La Doble Sumisión de Panchita – Parte I
La linda Panchita es sometida por primera vez….
Francisca es una preciosa niñita rubia, de pelo castaño-dorado, liso y hasta los hombros, y unos grandes ojos verdes, súper expresivos. Y con una personalidad muy pizpireta, muy rebelde y muy llevada de sus ideas.
Con la Panchita siempre tuvimos una relación muy especial, desde que era súper chica. Por temas de negocios familiares, regularmente tenía que visitarlos, y ella siempre se pegaba a mí, jugábamos y yo le hacía cosquillas y ella se reía como loca, y conversábamos harto y de todo. Ella es hija de una prima lejana, así es que técnicamente somos medio primos, aunque ella siempre me trató de tío.
A la Panchita le faltaba poco para cumplir 12 años cuando pasó lo de la fiebre. En esa época mi prima y su tercer marido salían de viaje con bastante frecuencia, y cuando viajaban me encargaban visitar a la Panchita, que se quedaba sola con la nana (el papá de la Panchita los abandonó cuando ella era guagua y se fue a vivir a otro país). Y durante uno de esos viajes, mi prima me llamó desesperada desde fuera de Chile y me pidió que fuera a su casa, porque la Pancha estaba sola con la nana y se había resfriado, habían llamado al pediatra para que fuera a visitarla y para variar la Panchita ya le había dicho que no pensaba hacerle caso ni al doctor ni a la nana.
“¡Anda tú y convéncela que se trague lo que sea que le dé el doctor porfa, eres el único al que le hace caso!” me rogó mi prima. Y esto último era verdad; por alguna extraña razón la Panchita, que era una rebelde y una desobediente con su mamá y con todos, me obedecía a mí en lo que fuera que yo le ordenara.
“Porfa, porfa, lo que sea que le dé el doctor, ¡asegúrate y dáselo aunque se lo tengas que dar por la fuerza a esta cabra de miéchica! Yo ya hablé con ella y le dije que tú ibas para allá y que te haga caso en todo, porque si no, la voy a dejar castigada y no va a poder ir el sábado al cumpleaños de la Coti” (La Coti era una compañera de curso de la Panchita y su mejor amiga).
Cuando llegué, me abrió la nana, que era una viejuja bastante pesada, y me dice “¡Vino el doctor y esta niñita está con fiebre y no me deja hacerle nada!”
Desde la pieza la Panchita me llamó con voz angustiada, “¡Tío, ven porfi, porfi!”. Su voz se escuchaba nasal, típica voz de resfrío.
Partí a la pieza de la Pancha con la nana detrás.
“Hola preciosa, ¿qué te pasó?” y antes que ella alcanzara a contestar, la nana me dice “¡Es que el doctor dijo que tenía que ponerle ésto y esta mocosa no me deja!” y me mostró una caja.
“¡Pucha tío, no quiero, no quieroooooo!” protestó la Panchita.
“¿Qué es?” Le pregunté a la nana.
“Son supositorios. El doctor me dijo que si le subía la fiebre, tenía que ponerle dos. ¡Y ahora está con la frente caliente y ella no me deja!”
“¿Y porqué no le dejó algún antigripal en pastillas?”
“El doctor dijo que como la mamá anda de viaje, había que asegurarse que le bajara la fiebre, y que la única forma de ir a la segura es poniéndole dos de estos supositorios, y me dejó la caja para que se los pusiera, ¡Pero esta mocosa porfiada no quiere!”
“Bueno, veamos primero si realmente tienes fiebre” le dije a la Panchita, que me miró con cara de “No, si no estoy tan mal”, y haciendo un pucherito de protesta con sus labios.
Me acerqué y me senté en el borde de la cama, la Panchita se incorporó, me abrazó y me dió un beso en la mejilla y me dijo “No quiero que ella me ponga esoooo… pucha tío, no, noooo…”
“Tranquila, preciosa, tranquila. Déjame ver primero cómo estás de fiebre”. Le besé la frente y realmente la sentí algo afiebrada a la pobre.
“Mmmm… yo diría que estás con algo de fiebre amor. Pero asegurémosnos bien con un termómetro. ¿Tienen uno?”.
“Aquí está” me dice la nana, pasándome uno de esos típicos termómetros digitales.
“Abre la boca”.
La Panchita hizo un puchero con la boca y me miró desafiante.
“Ya pues, ¡Abre la boca!” le ordené, poniéndome súper serio.
