LA BELLA DURMIENTE INCESTUOSA PARTE 1
Versión erótica del cuento de la bella durmiente donde el rey al no estar satisfecho sexualmente con la Reyna, empieza a tener sexo con la princesa, antes de caer dormida por la maldicion de la gitana. .
LA BELLA DURMIENTE, INCESTUOSA…
EN ESTE PRIMERA ENTREGA, SE DETALLAN LOS ANTECEDENTESDE COMO FUE CONCEBIDA LA PRINCESA.. EL LA SEGUNDA PARTE LA VIDA INCESTUOSA DEL REY CON LA PRINCESA Y EN LA TRCERA PARTE COMO LA PRINCESA CAE DORMIDA POR LA MALDICION Y COMO SU ENAMORADO SE LA COGE POR VARIOS DIAS HASTA QUE DESPIERTA…
Nos han contado historias sobre algún lugar lejano, habitado por seres que maravillarían a los más grandes sabios, en el que existía un lujoso castillo capaz de embelesar a quien lo viera. Se nos ha contado que en ese castillo habitaba un Rey benévolo y piadoso, al que sus plebeyos admiraban y servían con efusión; pero no todo lo nos han contado ha logrado convencernos. Tal vez aquellos que posean una grácil imaginación puedan creer en hadas y duendes que nos brindan su ayuda desde los rincones que escapan de nuestra vista; sin embargo puede que les cueste más creer en un Rey justo, honesto y solidario, que sea capaz de hincar una rodilla en el suelo y colocarse a la altura de sus siervos.
Este Rey en particular distaba mucho de lo que las leyendas nos contaban, o pretendían hacernos creer. Su mayor anhelo era noble, tan sólo quería tener un hijo que continuara con su legado; pero ofuscado por los fracasos como semental, merodeaba por sus dominios descargando su ira a quien se cruzara a su paso. Espaldas se arquearon bajo el agudo latigazo de una fusta; mozos y cocineros tuvieron que arrodillarse e ingerir los platos preparados directamente desde el suelo; siervas se lamentaron de sus errores y los pagaron con pellizcos en los pezones y tirones en el cabello. Tan solo una persona en todo el reino escapa be los abusos de este Rey poco benévolo, su amada Reina, la mujer que había elegido para que durmiera en su lecho.
“Si un hijo es lo que quieres, amado Rey mío, tendrás que montarme como un hombre y dejar tu fruto sagrado dentro de mi vientre”, le decía su amada esposa. El Rey podía blandir una fusta, podía dar patadas en las costillas de sus mozos y podía dejar morados los pezones de sus sirvientas; pero levantar lo que le colgaba entre las piernas escapaba a sus posibilidades. La Reina lo había intentado por todos los medios: utilizó sus manos con destreza; le brindó la húmeda calidez de su propia boca; recurrió a las siervas más jóvenes y bellas, las desnudo ante su Rey y lo invitó a compartir su lecho con ellas. Él amaba ver a su Reina desnuda entre otras mujeres, y que cada una de ellas le diera placer usando su lengua. Ella gozaba de sus propias ocurrencias a pesar de que éstas no dieran frutos; pero las desilusiones se fueron acumulando y su amado perdía las esperanzas.
La tragedia que al Rey acontecía llegó hasta los oídos de un alma bondadosa. Una anciana que conocía los secretos de las plantas y hierbas y con ellas elaboraba fuertes pócimas. Le ofreció algunos frascos a su Reina, le aseguró que si su adorado bebía de alguna de esas pequeñas botellas, su virilidad renacería. La Reina se deshizo en agradecimientos y rogó porque le ponga un precio a aquellos milagros brebajes; pero la anciana aseguró que ver a su Rey feliz era el mejor pago que podía recibir, explicando con esto, de forma sutil, que sólo pretendía que finalizaran los abusos de ese malnacido.
Esa misma noche, la Reina esperó a su amado sin ropa alguna que cubra su esbelto cuerpo, ésta la miró como quien mira a una cabra que está parada en lo alto de una roca solitaria; apetitosa pero inalcanzable. Su esposa se le acercó con galantería y le ofreció una de las pequeñas botellas de rojizo brebaje que había obtenido de la anciana. “Bebe esto, amor mío, y serás un verdadero macho cabrío”. Asombrado y esperanzado, el Rey bebió hasta la última gota. El efecto no se hizo esperar, un olvidado palpitar se apoderó de su entrepierna, se despojó de su vestimenta como quien se despoja de las cadenas que lo hacían prisionero. Por primera vez en mucho tiempo vio su masculinidad erguida y una libidinosa sensación se apoderó de todo su cuerpo.
