Historias del pasado y del presente
Recorrido por la historia del incesto y las diferentes formas de verlo en cada época y momentos de la humanidad.
Se ha investigado mucho para averiguar cual es el origen del incesto, si es algo inherente a nuestra condición como humanos o fue algo que surgió por circunstancias exógenas a nosotros de todo tipo, biológicas, económicas, sociales, psicológicas o de pura supervivencia.
Lo que está claro es que en nuestro origen como especie, había una promiscuidad total, ya que el concepto de familia ni existía, en todo caso, una afectividad por parentesco, lo que no evitaba que se diera rienda suelta a esos impulsos naturales que se tenían con esos miembros de su misma estirpe, unos instintos más cercanos a los de los propios animales.
Posteriormente, una serie de factores sociológicos, culturales y económicos, propiciaron que se buscaran alianzas o relaciones con otros grupos familiares o tribus diferentes, con las que se intercambiaban a sus mujeres para sellar esa colaboración, o formar unidades más fuertes frente e enemigos comunes, que podía provenir de la misma naturaleza o de otros grupos rivales, lo que provocó que en cierto modo se proscribieran esas relaciones más cercanas, aunque el instinto siguiera estando presente en nuestra mente humana, como aseguran investigadores más contemporáneos a nosotros.
En todas las culturas de la antigüedad está implícita esta aceptación del incesto, ya que como afirma Viveiros de Castro, en el período fetichista de la humanidad, en que dominaban exclusivamente, o preponderantemente, los instintos de la nutrición y de la reproducción, el incesto era un acto natural y legítimo, como lo demuestran estos hechos: en Egipto los padres desfloraban a las hijas y los Faraones se casaban con sus madres o hermanas; en Persia la madre se amancebaba con los hijos y los Incas del Perú se casaban con sus hermanas.
En la mitología griega, todos sus Dioses son producto del incesto y en el Imperio Romano, era algo habitual entre muchos de sus emperadores todo tipo de relaciones incestuosas.
Ni la propia Iglesia se libró de ello, ya que hubo una época en la que los propios Papas cometían incesto, como cuenta en su libro el periodista peruano Eric Frattini, que recorre a través de los siglos, la secreta intimidad de los papas y anti-papas, entre ellos, Bonifacio IX dejó 34 hijos, a los que llamaba, cariñosamente, los «adorables sobrinos». Juan XI (931-936) había cometido incesto con su propia madre, violaba a los fieles y organizaba orgías con chicos. Sergio III tuvo la desgracia de apasionarse con una madre y su hija, y no con medias tintas: se entregó a la práctica del ménage à trois. Juan XIII era servido por un batallón de vírgenes, deshonró a la concubina de su padre y a una sobrina. Juan XXIII violó a sus hermanas y 300 monjas, y podríamos seguir con más historias conocidas como las de los Borgia, todo un clan familiar papal, u otras que se podrían haber dado, más desconocidas…..
Quizás todo esto tuviera su lógico fundamento, ya que la propia Biblia está llena de sucesos incestuosos, incluido nuestro metafórico origen encarnado en Adán y Eva, de los cuales habría nacido la gran familia incestuosa que sería la propia Humanidad, o nuestra supuesta refundación como especie a través de la familia de Noe, con sus hijos.
Las propias Monarquías, desde las más antiguas a las más modernas, están basadas en la endogamia, aunque en estos casos sea por intereses de Poder y linajes.
Por lo que para entender este impulso incrustado en nuestro ADN, el psicoanalista Jacques Lacan sintetiza gran parte del trabajo de Freud y de Lévi-Strauss, e intenta explicar el incesto desde un punto de vista estructuralista: Lacan concuerda con Freud, en el sentido de que el incesto es un impulso básico de la psique humana, ya que se encuentra en el inconsciente de todo ser humano —sea varón o sea mujer—: volver a la unidad con la madre y quedar en el deseo de la madre o del padre.
