de acariciarle el vientre que no dejaba de ondularse de lo caliente que estaba.
Yo estaba empalmado por completo y sentía que la sangre me golpeaba en las sienes de la excitación.
Fue cuando no pude más y le confesé que me moría por hacerle el amor, a lo que ella respondió con un: ”entonces házmelo porque yo también te deseo como nunca antes había deseado hombre alguno”, y volvimos a darnos un morreo mucho más salvaje, si se quiere, resultado de nuestra común aceptación, y nos fuimos deshaciéndonos de la ropa hasta quedar desnudo, con mi fierro rojo y enarbolado como garrote de combate, y ella permaneciendo con su fino conjunto de ropa interior verde esmeralda y puntos negros.
Su braga era una tanga y eso me gusto y me calentó más, y acto seguido descorrí una de las copas del brassier para encontrar su gran pezón marrón que de inmediato me lleve a la boca, mamándolo con desesperación.
-Mámame la tetica, mi amor –decía ella excitada-, como cuando eras chiquito y mamabas mi leche.
Me levanté para deshacerme del brassier por completo, y así contemplar de primera mano las hermosas y voluptuosas tetas de mi madre, que a pesar de la lactancia de 4 hijos me sorprendieron de que se mantuvieran poco caídas.
Volví a lo mío, mamando sus jugosos globos, y mi pene comenzó a botar baba entre los dedos de mi madre.
-Ay, mi amor, mira cómo botas tus juguitos que solo los quiero para mí –dijo ella, y se chupaba sus dedos como como si fueran un caramelo.
Como ella se mantenía bocarriba sobre el sofá, facilitándome la mamada, me incorporé y le quité su tanguita que ya estaba empapada de jugos, y me quedé lelo viéndole su abundante bosque de pelos.
Esta imagen detonó más carga de excitación, más aún al ver alrededor de su cuquita que sus vellos brillaban por los jugos que ya había botado.
Mi madre no dejaba de agarrarme el pene, y por un instante me quedé prendado de su cuerpo de mujer madura, rollizo pero hermoso para su edad, sin grasa acumulada en exceso.
Luego nos quedamos mirándonos como hipnotizados, sin que fuera más que evidente su mirada libidinosa pidiéndome más.
-Mi amor, mi hombre amado –decía ella seductora-, tómame y hazme tuya que me muero por tener tu verga muy dentro de mí, para que me hagas gozar como nunca antes.
¿Lo quieres, papito?
-Claro que sí –le dije-.
Es lo que más deseo en la vida desde que te conocí.
Y nos quedamos mirándonos mientras me fui acomodando para entrar en ella.
-Ay papacito, hace mucho tiempo que no he estado con nadie, pero siento que esta noche podría morir feliz después de tenerte dentro.
Y dirigiendo me pene hacia su rajita peluda y chorreante de fluidos, pude entrar en ella y fue como si una descarga eléctrica me invadiera por completo, y ella exhaló un gemido de alivio, como si descansara de una gran carga que lo único que le generaba era placer.
Ya había estado con una mujer, pero estar dentro de la vagina caliente y resbalosa de mamá era totalmente incomparable, generándome tres veces más placer que el que había tenido con mi novia.
Era un placer jamás conocido que sentía que me consumía la vida con cada embestida dentro de la conchita de mamá.
Ella solo gemía, manteniendo los ojos cerrados y agarrándose de mis caderas.
Volvimos a unir nuestras bocas, dándonos un largo beso suave que acompasábamos con las penetraciones, y apenas nos separábamos para tomar aire.
En una de esas me rodeó la espalda y me susurró al oído:
-Ay, papacito, que rico me culeas, mi amor, que rico se siente tu verga dentro de mí –me decía-, y no te imaginas cómo deseaba que esto pasara, mi amor, no sé por qué, Dios mío, ayyyyyyy
Nuestros cuerpos se acompasaban coordinadamente, como si lo hubiéramos hecho toda la vida, y era toda una delicia sentir su piel tibia y dispuesta, y la fragancia de su cabello inundando mis sentidos.
No dejábamos de darnos besos suaves y húmedos, disfrutando de su piel delicada y de su lengua traviesa, mordiéndonos con fervoroso deseo, y apoyándome con un brazo para con la mano libre acariciar y apretar a placer su teta majestuosa mientras no dejaba de penetrarla suavemente, lentamente, porque nos dimos cuenta que de este modo se aceleraba mejor nuestro placer y el disfrute era total, sintiendo que con cada embestida mi pene crecía más dentro de su vagina, que de momento se contrajo succionando mi miembro, prueba de su orgasmo.
