Hermana mayor
Una adolescente cuida a su hermano pequeño y juegan todos sus juegos favoritos. fantasías (y no tan fantasías) que tuve al cuidar a mi hermano..
Relato algo largo, pero estoy segura que los va a dejar bien duritos y mojaditas. Besos
Javiera se estaba mirando en el espejo, cepillándose su pelo oscuro, cuando su madre pasó por su habitación y se detuvo en la puerta.
«Oh, Javiera», dijo, sonando un poco preocupada, «recuerdas que dijiste que verías a Martín esta noche, ¿no?»
«Por supuesto, mamá», respondió Javiera.
«Oh, bien. Cuando te vi arreglándote el cabello, pensé que podrías estar preparándote para salir».
«No, no, solo pensé que se veía desordenado».
Su madre dio un paso hacia la habitación. «Sabes, si alguna vez sientes que te estamos imponiendo demasiado, y prefieres que contratemos a una niñera para que puedas-»
«No, mamá, está bien. Me gusta ver a Martín».
Javiera no estaba mintiendo; realmente disfrutaba pasar tiempo a solas con su hermano pequeño. Aunque no se atrevió a decirle a su madre todas las razones.
«Está bien, si estás segura», dijo su madre. «Muchas gracias, cariño». Luego bajó las escaleras, donde el padre de Javiera la esperaba para llevarla a cenar y a una obra de teatro.
Javiera dejó su cepillo y se encontró pensando en cuando era pequeña. Ella había estado muy interesada en los niños en ese entonces, comenzando cuando tenía tres o cuatro años. Le encantaba estar cerca de ellos, pelear con ellos, abrazarlos, robarles besos y más. Cuando terminó el primer grado, había jugado «Te mostraré el mío si me muestras el tuyo» con más de la mitad de los niños de su clase, aunque la mayoría de sus amigas pensaban que una sola vista de el» tuyo» era suficiente para su educación. Y Javiera todavía recordaba, con claridad y cariño, aquel día de verano en que convenció al chico de la calle para que se desnudara por completo para ella y dejara que tocara su pene, y la emoción que recorrió su cuerpo cuando se endureció en su mano, obligándola a caer de rodillas y darle un beso.
Pero en algún momento alrededor del quinto grado, el interés de Javiera por los niños se desvaneció. Esto no la había molestado en ese momento, y seguramente había sido un alivio para sus padres. Probablemente asumieron que su interés regresaría cuando alcanzara la edad apropiada.
Pero no fue así. En la secundaria, cuando sus compañeras comenzaron a mostrar un serio interés en los niños, Javiera descubrió que estaba tan desinteresada como siempre. Brevemente, se preguntó si podría ser lesbiana. Pero rápidamente descartó esa idea porque las chicas tampoco parecían hacer nada por ella.
Hasta ese momento, Javiera solo tenía una hermana: su hermana Rita, que era tres años menor. Pero luego sus padres decidieron tener un bebé más antes de que terminaran sus años fértiles, y así nació Martín.
Tanto Javiera como Rita estaban emocionadas de tener un hermanito. Les encantaba jugar con él y leerle, y en general eran las mejores hermanas mayores que sus padres podrían haber esperado que fueran.
Hace unos meses, no mucho después del cuarto cumpleaños de Martín, Javiera había notado que sus sentimientos acerca de su hermanito estaban cambiando. Siempre había pensado que él era lindo, pero cada vez más, pensaba en él como hermoso. Cuando lo vio jugar con sus camiones en el suelo en pijama, ya no solo miró lo que estaba haciendo o la expresión de su rostro; ahora, miró todo su cuerpo, absorbiendo la forma de su pequeño pecho, su estómago ligeramente cóncavo y la simple y dulce curva de su trasero. Y cada vez que él se sentaba en su regazo, se encontraba cada vez más no solo sosteniéndolo sino tocándolo, pasando sus manos sobre sus hombros, su espalda, su pecho y estómago, sus muslos
.
Fue entonces cuando Javiera se dio cuenta de la verdad: que nunca había perdido el interés por los chicos. Simplemente se sentía atraída por los niñitos de cierta edad, una edad que sus compañeros masculinos ya habían superado.
Lo que la había sorprendido más que esta revelación era lo cómoda que estaba con ella. Sabía cuánto estigma social conllevaba ser un pedófilo, pero para ella, simplemente se sentía… normal. Era parte de lo que ella era, aunque no pudiera contárselo al mundo.
Por lo tanto, Javiera no solo entendía sus deseos, sino que los había aceptado, abrazado, incluso, hasta el punto en que podía ser honesta consigo misma acerca de sus sentimientos por Martín. Ella no solo lo amaba como a una hermana mayor; ella lo amaba en todos los sentidos. Incluyendo, lo que es más importante, la forma física, sexual.
