Historias contadas
Una historia más que me ha llegado para que os la cuente a todos vosotros.
Entre las historias que me suelen contar los lectores que me escriben, siempre hay alguna más llamativa que otra, pero todas tienen algo en común, que es la fuerza con la que emerge en sexo en todos nosotros, apenas vamos teniendo uso de razón y nuestros instintos se van desarrollando con el crecimiento.
Muchos me dicen que se sienten identificados con mis relatos, porque les recuerdan esos sucesos que les sucedieron de niños, que aunque muchas veces se olvidan con el tiempo, otras persisten en nuestra memoria recreando esos primeros momentos de placer que posiblemente hayan marcado nuestra sexualidad futura.
Uno de ellos me contó “su historia”, que podría resumir la de otros muchos, con sus variantes y circunstancias, pero creo que debe ser transmitida a los demás, para que estos recuerdos no se pierdan en la memoria, y tal como me pidió, os lo cuento tal como lo hizo él conmigo:
“Mi nombre es Alejandro, pero siempre me llamaron Alex, y nací en una familia como otra cualquiera, o así la percibía yo durante buena parte de esa primera etapa de mi vida. No teníamos grandes lujos, nuestra casa era modesta y el ambiente en el que nos movíamos era de personas parecidas a nosotros en un barrio de trabajadores.
Yo tenía una hermana más pequeña que yo, llamada Lina, que también era su diminutivo de Adelina, en honor a mi abuela, llamada así también. Nos llevábamos poco tiempo, así que crecimos muy unidos, aunque durante una época llegué a tener ciertos celos de ella, por las “atenciones” que recibía de mi abuelo, pero eso lo contaré más adelante.
Curiosamente, los primeros recuerdos que tengo, son los de ella y yo metidos en la bañera de casa, donde nos bañaba juntos nuestra madre, y esa imagen de cuando ella se ponía de pie enseñando su rajita en medio de una vulva abultada sin nada de pelos, porque era una niña todavía, ha quedado fijada en mi cabeza, no sé por qué razón, quizás porque eso inconscientemente, provocaba la inmediata erección de mi pito, todavía muy pequeño como para que llamara la atención, y aunque yo intentaba ocultarla, mi hermana sí que se fijaba y le decía a nuestra madre:
—Mira como se ha puesto el pito de Alex.
Eso me avergonzaba a mí un poco, aunque intentaba justificarlo mi madre, no sé si de la mejor manera, para que mi hermana lo entendiera, le decía:
—Es que a los chicos se les pone así cuando ven a las niñas desnudas o cuando se lo tocas.
Esa contestación tan razonable, a mi hermana pequeña le hacía quedarse más intrigada todavía por ese efecto mágico que causaba su desnudez en mí, y supongo que le daría muchas vueltas en la cabeza en esa etapa de su niñez.
El caso es que fuimos creciendo, hasta que llegó un momento en el que mi madre decidió no bañarnos a los dos a la vez, supongo que porque las evidencias de los cambios en nuestros cuerpos, hacían que aquellas sesiones del baño se volvieran demasiado turbadoras para los tres, aunque puede que hubiera algún detonante concreto para que tomara esa decisión y rebuscando entre mis recuerdos, puedo intuir como causa el que mi hermana se hubiera acostumbrado a tocar mi “pito” en la bañera, por esa curiosidad de hacer que se pusiera duro y que ya fuera teniendo un buen tamaño cuando estaba empalmada, que puede que pusiera un poco nerviosa o alterada a mi madre también.
Así que nos dijo que nos bañáramos separados y solos, porque ya éramos grandes, y que si necesitábamos su ayuda, la llamáramos.
Esas primeras veces sin la supervisión materna, hacía que nos quedáramos demasiado tiempo en el agua, jugando o “entreteniéndonos” con las agradables sensaciones que el agua caliente producía en nuestros cuerpos, por lo que siempre acababa acudiendo a terminar con nuestro baño, encontrándome a mí muchas veces con esa erección, que ella debía pensar que era algo permanente en mí, atreviéndose en alguna ocasión a comentar algo cuando me veía:
—¡Por Dios, Alex! Siempre estás así…. —evidenciando una nerviosa incomodad al ver en ese estado a su pequeño hijo.
