Hijas Emprendedoras (2 de 9)
Había tenido una idea, descabellada y pervertida, el día en que usaron una jovencita como depósito de semen, pero, ¿sería él capaz de hacer eso con sus hijas? Tenía tres jovencitas precoces y hermosas en casa… en caso de que decidiera ponerlas a “trabajar” sería hasta después de desvirgarlas..
Había salido tarde de trabajar, como siempre que había un atraso porque algún pendejo había cometido un error que ellos debían reparar, iba decidido a ir a casa y cogerse a su mujer luego de que alguna de sus zorritas hijas le mamara la verga, pero sus compas tenían otros planes, y para “relajarse” le invitaron a tomarse unas cervezas al bar de don Saturnino. Las putas viejas y zarrapastrosas iban y venían haciendo lo imposible porque les compraran amor de un rato, sacudían sus descoloridos trajes de lentejuelas y sus tetas caídas frente a él, pero, ¿Cómo podría sentir deseo por esos cuerpos viejos y usados cuando tenía en casa una mujer dura y deliciosa, y unas hijas apretaditas y más putas que ellas, pero sólo para él? No había punto de comparación.
Jugar unas partidas de billar y beber unas cuantas chelas le hicieron olvidarse del estrés del día, pero no le hicieron olvidarse de sus problemas financieros, a pesar de que María había acabado el colegio y su trabajo a tiempo completo en la tiendita les había permitido solventarse, estaba harto de vivir apurado y en ese apartamentucho de mierda, quería darle una buena vida a sus mujeres. Había tenido una idea, descabellada y pervertida, el día en que usaron una jovencita como depósito de semen en casa de Antonio, pero, ¿sería él capaz de hacer eso con sus hijas? Tenía tres jovencitas precoses y hermosas en casa, de ninguna manera permitiría que perdieran su flor con algún viejo asqueroso, en caso de que decidiera ponerlas a “trabajar” sería hasta después de desvirgarlas a todas y, no eran cualquier tipo de jovencitas, sus nenas eran demasiado preciosas para un mercado común, podrían cobrar muy bien.
—Gera, gera… —Lo llamaron, trayéndolo de nuevo al bar de mala muerte—. Tu turno. ¡Eh!, ¿qué te tiene tan distraído?
—Nada, cosas de la casa, tengo unas ganas de ganarme la lotería —dijo sin ánimo, inclinándose para intentar encajar la bola seis. Falló.
—No, pos, ¿quién no? —respondió Martín, sin prestarle mucha atención, pero su hermano, Alejandro, no le quitó el ojo de encima y, más inmerso en el mundo pervertido que su hermano, se acercó a él.
—¿Y si nos relajamos como en la fiesta? —le susurró mientras Martín, más habilidoso en el billar encajaba la bola seis.
—¿Cómo? ¿A ésta hora hay alguna fiesta? Es Martes.
—No, sonso, pero… —miró sobre su hombro para que nadie escuchara—. Conozco un lugar, un negocio legal que tiene una fachada para encontrar, ya sabes, alguna putita adolescente como las que te gustan.
No necesitaba más putitas que las que tenía en casa, pero, tener más opciones nunca era malo, así que la espinita del morbo le pico la curiosidad y su verga palpitó al imaginar teniendo a una putita colegiala entre las piernas, limpia y apretada, mamándole antes de cabalgarlo. De un trago se bebieron sus cervezas y salieron rumbo a la noche, dejando a Martín para que terminara su noche con alguna de las putas del lugar de mala muerte. Era casi la media noche cuando pasaron al lado de Raul, el vagabundo que mendigaba en las afueras del apestoso callejón, tomaron el bus que iba lleno de trabajadores de una maquila que iban saliendo de turno. Se escabulleron entre el calor de las personas para llegar casi al final, donde Ale explicaba en susurros que iban a una sexshop y que conocía a Ruiz, el dueño, desde hace tiempo, quien conseguía que las jovencitas del Instituto Centeno trabajaran allí medio tiempo y algunas se prestaban a ganar unos dólares extra haciendo de gloryhole.