Javiera bajó las escaleras y encontró a su madre ya su padre poniéndose los abrigos junto a la puerta principal.
«Volveremos a las once y media», dijo su madre. «Asegúrate de que Martín esté en la cama antes de las nueve».
«No hay problema», respondió Javiera.
Martín estaba jugando con unos bloques en el piso de la sala. Su mamá se le acercó, se inclinó y lo besó en la mejilla, luego se enderezó e hizo lo mismo con Javiera.
«Ustedes, niños, tengan una buena noche», dijo su padre.
Ambos padres salieron por la puerta y Javiera escuchó que su sedán arrancaba y se alejaba. Tan pronto como ya no pudo escuchar su auto, subió a su habitación, tomó el espejo que colgaba sobre su tocador y lo colocó en posición vertical sobre la silla de su escritorio para que el espejo quedara frente a su cama. Ella lo querría allí más tarde.
Javiera volvió a bajar las escaleras, se movió detrás de su hermano pequeño y se sentó, estirando las piernas a ambos lados de él y rodeándolo suavemente con los brazos por detrás.
«Entonces», dijo, «¿haces?»
«No sé», dijo el niño, agregando un bloque a la estructura cuadrada que había estado haciendo. «Solo algo alto».
Le encantaba el sonido de su voz, aguda y dulce. Ella lo abrazó un poquito más cerca.
«Cuando hayas terminado, ¿quieres darte un baño?»
Volvió la cabeza y la miró mientras respondía: «Ajá».
A Martín no siempre le entusiasmaba bañarse. Pero parecía haber aprendido que ser bañado por Javiera cuando no había nadie más en casa siempre lo llevaba a otras actividades especiales que le gustaban mucho.
Javiera continuó sosteniendo al niño mientras él apilaba sus bloques cada vez más, hasta que se acabó. Luego volvió a mirar a Javiera y sonrió.
«¿Ataque de monstruo?» Javiera preguntó.
«¡Ataque de monstruo!» respondió Martín, barriendo con su brazo los bloques y derribándolos a todos.
Él y Javiera se rieron. Luego recogieron todos los bloques y los volvieron a poner en el armario bajo donde vivían algunos de los juguetes de Martín.
«¿Listo para subir?» Javiera preguntó.
«¿Llévame?» respondió el niño, levantando los brazos.
«Hmmm», respondió Javiera, «Supongo que podría. Pero primero tienes que darme un beso».
«¡De acuerdo!»
Javiera dobló las rodillas para agacharse y Martín se incorporó de un salto, rodeándole el cuello con los brazos y rodeándole la cintura con las piernas. Ella agarró su trasero con ambas manos para sostenerlo. Luego, despreocupadamente, Martín alzó su rostro hacia el de Javiera y la besó con firmeza en los labios.
«Hmm, no está mal», dijo Javiera. «Supongo que eso te hace ganar un viaje a la bañera».
«¡Hurra!»
Cargó a Martín escaleras arriba y al baño que compartían con Rita. Luego, Javiera se arrodilló sobre el tapete al lado de la bañera, dejando que Martín se acostara y liberando sus manos para abrir los grifos.
«Está bien, monada», dijo Javiera. «Quítate la ropa.»
«Mmmm, tú primero», respondió Martín.
«Ambos al mismo tiempo», dijo Javiera.
«Acuerdo.»
Martín se quitó la camiseta y Javiera se desabotonó la blusa. Se había puesto su sostén favorito, que sabía que también era el favorito de Martín: uno rosa satinado con una pequeña rosa entre las copas. Martín sonrió al verlo, luego se quitó los pantalones cortos de modo que ahora estaba frente a Javiera solo con sus zapatos, calcetines y calzoncillos pequeños con animales de dibujos animados en ellos. Era su turno de sonreír, y luego de quitarse la falda, mostrándole a Martín sus calzones rosas satinados que hacían juego con el sostén.
Cuando Martín se quitó los zapatos y los calcetines, Javiera se vio reflejada en el espejo del baño. Le gustaba el conjunto de ropa interior que tenía puesto, pero deseaba tener algo más abiertamente sexy para usar para Martín. Tal vez, uno de estos días, usaría parte de su dinero ahorrado cuidando niños para comprar un conjunto de sostén y calzones realmente calientes en Victoria’s Secret en el centro comercial y los guardaría en algún lugar escondido, sacándolos solo para ella y Martín.»
Martín dejó caer su camisa en el piso del baño. Luego miró a Javiera y dijo: «Tu turno».
Recordando así que Martín estaba más interesado en ver su cuerpo desnudo que su ropa interior, Javiera se echó hacia atrás y se desabrochó el sostén.