Y seguidamente se ponía a ayudarme secándome con la toalla, y entreteniéndose especialmente en esa zona de mi pene y testículos, recreándose con ello, como si no pudiera evitarlo, mientras me decía:
—Esto tienes que secártelo bien para que no te quede humedad cuando te vistas.
Lo que no ayudaba precisamente a que se bajara mi erección, por lo que al ponerme los calzoncillos, hacía que mi pene se saliera por arriba:
—Colócate eso bien, hijo, que no se vea.
Yo no sabía cómo ponerlo porque en cualquier posición hacía un bulto en mi pantalón, ya que tardaba un rato todavía en bajarse, provocando las miradas y la curiosidad de mi hermana cuándo me veía, mientras esperaba su turno para bañarse.
En esos años, mis padres se separaron, y a partir de eso algo cambió en mi familia, lo que me hizo madurar y ser más consciente de las cosas. Mi padre se había mantenido bastante ausente siempre, porque raras veces estaba en casa y eso quizás influyó en mí, no sé si para bien o para mal, porque era nuestro abuelo el que ejercía de padre en realidad, ya que vivía con nosotros también.
Mi madre tuvo que empezar a trabajar, limpiando en casas y en lo que encontraba, para llevar dinero a casa. Llegaba tarde, muy cansada, protestando y de mal humor y cuando el abuelo le preguntaba por ello, ella le contestaba:
—Que algunos tienen la mano muy larga, suegro. No sabe lo que tengo que aguantar en algunos sitios. Señores mayores, como usted, se creen que tienen el derecho a sobarme por pagarme para limpiar su casa.
—¡Ay, hija! Se sentirán muy solos y ante una belleza como tú, no podrán aguantarse.
—Son unos guarros, es lo que son, unos babosos —le contestaba mi madre, indignada.
—A veces hay que aguantar esas cosas, No queda más remedio si quieres ganar tu dinero, pero otra más lista seguro que sabría cómo sacarles más perras a esos viejos —le seguía diciendo mi abuelo.
—¿Qué dice….? ¿Qué encima me ponga de puta para ellos?
—No sería tanto, mujer, solo mostrarse un poco cariñosa.
—Ya sé que hay mucha lagarta por ahí, pero yo no valgo para eso. Mire, a lo mejor por eso su hijo se cansó de mí.
—No sé qué problemas tendrías con mi hijo en la cama, pero ya sabes cómo somos los hombres….
—Sí que lo sé bien. Usted mismo, a veces me parece que tiene la mano muy larga con la niña, también.
—¿Cómo dices eso? Es mi nieta y la tengo mucho cariño, y a ella también le gusta estar conmigo.
—¡Ya, ya…!, como se me queje la cría de que le mete mano, prepárese….
Mi madre era una mujer guapa, normal, pensaba yo, pero a esa edad yo no sentía una especial atracción por ella, por lo que no entendía muy bien el sentido de esa conversación al escucharla, ni tampoco entendía lo que mi madre le decía a mi abuelo sobre Lina, pero eso me hizo estar más alerta sobre lo que sucedía en mi casa.
Pero esta época de “inocencia” podríamos decir, empezó a cambiar, cuando un día, por casualidad, pude ver como mi abuelo, estaba sentado en el sillón y tenía a mi hermana entre sus piernas, de pie frente a él, con una mano metida bajo su falda, entre sus piernas, y al sacarla vi como se chupaba el dedo. Eso volvió a repetirlo más veces, moviendo su mano entre las piernas de ella, mientras yo veía a Lina recostarse sobre él.
A eso, obviamente era a lo que se refería mi madre, pero en ese momento, lógicamente, con 10 años, no era capaz de imaginarme lo que supe tiempo después, que mi abuelo le metía el dedo en la vagina a mi hermana y luego se lo chupaba porque debía de gustarle su sabor, el sabor que le producían los jugos de su vulva al ser estimulada por él.
También me llamaba la atención, que Lina no se resistiera a lo que le estaba haciendo su abuelo, por lo que suponía que era porque le gustaba a ella también, aunque no sabía desde cuando el abuelo le estaría metiendo mano a mi hermana, como decía mi madre.
