La conquista del Paraíso
A veces una «novela histórica» nos cuenta una realidad que no es contada o es ocultada por la Historia oficial, o al menos, es un complemento de ella para poder conocerla e su profundidad..
A veces podemos preguntarnos de donde provienen esos instintos, deseos o prácticas sexuales, que actualmente son perseguidas o criminalizadas, y mientras algunos pretenden incluirlas dentro del apartado de la maldad humana, presente en nuestros genes desde ese supuesto “pecado original” que nos expulsó del Paraíso, ese lugar al que anhelamos volver en algún momento a través de varios caminos que nos proponen, desde los religiosos hasta los espirituales o los más conectados con la propia Naturaleza que nos da la vida.
Pero si investigamos la Antigüedad y el origen de las Civilizaciones, comprobamos que el Sexo en toda su plenitud, incluidas todas esas prácticas que ahora consideramos contra natura, eran lo más normal y aceptado socialmente, hasta que las religiones imperantes fueron proscribiéndolas, ocultándolas y prohibiéndolas directamente, por perturbar esa concepción del mundo que pretendían imponer.
Desde las civilizaciones más antiguas de América hasta los más recónditos lugares de Asia u Oceanía, todavía pueden encontrarse vestigios de esa sexualidad, bien en el Arte que se ha conservado, o incluso en las costumbres de pueblos indígenas que todavía las conservan y que pueden sorprender a más de uno, aparte de hacernos comprender a todos, que el instinto sexual es algo natural y que se puede manifestar en todas sus variantes sin que deban considerarse unas mejores que otras, simplemente como la expresión de esa sexualidad humana contra la que no podemos luchar, porque está dentro de nosotros mismos desde nuestro origen.
Cuando los conquistadores españoles llegaron a América se horrorizaron de sus costumbres y prácticas sexuales, por lo que se propusieron erradicarlas, pero a la vez, a causa de esa contradicción humana que siempre nos acompaña, se aprovecharon de todas esas costumbres para la satisfacción de su libido personal.
Esta es la historia de Guzmán, uno de esos aventureros españoles que arribaron al Nuevo Mundo en busca de riquezas y honores, pero que muchas veces se encontraron con calamidades, tragedias y la misma muerte, ya que una cosa es la que imaginaban y otra, la realidad que les esperaba.
Guzmán llegó como parte de un destacamento, en una época en las que ya había varios asentamientos militares en convivencia con esos pueblos aztecas a los que se aliaban para conseguir sus mutuos propósitos e intereses.
Era un hombre con una educación más refinada que los rudos y despiadados navegantes que se aventuraban mar adentro y el mundo en el que se iba a desenvolver era muy diferente al que conocía, escuchando durante el viaje las historias contadas por los que ya habían estado en ocasiones anteriores, costándole creer muchas de las cosas que decían, que achacaba a fantasías o delirios provocados por el nefasto alcohol que bebían durante la travesía.
El impacto que había causado en esas poblaciones indígenas, la llegada de esos extraños hombres a los que en un principio, consideraron Dioses, era similar al que provocada en cualquier español de esa oscura Edad Media europea de la que provenían, la llegada a ese nuevo mundo, que para ellos era a como si estuvieran en otro planeta, una sensación a la que tendrían que irse adaptando, según pasaban los días.
Gracias a que este personaje, Guzmán, escribió unos textos sobre su vida en ese lugar, puedo recrear este relato:
““Dejando esposa y dos hijos en mi tierra, partí hacia las Indias en busca de esa gloria y riquezas que todos anhelaban, a veces de forma ingenua, respondiendo a la llamada de incautos a lo que se sumaban la huidas de gentes pendencieras y desarraigadas que buscaban asegurarse una soldada de manutención, mezclados con enviados de la Iglesia y nobles con ansia de poder.
Desde mi llegada, mis ojos se abrieron como platos, sin que pudiera casi cerrarlos ni para dormir. La exuberancia de la vegetación, el color turquesa del agua de sus costas, el variado y extraño sonido de las aves y el constante zumbido de mosquitos difíciles de descifrar, me fascinaban y causaban inquietud a la vez, a lo que se unió la visión de esas personas de baja estatura, semidesnudas y de piel tostada anaranjada por momentos, que nos recibían sonrientes y serviciales en una ocasiones y agresivos y desconfiados, en otras.
