Javiera, mi sobrinita juguetona – Parte 2
En la oscuridad de la noche recibo una visita de mi sobrina, que no puede dormir por sus miedos nocturnos. ¿Será este el primero de muchos encuentros? .
Mi cuñada Marcela me había comentado un par de veces las cosas en las que había descubierto a Javiera haciendo cosas extrañas. Primero le encontraron en su celular una cuenta en Tinder, en la que tenía conversaciones con hombres adultos, y compartía fotos suyas desnudas y ellos le enviaban fotos de sus penes. Luego la descubrieron masturbándose, desnuda sobre la cama, y grabándose con el celular. Javiera había confesado que esos videos se los enviaba a hombres en Tinder, con una segunda cuenta que se había hecho. Eso había sido la gota que rebalsó el vaso. La castigaron, le quitaron su celular, y todo acceso a internet, salvo para hacer tareas y siempre con la vigilancia de su madre.
— Debe ser así por la ausencia de Pedro. -Decía Marcela, tratando de encontrar una explicación a las cosas que hacía. Pedro era su padre, el que desapareció a los 2 meses que Javiera naciera. Nadie en la familia tocaba el tema.
Javiera era una chica de 14 años, delgada, de piel blanca, pelo largo, castaño, ojos negros y grandes. Las hormonas habían hecho lo suyo, ya que su cuerpo había adquirido ciertas curvas. Sus senos estaban del porte de unos limoncitos, sus caderas estaban cada vez más prominentes, y hacían que su culo se viera más curvo. Tenia buenas nalgas, redonditas y firmes (o al menos eso se podía notar). Solía hacerse una trenza larga en su pelo, o de repente dos cachitos, típico en niñas de su edad. Era tímida. Siempre que reía se tapaba su boca con una mano, y pocas veces miraba a los ojos. Compartía lo mínimo en las conversas, era de perfil muy bajo. Todo esto contrastaba un montón con las cosas que ella hacía, y cuando me enteré de aquellas situaciones, comencé a verla con cierto morbo, ya que no podía sacarme de la cabeza la imagen de ella masturbándose encima de la cama, completamente desnuda, con sus piernas abiertas y la vagina goteando de excitación. Es por esto que cuando sentí su voz en la puerta aquella noche, mi pene se erectó inmediatamente, como si supiera lo que iba a pasar.
— ¿Tio? -Volvió a preguntar ella en la oscuridad.
— ¿Javiera? ¿Que pasa? -Pregunté desde la cama, simulando cierta ingenuidad.
— Tengo susto. Sentí algunos ruidos, y me da mucho miedo… ¿Puedo dormir contigo esta noche?
— Mmm… no se… -Dije en tono de falsa duda. -Podría ser, pero me tienes que prometer que te portarás bien.
Ella me miró desde la puerta, mientras tenía su mano en la boca, en un gesto inocente.
— Si, tio, me portaré bien.
— ¿Prometes hacer todo lo que te diga?
— Si tio.
— Bueno, venga y se acuesta -Abrí la cama, invitándola a acostarse a mi lado.
Ella entró al dormitorio, sin prender la luz. Un rayo de luz del pasillo alcanzó a entrar antes que ella cerrara la puerta. Pude ver que llevaba puesta una camisa de dormir rosada. Esta le llegaba hasta un poco más arriba de sus rodillas, y tenía su pelo tomado en una única trenza. Se acercó a la cama, y se acostó al lado mío boca arriba. Tomó la ropa de la cama y se tapó hasta el cuello. Me miró y sonrió pícaramente.
— Buenas noches, tío -Dijo, antes que se diera vuelta y me diera la espalda.
— Buenas noches linda.
Me quedé mirando el techo, mientras sentía su respiración a mi lado. La cama era relativamente pequeña, por lo que quedábamos un poco apretados. Podía sentir el calor de su cuerpo, y el olor a adolescente que desprendía me tenía a mil. De repente ella dijo:
— Ay tío, hace mucho calor… -Y acercó su colita más a mi lado. Levanté las sábanas y lo que vi me dejó sin palabras. Se había subido la camisa de dormir, y pude ver su culo redondito, blanquito, apuntando hacia mi, totalmente desnudo. No llevaba ropa interior. Tragué un poco de saliva, la impresión me había dejado bloqueado. Me puse de lado hacia ella, y comencé a deslizar mis dedos por su espalda hacia abajo, lentamente. Ella estaba inmóvil. Mis dedos llegaron a su culo, y los deslicé entre sus nalgas, sin llegar a entrar, solo entre ambos cachetitos. Tenía el culo blanco, redondo, casi perfecto, y el olor que podía sentir me volvía loco como a un animal. Con una mano le abrí el culito, y acerqué mi pelvis. Mi pene estaba debajo del boxer, pero aún así lo puse entremedio, estaba a punto de explotar. Podía notar el calorcito de su ano. Comencé a mover mi pelvis lentamente, sin quitarme mi ropa interior, haciendo fuerza contra su ano, simulando la penetración. Me acerqué a ver su cara y Javiera estaba con sus ojos cerrados, y el pulgar dentro de su boca, como una bebita durmiendo. La otra mano no se la vi, así que pensé que podría estar tocándose.
— Que linda que eres, Javi -Dije con palabras entrecortadas, mientras seguía con un suave vaivén pélvico. Mis manos recorrían la silueta de su cuerpo semi desnudo, desde sus hombros, pasando por su cintura y su culo delicioso.
— ¿De verdad lo cree? -Noté cierta pena en sus palabras.
— Obvio, eres hermosa.
— Mi mami dice que soy fea y que nadie me va a querer.
