La Elección Correcta
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Nota del Autor;
El siguiente relato es tan solo un borrador que forma parte de una historia mayor y en la que aún estoy trabajando. Se tratará de una historia de zombis por lo que en su versión final podrían cambiar muchas cosas.
He creído oportuno publicarla para ver si tengo la pluma demasiado oxidada y para recibir con humildad vuestras críticas y sugerencias. Cualquier idea que tengáis será enormemente apreciada.
Espero que disfrutéis.
Escritor Sin Tabúes.
La elección correcta.
Ana era sorda desde los dos años de edad pero había aprendido a leer los labios, comunicarse mediante lenguaje de signos e incluso a hablar medianamente bien a pesar de no escucharse a sí misma.
Era una preciosa joven de ojos verdes con una melena castaña con tendencia a rizarse. Su fino rostro de facciones atractivas resplandecía con la luz propia de la adolescencia, aunque sus sensuales labios carnosos le hacían parecer más adulta de lo que era realmente. Las líneas de su esbelto cuerpo dibujaban unas piernas largas y fuertes, una cintura plana y un torso flexible dotado de unos provocativos pechos que formaban los escotes más excitantes.
Era alta y con un cuerpo envidiable, gracias al cual había logrado su propio grupo de admiradores cada vez que tenía un partido de voleibol. Chicos de su instituto, algunos bastante guapos y populares entre las chicas, aunque Ana solo tenía ojos para una persona… La cual la estaba ignorando deliberadamente mientras se cepillaba los dientes en el cuarto de baño.
– Por favor, Alex, no vayas… – Soltó Ana con su torpe voz mientras se apoyaba en el marco de la puerta. Pero Alex seguía inmutable.
– … Por favor… – Insistió colocándose a su espalda para que la viese a través del espejo. – … No vayas con ella… – Gesticuló en lenguaje de signos. Aunque él la miraba no obtuvo ninguna respuesta.
Se quedó inmóvil y abatida observando a su hermano mellizo frente al espejo mientras la esquivaba con la mirada. Le odiaba profundamente cuando hacía eso.
Él le sacaba algo más de una cabeza a su hermana y era un chico terriblemente guapo a sus diecisiete años. Compartía un sin fin de rasgos con ella; como el color del pelo, sus enormes ojos verdes o las formas características de su rostro, aunque en él le hacían parecer menos maduro. Y su cuerpo, ágil y atlético, era tan normal como podía serlo para un chico que se pasaba las tardes jugando al fútbol o practicando karate en el gimnasio del barrio mientras descuidaba sus estudios. Se notaba que estaba en forma.
Él también atraía a las chicas con la misma facilidad con la que su hermana atraía a los chicos, pero en su caso sí que las prestaba atención… Al menos hasta que Ana se las espantaba… Al principio sus celos no tenían un matiz sexual o amoroso, Alex era tan solo el hermano con el que había crecido inseparable y del que no quería desprenderse, pero bien entrada en la adolescencia empezó a darse cuenta de que le amaba tanto como él le amaba a ella. Aunque ninguno sabía qué era aquello que impulsaba sus sentimientos…
– Ya sabes las cosas que dicen de Irene… Su fama es… – Alex la interrumpió volviéndose hacia ella para que le leyese bien los labios.
– ¿Y por qué crees que he quedado con ella, eh? ¡Tengo casi dieciocho años y aún no me he acostado con ninguna chica por tu culpa…! – Gritó furioso. Su hermana no podía escucharlo pero percibió el tono perfectamente.
– ¿Por mi culpa…? ¡Yo nunca quise que esto pasase! ¡No es mi culpa haberme enamorado de un niñato que sólo piensa en follar! ¡Tú ni siquiera me quieres! – Sus manos se movían con furia a la velocidad del rayo pero Alex captó cada una de sus palabras, aunque no tuvo opción de replicar ya que Ana le apartó de un empujón y salió del baño llorando amargamente.
El joven la alcanzó llegando a su cuarto y aunque en un principio se resistió, consiguió inmovilizarla contra la pared forzándola a leerle los labios de nuevo.
