La felicidad de una madre
Ese nexo especial que existe entre una madre y su hijo a veces es difícil de explicar porque alcanza unas cotas que no se pueden reconocer a asimilar ante los demás..
Supongo que muchas madres se sentirán identificadas con esta historia, ya que siempre hay unos momentos en la relación madre-hijo en los que pueden darse este tipo de situaciones, que en algunos casos llegarán más lejos y en otros se quedarán a medias, pensando en que hubiera podido pasar si hubieran hecho esto o aquello, o si se hubieran decidido en un momento determinado a pasar esa línea de nuestra conciencia que lucha contra nuestro corazón y nuestros deseos y si no la hemos llegado a traspasar, al menos, todas hemos pensado en ellas de una forma inevitable, aunque nuestro inconsciente se resista a reconocerlo.
Nosotros somos un matrimonio con dos hijos, el niño, ya adolescente, es el mayor y la nena tiene cuatro años menos.
Desde que eran pequeños, tanto su padre como yo acostumbráramos a bañarnos con ellos cuando podíamos, y nos metíamos en la bañera los cuatro juntos o según los casos, uno de nosotros con los dos o cualquiera de ellos solos, porque eran momentos muy bonitos que se disfrutan mucho en familia, como sabréis los que habéis tenido esa oportunidad.
Según iba creciendo nuestro hijo, yo iba teniendo una especial predilección por meterme en la bañera con él, como creo que mi marido con la nena. En mi caso era muy gratificante sentir su cuerpo desnudo abrazado a mí, sintiendo como se resbalaba nuestra piel a causa del agua y el jabón, mientras tenía esa sensación única, que hacía que llegara a excitarme en esos momentos en los que lo presionaba contra mis pechos y sentía su pene erecto rozándome por todos los lados de mi cuerpo. Cualquier madre que haya tenido esta experiencia sabrá lo que es eso, es algo maravilloso, pero desgraciadamente solo dura unos pocos años.
Recuerdo todas esas ocasiones en las que cuando lo tenía abrazado a mi cuerpo, o recostado en mi regazo, le agarraba su pene con mis dedos y se lo movía hasta sentir como se estremecía todo su cuerpo, ya que como todavía no podía eyacular, tenía esos pequeños espasmos similares a un orgasmo que hacía temblar su cuerpo de placer, y ya de más mayorcito, cuando se lo hacía, empezaba a salirle un líquido pegajoso que me gustaba sentir en mis dedos y su sabor en mi boca, para después lavarle bien su glande hinchado y reluciente, que era como una especie de caramelo que en esos momentos de máxima excitación pude degustar las pocas veces que me atreví a metermelo en mi boca, ante la sorpresa y el gusto de mi hijo al recibir esa mamada de su madre.
Cuando la nena estaba en la bañera con nosotros, o con su padre a solas, también resultaba muy obsceno ver la polla de mi marido sobre su cuerpo, a veces en un estado de total erección, que animaba más a mi hija a jugar con ella en su mano para su mayor diversión y morbo de mi marido, que no hacía nada por evitar esos juegos.
Y aunque ella ya estaba acostumbrada a ver la polla de su padre, también miraba con cara de asombro, como crecía el pene de su hermano, e incluso alguna vez se atrevió a tenerlo en su mano también, mientras me miraba con esa cara de pilla que ponen cuando saben que están haciendo alguna travesura, pero solo era producto de una atracción que ella todavía no sabía descifrar, pero como había visto y tocado la de su padre también, le servía para hacer sus comparaciones.
Esto no sólo sucedía a la hora del baño, sino que como suele ser habitual, muchas veces estaban los dos en nuestra cama por las noches antes de irse a dormir a la suya, pero a veces se quedaban dormidos y ya los dejábamos ahí con nosotros, normalmente él abrazado a mi cuerpo y la nena con su padre. Esta unión era más plena durante los veranos en los que dormíamos desnudos y el contacto de nuestras pieles era más intenso, quedando unidos el cuerpo de mi hijo y el mío en uno solo, bien entre mis pechos o entre mis piernas entrelazados los dos, quedando su pene tieso presionando la entrada de mi vagina, no sé si de forma consciente o inconsciente, pero yo debo reconocer que facilitaba ese contacto que intentaba intensificar apretando su culito hacía mí.