Le encantaba mostrarle sus pechos a Martín. No era como si estuviera súper orgullosa de ellos o algo así; tenían un aspecto mediocre, pensó, siendo apenas lo suficientemente grandes como para justificar que llevara sostén. Pero la forma en que Martín los miró, tan feliz y emocionado, fue suficiente para que se estremecieran y para que sus pezones rosa pálido se pusieran rígidos, como si quisieran estar en sus manos o en su boca.
«Ahora es tu turno», dijo Javiera.
Sus ojos se clavaron en la entrepierna de su hermano pequeño cuando el niño sonrojado y sonriente se bajó los calzoncillos hasta los tobillos y los pateó. Su pene estaba un poco hinchado, haciéndolo aún más prominente entre los delgados muslos de Martín. A Javiera casi se le hizo agua la boca al verlo.
Con los ojos aún en el pene de su hermano, Javiera empujó sus calzones hacia abajo. Fue casi un reflejo; cada vez que veía el miembro de su hermano, su instinto era exponer su coño a él.
Javiera se había estado afeitando el vello púbico casi desde el día en que comenzó a crecer. Mantener su coño peladito como un bebé le trajo buenos recuerdos de todos esos momentos cuando era niña cuando se lo mostraba a los niños y podía ver sus pequeños penes a cambio. Al igual que el momento en que Martín vio su sexo desnudo y sonrió al verlo.
«Está bien», dijo Javiera, reprimiendo su impulso de lanzarse sobre Martín allí mismo en el baño. «Es hora de meterse en la bañera».
Javiera cerró los grifos y se subió, luego ayudó a Martín a trepar por el borde de la bañera y sentarse en su regazo. La sensación de su pequeño y tenso trasero desnudo sobre sus muslos desnudos siempre le hacía sonreír.
«Ahora, ¿Cómo empezamos siempre?» Javiera preguntó. Esto era parte de su ritual.
«Arriba», respondió Martín con seriedad.
«Así es.»
Javiera echó un poco de champú en su mano y lavó el cabello de Martín, luego el suyo propio. Mientras que a muchas de sus amigas les gusta usar champús elegantes, Javiera siempre usaba el mismo champú que su mamá le compró a Martín porque le gustaba que su cabello oliera como el de él.
Una vez que ambos se enjuagaron el cabello, Javiera preguntó: «¿Listo para el jabón?».
Martín asintió vigorosamente. «UH Huh.»
Esto también era parte del ritual, una parte divertida. Javiera se enjabonó las manos y enjabonó a fondo toda la espalda de Martín, luego la enjuagó. Luego, por supuesto, pasó al frente, pasando un poco más de tiempo del estrictamente necesario pasando sus manos enjabonadas sobre el estómago y el pecho desnudo de Martín.
Cuando terminó, el niño preguntó: «¿Me toca a ti?».
Javiera sonrió. Le encantaba esta parte.
«Oh, definitivamente».
Javiera no podía darse la vuelta en la tina, por lo que Martín tuvo que ponerse de pie y poner sus brazos alrededor de ella para lavarle la espalda, con Javiera sosteniéndolo en caso de que se resbalara en el piso de la tina. Por supuesto, ella lo sostuvo muy cerca, con una mano en su lindo y pequeño culito desnudo y la otra en su espalda, presionando su pequeño pecho contra sus pequeños senos.
Martín lavó a conciencia la espalda de Javiera. Siempre trató de hacer un buen trabajo. Y, supuso Javiera, le gustaba tocar cada centímetro cuadrado de la piel de Javiera como parte de su ritual.
Ahora venía una parte aún mejor. Javiera volvió a sentar a Martín en su regazo, esta vez frente a ella, con algo de espacio entre ellos.
«Ahora de frente», dijo. Ella sonrió, sus labios ligeramente separados por la emoción.
Empezó por el estómago porque, como Javiera le había señalado una vez a Martín, si empezaba por el pecho, podría quedar tan absorto en lavarlo que nunca llegaría al resto de la frente. A Martín no parecía importarle empezar más abajo; el joven ya comenzaba a descubrir la alegría de la anticipación.
Cuando terminó con su barriga, se movió hacia sus costados, deslizando sus manos enjabonadas arriba y abajo por las modestas curvas de su cintura. En cada movimiento hacia arriba, sus pequeñas manos hacían más y más contacto con los lados de sus pequeños senos, hasta que sus dedos estaban trazando completamente su curvatura una y otra vez. Martín le sonrió con picardía a Javiera, y ella le devolvió la sonrisa.
«Está bien, pequeño granuja», dijo ella. «Puedes seguir adelante y lavarme los senos».
La sonrisa de Martín se convirtió en una mueca y las manos enjabonadas del chico agarraron los pequeños pechos de Javiera. Los enjabonó, los apretó y los acarició con deleite infantil, amando lo suaves y maleables que se sentían en sus manos. Martín le había dicho una vez a Javiera que no había nada en el mundo que fuera tan agradable de tocar como sus senos, y por el puro regocijo que mostraba cada vez que los tocaba, estaba claro que creía eso.
