La hija maravillosa
Un padre ve en su hija muchas de las cosas que le gustaban de su hermana cuando eran jóvenes. Este interés lo hace recordar el pasado, cuando los juegos se convirtieron en romance.
Mi hija es maravillosa. Le gusta bailar, cantar y tiene una risa contagiosa. Su presencia alegra la habitación y sus bromas desaparecen la amargura de cualquiera. Por eso me preocupé cuando un día se fue su sonrisa y con una cara llena de seriedad bajó a desayunar con su madre y conmigo. Cuando se fue a buscar su mochila para la escuela, me acerqué a su madre y le pregunté qué sucedía.
-Por fin le llegó.
No me esperaba esa respuesta, aunque sabía que ya se había tardado. La menstruación no les llega a las mujeres a los doce o trece años, sino a los nueve, diez u once, dependiendo de la genética, la alimentación y muchas otras cosas. Su madre la miraba con lástima, pero yo, sin siquiera entenderlo yo mismo, no me sentí mal por ella.
A partir de ese día, dejó de reír y bailar. Parecía sentirse abrumada por tantas cosas a su alrededor y yo sólo trataba de alejarla de todo aquello que la hiciera enojar. Mi esposa habló con ella, yo hice lo mismo, pero no parecía haber una forma de superar el dolor de dejar de ser una niña.
Cuando cumplió doce, después de una rabieta en la mesa, subí a su cuarto y me dijo:
-¿Qué tiene de bueno ser mujer? ¡Quiero seguir siendo una niña! Quiero que me cargues, que juguemos, que bailes conmigo. No quiero ser una triste tonta como mamá o mis maestras.
Me quedé en silencio pensando y después de un segundo dije:
-Te mostraré qué es lo bueno de crecer, Itzel.
Fui a mi cuarto y saqué una caja de debajo de nuestro ropero. Ahí estaba un viejo VHS que grabamos su mamá y yo hacía mucho, cuando nos sentimos muy traviesos. Le pedí a Itzel que fuera a la habitación matrimonial, pues era la única con una videocasetera y le pedí que se sentara junto a mí en la cama. Le di play a la cinta y su madre y yo, mucho más jóvenes, aparecimos en la pantalla.
-¿Ya está lista, Josué? – preguntó la chica en la televisión.
-Ya está… ¿Segura que quieres hacer esto, Karina? ¿Qué tal si papá llega?… ¿O qué tal si mamá encuentra esa película?
-No importa. Está grabada sobre la de los Goonies, nunca la verán.
Al alejarse de la cámara, pudieron verse dos cuerpos delgados. La chica tenía el pecho casi tan plano como el mío. Tenía el cabello recogido y tenía una sonrisa traviesa. Yo en cambio me veía un poco nervioso y con una risilla constante.
-Son tú y mamá – dijo Itzel – ¿Pero cómo…? ¿Cuándo grabaron esto?
Su mamá comenzó a besarme en el video. Primero era traviesa, pero rápidamente comenzó a generar pasión.
-¿Eran amigos desde la infancia? – preguntó Itzel.
Mi mano comenzó a acariciar los juveniles pechos de Karina, mi futura esposa. Le faltaban unos cinco años para embarazarse, aunque varias veces creímos que lo había estado. Entre besos emitía gemidos.
-Cuando creces comienzan a interesarte otros. Lo mejor es experimentar y buscar placer. Aquí Karina y yo intentábamos saber qué nos gustaba – dije.
Karina dejó de besarme.
-No puedo más, hermano. La tienes muy dura.
-Shhh, no digas que soy tu hermano. Qué tal si papá encuentra esto…
-Oh, cállate. -dijo Karina y se inclinó hacía mi cadera.
El encuadre de la cámara no dejaba ver mi pene. Sólo mostraba a partir de las costillas hacia arriba. Lo que sí se veía era su cabeza subiendo y bajando.
Itzel se giró para mirarme boquiabierta.
-papá…
Le cerré la boca con un beso. No quiso alejarse ni nada similar. A decir verdad, siguió con el movimiento de mis labios sobre los suyos, con mi lengua entrando en la suya. Mi excitación era su excitación.
Mi hermana y yo descubrimos nuestra sexualidad a la vez. Dormíamos en el mismo cuarto y nuestros padres casi nunca estaban. Yo le ganaba por dos años, pero so nunca significó poder sobre ella. Al contrario, ella siempre tenía las riendas. jugábamos a los esposos, a la casita, nos hablábamos como novios y nos tocábamos y abrazábamos como las parejas de la televisión. Nuestro primer beso fue una sorpresa llena de latidos descontrolados y rubor en las mejillas. Itzel tenía la cara tan roja como su madre la primera vez que nos besamos.
Nuestra primera vez fue cuando sangró. No se lo dijo a mamá ni a papá. Primero me lo dijo a mí. Se levantó el vestido y me dijo que se iba a morir. Yo le dije que no, a los perros les pasaba lo mismo, era para tener bebés. ¿Cómo? Le mostré mi verga, la de un chiquillo de trece años y se la acerqué. Le dije que esto, por donde orinábamos, se introducía por donde sangraba. Dijo que eso no era posible, que no cambia en su interior.
Hicimos el intento y ella gritó. Lo hicimos otras dos veces más y gritó de nuevo, sólo que sin esa expresión llena de miedo y dolor. Me dijo que se mojaba cuando se la acercaba, cuando me tenía cerca. Ella acostada y yo encima de ella. Una, dos, tres y… no supe qué fue lo que me pasó porque el placer me dominó. A toda velocidad se la metí y saqué. Ella me abrazó contra sí mientras mi cadera, igual que con los animales, subía y bajaba.