Al principio me asignaron provisionalmente a una de las cabañas del poblado, ocupada por otro hombre castellano, que había llegado primero, aunque él me matizó:
—Soy extremeño, no te confundas, —con un semblante serio y adusto, que empezó a cambiar cuando me invitó a beber una especie de licor que producían en aquel lugar, bastante fuerte para lo que estaba acostumbrado a beber.
Él sabía que yo estaría lleno de preguntas para hacerle y esperaba paciente a que yo las formulara para responderlas. Lo primero que me llamó la atención fue que en aquella cabaña viviera con varias mujeres y a los que suponía, sus hijos, aunque me resultaba difícil en algún caso saber quién era quien, algo que él intentó aclararme:
—Aquí verás pocos hombres, porque están en la guerra, y como no sabemos si van a volver, o aunque vuelvan, se suelen juntar con otras mujeres, pues cuidamos de sus familias y nos ocupamos de ellas. Las mujeres que tienen las trenzas del pelo hacía arriba son sus esposas, porque aquí les permiten tener varias —aclarándome una de las dudas que tenía.
Olivares, como le llamaban a ese hombre, se reía divertido viendo mi perplejidad, y no esperando en esta ocasión a que le preguntara, continuó:
—Yo las cuido y me las follo a todas. Son muy calientes, y como aquí no tenemos a nuestras mujeres, ya ves que hay abundancia para elegir.
Yo miraba a mí alrededor, fijándome en la belleza de alguna de ellas, incluso de las más jóvenes sin que pudiera apreciar la edad que tendrían debido a sus menudos cuerpos y la ausencia total de vello en su piel, tanto de hombres como mujeres, de lo que se dio cuenta Olivares, diciéndome:
—A ellas también te las puedes tirar. Después de un viaje tan largo, todas apetecen….
—¿Tú también las jodes a ellas?
—Claro. Hasta sus madres te las ofrecen. El primer día que llegué aquí, ya me trajeron a dos crías que casi ni tetas tenían.
—¿Y las aceptaste?
—Amigo, aquí los remilgos los dejamos al partir. Ellas me ayudaron a pasar la primera noche, aunque apenas dormí, jaja. No tengas pesar de meterles la polla, al ver su pequeña estatura, porque las preparan pronto para el matrimonio, que acuerdan entre las familias.
Ya me habían advertido que la vida era dura en este inhóspito, aunque bello lugar, así que los que vienen aquí disfrutan de todo lo bueno que les ofrecen sus gentes, porque no saben cuánto tiempo van a mantener su vida, así que decidí seguir sus consejos mientras seguíamos hablando:
—En nuestra tierra, a veces tienes oportunidad de follarte a una chiquilla. En la calle y en los burdeles empiezan pronto a ganarse la vida, pero si aquí dispones de ellas con tranquilidad, habrá que aprovecharlo —me aventuré a comentarle.
—Claro. Tú tampoco vas a ser el primero, así que si ves a dos críos follando sobre las mantas, no te sorprendas porque aquí es normal. Pueden ser, incluso, hasta hermanos, madres con hijos…, el sexo es solo un pasatiempo para ellos, un pasatiempo muy gozoso, jeje.
También me fijé en que alguna de las mujeres y de las crías tenían una barriguita más prominente de lo normal, pero no sabía si era debido a su complexión física o si en realidad estaban preñadas, lo que me aclaró igualmente mi anfitrión:
—Verás a algunas que ya están preñadas, pero hasta que no paran y vea que tienen el pelo rubio, no sabré que son míos, jaja.
Yo también me reí de su despreocupación por dejar hijos suyos en el Nuevo Mundo, aunque pensé que a mí podría sucederme lo mismo, algo que no me resultaba tan indiferente en ese momento.
Olivares agarró a una de las jovencitas que estaba preñada y la puso ante mí con las piernas abiertas:
—Mira que chocha tiene, gordita y jugosa para gozarla.
Efectivamente, aquella chiquilla tenía unos gruesos labios vaginales, que parecían hincharse más con los manoseos de aquel afortunado hombre con todas esas mujeres a su disposición, y que ahora iba a compartir conmigo.
Al llegar la noche, solo la luz de la luna iluminaba ligeramente la estancia, suficiente para ver como una de esas mujeres se ponía encima de Olivares, comenzando sus jadeos, algo que debió de excitar también al resto, por lo que dos de las jovencitas que dormían a mi lado, se pegaron a mí acariciándome y buscando mi verga con sus manos.
