LA BELLA DURMIENTE INCESTUOSA PARTE 3
VERSION EROTICA INCESTUOSA DEL CUENTO LA BELLA DURMIENTE.
Una fatídica tarde en la que la princesa Talía vagaba por el inmenso castillo, halló una puerta que hasta entonces había pasado desapercibida. Se preguntó que habría dentro, al asomarse vio penumbras y una pálida luz de vela alumbraba a una dulce viejecita. La princesa la saludó con cortesía y le preguntó qué estaba haciendo sola en aquel húmedo y abandonado cuarto, “Estoy hilando, querida mía”, le respondió la dulce viejecita. “¿Qué es eso que llamas hilar?”, preguntó Talía dejándose llevar por la curiosidad. “Acércate, dulce princesa, permíteme mostraste las maravillas que se pueden hacer con una hiladora”. La muchacha se acercó, ignorando que aquella que se hacía pasar por una dulce anciana no era otra que la gitana que había puesto una cruel sentencia en su destino. En cuanto la princesa tocó la hiladora, una aguja le pinchó el índice y se desvaneció al instante, sin tener tiempo siquiera de comprender lo que le había ocurrido.
Thalía cayó en el más profundo de los sueños, llevándose a todos los que habitaban en el castillo con ella. Una sierva que barría cayó con todo el peso de su cuerpo, inerte sobre la escoba. Las aves que volaban por los límites de la fortaleza se precipitaron hacia el suelo. Perros, puercos, corderos y ganado, nadie era inmune a tan poderoso encantamiento. La Reina, quien gozaba una vez más, al ser montada por su amado soberano, también cayó rendida y su esposo ensartado en ella, también. El castillo se sumió en silencio y todo quedó inerte; pero la única que dormía era la princesa Talía.
Mientras los incontables cadáveres se pudrían, una inmensa muralla de rosas y espinas comenzó a crecer alrededor del castillo. En un principio nadie quiso acercarse a él, por temor a la maldición que había exterminado a todos los que lo habitaba, pero cincuenta años después ni el más intrépido de los caballeros podía abrirse paso entre tan espesa maraña de espinas. “Es el castillo más hermoso del mundo, pero también el más peligroso”, afirmaban quienes contaban su leyenda.
Jóvenes arrogantes, seducidos por hipotéticas riquezas, intentaron invadirlo. Los primeros pasos eran sencillos ya que las rosas eran engañosas. Aguardaban pacientemente hasta que sus víctimas se adentraban tanto que les resultaba imposible regresar. El cerco de espinas parecía volver a cerrarse detrás, pero la verdad era que cada uno de los que entraba se sumía en una desesperación tan profunda que perdía el sentido de la orientación, llegaban a los sitios donde la vegetación era tan espesa que los dejaba naufragando en la oscuridad. Terminaban enloqueciendo por la inmensa cantidad de espinas que rasgaban sus cuerpos, la sangre les brotaba sin darles descanso. Ninguno de los que ingresaba volvía a encontrar la salida y eran llorados por aquellos que los habían alentado.
Un agradable día de primavera, Sir Tomas, un acaudalado señor, viajaba solo a caballo, explorando las tierras que circundaban al castillo con la esperanza de encontrar quien se las vendiera. Creyó que sus ojos lo engañaban cuando vio tan inmensa construcción rodeada de rosas y espinas. Todo era verde y rojo y olía como debería oler la vagina de las hadas. Un grito de agonía arrancó de sus ensoñaciones al Sir, agudizó sus oídos y dirigió a su caballo hacia el sitio de dónde provenía el ruido. Cuando le fue imposible continuar a caballo, se apeó de él y marchó a pie, esquivando ramas, rosas, hojas y espinas. El agónico murmullo se fue acercando a él; pero cuando encontró el hombre que se quejaba, supo que había llegado demasiado tarde, éste estaba atrapado por el tupido rosal y blandía una lujosa espada que de nada le servía ya que tenía el brazo inmovilizado. Sir Tomas se apoderó de la espada y evaluó la situación con calma, si ese joven falleció víctima de las rosas, a él podría pasarle lo mismo; pero él contaba con una ventaja, no era un adolescente obstinado y soberbio, él conocía de peligros verdaderos y sabía perfectamente que el exceso de confianza era la guillotina de los intrépidos.
Sin prisa y con calma, avanzó hacia lo incierto, empleando la espada para abrirse camino. Él sabía que tan solo contaba con tres posibilidades: encontrar la salida, llegar al castillo o morir, al igual que aquel desafortunado joven. Las probabilidades estaban en su contra, pero su perseverancia lo llevó hasta donde ningún hombre había llegado. No se trataba de la puerta principal del castillo y agradeció que así fuera, ya que esa debería estar fuertemente fortificada, lo que halló fue una pequeña rendija, un hueco en la pared de piedra abierto por la fuerza de la vegetación. Se coló dentro y pudo comprobar que estaba a salvo, al menos por el momento.