Lentamente, entreabrió sus labios. Le puse el termómetro en la boca y le dije “¡Quédate quieta y no lo muerdas!”
La nana me miraba entre sorprendida y admirada, porque la rebelde Panchita, desobediente como ella sola, me obedecía a mí sin chistar.
Esperé hasta escuchar el típico pito intermitente del termómetro que avisa que la medición está lista, le saqué el termómetro de la boca y miré la lectura. Treinta y siete coma uno. No se estaba volando de fiebre, pero estaba efectivamente algo afiebrada.
“Panchita, tienes un poco de fiebre. Vas a tener que dejar que te pongan los supositorios, tal como ordenó el doctor”.
“¡¡Pucha, no, no quieroooo…!!
Le tomé las manitos y la miré fijo a los ojos.
“Amor, tu mamá me llamó, y me pidió que viniera específicamente a asegurarme que se hiciera lo que fuera que el doctor ordenara. Y tú sabes que si no obedeces, tu mamá no te va a dejar ir al cumpleaños de la Coti este sábado”.
La Panchita me miró sorprendida. “Pucha oooohh… pucha ooohhh…” comenzó a repetir, con vocecita angustiada. Había dado en el clavo. El cumpleaños de su mejor amiga era algo que la Pancha no quería perderse por ningún motivo. Y sabía que su mamá hablaba en serio. Iba a tener que someterse no más, no tenía alternativa. Pero su espíritu rebelde seguía oponiéndose, aún sabiéndose vencida y dominada.
“El doctor le dijo a tu nana que si te subía la fiebre, tenía que ponerte dos supositorios, ¿correcto?”
“¡Sí, y ella sabe, porque me lo dijo delante de ella!” interrumpió la nana.
“Panchita, no creo que tu nana esté mintiendo. Eso es lo que dijo el doctor, ¿correcto?”
“Pancha, ¿Correcto?”
“Sí ooooh…” me contestó la Panchita, con un hilo de voz.
“¡¡Pero no quiero que ella me haga eso…!!”
“Pancha, si no dejas que tu nana te los ponga, voy a tener que llamar al doctor para que él te ponga los supositorios”.
“¡¡Noooo, nooo, menos ese viejo feo…!!”
“¿Y porqué no se los pone Usted mejor?” me dijo la nana, con cara de “Parece que usted es el único que sabe cómo someter a esta mocosa”.
La Pancha se puso roja como tomate y se llevó las manitos a la boca, como diciendo “Oooohhh”, lanzándome una mirada con una mezcla de sorpresa, vergüenza y… ¿¿una sonrisita algo pícara?? Nooo, no puede ser, pensé.
Para ser franco, yo ya estaba considerando esa alternativa, pero me daba un poco de nervio ponerle supositorios a una niñita tan grande. Una cosa es ponerle un supositorio a una guagua o a una niñita de tres años, pero la Pancha, aunque todavía era chica, tenía once añitos, y pronto cumplía doce. Y más encima era absolutamente preciosa. ¿No sería un poco pedófila esta cuestión? Pero por otro lado, si la Panchita no dejaba ni que la nana ni que el doctor le pusieran los supositorios, y la fiebre le seguía subiendo durante la noche y terminaba en la clínica, ¡Su mamá no me lo perdonaría nunca!
Fuera o no fuera un acto rayano en lo pedófilo, no tenía otra opción. Pero conociéndome como me conozco, con mi largo historial de negro depravado experto en penetrar a todas mis ex pololas por el popó, sabía que iba a tener que hacer un esfuerzo extremo para reprimir cualquier pensamiento erótico. ¡Nada de erotismo! ¡Nada de tentarse con el popó de la Panchita! ¡PROHIBIDO!
Respiré hondo, mantuve mi compostura y con voz bien ronca y seria le dije:
“Amor, si no quieres que te los ponga tu nana ni quieres que te los ponga el doctor, tu nana tiene razón. Voy a tener que ponértelos yo. Salvo que quieras perderte el cumpleaños de la Coti”.