Una de ellas era la que estaba preñada, de la que Olivares me había mostrado su intimidad, sorprendiéndome el intenso calor que desprendía su cuerpo. Sus duros y abultados pechos con esos pezones en punta eran toda una invitación para ser lamidos, al igual que ese coño que volvía a estar chorreando en cuanto pasé mi mano por él.
Todo su cuerpo era una invitación al placer más indecente, debido a la combinación de su pequeño tamaño con esas voluminosas tetas y esa vagina dilatada por su avanzado embarazo, así que la tumbé sobre las mantas, abriendo sus piernas para hundir mi boca en ese carnoso chocho que se abría para mí.
Después de extasiarme con sus flujos, no pude esperar más a meter mi polla en ese caliente coño, dándole fuertes embestidas hasta que me corrí como un burro. Demasiado semen acumulado en mis testículos durante el largo viaje que necesitaba descargar de alguna forma y nada mejor para hacerlo que aquella deseosa hembra que Olivares había puesto a mi servicio.
Cuando saqué mi polla, todavía con restos de mi semen y de su flujo, la otra nena, más delgadita y todavía sin el desarrollo de su hermana, empezó a lamerlo con maestría, haciendo que me relajara con esa sensación tan placentera que mantenía mi polla dura en su boca.
Por un momento dudé si podría follarme también a esa cría tan jovencita, aunque experimentada por lo que me mostraba, pero antes de que yo lo acabara de decidir, ella misma se montó sobre mi polla, cabalgándola como experta amazona. No me lo podía creer, pero estaba sucediendo. En aquellos momentos, aquello era el paraíso para mí y ya no me importaban todas las riquezas que pudiera obtener en aquellas tierras.
Esta vez disfruté más lentamente del momento, deleitándome con cada movimiento de aquella chiquilla sobre mi cuerpo, alargando mi corrida hasta que ella aceleró el ritmo de sus caderas y ya fue irremediable que mi semen llenara su interior.
Su largo pelo negro, que ocultaba sus pequeños pechos, caía ahora sobre mi pecho, descansando después del intenso orgasmo alcanzado.
Después me di cuenta que el resto de los ocupantes de la cabaña se dedicaban al sexo, sin importarles la presencia de los demás, ni el parentesco entre ellos, ya que como me había advertido Olivares, otra pareja, apenas unos niños se solazaban con sus cuerpos entregándose a la lujuria más desmedida, aunque no dejaba de tener su parte de ternura, por la edad de todos ellos.
Esto me sirvió para imaginarme, también, como sería la vida de esta gente antes de nuestra llegada, con sus costumbres ancestrales, que nosotros veníamos a pervertir.
Para esa primera noche había sido suficiente, porque sabía que habría más noches iguales a esa o mejores y el cansancio me dejó dormido hasta la salida del sol, cuya intensa luz iluminaba completamente el interior de la cabaña, en donde vi, como la mujer más mayor de las que había allí, aplicaba un mejunje de hierbas en la vagina de la cría con la que había estado follando esa noche.
Cada cosa que sucedía era nueva para mí, pero allí estaba Olivares para irme aleccionando de las costumbres de esta nueva tierra que queríamos conquistar:
—Aunque los embarazos son frecuentes, también tratan de evitarlos, sobre todo en las más jovencitas, porque tendrían partos más complicados en los que podrían morir.
—Y aun así, dejan que follen libremente…. —reflexioné en voz alta.
—Sí, claro, como para ellos el sexo forma parte de la Naturaleza, nunca van contra lo que les da la vida, solo viven con las consecuencias.
—Yo creía que los monjes venían aquí a evangelizar a estos pueblos.
—El Reino está muy lejos, amigo Guzmán y allá cuentan lo que la Corte quiere escuchar. Los clérigos son especialmente viciosos con los críos. Aquí al lado recogen a los que se quedan huérfanos y ya te puedes imaginar que la diversión no les falta. Son aficionados a la sodomización hasta que ellos son mayores y empiezan a vivir por su cuenta, manteniendo esos vicios adquiridos a pesar del cínico reproche de los clérigos.