Pero eso provocó también, que yo estuviera más pendiente de ellos, cuando estaban solos, vigilando sus movimientos mientras no me veían., observando como en repetidas ocasiones pasaba lo mismo. Mi hermana siempre estaba con mi abuelo, sentada o recostada a su lado, encima de él, con cualquier excusa, deseosa quizás, de esos tocamientos que le debían de resultar agradables y por eso se dejaba hacerlos, de modo que esas masturbaciones empezaron a ser habituales entre ellos.
Incluso, un día que no estaba mi madre, y Lina acababa de bañarse, vi que mi abuelo entraba allí, y al asomarme desde el pasillo a través de la puerta entornada, pude ver claramente como él le chupaba esa rajita que tanto había llamado mi atención cuando me bañaba con ella.
Lina tenía una pierna levantada apoyada en la bañera, mientras el abuelo, agachado, lamía una y otra vez la entrada de su vagina, mientras ella daba muestras del placer que estaba recibiendo, con unos ligeros gemidos, que trastocó totalmente la idea que yo tenía sobre mi familia.
Y de aquí procedían esos celos que yo sentía por ella en esos años, porque me daba cuenta de que el abuelo tenía unas atenciones con mi hermana que no tenía conmigo, con un cariño y unos regalos que superaban las que tenía hacía mí, o al menos así lo percibía yo.
A pesar de ello, todavía manteníamos esa complicidad de hermanos que hizo que durante una conversación, yo le contara a Lina lo que había visto:
—El abuelo está siempre manoseándote. ¿Te gusta que te meta los dedos en la rajita? —le dije directamente.
Lina, al sentirse descubierta, intentó negármelo, nerviosa:
—¿Por qué dices eso? ¿Qué viste?
—Ya vi muchas veces como te mete la mano entre las piernas y te toca ahí, y luego se chupa los dedos. Eso sí que debe de gustarle a él.
—Es que empezó a hacerme eso y a mí me gustaba. No se lo digas a mamá, por favor, Alex —me dijo Lina, llena de miedo.
—Vale, no se lo diré, pero tienes que dejarme meter el dedo a mí, para ver como sabe.
Mi hermana se quedó sin saber que responder a eso. Ya no éramos esos inocentes niños que se tocaban en la bañera, pero nuestra edad tampoco nos permitía encontrar otras soluciones a las cosas que nos iban sucediendo:
—Está bien, pero un poco solo, ¡eh!
Mi hermana se bajó las bragas y me mostró una preciosa vagina, que hacía tiempo que no veía de esa forma, y por eso me sorprendió más por cómo había cambiado desde que era más niña. Sus labios estaban más abiertos, permitiendo ver su sonrosado interior con ese pliegue que tapaba su clítoris, algo fascinante de presenciar por un niño de esa edad, que no había visto eso en su vida, por lo que ella me apremio:
—Bueno… ¿me metes el dedo o qué?
—Sí, sí…, ahora….
Yo en realidad no sabía ni cómo empezar, pero acerqué mi dedo a su abertura y suavemente lo introduje un poco, con miedo de hacerle daño:
—El abuelo me lo mete más adentro y lo mueve, y eso me da gusto.
—¡Ah, vale!
Yo metí el dedo más adentro, sintiendo el calor y la humedad del interior de su vagina, moviéndolo torpemente, pero a ella le hizo estremecerse, y gemir ligeramente, aunque estaba claro que no tenía la habilidad que tendría mí abuelo para hacérselo y procurarle más placer, por lo que ella me dijo:
—No tan fuerte, que me haces daño.
—Perdona, es que no sé muy bien cómo hacerlo….
—Pues sácalo ya y chúpalo, para que veas como sabe.
Así lo hice yo, llevándome el dedo a la boca con algo de temor, ya que no dejaba de ser el sitio por donde mi hermana meaba y yo suponía que sabría a pis, pero su sabor me sorprendió y más su olor, muy diferente a lo que yo pensaba, sin que supiera compararlo con ningún otro sabor que conociera, por lo que quise repetir:
—Déjame otra vez, que ahora te lo hago mejor.
—Vale, pero yo te indico.
Lina me cogió la mano y empezó a mover mi dedo en su interior de la forma en que a ella le gustaba, empezando a gemir esta vez con más fuerza, y así estuvo durante un buen rato frotando el interior de su vagina, que parecía dilatarse cada vez más con la entrada de mis dedos en ella, por lo que ya puedes imaginar cómo estaba mi pollita en ese momento, que me dolía de lo hinchada que estaba bajo mi pantalón.