La pobre Panchita, colorada de vergüenza, se retorcía las manitos de puro nervio, posiblemente arrepintiéndose de su primera reacción con esa carita de vergüenza y sonrisa cómplice con la que me miró, ya que ahora entendía que la cosa no era un juego, sino que iba en serio. Disimulando mis propios nervios, y manteniéndome firme y estricto, seguí mi discurso con lo que veía como las únicas alternativas posibles, dadas las circunstancias:
“Panchita, amor, si no quieres perderte el cumpleaños de la Coti, vas a tener que dejar que te pongan los supositorios. Y si te los voy a poner yo, hay dos alternativas: O me dejas ponértelos por las buenas, o voy a tener que pedirle a tu nana que me ayude a sujetarte y te los voy a tener que poner por las malas…”
Esto sonó como súper sado-masoca, a pesar de mis esfuerzos por mantener a raya hasta el más mínimo erotismo…
La pobre Pancha se mordió las uñas y se retorció aún más de nervios con esta amenaza, muerta de vergüenza, repitiendo en voz baja:
“Pucha ooohhh… pucha ooohhh…”
Pero ya estaba casi rendida y entregada a su suerte, y me miraba con ojitos de súplica, como con carita de “¿me va a doler mucho?”
Volví a respirar hondo, y manteniendo mi compostura, le acaricié el pelito, le tomé la barbilla y le dije:
“Amor, tú sabes que te quiero mucho mucho mucho, ¿no es cierto?”
“Sí tío…”
“¿Confías en mí?“
“Sí tío…”
“¿Me vas a obedecer y vas a dejar que te ponga los supositorios?”
La Panchita me miró y miró a la nana con cara de “¡Andate!”. El mensaje era claro, así es que miré a la nana y le hice un ademán para que saliera de la pieza y nos dejara solos. La nana entendió que su presencia no me iba a facilitar las cosas, así es que me hizo caso y salió sin decir nada, con cara de “por fin le van a bajar el moño a esta mocosa rebelde”.
Una vez solos, la Pancha me hizo la pregunta que ya me había hecho con sus ojitos de súplica.
“Oye… ¿me va a doler mucho?”
Por un instante me pareció que la Panchita me lanzaba una mirada furtiva al paquete… Me dieron ganas de decirle: ¡Panchita! ¿Qué onda? Pero después pensé: Noooo, no puede ser… “¡Ya, córtala, te estás imaginando cosas!” me repetí mentalmente, manteniendo mi actitud de tío serio y estricto. Borré esos pensamientos perturbadores de mi cabeza y me concentré en contestarle su pregunta.
“No te va a doler casi nada si te relajas bien, amor” le dije, tomándole de nuevo las manitos para que se quedara tranquila. Tenía las manitos frías y sudorosas y le temblaban de puro nervio. Le acaricié el pelo, le dí un suave beso en la frente y le pregunté:
“¿Entonces me vas a obedecer, como buena niñita sumisa y obediente?”
La pobre seguía retorciéndose toda nerviosa, sin contestar.
Finalmente, después de un breve silencio, me contestó con un hilo de voz:
“Bueno ya oooohhh…”
Le dí un besito en la mejilla y le susurré en el oído: “Bien, amor. Te prometo que va a ser súper lento y suave, para que no te duela prácticamente nada. ¿OK?”
Asintió con la cabecita.
“Voy a lavarme las manos. ¡No te muevas!” Le dije. Fuí al baño de su pieza, me lavé las manos y volví. Increíblemente, la rebelde y pizpireta Panchita me obedeció y ni se movió mientras yo iba al baño.
“¿Estás lista?”
Asintió de nuevo con la cabeza.
“Entonces date vuelta y ponte boca abajo” le ordené, con voz muy seria. La pobre todavía se resistía, mirándome asustada, mordiéndose los labios con una evidente lucha interna entre nervios, vergüenza y el temor de perderse el cumpleaños de su mejor amiga.
“¡Ya pues, dáte vuelta!” le ordené sin darle alternativa a resistirse.
Casi en cámara lenta, la Panchita giró sobre sí misma hasta quedar boca abajo, se abrazó a la almohada con la cabecita de costado y entrecerró los ojitos, mirándome de reojo.
Tomé el plumón que la cubría y lo bajé lentamente, hasta destaparle el pompi. Tenía puesta una camiseta blanca y un coqueto pantalón de pijama rosado, con tiernos monitos estampados.
Con mucha suavidad, le tomé el pantalón del pijama por las caderas y se lo comencé a bajar. La Panchita hizo un ademán brusco de girar y tomarme la mano, como diciendo “¡No me lo bajes!” Le tomé la mano y la devolví a la almohada, diciéndole:
“Obedéceme y quédate quieta. Ya quedamos en que te vas a portar como niñita buena, sumisa y obediente. No me obligues a llamar a tu nana y ponerte los supositorios por la fuerza”.
La Pancha giró, volvió a abrazarse a la almohada y se quedó quieta, pero estaba súper tensa y tiritona.
