Incesto apocalíptico
Un hijo y su padre tienen una tarea importante en el mundo después de la caída de la sociedad. Sus hermanas tal vez sean las últimas mujeres fértiles sobre la faz de la tierra.
El recuerdo más bello que guardo con mi padre es cuando me dijo “te voy a enseñar a preñar putas”. Me llevó a la habitación de mis hermanas y les ordenó ponerse de rodillas. Yo tenía 13, Cintia tenía 17, Cecilia 16 y Mara 14, de ellas, sólo la segunda estaba sin preñar. Las demás dejaban ver vientres redondos de 35 semanas y tetas enormes. Pero Cecilia no era virgen ni tampoco madre primeriza. Al igual que Cintia ya le había dado un hijo a papá. “Una boca más por alimentar es un pago justo por esos cuerpos hermosos que heredaron de su abuela” decía Padre.
Yo tenía prohibido interactuar mucho con ellas. Eran las mujeres de papá y así tenía que ser. Desde que el mundo se fue al carajo, uno de los mayores bienes son las mujeres fértiles. Son casi tan valiosas como el agua o los arboles frutales. Cuando Padre y su madre quedaron rodeados de guerra, enfermedades y desastres naturales, dieron rienda suelta a sus pasiones y nos tuvieron a nosotros cuatro en su refugio subterráneo llamado Hogar. Cuando las cosas se calmaron y el Juanelo se hizo llamar el Rey, se asombró de encontrarse con que Padre y su Madre, ahora esposa, eran capaces de tener hijos. Este señor de la guerra tomó a Madre para tener su propia progenie con ella y le dio una casa en un rancho a Padre como compensación. Desde entonces somos protegidos del monarca del yermo, pero Padre sigue sin olvidarlo. El único momento en que olvida sus planes de venganza es cuando toma a alguna de mis hermanas porque, según él, sólo tiene ojos para la familia y la venganza.
Todos tenemos un papel en esta nueva sociedad. Hay quienes labran la tierra, otros crían caballos, otros limpian el suelo de los terribles desperdicios tóxicos. El nuestro es reproducirnos. Cintia le ha dado a Padre tres hijos (Manuel, Sergio y Dalia), Cecilia sólo uno (Mónica) y Mara ningunos, esos sin contar los que la primera y la tercera gestaban en este momento. Y sin embargo no eran los únicos. Padre también preñaba a otras mujeres, esposas de los generales infértiles del Rey. Con el tiempo, estos medio hermanos míos se reproducirían con los hijos de mis hermanas y volverían a crear una sociedad fértil.
Y ahora yo debía hacer mi parte. Las tres sacaron mi verga del pantalón y una a una se acercaron para besarla. Papá les daba autorización para hacerlo. Los besos se convirtieron en lamidas y las caricias en vaivenes de mi prepucio. Comenzaron a mamar como las había visto hacer tantas veces a Padre. La mejor era Cintia por su mayor experiencia, pero las demás no lo hacían mal. Se turnaban y ocasiones se metían mis huevos a la boca para que la rigidez aumentara.
- ¿A cuál de todas elegirás? – preguntó Mara.
- Elígeme a mí. – dijo mi hermana Cecilia. – Estoy fértil.
Y dicho esto se acostó en el piso alfombrado y abrió las piernas.
- Recuerda hijo, métela y no la saques por completo. – dijo padre. Él ya me había explicado cómo se hacía, además de haberlo hecho con mis hermanas frente a mí miles de veces.
Me coloqué entre las piernas de mi hermana y comencé a masajear sus senos. Antes de su embarazo no eran tan grandes, pero ahora parecían estar a reventar de leche. Yo tenía prohibido beberla, esta era para su bebé y para el disfrute de papá. En ocasiones la vendía a los hombres del pueblo como supuesta medicina contra la esterilidad. Yo sólo negreaba esas tetas porque me gustaban y para que estuviera todavía más mojada de lo que ya estaba.
- Por favor ya cógeme – dijo Cecilia con la mayor de las cortesías con las que había sido criada.
Apreté sus tetas con fuerza y soltó un fritillo. No me gustaba recibir órdenes, ni siquiera con la cortesía que les enseñaron. Encaminé mi verga hacia su agujero húmedo y con ayuda de una mano de mis hermanas llegué al umbral de su carne.