Poseyó a su Reina en cuanto la arrojó en la cama. Ella lo esperaba húmeda, con la vagina ya dilatada. “Llena mi vientre, corazón mío, llenalo y seremos tan felices como aquellos que se jactan de comer perdices”. El Rey pudo recordar lo que era el verdadero poder, el poder de poseer a una dama y hacerla gritar de placer. Los alaridos de gozo de la Reina resonaron en todo el castillo, esa noche los mozos también festejaron y muchas sirvientas fueron felizmente poseídas. El rígido garrote del Rey se movió libremente en esa funda femenina, la enterró hasta donde sus testículos se lo permitían y descargó dentro hasta la última gota de ese blanquecino y espeso líquido que tanto tiempo llevaba acumulándose sin encontrar una salida. La bella Reina gozó de la calidez que estos jugos le proporcionaron, tuvo la certeza de que esta vez lo conseguirían, tendrían ese hijo que tanto tiempo habían deseado.
A pesar de su inmensa satisfacción, la lujuriosa sed del Rey no había cesado. Penetró una vez más a su Reina y ella con lo recibió con la misma algarabía de la vez anterior. Las acometidas de ese macho cabrío fueron tan decididas y firmes como lo habían sido en los mejores años de su juventud. Las piernas de la Reina se sacudían en el aire como si estuvieran saludando a la providencia que le prometía que día siguiente todo el reino conocería a un verdadero Rey benévolo.
Todo parecía perfecto, pero la Reina descubrió que cada brebaje, por bueno que sea, viene con algún efecto secundario. La lujuria de su Rey parecía no tener fin, una y otra vez la tomó como mujer y cuando su vagina ya le dolía, éste la hizo voltear boca abajo. En cuanto ella conoció las verdaderas intenciones del hombre, que hincaba con su miembro aquel hueco indebido le dijo: “Amor mío, por allí no se hacen los hijos”, a lo que él contestó: “Por aquí lo hacen las putas, y tú serás la mía”.
El Rey no desistió ante las negaciones de ese pequeño agujerito, lo forzó y lubricó hasta que su amada conoció lo que se sentía al ser penetrada como una puta. Nada pudo hacer ante la fuerza de su hombre, cedió su trasero e intentó olvidarse del dolor. Tantas acometidas fueron abriendo la senda del placer y llegó a tal punto que ella misma pudo disfrutar a la par de su Rey. No importaba lo que él dijera ni por dónde se la metiera, ella seguía siendo una Reina y como tal merecía disfrutar de estos placeres prohibidos… es más, de haberlo sabido antes, los hubiera exigido.
Las velas que alumbraban su noche de amor se fueron derritiendo, en cuanto el Rey se dio por satisfecho, retiró su lanza del ano de su mujer y admiró su obra: “Por allí cabría toda la botella del brebaje que me has dado de beber”, le dijo, y antes de caer en el mundo de los sueños, le demostró a su adorada que estaba en lo cierto.
La algarabía se apoderó de todo el reino cuando se anunció que la Reina estaba en cinta, esto trajo regocijo a todos por igual ya que entre susurros se anunciaba que los crueles abusos del Rey terminarían. Veinte semanas pasaron desde la gesta y el Rey decidió organizar una ostentosa fiesta. Invitó a las duquesas más hermosas y a los duques más poderosos y acaudalados de su reino y alrededores. Al castillo también concurrieron trece gitanas, escogidas las más jóvenes y bellas, que serían las encargadas de predecir el futuro de la hija no nacida del Rey y la Reina.
El banquete dio inicio, hubo cordero, cerdo y la Reina pidió explícitamente que quería cenar perdiz. Vino del mejor llenó copas a raudales. Canciones y versos de juglares alegraron la mesa. Cada quien ofreció valiosos regalos, hubo joyas, mantas bordadas con hilo de oro y un gran espejo traído de tierras lejanas que llamó la atención de quienes querían ver por primera vez sus rostros; pero el duque que trajo este preciado regalo afirmó que en ese espejo solamente se vería ilustrado el rostro de la hija de los reyes, estuvieron de acuerdo con esto y nadie miró allí su propio reflejo.
Todos sonreían y brindaban por el vientre de la Reina.