Siguió informándome de lo que allí sucedía:
—Los que se quedan empiezan a vestirse como mujeres y continúan al servicio de los frailes que les acogen. También los hay que prefieren a las nenas, que tampoco les faltan, con las que viven en su paraíso particular.
—Y tanto. Ahora se entiende que muchos de los que vienen no quieran volver, a pesar de no conseguir los sueños que perseguían.
Olivares me enseñó una pequeña figura de madera dotada de un gran pene, desproporcionado para su tamaño, diciéndome:
—Mira, esto es con lo que juegan las niñas. Identifican las vergas grandes con la fertilidad y por eso, luego buscan a los niños más dotados para tener sexo con ellos. Todo esto lo ocultan los monjes que vienen aquí, y hasta les mandan destruirlas, por orden de sus superiores para que sea reconocida su labor de conversión al cristianismo, pero algunos las guardan y lo que hacen es aprovecharse de estas licenciosas costumbres para saciar su libido sin esa culpa que les es exonerada.
—Así estamos allá de engañados, y cuando llegan rumores, son acallados.
—La hipocresía siempre funcionó en todos los lados.
Estaba visto que todo era diferente a como me lo imaginaba, lo que se confirmó cuando durante la mañana, Olivares me llevó a la ciudad, en la que me impresionó el bullicio de la gente y las extrañas y majestuosas edificaciones, muy diferentes a lo que esperaba encontrarme, pero las mujeres eran más bellas todavía que en el poblado, con atuendos más elegantes y lujosos.
Después de aprovisionarnos de varios víveres, me llevó a un lugar que era como una especie de casa de prostitución, donde había hombres, mujeres y niños, que según me dijo Olivares, no estaban siempre allí, sino que eran personas que acudían al lugar, a veces con sus familias, para ofrecerse a los Dioses y purificarse a través del sexo con otras personas que pagaban sus donativos al Templo.
Por tanto, se trata de una prostitución ocasional, en la que como cliente, puedes acceder al sexo con esas mujeres, hombres, o sus hijas e hijos, al gusto del que paga, así que nosotros, después de pagar el donativo, inspeccionamos el lugar y a todos los que allí había a nuestra vista, algo extraño de entender para alguien procedente de otra cultura y religión, pero yo no acababa de entender muy bien por qué Olivares, que podía tener todo el sexo que quisiera, visitaba ese lugar, aunque él me lo aclaró:
—Es por el morbo, Guzmán. Imagínate estar en tu ciudad y que hubiera un lugar en el que pudieras follarte a tus vecinos y a todas sus familias. ¿Quién puede superar eso?
—Es cierto, sería un impulso irresistible. El lugar más visitado de la ciudad, jeje.
—Exacto. Aquí a veces te puedes encontrar a mujeres de las familias nobles de los caciques, que traen a sus hijas para este sacrificio ritual, así que elige lo que más te apetezca. Nada de lo que suceda aquí te será reprochado, incluso ni por esos frailes sodomitas que ocultan su libidinosidad bajo sus hábitos, jaja.
Esas palabras de Olivares despertaron toda mi perversidad, como a cualquier hombre le pasaría si estuviera en un lugar en el que puede dar rienda suelta al sexo más licencioso, lo que me hizo fijarme en una mujer que estaba con sus dos hijos, el mayor varón, y su hermana, una muñeca de grandes ojos negros que me miraba con curiosidad según me acercaba.
Me dirigí para hablar con la mujer, de nombre Ketzaly, según me dijo, su hijo Matlal y su pequeña niña Ixtlipactzin, nombres extraños para mí, pero que en ese momento no me importaba saberlos pronunciar bien.
Ketzaly me dijo que su marido había muerto luchando por su pueblo y que ella debía procurarle un buen descanso, por lo que hacía su ofrenda al Dios Mictlantecuhtli (Dios de la guerra), entregándose con su familia a la bacanal del Templo.
Yo no entendía muy bien de que iba eso, pero solo pensaba en el placer que me procuraría esa bella mujer, acompañada de sus hijos en esa especie de orgía familiar que hasta ahora, ni siquiera me había atrevido a fantasear.
Tampoco sabía que pasos había que dar ni cómo empezar, pero ella empezó a desnudarme, al igual que estaban ellos, y una vez sobre el lecho, tomó mi pene en su boca, para después ofrecérselo a sus hijos, que continuaron con esa felación del modo más delicado y sensual y tan solo mi estupefacción del momento impidió que me corriera prematuramente.
