La casa de las perversiones en familia 5
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Las carcajadas se dejaron escuchar en el patio de Doña Refugio.
Reíamos todos, ella como buena cuenta historias muy a menudo nos deleitaba con aquello que ella juraba ser la mismísima verdad de lo que había vivido.
Alrededor suyo todos la escuchábamos, incluso sus hijos que no debía ser la primera vez que escuchaban sus relatos.
Todos atentos como buenos alumnos ante la clase de su maestro, sabíamos que cuando terminara, más de alguno de nosotros podría vivir una experiencia que rayaba en lo prohibido.
¿Algo de marihuana? Miguel y sus amigos se iban a consumir al fondo de la propiedad.
¿Alcohol? Normalmente había los fines de semana.
¿Sexo? Talvez fuese la principal razón por la muchos visítanos aquella casa.
Dos meses habían pasado desde la primera vez que llegue y si al principio había llegado como prospecto de novio de Ester, segunda de las hijas de Doña Refugio.
No había sido con ella con quien había follado, sino con sus hermanas menores de tan solo 14 y 12 años.
El sexo en aquel lugar era tan liberal que la misma Doña Refugio lo practicaba con algunos de los que llegaban a su casa, había sido precisamente a ella a quien había visto follar el primer día que llegue como invitado de su hija y era por ella por quien en más de una ocasión me había echo una paja pensando en su gloriosa panocha de labios gruesos parecida a la de mi madre.
Aquella noche tras terminar su historia, como ya era costumbre cada quien se fue con su grupo a su lugar donde se reunían.
Miguel se fue al fondo del terreno donde él y sus amigos se iban a fumar algo de marihuana, lo hizo acompañado de su novia.
Esa que no perdía tiempo para lanzarme una mirada coqueta.
Gabriel su hermano al otro extremo, bajo el árbol donde unas semanas atrás yo me había follado a Andrea, la menor de todos hijos y donde hacían tiendas de campaña para hacer lo que ellos llamaban lunadas.
Yadira me hizo señas, dándome a entender que la esperara.
Ella se había convertido en mi consuelo sexual desde que Ester se había ido a donde sus abuelos, tres semanas habían pasado y la que debía estar conmigo, mi novia no era la que recibía mi leche.
Mi cuñada noche tras noche se encargaba de descremarme y mandarme a mi casa seco y hasta sin ganas de llegar a cogerme a mis hermanas.
Solo, espere afuera en el patio, un haz de luz alumbraba donde yo estaba.
A lo lejos podía ver las siluetas de mis cuñados y sus amigos, la brasa de un cigarrillo pasando entre ellos me dijo que estaban fumando marihuana.
Al menos eso me había confiado Ester la primera vez que llegué, Miguel y su grupo eran los que disfrutaban drogándose con aquella hierba.
Los minutos pasaron y cuando Yadira salió me dijo su mamá le había pedido ir a hacer un mandado.
¿Me esperas? – pregunto.
Le dije que si, aunque tentado estuve a pedirle que si podía acompañarla.
Podíamos follar en el camino en alguno de los terrenos baldíos que había en la colonia donde vivían.
La presencia de Doña Refugio impidió tal petición.
– ¿Y usted qué va hacer? – me dijo.
– Nada
– ¿Por qué no me acompaña?
Sin esperar respuesta entró de nuevo a su casa regresando minutos después con un suéter de felpa.
– Acompáñeme – dijo.
Traigo una pena en el alma que me hace necesitar un trago.
Otra vez no me dejó responder.
Uno a la par del otro salimos con rumbo a donde vendían la bebida.
El dueño del negocio la conocía talvez por ser cliente habitual.
Doña Refugio no espero llegar a su casa para beber, ahí mismo se tomó un poco más de media botella de aguardiente barato, al son de la bebida su forma de comportarse conmigo era como si nos conociéramos de años.
El tono de su voz dejaba entrever que el licor había hecho su efecto.
¿No quieres tomar carajo? – me había preguntado tratándome de igual, algo que nunca había hecho.
Saber que no tomaba hizo estallara en una sonora carcajada.
Que suerte tiene mi Ester -dijo como para consigo misma.
Que suerte tienen las que no se bañan – y de nuevo otra vez soltó una nueva carcajada.
– Don Pedro Don Pedro.
Este es mi yerno.
Mirelo que suerte la mía.
Un yerno sano y fogoso.
Sin que el dependiente le preguntará ella le contó que yo era novio de su hija.
Chamaca suertuda Don Pedro.
Mire que conseguirse un noviecito sin vicios y bien dotado.
Aquello debió escapársele sin querer o el licor definitivamente había hecho su efecto.
Doña Refugio estaba ebria, hablaba con voz pastosa.
Fue Don Pedro quien la convenció de irse a su casa.