Tomé de nuevo el pantalón de su pijama por los costados de sus caderas, y comencé a bajárselo muy lentamente, evitando movimientos bruscos que la habrían puesto aún más tensa y nerviosa. Y poco a poco, dejé totalmente al descubierto su precioso popó de niña.
Pese a no haber cumplido doce todavía, la Panchita ya tenía un lindo popín de mujercita, redondo, sensual, tierno y perfecto como toda ella. No pude evitar recordar el popó de la inglesita que fue la primera minita a la que penetré por el poto en mi vida… ¡Horror! ¡No, no! Pensé, tratando de reprimir y eliminar todo posible erotismo de la “tortura” a la que estaba a punto de someter a la pobre Panchita.
Volví a respirar hondo, tomé la caja, la abrí y saqué el envase. Presioné una de las protuberancias hasta romper el aluminio y sacar un supositorio. Y me llamó la atención el tamaño. Estos supositorios eran mucho más grandes que los típicos que yo conocía. Onda que eran casi del largo de mi dedo índice, y del grosor de mi dedo pulgar.
“Mmmmm… Si no se relaja bien, va a costar meterle dos de éstos…” pensé.
Tomé el supositorio con una mano, y con la otra le abrí los cachetes del popó hasta dejar al descubierto el rosado orificio. La pobre cerró los ojos, crispó sus manitos en la almohada y la abrazó con fuerza. Acerqué la punta al orificio y lo rocé ligeramente. La Panchita dió un ligero respingo. Puse la punta bien centrada en el orificio, y probé a empujar el supositorio, a ver si le entraba aunque fuera un poco.
La Panchita se puso súper tensa, soltó un “¡Mmmmm…!” ahogado contra la almohada, y cerró el orificio con tanta fuerza, que la punta del supositorio no entró ni un milímetro.
Me acerqué y le susurré en el oído: “Amor, así no va a entrar a menos que te lo meta por la fuerza. Tienes que relajar el popó, preciosa. Ya pues, para bien el popín y prepárate”.
Curiosamente, me obedeció y paró su precioso popó, que quedó desnudo y vulnerable en el aire…
Volví a intentarlo, le puse la punta del supositorio bien centrada en el orificio y comencé a empujar… De nuevo la Pancha se aferró a la almohada gimiendo un ahogado “¡Mmmmm…!” y otra vez apretó tanto el hoyuelo del popín, que el supositorio no le entró nada. Por supuesto que si se lo hubiera empujado con fuerza, le habría entrado igual, pero eso habría sido quizás un poco violento para la pobre, y la promesa era que si se relajaba, no le dolería casi nada. Una promesa es una promesa, tenía que cumplirla. ¿Cómo hacer que la Panchita relajara el orificio del popín?
Por supuesto que yo tenía la respuesta. Simplemente tenía que someter a la Panchita a la misma preparación a la que sometía a mis ex pololas antes de penetrarlas por el popó. ¡¡Pero es demasiado erótico!! ¡¡La Panchita es muy chica!! ¡¡Nada de erotismo!! ¡¡Nada de erotismo!! Seguía repitiendo en mi mente.
“Ok, ok”, pensé. “Suprime la parte sensual, y hagámoslo como un frío procedimiento médico. Frío, frío como un pescado. Nada de erotismo ni sensualidad, ¿OK?” me dije a mí mismo.
Me acerqué a la Pancha, y acariciándole el pelito le dije:
“Panchita, estás demasiado tensa amor. Quédate bien quieta, te voy a enseñar a relajar el popín. Pero tienes que quedarte quieta, preciosa. Confía en mí y hazme caso amor. Te prometo que te va a gustar lo que te voy a hacer”
“¿¿Qué me vas a hacer…??”
“Confía en mí, amor. No es nada malo, es sólo una técnica para relajarte el popó. Y te prometo que te va gustar. Es la única manera de que no te duela cuando te ponga los supositorios”
“¿Y si no me lo haces me va a doler?”
“Sí, preciosa. Te va a doler si no te lo hago”.
La Pancha se quedó pensativa unos momentos, mirándome de reojo muy curiosa. Volvió a abrazarse a la almohada, y me dijo en un susurro casi inaudible:
“Bueno ya…”
La tapé con el plumón sin subirle el pijama y le dije: “Quédate así mismo, ya vuelvo”. Fui hasta mi auto, y volví con algo que siempre andaba trayendo conmigo, desde los tiempos de la gringuita Maureen: Un pote de crema Nivea. Pasé de nuevo al baño a lavarme las manos y lavar el pote. Salí del baño, me senté en la cama al lado de la Panchita, y le mostré el pote.