– ¿Que no te quiero? ¿Que no te…? ¡Idiota, no sé vivir sin ti! – Gritó justo antes de estrellarse contra sus labios. Ana no opuso resistencia y comenzó a besarle con la misma intensidad olvidándose de todo lo demás. No era la primera vez que lo hacía pero siempre se juraba que sería la última… "Los hermanos no deben hacer estas cosas. ¿Por qué tiene que besar tan bien?" pensaba a menudo.
Durante unos minutos los dos hermanos entraron en una espiral que les llevaba de besarse apasionadamente a darse besos tiernos y cortos que desbordaban amor, para después volver a devorarse con premura. El suyo era un amor poderoso e irracional que ninguno de los dos entendía y contra el que no sabían luchar. Un amor que les asustaba enormemente y que amenazaba con destruir sus vidas negándoles la felicidad, y aún así, allí estaban una vez más. Cediendo ante su instinto.
– Quédate conmigo… – Imploró Ana gesticulando todo lo despacio que podía. De alguna forma inconsciente deseaba alargar ese momento lo máximo posible para que su hermano no se marchase de su lado.
– … Déjame hacerte el amor… – Replicó Alex.
– … N… No puedo, no p… podemos… – Tartamudeó confusa. Sabía que una vida con Alex era igual de imposible que una vida sin él. Estaba dividida entre corazón y mente, que peleaban por tomar el control mientras ella sufría los efectos de esa batalla volviéndola cada vez más insegura y errática.
Alex también sufría a su manera ya que también tenía miedo de cruzar la línea. Sabía que sería prácticamente imposible tener una vida normal pero prefería lamentarse por intentarlo que lamentarse el resto de su vida por no haber tenido el valor. Además, Ana le mantenía bloqueado en ese perpetuo tira y afloja que no le dejaba pasar página. No le permitía estar con otras chicas pero tampoco estar con ella… Se estaba volviendo loco y tenía que escapar de todo aquello fuese como fuese.
– No puedo seguir así Ana… Se acabó. – Eran palabras demasiado duras como para pronunciarlas con la voz, así que las gesticuló con cierto miedo mientras se apartaba de ella provocando que un nuevo torrente de lágrimas volviese a recorrer sus rosadas mejillas.
La joven se dejó caer con la espalda contra la puerta hasta quedar sentada en el suelo hecha un ovillo, observando cómo su hermano desaparecía por la escalera que conducía al salón. El pecho comenzó a dolerle por el esfuerzo de sus pulmones acelerándose con furia o tal vez porque sabía que le estaba perdiendo para siempre. Irene no sería más que la primera, muchas chicas estaban locas por él y harían lo que fuese por tenerle… ¿Porqué ella no podía hacerlo también…? "Tal vez sea lo mejor, no tenemos futuro" "No, no, no, ¡Ve tras él idiota!". Su cabeza era un hervidero de contradicciones, miedo y deseos que estaban empezando a desesperarla. Pero entonces comenzó a imaginarle teniendo sexo con otras chicas, disfrutando de lo que ellas podían darle, haciéndole feliz de formas que ella no se atrevía…
No, no podía con eso… No podía hacer frente a algo así, por lo que cedió ante los celos que le hacían hervir la sangre y salió corriendo escaleras abajo dispuesta a hacer cualquier locura para detenerle. Alex era suyo y no iba a dejarle marchar con ninguna otra.
Le halló en la puerta buscando las llaves de su moto y en ese instante Ana recordó que las había guardado en el bolsillo trasero de su pantalón. Siempre las escondía cuando sabía que iban a discutir para evitar que hiciese lo de siempre y saliese corriendo. Pero ese día Alex no estaba para juegos.
– Dame las llaves, Ana… – Soltó asegurándose de que su hermana captaba el tono. Ella no protestó y se las ofreció con evidente nerviosismo.
Iba a hacerlo, se lo iba a decir de un momento a otro… Casi había encontrado las palabras. "Quédate… Quédate y hazme el amor… No quiero perderte…" Sólo necesitaba reunir el valor necesario para decírselo.
Las rodillas comenzaron a temblarle cuando le vio girarse para abrir la puerta con una expresión extraña. "También es duro para él. No le he dejado otra alternativa…" se culpó. "¡Detenle Ana, no le pierdas!"