A la vista de todo esto, no es extraño, que a pesar de todo el rechazo cultural, social y científico que se fue imponiendo posteriormente y todas las prohibiciones legales, todavía en la actualidad siga vivo en nosotros ese instinto incestuoso, imposible de refrenar, en muchos casos, como cuento en este relato.
Cuando empecé a conocer más íntimamente a mi marido, me fue contando cosas de su vida y de su familia, como que venía de una familia incestuosa y que tanto él como sus hermanas habían sido iniciados por sus padres, lo que en principio a mí me sorprendió bastante, pero a la vez me dio mucha curiosidad también, por saber como se había ido produciendo eso, sus inicios y como se había adaptado a esa forma de vida.
Aparte de lo que me iba contando él, cuando más adelante, conocí a su familia, también fui enterándome de más cosas, y comprendiendo mejor a lo que se refería mi marido al definir a su familia de esa forma, sobre todo, durante las conversaciones que tenía con mi suegra, que me hacía sentir más cómoda para hablar de esas cosas.
En una de esas conversaciones, en las que siempre me contaba alguna anécdota, un día me dijo:
—Todavía me acuerdo de la primera vez que tu marido me vio desnuda. Imagínate el pobre, con 14 años que tenía, era un chico muy tímido y yo creo que no había visto ni las tetas a ninguna chica de su edad y yo en casa tampoco es que me exhibiera delante de él, ni mucho menos.
—Sí, claro, eran otros tiempos.
—En esa época, los chicos mayores solían ver mujeres desnudas en alguna revista que traían del extranjero, pero a mi hijo no creo que le hubieran enseñado ninguna y no había ni Internet ni estas cosas de ahora con las que casi desde que nacen están viendo de todo ya.
—Cambiaron mucho las cosas, jaja.
—Vaya si cambiaron. Yo me imagino la impresión que le debió de causar a tu marido a esa edad verme en el baño desnuda arreglándome el vello del coño, porque de aquella no se llevaba la depilación como ahora, y yo sólo me lo recortaba con la tijera, porque tenía mucho y me salía por fuera de las bragas. Como a mi me parecía que quedaba feo, lo que se llevaba era eso de arreglárselo, como decíamos entre nosotras.
—Yo también recuerdo que mi madre se lo arreglaba.
—Hacía bien, otras ni se atrevían a mirárselo. Pues lo que te decía. Él entro al baño, porque pensaba que ya había terminado de bañarme y me encuentra en esa posición, sentada desnuda con las piernas abiertas, así que se quedó paralizado sin saber que decir ni que hacer, mirándome de arriba abajo con los ojos como platos y yo la verdad es que estaba un poco avergonzada también, porque me hubiera visto así, por lo que lo primero que se me ocurrió fue decirle que saliera y cerrara la puerta.
—No sabría donde mirar, porque tú tienes unas buenas tetas también.
—Sí, las tenía grandes de haberles dado el pecho a los críos. Así que los siguientes días, mi hijo no se atrevía ni a mirarme a la cara y le notaba siempre como nervioso conmigo, aunque yo tampoco sabía muy bien como reaccionar ante él, sobre todo desde que noté que se había empezado a masturbar, por las manchas de semen que dejaba en las sábanas de la cama y yo no me atrevía a decirle nada.
—Eso era normal. Todos los chicos lo hacen.
.- Sí, pero en aquellos tiempos eran cosas de las que no se hablaba y no se me ocurría ni comentárselo a mí marido. Tan sólo salía el tema en alguna conversación con amigas, cuando alguna comentaba algo de eso de sus hijos y las demás nos poníamos coloradas si eran demasiados atrevidas, aunque siempre las había más descaradas que presumían de la polla que tenía su hijo.
—Seguro que también pasaban cosas como ahora, aunque no se contaran tanto.