Mientras la pequeña Ixtlipactzin intentaba meterse mi polla por completo en su boca, Ketzaly inició una felación a su hijo que me dejó perplejo, pero su intención era ofrecerme el pene erecto de su hijo para que me tomara su semen, algo que nunca había hecho, pero en aquella situación nada me importaba ya y con excitación le mamé hasta que su corrida inundó mi boca, y todavía con ella en mi lengua, madre e hija se lanzaron a besarme para compartirla conmigo, diciéndome que era el elixir de los Dioses que purificaría a su familia.
Pero parece ser que todavía necesitaban mi semen para culminar el ritual y la mujer se sentó en cuclillas sobre mi polla para empezar a exprimirme sin compasión con sus movimientos pélvicos, y cuando lo consiguió, se salió de mí, colocando a su hija en su lugar. Mi polla entró en ella como mantequilla, por la lubricación de los dos, y con la ayuda de su madre, continuó moviéndose encima de mí hasta completar una segunda corrida, que escurría bajo mi polla, porque su vagina no podía albergar esa cantidad de semen.
Yo no sabía si ellos querían continuar o si yo podría hacerlo en esas condiciones, pero mi polla, extrañamente seguía con una fuerte erección y al comprobarlo Ketzaly, colocó a su hijo Matlal para que penetrara su culo y después de mis dudas iniciales, coloque mi glande en su ano y empujé hasta tener todo mi miembro dentro del chaval, al que empecé a follar mientras su hermana le pajeaba divertida por el goce de su hermano.
Yo nunca habría imaginado una situación tan perversa como esa, pero sus Dioses estaban consiguiendo el milagro de que aconteciera y al ver a la niña como mamaba a su hermano debajo de mí, hizo que yo explotara definitivamente una vez más en el culo de aquél chaval, que también se corría en la boca de su hermana, mientras su madre les acariciaba a los dos, muy excitada también por lo que estaba viendo.
Y ahí terminó todo, dejándome ellos reclinado en aquél lugar con una sensación de embriaguez extraña, que supuse se debía al extraño aroma a sexo que se respiraba en aquel lugar.
En otra zona, Olivares continuaba entretenido con tres jovencitas dedicadas a sus menesteres, bajo la supervisión de otra mujer mayor, que guiaba sus pasos y las instruía en las artes amatorias.
De vuelta al poblado, no podía quitarme de la cabeza lo allí sucedido, pensando en las licenciosas costumbres de este pueblo, pero yo estaba encantado de que las tuvieran y que pudiera disfrutar de ellas.
Después de pasar una semana más en la cabaña de Olivares, bien atendido por sus ocupantes, me dijeron que tenía una nueva cabaña a mi disposición, en la que podrían acompañarme las mujeres o familias que estaban disponibles, lo que me llevó a preguntarle:
—¿De dónde las sacasteis?
—El otro día, cuando estuvimos en la ciudad, hice unas gestiones con uno de los Caciques para que nos cediera a alguna de las mujeres que tienen allí como concubinas, de las que ya han sido madres, que vendrían con sus hijos también. Ya están allí esperándote.
Nos dirigimos hacia mi nueva cabaña y al llegar, me encontré a la entrada a un grupo de mujeres, niñas y algún niño también, diciéndome Olivares:
—Esta es tu nueva familia, Guzmán. Espero que te satisfagan en todo lo que les pidas.
Él me presentó a todas con sus nombres en cristiano, ya que cuando esas mujeres eran cedidas a los españoles, eran bautizadas previamente para que sus almas no fueran impuras y quedaran en cierta forma, bajo el dominio del Reino de Castilla.
Mi sorpresa y mi extrañeza se juntaron por todo lo que me estaba ocurriendo en este nuevo lugar, en el que como si fuera una especie de Califa o Sultán musulmán, tendría concubinas a mi disposición de todas las edades, para darme satisfacción y colmar todas esas perversidades que estaba desarrollando en este lugar tan alejado de esas costumbres que habían guiado mi vida.
Al igual que en la cabaña de Olivares, había una mujer que parecía la mayor de todas y era como una especie de ama del grupo o matriarca a la que debían obediencia y la que en cierta forma, iba a guiar mi trato con todas esas mujeres, como había visto en el caso de mi compadre.