“¿Qué es eso?” me preguntó la Pancha, al verme con el pote azul en la mano.
“Es una crema suave” le contesté.
No sé si adivinó lo que le iba a hacer, o no se atrevió a preguntarme, pero el asunto es que se volvió a abrazar a la almohada y se quedó bien quieta, como lista y dispuesta al “tratamiento”.
Bajé el plumón hasta dejar de nuevo al descubierto su tierno y precioso popó de niñita y le bajé un poco más el pantalón del pijama. Me senté al lado de su pompi, abrí el pote de crema y saqué un poco con el dedo índice de mi mano derecha. Le abrí suavemente las nalgas con los dedos de la mano izquierda, y con extremo cuidado, acerqué el dedo con crema hasta rozarle el tímido orificio. Ella dió un pequeño saltito…
Y con mucho cariño y suavidad, comencé a masajearle el pequeño orificio con lentos movimientos y roces circulares, tal como había aprendido en los muchos años que llevaba penetrando por el popó a cuanta polola tuve, desde la gringuita Maureen en adelante. Le acariciaba y masajeaba suavemente los labios del ano, alternando las caricias con unas ricas cosquillitas justo en el centro del orificio. Me echaba más crema en el dedo y repetía el procedimiento.
Con toda mi experiencia, no me tomó mucho tiempo lograr que la Panchita relajara el primer esfínter. Y ella también se relajó, cerró los ojos y como que empezó a retozar y a disfrutar el “tratamiento”, toda regalona.
“¿Viste? Te dije que te iba a gustar” le susurré en el oído.
“Síiiiii… es riiiiiico…” me respondió entre suspiros.
Como el supositorio era del grosor de mi dedo pulgar, me bastaba con relajarle sólo el primer esfínter. Pasando ese esfínter, el estímulo y la excitación al sentir la penetración del supositorio sería más que suficiente para que se le relajara también el segundo esfínter, por lo menos para el grosor del supositorio, así es que no iba a ser necesario meterle primero dos dedos en el poto hasta el fondo, como cuando preparaba a mis ex. Podía proceder directamente a ponerle los supositorios. Mis ex sí necesitaban que les metiera no sólo un dedo, sino que dos dedos juntos en el popó, y hasta tres, antes de proceder a penetrarlas con mi “Súper Supositorio”…
Tomé el supositorio que había dejado en el envase, le acaricié el pelito rubio, le dí un cálido beso en la mejilla y le dije:
“Ya amor, tu popó está listo”
Ella hundió la carita en la almohada y se quedó muy quieta. Ahora estaba temblando un poco la pobre.
Le abrí los cachetes del pompi y le puse la punta del supositorio bien centrada en el ano, que le pulsaba nerviosamente… casi como que se le abría solo…
Y comencé a empujar…
Los labios del ano se le abrieron lentamente, como una bella flor, y el supositorio comenzó a entrar, prácticamente sin esfuerzo al principio, gracias a la crema y a la relajación inducida por las caricias y cosquillas. La Panchita crispó las manos, apretó la almohada y emitió un largo “¡Mmmmmmmm…! que no podía ser de dolor, porque el supositorio le seguía entrando casi sin esfuerzo, y si le estaba entrando súper lento, era sólo porque yo no quería empujarlo con más fuerza, para asegurarme que le entrara muy lento y suave, tal como le había prometido. ¡Mmmmmm…! seguía gimiendo la Pancha, con la voz ahogada contra la almohada, y noté que trató de cerrar el popó, en un último intento por detener el avance del supositorio… Oh-oh… Esto no podía permitirlo, tenía que someterla y obligarla a rendirse, para que le entrara completo y hasta el fondo… Si no, lo iba a expulsar de vuelta, el supositorio se iba a empezar a deshacer y todo el trabajo iba a ser inútil… Así es que le tomé la cabecita por la nuca, le hundí con fuerza la cara contra la almohada y seguí empujando el supositorio, esta vez con más fuerza y sin detenerme…
La pobre Panchita soltó un gemido ahogado, apretó y rasguñó la almohada como con desesperación, y empezó a hacer unos pucheros como pequeños sollozos… Pero yo le mantuve la carita hundida contra la almohada para que no se pudiera mover, y seguí empujando el supositorio, sin hacer caso de los ahogados gemidos, hipidos, pucheros y jadeos que comenzó a emitir… Y así le entró el supositorio, milímetro a milímetro… hasta que terminó de pasar el primer esfínter… Pero faltaba asegurarme que pasara el segundo esfínter, para que no pudiera expulsarlo de vuelta… Seguí empujando el supositorio y ahora mi dedo comenzó a entrar en su popó… y se lo seguí metiendo, muy muy lento, milímetro a milímetro, hasta que sentí que el supositorio terminaba de pasar el segundo esfínter, y desaparecía engullido totalmente en lo más profundo del popó de la Panchita… No era mi intención, pero buscando empujar el supositorio hasta el fondo, ¡Mi dedo había entrado entero en su popó!