Esta vez noté como su vagina se mojaba mucho más por dentro, con mis dedos empapados con una sustancia gelatinosa que volví a llevar a mi boca, saboreándola con gusto aunque con mucha curiosidad también, hasta que mi hermana me dijo:
—Ya se acabó, no más. Ya has visto a lo que sabe, ¿te gusta?
—Sí, está rico. ¿Lo has probado tú?
—Sí, pero a mí me gusta más como huele. Me hace ponerme rara y empiezo a tocarme hasta que me mojo toda, como ahora. ¿Tú te tocas el pito también?
Esa pregunta me hizo ponerme rojo, porque me daba vergüenza reconocerle que sí y que yo también sentía esas cosas raras al hacerlo, que no sabía explicar, ya que a esa edad, ni me salía semen ni nada, tan solo se me mojaba, como le pasaba a mi hermana, contestándole finalmente:
—Sí, me gusta también tocármelo.
—¿Me dejas tocarlo a mí?
Su curiosidad era lógica, porque ya hacía tiempo desde que me lo había tocado la última vez y no sé si se acordaría, por lo que me sentí obligado a dejármelo tocar al igual que ella me había dejado a mí:
—Bueno….
—¡Venga!, bájate el pantalón…—me pidió ansiosa, mi hermana.
Cómo ya tenía una completa erección, al bajarme el pantalón y los calzoncillos a la vez, mi pene salió disparado hacia arriba, sorprendiendo a mi hermana, que abrió la boca sin que pudiera decir nada, pero alargo su mano para rodearlo con ella, apretándolo ligeramente:
—¡Qué guay! Mola mucho… —como decíamos en aquella época.
—Cuando éramos pequeños, me lo tocabas —le dije yo, preguntándome si se acordaría de ello.
—Sí, me acuerdo, pero ahora está muy distinto, es más grande….
—¿No se lo has tocado a algún chico? —le pregunté, con curiosidad.
—No, nunca, solo al abuelo cuando me mete la mano dentro de su pantalón.
—¿Sí? ¿Y cómo la tenía?
—Era muy gorda, pero no estaba tan dura, aunque me gusta igual.
Después de ese episodio, yo quise repetirlo más veces y así permitió Lina que sucediera, cuando nos asegurábamos de que nadie pudiera sorprendernos, aunque no con la frecuencia que yo desearía. Estábamos en plena época de cambios en nuestros cuerpos y cada vez que podía contemplar su vagina desnuda, me parecía diferente a la vez anterior, incluso con el nacimiento de un fino vello en su pubis que la hacía todavía más bella a mis ojos, pero la venida de su menstruación lo cambió todo, negándose ella totalmente a que siguiéramos haciendo eso, no sé por qué razón, preguntándome yo si con el abuelo le dejaría seguir tocándola.
En esos años de comienzo de la adolescencia, ya era normal que los chicos empezaran a hablar más de las chicas, del sexo y esas cosas, y en mis masturbaciones ya empezaba a salirme el semen, lo que me ayudó a comprender mejor lo que estaba pasando con mi hermana y nuestro abuelo.
Había muchos momentos en los que yo no estaba en casa y me atormentaba que mi abuelo estuviera solo con mi hermana, pensando en lo que podrían estar haciendo en mi calenturienta imaginación del pajillero en el que me había convertido, recreando esas secuencias en mi mente, lo que no era suficiente para mí, porque yo lo que deseaba de verdad era poder follar con una chica o con cualquier mujer, pero mis experiencias con las chicas eran nulas, debido a mi carácter tímido y retraído, que me mantenía alejado de ellas.
Mi abuelo y mi hermana habían tomado más precauciones para que yo no los viera y por eso yo le preguntaba a ella, convertida ya en una preciosa adolescente, si el abuelo la estaba follando, a lo que ella me respondía, riéndose:
—No, si no puede. No se le pone tan dura como a ti, jaja.
—Entonces ¿yo sí podría follarte…? —le preguntaba yo, con demasiada ingenuidad por mi parte, pero ella me respondía:
—¿Pero qué dices? Si somos hermanos….
El caso es que yo no acababa de entender porque su abuelo podía sobarla todo lo que quisiera, y follarla, si hubiera podido y yo no tenía derecho a nada con ella, aunque la realidad se impuso en mi vida cuando un día pude leer en su Diario:
—Ya he follado, no soy virgen… ¡Por fin!