Deambuló por el abandonado castillo y no pudo hallar otra cosa que no sea polvo y huesos. Todo allí parecía haberse perdido en el olvido, era un cementerio en el que nadie había recibido la sagrada sepultura. Por extraño que pareciera, ni siquiera los más pequeños roedores vagaban por allí. Mientras más se adentraba más se convencía de que él era la única criatura viviente en ese sitio. Mantuvo esta idea hasta que la casualidad lo llevó hasta un dormitorio en lo alto de una de las torres. La luz del sol de la tarde se colaba por la ventana, alumbrando directamente a lo que él creyó como otro cuerpo sin vida; pero este cuerpo distaba mucho de los derruidos huesos que había pisado. La joven de doce años de inmensa belleza parecía suspendida en el tiempo, su cuerpo conservaba la frescura de su piel intacta. Sir Tomas pensó que tal vez ella, de alguna forma, había quedado atrapada allí dentro poco tiempo antes que él. Carraspeó y aclaró su voz antes de saludarla gentilmente, pero la jovencita no se movió. Se le acercó con cautela, no porque le temiera, sino por no querer espantarla. Le tocó suavemente un brazo, constató que aún estaba tibio. Ella no despertó. La sacudió levemente, pero no hubo respuesta. Intentó por muchas maneras despertarla, pero terminó convenciéndose de que la radiante joven no despertaría. Luego recordó las espinas de rosas y pensó que tal vez ella había caído presa de algún veneno que le afectaba de forma diferente.
Un día entero pasó allí dentro, consumiendo las reservas de alimento que cargaba consigo mientras admiraba la belleza de la niña. Un desquiciado deseo lo fue invadiendo a medida que el tiempo pasaba. Los últimos días compartiendo el lecho de una mujer habían quedado muy atrás y aquella inmóvil jovencita le mostraba sus pantorrillas. “Sólo echaré un vistazo”, se dijo para darse valor. Pero tan solo un vistazo le bastó para perder la compostura. El montesito de venus lampiño de la niña lo cautivó. Entre las piernas de aquella niña lo aguardaba la más hermosa puerta al placer que había visto en toda su vida. Su miembro se despertó, indicándole que estaba preparado para hacer lo que cualquier hombre debería hacer en esa situación; pero antes de liberarse a la lujuria, decidió explorar un poco más aquella encantadora cavidad. Olfateó perfume a rosas entre los suaves labios vaginales y se dijo que ese era la tierna almejita de un hada… o un ser incluso aún más maravilloso. La acarició con sus dedos y descubrió que no todo en el cuerpo de aquella preciosura niña dormía. Un incoloro jugo comenzó a fluir por los pliegues de esa exquisita grieta. Sir Tomas supo entonces que, desde sus sueños, ella le pedía que la poseyera. Se arrojó con toda su virilidad sobre ella, total, ya era una mujercita casadera y a su edad ya soportaría cualquier penetración, sin saber realmente de la amplia experiencia sexual que la princesita había tenido con su propio padre, y, olvidando los protocolos dignos de un Sir, la penetró. Con la segunda embestida comprobó que aquella delicada niña no era virgen, su verga se fue hasta el fondo de la puchita de la niña, apretadita pero permitiendo la penetración, brindándole un placer inmenso. Sir Tomas no cabía en su asombro ni creía en su inmensa fortuna, la providencia lo había designado para gozar el sexo de la niña más hermosa que existía.
Con pasión y desenfreno hizo suya a la pequeña Arremetió enérgicamente contra su apretado coño y fue abriéndolo hasta que su erecto mástil cupo completo y pudo moverse de adentro hacia afuera con gran facilidad. Ella continuó inerte, sólo podía oír el suave murmullo de su respiración y se extasiaba cuando creía escuchar algún exquisito gemido. No le bastó con poseerla una vez, ni dos ni tres. Pasó otro día completo entre las piernas de esa niña. Descansaba en intervalos breves ya que su fin no era eyacular, sino extender su gozo tanto como le fuera posible. Succionó los pezones de la joven, lamió cada rincón de su cuerpo, introdujo su lengua en esa boca de labios color de rosa y embistió frenéticamente su hueco infantil.
