Historias del parque
Seguro que os acordáis de alguna historia que pasaba en el parque al que ibais de pequeños/as..
Los parques son esos lugares a donde nuestros padres nos llevan de niños las primeras veces que salimos a la calle a jugar, a conocer nuevos amigos y a empezar a desarrollar nuestra vida social.
Cuando vamos siendo más mayores, ya vamos solos a pasar largos ratos con todos los demás que se reúnen allí y ahí empieza una parte importante de nuestra vida en la que empezamos a descubrir nuevas cosas, a aprender otras y a tener experiencias de todo tipo, aunque quizás a veces muy prematuras para lo que querrían nuestros padres.
Así es como las niñas y los niños a partir de cierta edad, empezamos a mirarnos de otra manera muy distinta que nos hace ponernos nerviosos y excitarnos por sentir una atracción que todavía no entendemos muy bien.
Había un lugar en una zona apartada del parque donde iba yo, en el que algunos niños y niñas, se reunían allí, escondidos de las miradas y las que éramos más pequeñas, como yo, hablábamos de lo que hacían allí entre risas de picardía, ya que la más avispada nos decía que se hacían pajas y mamadas, preguntando las más inocentes lo que era eso, y que hacía que se quedaran con la boca abierta cuando se lo explicaban, entre las risas de las demás.
Pero la curiosidad de la edad nos acabó atrayendo inevitablemente a ese lugar a pesar de las advertencias y consejos de nuestros padres, que lógicamente también sabían o intuían lo que sucedía allí, normalmente llevadas por algún chico o amiga mayor que nos acababan invitando a pasar esa especie de ritual tan misterioso para nosotras, como si fuera una señal de que ya nos sentíamos mayores para seguir jugando a juegos de niñas.
Así que un día, hablando de este tema, la hermana de una amiga nuestra nos invitó a ir con ella, a lo que accedimos muy nerviosas, pero en principio, al llegar allí, no parecía nada extraño. Un grupo de chicas y chicos sentados en los bancos hablando de sus cosas, aunque si me llamó la atención que los chicos eran algo más mayores de los que estaba acostumbrada a jugar en el parque.
Prestando atención a las conversaciones, me dí cuenta de que el tema principal era el sexo, del que poco sabíamos y por eso nos parecía tan confusa esa forma de hablar de hacer pajas, chuparla, follar, pero empezamos a entenderlo mejor cuando vimos como una chica poco mayor que nosotras, se sentaba encima de un chico y empezaban a morrearse mientras él le acaricia la piernas, sin que los demás les hicieran mucho caso, pero al fijarse en nosotras nos preguntaron si habíamos hecho todas esas cosas de las que hablaban, negando con la cabeza un poco cohibidas, pero nuestra amiga mayor nos dijo que si queríamos probar, podíamos hacerle una paja al chico que nos estaba preguntando y sin darnos tiempo a contestar, ella misma le sacó la polla del pantalón enseñándonosla.
Ante nuestra sorpresa, alguna era el primer pene que veíamos de un chico, así de cerca y eso nos produjo una especie de rechazo y atracción a la vez, que nos hizo dudar si tocarlo con la mano, pero nuestra amiga nos enseñó como se masturbaba a un chico y nos invitó a hacerlo nosotras, así que la más atrevida se atrevió a alargar la mano y agarrar sin mucha firmeza la polla del chico ya en plena erección, entre las risas nerviosas de todas nosotras, por lo que él le enseñó cómo debía agarrarlo para moverlo adelante y atrás, dejando al descubierto el glande con los movimientos de su mano.
Cuando nuestra amiga empezó a mover la mano más rápido, el chico se puso a respirar más fuerte hasta que finalmente le salió el semen disparado, lo que sorprendió a la chica que le estaba haciendo la paja, salpicándole a la cara y un poco a la ropa, por lo que se puso muy nerviosa por el miedo de que su madre notara esa mancha, pero rápidamente se la limpió, intentando que no dejara mucha marca.
Mientras tanto, ya había empezado a oscurecer y otras chicas se habían puesto a chupársela a unos chicos mientras hacían pajas a otros y se dejaban tocar ellas también. Una de ellas se la estaba chupando a uno mayor mientras otros le tocaban las tetas y el coño y todo eso nos aturdió un poco, dejándonos llevar instintivamente por los manoseos de los chicos que estaban con nosotras, haciendo que nos excitáramos sintiendo unas sensaciones nuevas para nosotras.