– No me corra Don Pedro – decía.
Mire que ando de capa caída y usted sabe que el trago mata desilusiones.
Aún con su renuencia Doña refugio y yo decisimos lo andado.
La casa no estaba lejos, aunque para ello teníamos que pasar aquel potrero donde alguna vaca era llevada a alimentarse durante el día.
Terreno en construcción podía leerse a la entrada.
Yerno me llevas a mi casa bebe – me había dicho.
Llévame papi que estoy alegre ¿y sabes porque?
– ¿Porque? – pregunté.
– Estoy alegre porque te tengo a ti para mi Ester.
Yo sé que la harás feliz.
Aunque sé que eres un cogelón sin juicio ni prejuicio.
– ¿Porqué?
– Ah chingada madre.
Sé que te coges a Yadira y hasta la niña cabron.
Sé que te cogiste a Andreíta.
No lo niegues ¿O me lo vas a negar?
Guarde silencio.
– Debes de ser muy reatudo o muy rico para coger – dijo.
Ahora fuimos los dos quienes guardamos silencio.
Estábamos a medio potrero, a unos 500 metros de donde comenzaban las casas.
Fue Doña Refugio quien una vez más habló:
– ¿Quiero que me cojas? ¿Quiero ser tu mujer? – dijo.
Estábamos abrazados uno a la par del otro, ella con su botella en el delantal.
Su gorda figura contrastaba con la mía en aquel terreno donde nadie pasaba a aquella hora.
Serían las 9:30 de la noche, la idea de coger con Doña Refugio me puso gorda la verga casi instantáneamente.
Ella debió saber que su deseo no quedaría sin cumplirse, sonrió.
Eres un yerno degenerado, pero así te quiero Papi chulo.
Coge a tu suegrita Papi, enséñame que tienes para darme.
Talvez el hecho de saber que iba comer verga la hizo recuperar parte de su sobriedad, porque su mano fue directo en busca de mi pene.
Dámela – dijo metiendo su mano por encima de mis calzoncillos.
Cómo ella había quedado en cuclillas yo pude desabrochar mis pantalones, mi verga quedo a su total disposición.
Mmmm qué buena verga tienes yernito – exclamó.
Y como si la curiosidad pudiera más que sus emociones metió su mano debajo de mis huevos y los halo hacia atrás dejando toda mi polla fuera de la funda.
¿Cuánto te mide está ricura? – dijo como si ella misma tuviera que responderse.
El aliento sobre mis huevos decía cuan cerca la tenía de mi polla, yo había elevado los ojos al cielo como si anticipadamente quisiera agradecer haberme concedido un deseo.
Sentir como su boca se metió la cabeza hizo que mi cuerpo sintiera escalofríos ooohhhh gemí intensamente para su complacencia.
Mi suegra si sabía que la boca no era únicamente para comer, sus labios gruesos era como entrada de vagina que me daban la sensación de estar penetrando el chocho más rico que pudiera imaginar.
Con su lengua hacía círculos sobre el glande que me hacía sentir electricidad bajando y subiendo por mi columna vertebral, su mano izquierda suavemente apretando mis huevos.
Parecía que mi suegrita también lo estaba disfrutando, de vez en cuando colocaba su boca sobre el glande y ella misma se penetraba hasta sentirla en la garganta.
Métemela toda – decía aunque cuando la sentía hasta adentro era víctima de un ataque de tos.
Parados donde había comenzado todo, fue ella misma quien busco alrededor un lugar a donde pudiéramos estar más cómodos.
Metros abajo de donde estábamos había un brocal de un antiguo pozo seco, sin agua, sellado con una plancha de cemento.
Hierba al contorno, Doña Refugio supo al instante que ese sería el sitio perfecto donde se comería hasta el último centímetro de verga de su yernito como ella me llamaba.
Caminamos cada quien por su pie, porque la embriaguez parecía haberse esfumado de aquella culona mujer ataviada en su vestido de una pieza y delantal al frente.
Cuando llegamos una vez más empezamos de donde habíamos parado, ahora si Doña Refugio me la mamo con toda la experiencia que le habían dado los años.
Yo me había quitado los pantalones por completo, en zapatos, así la culeaba por la boca cuando ella me lo pedía.
Tenia que agacharme un poco porque Doña refugio era bastante baja de estatura, en cuclillas recibía mis embestidas.
Mi verga totalmente parada, dura.
Creo que ella supo que era el momento para probar aquello que se habían comido sus hijas.
Se levantó las enaguas y se sacó el calzón para luego sentarse al borde del brocal, su rica panocha quedó al aire, depilada como la había visto un par de meses antes, gorda y con aquellos gruesos labios color morado, una rica pepa sobresaliendo entre los pliegues.