En cuanto a Javiera, siempre disfrutó la sensación de las pequeñas manos de Martín en sus tetas. Y ahora se le ocurrió que esta actividad no tenía por qué limitarse a los momentos en que su mamá y su papá estaban fuera. En realidad, podía darle a Martín al menos un vistazo rápido de ellos cada vez que sus padres estuvieran en el otro piso de la casa, o después de que cerraran la puerta de su dormitorio por la noche, al menos hasta que Rita regresara del campamento de verano, después de lo cual, Javiera y Martín tendrían menos oportunidades de estar solos. Javiera hizo una nota mental para aprovechar cada oportunidad que tuviera de vez en cuando para dejarse manosear por su niño favorito de cuatro años.
Dejó que Martín jugara con sus senos por un rato, disfrutándolo especialmente cuando él hizo círculos con sus dedos enjabonados alrededor de sus pezones de color rosa pálido, que se endurecieron con su toque. Pero sus propias manos no estaban ociosas; a medida que crecía su emoción, metió la mano debajo del agua y comenzó a jugar con la verguita de su hermano pequeño. Ya estaba rígido por la emoción de él al tocar sus senos, y los dedos enjabonados que recorrían su longitud rápidamente lo hicieron aún más difícil. Lo escuchó comenzar a respirar un poco más rápido.
«Ahora que estás limpio», dijo Javiera, «¿quieres ir a mi habitación a jugar?»
«Ajá», respondió el chico con seriedad.
Salieron de la bañera y Javiera usó una toalla blanca y esponjosa para secar a Martín y luego a sí misma. Luego, todavía desnudos como pájaros, volaron a la habitación de Javiera.
Como era su costumbre, Javiera levantó a Martín y lo acostó boca arriba en su cama. Luego se inclinó y lo besó suavemente en los labios. Puso sus brazos alrededor de su cuello y la atrajo hacia sí.
En los meses transcurridos desde su primer beso secreto, Javiera había aumentado gradualmente el nivel de sus actividades sexuales con Martín. Nunca se sintió culpable por lo que hizo con él, porque claramente disfrutó cada minuto. Que era justo lo que esperaba, porque cuando recordó cuando tenía la edad de Martín, recordó cuántos de los chicos a los que había robado besos le habían devuelto uno de inmediato, y con qué entusiasmo habían mirado sus partes íntimas cuando ella cumplió su promesa de mostrarles lo suyo si ellos le mostraban los suyos. Por mucho que a algunas personas les gustara pretender lo contrario, los niños pequeños (así como las niñas) eran seres sexuales, y eso era parte de por qué Javiera se sentía tan atraída por ellos.
Puso sus labios en la oreja de Martín y murmuró: «Eres mi niño pequeño favorito, ¿lo sabías? Y eso significa algo, porque realmente me gustan los niños pequeños».
«Me encanta ser tu favorito», respondió Martín.
Ella levantó la cabeza para mirarlo. Dios, no podía resistirse a él cuando estaba desnudo y limpio y acostado en su cama así: sonriéndole, lista para dejarla hacer lo que quisiera con él porque siempre lo hacía sentir bien. Entonces, como de costumbre, comenzó besando suavemente esos labios sonrientes, luego profundizó lentamente el beso hasta que sus bocas se abrieron y la punta de su lengua jugó con la de él hasta que él se rio en su boca.
Lentamente, besó su camino hacia el centro de su cuerpo, sus labios posándose una y otra vez sobre su cuello, su pecho, su estómago. Su lengua jugó brevemente con su ombligo, haciéndolo reír de nuevo. Luego levantó la cabeza y lo miró a la cara.
«¿Recuerdas dónde me gusta que me besen?» ella preguntó.
Miró sus pequeños pechos de pezones rosados y sonrió. «UH Huh.»
Ella se inclinó, colgando sus pechos sobre su rostro de modo que él no tuviera que levantar la cabeza para acercar sus dulces y suaves labios a sus pezones. Tomó uno en su boca y lo chupó suavemente, haciendo gemir a Javiera.
«Ohhhhh, Martín…»
Javiera cerró los ojos para que su mente pudiera concentrarse únicamente en disfrutar cada pequeña sensación placentera que Martín estaba estimulando. Siempre habían sido sensibles y una zona erógena importante para Javiera, incluso mucho antes de que tuviera senos. Recordaba con cariño el sábado por la tarde cuando convenció a su vecino y compañero de tercer grado, de besar y chupar sus pezones durante varios minutos, lo que la hizo gemir y retorcerse, frotando sus muslos con tanta fuerza que podría haber tenido su primer orgasmo entonces y allí si la madre del niño no hubiera llegado a casa, lo que obligó a Javiera a ponerse rápidamente su vestido rosa para que la mujer no encontrara a Javiera sola con su hijo usando solo sus calzonsitos azul bebé de My Little Pony. (Javiera todavía tenía un par, que les dijo a sus amigos que usaba por la ironía, pero que en realidad usaba porque le traían muchos recuerdos eróticos de su infancia).