—Vaya si pasaban. Ahora me doy cuenta de que alguna de ellas metería a su hijo en la cama, cuando no estuviera el marido. No se, pero a mí, en aquel momento ni me lo imaginaba y yo lo que tenía en la cabeza era que llegó a darme pena por mi hijo, porque le veía que sufría mucho y que necesitaba desahogarse de alguna manera. En aquellos tiempos ya sabes que algunos padres llevaban a sus hijos con prostitutas para que se estrenaran, pero el mío era pequeño todavía para eso y me atormentaba verle así, así que un día que le sorprendí en su habitación masturbándose, me atreví a decirle que no se preocupara, que entendía que tuviera que hacer eso, que los hombres lo necesitaban.
—Fuiste muy comprensiva.
—¿Y qué iba a hacer? No quedó ahí la cosa. Le pregunté que si quería verme desnuda otra vez y él muy sorprendido, no se atrevía a decirme la verdad, así que me quité toda la ropa y me mostré ante él. Luego le dije que siguiera masturbándose mientras me miraba, que le iba a dar más gusto. Para mi también fue muy morboso ver como se tocaba delante de mí hasta que en poco tiempo se corrió y echó tanto semen que llegó a salpicarme.
—¡Qué fuerte! Eso debió de ser tremendo para ti.
—Figúrate. No sé todavía como me atreví a hacer eso, quizás fue porque siempre fui muy morbosa y lo llevaba dentro, pero a partir de ese día, esos encuentros se fueron repitiendo y ya le dejaba tocarme todo lo que quisiera; le enseñé a besar, a masturbarme, a todo. Llegó un momento en que al hacer todas esas cosas, mi excitación me llevó a tumbarme en su cama y dejar que me penetrara por el calentón que tenía. Yo le decía que cuando se fuera a correr me la sacara, porque si no, me podía quedar embarazada.
—¿Y aguantó las primeras veces?
—Que va aguantar. Se venía enseguida el pobre y me lo echaba todo dentro, pero la verdad es que yo tampoco deseaba que me la sacara y si me preñaba, le diría a mi marido que era suyo, como así sucedió cuando me dejó embarazada de Marta, de la que tu marido es su padre, no su hermano, como ya te contó él.
—Sí, cuando me lo contó ni me lo creía. ¡Vaya historia!
—En aquellos tiempos estas cosas se quedaban en casa. Yo conocí algún caso más, como el de una amiga, que me contaba que su marido viajaba mucho y no estaba casi en casa, así que ella empezó a meter a su hijo en la cama hasta que se quedó preñada también y cuando se enteró el marido de que estaba embarazada, a él le extrañó mucho, porque no le cuadraban las fechas y sospechaba de que podría ser de algún amante, pero ella al final le convenció y supongo que lo arreglarían entre ellos, pero el crío que nació era de su hijo, así que ya ves el panorama. Siempre había rumores de que pasaban cosas así, pero todos tenían algo que esconder, así que cada uno hacía su vida y a nadie le importaba, no como ahora, que se meten en todo lo que haces y lo que no haces.
—También me contó lo de su hermana pequeña, de como empezó con ella.
—Verás nosotros al principio teníamos a la cría durmiendo en nuestra habitación desde que nació, primero en nuestra cama y luego en un colchón que poníamos al lado, porque donde vivíamos sólo teníamos dos habitaciones y no había mucho sitio para todos, como pasaba en otras casas también, con tantos hijos como se tenían. Aunque estuviera ella allí, nosotros teníamos sexo igual, porque mi marido no se aguantaba y no respetaba nada. Casi siempre ella estaba dormida y creíamos que no se enteraba de nada, pero una vez nos dimos cuenta de que nos estaba mirando con los ojos muy abiertos, supongo que sin entender muy bien lo que hacíamos, así que le dije que se durmiera, que no pasaba nada, pero desde ese día, ella siempre nos miraba disimulando cuando mi marido se montaba encima de mí, pero yo tampoco estaba para muchos remilgos y a mi también me apetecía que él me diera gusto, así que no la hacíamos caso.