Retrocedí muy suavemente hasta sacarle el dedo del pompi, y el encremado orificio se le cerró como si lo que acababa de pasar nunca hubiese sucedido.
La Pancha hizo unos cuantos pucheros más y emitió unos quejidos como de guagüita… Y no pude evitar una sonrisa, porque sabía que todos esos gemidos, quejidos y pucheros no podían ser porque le doliera mucho… Sino que eran de pura protesta de niñita malcriada, desobediente y rebelde, por sentirse tan sometida y subyugada por la fuerza, de aquella forma tan… tan… Iba a pensar “erótica”, pero inmediatamente reprimí ese pensamiento… ¡¡Te dije que nada de erotismoooo!!
Le mantuve mi dedo entre las nalgas, rozándole el orificio, acariciándolo suavemente. Y sin dejar de hacerle esas ricas cosquillitas en el hoyuelo, me acerqué y le susurré en el oído:
“¿Y? ¿Cómo estuvo este primer supositorio?”
Girando la cabecita, con la carita colorada como tomate, me respondió toda regalona, pero haciéndose la enojada:
“¡Que eres malo! ¡Me dolió!”
No pude evitar una sonrisa…
“Mentirosilla… apuesto que no te dolió casi nada… Y te gustó… ¿O no?” le susurré en el oído, y ella también se sonrió, sintiéndose pillada en la mentira.
“Ahhh, ¿viste? Yo sé cómo relajarle el popó a las niñitas como tú…”
Ella volvió a sonreír, mirándome toda colorada y coqueta, y yo me horroricé de lo que acababa de decir. ¡Sin sensualidad! ¡Sin erotismo! Me repetí para mis adentros. Terminemos la tarea pronto, será mejor, pensé.
“Ya amor, prepárate para el segundo” le dije.
La Panchita se abrazó a la almohada, como retozando, bien regalona, y… ¿fue idea mía, o como que quebró las caderas y ¡hasta paró un poco el popín!? Mmmmm… ¡Parecía casi como que estaba preparándose para “disfrutar” el segundo supositorio…! “Y bueno… Por lo menos este segundo va a ser mucho más fácil”, pensé.
La tomé de nuevo por la nuca y hundiendo su carita con fuerza contra la almohada, procedí a meterle el segundo supositorio en el pompi, con la misma suavidad y lentitud que con el primero. Y habría podido jurar que esta vez la Panchita lo disfrutó intensamente, porque hasta meneó un poco el popó y empujó hacia atrás para facilitar la penetración…
¡Hey, basta de pensamientos eróticos! Volví a decirme para mis adentros, tratando de reprimir mi propia excitación… Pero era casi imposible, viendo cómo esta preciosura disfrutaba y gemía, ahora ya sin ninguna inhibición, mientras le hundía mi dedo entero en su popó, empujando el supositorio hasta el fondo… Sí, de nuevo terminé metiéndole el dedo entero en el poto. “Hey, es sólo para asegurarme que el supositorio le entre hasta el fondo y no lo pueda expulsar de vuelta para afuera, nada más”, me repetí varias veces mentalmente, tratando de ignorar los ahogados gemidos de placer de la Panchita, que temblaba de pies a cabeza con mi dedo entero dentro de su popó… Pero la verdad es que hacía mucho rato que el bulto en mi pantalón era súper evidente… ¡Ok, ok, basta, BASTA!
Lentamente, retrocedí hasta sacarle el dedo del pompi. Le acaricié suavemente el orificio, le dí un par de palmadas en el potito y un beso en la mejilla. Ella sonrió, se mordió un dedo y el labio inferior y me miró con una mirada pícara y cómplice.