- Dejarás de ser mi hermana y te convertirás en madre de mi hijo – le dije y empujé mi cadera hacia ella.
Cecilia soltó un gemido y mis hermanas aplaudieron. Se agacharon para besarla y restregarle las tetas en la cara. Jugaban a asfixiarla. Al abrir la boca le introducían una teta y no la dejaban gemir con mis embestidas. Lo hacía con fuerza y velocidad, pero era más riguroso de lo que esperaba. Su humedad aumentaba y yo sólo podía imaginarla panzona y sedienta de semen como cuando estuvo por tener a Mónica.
Padre asentía con aprobación. Su verga se había puesto dura también y se le notaba a través de los pantalones. Se los quitó sin que nos diéramos cuenta y se colocó detrás de Mara, quien ya se encontraba en cuatro.
- Pero papi. Yo también merezco que me cojas – dijo Cintia.
- Ya llegará tu turno hija. Ahora Mara necesita que le ensanche el hoyo si quiere que la coja más seguido.
Y acto seguido penetró a la pequeña Mara, quien en ese momento había estado sobre Cecilia. Gritó y gimió. No lo hizo con dolor, o tal vez lo disfrazó, sino que lo hizo sorprendida y encantada. Ver la enorme verga de papá entrando en ella era como meter un pie de adulto en un calcetín de niño. Parecía que la rompería en cualquier momento.
- Así hijo. Mira como lo hago. – y Padre comenzó a darle a Mara con ritmo, no velocidad.
Los ojos de Mara se pusieron en blanco y sus gemidos se intercalaban con los gritos de placer. Cecilia en cambio, parecía sólo gemir.
- Tal vez sólo necesita un poco de leche – dijo Cintia.
Y me acercó las tetas a la cara.
- Dicen que es milagrosa…- dijo Cecilia entre gemidos.
Y lo era. No sólo era deliciosa, sino que mis envestidas a Cecilia se sincronizaron a mis succiones a sus tetas. Cintia se colocó sobre Cecilia con las piernas abiertas sobre su cara y sus senos lactantes en mi boca. Yo sólo podía imitar el ritmo de mi boca y los gemidos ahogados de Cecilia me indicaban que estaba en la velocidad y fuerza correcta. Era un ritmo embriagante.
- Bebe despacio hermano – dijo Cintia – O te ahogarás.
Esas palabras tuvieron el efecto contrario. Quería más, aumenté la velocidad y la fuerza, pero no el ritmo. Succioné más rápido y embestía a mi Cecilia casi con descaro. Ella mamaba el coño de Cintia, el cual seguramente aun goteaba semen de nuestro Padre. Entré en trance, uno que sólo se puede alcanzar con el placer de el agujero fecundo de una mujer. Me emocionaba la idea de tener a mi hermana en un estado prohibido en otra época. Pensar que antes sería impensable poder poseerla a mi edad y con nuestro parentesco. Yo sólo podía pensar en el placer y en la posibilidad de criar a un hijo con ella. No… una hija. El fruto de este incesto apocalíptico sería una niña. Si tuviese un niño lo criaría como a cualquiera, pero una niña sería la princesa de todo, la futura madre de mis hijos justo como su madre. Todavía no preñaba a Cecilia y ya pensaba en nuestros nietos…
Por eso debía preñarla, poseerla, llenarla con mi leche tibia y salada. Mi hermana nacida de mi padre y de mi abuela-madre. Quien pensaría que el incesto sería lo que salvaría al mundo. Repoblaría al mundo con nuestra progenie fértil en vez de esos malditos de vientre estéril. Un bebé tras otro, uno a la vez. Mis hermanas pasarán el resto de su vida dándonos bebés y estos se seguirán reproduciendo hasta recuperar el mundo. Será nuestro mundo… nuestra sangre corriendo por todas partes.
Pero para que eso ocurra, primero debía correr mi propia leche.