Algunas de las chicas se habían sentado encima de los chicos, moviéndose sobre ellos y una de nuestras amigas, nos dijo:
—¡Ala! Mira, están follando.
—¿Por qué lo sabes?
—Porque una vez vi a mi madre sentada así encina de mi padre y vi como se la metía en el chocho.
—Sí, yo también vi a los míos, pero mi padre estaba tumbado encima de mi madre, que tenía las piernas abiertas y como me vieron, mi madre me dijo que qué hacía ahí mirando y que yo no abriera así las piernas para los chicos hasta que no fuera mayor y tuviera novio —dijo otra.
—Jaja, pues mira, aquí todas hacen eso y no son novios.
—Jo, eso debe doler, que te la metan así, la tienen muy grande dijo asustada, una de las más pequeñas.
Por lo que le contestó nuestra amiga mayor:
—Que va, eso es lo más rico del mundo.
Nosotras escuchábamos a las chicas gemir y a los chicos gritar cuando se corrían, por lo que cuando salimos de allí, todas estábamos excitadísimas con lo que habíamos visto y la experiencia vivida, así que durante los siguientes días, era nuestro tema principal de conversación, hasta que otro día que estábamos todas juntas en el parque, nos decidimos a ir otra vez a ese lugar, pero la hermana pequeña de una de nuestras amigas, que había estado escuchándonos se empeñó en ir con nosotras, teniendo que llevarla nuestra amiga para que no se lo dijera a su madre.
Cuando llegamos, estaban allí la mayoría de chicos y chicas, que ya conocíamos de la otra vez, pero también había unos chicos más mayores que no conocía.
De momento, no habían empezado a hacer nada, sólo se estaban morreando con alguna de las chicas y tocándolas, mientras en otra zona del parque nuestras madres se habían quedado hablando entre ellas y al no vernos, se preguntaban:
—¿Dónde se habrán metido estas crías?
—No sé. Hace tiempo que no las veo —dijo otra.
—No te preocupes, estarán allí arriba, donde los columpios.
—Tengo miedo de que vayan a ese sitio, donde están los chicos mayores —comentaban preocupadas.
—Yo ya le dije a la mía que ni se la ocurra, que la castigo sin salir toda la semana.
—No sé si nos harán mucho caso. Están en una edad muy mala y ya empiezan a pensar en cosas que no deben.
—Y tanto. Mi marido me dice que a la nuestra ya le empieza a picar el chumino —dijo la más descarada.
—¿Y eso como lo sabe?
Le preguntó otra, sorprendida por lo que decía, aunque después lo pensó y dijo:
—Bueno, la verdad es que ahora están con el desarrollo y andan un poco alteradas porque los chicos empiezan a fijarse en ellas.
—Y tanto que están alteradas, no sé que las pasa, la mía lleva una temporada que está todo el día encima de su padre, con risitas, bromas y roces que no me gustan nada. Y claro, luego salen a la calle y ya ves cómo andan —añadió otra.
—Claro, nuestros maridos son los primeros que empiezan a darse cuenta de esas cosas. Ven a las crías calientes y las dejan que se les pongan encima. Eso nos pasó a todas a esas edades, lo que pasa es que no os acordáis. Nosotras también hacíamos de las nuestras, pero no había los peligros que hay ahora.
—Pues yo no me acuerdo de haber hecho esas cosas y de andar tan salidas como andan estas —dijo una, intentando hacerse la remilgada o la inocente.
—¿Qué pasa, que a ti los chicos no te enseñaban la polla a esa edad?
—Sí, claro, alguno, pero éramos muy inocentes y no les hacíamos caso.
—Jaja, eso serías tú, porque yo ya empecé a hacerles pajas a la edad de nuestras hijas —comentó una sin ninguna vergüenza.
—Bueno, pero era porque tú tenías hermanos mayores y te hiciste un poco putita con ellos. Ya sabemos que los hermanos te espabilan antes.
—Sí, jaja, me metía en la cama con ellos y tenía que venir mi madre a sacarme.
—¡Qué bárbaro, que cosas decís! Yo estoy preocupada y por si acaso, voy a mirar por ahí a ver si las veo —les dijo la que había empezado la conversación.
