La casa del incesto
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por aslex.
Era su hermanito menor, y ella, Edith, lo amaba como se ama a un hijo ya que lo cuidó desde bebe.
Su madre siempre ocupada en tonterías, su padre bebiendo todo el día y su hermana en su propio mundo aunado a su gran corazón la inclinaron a ello, y ahora, a pocos días de que él regresara del colegio donde había estado los últimos 4 meses, a pasar las vacaciones, su sentimientos rebozaban de emoción.
Ella misma acababa de arribar de su propio colegio y de inmediato notó con desagrado que toda la familia estaba ensimismada cada quien con lo suyo; aunque esta vez algo más sucedía, lo sentía por algún motivo que aun no precisaba, pero estaba segura que algo fuera de lo habitual estaba ocurriendo. No hizo demasiado caso, se pasó casi todo el tiempo en su cuarto desesperando porque su hermano ya estuviera junto a ella.
Ella acababa de cumplir 13 años, y su hermano 9; miraba todos los días sus fotografías allá en el colegio y ahora ahí en la casa para no olvidar su rostro, lo soñaba muy seguido también. Estaba enamorada de su bella cara angelical; recordaba con placer su voz encantadora, sus ojos verdes, su cabello rubio y su piel color de nieve.
Odiaba estar con su familia, por eso cuando salía de su cuarto para comer, lo hacía a toda prisa y sin charlar con nadie, ni siquiera con los sirvientes.
Se salió esa noche al patio porque se sentía un tanto oprimida por las paredes de su cuarto. Se sentó sobre el viejo tronco caído y miró al cielo, era una noche esplendorosa bañada de estrellas. Mas algo atrajo luego de un rato su atención: había un silencio fuera de lo normal. Miró a todos lados buscando la causa y luego de un rato de otear aquí y allá comprendió que no estaban ninguno de los dos perros merodeando como era costumbre. Eso le extrañó y se levantó a buscarlos. Miró por todo el patio trasero, en donde estaba, y luego se fue por el ancho pasillo lateral hasta llegar al frente de la casa sin hallarlos. Eso le pareció bastante extraño, pensó que se habían escapado o salido. Regresó al patio posterior pero ahora muy cerca de la pared de la casa para escuchar los ruidos interiores, y fue cuando los oyó, estaban en algún lugar adentro, y estaban jadeando notoriamente, incluso le pareció que hacían ruidos fuera de lo común.
Su oído la fue guiando hasta la ventana del cuarto de su madre, no se asomó por la ventana ya que su silueta hubiera sido fácilmente percibida desde afuera, aunque la cortina estaba cerrada, pero le fue evidente que los dos perros estaban ahí adentro, se colocó a un lado y aguzó el oído. Su cara dibujó una mueca de asombro al comprobar, por los sonidos inconfundibles, que algo muy impresionante estaba sucediendo ahí adentro.
¿Sería posible que lo que estaba pasando por su mente fuera realidad?, algunos sucesos ocurridos en los días previos empezaron a tomar sentido, por ejemplo el que los perros fueran tan insistentes en olerle la entrepierna, o que incluso demian, el rottweiler, se apoyara con sus dos patas delanteras encima de su espalda, cada que se descuidaba. Se alejó lentamente para alterar lo menos posible a los perros
Ya acostada pensaba en las manías de su madre, no le asombraba demasiado, ya pensándolo bien, en realidad su madre siempre había sido extraña. A la mañana siguiente bajó a desayunar y como de costumbre a esa hora no estaba nadie, mejor, pensó, se sentó y la cocinera le sirvió en silencio pero luego de un rato entró su hermana, Leida, de 17 años. Ah, dijo con cierto desgano, ya estás aquí, ¿cuándo llegaste?, se acercó a ella por detrás y le puso las manos sobre los hombros, “el lunes” contestó Edith sin dejar de masticar, Leida acercó su cara al oído de su hermana, “no debes hablar con la boca llena, ¿olvidaste tus modales”, le dijo al tiempo que le cubría los pechos con las manos, “¡oh!, te crecieron mucho mi pequeña”
Edith se sacudió a su hermana de un codazo, le molestaba muchísimo que siempre la estuviera toqueteando e insinuándosele.
Leida no se dio por enterada, de nuevo se acercó a ella y tomó la oreja de Edith con los labios, “déjame beber de tus jugos mi pequeña, esta tarde quiero que seas mía, ¿eres virgen aun?”
Edith se levantó bruscamente, “ni te atrevas a acercarte, te sacare a patadas”
Leida la miró burlona, “no sé por qué te haces la importante, en esta casa no eres nada, además, déjame advertirte, ahora yo soy la ama y señora de esta casa, y si yo lo pido a padre, tu tendrás que abrir tus piernas para mi” Edith la miró con desprecio, luego se retiró a su cuarto, “aja” pensaba, “ahora ya estoy comprendiendo todo, ella y padre…”
Ahora se movía a escondidas por la casa, salía solo para sacar su ropa sucia y tomar las comidas para llevarlas a su cuarto. Sólo cuando llegó el día que su hermano llegaba se vistió para la ocasión, tomó dinero de la caja donde su padre les dejaba para los gastos y salió a recibirlo a la estación del tren.