Al despertarnos, cualquiera que nos viera, podría observar una hermosa imagen familiar, con mi hijo como si todavía quisiera mamar de mis tetas y la perturbadora escena de ver a mi hija dormida junto a su padre con la mano agarrada a su pene, preguntándome yo, si su mano habría mantenido el pene de su padre erecto durante toda la noche, ya que ella sabía como mover su mano para mantenerlo bien duro.
Esos momentos felices en los que una disfruta realmente de ser madre, como os digo, pasan pronto y casi sin que te des cuenta, a tu hijo empieza a salirle el vello alrededor de su pene y testículos, a la vez que se va desarrollando más y yo, no sé si por ser su madre, lo veía en esos momentos como lo más hermoso del mundo.
Ese momento mágico entre la niñez y la pubertad en un niño es breve pero intenso y algo muy especial que para una madre observadora que tiene el privilegio de disfrutarlo, le causa una turbación especial, que la hace sentirse confusa, porque siente una atracción muy fuerte por su hijo pero que a la vez, intenta alejar de su mente, por múltiples prejuicios educaciones y sociales, cuando lo que realmente desea es acariciar y manosear una y otra vez esa pequeña polla en crecimiento para darle el máximo placer a su hijo.
Así que casi sin darme cuenta, de repente llegaron esos momentos de confusión, en los que tu hijo, en plena pubertad, en la que tiene que digerir esos cambios tan bruscos en su cuerpo, empieza a sentir vergüenza de que su madre le vea desnudo, y que incluso, le toque, con ese pudor normal de la edad por el que todos pasamos, niños y niñas.
Fue precisamente en ese mágico momento en el que sus primeros vellos empezaban a salirle, cuando durante una de mis “inocentes masturbaciones” que yo le iba practicando hasta ahora, sentí que le salía por primera vez semen de su pene, en un chorro disparado hacia arriba con una fuerza que me sorprendió, cayendo sobre su cuerpo y el mío, causándome una emoción especial que me hizo muy feliz, pero no me di cuenta de que eso a él le había causado una turbación especial que le hizo avergonzarse, quizás por no saber exactamente por qué había sucedido eso, ya que a él le había venido por sorpresa también y ese intenso placer que debió de sentir en su primera eyaculación, le hizo ver que en ese mismo momento fue como si hubiera pasado de niño a hombre sin ser muy consciente de ello todavía.
Como mujer, se me hace difícil entender cómo se siente un niño en esa primera vez que eyacula y empieza a sentirse hombre, pero supongo que será algo parecido a lo que nos pasa a nosotras en nuestro paso a la edad adulta con nuestra primera menstruación, quizás de forma menos placentera, pero que abre el camino a esos futuros placeres que nuestros cuerpo recibira en esas primeras masturbaciones o relaciones sexuales, con orgasmo incluido, lo que nos hace conscientes de ser mujeres no sólo ante nosotras, sino ante los demás también.
Lo malo es que a partir de aquél momento, él empezó a distanciarse de mí, y ya me decía que prefería bañarse él sólo, supongo que para tener esos momentos de intimidad en los que practicaría sus primeras masturbaciones, algo que creo que sería necesario también para un desarrollo personal y sexual sano.
Quizás también influyeron mis dudas, por las que no supe seguir a su lado en esos momentos tan importantes para él, para que tuviera la suficiente confianza de compartirlos conmigo, pero el caso es que me pasé sin volver a verle desnudo prácticamente durante dos años, en los que yo tampoco quería incomodarle, pero la verdad es que yo me sentía un poco frustrada por haber perdido esos momentos íntimos con él, que tanto disfrutábamos los dos.
Todo este proceso durante ese periodo de tiempo pasa sin palabras, porque en esa comunicación casi telepática entre madre e hijo, no son necesarias, pero es en estos momentos cuando precisamente empiezan a serlo y no somos capaces de hacerlo, por vergüenza, pudor, sentimientos de culpa o los que cada uno pueda llegar a sentir, pero la verdad es que se hace muy difícil como bien sabrán las que hayan pasado por una situación parecida, o los hombres que recuerden cuando eran niños como fueron esos momentos para ellos, que según algunos con los que he hablado, se mezcla la confusión, el morbo, la vergüenza y un deseo que no son capaces de canalizar una vez que se rompe ese lazo íntimo con la madre, que luego van arrastrando durante los siguientes años hasta la edad adulta, incluso.