Maniobrando con cuidado para no apartar el pezón de los labios de Martín ni por un momento, Javiera logró cambiar de posición para acostarse junto a él. Luego, lo rodeó con los brazos y rodó suavemente sobre su espalda, colocándolo encima de ella.
Sin distraerse en lo más mínimo por el cambio de posición, Martín chupó y chupó, y ahora puso una mano sobre el otro seno de Javiera y lo apretó mientras lo hacía. Javiera podía sentir su pequeña verguita endureciéndose contra su muslo, y su coño se mojaba más y más durante los minutos que Martín complacía sus pequeñas tetas.
«Me estás haciendo sentir tan bien, Martín», suspiró. «¿Listo para que te haga sentir bien?»
Martín no respondió con palabras; simplemente levantó la cabeza del pecho de Javiera y asintió, con los ojos muy abiertos por la emoción. Sonriéndole, les dio la vuelta a los dos para que Martín estuviera sobre su espalda y ella encima de él. Ella lo besó en los labios, luego en la oreja (haciéndolo reír), luego en el cuello y luego en el pecho y el estómago hasta que su rostro llegó a su destino entre sus muslos. Su pene desnudo y erecto y sus bolas suaves parecían irradiar calor; Javiera podría haberlos encontrado en la oscuridad total.
Para Javiera, la idea de meterse una verga peluda de tamaño adulto en la boca no le atraía en absoluto. Pero el dulce y pequeño miembro de su dulce hermanito era una cosa completamente diferente. Le encantaba chuparlo y deseaba poder hacerlo todo el tiempo. A veces, mientras yacía en la cama a altas horas de la noche, se ponía el dedo meñique entre los labios y fingía que era el pene de Martín, y la chupaba mientras se frotaba hasta el orgasmo.
Ahora, teniendo su pequeño y duro miembro en su boca, su lengua jugaba con él, girando alrededor de él, masajeándolo y volviendo a explorar cada detalle. Luego lo soltó, movió su boca hacia sus bolas y las lamió con la misma profundidad. Martín suspiró feliz.
«Mmm, me encantan tus bolas», murmuró felizmente, llevándoselas a la boca y lamiéndolas por todas partes. Luego volvió a tomar el pequeño pene rígido de Martín en su boca y lo succionó, haciendo que Martín suspirara, antes de volver a hablar.
«Oh, Martín, podría chupar tu dulce pene toda la noche».
El chico se rió. «Pero entonces nunca llegaríamos a las otras partes buenas».
A veces, Javiera fantaseaba con un mundo perfecto en el que ella y Martín vivieran solos. Donde pudiera estar en topless frente a Martín todo el tiempo para que él pudiera tocar, lamer y chupar sus pequeños senos cuando quisiera. Donde Martín compartiría su cama, y donde ella podría tomar su pequeña y encantadora verguita o pelotas o ambas en su boca y chuparlas y lamerlas casualmente mientras leían o miraban la televisión. La emocionaba imaginarse pasar una hora o más así, elevando gradualmente el nivel de excitación de su hermanito hasta que se pusiera tan cachondo que saldría de su boca, se pondría detrás de ella y la follaría como un pequeño mono salvaje. Y después de que ambos se corrieron, gritando tan fuerte como querían en su éxtasis, él se acostaba de nuevo frente a ella, y ella volvía a llevarse su dulce y pequeño miembro a la boca y comenzaba todo el hermoso ciclo de nuevo, continuando durante una hora. después otra hora.
Volvió a meter el pene en la boca y movió la cabeza varias veces con el miembro de su hermano entre los labios, después de haber visto algunos videos porno en línea que sugerían que a los chicos les gustaba eso. Martín ciertamente lo hizo, a juzgar por la forma en que dijo «Mmmmm…» y enredó sus pequeños dedos en su cabello.
Javiera abrió más la boca y empujó la cabeza hacia adelante. Le encantaba poder tomar su pene y sus bolas en su boca al mismo tiempo, permitiendo que su lengua jugara con ambos. Y a Martín también le gustó, a juzgar por la forma en que tarareaba y jadeaba de placer alternativamente.