Finalizada la “tortura”, con mucho cariño le subí el pantalón del pijama, ella giró y se acostó de lado hacia mí. Estaba toda colorada y con la frente y la naricita mojadas de traspiración. La tapé con el plumón y me senté al lado de ella. Me estiró los brazos para que la abrazara, la abracé y le dí un beso en la mejilla. “Te quiero mucho mucho mucho tiíto lindo…” me dijo, y me devolvió un beso húmedo ¡casi en la boca! “Yo también te quiero mucho, preciosa” le respondí, dándole otro beso en su sonrosada mejilla.
Debo reconocer que todo ésto me había dejado súper perturbado y confundido. Me horrorizaba la precoz sensualidad y coquetería de la Panchita. Y me horrorizaba la sola idea de haber llegado a sentir un altísimo grado de erotismo y excitación sexual con el acto de ponerle los supositorios en el popín a esta linda mocosa. ¡Son supositorios para la fiebre! ¡Recetados por el doctor! ¡¡NADA MAS!! Me repetía mentalmente una y otra vez.
Me despedí de la Panchita con un último abrazo, pese a que ella puro quería que me quedara más rato. “Pucha, quédate conmigo porfi tiiíto lindo precioso porfi porfiiii…” me repetía en el oído… “Perdona amor, pero tengo que irme…” le dije. “Bueno, pero prométeme que vas a venir a verme… ¡Prométeme, prométeme, porfi, porfi…!” me suplicaba, abrazada a mí sin soltarme. “Ok amor, te prometo que nos veremos pronto” le respondí, me separé suavemente de ella, agarré el pote de crema, lo cerré, me lo metí al bolsillo, le dí un rápido beso en la mejilla y partí. Saliendo de la pieza, le hice adiós con la mano, y ella me tiró un besito, sonriendo toda coqueta. Le sonreí de vuelta y tuve que hacer un esfuerzo gigante para girar y salir de esa pieza… En la puerta principal la nana me dió las gracias por ayudarla a salir del problema, le dije que le tomara la temperatura en una media hora para asegurarnos que le hubiese bajado, y me fui. Más bien dicho, casi salí arrancando de esa casa, todavía medio tiritón y tratando de reprimir todo ese erotismo eléctrico que se produjo en esa pieza…
¡Entre la Panchita y yo! ¡Cómo puede ser! ¡Es muy chica, boludo! ¡Y pariente lejana, pero sobrina igual!
Ni qué decir que no pude dormir casi nada esa noche. Me sentía súper confundido, no sabía si sentirme culpable o no… No sabía si simplemente había ayudado a que le bajara la fiebre y nada más, o si a la pobre en realidad la había sometido a su primera sumisión anal, y sin querer le había enseñado los primeros pasos en el prohibido y voluptuoso acto sexual de someter y subyugar a una mujer penetrándola por el popó… ¿¿¿Sería eso lo que acababa de hacer??? ¿¿¿Le acabo de enseñar a la Panchita a someterse, a gozar sufriendo, y disfrutar intensamente el sexo anal??? ¡¡¡Qué horror!!!
Pero bueno, al día siguiente, los quehaceres de la vida diaria me distrajeron lo suficiente como para enfriar un poco este caliente y escabroso tema. Aunque debo reconocer que me costaba no pensar en el precioso y sensual popó de la Panchita… ¡Por más que trataba, no me lo podía sacar de la cabeza!
El resto de esa semana y la siguiente evité aparecerme en su casa, a pesar de mi promesa… Me ponía demasiado nervioso el sólo pensar en encontrarme con esta lindura de mocosa de nuevo… Así es que me las arreglé para que con mi prima y sus socios nos juntáramos en algún Starbucks a ver los temas de negocios, en vez de ir a su casa. Mi prima estaba ultra agradecida de mi ayuda esa noche. No sé si habrá cachado el intenso erotismo que involuntariamente se produjo entre la Panchita y yo, pero si lo sospechaba, parece que no le importaba, porque me decía “Oye la Pancha quiere que la vayas a ver, te echa ene de menos. Dice que eres el mejor tío del mundo. Oye, pero si es verdad, tú eres el único capaz de someter a esta mocosa rebelde. Menos mal que fuiste y la obligaste y le metiste los supositorios en el poto a esta cabra de miéchica esa noche, si no, no sé qué habría podido pasar. Realmente nos salvaste. ¿Porqué no vienes a visitarnos? Oye, acuérdate que la Pancha cumple doce, y no te va a perdonar si no vienes a su cumpleaños. ¡Tienes que venir!”