Ahí estaba Darío, su corazón se volvió loco de alegría al verlo, por fin ya no estaría sola y triste en su cuarto y tendría con quien dormir y jugar. Él por su parte corrió hacia ella gritando su nombre, lo recibió en sus brazos y lo apretó fuerte contra su pecho.
En el auto de alquiler le preguntaba cómo le había ido, le decía lo hermoso que estaba, “te veo algo delgado, ¿no has comido bien?”, él solo reía feliz y preguntaba por su familia, por la casa, por los perros, por los juguetes.
Cuando llegaron lo dejó ver a su madre solamente unos cuantos minutos, ella estaba acostada en su cama soñolienta y ojerosa, “hijo mío, que felicidad que hayas vuelto”, le dijo mientras miraba sobre el hombro del niño a Edith rogándole con la mirada que se lo llevara lo más pronto posible, “ven mi amor, madre debe descansar”
Darío siguió contento a su hermana, luego se dejó desvestir mientras chupaba su postre luego de la cena, una paleta de hielo, “debo bañarte mi primor, ya no te muevas tanto”, le decía mientras le quitaba los pantalones y luego los calcetines, luego se detuvo unos momentos para observarlo completamente. Su cuerpo temblaba de emoción al mirar esa personita perfecta. Luego lo llevó a la bañera y comenzó a tallarlo despacio con la esponja, “¿me extrañaste amorcito?” Él asintió solamente con la cabeza ya que aun no terminaba la paleta. Edith pasó despacio la esponja por su espalda y su cuello, luego pasó a sus piernas, “¿extrañabas que te bañe?”
Los ojos de él al fin se encendieron, “si”, dijo mientras miraba la esponja que le masajeaba lentamente los muslos, “debes ser muy limpio, ahora yo me encargare que lo estés, te lavare como siempre, en todas tus partes, ¿quieres?”
Darío respiró hondo al recordar las delicias que le causaba su hermana cuando lo bañaba, “si quiero”, le dijo tembloroso; Edith respiró profundamente al comprender que su hermano deseaba que continuara, acto seguido comenzó a pasarle la esponja enjabonada por sus nalgas, “¿te habías lavado tus nalguitas, amor?”
“Si”, contestó Darío, “¿así despacito?”
“No”, dijo él cerrando los ojos un poco, “¿y aquí entre tus nalguitas, te gusta más como lo hago yo?”
“Si, me gusta”. Edith talló cada vez más rápido al ver que su hermano se extasiaba. Su propia respiración se agitó aun más, “¿quieres que te lleve a la camita ya?”
“¡Si, a la camita Edith!”
Ya en la cama lo terminaba de secar sin dejar de mirarle el rostro, “eres totalmente hermoso, ¿sabes que te amo?”
“Si Edith”, dijo el niño sonrojándose aunque mirando hacía la caja de crayones, “¿vamos a pintar?”
Pintaron un buen rato desnudos, luego ella comenzó a toquetearlo, “me gusta tocarte hermanito, ¿te gusta que te toque?”
Darío volteó a verla y le sonrió con mucha coquetería, “¿me vas a chupar mi paletita como la otra vez?”
Ella se derritió por su dulzura, “te voy a chupar todo mi cielo”, y dicho y hecho, empezó un concienzudo ataque con la boca al cuerpo de su hermano. Desde los pies subió a sus piernas provocándole cosquillas, “¡no me hagas cosquillas, Edith!”
Ella reía también, “espera cielo, ya llegare a donde quieres, pero primero déjame saborearte, ya lo deseaba tanto…” Edith se sentía en el cielo, aquel cuerpo era tan suave y limpio, tan perfecto ya que carecía completamente de vello y la piel era increíblemente tersa. Lo acostó boca abajo y siguió con sus nalgas las cueles lamia y chupaba con ardor. Su mente se perdía al sentir la firmeza de las nalgas de su hermano; las separó y atacó ahora entre ellas, “¡ay! Edith, eso me gusta mucho” dijo Darío cuando la lengua de su hermana pretendía penetrarlo, ella no se detuvo, continuaba con más fuerza hasta que notó que él había tenido un espasmo y luego un relajamiento. Sintió enorme ternura casi maternal por el que su hermanito hubiera tenido algo muy parecido al orgasmo.
Por la madrugada se despertó y lo miró bajo la luz de la lámpara exterior, “increíble” pensó extasiada, “nada hay más bello que él”, le separó las piernas y comenzó a chuparle su “paletita” notando con enorme placer que se le puso dura aun y cuando estaba dormido. Lo chupo hasta que ella misma tuvo un fantástico orgasmo.
Al día siguiente le ordenó a la cocinera que les llevara el desayuno a la recamara, no iba a dejarlo salir más que cuando fueran a pasear fuera de la casa. pero olvidó cerrar la puerta con seguro, “ah, aquí esta ya nuestro hermanito”, dijo Leida con mirada perversa e cuanto entró; Darío corrió hacía ella contentísimo, “ven con mami pequeñito, !ah!, estas delicioso, creo que tu y yo tenemos mucho que hablar, ven, vamos a mi cuarto”
Edith saltó de inmediato, “¡déjalo en paz!, él no irá contigo”
“¿y cómo lo vas a evitar?”, dijo Leida sonriendo desafiante, “por favor”, pidió Edith suplicante.
“No sé, no has sido muy buena conmigo”
“Dime qué quieres”
“¿Lo que yo quiera?”
Edith bajó la mirada, “si, lo que tú quieras”
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!