—Menuda situación, ¿no?
—Ya ves. Eso era normal en todas las casas. Nacían muchos críos y no había sitio para todos, así que siempre alguno dormía con los padres, los más pequeños, sobre todo.
—Y lo que solía acabar pasando era que los padres empezaban a meterse con las niñas ¿no?
—Sí, supongo que sería inevitable. Al ver como nos miraba la nuestra, yo le decía a mi marido: ¿Será posible que esta cría tenga ganas ya de verga?, y él se reía diciéndome que seguro que si. Y yo le decía: Pues ni se te ocurra dársela.
—Jajaja, como la nuestra, pero a ella no hace falta dársela, porque ya se la toma ella —le dije yo..
—Antes las madres teníamos que cuidar más a las hijas, porque cualquiera podía meterse con ellas al menor descuido. A veces se conseguía que algunas llegaran vírgenes al matrimonio, pero a las que desgraciaban, como decíamos nosotras, ya se lo empezaban a hacer en cuanto podían, como pasa ahora.
—Así era, mi madre no me dejaba salir ni a la puerta de casa, porque a una vecina, con 14 años, ya la habían embarazado.
—Jajaja, si el peligro estuviera sólo fuera de casa….. En muchas casas tenían más peligro dentro que fuera.
—Sí, lo sé, como en la tuya ¿no?
—Pasaba en muchas, no te creas…. Mi marido no se pudo aguantar con la cría y en cuanto yo me descuidaba, empezó a meterla en la cama y a follársela. Y cuando yo madrugaba para ir a trabajar. Él la pasaba a su cama y ya la tenía toda a su disposición.
—Estas cosas me las han contado muchas mujeres, a las que les pasaba a ellas también. Yo creo que muchas madres lo sabían y no se atrevían a decirles nada a los maridos, porque en esos tiempos el hombre mandaba mucho en casa y hacía lo que quería y cuando tenían hijas, no era raro que todas acabaran en la cama del padre. A mi también me pasó, pero no llegó a follarme porque mi madre estaba siempre encima y no le dejaba. Me acuerdo de una vez que estaba en la cama con mi padre y llegó mi madre y al vernos, se bajó las bragas y se tumbó en la cama, y le dijo: A ella no se la metas, métemela a mí, y me lo echas dentro. Al final, ella siempre se las arreglaba para que no terminara de follarme y se desahogara con ella.
—Claro, tu madre supo llevarle, cediendo hasta cierto punto y ofreciéndole ella el coño cuando veía que ya tenía ganas. Al final, como eran todos iguales, cada una tenía que arreglárselas como podía. Pero tú te quedas con las ganas, ¿o qué?
—Pues sí, mucha veces, porque con los calentones que me cogía de tanto sobarme, me apetecía que me la metiera, pero también me daba miedo de que me hiciera daño, porque la tenía muy grande.
—Tu madre estaría encantada con él, la daría mucho gusto y por eso intentaría sacarle toda la leche, para que no tuviera ganas contigo, pero las tenía igual, jaja.
—Sí, mi madre siempre me decía que era muy fogoso.
—Así eran casi todos, creo yo, porque sé también que el que no tenía hijas, siempre tenía alguna sobrina o vecina para hacerlo con ellas. Porque luego, cuando los hombres se reunían en los bares, siempre había alguno que presumía de follarse a las hijas, sobre todo cuando bebían de más y se les soltaba la lengua, u otros se echaban en cara el haber manoseado a la hija de otros y cosas así, y a veces acababa en bronca la cosa. Por eso, estas intimidades acababan sabiéndose también y comentándose entre las mujeres, que resignadas, tenían que aceptarlo.