Mientras tanto, nosotras estábamos muy entretenidas con la conversación con los chicos, que ya nos estaban enseñando la polla para que se la chupáramos y yo como tenía muchas ganas, ya agarré al primero para comérsela y hacerle correrse como la otra vez, mientras la amiga que había venido con su hermana pequeña, que miraba todo con los ojos muy abiertos, se la cogió a otro de los chicos, por lo que la dejó sola, y otro de los chicos le preguntó si ella también quería, pero sólo se atrevíó a temerla en la mano y apretarla, cuando de pronto, apareció la madre de una de nuestras amigas por allí echándonos la bronca:
—¿Qué hacéis aquí? Noelia, ya sabes lo que te dije….
—Jo, mamá, es que vinieron todas.
—Y tú, Ana, ¿Cómo traes a tu hermana aquí con los chicos mayores, si sólo tiene 10 años? Y mírala ya, con la polla en la mano. Ya verás cuando lo sepa tu madre.
—No le digas nada, por favor.
La madre se dirigió a las otras chicas, que miraban divertidas la situación:
—Y vosotras ¿de qué os reís? ¿Saben vuestros padres que estáis aquí zorreando?
—Mi madre no quiere que esté en casa, porque lleva a hombres para follar. Y encima, se separó de mi padre porque le pilló metiéndome el dedo —le contestó una de ellas.
—Qué descaradas sois, pero no me extraña con los padres que tenéis.
—No se haga la remilgada. Si su hija está aquí es porque también le gustan las pollas, como a nosotras —le dijo otra de ellas.
—Qué vergüenza, no os hacéis respetar. Vamos niñas, no quiero volver a veros aquí.
Después de aquello, nos cayó una buena reprimenda, pero lo que habíamos descubierto era demasiado excitante como para olvidarlo, así que nuestra intención era buscar la forma de poder volver a allí, mientras nuestros padres tenían que ir asumiendo que nos íbamos haciendo mayores y que ya no éramos esas niñas inocentes a las que se les podía decir cualquier cosa, y eso hacía que no pudieran evitar las discusiones entre ellos en casa de por qué habíamos salido así, tan precoces:
—Ya viste lo que estaba haciendo tu hija en el parque. Cuando Marta nos contó que las había pillado con una polla en la mano cada una, no me lo podía creer. No sé como les puede gustar ya —le dijo mi madre a mi padre.
—Porque se van haciendo mayores, ya te lo dije aquella vez que vi a María tocándose en el sofá del salón —le contestó él.
—Sí, pero tú no la dijiste nada y seguro que te quedaste mirando.
—¿Qué la voy a decir, mujer? La dejé disfrutar.
—¿Y a ti te también te gustó verla metiéndose los dedos, no? Tenías que haberla dicho que eso no se hace, lo que se dice siempre cuando nos pillan de pequeñas haciendo esas cosas.
—Claro, y cuando te lo decían a ti tus padres, tú dejabas de hacerlo. ¿Te crees que ellas son tontas, que no se dan cuenta del gusto que les da? Tú también la veías cuando era más pequeña que siempre se estaba frotando el coñito con cosas que se ponía entre las piernas.
—Sí, claro que la veía, pero eso es normal en las niñas. A lo mejor tenemos la culpa nosotros de que haya salido así, tan caliente. Ya te dije que no me gustaba nada que me follaras cuando teníamos a la nena en la cama y que ella te viera desnudo por casa, que se fijaba en todo y encima tú, hasta la dejabas tocar.
—Pero si cuando lo hacíamos, ella estaba dormida, era muy pequeña y no se daba cuenta de nada. Y luego, cuando la dejaba tocar era jugando, mujer, yo creo que eso es bueno para ella, para que no tuviera tanta curiosidad luego con los chicos.
—Pues ya ves de lo que le valió, para excitarla más y que tenga ganas de probar con otros. ¿No habrás hecho nada con ella sin que yo lo supiera, no?
—No, mujer. A lo mejor tendría que haberlo hecho, para que no se fuera con esos chicos.
—Que barbaridades dices. Eso es lo que quisieras tú, tenerla para ti solo, como todos los padres. Ya me dicen mis amigas que sus maridos tocan mucho a sus hijas. Mira lo que le dijo a Marta la chica del parque sobre su padre.
—Eso es normal, a esta edad se están poniendo muy ricas y se nos va la mano a veces. Ellas lo buscan también, no te creas.