– Alex, no te vayas… Yo… – Comenzó. Pero su hermano ya se había detenido incluso antes de empezar a hablar. Se aferraba a la puerta nervioso tratando de decidir qué hacer, y cuando ella se dispuso a completar su frase accediendo a sus deseos, él volvió a impedírselo dando un paso hacia atrás y cerrando con fuerza. Lloraba amargamente.
– Tú ganas. N… No quiero perderte… No puedo. – Confesó abatido cuando ella se puso frente a él.
Cuando la estrechó entre sus brazos ella aún estaba paralizada por la sorpresa. ¿Qué significaba aquello? ¿La estaba escogiendo a pesar de todo? De pronto volvió a respirar como si llevase siglos sin hacerlo, como si de de repente le hubiesen quitado de encima el peso del mundo… Por primera vez en su vida estaba sintiendo de verdad el amor que su hermano sentía por ella. Era un amor limpio, puro, sin la obsesión por el sexo que solía mostrar… Le hacía sentirse a salvo del mundo, como si no existiese nada más que ellos dos.
Comenzó a darse cuenta de que ya no estaba segura de nada. ¿De qué le valían las dudas? ¿Porqué negarse a aquello que le ofrecía el destino? Era su hermano, si. Pero también era la persona a la que amaba y sin la única que no podría vivir. Además, él también la amaba, ahora estaba completamente segura de ello. ¿Qué le importaba al mundo lo que hicieran en su intimidad? Una a una sus barreras morales se fueron derribando solas hasta hallarse a sí misma, vacía de dudas y preocupaciones, abrazada a su alma gemela.
– Espero que al menos me dejes seguir besándote… – Gesticuló con una sonrisa resignada. Ella le correspondió con un tierno beso mientras en su mente todo empezaba a dar la vuelta. Cosas que tenían sentido dejaron de tenerlo y cosas que nunca tuvieron sentido para ella empezaron a construir la verdad sobre lo que deseaba para sí misma. "Piensa en ti por una vez" se decía una y otra vez.
– … Ven… – Su mano temblorosa se aferró a la muñeca de Alex mientras este la observaba extrañado.
Tiró suavemente de él mientras le conducía escaleras arriba aún sin creerse lo que estaba haciendo o lo que pensaba hacer. Ni siquiera se atrevía a pensarlo, sólo se dedicaba a dejarse guiar por esa voz que susurraba en su cabeza invitándola a ser egoísta por una vez en su vida. A ser ella misma y no quien los demás esperaban que fuese.
Le condujo al interior de su cuarto y cerró la puerta tras ella mientras cogía todo el aire que podía en sus pulmones. Nunca había estado más nerviosa pero aún así halló un atisbo de excitación imaginando lo que iba a ocurrir allí.
– Quédate ahí… – Le indicó. Su hermano aún no entendía muy bien lo que pasaba por lo que se quedó en su sitio aguantando la mirada de Ana directamente a sus ojos esperando una explicación.
Era demasiado tarde para dar marcha atrás así que agarró su fina camiseta de tirantes blanca y comenzó a levantarla lentamente desde la cintura hasta que salió por su cabeza, quedándose con un elegante sujetador azul marino con finas rallas horizontales de color blanco. Alex comenzó a hablar pero ella evitó mirarle mientras empezaba a desabrochar su pantalón vaquero corto y lo dejaba caer al suelo. Sus braguitas hacían juego con el sujetador ajustándose con elegancia a sus suaves caderas. Hubiese sido una visión realmente imponente para cualquier hombre, pero Alex la miraba embobado como si contemplase a una autentica diosa. Su diosa. Ana lo notó y comenzó a ruborizarse mientras se mordía el labio inferior.
Su corazón empezó a acelerarse por la vergüenza que sentía pero eso no le impidió desabrocharse el sujetador y echarlo a un lado, esta vez sí, mirándole para ver su reacción.
Alex comenzó a mostrarse nervioso en su sitio mientras devoraba con sus ojos los perfectos pechos de su hermana que resaltaban sobre su figura con firmeza y provocación. Tenían un buen tamaño y estaban coronados por unos delicados pezones de tono oscuro que se abrían discretamente hacia los lados invitándole a soñar.