Hizo esto durante minutos, manteniendo sus pequeños y desnudos pechos presionados contra los muslos desnudos del niño mientras chupaba, lamía y chupaba un poco más. Había hecho que Martín se corriera de esta manera un par de veces, pero no planeaba hacerlo esta noche. Se estaba poniendo más cachonda por segundos, y estaba ansiosa por continuar con el siguiente paso en su ritual especial. Así que soltó la vergacy las bolas de Martín de su boca, luego se movió hacia arriba y puso sus labios en la oreja del chico.
«¿Quieres culear?» Ella susurró.
El chico se rio. Le encantaba cuando Javiera usaba malas palabras. Luego asintió vigorosamente y dijo: «Ajá».
Había momentos en los que follaban cuando a Javiera le gustaba estar encima de Martín, moviéndose hacia arriba y hacia abajo sobre él, masajeando su pene con su apretado túnel de amor y viendo la expresión de felicidad en su rostro mientras sostenía sus caderas o se estiraba para jugar con sus senos. Dejar que la tome por detrás también podría ser divertido, porque le gustaba sentir las pequeñas manos de Martín en su trasero mientras la bombeaba.
Sin embargo, la mayoría de las veces prefería que él estuviera encima. Así que se acostó boca arriba y abrió las piernas, y el niño trepó ansiosamente encima de ella.
«Pon tu dulce pene dentro de mí, hermanito», Javiera respiró.
«Te lo voy a meter», respondió el chico, jadeando con anticipación. «Para poder culearte».
Mientras ella se emocionaba al escuchar a su hermanito decir esa palabra traviesa, él empujó su pequeña verga dentro de ella, suspirando de placer cuando la penetró, y ella suspiró junto con él. A ella no le importaba que su pene fuera pequeño; todavía tenía tanto grosor como su dedo, o un tampón, que eran las únicas cosas que Javiera se había puesto dentro.
Lentamente, comenzó a empujar. Esta era la razón principal por la que le gustaba tenerlo encima, para que él pudiera follársela, en lugar de ser solo un receptor pasivo de la cogida.
Javiera nunca había tenido que enseñarle a empujarla así; simplemente sabía cómo hacerlo, desde la primera vez que se metió dentro de ella. En la mente de Javiera, esto era una prueba más de que incluso los niños más pequeños eran inherentemente sexuales y que no estaba haciendo nada malo al tener sexo con Martín. Ella no estaba forzando su sexualidad en él; ella lo estaba dejando actuar según sus propias necesidades e instintos sexuales.
«Oh, Martín…» murmuró. «Esta es mi cosa favorita en todo el mundo…»
«La mía también,» respiró el chico.
La primera vez que hicieron esto, Martín rápidamente aceleró el paso y la folló con fuerza hasta que se corrió. (Incluso ahora, a Javiera le excitaba recordar que el primer orgasmo de Martín había ocurrido cuando él estaba dentro de ella). Pero desde entonces, el chico había aprendido no solo que a Javiera le gustaba que se lo tomara con calma, sino también que hacerlo propio clímax se siente aún mejor cuando lo alcanzó.
Así que follaron lentamente durante un buen rato, Javiera acariciando el cabello y la espalda de Martín mientras el chico empujaba dentro y fuera de ella. Estaba en un estado de dicha; nunca se sintió tan cerca de nadie, en ningún momento, como cuando ella y Martín hicieron esto.
Eventualmente, Martín comenzó a follarla más rápido. A Javiera no le importó; estaba lista para más, y amaba cómo podía sentir su deseo por ella en cada embestida.
Javiera se agachó y agarró el pequeño trasero de burbuja de Martín con ambas manos, usando sus brazos para ayudarlo a bombearla con más fuerza. Le encantaba sostener el trasero de Martín mientras él la follaba, sintiendo cómo esos pequeños músculos se apretaban y aflojaban una y otra vez. Podía sentir lo duro que estaba trabajando, cuánto deseaba esto, cuánto la deseaba a ella.
«Oh, Martín», jadeó Javiera. «Fóllame, hermanito… Fóllame fuerte, dulce niño…»
Martín folló a Javiera tan fuerte y rápido como pudo, y Javiera pudo sentir el orgasmo creciendo dentro de ella. Cada embestida de la verga de su hermano pequeño en ella traía una sacudida de placer, y ahora que él la estaba golpeando tan fuerte como su pequeño cuerpo podía soportar, esas sacudidas se fusionaron en una oleada continua y creciente de placer carnal que inundaba y electrificaba todo su cuerpo.
«¡Sí, bebé, fóllame!» ella lloró. «¡Fóllame! ¡FÓLLAME!»
«¡AaaaaAAAAAAAH!» Martín lloró, y luego Javiera gritó junto con él mientras se retorcían juntos en éxtasis.