Fue una explosión, una convulsión para Cecilia quien tuvo que apartar a nuestra hermana para gritar al mismo tiempo que yo. Mi verga se hinchó y soltó una tremenda cantidad de semen dentro de la fabrica de bebés de Cecilia. Hacía sólo un año que había tenido a Mónica y ahora mi esperma inundaba esa sagrada cavidad para fecundar una pequeña esfera que sólo el científico del Rey podía ver. Cintia también gritó. Mordí su teta con fuerza cuando llegó el momento y un chorro de leche salió por el aire.
Jadeante, no le di importancia a mi hermana mayor furiosa. Padre sólo reía y sacó su verga de Mara para dirigirse a Cintia para abofetearla y llevarla a la cama para follarla a ella también. Mara Estaba en el suelo, de costado, jadeante igual que Cecilia y yo. También quería dejarme caer sobre la alfombra, pero mi verga seguía dentro de esa hermosa mujer, ahora próxima madre de mis hijos.
- Tal vez no quede preñada hoy hermano. – dijo Cecilia con sus tetas subiendo y bajando – mañana antes del desayuno podríamos intentarlo otra vez y también después de nuestras labores en el campo… y cuando ya no esté fértil, podríamos seguir practicando.
- Eso depende de Padre – dije.
- Cógetela, ahora es tuya – dijo Padre sin voltearnos a ver. Él estaba haciendo gritar a Cintia de lo duro que la follaba.
- Entonces eres mi mujer ahora. – dije, observando su liso cabello castaño.
- No, ahora soy tu puta. – dijo antes de cerrar los ojos.
En el pórtico de nuestra casa había dos mecedoras, una para Padre y otra para Madre. Él debía tener unos 30 años, más o menos a mi edad la preñó. No dejaba a nadie sentar en la segunda, a menos que fuese una emergencia como el cansancio del embarazo en sus ultimas etapas. Esta vez me dejó sentarme a mí. Ambos, uno junto a otro teníamos las piernas abiertas y Cintia mamaba la verga de Padre y Cecilia la mía. Una delicia.
Después de venirnos, miramos el amanecer. Las tres chicas debían descansar un poco y prepararse para cuidar de sus hijos. Nosotros dormiríamos hasta tarde, a menos que ocurriese algo terrible y fuese necesaria nuestra ayuda.
- Soltaste una buena carga de leche hoy hijo – dijo Padre cuando las chicas se fueron – seguro la embarazaste.
- Si no lo intentaré mañana o pasado mañana. No me rendiré.
- Pero hazte un favor y no seas tan brusco con ellas. – dijo encendiendo un cigarro. El tabaco era uno de nuestros cultivos – Hacen nuestra comida y no es difícil encontrar veneno en estos días.
Asentí y me guardé la verga flácida. No resbalaba ni una gota sobrante. Papá las había entrenado bien.
- Le haré muchos hijos. – dije.
- Eso espero, aunque no debes sorprenderte si no pasa. No estamos hechos para embarazar a nuestros familiares así que no siempre ocurre. Y nada nos asegura que las próximas generaciones tengan problemas. 1 de 8 decían antes de que se fuera todo a la mierda. Alteraron a mamá para no heredar problemas genéticos, pero nadie asegura que se generen nuevos. Cuando la recuperemos, tú también la preñarás.
- ¿Aún puede tener hijos?
Se encogió de hombros.
- Quién sabe. Debe tener unos 47. Aunque no pueda tener hijos la seguiré follando, se lo prometí.
- Dicen que le ha dado al Rey nueve hijos.
- Y por eso se la quitaré. No hoy ni mañana, pero un día hijo, entraré a su maldito palacio y recuperaré a mi mujer, no importa que deba acabar con todos.
Quise decirle que no valía la pena, que era mejor seguir follando a mis hermanas y a las hijas que tuviese con ellas, pero no era posible. Él parecía obsesionado con ella. Madre, según él no era como las otras mujeres, no era una propiedad sino un milagro. Yo no podía entenderlo, pero debía respetarlo. Si él quería matarse buscando a su Madre, que lo haga. Yo tenía obligaciones en el rancho, como follar y engendrar más hasta enloquecer con los berridos de cientos de bebés. Si era necesario repoblar la tierra yo sólo, lo haría con mucho placer.
Estuvo muy buena tu historia, sigue que seguiré leyendo
Me hizo parar la pija q lindo seria vivir asi
Los otros me gustaron, pero este no. No es una situación agradable.