Sir Tomas se detuvo a razonar, pensó y pensó sin parar hasta que llegó a una conclusión. Despues de haber encontrado esa muñequita sexual, no quería irse del castillo, Él podría vivir en ese lugar, haciéndole compañía a la niña que soñaba , tan sólo necesitaba encontrar una forma sencilla de entrar y salir, para no morir de hambre, preso de su propia fortaleza. Entonces trabajó. Trabajó como nunca lo había hecho en su vida. Tomó tablas de donde pudo hallaras, mesas, barriles, establos y porquerías. Con ellas formó un túnel entre las rosas, un camino protegido, que le permitiría abandonar el castillo cada vez que quisiera. Al extremo exterior lo ocultó entre el follaje, dejó señales de rocas imperceptibles para no perder la entrada y regresó a sus tierras, en busca de oro y joyas que pudiera intercambiar por alimentos.
Así fue que este Sir encontró la dicha. Vivió feliz en su castillo, junto a su muñequita del placer. Averiguó el nombre de la adolescente en unos de los libros de la biblioteca del castillo en el cual estaba anotada la ascendencia y descendencia del Rey y de la Reina. Talía sería el nombre que daría sentido a su vida. Pasaba horas y horas en la cama con su adorada. La penetraba, la ultrajaba y la violaba tanto como quería. Bebía a diario de los jugos que manaban de esa infantil vagina. La lleno cientos de veces con el semen que brotaba de su miembro y pronto descubrió que Talía bebía por instinto todo lo que en su boca caía, no chupaba, ni movía la lengua, pero ella estaba acostumbrada a beber el semen del rey y cuando el Sir se descargaba en su boca, ella lo tragaba gustosa.
El libidinoso Sir Tomas descubrió que por más que la sacudiera, ella no se despertaría. Podía levantarla de su lecho, y ella dormiría en su hombro o su pecho, ya no se molestaba en vestirla, sólo procuraba mantenerla limpia. Violó a la jovencita en todas las posiciones que su perversa imaginación le trajo. Un día, mientras la montaba como montan los perros, admiró ese agujerito que nunca había probado. Le llamó la atención que estuviera un poco dilatado, sin imaginar que la razón de esto fue que la mañana del hechizo, una hora antes de pincharse el dedo, el rey, su padre había entrado a sus aposentos , encontrándola desnuda en la cama boca abajo y como ese culito paradito lo volvía loco, ahí mismo sin despertarla, la cogió por el culo, , eyaculando tres veces , por lo que le había quedado dilatado el ano “Tú también serás mío”, le prometió Sir Tomas a ese culito respingado, acto seguido. Lo lamió hasta dejar en él una gruesa capa de saliva y arremetió con su lanza. El placer fue tan intenso, ese orificio estaba tan apretado y resultaba tan agradable, que Sir Tomas no pudo resistir tan siquiera tres parpadeos. Lo llenó con su leche de hombre y retrocedió asustado. El espeso líquido blanco brotó fuera lentamente y Sir Tomas pensó que eso solamente se hace con las putas, para no embarazarlas, no con una pequeña princesa. . Esa noche durmió y recobró sus fuerzas, al día siguiente despertó con su masculinidad erecta y toda su valentía intacta. Había llegado la hora de su revancha. Colocó a Talía boca abajo y sujetándola por los pelos le dijo “Te montaré, mi niña, y a partir de hoy serás mi putita”. Abrió las nalgas de la niña e imagino que, desde un sueño, ella se lo pedía. Clavó su estaca hasta la mitad y aguardó, su corazón aún latía y su verga de deleitaba. Estalló en risas y gozó a pleno del culo de su niña.
Pasaron años y Sir Tomas no se agotaba, en ese castillo tenía todo lo que necesitaba. Libros por montones, alimento que con su oro conseguía, y a su bella y adorada Talía. No pasaba día sin saciarse utilizando alguno de los orificios de la niña. Él envejecía pero ella no cambiaba, joven se mantenía. Los años no parecían afectarle y por esto agradeció al cielo. Su regocijo sería eterno… o hasta que la muerte lo reclamara.
Sin embargo, el vientre de Talía comenzó a hincharse, y Sir Tomas se espantó, pasaban días, semanas y meses, el estómago se expandía. “La he dejado preñada”, se repetía el hombre, como si la constancia de sus palabras podría hacer desaparecer al niño que crecía. Esto llevó a Sir Tomas al descuido y una tarde en la que regresaba de comprar sus preciados alimentos, no se percató de que alguien lo seguía. Un bandido, al que nadie conocía. Éste vio como el Sir entraba a su castillo y espero a que la noche lo ocultara para invadirlo. Siguió el túnel de madera en cual las peligrosas rosas no crecían.
