La Hermana de mi amigo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Atila13.
Hola a todos, soy Darío. Muchos comienzan por describirse, aunque yo no tengo nada que resaltar: mido un metro con setenta y cinco centímetros, tengo algunos kilos de más y soy algo tímido. De mis atributos, no tengo un animal enorme, estoy dentro de la media, unos 16 de largo.
Este relato me sucedió hace algunos años. En la secundaria tuve muy buenos amigos, y seguido nos juntábamos e íbamos a pasar el rato en casa de cualquiera. Esto me sucedió en casa de mi amigo Esteban.
Esteban tiene dos hermanas, Ely y Paty. Cuando nosotros estábamos en segundo de secundaria, Paty, la más grande, estaba en quinto de primaria, y Ely estaba en segundo. Como íbamos seguido a la casa de Esteban, las niñas pronto se acostumbraron a mí, sobre todo porque de vez en cuando les ayudaba con sus tareas. Terminamos la secundaria y Esteban siguió estudiando, pero yo no pude, por falta de dinero. Sin embargo lo seguía visitando, aunque con menos frecuencia, para que me prestara libros y aprender por mi cuenta.
Pues pasaron los años, y las hermanas de esteban y yo nos veíamos como familiares, como hermanos o primos. Las niñas crecieron y se hicieron unas lindas señoritas: Paty era un poco gordita, como de un metro sesenta, con buena pierna, un culo bien grande y firme, y unos senos grandes y lucidores. Ely es chaparrita, blanquita, no creció más de un metro cuarenta, y es delgadita, incluso hasta ahora tiene un aspecto de niña. Como la ayudé a pasar las materias cuando iba a reprobar cuando ella estaba en secundaria, me tenía mucho cariño y cercanía, y nos tratábamos como hermanos. Cuando cumplía años le llevaba algún animalito de peluche. Siempre la veía como aquella niñita de primaria.
Paty se casó cuando tenía 20 años, y se fue a San Luis Potosí. En su casa se quedaron Esteban, Ely y su mamá, quien seguido se iba a pasar el tiempo con Paty, sobre todo cuando nacieron sus hijos.
Pues bien, en una de esas ocasiones, cuando la Mamá de Esteban estaba en San Luis, un domingo, ya que no tenía nada que hacer, se me ocurrió ir a casa de Esteban para ver la final del Fútbol.
Toque como cuatro veces, y cuando pensé que todos salieron y ya me iba, salió Ely, despeinada, vestida con su camiseta rosa, larga que le quedaba a la mitad de sus muslos y con sus pantuflas. No era la primera vez que la veía así, por lo que no me extraño su aspecto.
Cuando me vio se alegró:
– ¡Hola Dari!
– ¿Cómo estás peque?
A Ely siempre le molesta que le dijeran niña o peque, sólo a mí me deja decirle así.
– Estaba dormida. ¿Buscabas a Esteban?
– Sí, venía a ver el fut.
– Vino el Rubén y se fueron al estadio. Creo que le pagaron con unos boletos o algo así. Se fueron como a las nueve y yo me fui a dormir.
Rubén era otro de nuestros amigos de la secundaria, bastante bueno para hacer negocios.
– Ni modo Ely. Me regreso a mi casa.
– ¡Ay Dari! ¿No te quedas a desayunar conmigo? Estoy solita.
– Ya es medio día ¿No has desayunado?
– Ya te dije que Esteban se fue y yo me fui a seguir durmiendo.
– Ándale pues niñita. Vamos.
Entré con ella a su casa y estuvimos platicando de cómo le iba en la escuela, a dónde iban a ir de vacaciones y otras cosas sin importancia mientras le ayudaba a acomodar la mesa para desayunar. Preparé café y comenzamos a comer. De pronto la observaba que estaba como inquieta.
– ¿Estás bien Ely? Te veo intranquila.
– Sí, no es nada.
– ¿No estás enferma?
– No, no, estoy bien.
Seguía inquieta, pero seguimos desayunando casi sin hablar. Cuando terminamos, me preguntó que si quería un mango. “pásate a la sala, ahorita te lo llevo”.
Me levanté y me fui a la sala, Me senté en un sillón individual, junto a la mesita de centro. Lo que pasó después, me dejó helado, y se convirtió en una de las experiencias más excitantes que he tenido.
Escuché como movía los platos en la cocina, cómo abría el refrigerador. Tardó varios minutos en la cocina. Cuando por fín llegó Ely a la sala, traía unos mangos, chile en polvo y sal. Y se sentó sobre la alfombra, como acostumbraba hacerlo. Pero cuando la vi, me quedé congelado con lo que estaba viendo: debajo de su camiseta sólo traía una braguita delgadita de algodón, casi transparente; y estaba húmeda. Ella notó mi sorpresa y con una sonrisa maliciosa mientras sostenía uno de los mangos me preguntó:
– ¿Se ve rico?