Esa primera noche con ellas, marcó lo que iba a ser mi vida en aquel lugar. La mujer mayor trató de adivinar mis gustos o apetencias para esa primera noche y me ofreció a las más jóvenes para que durmieran a mi lado y ante mi indecisión, también me ofreció a una de las madres de aquél grupo, una guapa morena de carnosidad abundante con grandes pechos y culo, en contraste con sus cortas piernas, pero al final me decidí por aquella jovencita adolescente de duros pechos y cuerpo escultural, junto a la otra más joven, que me dijo que era su hermana y que siempre la acompañaba para aprender.
Cuando se puso el sol y se hizo la oscuridad dentro de la cabaña, estaba ansioso por estrenar mi nuevo harén y me puse encima de mi acompañante, abriéndole las piernas y metiendo mi polla en su limpia vagina, que se abría al paso de mis embates sin ninguna dificultad, hasta que estallé dentro de ella mientras con sus piernas se sujetaba a mi cintura.
Su hermana pequeña nos miraba con los ojos muy abiertos, intentando comprender los misterios del sexo, algo tan natural para ellos como todas las demás situaciones que yo estaba viviendo desde que llegué allí.
La matriarca permanecía atenta a mis evoluciones, y al ver mi eyaculación me ofreció otras de las que estaban allí, pero después de esa corrida necesitaba recuperarme un poco y le indiqué a la más pequeña que lamiera mi polla mientras seguían saliendo las últimas gotas de semen, lo que se dispuso a hacer tras unas breves instrucciones de la más madura del grupo.
Desde luego, era una delicia sentir la boquita de aquella cría metiéndose lo que podía de mi polla, moviendo su lengua sobre ella de una forma en la que se notaba que no era la primera polla que felaba, aunque tampoco debía de llevar muchas a pesar de la precocidad de esos pueblos en todo lo referente al sexo.
Esa preciosidad, a la que habían rebautizado como Alicia, me la había puesto dura otra vez, pero presintiendo que no era el momento de follarla todavía, prefería desahogarme de nuevo con alguna de las mayores, que se notaba que tenía muchas ganas de ponerse sobre mí y ofrecerme los mejores movimientos de su vulva sobre mi polla para sacarme todo el resto de semen que pudiera quedarme y para ayudarme en la tarea, la matriarca colocó el coño de otra de las crías sobre mi boca para que lo lamiera mientras la otra seguía follándome a su gusto.
Mi descarga volvió a ser intensa como todas las que tenía con aquellas mujeres tan especiales, pero todo eso estaba sirviendo para que nos fuéramos conociendo mejor y que ellas vieran que mi trato iba a ser el mejor posible sin los abusos en los que otros caían, cegados por la lujuria o el alcohol.
Durante los siguientes días tuve oportunidad de tener sexo con todas las mujeres que me habían asignado, incluso con la más mayor, que me agradeció el placer obtenido, ya que al llegar a ciertas edades, dejaban de ser atractivas para los hombres del lugar y por eso se dedicaban a iniciar a los críos más jovencitos para proporcionarles las enseñanzas que más iban a hacer gozar a las demás mujeres con las que fueran relacionándose.
Debido a esto, yo solía verla con algunos de los críos que también tenía en la cabaña y una vez, estando con uno de ellos, me lo ofreció para que lo sodomizara, algo que en principio no había estado entre mis preferencias, pero después de esa primera experiencia en el Templo, ese lugar iba a acabar pervirtiéndome del todo y esa mujer sabía cómo tentarme para que probara otra de las delicias de aquél paraíso.
Juana, que era el nombre que habían dado a esa mujer, colocó al chaval sobre mí, en forma invertida para que empezáramos a hacernos una felación mutua y mientras él se iba tragando por completo mi polla, yo jugaba en mi boca con su suya, de menos tamaño, pero empezó a destilar un líquido transparente que hizo que yo se la mamara con más ganas, con un vicio que yo nunca pensé que habitara en mí.
A la vez, una de las mujeres que me habían sido asignadas, lamía el ano de su hijo, para prepararlo para la penetración, lo que me dispuse a hacer antes de correrme en la boca de aquel chaval y colocándome detrás de él, hundí mi polla en su culito, agarrando sus caderas como si fuera una nena por su forma de gemir, acrecentado ese placer por la felación que esa mujer seguía haciéndole mientras yo le follaba.