Cuando terminó, Martín se quedó encima de ella y dentro de ella. Incluso siguió empujando, aunque muy lentamente. Como resultado, su pequeño pene permaneció duro dentro del coño de Javiera. Javiera nunca le había pedido que hiciera esto; había comenzado a hacerlo poco después de que comenzaran a tener estas citas secretas, y lo había seguido haciendo desde entonces. La hacía feliz sentirse tan deseada por él.
Ella también sabía lo que lo haría feliz a él. Así que una vez que recuperó el aliento, le hizo una pregunta, una que se había convertido en parte de su ritual.
«Entonces, ¿hemos terminado?» Ella estaba sonriendo, porque ya sabía la respuesta.
Martín levantó la cabeza y le devolvió la sonrisa. «No-uh».
«¿Oh, no? ¿Qué quieres hacer ahora?» También sabía la respuesta a eso, pero le encantaba escuchar a Martín decirlo.
«Quiero ponerlo en tu culo».
Algunos de los amigos de Javiera, la mayoría de los cuales aún no habían llegado a la tercera base con un niño, dijeron que nunca querrían el pene de un niño dentro de sus pequeños anos. Pero esas chicas, pensó Javiera con aire de suficiencia, no tenían el chico adecuado.
«¿Sabes cómo prepararme?» Javiera preguntó.
«Sí. Me muestras tu culo y yo le pongo la cosa».
«Bueno, entonces, hagámoslo».
Martín se bajó de Javiera, lo que le permitió darse la vuelta y ponerse a cuatro patas para mostrarle a Martín su trasero ligeramente curvilíneo. Luego se colocó en el lugar correcto para poder ver a Martín en el espejo que había puesto en la silla de su escritorio.
Una vez que estuvo en la posición perfecta, Javiera apoyó la cabeza en el colchón, se estiró hacia atrás y separó las nalgas, exponiendo su pequeño ojete rosa pálido. Escuchó a Martín reír, luego abrió el cajón de su mesita de noche y, un momento después, sintió su dedo aplicando gel frío en su pequeño agujero.
«Mmmm…» Javiera jadeó. «Asegúrate de ponerlo en todas partes».
La instrucción fue completamente innecesaria; era sólo parte de su ritual. Al igual que Martín empujando su dedo resbaladizo con lubricante tan profundamente en el agujero de Javiera como podía y luego follándola lentamente con él.
«Oooooh, dulce, dulce niño…» ella gimió.
Ella no tuvo que decirle nada más. Simplemente cerró los ojos y disfrutó la sensación de ese dedo moviéndose dentro y fuera de su pequeño y apretado agujero. Y luego sintió un escalofrío de anticipación cuando él sacó su dedo completamente fuera de ella y se acercó detrás de ella, acurrucando la cabeza de su polla contra su entrada trasera. Ella suspiró felizmente cuando él lo empujó y comenzó a follarla suavemente con él.
«Mmm, ¿qué me estás haciendo, Martín?» ella preguntó. Sabía que a él le gustaba cuando ella le daba una excusa para decir malas palabras.
«Te estoy culeando, Javiera», respondió el chico con una risita.
«¿Se siente bien?»
«Mmmm, muy bien», respondió el chico. «Me encanta poner mi pene en ti».
«Y me encanta tu pene», respondió Javiera entrecortadamente. «Especialmente cuando está dentro de mí».
Habiendo alcanzado un clímax, Martín parecía feliz de tomarse su tiempo para llegar al siguiente. Esto también hizo feliz a Javiera; Minuto tras minuto, ella hizo pequeños gemidos y jadeos de placer mientras la verga de Martín se movía constantemente dentro y fuera de su pequeño y apretado agujero. Ver a Martín en su espejo, el movimiento de su dulce y pequeño trasero mientras la follaba, el agarre de sus pequeñas manos en su trasero y, especialmente, la expresión de su rostro, mostrando tanto placer dichoso como seriedad mientras la bombeaba, hizo el acto tanto más emocionante.
«Mmm, Javiera…» Martín respiró. «Tienes el culito más bonito… Quiero follarlo por siempre y para siempre…»
«Ohhhh, Martín», gimió Javiera en respuesta, «Ojalá pudieras follarme el culo todos los días…»
No fue una exageración. En el mundo perfecto de Javiera, ella y Martín tendrían sexo todas las mañanas y todas las noches, ya veces en el medio. Y Martín pondría su pequeña y dulce verga en todos sus agujeros cada vez.
Javiera bajó la cabeza y los hombros hacia la cama para poder estirarse y acariciar su clítoris. Ella no necesitaba estrictamente hacer eso para correrse cuando Martín le folló el culo (la primera vez que probaron el sexo anal, tuvo un orgasmo en el momento en que él empujó su pene en su agujero), pero le dio más control sobre el momento de su clímax, y ella quería correrse cuando su hermano lo hizo.