Eso me hizo dudar sobre si habría sido mi abuelo quién la había desvirgado, a pesar de que ella decía que no se ponía dura, pero yo suponía que habría sido con algún chico de su clase y sentí rabia por ello, no sé si porque mi hermana tenía mucho más sexo que yo o porque otros chicos de mi edad, habían empezado a follar con chicas y yo nada de nada….
El caso es que mi abuelo murió en esos años y mi hermana empezó a disfrutar del sexo en toda su dimensión, porque era muy guapa y porque por su carácter, atraía a muchos chicos a su alrededor. Pero yo era todo lo contrario y seguía matándome a pajas en mi casa hasta prácticamente los 17 años, cuando la situación familiar volvió a cambiar en poco tiempo.
Yo desconocía si mi madre habría vuelto a tener sexo con alguien desde su separación, aunque últimamente había estado saliendo con un amigo y suponía que sí, pero un nuevo desengaño amoroso le produjo una depresión y empezó a beber más de la cuenta, usando el alcohol para poder dormir.
Eso me hacía sentir impotente para ayudarla, porque mi hermana vivía su vida y mi responsabilidad me hizo ocuparme de mi madre todas esas veces que se quedaba en el salón dormida y yo tenía que llevarla a su cama para que durmiera mejor.
Tenía que quitarle la ropa que llevara puesta y ponerle el camisón para que pudiera descansar bien. Eso hizo que pudiera contemplarla desnuda en todo su esplendor y se despertaran en mí unos deseos que intentaba controlar, porque era mi madre, pero a la vez, mi necesidad de sexo me hizo superar ciertos límites de los que no estoy nada orgulloso. El caso es que sucedió así y supongo que fue algo bueno para los dos, aunque otros piensen lo contrario.
En esos momentos en los que la desnudaba sobre su cama, me recreaba con su cuerpo, tocando sus espléndidas tetas, amasándolas con mis manos, lamiéndolas y chupando sus pezones hasta ponérselos duros entre gemidos e inentendibles murmullos de ella.
Luego, me quedaba admirando sus piernas, con esos muslos macizos de mujer madura que acariciaba con mis manos una y otra vez, abriéndoselos para encontrarme con una hermosa vagina, con el vello arreglado que rodeaba una raja muy grande, que yo abría con mis dedos, pasándolos por ella, arriba y abajo e introduciéndolos hasta hacerla humedecer, viendo sobresalir un clítoris de gran tamaño que yo agarraba entre mis dedos, haciéndola estremecer tensándose su cuerpo.
Me encantaba tocar ese coño carnoso, que se mojaba con mis manoseos hasta empaparme la mano, que podía meter con facilidad en la gran abertura de su vagina, lo que la hacía quejarse y gemir más fuerte, teniendo que parar yo, por miedo a que recobrara la consciencia.
En esos momentos, me imaginaba lo que sería follarla, meter mi polla en esa carnosa y jugosa vagina y correrme en ella, pero lo que hacía era masturbarme en su presencia viendo y tocando su coño, hasta que me corría y recogía el semen en mi mano.
En esa época la depilación no se llevaba tanto como ahora y yo recuerdo a mi madre con una buena mata de pelo en su coño, pero lo que hacían muchas era recortárselos con la tijera para que no fuera tan abundante, las que eran muy velludas, como mi madre.
De todas formas, su coño me parecía un auténtico espectáculo, con sus grandes labios que no me cansaba de mirar y manosear haciendo que sus gemidos fueran más intensos haciéndola gozar con mis dedos, aunque no fuera del todo consciente de ello, o no sé hasta qué punto podría serlo, debido a ese estado de seminconsciencia.
Eso acabó convirtiéndose en un ritual para mí. Cada vez que ella se encontraba en esas condiciones, yo la llevaba a su habitación, la desnudaba y disfrutaba de su cuerpo, siendo cada vez más atrevido en ello, por la confianza que me daba el que ella nunca dijera nada ni me lo reprochara cuando estaba en un estado normal.
Ponía mi polla en sus labios, frotándola con ellos hasta casi meterla en su boca mientras ella tenía los ojos cerrados, lo que a mí me permitía disfrutar de su cálida humedad y aunque no me la chupara como en un oral normal, para mí eso ya era mucho más de lo que había imaginado que podría hacer con ella.