—Bueno, eso de que tenían que aceptarlo, sería alguna, porque a mí me contaron que había otras que eran bien viciosas, sobre todo cuando iban llegando a cierta edad, en la que perdían las vergüenzas. Yo conocí de todo, desde la que era ella la que metía en la cama del padre a sus hijas, para irse ellas a dormir con alguno de los hijos, hasta esas que tú dices, que en apariencia aceptaban lo que le apetecía al marido, porque ellas lo habían vivido así y porque sus madres las decían que callaran, que era lo mejor para todos.
—A mi me contó una amiga que en su casa siempre vio a su padre meterles el dedo a todas sus hermanas y su madre a veces si lo veía, le decía que las dejara en paz, pero sabiendo que no le iba a hacer caso, así que él seguía haciendo lo que quería.
—Por eso te lo digo, eran todos iguales y nosotras lo veíamos normal eso. Así había lo que había, embarazos en casi todas las casas y no se sabía ni de quien eran los críos.
—Es que en esos tiempos era toda la diversión que había, no es como ahora que van a un sitio y a otro. Antes estabas en casa y no salías muy lejos. A la fiesta del pueblo una vez al año y ya está, y los demás días al trabajo y a casa y como los hombres siempre tenían ganas, si no quería la mujer porque estaba cansada, pues a la que tenían más a mano por allí.
—Así era, tienes razón, las cosas han ido cambiado, pero eso sigue igual, yo creo. Y siempre va a ser así, jaja. Oye, por cierto, el sábado vais a venir a casa, ¿no?
—No se. A ver lo que dice tu hijo. No le gusta mucho ir porque el abuelo se pasa todo el tiempo metiendo mano a la nena cada vez que vamos.
—Ya me dí cuenta. Parece mentira, no sé que le pasa, con todo lo que vivió él en casa y ahora se hace el remilgado con su hija. Además, van a venir todos los primos y la nena querrá verlos.
—Sí, si ella va encantada. Ya viste la última vez que fuimos. Estaban todos metidos en una habitación con los chicos follándose a la nena de Luisa, y la mía mirando. Si no llegamos a verlos, eran capaces de hacérselo a la mía también.
—Bueno, mujer, ya sabes como son, cuando se juntan todos se lo pasan bien.
—Pero es que a mí me siguen chocando un poco esas cosas y encima, tu hijo se ha vuelto tan celoso con la cría, que se pone malo de ver esas cosas.
—Pues tendría que estar ya acostumbrado. Si él lo que quiere es ser el primero para ella, pues que se de prisa ya, porque la nena no va a estar esperándole, jaja.
—Ya, eso me parece a mí también.
Finalmente convencí a mi marido para ir a la fiesta en casa de sus padres, aunque me dijo que no iba a quitar ojo a la cría, por lo que tuve que decirle:
—Bueno, ya sabes como es tu padre. Un poco tienes que dejarla, que ella se lo pasa bien también.
—Además mi cuñado la tiene ganas también. Ya viste como la mira y en cuanto puede la soba bien.
—Como a las demás. Ya sabes que en tu casa son así. Dice tu madre que tendrías que estar acostumbrado a esas cosas.
—Ya lo sé, lo que pasa es que ahora soy padre y no me gustaría que la emputezcan demasiado entre todos, como hicieron con mis hermanas y con las crías de ellos.
—Tú también tuviste algo que ver con eso, ¿no? Me lo contaste tú.
—Sí, ya lo se que tenéis razón, pero me da pena que empiecen a metérsela ya.
—A mí también, ya lo sabes, pero de tu familia no me sorprende nada ya.
Cuando llegó el sábado, nos encontramos todos en la casa de mis suegros. Las hermanas de mi marido con sus maridos y sus hijos y unos amigos de ellos que siempre iban con los suyos también.
Los críos se fueron quedando aparte con sus cosas. mientras los mayores estábamos sentados en la mesa bebiendo unas botellas de vino que tenía mi suegro guardadas para estas ocasiones, charlando animadamente.