Mientras tanto, en ese tiempo yo veía como la nena seguía disfrutando con su padre, en su “media inocencia”, ya que todavía no había llegado a esa edad crítica en la que todo cambia, los juegos se convierten en deseo, las caricias te hacen recibir corrientes eléctricas dentro de ti y cada gesto se convierte en algo sexual que enciende las miradas, un proceso en el que yo a veces participaba también, disfrutando con ellos, aunque tampoco podía dejar de pensar en lo que me apenaba el no poder compartir también con mi hijo esos momentos, y a pesar de sentirme como intrusa, me masturbaba al ver la excitación de ambos en esos obscenos encuentros para la mirada de cualquiera.
De todas formas, ese distanciamiento con mi hijo, tampoco me impedía ver que su atracción por mí la hubiera perdido, sino todo lo contrario. Yo notaba en muchas ocasiones como me comía con la mirada, cuando me cambiaba de ropa, cuando me sentaba o me recostaba en el sofá enseñando mis muslos, cuando me inclinaba ante él y se abría mi escote permitiéndole ver mis pechos, o provocando directamente sus miradas en este juego morboso que muchas madres se sienten tentadas de hacer con sus hijos en esta edad adolescente en la que disfrutan viendo cómo ellos se turban y se ponen colorados cuando les mostramos nuestro cuerpo.
Yo sabía que todo esto estaba causando que sus masturbaciones se las hiciera pensando en mí, cuando se encerraba en el baño o por las noches en su cama, ya que por las mañanas, podía ver los restos de semen que quedaban en las sábanas. Todo esto aumentaba mi morbo y ganas de acercarme a él, pero su repentina timidez adolescente nos impedía disfrutar juntos de esta etapa de su vida.
Fue un hecho casual lo que cambió la situación totalmente. Un día que se estaba duchando no había cerrado la puerta como en otras ocasiones y yo entré en el baño distraída cuando se estaba secando, no pudiendo evitar fijar mi mirada en su pene que se movía balanceándose entre sus piernas, y que aún en estado flácido, se veía de un tamaño mayor de lo normal que yo suponía para su edad y desde luego, había dado un gran cambio desde la última vez en la que pude vérselo.
Ante mi insistente mirada, él se sintió turbado y trató de tapárselo con la mano, pero aun así, no podía evitar que siguiera mirándoselo, por lo que me preguntó:
—¿Por qué lo miras tanto? A ti también te parece muy grande, ¿no?
—Bueno, hijo, es grande, sí, pero eso no es malo.
—Es que mis amigos me gastan bromas por tenerlo así, porque ellos la tienen más pequeña.
—No les hagas caso, te tendrán envidia. No tienes por qué acomplejarte, ya sabes como son. ¿Alguna niña te lo ha visto?
—Sí, porque lo habían oído comentar y ellas se reían y una me dijo que se la enseñara y cuando la vio me dijo que era más grande que la de su padre.
—¿Te la habrá visto dura, claro?
—Sí, y otras niñas quisieron verla también y todas querían tocarla.
—¡Vaya!, jaja. Es normal, hijo. Es que la tienes hermosa. Tengo curiosidad por ver cuánto te crece. Póntela dura que voy a por el metro para medírtela.
Cuando volví ya la tenía en erección, mostrándose espléndida ante mis ojos, por lo que no pude evitar mi nerviosismo cuando se la agarré para medírsela:
—¡Caray! Mide casi 20 cm., hijo, es una barbaridad, pero que maravilla. Vas a hacer a muchas mujeres felices con esto.
—¿Les gustan así tan grandes?
—Claro que les gustan. A mí me encanta.
—¿Por qué me habrá crecido tanto, mamá?
—No sé, hijo, tú padre no la tiene así. A lo mejor fue porque yo te la masajeaba cuando eras pequeño ¿te acuerdas?
—Sí, me acuerdo —reconoció un poco turbado.
Mientras hablábamos yo no había dejado de movérsela disfrutando de la dureza y tamaño de una auténtica polla, sintiéndola en mi mano palpitar como cuando era pequeño. Pero no sé por qué razón, no me atreví a continuar con esa pequeña masturbación, quizás por miedo a que él volviera a sentirse avergonzado si llegaba a eyacular delante de mí y paré de hacerlo, no sé si a su pesar también, pero eso motivó que un rato después yo me encerrara en el baño a masturbarme pensando en ese momento, y creo que él también hizo lo mismo cuando se metió en su habitación.