Con sus braguitas se tomó más tiempo, no era fácil… Pero finalmente se deshizo de ellas con lentitud mostrando su pubis escasamente poblado. "Ya está, ya lo has hecho". "Deja que te mire… Te gusta como lo hace. Ésta eres tú…" se dijo a sí misma. Lo cierto es que al principio le incomodaba su mirada porque nunca nadie la había mirado de esa forma, pero pronto empezó a disfrutarla. De alguna forma disparaba su ego y le hacía sentir bien, por lo que comenzó a relajarse y abandonar esa postura nerviosa y encorvada transformándose en una perfecta escultura hecha para inspirar los pecados más inconfesables en la mente de su hermano, quien parecía a punto de desmayarse.
– Quítate la ropa… – Le indicó nerviosa.
A diferencia de ella su hermano no era tan sutil ni delicado por lo que su camiseta gris voló sobre el escritorio derribando una pequeña lámpara y causando un pequeño caos entre sus cosas, lo que le provocó una sonrisa mientras le observaba acercarse con nerviosismo para arreglarlo.
– Alex, A… Alex… N… No importa. Luego lo colocaré… Continúa… – Soltó tratando de reconducir la situación.
El joven se había quedado pálido pero volvió a ocupar su lugar y comenzó a quitarse su pantalón pirata negro al mismo tiempo que sus zapatillas, e igual que a Ana, la ropa interior se le resistía aunque bajo ella ya se intuía una erección prometedora.
– Espera… – Soltó mientras se acercaba a él temblorosa.
Enseguida notó el calor que emanaba del cuerpo de su hermano debido a la excitación y el nerviosismo del momento, así que le abrazó para dejarse envolver por ese calor reconfortante antes de deslizar ella misma la ropa interior y hacerla caer al suelo.
Se quedó paralizada al ver aquella potente erección que se alzaba entre ambos y descansaba sobre su vientre quemándole la piel. No era de un tamaño alarmante pero si lo suficiente como para que cualquier chica suspirase pensando en la que se le venía encima.
"Ya has hecho lo más difícil, ahora… disfrútalo. Sé tú misma." Se animó. A esas alturas ya se sentía en caída libre y el pudor daba paso a la excitación, por lo que agarró las manos de Alex y las posó suavemente sobre sus pechos invitándole a acariciarlos.
– Yo tampoco quiero perderte… – Dejó que su hermano asimilara sus palabras unos segundos antes de auparse hacia su labio inferior y morderlo con ternura.
Sus labios se entrelazaron arropando a unas lenguas que se buscaban desesperadamente mientras sus cuerpos se frotaban y sus manos se exploraban con timidez. Aún sentía la erección de su hermano frotándose contra su vientre y sabía que tarde o temprano iba a tener que tocarla, así que no lo demoró más y comenzó a acariciar su pene con suavidad. Estaba caliente y duro como una piedra cuando se aferró a él y comenzó a masturbarlo. Su timidez e inexperiencia hicieron que sus movimientos fuesen rápidos hasta que él detuvo su mano indicándole que bajase el ritmo.
– S… Si vas tan rápido yo… – Susurró ante sus ojos. Ella se disculpó con un tímido gesto y una sonrisa nerviosa. Hasta ese instante no se había dado cuenta de lo mucho que se le había acelerado el corazón a causa de las caricias de su hermano, que aunque explorasen su espalda y sus nalgas siempre regresaban irremediablemente a sus pechos como el oleaje a la playa.
El joven se inclinó para alcanzarlos con su boca mientras ella besaba su cabeza y acariciaba su cabello con cariño. Le gustaba la delicadeza que mostraba con sus labios pero no era una postura cómoda, por lo que le condujo a la cama para ponérselo más fácil.
Ana había tenido mil fantasías sobre cómo sería estar íntimamente con un chico. Se había masturbado en muchas ocasiones pensando en su hermano por lo que el placer no le era en absoluto desconocido… Pero aquello superaba todas sus expectativas. Sentir aquellos besos por su cuerpo, aquellas caricias sobre su vientre templando sus nervios, aquellas miradas que Alex le dedicaba cada pocos segundos como si aún no terminara de creerse lo que estaba ocurriendo… Era algo maravilloso.
"Tonta… ¿Por qué no has hecho esto antes…?" Se preguntó.