Y bueno, el fin de semana siguiente tuve que ir a su cumpleaños. Averigüé qué cosas quería que le regalaran y le compré lo que me pareció más bacán. Antes de partir, me dí una buena ducha, me afeité y hasta me puse colonia. Me vestí con mi típica pinta a lo Indiana Jones, incluyendo el sombrero gringo que la Panchita me decía que le gustaba mucho. Y mientras me vestía, no podía evitar pensar en la perturbadora sesión de supositorios de la semana anterior… Y lo peligroso que iba a ser encontrarme con esta linda mocosa de nuevo…Pero una promesa es una promesa, así es que respiré hondo y partí.
La Panchita sonrió feliz cuando me vió por una ventana. No necesité tocar el citófono, porque ella salió corriendo a recibirme antes que nadie.
“¡Feliz cumpleaños!” le dije, le pasé el regalo, lo dejó a un lado y se me tiró literalmente encima, me abrazó y me tuvo un buen rato abrazado. “¡Qué bueno que viniste! ¡Te adoro, eres mi tío lindo precioso!” Me decía, mientras me llenaba de besos. “¡Y tú eres mi sobrina adorada, y estás más linda que nunca!” le respondí. Y era verdad… La Panchita se había arreglado como nunca… bien peinada, ojitos con rimmel, boquita pintada, linda blusa, botas y minifalda… Chuuuuuu… Se veía absolutamente preciosa… Una preciosa y precoz adolescente, muy muy sexy, a pesar de estar cumpliendo recién doce añitos… Abrazándome bien apretado, sus bracitos alrededor de mi cuello, suspirando y dándome besos… Mis manos en su cintura, mis dedos deslizándose hacia atrás sobre su coqueta minifalda, sintiendo el comienzo de las curvas de su lindo popó de niña… ese precioso potito por donde le metí los supositorios y el dedo hasta el fondo, la semana anterior… Chuuuuuuu… ¡Tuve que hacer un esfuerzo enorme para vencer la tentación de seguir bajando, levantarle la minifalda, meterle mi mano en los calzoncitos y acariciarle el hoyelo del popín!
Peeeeligroso… pensé, tratando infructuosamente de reprimir los oscuros pensamientos que me invadían… y tratando de que ella no sintiera el bulto en mi pantalón… Pero ella seguía apretada a mí, y no me soltaba… Hasta que sentimos ruido, como que alguien venía a ver quién había llegado, ahí como que se puso nerviosa, se separó de mí con un último beso y entramos a la casa.
La Panchita partió corriendo donde sus amiguitas y yo pasé a saludar a mi prima, su pololo y un par de amigos que estaban en el living. Me senté a conversar con ellos, todo súper normal, pero no alcanzaron a pasar ni cinco minutos y sorprendí a la Panchita y a su íntima amiga la Coti mirándome desde un rincón, cuchicheando entre ellas y riéndose coquetonamente. ¿Sería idea mía, o las pillé a ambas lanzándome furtivas miradas al paquete? Nooo, no puede ser, pensé. Pero cuando las miré, la Coti puso cara de niñita malula y traviesa, me sonrió muy pícara, giró la cintura, paró el popín… ¡¡Y se levantó el vestido, se bajó rápidamente los calzones y me mostró el potito desnudo!! ¿¿Qué onda esta pendex?? Por suerte ninguno de los otros adultos cachó nada… La Panchita le dió un empujón a la Coti como diciéndole “¡Oyeeee!”, la Coti se rió y se subió los calzoncitos, y nos miró alternadamente a la Panchita y a mí, mordiéndose el labio inferior… La Pancha me miró con una mirada muy tierna, como pidiéndome perdón, me sonrió toda colorada, volvió a empujar a la Coti y se fueron raudas donde sus otras amiguis…
¿Será que la Pancha le contó a la Coti todo lo que le hice esa noche de la fiebre? ¿Y especialmente, “cómo” y “por dónde” se lo hice?
Mmmmmmm…¡Obvio que tenía que haberle contado todo! Ahora resulta que la mojona traviesa de la Coti sabe lo de los supositorios que le puse a la Panchita en el pompi… ¿Quién más de estas pendex sabrá…? Mmmmmmm…
creo que tengo fiebre donde te encuentro y me pones tu supositorio para bajarme esta calentura que tengo …..Muy buen relato amigo sigue contando sobre la panchita…….. 🙂 😉 🙂 ; 🙂 😉 🙂 😉
Buen relato, cómico y estrictamente ameno.
Oye amigo tiene telegram para charlar y concoer a Panchita jaja saludos . Está muy bueno el relato