El Rey, quien había bebido hasta el hartazgo, quiso mostrarle a su selecto grupo de invitados la obra que tanto lo enorgullecía. Hizo poner de pie a su amada, acarició su redonda panza y le pidió a los presentes que prestaran atención, acto seguido desnudó por completo a la Reina, mostrándola en toda su desnudez, su barriga redondeada descansaba sobre un colchón de vellos dorados. Al principio ella sintió pena, pero luego el orgullo la consumió, todos aclamaban su belleza y la felicitaban, el Rey invitó a cada uno de los duques a acariciar el vientre su esposa, ellos habían bebido tanto como el propio Rey y más de uno se tomó el atrevimiento de sentir bajo sus dedos el jugoso gajo que la Reina tenía entre las piernas. Que acaudalados duques la tocaran sólo le provocaba algarabía, todos eran poderosos y tenían ejércitos a sus pies; pero ninguno estaba por encima de ella.
Sin que nadie se percatara de ello, el Rey bebió de una pequeña botella que guardaba entre su ropa. Bastó solo con ver como acariciaban a su adorada para que el monstruo viril que dormía en su entrepierna despertara. Se despojó de su capa y el resto de su ropaje y mostró orgulloso a todos sus invitados, su erguido miembro viril de excelentes proporciones, de más de 23 cms. blandió su arma por los aires, retrajo la piel dejando la cabeza del miembro a la vista. A más de dos duquesas y varias doncellas se les hizo agua la boca al contemplar aquella arma real y vociferó “ Con esta espada metiéndola día y noche, en la vaina de mi querida esposa, hice este magnífico trabajo, (tocando el vientre abultado de la Reyna), y cuando ya estuvo lleno, esta bestia insaciable, moviendo su verga, tuvo que encontrar otra cueva, más pequeñita aún, y por lo tanto que me brindaba mayor placer( diciendo esto, volteo a la Reyna de espaldas a sus invitados y descaradamente le agarraba las nalgas) para seguir descargándose todas las noches, a partir de que su alteza, la Reyna, quedo preñada¨… Esta revelación pública de practicar todas las noches, el sexo anal, puso en erección más de diez vergas de duques y condes, quienes ya alcoholizados y teniendo a la vista desnuda a la Reyna y varios de ellos, tocándole la rajada, se imaginaron, lo que solamente se podía hacer con las putas del reino: darle por el culo a la mujer más poderosa de esas tierras. El rey prosiguió: «En honor al hijo que mi esposa espera les mostraré la fuerza de mi lanza y pondré fin a la inocencia”. Acto seguido tomó del brazo a una joven y hermosa sierva, una jovencita, casi niña de 14 añitos, que lo miró con sus ojos color canela presa del miedo, pero no se opuso a los designios de su emperador. Éste le arrancó toda la blanca ropa, mostrando un cuerpo casi infantil, tierno y esbelto que sólo poseen aquellas mujeres que han visto apenas catorce primaveras. Introdujo sus dedos por la femenina cavidad de la joven para cerciorarse que nadie la había invadido, en cuanto estuvo seguro de esto, la colocó sobre una mesa, donde cenaban sus invitados, con su boca chupo aquella almejita virginal, hasta arrancar grititos de placer a la adolescente y viéndola ya excitada tomo su arma en su mano y la desvirgo sobre la mesa a escasos centímetros de sus invitados, quienes no perdían detalle de esta iniciación sexual pública .
Todos aplaudieron y rieron, hasta la Reina se sintió honrada ya que no había sido olvidada, el ambiente estaba cargado de sexo y erotismo, y había muchos dedos que se atrevían a penetrarla. Su Rey embistió a la bella joven con tanto ímpetu que la hizo gritar, pero aquellos que conocían de los placeres carnales supieron que no eran gritos de dolor, sino de puro placer. Los diminutos pechos de la adolescente se sacudieron al ritmo de su cuerpo. Recibió a su Rey con orgullo, ya que esa era la misma verga que se metía por el cuerpo de la Reina.
Mientras se deleitaba con la tierna carne de la sierva el Rey se dirigió a un mozo joven y vigoroso “Tú, muchacho, métesela a la Reina, y hazlo bien si no quieres que te corte la cabeza”. El sirviente sólo mostró desconcierto, no supo qué hacer, pero no quería ver su cabeza rodar ante el filo de un hacha, por lo que dejó de lado su vergüenza y se desnudó ante todas las miradas atentas. La Reina quiso negarse, pero no quería ir en contra de su Rey, desacreditarlo frente a sus vasallos más poderosos sería lo mismo que la traición. Con mucha educación y cortesía el mozo le pidió que se sentara en un cómodo y tupido sillón, luego tomó sus piernas y le clavó su gruesa estaca ante los vítores de los duques y duquesas. La humillación se hizo presente en los pensamientos de la Reina, ya no era un hombre poderoso quien invadía su cuerpo, sino el prescindible hijo de un porquero; pero poco a poco fue notando que cada una de las embestidas del muchacho equivalía a cuatro de su esposo. Era como follar con un toro. Entonces comprendió la Reina que su problema no era que él se la metiera, sino tener que estar debajo. Le ordenó al muchacho que se retirara, le dijo que ella era quien debía montarlo. Intercambiaron lugares y la Reina volvió a meterse ese duro falo entre las piernas.