Las hermanas de mi marido enseguida empezaron a animarse con el vino y empezaron a hablar de las cosas de la familia, intimidades, anécdotas, en fin, lo de siempre que a mi ya no me sorprendía. Mi marido seguía un poco tenso, pendiente de la niña, pero de momento no hacían nada malo, sólo jugaba con los primos.
Una de las hermanas de mi marido, bueno, la que en realidad era su hija, empezó a ponerse cariñosa con él para que se olvidara un poco de la cría, diciéndole que no fuera tan pesado y no la amargara la fiesta, lo que nos hizo gracia a todos, pero acabó calentándole y se la empezó a chupar allí mismo, mientras los demás lo celebraban animándola a hacérselo hasta el final.
Mientras tanto, uno de los chicos mayores, se había llevado una botella de vino, porque sus padres ya le dejaban beber, pero luego iba dando de beber a todos los demás, por lo que le llamé la atención cuando vi que alguna de las nenas estaban ya mareadas, hasta que su abuelo se acercó y se lo recriminó, llevándose a una de las nenas que estaba más mareada con él:
—Ven a la cocina, que te voy a dar agua, a ver si se te pasa.
Como tardaba en volver, mi suegra fue a mirar y se lo encontró con la nena sentada encima de él y se la estaba follando, mientras la besaba. Mi suegra le dijo:
—No te aproveches de que la nena haya bebido para metérsela.
—Ni que fuera la primera vez, pero ya está bien ¿A que sí?
—Sí, abuela, ya se me pasó.
—Bueno, pues disfrútalo, cariño.
Con el suegro ocupado y como mi marido seguía entretenido con su hermana-hija, mi cuñado aprovechó para acercarse a mi hija y decirle algo al oído, para después llevarla por el pasillo a una de las habitaciones, por lo que fui detrás de él, y le dije:
—¡Oye!, ¿Dónde vas con la cría?
—Vamos a la habitación a divertirnos un poco.
Yo le miré con recelo y le dije:
—Bueno, un poco, pero no te la folles. Ya sabes que es virgen todavía y su padre no quiere que se la metan todavía.
Él puso mala cara, y entró con ella en la habitación, pero yo dejé la puerta abierta para ver lo que hacían.
La desnudó y empezó a besarla en la boca y por todo el cuerpo, hasta que le puso su polla en la boca para que se la chupara mientras él la masturbaba. Mi hija eso sabía hacerlo bien y al poco rato hizo que mi cuñado se corriera. Después se puso a chuparle el coño a la nena y hubo un momento en el que se incorporó y puso la polla entre sus piernas, por lo que parecía que quería metérsela, pero yo le paré y le dije:
—¡Eh! Déjala ya y búscate a otra para eso.
Él salió de la habitación protestando un poco, seguramente a buscar a otra de las crías que estuviera libre y que si pudiera follarse, mientras mi hija y yo salimos también de vuelta al salón y vimos que aquello ya se había convertido en una auténtica orgía, en la que incluso mi marido ya se había olvidado de su hija y estaba disfrutando con las hijas de su cuñado, haciendo lo mismo que él no había dejado con la suya.
Mi suegra, que estaba con uno de los nietos, me llamó para que pudiera probarlo yo también:
—¡Anda!, deja que te la meta el chaval, ya verás que delicia.
Yo me tumbé en el sofá y dejé que se pusiera encima para que me follara y de este modo ir introduciéndome completamente en este mundo incestuoso de mi familia.
Mientras tanto, mi hija andaba por allí un poco perdida y me di cuenta de que mi suegro se había acercado a ella y para evitar las miradas de los demás, se la llevó a otra de las habitaciones, y lo que pasó allí ya no pude verlo, pero al salir, mi hija me dijo muy contenta:
—Mamá, ya no soy virgen —gritó en voz alta.