Esta tensión sexual que se había ido generando entre nosotros, de pronto se convirtió en algo que al menos a mí me obsesionaba y no podía quitármelo de la cabeza, por lo que nuevamente, un día que estábamos sentados en el sofá viendo la tele, noté como volvía a fijar su mirada en mis piernas descuidadamente descubiertas por mi forma de sentarme y me atreví a decirle:
—¿Te gustan mis piernas, que tanto las miras siempre?
Él, un poco ruborizado, me contestó:
. —Sí, me gustan tus muslos tan gordos cuando cruzas las piernas y se te ve casi el culo por debajo.
—¡Vaya!, como te has fijado. Puedes acariciármelos, si quieres.
La mano de mi hijo, al contactar con mi piel, me dio como un escalofrío que al continuar con sus caricias, propició que yo notara como empezaba a humedecerse mi vagina y cuando eso sucedía, me costaba trabajo parar o decirle al chico o al hombre que me acariciaba que parase, por lo que en esas ocasiones en las que había sucedido en mi vida, estos actos acabasen en un buen calentón o una buena follada si había oportunidad, motivo por el que quizás, durante mi adolescencia, entre los chicos me hubiera ganado la fama de chica fácil, pero las mujeres no somos culpables de nuestra sexualidad ni debemos avergonzarnos de ello.
El caso es que yo fui permitiéndole que acariciara mis muslos a su antojo y fuera subiendo su mano hasta mis nalgas, metiéndola por la parte delantera también, momento en el que ya me quedé ofrecida completamente a él, llegando a bajarme las bragas y dejando que su mano palpase abiertamente mi vagina chorreante entre mi vello púbico, ya por la excitación del momento.
Sus dedos se introdujeron en ella de forma cada vez más profunda hasta que sentí que me llegaba un primer orgasmo, por lo que le sujete su mano entre mis piernas, apretándola con esos muslos que tanto le gustaban.
Su excitación le había despojado ya de toda vergüenza, desnudando mis pechos y lamiéndolos con ansiedad, volviéndome como loca en ese instante que sentía arder mi cuerpo por todos lados.
Mi mano llevaba ya tiempo acariciando su pene, pero necesitaba sentirlo en mi boca, saborearlo y casi hasta morderlo, porque ganas me daban de comérselo enterito.
En pleno desenfreno sexual, ya sin límites, me recosté en el sofá con las piernas abiertas para que se pusiera encima de mí y me penetrara con esa joya que tanto deseaba sentir en mi coño, que llegara hasta lo más profundo de mi ser y entrara y saliera de mi sin descanso hasta que me desmayara de placer en un orgasmo tras otro.
Yo no sabía si era la primera vez que estaba penetrando a una mujer, pero tuve que guiarle en sus primeros movimientos torpes, por su nerviosismo y ansiedad, hasta sentir su polla dentro de mí de una forma más intensa, y que a poco que se moviera, y me hiciera desvanecerme de placer, por lo que no me importó cuando él hizo su primera descarga de semen en mi interior quizás precozmente, y le dije que continuara dándomela toda hasta que se corriera mil veces y se quedara vacío, a la vez que yo me quedaba llena de él.
Para una madre es difícil describir este momento de máximo placer provocado por su hijo, porque pasan mil cosas por su mente, todo el morbo y deseo acumulado durante años, la satisfacción por la unión total con el ser al que más amas y que sientes que vuelve a estar dentro de ti, tantos años después de haber nacido.
De forma paralela a mi relación con él durante todos esos años, son momentos en los que también una abuela puede disfrutar de sus nietos, como sucedía cuando venía mi suegra a visitarnos y se quedaba unos días en casa, por lo que tenía que quedarse a dormir en la habitación de los niños, peleándose los dos por dormir con su abuela, pero yo creo que ella, aunque lo disimulara, prefería compartir la cama con su nieto, como observaba muchas mañanas al levantarnos.
Mi suegra intentaba arreglar esas discusiones entre sus nietos y les decía que dormiría la mitad de la noche con cada uno, o días alternos, pero la nena se quejaba de que se pasaba más tiempo con su hermano, lo que yo comprendí al suponer que ella estaría disfrutando de esas noches más con su nieto, por la cara de satisfacción con la que se levantaba ella cada mañana, y por las manchas que quedaban en las sábanas, que ella intentaba disimular o que yo no viera, porque me decía que ella hacía la cama, o quitaba las sábanas directamente y las ponía a lavar.