Él comenzó a follarla más rápido, y ella movió su cuerpo hacia adelante y hacia atrás un poco para ayudarlo a llegar lo más profundo posible en cada golpe. No era solo para aumentar su placer; también era la manera de Javiera de mostrarle a Martín su amor al darle más de ella para follar. Y cuando usó sus pequeñas manos para abrir más su trasero para poder follarla más profundamente, ella supo que, en algún nivel, él entendió su mensaje.
Ahora estaban jodiendo más fuerte y más rápido aún, jadeando al mismo tiempo. Javiera miró a Martín en el espejo y estaba encantada por la forma en que él había cerrado los ojos con total concentración, concentrándose en follarla y en el placer que le producía follar.
«No… pares… Martín…» Javiera jadeó. «No dejes de… follarme…»
Martín no respondió con palabras; siendo tan joven, aún no era capaz de producir un discurso coherente mientras lidiaba con las demandas físicas y los extremos emocionales asociados con una buena follada dura. Simplemente hizo pequeños gruñidos agudos al ritmo de sus embestidas. Pero Javiera podía escuchar el intenso placer, el deseo y la necesidad en esos sonidos tan claramente como si los hubiera expresado con palabras. Que fue lo que la llevó al borde.
«¡Ay, Martín!» ella lloró. «¡Me voy a correr, me voy a correr, VOY A CORRER!»
En su éxtasis, sintió que su culo se apoderaba de la verga de Martín, y la estrechez extra lo puso en marcha como siempre. Gritó: «¡AuuuaaaAAAAAAAH!» y sus pequeños dedos agarraron el culo de Javiera con fuerza mientras se corría.
Javiera, jadeando por su clímax, se derrumbó sobre la cama. La verga de Martín salió de su agujero y en su lugar se acurrucó entre sus bollos mientras Martín se acostaba encima de ella.
«¿Eso estuvo… bueno… Martín?» Javiera jadeó.
«Realmente… realmente… realmente bueno,» logró decir el chico.
Después de que ambos recuperaron el aliento, Javiera rodó sobre su espalda, asegurándose de mantener a Martín encima de ella. Ahora, su cabeza descansaba sobre su estómago mientras sus muslos abrazaban sus delgadas caderas.
Acariciando su cabello, Javiera murmuró: «Te amo, Martín».
«Yo también te amo, Javiera», respondió el niño soñadoramente.
«Y me encanta ser tu hermana mayor cachonda».
Ella siempre decía esto cuando terminaban. Y el niño dio su respuesta ritual.
«Me encanta ser tu hermanito cachondo».
En unos momentos, Martín se durmió encima de Javiera. Ella misma no se atrevía a quedarse dormida; que sus padres la encontraran a ella y a Martín desnudos juntos en la cama estaba bastante cerca del peor de los casos.
Pero eso estaba bien. Escuchar la respiración tranquila de Martín mientras dormía y sentir el calor de su piel desnuda contra la de ella era más que suficiente para descansar.
FIN
Por favor comenta si te gustó, me gusta saber si les calientan las cosas que escribo.
Me encanta, quiero mas de ellos. Un viaje a la playa y que ambos usen tangas atigradas para «jugar» a Tarzán & Jane
que delicia… me encantan los relatos de mujeres con niños, y este me encanto mucho mas por la edad del niño y por ser hermanos entre ellos… me gusta que Javiera sea bien puta y se deje manosear de su hermanito… ojala cuentes mas adelante como se manosean y se meten mano estando cerca de la familia o en lugares públicos
solo un pequeño detalle… en mi gusto personal, me parecen mas morbosos los relatos cuando los escribes en primera persona
ojalá sigas publicando muchos mas relatos con niños y niñas
besitos en ese culito Javiera mmmuuuaaaakkkkk
Hola, en verdad tenias razón, me excitó como describes las situaciones sumado a que es de las situaciones que más me excitan, mujeres de la edad que describes o más grandes con hombrecitos de esas edad. en verdad me gusta y excita. gracias por el relato.
como sigue
Increíble este relato. Disfrute de cada momento entre ambos hermanos y valió cada palabra puesto en el mismo. Espero ver más de este tipo de historias.
De lo mejor y mas caliente relato que he leído çultimamente, espero hayan más…muchos más. Te felicito por la grámatica y especialmente cero errores de ortográfia. Saludos.
Me encantó el relato, se merece una segunda parte
Deberías hacer que te coma la concha
Excelente!!! Me pareció un relato fascinante, y sumamente excitante!!!
Hola la semana pasada te vi unos de tus comentarios en el foro de sexo en general y en unos de ellos vi que tenías relatos este es el segundo y necesito leer los dejo felicidades está bien relatada tus historias
Excelente!!!
Muy bueno, dónde estaban esos familiares así cuando yo estaba chico. Aunque fuera una vecina que me hiciera eso.