Lo que escuchó mi marido, que un poco contrariado tuvo que aguantarse, porque con la polla metida en una de las primas de su hija, poco podía decir ya y mi cuñado me echó otra mirada de reproche por no haberle dejado a él ser el primero, cuando ya la tenía a punto.
Pero cuando se está teniendo sexo, todos los males son menos y se toman con mejor humor las contrariedades, hasta el punto de escuchar como mi hija me contaba el encuentro con su abuelo:
—¿Te dolió mucho, cariño?
—No, un poco al principio solo, porque la tiene muy gorda, jaja, pero después me dio mucho gusto.
—Tu abuelo tiene mucha experiencia en eso y sabe como hacerlo. Me alegro de que te haya gustado. Ahora podrás hacerlo con papá siempre que quieras.
Otro de mis cuñados, que estaba escuchándola, me dijo:
—¡Qué ricura! Espero tener mi turno con ella también…..
—Aquí todos tenéis vuestro turno, me parece a mí, mira a tu alrededor.
—Sí, ya veo, y no acabo de acostumbrarme. El haberme casado con Raquel y entrar en esta familia me parece un sueño.
—Cuando empezó a contarte como eran, alucinarías, igual que yo, jaja.
—Imagínate. No me lo podía creer, y al principio hasta me pareció mal, porque pensaba ¿con que clase de mujer estoy saliendo?…., que era la puta de toda la familia y encima le gustaba.
—Ya lo creo. Supongo que el que te cuente eso una mujer es más difícil de aceptar para un hombre, porque tienen que superar ese orgullo de macho, ¿no?
—Un poco si, es verdad, pero ¿sabes? Eso me sirvió a mí para ver las cosas de otra manera también, y ahora que tenemos hijos lo estoy viviendo, porque mi mujer me enseñó a compartir y a disfrutar sin los prejuicios y barreras morales que solemos tener.
—Está claro. A mí me pasó lo mismo y tuve que adaptarme y acostumbrarme a ver como mi marido se lo pasaba bien con la niña y como ella disfrutaba de todas esas cosas. Si hubiera visto algo de incomodidad en ella no lo habría aceptado, pero todo fue muy fácil y no podía decir nada.
—Te voy a contar algo…. Al principio de casarnos, tuvimos a una sobrina viviendo con nosotros una temporada, por problemas familiares que tenía. Era una niña y estaba en esa etapa de la curiosidad mezclada con inocencia que la hacía muy graciosa y espontánea por las preguntas que me hacía.
—Sí, es preciosa esa etapa. La mía está ahora en ella, pero como ella ya está iniciada no es tanto como tú dices, como esas otras niñas que empiezan ahora a descubrir lo que es el sexo.
—Claro, Mi sobrina tenía mucha confianza conmigo y mi mujer también ayudó mucho en lo que pasó.
—Me tienes intrigada, jaja ¿Qué pasó?
—Pues que ella escuchaba a las amigas hablar de cosas que no entendía muy bien. Me preguntaba que quera eso de chupar pollas que a los chicos les gustaba tanto. Imagínate, una cría preguntándome eso, me daba mucha ternura y me hacía gracia, pero también mucho morbo, porque ella quería que se lo explicara. Cuando mi mujer se lo empezó a decir, ella ponía una cara…, y decía, !qué asco!, jaja.
—Bueno, es normal, que va a saber ella…, pero luego bien que le gustaría.
—Está claro, pero al ver a la cría tan agobiada, mi mujer me dijo, ¿por qué no la enseñas tú?
—Imagínate como me quedé… Miré a la cría y ella me dijo muy decidida: Sí, tío, enséñame. Y yo le pregunté, ¿estás segura?… Y como insistió tanto, me bajé los pantalones y le enseñé la polla, que todavía no estaba dura, pero con unos toques se me puso firme ante la sorprendida mirada de mi sobrina.
—¡Buufff! Menuda situación más morbosa….