Gloryhole, esto le dio otra idea a Gerardo para poder usar a sus hijas y, ¿porqué no?, a su mujer para ganar dinero, ¿de qué les servían esos culos y esas tetas sino? Pensando en esa posibilidad se perdió en las formas en que podría poner “su negocio”, cuando en el ir y venir del bus se vio obligado a apretujarse contra el culo gordo de una mujer. La miró sobre el hombro, ya que era mas alto que ella, pero no le pareció tan atractiva con su lonjas y sus facciones rechonchas, pero tenía un culo y unas tetas gordas; y un culo es un culo. Así que sin pensarlo dos veces, arrimó sobre el jean su paquete y la señora intentó sacudirse, pero entre la gente amontonada y ellos no había mucho espacio.
Alejandro percibió su movimiento y al verlo arrimarse a la señora quiso participar, deslizándose frente a ella, cara a cara, le sonrió y la saludó. La señora, de quizá cuarenta y pocos años, estaba algo incómoda, pero al verse rodeada de casi puros hombres no vio caso en reclamar cuando Alejandro deslizó una mano sobre su teta caída. Gerardo, detrás de ella, la tomó de la cadera y se arrimó con fuerza contra su pantalón. Les gustaba hacer aquello cada vez que había oportunidad, pero con jovencitas colegialas que salían de clases nocturnas en manada, solían dejarse manosear y puntear en el bus, algunas incluso llegaban al punto de darles sus números de teléfono.
La señora comenzaba a respirar con agitación, quizá el viejo de su marido era impotente y ya ni siquiera se le paraba, ella misma se desabrochó el escote de la camisa para que Alejandro le metiera la mano y retorciera su pezón erecto, Gerardo llevó sus manos a su cintura y desabrochó el jean para introducir su mano en ese coño peludo, masturbando a la señora mientras él se frotaba contra la raja de su culo gordo, estaba mojada y ellos se reían de la vieja.
—Caliente, puta y necesitada —le decía Gerardo en el oído, la señora cerraba los ojos y abría los labios, le faltaba un diente, era fea, pero no era su belleza lo querían de ella, sino solamente jugarla.
—¿Te gustaría que te cogiéramos entre los dos, puta?
—Mi… —balbuceó la señora.
—¿Qué? ¿Quieres verga? —continuó Gerardo detrás de ella.
—Mi marido está al frente.
Casi se matan de carcajadas los dos al saber que se estaban manoseando a una vieja mientras el marido estaba cerca y al muy puta se dejaba.
—Mejor, lo llamamos para que venga —añadió Ale, jocoso, pero la señora se agitó, cómo si aquello fuese a pasar.
—No, por favor —rogó.
—Tranquila, puta, que ya nos vamos —dijo Alejandro, bajándole ambos extremos de la blusa y dejando sus tetas al aire de improvisto, Gerardo sacó sus manos del pantalón de la mujer y también la dejó con el pantalón abierto; pudieron ver de reojo a la señora intentando cubrirse con rapidez mientras ellos hacían su camino hacia la salida
Desde antes de llegar habían visto el letrero neón de color azul que leía “HOUSE OF FUN”, las ventanas estaban cubiertas por unas telas rojas de satín pero se podía adivinar luz al otro lado; aún estaban atendiendo, así que entraron los dos trabajadores y para su sorpresa estaba lleno de compradores, el aire olía a marihuana y habían botellas de alcohol en una sección donde habían unos sofás y gente fumando y bebiendo, pero la mayoría eran escapares, maniquíes y productos sexuales exhibidos y gente viendo y cotizando precios.
—¿Les ayudo en algo? —preguntó una de las jovencitas que mostraba un conjunto de lencería a una pareja de mujeres, la chiquilla, como había mencionado Alejandro, seguramente era del instituto, y aunque era destetada y de cuerpo en forma de caja, se veía sexy con su traje de sirvienta, sus medias de malla y sus tremendos tacones de aguja.
—Buscamos a Ruiz —dijo Alejandro.
—¡Aquí! —se escuchó detrás de la caja registradora, pero no se veía a nadie, hasta que se acercaron vieron al enano sentado en el taburete, cobrándole a otro cliente, cuándo éste se fue ellos se acercaron—. ¿Qué te trae por aquí, Alejandro? ¿Lo de siempre?