Así que continuando con mis avances, un día me decidí a meter mi cabeza entre sus muslos y empezar a lamer esa raja empapada por sus flujos, metiendo mi lengua dentro hasta cansarme, lleno de excitación, lo que provocaba que tuviera que masturbarme allí mismo, delante suyo, sin importarme que pudiera verme cuando echaba mi semen sobre su cuerpo, incluso sobre los pelos de su coño, los que después tenía que limpiar de la mejor forma para que ella no se diera cuenta.
Todo el sexo que no encontraba con las chicas de mi edad, lo obtenía de mi madre, quizás de una forma no muy lícita ni muy ética, pero yo sentía que obtenía su consentimiento de una forma no explícita, pero si tácita y solo faltaba culminar esta atípica relación, de modo que un día de esos, después de todos esos preámbulos rutinarios, me coloque entre sus piernas y puse mi polla en la entrada de su vagina, presionando ligeramente hasta estar completamente en su interior, sintiendo algo que nunca había sentido el mi vida, el cálido acogimiento de un coño a mi polla, que palpitaba en su interior, empezando a moverla en una follada en toda regla, sintiendo como mi madre me abrazaba como si fuera consciente de que su hijo le estaba metiendo la polla y la estaba jodiendo, como quizás ella deseaba en el fondo.
Como decía mi abuelo, cuando hablaba de las mujeres, yo estaba montando a mi madre como si fuera una puta, desahogando en su cuerpo mis frustraciones sexuales, pero en ese momento me daba igual. Mi excitación no me permitía pensar de una forma racional y tan solo quería experimentar lo que era follar con una mujer.
La verdad es que no pude aguantar mucho más en esa situación y terminé corriéndome, por lo que cuando sentí que me iba a venir le saqué la polla, saliéndome inmediatamente unos cuantos chorros de semen que me hicieron gritar de placer, desconociendo si habría echado algo en su interior, pero los gemidos de mi madre habían sido mucho más intensos que en las anteriores ocasiones, por lo que al mirarla a la cara, vi que tenía los ojos abiertos, mirándome, lo que me hizo llevarme el susto de mi vida, porque no parecía tan adormecida como en las anteriores ocasiones, y cuando creía que me iba a llamar de todo, echarme de casa o algo peor, solo me dijo dulcemente::
—Gracias, hijo.
Lleno de nervios, todavía con la polla en mi mano, limpiándome los restos de semen, solo acerté a decir:
—¿Te gustó?
—Mucho, me has hecho gozar como no recordaba.
A mí me costó asimilar eso. Yo creía que prácticamente había violado a mi madre, me había aprovechado de ella en su inconsciencia, pero ella me daba las gracias con un brillo en los ojos que no era el de una mujer adormecida por el alcohol.
—¿Te diste cuenta de lo que hacía contigo? —le pregunte, temiendo su respuesta.
—Sí, casi desde el principio, pero no tenía fuerzas para oponerme, y luego mi vergüenza me impedía decirte nada, pero fui excitándome cada vez más y me hacía la dormida para que volvieras a repetirlo.
—No me lo puedo creer. Ahora el avergonzado soy yo.
—Déjate de vergüenzas y ven aquí conmigo, que ahora quiero hacerte todo eso de lo que me quedé con ganas.
—¿De qué?
—De chupártela como es debido. No quiero que pienses que tu madre no sabe chupar una polla.
—Jaja, eres tremenda. ¿Ahora vas a dejarme follarte todas las veces que quiera?
—Sí, claro, pero tenemos que tener cuidado con tu hermana, para que no se entere, que por cierto, está todo el día puteando por ahí en vez de estudiar.
—Ya sabes cómo es….
—Sí, pero no sé si fue su abuelo el que la hizo así.
—¿Es que sabes que la tocaba?
—Sí, aunque me enteré tarde. De niña no sabía que se lo hacía.
—Sí, yo le veía hacérselo.
—¿Y por qué no me dijiste nada?
—Porque me pidió que no te lo contara, me decía que a ella le gustaba.
—Ves, lo que te decía… Ese viejo pervertido me la emputeció. ¿No sabes que cuando estaba embarazada de vosotros, quiso meterme mano?