— Tu mamá está loca. Tienes un cuerpo que cualquier hombre desearía. -No podía creer que Marcela le hubiese dicho eso.
— ¿Usted me desea, tio? -Preguntó Javiera.
— Mucho, te deseo demasiado -Susurré, mientras la apretujaba en un abrazo apasionado. Mis manos subían por su vientre, debajo del camisón, y mi pene, duro como fierro, seguía deslizándose entre sus nalgas con el boxer de por medio.
— No le creo -Mientras decía esto, sacó la mano de su boca, y la bajó por debajo de la cama. Fue hasta mi boxer, metió sus dedos adentro, y me los bajó lo suficiente para que mi pene quedara expuesto. Estaba durísimo, ni siquiera yo mismo podía creer lo excitado que estaba. Con su manita, agarró firmemente mi fierro, me tiró el prepucio hacia atrás, y comenzó a pasarse mi glande entre sus nalguitas. Podía sentir como mi pene recorría su culo de arriba a abajo, sintiendo el calor entre sus carnes. Estaba tan caliente, que chorreaba líquido preseminal de manera impresionante, tanto así, que el movimiento de deslizar mi fierro hacía un sonido exquisito. Era como si me hubiese bañado en saliva mi verga. Me tenía en las nubes. Yo curvaba mi cuerpo hacía atrás, y mi pelvis hacia adelante, para que ella hiciera lo que quisiera con mi miembro. Una niña de 14 años me tenía a su merced. Entre tanto movimiento, decidí bajar la ropa de la cama, para ver de manera mejor su cuerpo y lo que me estaba haciendo. En la oscuridad de la habitación, poco a poco mis ojos se acostumbran y comenzaban a distinguir su suave y blanco cuerpo.
De un momento a otro, se llevó la mano descubierta a su nalga (al estar de lado en la cama, la otra mano la tenía bajo el cuerpo, flexionada, cerca de su cara), y me preguntó:
— ¿De verdad me encuentra linda? -Cuando terminó la pregunta, su mano agarró firmemente su pompis, y se la abrió, dejando totalmente visible su pequeño recto.
— Uff… Javi, te encuentro hermosa. -Tomé mi pene, le eché saliva con mi mano, y puse la cabeza sobre su anito, sin penetrar, preparándolo.
— Tu me gustas mucho, tío. -Giró su cabeza y me miró a los ojos.- Quiero hacerte esto toda la noche, porque me gustas.
Al terminar la frase, puso su mano en mi cintura, y lentamente fue empujando su colita hacia atrás, lo que hizo que mi pene entrara en su ano, todo esto mientras ella me miraba a los ojos y yo estaba quieto. Se comió todo mi miembro con su recto, sentía que estaba adentro de ella hasta la base de mi pene. Estaba en la gloria. Yo no hacía nada, y recibía un sexo anal como nunca. ¿Que más podía pedir?
Ella empezó a incrementar el ritmo. Se movía hacia adelante y hacia atrás, y mi verga entraba dentro de ella con una facilidad increíble. En ese momento no me preguntaba nada, sólo disfruté del momento. De vez en cuando me agarraba de la cintura fuerte, y de un solo empujón se metía todo mi falo dentro de ella. Podía sentir el calor de su interior, y como también sus carnes se iban abriendo cuando mi fierro se deslizaba por su canal rectal. El sonido de las penetraciones, de las carnes chocando, sonaban sin pudor en la habitación. Al igual que el sonido del aire que salía de su recto, cuando yo sacaba mi pene de dentro de ella y veía como su ano se quedaba abierto, para luego volver a entrar hasta el fondo sin control. De a poco fui ganando yo el control de la situación. Pasamos de recibir prácticamente una violación de ella, a follármela yo. Mi pene duro como roca, entraba y salía de ese pequeño culito, disfrutando cada penetración. De repente lo sacaba y le pegaba golpes en sus nalgas, que hacían eco dentro del dormitorio. La penetraba más y más fuerte, hasta que sentí que estaba cerca de eyacular. En ese momento la agarré de la cintura, y entraba lo más que podía dentro suyo, y salía, para entrar otra vez.
— ¿Quieres ser mi novia Javi? -Le dije al oido mientras ya casi llegaba a mi climax.
— Siii… tío… -Respondió entre susurros.
— ¿Para siempre? -El sonido de las penetraciones era cada vez más frenético, y sus quejidos también.
— Siii… mmmmm- Ella también estaba llegando al climax.
— Muevete, sobrinita. Muestrame cuanto me quieres. -Ordené.
Ella sin dudar, tomó mi cintura, e hizo unos movimientos circulares, mientras tenía todo mi pene adentro de ella. Entraba y salía por movimientos propios, como si estuviera sedienta de pene, como si fuera una salvaje que hacía 20 años no tenía sexo. En menos de 2 minutos, me hizo acabar.
— Voy a acabaaaaarrrr -Grité, y con un movimiento saque mi miembro de su hoyo, para acabar afuera. Pero ella lo tomo y volvió a metérselo, esta vez lo más profundo posible. Pude sentir sus entrañas en la punta de mi glande, mientras chorros y chorros de semen caliente invadían sus interiores, y seguía dándome fervientes sentones.
No lo podía creer. Mi sobrina Javiera, me había dado el mejor orgasmo de mi vida, y me había dejado sin aliento. Tuve que empujarla de mi pene, porque seguía metiéndoselo adentro, yo estaba muy sensible de ahí abajo, no podía más. Ella me abrazó y yo quedé boca arriba con los ojos cerrados. Ni siquiera hablamos. Caímos ambos en un profundo sueño.
Y así dormimos toda la noche.
Excelente relato.
Muy bueno