—No para mí, mi amigo aquí —le dio una palmada en el hombro a Gerardo—, tiene ganas de probar el especial de la casa. El enano sonrió.
—Tienes suerte, ella estaba a punto de irse a casa, serás el último cliente de la noche —guiñó un ojo en su dirección y se inclinó para susurrar—. ¿Buscas una mamada o quieres coño?
—Coño —respondió sin vacilar.
—Vale. —Tomó el celular y envió un mensaje de texto, luego fijaron un precio que era bastante más elevado de lo que esperaba, así que la puta debía ser buena, le explicó las reglas—: No golpes, con condón, sin, es cargo extra, anal es más caro y tienes que pagar por adelantado.
Lo llevaron a un cuarto en la parte de atrás, donde la luz roja bañaba todo, había un sofá tántrico en un lado y dos cortinas, al correr una vio un espacio vacío, una pared con un agujero al medio a la altura de su cadera, al correr la otra tuvo la vista de uno de los culos más deliciosos que había visto en su vida, cubierto solamente por una faldita blanca que llegaba hasta donde iniciaba su ano, apretado y oscurito, era una nena morenita. Su verga palpitó de inmediato y toda la duda con que había llegado se había marchado cuando su sexo despertó. La jovencita agitó sus nalgas y él atendió al llamado acariciando sus glúteos tersos, era todo lo que podía ver de la putita que se vendía a quien quisiera llenarle el coño de leche.
—Estás riquísima, putita —le dijo, amasando sus orbes con ambas manos, callosas y ásperas manos—. ¿Estás limpia? —preguntó, metiendo la mano en ese coño para acariciarlo, estaba limpio de vellos.
—Me lavé, mi último cliente fue hace una hora, ya me iba. Tienes suerte —respondió la nenita por primera vez, había algo erótico y sensual que despertaba aún más su deseo, pero no sabía qué era. Se arrodillo y comenzó a darle un beso negro—. ¡Ah, Diosito! —dijo la adolescente, jadeando, al sentir esa lengua en su ano apretado.
María había adquirido el tiempo completo en la tienda y había traído consigo a otra jovencita para ayudar con el gran volumen de clientes que había llegado a la tienda, convenció a Ruiz de que la contratara y aunque al inicio el enano no estaba de acuerdo, se dio cuenta de que su empleada tenía razón y no se daban abasto. Luego le convenció de que les diera un juego de lencería como uniforme, que eso atraería más clientes, y logro hacerlo ceder, más por el morbo de tener a dos jovencitas casi desnudas frente a él todo el día que por convicción; por último le convenció de vender alcohol y marihuana después de cierta hora, que era buena idea expandir el negocio. Y con cada nueva idea que la brillante jovencita traía a la mesa ella ganaba más porcentaje en ganancias, incluso, sin saberlo Ruiz, ella se quedaba con un porcentaje del salario de su compañera, Melanie, por haberle conseguido el empleo; era mejor que la esquina donde se prostituía, además, tenía para ella una chica para atender sus deseos lésbicos cuando sus hermanas no estaban de humor.
Era una bomba para hacer dinero, convencía a casi todos los clientes hombres, solos o en grupos que entraban de comprar al menos uno de sus “servicios especiales”, y es que al verla casi desnuda con su disfraz de diablita, dejarse meter mano con discreción, su plática y coquetería sexual encendían a cualquiera y los dejaba como palos para luego decirles del “negocio” en la parte de atrás. Cuando no habían ventas había alcohol que los clientes con gusto compraban e, incluso, uno que otro se ofreció a pagar por un baile suyo mientras ellos bebían o fumaban.
¿Peligro? Ninguno, bastaba mencionar el nombre de uno de sus amigos maleantes para que nadie se atreviera a seguirla o molestarla al salir de trabajar. Tenía ahorrado suficiente dinero como para irse a vivir sola, sin embargo, no quería dejar a sus hermanas desamparadas, así que estaba colaborando más en casa.
El día había transcurrido con normalidad para María, se acababa de lavar y pensaba vestirse para marcharse o ayudar al frente, por el jaleo que se escuchaba había mucha gente aún a pesar de ser un martes, pero Ruiz le avisó de que había un nuevo cliente: “Lo usual”, había dicho.