—¿Cómo puedes decir eso? Los hombres sois todos unos cerdos. No sé como os pueden gustar tantos las niñas, si apenas tienen tetas ya os volvéis locos por ellas.
—No sé, es algo instintivo, se nos van los ojos, las manos, todo…. son encantadoras. Acuérdate de lo que me contaste tú que hacías cuando eras pequeña.
—Eso es distinto. Yo era muy inocente y lo hacía jugando; no me daba cuenta de que se la ponía dura a mi padre y por eso mi madre me miraba tan mal.
—Claro, pues lo mismo que hacen ahora las nenas, nada ha cambiado. Y tampoco eras tan tonta, que bien te gustaba cuando se la ponías así y ya sabías que a tu madre no le gustaba y tú seguías haciéndolo igual.
—Porque mi padre también se las arreglaba para que mi madre no nos viera y estuviéramos más tranquilos.
—Pues bien aprendiste tú en esa época, así que no protestes tanto de nuestra hija ahora. Acuérdate de cuando tú eras así también.
—Es que ahora están en una edad muy mala y esas chicas con las que estaban en el parque ya se la dejan meter y estas enseguida van a querer también.
—Pero eso no lo podemos evitar, es normal que tengan ganas, ya te lo dije más veces. No puedes estar todo el día detrás de ella vigiándola.
—¿Pues que solución le das?
—Sólo se me ocurre comprarle condones para que los lleve siempre y decirla que no se la deje meter si el chico no se lo pone.
—Eso es muy fácil decirlo, pero cuando estás con el calentón, ya te da igual. Acuérdate de lo que hacíamos nosotros, que muchas veces no te lo ponías y me la metías sin nada.
—Porque tú me lo pedías también, que te daba más gusto, decías, pero yo siempre la sacaba cuando iba a correrme.
—Alguna vez no la sacaste a tiempo. Tuve suerte de no quedarme preñada. Y ahora nuestra hija es más pequeña de lo que era yo cuando empezaste a follarme y los chicos la pueden convencer más fácil, para no ponerse el condón.
—No vas a poder evitar que los chicos empiecen a andar detrás de ella. La nena se está poniendo tremenda, tiene unos buenos muslos y un buen culo y le han salido ya unas buenas tetas, así que los chicos van a querer hacerla de todo y a ella le va a apetecer también.
—Mira cómo te has fijado. Ya sé que no te vas a poder aguantar sin meterle mano. Espero que no tengamos un disgusto en casa, que ya tienes edad para saber lo que haces.
—Que no, mujer, no te preocupes. Yo solo intentaré instruirla en lo que pueda.
—No me la andes calentando, que luego no hay quien la pare.
Después de lo que había pasado en el parque, era un tema que preocupaba a las madres, y era frecuente hablarlo entre ellas cuando se veían:
—Mi marido dice que son cosas de la edad, que es normal que empiecen a experimentar, que hay que informarlas y ya está, que lo van a seguir haciendo igual.
—Sí, yo pienso lo mismo, porque lo hacen entre ellos, que más o menos son de la edad, lo que veo mal es lo de los hombres mayores que andan siempre por aquí, mirándolas y esperando la oportunidad para meterles mano.
—Eso es verdad, yo los veo a veces, y con crías más pequeñas, además, que las engañan para que se dejen tocar.
—¿Os acordáis de aquel que venía, que se sentaba en un banco y las llamaba para darlas un caramelo o cualquier cosa y aprovechaba para meterles la mano entre las piernas? y si ellas se dejaban, estaba un rato sobándolas hasta que se iban.
—Ellas se dejaban porque les gustaba, también. A la mía se lo hizo alguna vez cuando era más pequeña. Hasta le bajaba las bragas para verle la rajita.
—Y a muchas otras, hasta que le llamaron la atención y dejó de venir.
—Ahora suelen ser jubilados, que se pasan el día aquí, siempre mirándolas, y alguno incluso, que están cuidando a los nietos, se aprovechan de eso para tener más confianza con las nenas.
—Sí, pobres, una vez leí en algún sitio que cuando los hombres se iban haciendo mayores, perdían esa barrera moral que te reprime para hacer lo que te gustaría y que si siempre les gustaron las nenas, se ponen a tocarlas sin el menor reparo.
—Eso es verdad, les disculpan diciendo que no saben lo que hacen, pero bien que lo saben. Yo tengo que tener mucho cuidado con el abuelo de la mía, porque en cuanto me descuido, ya está sobándola.