Todo ello provocó mi corrida en su interior, y cuando se la saqué, algunas no quisieron desaprovechar esa leche blanca depositada en él, lamiéndola en todas las partes donde la hallaban, incluida mi polla, hasta dejarla limpia de nuevo y dispuesta a entrar en cualquiera de ellas que se me ofrecía para follarla.
Aquello era demasiado para mí, demasiadas mujeres para satisfacerme, a lo que se unían ahora los chiquillos también y todas las noches acababa dormido por agotamiento en medio de todas ellas.
Olivares se pasaba por mi cabaña para preguntarme como me iba con aquellas mujeres, pero lo que en realidad pretendía era probarlas y usarlas para su disfrute. Ese hombre, desde su llegada a estas tierras se había convertido en un vicioso del sexo, y ahora venía a cobrarse la deuda por haberme dejado follar a sus mujeres.
Estaba en su derecho y yo no podía dejar de complacerle, pero él se había fijado en Alicia, una de las niñas a la que la matriarca Juana protegía especialmente, estando siempre presente cuando ella jugaba conmigo y yo siempre había respetado esos momentos que ella marcaba, pero Olivares se había encaprichado de ella, por lo que le advertí que todavía era virgen, respondiéndome:
—¿Me vas a negar una virgencita, Guzmán?
La sumisión de Juana a los españoles la impedía negarse a sus deseos, aunque con su mirada, me intercedía para que lo evitase, algo que no pude hacer porque debía demasiado a ese hombre que había sido mi guía en esa tierra desconocida y llena de peligros, y tan solo le rogué que fuera considerado con la cría.
Olivares entró en la cabaña dispuesto a desvirgar a Alicia, escuchando al poco rato sus lloros, lo que nos hizo intervenir para apartar a aquél sádico de la niña. Él se marchó riendo, pero en aquél momento rompí mi amistad con ese hombre al que en principio admiraba, pero a causa de tantas muertes vividas en el campo de batalla, se había convertido en un loco desposeído de toda humanidad que contradecía las órdenes de la Corona de ser respetuoso con aquellos indígenas.
Pero aunque había alguno más como Olivares, que eran denunciados por esa parte del clero que se enfrentaba a ellos y a sus libidinosos compañeros, yo consideraba a aquellas mujeres como parte de mi familia, a las que a partir de ese día cuidaría y protegería y los hijos que tuviera con ellas, tendrían los mismos derechos que su padre.
La pequeña Alicia se convirtió en una de mis favoritas. Su belleza y alegría natural no había sido marchitada por aquél desalmado y pronto pude embarazarla, lo que despertó los celos de las demás, que buscaban igual privilegio y que a todas les fue concedido.
Nunca imaginé ser amado por tantas bellas mujeres. Mi hogar ahora está aquí y mis hijos darán vida a esta nueva tierra santificada por el mestizaje.””
Guzmán había descubierto durante su estancia allí, que más allá de las riquezas y poder que se pudieran obtener, la verdadera recompensa, que aún permanece entre sus gentes, era el calor de sus pobladores, la generosidad de sus tierras y esa sensación de haber encontrado un paraíso perdido que solo la codicia de los hombres amenaza con hacerlo invivible.
No sólo me gustó sino muy interesante el contenido porque me ha hecho confirmar mi concepción sobre el sexo que es la que aquí has expuesto. Sea cierta o no, lo que me deja es que, como bien lo expresas, la sexualidad es algo natural que todos los seres humanos tenemos y que debiéramos explorar para gozar mas nuestra vida.
Gracias por compartirlo.
Hola, quiero empezar diciendonque soy un gran fan de tus relatos. Los he leidos todos.
Gracias por compartir tu creatividad y lujuria con nosotros. Ahora me gustaría hacerte una petición; Podrías hacer un relato tipo serie, en donde los personajes evolucionen, se enfrenten a diferentes problemas o que tenga una trama que nos haga esperar ansiosos el siguiente capítulo. Solo es una petición de forma respetuosa. Gracias igualmente.
Hola:
Gracias a ti. Ya te he contestado sobre eso en el correo que te envié. Supongo que lo habrás leído….
Igualmente, muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Me motivan mucho para seguir escribiendo, porque sé que muchos de vosotros disfrutáis con ellas….
Hola. Me ha gustado y encantado mucho este relato. ¿ Harás una segunda parte?