La fantasia de Mama (III)
Hoy… otros 3 capítulos de esta historia, que aunque fantasiosa… de sedeando que en alguna parte del mundo, una mama caliente, lo este haciendo realidad.
Capítulo 5: En el Borde de la Piscina
María, sintiendo el deseo creciente de sus hijos, los condujo hacia el borde de la piscina. Jorge se sentó, con los pies sumergidos en el agua, mientras María, con una mirada cómplice hacia Sandra, de nueve años, se arrodillaba frente a él.
«Sandra, mi amor», susurró María, «cuida de tu hermano».
Sandra, con los ojos brillantes, asintió y se acercó a Jorge, observando con curiosidad cómo su madre tomaba su pequeño pene entre los labios. A pesar de su corta edad, la erección de Jorge era firme, y María comenzó a besarlo y succionarlo con suavidad.
«Así, Sandra», explicó María, «tienes que lamerlo y succionarlo con cuidado».
Sandra, imitando a su madre, se arrodilló junto a ella y comenzó a lamer el pene de Jorge, siguiendo las instrucciones de María. Jorge, con los ojos cerrados, gemía de placer ante las sensaciones que experimentaba.
«¿Lo estoy haciendo bien, mamá?», preguntó Sandra, con la voz temblorosa.
«Perfecto, mi amor», respondió María, «eres una alumna muy aplicada».
María, alternando entre besar y succionar el pene de Jorge, observaba con satisfacción cómo Sandra seguía sus pasos. La imagen de sus dos hijos, desnudos y entregados al placer, la llenaba de una excitación indescriptible.
«Mis amores», dijo María, interrumpiendo el momento, «prométanme que siempre se amarán de esta forma, pase lo que pase».
«Lo prometemos, mamá», respondieron Jorge y Sandra al unísono.
María, con una sonrisa maliciosa, los besó a ambos en los labios, sellando el pacto. La noche continuó, y los juegos prohibidos se intensificaron, llevando a Jorge y Sandra a explorar nuevas formas de placer.
Sandra, ahora más desinhibida, comenzó a acariciar el cuerpo de Jorge, deteniéndose en sus zonas más sensibles. Jorge, a su vez, exploró el cuerpo de Sandra, descubriendo con sorpresa las incipientes curvas de su hermana.
María, observando la interacción entre sus hijos, los animaba a entregarse al placer, guiándolos en cada movimiento. La piscina, ahora convertida en un templo de deseo, fue testigo de los juegos prohibidos de María, Jorge y Sandra.
Capítulo 6: En el Borde de la Piscina (Continuación)
María, con una mezcla de nerviosismo y excitación, indicó a Jorge que permaneciera sentado en el borde de la piscina. Luego, tomó la mano de Sandra, de nueve años, y la acercó a su hermano. Con suavidad, guió a Sandra para que se sentara sobre el pene erecto de Jorge, introduciendo lentamente la cabeza del glande.
«Ay…», gimió Sandra, sintiendo la leve molestia inicial.
«Tranquila, mi amor», susurró María, «es normal que sientas un poco de molestia al principio».
Jorge, con la respiración agitada, observaba cómo su hermana se acomodaba sobre él. «Sandra…», susurró, «me gusta».
Sandra, siguiendo las indicaciones de su madre, comenzó a moverse lentamente sobre Jorge, cabalgando sobre él con movimientos suaves. María, observando la escena con una sonrisa maliciosa, animaba a su hija a aumentar la velocidad.
«Más rápido, Sandra», susurró María, «así, como lo estás haciendo».
Sandra, obediente, aumentó el ritmo de sus movimientos, sintiendo cómo el pene de Jorge se deslizaba dentro y fuera de su cuerpo. Jorge, con los ojos cerrados, gemía de placer ante las sensaciones que experimentaba.
«Mamá…», gimió Jorge, «me voy a correr».
«Aguanta un poco más, mi amor», susurró María, «quiero que te corras dentro de Sandra».
Sandra, sintiendo la tensión en el cuerpo de Jorge, aumentó aún más la velocidad de sus movimientos. Jorge, al borde del clímax, gritó de placer y se corrió dentro de su hermana.
«¡Ah!», gritó Jorge, sintiendo el orgasmo recorrer su cuerpo.
Sandra, sintiendo el líquido caliente dentro de ella, se detuvo y se dejó caer sobre el pecho de su hermano. María, con una sonrisa de satisfacción, felicitó a sus hijos.
«Muy bien, mis amores», dijo María, «lo hicieron muy bien».
María les sirvió una copa de vino a cada uno y brindaron por el momento compartido. Luego, María preguntó a sus hijos: «¿Quieren dormir en sus habitaciones o prefieren dormir todos juntitos en la cama de mamá?».
«Juntitos», respondieron Jorge y Sandra al unísono, con una sonrisa traviesa.
Capítulo 7: La Habitación Compartida
María, con una delicadeza maternal, tomó una toalla suave y comenzó a secar los cuerpos desnudos de sus hijos. Cada roce era un beso silencioso, una caricia que celebraba la belleza de sus cuerpos. Con una mano, acarició la espalda de Sandra, de nueve años, mientras que con la otra secaba el cabello de Jorge, de quince.
«Mis amores», susurró María, «son tan hermosos».
Con movimientos lentos y sensuales, María introdujo sus dedos en la entrada de Sandra, sintiendo la humedad cálida que la envolvía. Al mismo tiempo, tomó el pene de Jorge entre su otra mano, acariciándolo con suavidad. Los cuerpos de sus hijos se recostaron contra el suyo, buscando el calor y la seguridad de su abrazo.
María, con sus manos expertas, estimuló a sus hijos hasta llevarlos al borde del placer. Jorge, con un gemido ahogado, se derramó en la mano de su madre. María, con una sonrisa pícara, saboreó sus dedos, disfrutando del sabor dulce y salado del néctar de su hijo. Luego, limpió sus dedos en la boca de Sandra, quien los lamió con deleite.
«Mmm, mamá», dijo Sandra, «qué rico».
María, tomando de la mano a sus hijos, los llevo hacia la casa. Los tres, desnudos y unidos por un lazo invisible, dejaron atrás la piscina, testigo silencioso de sus juegos prohibidos.
En la habitación de María, Sandra encendió el televisor y puso su película favorita. Mientras tanto, Jorge se dejó besar por su madre, quien acariciaba su pene con ternura. María, con un movimiento sensual, se sentó sobre las piernas de su hijo, buscando la calidez de su cuerpo.
Sandra, completando el triángulo de deseo, se sentó sobre el rostro de Jorge, quien comenzó a lamer su entrada con pasión. La pequeña, con un gemido de placer, inclinó la cabeza hacia atrás, ofreciendo sus pechos a los labios de su madre.
María, alternando entre besar los pechos de Sandra y acariciar el cuerpo de Jorge, los llevó al borde del clímax. Los tres, unidos por un torbellino de sensaciones, se entregaron al placer, gritando y gimiendo en un coro de éxtasis.
Finalmente, agotados y satisfechos, se quedaron dormidos, María en el centro, rodeada por los cuerpos desnudos de sus hijos. La habitación, ahora un santuario de amor prohibido, guardaba el secreto de su unión.
Nadie sospechaba lo que había ocurrido esa noche en la casa de María. Pero, a partir de ese momento, la familia se unió por un lazo irrompible, un secreto compartido que los haría inseparables.
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