Y ella se puso manos a la obra, atándose las piernas como había aprendido, metiéndose en la caja y cerrando la compuerta superior para ponerse seguro y acomodarse la faldita. El cliente tardó demasiado en correr las cortinas y se desesperó cuando, al hacerlo, no la tocaba ni es escuchaba ningún sonido, así que agitó su culito a los lados y, por fin, escuchó esa voz.
—Estás riquísima, putita. —Le parecía una voz conocida, quizá era algún cliente que ya había tenido, pero eran tantos que no sabía identificarlo, en especial si son de los comunes, los que no saben coger y la dejan con ganas—. ¿Estás limpia? —Aún no reconocía su voz.
—Me lavé, mi último cliente fue hace una hora, ya me iba. Tienes suerte.
Esperó, mientras el cliente le acariciaba sus glúteos con unas manos grandes y callosas por el trabajo duro, como el de los albañiles o trabajadores de fábricas. Sintió movimiento a un lado, y pensó que la penetraría por fin, pero en lugar de eso, una lengua caliente y húmeda comenzó a jugar con su ano de improvisto.
—¡Ay, Diosito! —gimió, reconociendo esa lengua, y esa forma de comerle el culo: era su papito.
Abrió las piernas tanto cuanto pudo y elevó el culito dejando al aire su rajita también, lista para ser usada mientras él enterraba el rostro entre medio de sus glúteos gordos como el de una yegua. Quiso detenerlo, pedirle que dejara de hacerle sexo oral para gritarle: “¡Papito, soy yo!”, pero, como digna hija de su padre, su cuerpo solo entendía que una lengua en su coño era una lengua en su coño, sin importar quién era, así que se sujetó de las correas con fuerza, sintiendo el placer que la noche anterior su papito le había dado de la misma forma exactamente, en el sofá de la sala de estar, mientras sus hermanas dormían en la recámara. Él se detuvo y ella jadeaba con la lengua de fuera, escuchó la bragueta bajarse, con la que ya estaba muy familiarizada, y sintió el glande de aquella verga apretando en su entrada vaginal, era su última oportunidad de detenerlo, allí estaba ese hongo caliente que había dádole lechita la noche anterior, a punto de penetrarla. Él empujó despacio hacia su interior, ella aguantó la respiración.
—¿Cómo vas? —preguntó alguien, irrumpiendo de presto en la sesión sexual.
—¡Carajo! ¿Qué me vas a supervisar la cogida o qué? —espetó su papito, molesto, ella volvió a respirar y sintió el falo alejarse de su cavidad.
—¡Achis! Perdona, pues, te dejo, que disfrutes a la Potrita.
La puerta se cerró y él volvió a concentrarse en acariciar su culo y luego de escupirle el ano y esparcir la saliva por su sexo, volvió a su posición inicial para volver a rozarla con el glande y sujetarla de las caderas, ensartándola lentamente, apretándola y llenándola.
—¡Ay! —se quejó, su papito la tenía gorda y ella pese a que tenía ya experiencia, no estaba acostumbrada.
—Tranquila, putita, que ni siquiera es la mitad —le dijo, acariciándole la espalda y, con un impulso, sintió que su papito dejó su peso entero caer sobre su culo y la empaló hasta los huevos. Llenándola con su verga, y estirándole su coñito. Sin saberlo, Gerardo se había cogido a su hija mayor.
Ella se aferró a las cuerdas de seguridad mientras su papito la tomaba de las caderas y comenzaba a cogérsela como a una yegua de rancho, hasta que sus testículos peludos chocaban con su pubis juvenil y lampiño. ¡Plaz, plaz, plaz! Se escuchaba en la habitación y afuera, pese a la música y el alboroto, se comenzaron a escuchar los gemidos de la perrita que era cogida por una buena verga y el choque de los sexos. La puerta se volvió a abrir, ésta vez eran los otros clientes que llegaban con celular en mano para grabar la cogida a la Potrita, Gerardo, ésta vez ido por el placer, se dejó grabar y hasta les mostraba su verga para dejársela ir toda a la nenita que estaba ya muy dilatada, con sus manos abrió sus cachetes y les mostró su agujerito abierto en medio de ese glorioso culo y su ano apretadito arriba.