No le pude contestar. Ella seguía con sus piernas abiertas, sentada sobre la alfombra. Mi cuerpo comenzó a reaccionar y ya se notaba mi erección. Traté de acomodarme y desviar mi vista a otro lado, pero apenas me comenzaba a acomodar, Ely saltó sobre mí y se abrazó a mi cuello.
– Ya no soy peque –me decía- ya tengo 19. Tócame para que te des cuenta.
– No, Ely. ¿Qué te pasa? ¿Por qué haces esto?
– Ya no soy una niña. ¿Te acuerdas cuando estaban en la secundaria y viniste con mi hermano a ver una película porno? Yo los estaba viendo por la ventana, y cuando mi mamá los iba a llamar, yo entré y me lancé sobre ti, como estoy ahora. Mi hermano cambió el canal de la tele y yo sentí tu cosa dura en mis nalguitas. ¿Te acuerdas?
Apenas de recordaba de eso. Creía que Ely no se había dado cuenta de mi erección aquella vez.
Aun así, todavía intenté resistir.
– Eso fue hace mucho Ely. No debo.
– Dari, desde hace mucho tengo la fantasía de hacer el amor contigo. Quiero que seas tú el primero.
– Ely, me vas a hacer perder control.
– Quiero que lo pierdas.
Fue lo último que me dijo. Comenzó a besarme, mientras con sus manos colocaba mis manos sobre sus pechos por encima de su camiseta.Nos olvidamos de los mangos y ya nada me importó me abalancé sobre esa pequeña frutita que tenía sobre mí.
Seguí besándola, metiendo y acariciando su lengua con mi lengua, mientras metía mis manos debajo de su camiseta. Comencé a acariciaba sus senos, que son un poco pequeños, pero proporcionados a su tamaño, firmes, con sus pezones ya erectos. Se los acariciaba cada vez con más fuerza, jugando sus pezones entre mis dedos, al mismo tiempo que le besaba su cuello. Ella gemía mientras que con su mano me acariciaba el miembro por encima del pantalón.
Le quité, casi le arranqué la camiseta y comencé a lamer y chupar sus pezones, todos sus senos. Mientras mis manos comenzaron a acariciar y estrujar su trasero, pequeño, pero redondo, parado y firme, el pequeño traserito de mi casi hermanita, la peque Ely. Ella se restregaba masturbándose en mi pierna al ritmo de mis apretones, yo sentía cómo se iba humedeciendo la tela de mi pantalón.
– Aaaaaaayyyyy! ¡Queeeeeeee riiiiiiiiicoooooooo! ¡Siiiiiigue!
Con una mano seguí acariciando su culito, mientras que con la otra tocaba sus senos, y me subí a besarle nuevamente el cuello, y le dije al oído:
– ¡Todavía de falta lo mejor peque!
Y sin más, la cargué y la senté en el sillón, me quité mi camiseta, mi pantalón, y cuando me bajé el bóxer, ella se le quedó viendo a mi palo, que estaba durísimo, cómo saltaba alegre al verse liberado de la ropa y parecía que iba a reventar.
Todavía colorada por la excitación, se acercó y me tocó los huevos y el pene, que no cabían en sus manitas.
– ¡Y me va a caber esta cosota?
– Sí peque. Te va a entrar y será toda tuya.
– ¡Me dijeron que me va a doler!
– Procuraré que te duela poco y disfrutes mucho.
Ella sólo asintió con la cabeza. Me hinqué frente a ella y comencé a besarla de nuevo, en la boca primero, y luego en su cuello. Mis manos acariciaban todo su cuerpo hasta llegar a su panty. No tuve problema para quitársela, ella se levantó un poco y se la quité por completo. Cuando me despegué de ella, frente a mí tenía una de las conchas más hermosas que he visto en mi vida: muy blanca, aunque rosada por tanto que se había frotado con mi pierna; sus húmedos labios, pequeños y cerrados, que sólo marcaban una línea desde su clítoris hasta su ano, bordeados por unos pocos pelitos, era casi lampiña. No sé por qué, pero ver su conchita me excitó demasiado, incluso me sigue excitando de sólo recordarla.
– ¿Te la rasuras, peque?
– No, así soy.
Eso me terminó de calentar. Sin más, metí mi cabeza entre sus piernas y comencé a lamer su rajita cerrada. Primero muy despacito, luego me ayudé con mis manos para abrir su rajita y lamer el hoyito de su vagina y su clítoris.
– ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaay Daaaariiiiiiiiiiii! ¡Eres Maravillosoooooooooooooooooooo!
Conforme mis lengüetazos aumentaban de velocidad, sus jugos salían y mojaban mi cara, mientras con sus piernitas me rodeaba el cuello, como si quiera que siguiera ahí pegado eternamente.
Seguí lamiéndola cada vez con más intensidad, empujando mi lengua en la entrada de su vagina, que ya comenzaba a abrirse, como si la quisiera penetrar. Ella se retorcía de placer, sus piernas inquietas igual me apretaban contra ella, que se quedaban sueltas, apoyadas en mis hombros.