Ella al sentirlo arremetió besando mis labios y respirando agitada, y unos cuantos segundos después me llegó mi turno al sentir el placer más intenso hasta entonces vivido, descargando largos chorros de semen que salían como torpedos entre las entrañas de mamá.
Nunca tuve mejor sexo hasta entonces y ella luego me dijo lo mismo.
Sin cambiar de posición y sin salir de ella, no dejamos de besarnos y pronto mi fierro volvió a encontrar su dureza para seguir bombeando hasta que ella volvió a venirse, esta vez de forma continua, abrazándome con fuerza y profiriendo gemidos de incalculable placer.
-Que rico, papito, me haces sentir, que rico me follas, que quiero que esto no termine nunca, papacito –decía con voz afectada por el gusto.
Después de un buen rato penetrando a mamá, donde presentó otra venida, yo volví a presentar la mía, la cual se me hizo mucho más prolongada, donde sentía que se me iba la vida con cada descarga de semen.
Sobra decir que nos dio la madrugada follando como posesos, y nos levantamos de la cama hasta después del mediodía.
En una de esas cogidas, acomodados de cucharita, me di cuenta que estábamos de frente al espejo del tocador, por lo que pude apreciar nuestros cuerpos como si fuéramos otros que hacían con delicia un amor consumado.
Lejos de haber sentido vergüenza o algún asomo de culpa, el ver a mi madre con su pierna sobre las mías para una mejor penetración de mi verga que entraba dentro de su madeja de pelos húmedos, de donde sobresalían, para mi sorpresa desde esa óptica, sus labios menores como crestas de gallo, descubrimiento que me encendió más junto a la imagen de mi madre retorciéndose como gata lujuriosa mientras yo mordía su hombro y magreaba sin descaro sus hermosas tetas.
En un momento mi madre abrió los ojos y se conectó conmigo a través del espejo, y su mirada no fue más que de complicidad, fuego y deseo.
Fue una imagen que se me quedó en mi memoria, y que me ayudó de mucho en aquellos larguísimos días sin mamá.
Cuando desperté al día siguiente, yo aproveché que ella preparaba algo de comer para meterme a la ducha.
Al salir ella me esperaba en la cama con al desayuno, y al verme me sonrió sin ganas.
-¿Cómo amaneciste? –me preguntó.
Le dije que bien, y le pregunté cómo estaba.
-Bien –dijo algo apagada-.
Aunque debo confesarte que hace un rato, al despertar y recordarlo todo, y verte desnudo a mi lado… no dejé de sentirme un tanto… no sé cómo decirlo… tal vez, confusa.
Le pregunté si tenía remordimiento de conciencia, y ella me respondió que aunque no dejaba de sentirse algo extraña por todo lo sucedido, no se arrepentía por ello, y sonriendo algo avergonzada, agregó que no se arrepentía porque admitía que era la mejor noche de sexo de su vida, y que independiente de lo que pudiera pensar el mundo, y ella misma, lo recordaría por siempre como uno de sus mejores momentos de su vida.
-¿Y tú, qué piensas al respecto, mi amor? –preguntó.
Le dije que aunque mi vida sexual activa se reducía a mi única novia hasta entonces, le confesé que nunca había llegado a sentir, a experimentar la dicha tan grande al estar dentro de ella, y en consecuencia conocer tanto placer.
Le dije que no sabía explicar por qué me sentí tan atraído sexualmente desde el primer momento que la vi, y que no me arrepentía de nada porque lo deseaba como una necesidad imperiosa.
Ella reconoció que también le había pasado lo mismo, y que había tenido sueños húmedos conmigo que la hacían sentir mal, pero que de a poco le fueron sembrando la semilla de incestar conmigo, con una motivación desgastadora que solo tendría paz acostándose conmigo.
-Es que el solo verte mis hormonas se alebrestaban y mi cuquita se mojaba al instante por el deseo –agregó.
Sonreímos, la abracé y busqué sus labios que me esperaban con urgencia.
Así que de vuelta volvimos a coger, esta vez en posición de perrito, y al contemplar las hermosas y voluptuosas nalgas de mamá, se disparó mi excitación, y cogiéndola con fuerza de la cintura la taladré desesperado hasta que me vine dentro de ella.
El resto del día y de la noche, y parte de la mañana siguiente, seguimos cogiendo cada vez que nuestros cuerpos nos lo pedía, como si se tratara de una adicción, hasta que llegó mi hermano menor.
Fue tanta la copula, que mi pene terminó rojo y algo dolorido, pero feliz.
Regresé a San Juan, y poco antes de pasados dos meses mi madre me llamó para decirme que necesitaba hablar conmigo personalmente.