Yo no sé si en esas ocasiones, incluso antes que yo, también ella empezó a poner a mi hijo encima de ella para que la penetrara, aprovechando lo bien dotado que estaba, lo que ya se adivinaba desde pequeño, porque era lógico que a cualquier mujer le llamara la atención, pero ellos guardaban bien el secreto y tan sólo mi suegra me hacía intuir algo cuando yo le preguntaba si dormía mal por tener que dormir con ellos, y ella me decía que no le importaba compartir cama con su nieto, porque muchas veces la había compartido con su hijo durante las ausencias de su marido por trabajo.
Pero aunque ella no me quisiera dar más detalles, mi marido si me había confesado que fue durante esas noches en las que había empezado a montar a su madre, cuando él casi ni sabía lo que era el sexo y yo creo que él se imaginaba que con su nieto iba a hacer lo mismo, aunque a mí no quisiera decírmelo y tratara de tapar a su madre.
Tengo que reconocer que llegué a sentir celos cuando mi suegra nos visitaba y compartía cama con mi hijo, ya que solo yo me consideraba con derecho a disfrutarlo en esa unión tan especial que teníamos entre nosotros, y el pensar que ella estaba sacándole la leche a mi hijo, masturbándolo, chupándosela o teniendo sexo con él, iba como a ensuciar esa relación a la que yo me sentía con ese derecho exclusivo en este amor de madre tan posesivo en el que a veces caemos, pero tenía que reprimirme en mis comentarios por no llevar la conversación a unos términos que no me convenía.
Por eso, cada vez que mi suegra se marchaba y volvía a su casa, yo intentaba recuperar esos momentos perdidos con mi hijo, volcándome con él y según la fase de su edad en la que estuviera, masturbándole de forma más provocativa, excitándolo obscenamente, o devorando su polla, metiéndomela hasta la garganta, como diciéndole:
—(¿A que tu abuela no te lo hace así, tan profundo?)
Mi orgullo estaba herido y trataba de demostrarLe que yo podría darle mucho más placer que ella en esta absurda competencia que nos montamos entre las mujeres para agasajar a los hombres.
En todo este tiempo, mi hija no había pasado por este periodo de timidez o pudor tan marcado como en mi hijo, tan solo esos pensamientos de confusión al descubrir cuanto la excitaba estar con su padre y empezar a ser consciente del deseo tan fuerte de que el pene de su padre entrara en ella, a la vez que temería, como toda mujer, que eso le causare dolor, y aunque mi marido tratara de frenar ese momento hasta que él lo considerara oportuno, la explosión de su cuerpo en la pubertad, hizo que perdiera toda razón, como le pasaría a cualquier hombre que tiene en sus brazos a una criatura así, suplicándole ser penetrada para calmar ese ardor que lleva tiempo atormentándola, ya que con las lamidas en su vagina y los dedos, ya no tenía suficiente.
Cuando finalmente lo hizo, el tamaño del pene de mi marido provocó ese grito profundo, mezcla de muchas cosas que toda mujer emitimos esa primera vez que traspasan nuestro virgo y sentimos el calor de un pene dentro de nosotras., pero su padre consiguió aguantar su eyaculación hasta que la nena empezó a sentir los inicios de ese primer orgasmo en una relación sexual completa que inundó su vagina de flujos calmadores de todo dolor inicial.
La cara de mi hija mostraba la felicidad de ese momento tan especial en toda mujer, que tantas veces mostraría a lo largo de su vida si consigue tener buenos amantes, pero que mientras llega ese momento, su padre se encargará de asegurárselos por el tiempo que sea necesario y la frecuencia que ella quiera.
De este modo, nuestra cama presentaba ese extraño escenario en el que un hijo monta a su madre, mientras el padre folla duramente a su pequeña hija, o que en otras ocasiones, nuestros hijos follaran entre ellos mientras yo disfrutaba de mi marido, con ese morbo incrementado por esa situación de depravación familiar.
Llegados a este punto, muchos de vosotros desearíais tener una familia así, quizás alguno lo consiga o los más afortunados la tengan ya y hayan visto en estas líneas la historia de su vida, pero al menos debéis saber que estas secuencias tan maravillosas existen y yo las intento contar como mejor puedo.
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