—Si es sólo eso tampoco pasa nada. A mí a veces me da pena de ellos, y cuando alguno se sobrepasó con la mía, no le dije nada, si sólo son caricias. Los peores son los más jóvenes, que también hay ¡eh!, casados o papás de otras niñas, que fíjate lo que no harán a la suya, si andan buscando a otras.
—No hay quien pueda con los hombres, están acostumbrados a que seamos sus juguetes sexuales y les da igual con quien sea.
—Dímelo a mí. Vosotras tenéis hijas, pero yo tengo un chico también y bien que lo sé eso. No nos respetan para nada, se creen que nos pueden abrir las piernas cuando quieren.
—¿Es que te dejas follar por él?
—Sí, le mal acostumbré, porque su padre siempre está de viaje y ahora hace lo quiere de mí.
.—No me digas…. Es que nosotras tenemos que estar parándolos, porque si no, luego de mayores acaban metiendo en la cama hasta a sus hijas y las acaban preñando.
—Buen trabajo me cuesta a mí parar al mío, porque si además la nena también quiere eso, imagínate como puedo parar yo eso.
—Pues yo casi lo agradecería que me pasara a mí, porque a veces con lo cansada que estoy, me da mucha pereza ponerme encima de mi marido para sacarle la leche.
—¿Qué se la saque tu hija, dices?
—Sí, pero sin preñarla, claro, que es muy cría todavía. Alguna se lo hará al suyo, no te creas.
—No sé cómo decís esas cosas. A mi marido sólo le saco la leche yo —dijo otra, indignada con lo que escuchaba.
—Bueno, bueno, mira, no hables demasiado, a ver si ya tienes en casa a la ordeñadora, jaja.
—Espero que no; estoy deseando que pasen ya esta edad, a ver si se les pasa tanta calentura, empiezan a tener novio y se calman un poco.
—Pero luego con los novios es otra preocupación, porque se pasan el día metidos en la habitación y no sabes si se ponen condón, lo que hacen y lo que no. La mía mayor, que ya tiene novio, está así, con el chico todo el día en casa y cuando les apetece se meten en la habitación y mi marido se pone malo, jaja.
—Claro, porque se están follando a su niña y se pone celoso.
—Ahora se consuela con la pequeña, pero cuando ella tenga novio también, no se que va a ser de él, pobre.
—Pues esta es la lucha que yo tengo también con mi marido. A veces cuando le digo que no tengo ganas, me dice que se va a ir con la nena a su cama y me chantajea así.
—Es que ellos siempre tienen ganas y tenemos que estar disponibles siempre con las piernas abiertas, como decías tú, y yo con el trabajo fuera y luego en casa, acabo agotada y no me quedan ganas ya para tanta fiesta como cuando era más joven.
—Por eso te decía lo de antes, las que tenemos hijas, podemos tenerlos un poco entretenidos en casa, antes de que se vayan con otras, porque eso es peor. Hay muchas por ahí que andan buscando hombres y como se encaprichen mucho con alguna, se acaban largando y te dejan sola, por no dejarles desahogarse un poco con la cría y luego tenemos que buscarnos a otro hombre que va a hacer lo mismo.
—En eso tienes razón. Lo que veo mal es que lo hagan aunque la cría no quiera, pero si ella quiere, pues hija, son cosas que quedan en casa y no tienes que dar explicaciones a nadie porque a nadie le importa.
—Cada una sabemos lo que tenemos en casa y tenemos que arreglárnoslas para llevar el matrimonio lo mejor posible. Mi madre también me dio buenos consejos para retener al hombre en casa y que no ande buscando por ahí…….
—Sí amiga, las madres de antes sabían mucho, tenían mucha experiencia y con los años todas aprendemos muchas cosas. Tenemos que ser más listas que nuestros maridos, porque ellos al final, se contentan con poco y hay que saber dárselo como mejor nos convenga.
Y como resumen de todo esto, os puedo decir que a pesar de todas las conversaciones que tenían nuestras madres para controlarnos y de todas sus estrategias, nosotras acabamos arreglándonoslas para seguir yendo a ese lugar que nos habían prohibido, porque aprendimos a mentir con más picardía, y al fin y al cabo, la naturaleza ha seguido su curso desde tiempos inmemoriales.
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