La aventura de Claudia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hadatimida.
Claudia acompañó al aeropuerto a Roberto que necesitaba salir en un viaje de negocios al cual no la podía llevar.. Aparcaron el carro y se dirigieron a la salida internacional. Una vez que su esposo hubo pasado por INTERPOL, ella esperó unos minutos y se regresó al estacionamiento para luego dirigirse a casa de Norma que había prometido enseñarle nuevas formas para gozar.
Espectante, tomó la calzada Aeropuerto para dirigirse al Pedregal de San Ángel, a la casa donde le dieran la despedida de soltera, consciente que iba a una nueva aventura. En el trayecto, aparcó (estacionó) el carro y tras asegurarse que no era seguida ni había alguien en los alrededores, procedió a quitarse los pantalones y pantaletas (cuadros, calzones) para reemplazarlos por unos minúsculos pantaloncillos, después desabrochó su brassier (sostén, ajustador) y tras asegurarse nuevamente de su soledad, procedió a quitárselos junto con la blusa para reemplazarlos por una también minúscula y ajustada playera (polera) que prácticamente sólo le tapaba el busto.
Tan pronto estuvo con su otra indumentaria volvió a enganchar primera para dirigirse lo antes posible a su destino.
Una vez en la puerta de la casa de su amiga, hizo sonar el claxon (bocina) y la puerta comenzó a abrirse para franquearle el paso. Avanzó hasta la cochera donde le esperaba sonriente Norma, que no pudo dejar de alabarla lo guapa que estaba, bromeando, de paso que ese par de senos no se le escaparían, estampándole de inmediato un gran beso en la boca que la recién llegada respondió de inmediato, fundiéndose ambas en un apasionado abrazo.
Una vez en el interior, después de un par de Margaritas, la invitó a ver La historia de O` en pantalla gigante. Mientras avanzaba el film, la anfitriona miraba disimuladamente a su amiga observando su reacción y notando de paso, lo erguido de los pezones. En uno de los tantos momentos calientes de la película, la detuvo y sin dale explicaciones, le dijo: "Permíteme. Ahorita regreso".
Efectivamente, al cabo de un instante, regresó con un bolso del cual extrajo una cuerda a la vez que le pedía quitarse la playera.
Claudia, gratamente sorprendida, le preguntó: "¡Tan pronto me vas a amarrar?"
– Al mal paso, dale prisa, respondió Norma, ¿O es que ahorita te piensas rajar? (arrepentir)
– Si este es mal paso, cuál sera el bueno, comentó la amiga, mientras se quedaba desnuda de la cintura para arriba, colocando sus manos decididamente en su espalda sintiendo casi de inmediato cómo la cuerda iba enlazando sus muñecas. Primero sintió como le aseguraba en forma vertical y después en forma horizontal. Una, dos, tres vueltas hacia arriba y otras tres hacia el lado para culminar en un nudo. Hizo un ademán como para soltarse, pero más que nada con la intención de asegurarse que le sería imposible hacerlo, así que le pidió a su amiga que si la pensaba privar le la vista, por favor terminaran de ver la primero la película.
La dueña de casa de dijo que sí, pero que eso le costaría alguna penitencia.
– Estoy ansiosa de llevar a cabo todas las penitencias, respondió la invitada.
– Como quieras, le respondió Norma, tomando nuevamente el bolso del cual sacó una cuerda con la que procedió a inmovilizarle los brazos a la altura de los codos.
Mientras lo hacía, la prisionera no pudo evitar el estremecimiento de su primer orgasmo de la jornada, mismo que no tenía desde su despedida de soltera.
Una vez que estuvo lo suficientemente sujeta, reanudó la película sentándose junto a su prisionera y comenzando a acariciarle la vagina por encima del pantaloncillo hasta provocarle el siguiente orgasmo, procediendo después a acariciarle los senos.
Claudia, a todo esto, es retorcía Y jadeaba de lo excitada que estaba. Norma, silenciosa, la seguía acariciando en diversas partes de su cuerpo mientras su amiga le rogaba que la acabase de desnudar y que por favor la torturara, transcurriendo entre ruegos y caricias casi todo el resto de la película, mientras la invitada perdía la cuenta de los orgasmos habidos.