—Métele un dedo en el culo —sugirió alguien del público y Gerardo se lamió un dedo para metérselo despacito mientras la putita gemía y gemía.
—¡Me voy a correr! —gimió María.
—¡Se va a correr la Potrita! —dijo alguien mientras grababa.
Su papito penetraba su coño sin piedad, dándole un placer que no había podido comparar, excepto con algunos de los clientes negros que habría tenido de manera ocasional, quizá era el morbo de tener a sangre de su sangre poseyéndola, quizá era la bestialidad con que la tomaba, sin tener en consideración nada, a ella le encantaba y solo quería poder decirle…
—¡Papito! —gritó dentro de la cabina, sacudiendo sus piernas y soltando un chorro que mojó el piso mientras se corría con la verga de su papito dentro y un dedo en su ano, siguió gimiendo—. ¡Ah, ah, ah! —como una gata en celo hasta que dejó de temblar y Gerardo, al escuchar aquellos gemidos eróticos, llenó el condón de semen espeso y blanco, corriéndose en el interior de la jovencita que lo había llamado sólo cómo sus nenas lo hacían. Se quedó en shock, mirando el coño abierto de la jovencita, el charco de humedad en el suelo y su verga flácida. Los espectadores se fueron, se sacó el condón y lo tiró en un basurero en una esquina, se acomodó la ropa al tiempo que preguntaba, atónito: —¿Quién eres?
Escuchó un seguro abrirse y la parte superior de la gran caja donde estaba oculta la nena se abrió, al ver a la jovencita sudada y cubierta solo por una faldita bajo la luz roja de la habitación, sus piernas flaquearon.
—Hola, papito —dijo María, su hija mayor.
No sabía si darle una paliza o cogérsela nuevamente, ella estaba atada de las pantorrillas aún, así que se agachó para liberarse y con las manos y piernas juntas al frente esperó su reacción.
—¿No vas a decir nada, papito? —preguntó con inocencia, y de no ser porque se veía como una puta que había tenido la mejor noche de su vida y que él la había cogido hacía minutos, lo hubiera creído.
—Vístete —ordenó, serio, caminando hacia la salida.
—No, no, no —ella se adelantó bloqueando la salida, dando saltitos en su tacones de aguja—, dime, ¿estás enojado? A mi me gustó.
—¿Desde cuándo haces esto, María? ¿Así es como has estado llevando dinero a la casa?
—Pues sí, ya no quería verlos matarse tanto en el trabajo a ti y a mamita, además, ¡me gusta! —dijo con una sonrisa y saltando de tal modo que sus tetitas desnudas también lo hicieron—. Ya sabes que soy muy putita y me gusta el sexo, papito, ¿soy buena verdad?
Sí, era buena, buenísima y cara, era la razón por la que estaba pensando en poner el negocio familiar en primer lugar, así que se dio cuenta de que era estúpido enojarse porque ella hiciera lo que él ya tenía en mente, y es más, aún mejor era porque al menos una tenía ya conocimiento y experiencia, era María quien le podría ayudar a consolidar su idea.
—Vamos a hablar en la casa, muñequita —dijo ésta vez con voz más tranquila, apartándole el cabello de la cara que, sudado, se le había adherido a la mejía, la besó de manera casta en los labios, pero luego ella abrió la boca y él metió su lengua, se pegó a ella masajeó sus tetitas pequeñas—. Ven a casa, mi Potrita.
—Ese es mi nombre de trabajo, ¿te gusta?
—Me encanta, mi Potrita.
Al salir, Ruiz estaba despidiendo a los ebrios clientes que se iban gritando sobre el video que subirían a las redes sobre la gloryhole más popular de la ciudad, el vídeo se volvió viral en poco tiempo y la Potrita del HOUSE OF FUN comenzó a tener solicitudes particulares cada vez más caras.
***
Holis, Emma aquí.
He tardado un poco pero aquí les dejo la segunda parte de esta historia, siguiendo las aventuras de las hermanas Valenzuela.
Sus comentarios son bienvenidos: kik: EmmaEeyEey WP: +504 3264-8787
Un besito.
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