El bandido encontró al mismo hombre con un niño en los brazos. Se miraron con temor y se batieron a duelo de espada. El viejo y desdichado Sir Tomas nada podía hacer ante la velocidad con la que su atacante se movía. Cayó muerto en cuanto una fría hoja le atravesó el corazón. El ladrón lleno de espanto creyó que en poco tiempo alguien lo encontraría. Revisó sigilosamente el castillo pero sólo encontró aquellos mismos huesos que un día habían sido pisoteados por Sir Tomas. En lo alto de la torre encontró a una bella niña que dormía, con cuchillo en mano la sacudió para que despertara, pero ella no respondió. Supuso que la joven había muerto en el parto y que el viejo dolido se había negado a deshacerse de su cadáver. Se sintió como una alimaña, un insecto rastrero, por haber dejado huérfano a ese niño. En un acto de piedad, luego de cargar un saco con oro y joyas, se llevó al niño consigo.
Nunca más este bandido volvería a pisar tan tenebroso castillo. Los años transcurrieron y crio niño como un hijo propio, sin nunca contarle quien él había sido el que asesinó a su verdadero padre. Invirtió el oro y las joyas y pudo abrir su propia posada, ésta lo hizo rico en pocos años y ya no tuvo necesidad de trabajar en toda su vida. Se casó con una bella dama y contrató a varias empleadas.
Tal vez sea porque el destino tiene sentido del humor, o porque los demonios estaban aburridos. Cuando el muchacho ya crecido, y con sus catorce años cumplidos, salió en una expedición de caza. El halcón que servía al joven se escapó y su dueño lo siguió. El ave de rapiña surcó los cielos hasta posarse en lo alto de una torre, debajo de esta torre se erigía un inmenso castillo rodeado por un espeso e impenetrable cerco de rosas y espinas. El muchacho se sabía valiente e intrépido, pero de haberse adentrado por cualquier sitio hubiera muerto como sus predecesores. Una nueva metida de mano de los demonios en su destino, lo llevó hasta el mismo túnel de madera que antaño había construido el padre que él desconocía.
Dentro del castillo actuó al igual que Sir Tomas en sus primeros días. Se asustó al encontrar a nadie con vida, pero un brillo de alegría se apoderó de sus ojos en cuanto encontró a la niña que dormía, sin ropa, boca abajo, con las nalguitas paradas con unos almohadones que Sir Tomás colocaba a la niña, ya que después del parto y temiendo hacerle daño al penetrarla por la vagina, se había dedicado a cogerla por el puro culito, y así se había quedado, esperando a su próximo amante, con el que durante años había soñado. Una vez agotados todos los intentos por despertarla, el joven llegó a la conclusión que cualquier hombre llegaría. Sacó su arma masculina y la hundió entre las preciosas nalguitas de la niña, sin sospechar siquiera que se trataba de su propia madre, la cual había quedado suspendida en el tiempo y se mantenía tan joven y hermosa como lo había sido casi cien años atrás. El muchacho mostraba la misma lujuria que su padre, no el bandido, sino Sir Tomas, quien antes había hecho suya a esa divina muchacha que tenía un coño que olía como el de las hadas.
Mientras la embestía y se maravillaba con la calidez del hueco que lo recibía, el joven se enamoró de las manos de la bella durmiente. Las tomó entre las suyas y sin dejar de penetrarla, fue lamiendo cada dedo. En cuanto llegó al índice de la mano derecha absorbió con tanta fuerza que de él sacó la aguja que había sido la culpable del eterno sueño de Talía. No había contra conjuro que al joven protegiera. Nada impidió que cayera muerto en el acto, apenas pocos instantes después de haber soltado por primera y última vez el semen de sus testículos en su propia madre.
Talía despertó y miraba alrededor, anonadada. No sabía quién era ese hombre que le había penetrado, en cuanto levantó su cara recordó aquel espejo que le habían regalado.. Todo era tal y como ella lo recordaba, su castillo, , pero no había rastros del Rey , ni su madre la Reyna, ni de sus plebeyos. Todo estaba cubierto de polvo, como si hubieran pasado años sin que nadie Limpiara.
Aterrada corrió fuera de ese cuarto y bajó por la larga escalera de la torre. Vio huesos, libros viejos y rosas que cubrían los exteriores. En nada se parecía al castillo que ella recordaba. Buscó su espejo y no comprendió por qué se veía tan joven. Recordaba vivamente a Sir Tomas, no estaba despierta, pero ella gozaba de todo lo que le hacía, durante más de quince años que estuvo con ella. Pero no había rastros de él por ningún sitio. Presa del miedo corrió dando gritos, pero nadie respondía a su llamada. Se detuvo súbitamente y estalló en carcajadas. “Esto no es más que un sueño”,
Subió a lo alto de la torre,, Se tocó el culo en el que semen abundaba. Lo lamió y se enamoró de su sabor, Se arrojó al vació y volvió a sumergiese en un profundo sueño, pero la bella Talía no volvería a soñar Jamás.
Fin
Espectacular adaptación! Te felicito!!!!