—Desde luego. Y menos mal que estaba mi mujer delante, que nos tranquilizó bastante a los dos. Me la lavé un poco primero para que no fuera algo desagradable para ella y le fui indicando como tenía que chupar y aunque al principio me pasaba la lengua por el glande con un poco de reparo, enseguida se animó y empezó a chupar con ganas, bajo las indicaciones de su tía también. Yo estaba en la gloria. Era la primera vez que una cría de esa edad me chupaba la polla y era como un sueño para mí.
—Esas primeras veces son increíbles. El morbo es insuperable y no se olvidan nunca.
—Así es. Yo no pude evitar correrme después de que ella estuviera un rato mamándome la polla, cada vez con más soltura. Aprendía rápido y cuando le eché la corrida en la boca se asustó un poco, pero ella también estaba excitada y al final le hizo gracia estar toda manchada de semen.
—Supongo que después de eso, ya no tendría ningún problema con los chicos, ¿no?
—Ya ves… Un día nos dijo que se la había chupado a un compañero de clase y que había flipado con ella, jaja.
—Es muy bueno que las niñas a esas edades tengan una buena autoestima y se dejen de inseguridades y complejos tontos, pero supongo que a tí seguiría chupándotela más veces….
—Pues sí, claro. Me decía que le gustaba más la mía que las de los chicos con los que estaba.
—Claro, no era tonta la niña, jaja.
—Pero la cosa no quedó ahí, porque ella cada vez quería más. Se volvió muy caliente y quería follar también, pero yo tenía miedo por su edad, aunque mi mujer, como siempre, nos ayudó otra vez….
—Es un encanto tu mujer.
—No lo sabes bien. Me ha tocado la lotería con ella. Teníamos a la niña en la cama con nosotros siempre y un día me dijo: Intenta a metérsela un poco, a ver que tal….
—Mi sobrina, sin miedo ninguno, se abrió de piernas para enseñarnos su rajita medio abierta ya, de tanto pajearla y chuparla, así que se la metí con mucho cuidado, mirando si se quejaba de algo, pero ella aguantó muy bien, y solo se quejó un poco cuando la desvirgué.
—Y luego a follar como una campeona —le dije.
—Pues sí, poco a poco empezó a soltarse. Yo la puse encima de mí, porque era más cómodo para ella y empezó a cabalgarme cada vez mejor, mientras yo la ayudaba a subir y bajar, hasta que ella parecía que estaba corriéndose continuamente, porque no paraba de gemir y yo no pude más tampoco y me corrí como pocas veces.
—Que maravilla. Tu sobrina tuvo la mejor iniciación con vosotros. Fue muy afortunada.
—Yo sí que fui afortunado. Poder follarme a una cría como esa siempre que quisiera, me tenía loco y agotado, porque a mi mujer también tenía que atenderla, ¡eh!
—Ya me imagino, claro, jaja.
—Lo malo es que ella estuvo solo un año en nuestra casa y luego volvió con sus padres, así que me lo perdí, pero luego vinieron los niños y vuelta a empezar, jaja.
—Y ahora con la familia también….
—Sí, aquí de fiesta todo el día. Es una locura todo esto….
Como decía mi cuñado, la fiesta continuaba en aquella casa. Después de ser desvirgada, todos quisieron probar a mi hija y los demás, con unos y otros, hasta que ya no pudimos más. Pero como ese tipo de reuniones eran habituales en esa familia, pues siempre las esperábamos con ganas, esperando las novedades que pudieran depararnos en cada ocasión.
A la vista de todo esto y de lo que explicaba al principio del relato, cada época tiene sus circunstancias y cada sociedad ve de forma diferente estos actos, según el momento. Ahora es algo que tiene que vivirse con discreción y cada uno tiene que atenerse a las consecuencias que conlleva y ser responsable de lo que hace o deja de hacer, aunque la fantasía y los sueños siempre serán libres de ser juzgados, o eso esperamos que siga siendo en el futuro.
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