Le olía rico, tan rico que no quise perder la oportunidad de saborear aquella concha.
Se la chupe cómo había visto hacer a Román aquella primera noche que llegue a su casa, mi lengua recorriendo cada milímetro de chocho y sus cavidades, al contacto con su clítoris mi suegrita pegaba brinquitos y me apretaba la cabeza con sus piernas, pude sentir cuando se corrió en mi boca entre susurros de placer.
Era su primer orgasmo, aunque yo esperaba que fuera uno de muchos.
Le di vuelta hasta dejarla boca abajo, parada sosteniéndose del brocal.
Así la penetre colocando mis dos manos sobre aquel culo por los que me había pajeado en más de una ocasión.
Gordo, negro, apetitoso de desflorarlo con una buena verga.
Doña Refugio me recibía como si fuera una bendición mañanera, sus nalgas chocando contra mi cuerpo, su panocha dejando escuchar aquel plaf plaf plaf cuando se comía mi tronco en su interior, su calentura interna estaba haciendo lo suyo con mi pene.
La necesidad de descargarme era una opción que se vislumbraba a corto plazo.
¿Quieres que me suba? – Pregunto.
Yo la había visto cabalgar a su amante y claro que quería que me hiciera lo mismo, pero quise que fuera totalmente desnuda.
Le ayude a quitarse sus ropas y ahora sobre el suéter de felpa que ella llevaba me tiré al pasto, Doña Refugio se colocó encima mío y colocándose la estaca en su entrada se dejó caer despacio hasta que su culo chocó contra mi parte baja.
Estas bien dotado papacito – dijo.
Se acomodó el pelo, luego levantó la caderas hasta dejar casi toda la verga de fuera y otra vez se ensartó en ella.
Mis manos en sus caderas, estaba dispuesto a dejarme follar por aquella mujer que bien podría ser mi madre.
Moviéndose ricamente me cabalgó por largos minutos, deteniéndose solo para tomar aire y dejar que mi boca le lamiera los pezones.
Fue en esa posición que acabamos, porque increíblemente terminamos juntos aunque ella se había contorsionado varias veces y me aseguraba que estaba acabando.
El último fue un orgasmo que no dejo dudas, la vulva se le abrió toda, se le reseco por instantes y luego dejó escapar algo caliente que bajo por mi verga hasta inundar mis huevos.
Yo le regalé no uno, sino 6 o 7 escupitajos de leche.
Rodeándola por la cintura la culie hacia arriba hasta sentir sus entrañas calientes y me corrí como todo un semental de 17 años.
Fue entonces cuando sentí cuanto pesaba, porque había quedado desfallecida sobre mi.
¿Le habría regresado la borrachera? Por un instante no supe si desear que si o que no.
¿Me había aprovechado de ella o por el contrario, ella había abusado de mi? Con esas preguntas en mi mente empecé a hablarle, a pedirle que se levantará.
A regañadientes se puso de pie ¿Te gustó papito? – pregunto con aquel acento de hace una hora cuando salimos de donde había tomado.
¿Te gustó comerte a tu suegrita? – hablo de nuevo.
Nos vestimos, ella se puso su vestido y recogió su suéter que nos había servido para no hacerlo en el pasto.
Me ofreció su calzón para limpiarme la verga y otra vez caminamos hacia su casa.
Afuera estaba Yadira y Marta su hija mayor ¿Mamá donde andabas? – pregunto esta última.
Yadira me miraba curiosa, su madre agarrada a mi hombro solo atino a decir que andaba matando una pena ¿Fuiste a tomar? – pregunto otra vez Marta.
– ¿Con quién fue a tomar? – me preguntó ahora a mi.
– Sola.
Me dijo que quería olvidar una pena y me llevo donde Don Pedro.
– No la hubieras llevado
No pude explicarle que ella me había llevado, que ella tenía 40 y tantos, yo solo 17 años.
Que en todo caso ella era la culpable.
– Ayúdame a entrarla – dijo Marta.
Entre Marta y yo la llevamos hasta su cama.
La botella con menos de un cuarto de aguardiente se la dejamos a un lado de la cama.
Supusimos que la necesitaría al día siguiente.
Cuando salimos Marta me dio las gracias, afuera Yadira me esperaba.
Viéndome llegar me mostró algo que se me había caído.
– Se te cayó de la bolsa trasera de tus pantalones – dijo.
Era el calzón de su madre, oloroso a semen, húmedo de semen.
No supe que decir, lo tome en mis manos y saliendo de su casa solo atiné a decirle que la veía al día siguiente.
Por el camino solo pude pensar que Doña Refugio era el mejor polvo que me había regalado esa casa.
Por instinto toque el calzón negro que llevaba, uno más para mí colección.
Seguiré contando….
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