Cuando estaba por terminar el film, la anfitriona detuvo nuevamente la proyección, procedió a quitarle el pantaloncillo y amarrarle los pies, primero por los tobillos, después a la altura de las rodillas y finalmente en los muslos, de tal manera que le quedaba una movilidad prácticamente nula, después comenzó a desnudarse lentamente frente a su amiga mientras ésta le pedía que no la torturase más de esa manera y que terminaran la película, pero Norma sólo se limitó a recoger todas las prendas de vestir comentando que las llevaría a la recámara para que no estuviesen desordenadas, mientras la prisionera únicamente atinaba a decir "por favor, por favor…", a la vez que los jugos de sus orgasmos la tenían completamente empapada.
Cuando regresó Norma, continuó la tortura sicológica colocándose frente a su amiga e iniciando una masturbación a la vez que le decía: "Mírame. ¿Te gusta como me masturbo? Es delicioso, ¿No te dan ganas de tocarme?.
– Síííí, respondió Eugenia, con un hilo de voz.
– Entonces debes alcanzarme, le respondió la dueña de casa.
La prisionera se deslizó como pudo del sillón hasta quedar en el suelo. Una vez ahí comenzó a raptar como pudo hacia su anfitriona. Cuando casi había llegado donde ella, ésta se retiró dejando nuevamente un trecho entre ambas, repitiendo la operación unas dos o tres veces más.
Como nunca la logró alcanzar, le dijo: "Eres demasiado perezosa para moverte. Debo enseñarte a actuar más rápido.
Acto seguido, sacó un látigo y con gran maestría se lo comenzó a estrellar en diversas partes del cuerpo mientras le decía: Ándale, bésame los pies. Apúrate esclava.
Finalmente se detuvo y le ofreció uno de sus pies para que lograra besarle los dedos, pero levemente retirado de la boca de tal manera que Claudia debiese hacer un esfuerzo adicional para lograr alcanzarlos.
Cuando le hubo besado los dedos, le dijo: "Sigues siendo muy lenta. Necesitas un castigo mayor para que aprendas.
Dicho lo anterior, se acercó y procedió a desatarle los pies y las piernas ante los reclamos de la prisionera de que por qué lo hacía, a lo que la dueña de casa se limitó a decirle que ella sabía lo que hacía.
Una vez que le hubo dejado libres las piernas sacó una cadena que se abría en dos a ambos extremos, los cuales estaban coronados por sendas pinzas para los pezones y los labios vaginales.
Tan pronto se los hubo colocado, le ordenó levantarse causándole un dolor adicional porque la extensión no le permitía erguirse completamente, de tal manera que debía permanecer levemente agachada, por lo que, para obligarla a estirarse, con una de las cuerdas con que le amarró las piernas, la pasó entre las ligaduras de las muñecas atando cada extremo a la altura cada uno de los tobillos dando la vuelta por la planta de cada pie, de tal manera que al pararse sobre ellas le causaba un dolor adicional, entonces agragaba otro sufrimiento: La cadena tirando de sus pezones obligándola a tratar de estar agachada, la cuerda que por una parte la obligaba a erguirse y por otra le causaba un dolor adicional al estar de pie.
Claudia no pudo evitar las lágrimas por los dolores. Al deparar en eso, Norma le preguntó si quería que la soltara, a lo cual le respondió que no, que por favor siguiera, que si en algún momento quería que parara le avisaría.
Basada en esa respuesta, la anfitriona le dijo que la llevaría a dar un paseo, procediendo a colocar la otra cuerda con la que le había amarrado las piernas asegurándola en el nudo donde se juntaban las cadenas y tapándole posteriormente la vista.
La invitada se sobresaltó diciéndole que los sirvientes las verían desnudas, a lo que Norma le respondió que no se metían en la casa a menos que ella les llamara y además sólo tenía sirvientas mujeres que estaban acostumbradas a verla desnuda e incluso en más de una ocasión habían participado en sus orgías. Dicho esto, comenzó a jalar (tirar) de la cuerda dando un paseo que a la prisionera le pareció interminable.
Al fin se detuvieron y la dueña de casa procedió a quitarle la venda, apareciendo ante los ojos de la invitada una habitación con todas las paredes acolchadas, las dos barras en que fue atada en la despedida soltera. en uno de los muros un estante con la más extensa variedad de instrumentos para practicar el sadomasoquismo, en un rincón un potro de tortura y en otro una especie de cama elástica con cuatro esposas a fin de poder sujetar de pies y manos a quien estuviese ahí.