Los duques y duquesas no querían quedarse afuera de la fiesta. Uno a uno fue quedando tan desnudos como el Rey y la Reyna y dieron rienda suelta a su lujuria. “¡Que nadie toque a las gitanas!” ordenó el Rey con su estruendosa voz, “Yo mismo les daré, a cada una de ellas, toda mi virilidad, para que traigan a mí, a mi familia y a mi reino, predicciones favorables”. Palabras de aliento llegaron a los oídos del supremo cuando dejó de lado a la ya saciada jovencita de pechos dulces y tiernos para poseer a la primera de esas hermosas gitanas. Para ellas era todo un placer ser montadas por un Rey, no por cuestiones de orgullo u honor, sino que creían que alguna de ellas podría correr la suerte de quedar preñada y luego pedir retribución al Rey por estar criando en secreto uno de sus bastardos. Al ser penetrada, la primera, llevó al cielo agudos gritos de placer, exagerando la habilidad del Rey, quien honrado le dio con todas su fuerzas.
Para la Reina también hubo deleite en exceso. Un ebrio duque le ofreció su duro tronco y ella, con regodeo, lo introdujo en su boca y le demostró a ese hombre de lo que era capaz una buena soberana. Si su Rey pretendía poseer a cada una de las gitanas, entonces ella se saciaría con cada uno de los duques. Exigió que uno la penetrara por el culo, algo que parecía impropio de una reina; pero que ella gozó incluso aún más que con la verga de su marido. Tuvo llenos sus tres orificios con todos los instrumentos masculinos de los asistentes que se le acercaban y a medida que los duques eyaculaban, iba pidiendo a las duquesas que la limpiaran. Ellas usaban sus lenguas sobre la panochita de su ama, sorbían cada gota de esperma con pasión. El jolgorio era tal que nadie se percató que el Rey había agotado todas sus fuerzas hasta que una de las gitanas se quejó.
Las miradas fueron acaparadas por la gitana que maldecía. Le pedía al Rey que despertara nuevamente su hombría, ya que ella esperaba, desnuda y con las piernas abiertas, a ser poseída. El soberano afirmó que ya no tenía energía para continuar, había saciado a doce de las gitanas más hermosas que deambulaban por su reino, y había vaciado sus testículos en la vagina de la doceava. “¡No seré la única que se quede sin ser montada!”, bramó la muchacha; pero nadie hacía caso a sus quejas, las burlas hicieron mella en su orgullo. “Si quieres llevarte algo de la blanca leche del Rey, puedes beber de la que sale entre mis piernas”, dijo la doceava gitana tomando de la cabeza a su compañera y obligándola a pegar la boca contra su almeja.
La ofendida gitana se repuso, con la cara salpicada por el espeso semen del Rey y fue allí cuando tramó su venganza. Buscó sus pertenencias en el suelo, extrajo de los infinitos bolsillos de su vestido lo más extraños utensilios e ingredientes, los distribuyó sobre la mesa y tomó parte del esperma del soberano y lo mezcló con los objetos extraídos. Algunos contarían luego que oyeron voces tenebrosas, otros afirmarían que todo se puso negro, hasta habría quienes jurarían que pudieron rostros endemoniados flotando en el aire, las versiones variaría; pero todos estarían de acuerdo al repetir la sentencia dictada por la gitana. “Cuando se haga mujer, tu hija, porque hembra será, se pinchará un dedo con el huso de un hilar y caerá muerta en el acto”. En el reino se decía que una niña se hacía mujer cuando tenía su primera menstruación, es decir cuando ya, biológicamente está capacitada para tener hijos. A continuación la colérica mujer recogió su ropa y se marchó en busca de algún hombre que fuera capaz de quitarle el calor que invadía su cuerpo.
CONTINUARA…
Excitante versión erótica!!! Gracias!
Gracias amigo, por favor lee la segunda parte, donde se narra como el rey goza de su pequeña niñita.. Y la tercera donde después de caer dormida por la maldición, un duque la encuentra y todos los días se la coge, así dormidita por muchos años…