Sabía que el momento de la verdad estaba cerca a pesar de que le encantaba aquél baile de caricias y besos. Aún le quedaba mucho por descubrir sobre el cuerpo de Alex pero notaba su impaciencia y sabía que estaba tan excitado que su erección podría desbordarse en cualquier momento. Finalmente y tras mucho pensarlo solicitó una tregua para alcanzar un cajón de la mesilla de noche y rebuscar en él mientras su hermano recorría con los labios su vientre peligrosamente cerca de su Pubis. Finalmente sacó un preservativo con una sonrisa ruborizada.
– Seguro que pensabas que fue mamá quien te quitó los preservativos de tu escondite… – Gesticuló divertida.
Aquella caja de doce preservativos llevaba en su cajón más de un año y medio. Desde poco antes de que su hermano y ella se confesasen su amor una noche de verano tras volver de la playa. Por aquellos días Alex se mostraba cada vez más obsesionado con el sexo y se masturbaba a menudo. Ella lo sabía y no le importaba, pero no soportaba la idea de que su hermano se acostase con chicas, por lo que no iba a ponérselo nada fácil. De alguna extraña forma estaba convencida de que Alex era suyo y no estaba dispuesta a que nadie se lo quitase.
– ¿¡Eras tú!? – Preguntó alarmado.
– Me puse furiosa cuando me enteré de que los habías comprado y no pude soportar la idea de que los utilizases con cualquier chica… Puse tu cuarto patas arriba para encontrarlos… – Confesó esperando que no se enfadase demasiado. Pero en lugar de ello él volvió a lanzarse a sus labios mientras se lo quitaba de la mano.
Ana sabía que a esa edad cualquier adolescente sabía cómo ponerse un preservativo, por lo que no le sorprendió mucho la habilidad de su hermano.
Tal vez lo habría ensayado en más de una ocasión, tantas como preservativos le faltaban a la caja y durante un segundo dudó. "¿Y si no es virgen? ¿Y si ha hecho esto más veces y todo es una mentira?" Se preguntó. Pero lo cierto es que ya no importaba. No hacía aquello por él, sino por ella. Era lo que deseaba y las dudas no iban a detenerla.
– ¿Estás… segura de esto? – Preguntó impaciente Alex.
Ana estaba segura. A esas alturas no estaba dispuesta a abandonar y decepcionarle. Quería perder su virginidad con la persona que amaba… Pero aún así tardó unos segundos en poder decirlo.
– … Hazlo, pero… Despacio… – Gesticuló nerviosa.
Había leído y escuchado infinidad de cosas sobre la primera vez de una chica. Que si algunas disfrutaban, que si a otras "sufrían terriblemente" o que (como afirmaban unas pocas) estaban tan nerviosas que ni se habían enterado de la penetración. Demasiada información que no le sirvió de nada, porque nada podría haberla preparado para aquello.
Cuando su hermano comenzó a presionar introduciendo su pene, notó como se abría paso dentro de ella con leves punzadas de dolor que estuvieron a punto de obligarla a detenerle, más por miedo que por otra cosa, en realidad. Pero no lo hizo. Aguantó la primera penetración convenciéndose a sí misma de que no era tan malo como imaginaba, aunque su hermano reparó en su expresión tensa.
– ¿Quieres que pare…? – Susurró ante su rostro. Pero ella negó con la cabeza mientras le agarraba por las caderas y abría un poco más las piernas invitándole a continuar.
La segunda embestida fue una réplica de la primera pero esa vez estaba preparada, por lo que expulsó el aire de sus pulmones recibiendo lentamente una tercera embestida mucho más llevadera. La cuarta fue incluso mejor aunque la quinta volvió a ponerla en guardia. Aún así, la sensación que tenía era mejor de lo esperado y comenzó a relajarse mientras le atraía a sus labios volviendo a la nube en la que había estado unos instantes antes. Una a una, las embestidas fueron mejorando a medida que el placer sustituía al dolor inicial, dándose cuenta de que todo estaba en su cabeza. Según se concentraba en besar a Alex o en sentir sus caricias sobre su piel, comenzaba a estar segura de que el sexo era todo lo maravilloso que se suponía que debía ser.