Norma jaló a su amiga hasta este último lugar diciéndole que allí recibiría la última tortura. Le quitó las pinzas, procedió a soltarle la soga que torturaba sus pies y liberarle parcialmente los brazos y no las muñecas para que pudiese subir a la cama con dificultad mientras le daba con una fusta para que se apurase. Una vez que estuvo subida, le soltó las muñecas, Claudia se las sobó brevemente procediendo a acomodarse de inmediato en posición de X para que su amiga pudiese a asirle los pies por los tobillos para dejale las piernas abiertas y repetir la misma oeración con los brazos Una vez que la hubo asegurado, Norma se recostó junto a ella y comenzó a acariciarla con la desesperación de la invitada al no poder responder de las caricias, aunque terminaron ambas en un fogoso 69.
La anfitriona se volvió a recostar a su lado y le estampó un gran beso en la boca, preguntándole después si le había gustado, a lo que Claudia respondió que sí, pero que le gustaría probar el potro y volver a ser azotada, igual como lo hicieron en su despedida de soltera.
– ¿Cuál de las dos cosas quieres primero? Le preguntó.
– Los azotes. Unos veinte, con el gato de nueve colas, estaría bien, nada más que tápame la vista.
– Ok. Te los taparé de inmediato para que sea más excitante y te mantendré vendada hasta que te baje del potro.
– Mejor. Procede de una vez.
Norma cogió la venda con la que había mantenido vendada a su amiga y se la volvió a colocar, posteriormente la soltó y la condujo hasta las barras donde procedió a atarla. Tan pronto la tuvo sujeta fue a buscar el gato de nueve colas para comenzar la sesión.
Uno a uno fueron cayendo los azotes en diversas partes del cuerpo de Claudia, mientras los contaba… uno, dos , tres, cuatro… y así hasta llegar a veinte.
Norma, intencionalmente, no la soltó, sino que fue a colocar el "gato" a su lugar y aprovechó de coger esposas para los pies y las muñecas.
Cuando estuvo junto a su amiga, le soltó los pies y le colocó las esposas destinadas a esa parte del cuerpo.
Al sentir Claudia lo que hacía su anfitriona, bromeó dieciéndole que esa sorpresa no se la esperaba.
Así entre broma y broma, Norma le soltó los brazos para esposárselos atrás de la espalda asiéndola posteriormente del vello púbico para guiarla por donde caminaba.
Tan pronto se detuvieron junto al potro, la invitada le reclamó otro beso. pero esta vez suelta de pies y manos para poder sentir el cuerpo de su amiga en toda su intensidad, aunque no le destapara los ojos.
Ambas se volvieron a fundir en un gran beso y abrazo, tal como fue al principio, nada más que ahora completamente desnudas.
Así estuvieron bastante rato hasta que Claudia le dijo a Norma que era hora de subir al potro.
Se dieron el útimo beso y la dueña de casa la ayudó a acomodarse en este aparato.
Al igual que en la cama elástica, la visitante buscó los lugares para que le aprisionaran los tobillos y cuando estuvo lista, subió los brazos para que le hicieran lo mismo.
Una vez asegurada, la dueña de casa comenzó a girar lentamente la rueda que estiraba las cuerdas, y tan pronto la tuvo lo suficientemente tensa comenzó a mezclar cosquillas con caricias provocando una y otra vez orgasmos de la prisionera.
Claudia estaba disfrutando de esta última torrura cuando su amiga se detuvo y le colocó una mordaza, pero esta vez, en lugar de ser dos manos, sintió sobresaltada que fueron cuatro, y las dos manos adicionales enfundadas en gusntes de látex, aunque por el tamaño pudo adivinar que eran de un hombre. Inmediatamente se le pasó toda la excitación y comenzó a tratar de gritar, pero le fue imposible debido a la mordaza, pero al cabo de unos segundos que le parecieron siglos, las manos enguantadas en látex le destaparon la vista dándole una sorpresa inmensa al percatarse que era Roberto, su esposo, que sonriente la saludó con un "Hola", mientras junto a él se encontraba Norma envuelta en una bata de seda con dibujos de dragones.
Lógicamente Claudia no pudo dejar de preguntarle que qué hacía ahí, si acaso no se había ido, a lo que Roberto le respondió que si acaso había olvidado toda la gente que conocía en el aeropuerto Benito Juárez, por lo tanto no había ningún problema en ocultarse unos minutos dentro de la sala de espera para luego volver a salir y de ahí dirigirse a la casa de su amiga.
A partir de ese instante las relaciones del matrimonio fueron mucho más intensas pues Claudia ya no necesitó ocultar su tendencia masoquista a la que frecuentemente incluían a alguna amiga y, con el beneplácito de su esposo, cada vez que podía se iba donde su amiga Norma a gozar con la mazmorra.
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