Tomé el primer vuelo del día siguiente y al verme con ella me dijo que había presentado un retraso y que ahora tenía un mes de embarazo.
Me asustó la noticia en principio, pero luego, ya en frío, me alegró y le dije que quería tener ese hijo.
Ella al parecer esperaba escuchar eso porque le devolvió la sonrisa a la cara.
Un rato después estábamos cogiendo en la habitación de un hotel hasta que salió a eso de las 11 de la noche.
Ella luego estuvo escondiendo su embarazo hasta que le fue posible, y acordamos que para no escandalizar a la familia ella les diría que era el producto de una aventura con un compañero de trabajo.
Al comienzo no fue bien aceptada, excepto por Nicolás, pero mis hermanas terminaron apoyándola.
Yo iba y venía con más frecuencia, y siempre nos la arreglábamos para tener sexo por todo el tiempo que duro su embarazo, pues al contemplar sus nuevas curvas me ponía a full de ganas de follar como loco.
Hacía dos meses que mamá había cumplido sus 43 años cuando nació nuestra bebita, que afortunadamente nació bien, contra todo pronóstico.
Decidimos que me radicaría en Panamá, alquilando un espacioso apartamento donde mamá iba a visitarme.
Como administraba una oficina de la firma de papá, disponía de tiempo a placer para estar con ella.
La llegada de nuestra bebita nos unió más, y no podíamos concebir tanto tiempo sin el otro, por lo que mamá aprovechó para pedir un permiso en el colegio por un año.
A pesar de su reciente estado, yo me moría de las ganas por volver a estar con ella, y mamá también, mucho más ahora que le veía sus tetas llenas de leche y con un pezón que había aumentado notablemente de tamaño, por lo que no aguantamos la cuarentena y al mes del alumbramiento ya estaba de nuevo dentro de su adorada cuevita.
Aprovechando que mis hermanos salían a estudiar, y yo me quedaba con ella en casa, volvimos con más ganas y más desenfreno a coger y yo sentía que cada vez era mejor y que la ansiedad me consumía por volver a estar con ella cada vez que terminaba eyaculando dentro de mamá.
Más aún cuando ahora tenía un aditamento especial: su leche materna, a la cual me volví adicto, por lo que la posición de ella encima mío se fue convirtiendo en la más frecuente, a fin de tener sus grandes tetas al alcance de mi boca mientras la penetraba, mamándolas con frenesí y acaparando sus grandes chorros de leche, y además para tener el privilegio de ver, cada vez que ella se venía, a sus grandes pezones aventando leche como regaderas, producto de su explosión orgásmica.
Yo lo había visto en videos, pero lejos estaba de imaginarme que lo viviera en carne propia con mamá.
A veces era tanta la prendida que me pegaba cuando la veía amamantando a nuestra hija, que ella, complaciente, me ofrecía su otra teta, y varias veces terminábamos cogiendo mientras ella seguía amamantando a nuestra bebita.
Producto de esa lujuria infinita, al poco tiempo ella volvió a quedar en cinta y no nos fue fácil manejar este segundo embarazo con mis hermanos, al punto que con el tiempo mi hermana Zamira fue llenándose de sospechas y tuvimos que confesarle nuestra relación.
No nos habló por días, pero fue discreta y supo guardar nuestro secreto.
Cuando decidió volver a hablarnos, dijo que aunque no lo terminaba de aceptar, no nos juzgaba, además porque le agradaba ver a mi madre tan feliz, como nunca lo había estado.
Yo le dije que fue algo que se nos salió de las manos y que no pudimos controlar, por lo que estuve averiguando y llegamos a la conclusión de que padecimos del síndrome de Atracción Sexual Genética, propia de padres separados de sus hijos de pequeños, o de hermanos separados a los pocos meses de vida.
Otro día Zamira me dijo que había estado investigando sobre el tema, y que le había servido porque ella en algún momento también se había sentido atraída por mí, y que entonces entendía mejor nuestra situación.
A los catorce meses de haber nacido nuestra bebé llegó un varoncito, y ambos crecen saludablemente.
Como les dije al comienzo, de eso ya ha pasado poco más de cinco años, donde hemos aprendido a cuidarnos, a controlar mejor nuestras ganas de sexo en público, pero sobre todo a aceptar nuestra situación.
Para no llamar tanto la atención yo continué con mi novia, pero cada vez que tenemos la oportunidad seguimos cogiendo con mamá, ahora que se encuentra planificando, porque algo queda claro de todo esto, y es que por encima de todo prejuicio moral, ha sido el mejor sexo de nuestras vidas.
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