—No, no sabía…
—Es que no sé qué le pasaba, que cuando me veía preñada se volvía loco y se ponía a sobarme por todos lados, sin importarle su mujer ni su hijo.
—¿Y cómo le parabas?
—Cómo podía, porque en ese estado, tu padre no se me acercaba por las noches y yo estaba cachonda perdida, así que difícilmente podía resistirme.
—Por eso aquella vez le dijiste que no metiera mano a Lina.
—¿Te acuerdas…? Pues sí, porque ya me lo conocía bien y sabía que lo iba a hacer. Además, mi suegra me contó que se lo hacía también a sus hijas.
—¡Pues vaya con el abuelo, jaja! Pero tampoco le eches toda la culpa a él, porque Lina es como la mayoría de sus amigas, solo piensan en follar.
—Es verdad. Ahora son así todas. En mis tiempos solo las más golfas se iban con los chicos, y por eso tenían mala fama. Las demás teníamos que aguantarnos…..
—¿A ti no te pasaba como a Lina? ¿Nadie te metía mano de niña?
—Bueno, siempre había alguno que te tocaba el culo o quería sobarte un poco con cualquier excusa, pero lo que hacían era calentarnos más que cualquier otra cosa, aparte de llevarse ellos otro buen calentón.
—¿Y qué hacías para quitarte el calentón?
—Pues me acuerdo que me metía el brazo de una muñeca que tenía, en el coño y hasta llegué a desvirgarme con eso. Me llevé un buen susto cuando empecé a ver la sangre y estuve un tiempo sin hacerlo, pero luego volví con más ganas, jaja, cuando una amiga me explicó lo que me había pasado.
—¿Nunca te pillaron en casa?
—Sí, una vez mi padre me encontró con las piernas abiertas, metiéndome el dedo, imagínate como se quedó…..
—¿Se quedó mirándote? ¿Empezó a tocarte también?
—Eso no te lo voy a decir….., que me da vergüenza, y tú no sabes muchas cosas….
—¿Por qué? Que misteriosa te pones…. Bueno, da igual, si te vio así, supongo que lo haría, o alguien de la familia te calentaría también cuanto te salieron las tetas.
—Eso sí, de niña las tenía muy grandes y mi madre siempre me decía que me las tapara, pero a mí me gustaba presumir de ellas.
—Pues seguro que te meterían mano…. Te da vergüenza contármelo, pero ya lo harás….
Después de esa conversación con mi madre, los siguientes años fueron los mejores de mi vida. Mi situación había cambiado por completo, viviendo el sueño de cualquier joven en plena adolescencia, como es el tener a una mujer en su casa para follarla siempre que quisiera y descargar una y otra vez ese excedente de semen acumulado, disfrutando de la satisfacción que eso le producía a mi madre, que parecía tan necesitada como yo de todo eso, comportándose cada vez de una forma más morbosa conmigo, y haciendo que en esa época le cambiara hasta el humor.
Incluso llegué a estrenarme en el sexo anal con ella, que me fascinó, sobre todo por lo morbosa que se ponía, cuando se colocaba a cuatro patas y me decía:
—Dame por atrás, que hace mucho que no me la meten.
—¡Buuufff!, decía yo, con ese culazo que tenía, era increíble meter mi polla en él y correrme en su interior, mientras mi madre gritaba más fuerte que cuando le daba por delante, supongo que porque le hacía sentir más mi polla que en su maduro y dilatado coño.
Así estuvimos varios años, gozando como nunca en mi vida, hasta que lógicamente acabó enterándose mi hermana de todo, y su manera de reaccionar ante ello, fue pedirle a mi madre que le dejara llevar a los chicos a casa para follar con ellos, a cambio de su silencio y “permiso”, entre comillas.
Ahora ya han pasado años de todo eso y la situación ha vuelto a cambiar. Con mi madre ya no es lo mismo, a causa de la edad, pero si tuve la suerte de encontrar a una mujer maravillosa con la que me casé y con la que he tenido un hijo y una niña preciosa.
Pero este hecho es lo que vuelve a atormentar mi vida y por eso te he contado todo esto, porque no sé lo que va a suceder a partir de ahora, si el destino se va a volver a repetir, en cierta forma, con otros personajes, pero como sueles contar tu misma, cada situación es diferente porque las personas y los tiempos también lo son.”
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