Le permitió acelerar el ritmo lentamente consciente de que estaba llegando al final, aunque ella aún estaba comenzando a excitarse. No podía culparle, aquello era mucho más de lo que ambos habían previsto hacer y no estaba resultando para nada "traumático." Más bien todo lo contrario.
Supo que había terminado cuando su hermano apoyó la frente justo sobre la suya y se quedó inmóvil con la respiración contenida, mientras su pene se descargaba por completo aún presionando su cérvix. "Ya está, lo has hecho, Ana." Se dijo con una sonrisa complacida, aunque no podía evitar sentir un regustillo amargo (o decepcionante) pensando que no llegaría al clímax. Tal vez Alex se dio cuenta de ello o simplemente es que se sentía tan excitado cumpliendo el sueño de hacer el amor con su hermana, que dejó su pene en su interior mientras recuperaba el aliento a base de caricias y tiernos besos que supusieron una grata sorpresa para ella. Estaba impidiendo que se desmotivara mientras recuperaba las fuerzas.
Durante unos largos y placenteros minutos se besaron tanto y con tanta pasión que sus labios comenzaron a enrojecerse y dejar cierto escozor adictivo, hasta que las caderas del joven comenzaron a moverse de nuevo pillándola por sorpresa. "Te ama, quiere complacerte… ¡Aprovéchalo!"
Cerró los ojos mientras se mordía el labio inferior dejándose envolver por cada una de las oleadas de placer que traían sus movimientos. Sabía que estaba gimiendo con cada respiración porque notaba la vibración sutil e intermitente de su pecho, pero hasta que no reparó en la sonrisa de su hermano no supo cuán profundos eran esos gemidos. De pronto se sintió avergonzada y se refugió en su hombro mientras él mantenía el ritmo, aunque con un poco más de ímpetu en sus empujones para obligarla a gemir aún más. "Le gusta escucharte, ¡no te contengas!" se dijo mientras comenzaba a notar que le faltaba la respiración. Aquello era una absoluta locura, su excitación se estaba acelerando descontroladamente mientras sentía que su interior ardía en llamas que provocaban que su piel brillase sudorosa y resbaladiza. Cada caricia acababa en unas uñas clavándose en la piel del otro, cada beso terminaba con un mordisco en los labios del otro, cada penetración acababa con una exhalación desbocada hasta que ambos supieron que aquello estaba llegando a su fin.
Ana ni siquiera se dio cuenta de que una lágrima se escapaba por su mejilla derecha mientras el intenso baile la elevaba a un clímax que desbordó sus sentidos y su sexo. Por unos instantes ni siquiera era consciente de que su hermano seguía empujando con fuerza hasta que volvió a eyacular, esta vez sí, quedando completamente agotado con la cabeza sobre su hombro.
Sus pensamientos eran una explosión caótica de imágenes y sentimientos que giraban en torno a Alex. Recuerdos recientes y recuerdos lejanos se entremezclaban conformando la imagen de la persona que tenía sobre ella tratando de recuperarse. Era el chico que le hacía sonreír cada mañana con un beso en la mejilla, quien deslizaba su mirada por su escote buscando fantasías, quien le cedía su trozo de manta para que no pasase frío en el sofá… Era su amor prohibido, su hermano travieso, su amigo leal…
Finalmente el joven se apartó quedándose aún lado para deshacerse del preservativo mientras comenzaban a sentir la desaceleración de emociones que les devolvió a la realidad.
– ¿Estás bien…? – Preguntó él. "Si tú supieses…" Ella asintió con timidez. – ¿Por qué has cambiado de opinión respecto a esto? – Gesticuló Alex algo más calmado.
– … No lo sé… Supongo que hiciste la elección correcta al quedarte… – Respondió ella. "Pero nunca te hubiese dejado marchar…" Pensó mientras le besaba.
Durante un buen rato los dos se quedaron abrazados en silencio. Su relación había roto las cadenas que la oprimían y todo se había complicado mucho más entre ellos. Tenían que aclarar muchas cosas antes de seguir adelante con sus vidas… Pero no sería aquella preciosa tarde, no mientras aún les quedasen fuerzas para seguir besándose. "Ya nos preocuparemos mañana…" se dijo con una sonrisa y sin perder de vista aquél cajón de su mesilla de noche…
FIN
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