Ella jadeaba cada vez más rápido, y su cuerpo comenzaba a tensarse. Ella gritaba “¡Aahhhhhhhhhhhhhh, Dariiiiiiiiiiiiiiiiii Dariiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!” Cuando me dí cuenta que casi estaba por estallar, la jalé un poco más hacia mí, mientras juntaba un poco de sus jugos en mi boca, me levanté y la besé para que saboreara sus propios jugos, mientras que con mi mano seguía sobando su clítoris y con la otra dirigía mi pene a la entrada de su cuevita. De un empujón rompí su virginidad, metiéndole mi verga hasta el fondo, en el momento en que ella sentía su primer orgasmo.
Por un momento ella se quedó con los ojos en blanco, inmóvil. Yo también me quedé quieto, con mi palo dentro de su vagina, que sentía cómo pulsaba, como exprimiendo y queriendo retener mi verga dentro de ella.
Cuando se empezó a recuperar, se me quedó mirando a los ojos.
– ¡Qué maravilla!
– ¿Te sientes bien Ely?
– Sí, eso fue maravilloso. Sentí riquísimo. Aun siento como si estuviera muy grande, como si ya la trajera dentro.
– ¿No te dolió?
– ¿Qué cosa?
– Cuando te la metí.
Se me quedó viendo extrañada. Me hizo un poco hacia atrás, y se dobló para ver si era cierto que tenía mi pene dentro de ella.
– Sentía tanto placer que no me dolió nada.
No le dije nada. Comencé a meter y sacar despacito. Ella se quedó viendo por un momento cómo le entraba y salía mi pene, un poco manchado de sangre, y comenzaba a gemir. Nos abrazamos y nos besamos mientras mis embestidas aumentaban poco a poco su velocidad.
– Sí, Dari, métemela todaaaaa.
– ¡Mi pequeeeee! ¡te quiero muuuucho nena! (Una disculpa para algunos, pero no me sale decir groserías mientras estoy cojiendo)
Se abrazó a mi cuello y con sus piernitas abrazaba mi cintura. Para sentirme más cómodo y sin sacarle mi verga, me giré para quedar sentado y ella sobre mí. Puse mis manos en su traserito y la hacía moverse al ritmo de mis cogidas. Cuando sentí que me iba a venir, la levanté y la acomodé de a perrito, para calmarme un poco le empecé a lamer su vagina, que sobra decir que estaba mojadísima, y le lamía hasta su anito, pequeño y rosado; a cada lengüetazo ella gemía más y más. Cuando mi verga se calmó un poco, sin avisarle se la ensarté de nuevo en su vaginita, que estaba al borde del orgasmo, y sentía como si me succionara cada vez que la sacaba un poco.
– ¡Dariiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Se tensó y explotó en un nuevo orgasmo, y después se quedó flojita, flojita, yo la sostenía por sus caderas mientras seguía el mete-saca. No tardé mucho en sentir que me venía, y para evitarnos un problema, se la saqué, me la menee un poco y eyaculé como hacía mucho no lo había hecho, saltando mis mecos hasta su cara y sus pecho. Ella, que estaba saliendo del éxtasis, se acercó y me mamó la verga para limpiar el semen que quedaba.
Estábamos sudando, exhaustos, pero nos sentíamos bien. Ella se me acercó y así desnudos nos quedamos sentados, abrazados, ella sentada sobre mis piernas, como antes lo hiciéramos sin malicia, para recuperar un poco las fuerzas. Al sentir su piel sobre mi piel, sentí un placer diferente, un placer para el tacto, que junto con una excitación se mezclaba con arrepentimiento por haberme cogido a esa casi niña que sentía como mi hermana.
Comencé a dormitar. De pronto me despertó un beso.
– Hay que arreglarnos. No tarda en llegar Esteban.
Ella caminó unos pasos. Seguía desnuda, con su ropa en la mano. Me acerqué a ella.
– Ely…
– No me digas nada. Me siento un poco mal, pero me gustó muchísimo. Eres muy caballeroso. Será nuestro secreto.
– Ely…
– ¡Prométemelo!
– Está bien.
– ¡Gracias! – Se colgó de mi cuello y nos besamos de nuevo.
Ely entró al baño y mientras se bañaba, Tomé mi ropa y me vestí de nuevo. Abrí la ventana de la sala para que se disipara el olor a sudor y sexo, mientras limpiaba con algo de pino el piso y la vestidura del sillón.
Después de esto ya no pudimos vernos como antes. Durante dos años, en su casa, en la mía o en algún motel, dábamos rienda suelta a nuestra pasión. Ya no hubo arrepentimiento, sólo el deseo que sentíamos y nuestra necesidad de darnos placer.
Ella obtuvo una beca en el extranjero y cuando regresó, trajo la noticia de que se iba a casar. A pesar de eso, y aunque ella ya es madre de dos niños y yo me he alejado para no interferir su matrimonio, de vez en cuando me busca, porque dice que nadie le hace el amor como yo.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!