Gritó una vez más al mismo tiempo que yo. Era un alarido de derrota ante algo que tratábamos de evitar, algo desconocido, pero que nos había vencido. Le llamamos “llegar”. Esa sustancia que salía cuando me masturbaba salió en su interior. Al tiempo que vociferábamos un profundo rugido.
No nos hablamos por días, pero un día, después de la escuela y sin papás, tocó a mi puerta. Aunque lucía como siempre, tenía algo de radiante.
-¿Podemos… jugar a tener bebés? – preguntó llena de timidez.
Lo volvimos a hacer. Todas las tardes le metía la verga o los dedos. Aunque era algo delicioso, seguía siendo un juego. No se lo decíamos a nadie. Sólo era algo entre ella y yo. Ella debajo de mí, arriba, de perrito, de cucharita, con su boca… conforme sus pechos comenzaban a crecer y volverse sensibles, éstos comenzaron a formar parte de los lugares a los que besaba, mordía o donde soltaba mi leche.
-Debemos grabarnos – dijo un día. – Así podremos recordar cómo lo hacemos ahora.
Tenía mis reservas, pero terminamos usando la cámara de papá. Frente a ella nos besamos, justo como hice con Itzel; me la mamó, como Itzel, roja de calentura y guiada por el video, también hizo; lamí sus pechos, como hice con Itzel al abrirle la blusa; y le metí la verga mientras me abrazaba. Sólo que con Itzel, esto lo hice estando acostada.
-Papi… papi… papi… – gemía Itzel.
-Hermano… hermano… hermano… – gimió su mamá.
Con Itzel fui lento, amable y cariñoso. Con Karina, después de un año de experimentar y crecer con ella, fui más rudo. Era un juego, después de todo. Era yo contra ella. Ella me daba placer, y ella a mí. Quien se venía primero perdía. Si hubiese jugado con Itzel, ella hubiera perdido dos veces antes de venirme dentro de ella. En el video, Karina ganó, sólo para “llegar” unos pocos segundos después.
Luego de grabar el video, lo escondimos y pensamos que mamá jamás lo encontraría. Por desgracia, alguien le dijo que esa película era satánica o algo, y al revisarla para saber si era cierto, nos descubrió. Luego de la golpiza de mi vida, me enviaron a vivir con mi abuelo Ramón a otro estado y no supe nada de mi hermana hasta años después.
-¿Cuántos años tenían papi? – preguntó Itzel entre jadeos una vez que la dejé a mi lado. Su cuerpo temblaba.
-Doce, yo catorce.
-Pero mami me tuvo a los diecisiete.
Karina no se la pasó bien en casa de nuestros padres. Mamá le gritaba y la trataba muy mal. Papá trataba de ignorarlas, pero eso lo hizo caer en la bebida. Un día, no aguantó el escandalo y golpeó a mamá. Un solo golpe la hizo caer, golpearse en un escalón y romperse el cuello. Cárcel. Y mi hermana fue puesta bajo la custodia del abuelo. Volvió a mí.
-Estoy harto del puto ruido que hacen ustedes dos. – dijo el abuelo un día – Vayan a su casa y hagan lo que quieran por allá. Si necesitan dinero, yo se los daré, pero déjenme sólo.
Karina tenía cuatro meses de embarazo por ese entonces y el abuelo lo notaba. Antes de irnos, me pidió hablar con él.
-No apruebo nada de esto, pero sé que un culo es un culo y lo que pasó, pasó. Ahora sé responsable y sé buen padre.
Una bendición del único familiar al que respetábamos.
Vivimos juntos y felices sin dejar de lado el sexo. Los estudios y el trabajo nos lo hicieron complicados, pero igual pudimos darnos tiempo de salir adelante y coger sin problemas. La llegada de Itzel significó mucha alegría. Durante el día la veíamos sonreír y bailar, era suficiente para compensar el sexo cada vez más difícil de tener con ella rondando la casa todo el tiempo.
Y como arte de magia, su amargura se fue. Después de la tarde del video y del sexo ella no sólo volvió a la normalidad, sino que se volvió aún más alegre y enérgica. Practicaba nuevos pasos de baile, esta vez menos aptos para su edad, pero convenientes para mí. Ese culito moviéndose era una maravilla. Mi esposa me preguntó por qué estaba tan feliz y yo sólo pude sonreírle.
-Papi, tengo cólicos – me decía y yo me ponía de pie para llevarla a la cama y meterle la verga hasta dejarla sin aliento. – No sé cómo me cabe todo eso adentro. – dijo un día.
Mi pequeña, mi hermosa, mi bailarina sensual y húmeda. Se convirtió en mi amante y mi fuente de felicidad. Era mi esperanza resucitada.
-Mira, mami, saqué un diez – dijo un día mostrándonos su examen.
-Qué bien, hija. Papi te recompensará. – respondió Karina.
Ella lo sabía, pero no le importaba. Madre e hija compartían a su hombre sin expresarlo. Con el tiempo, se volvió normal que hubiese uno de sus orificios disponibles para mí. Mi esposa Karina, mi hermana, se me montaba con la confianza de una hermana que quiere jugar. Mi hija Itzel, mi amante, practicaba pasos de baile sobre mí, con movimientos de cadera, de su culo, perreo cualquier otra cosa con mi verga dentro. Su flexibilidad se ponía a prueba conmigo.
Un día, Karina se sentó en mis piernas y me mostró una prueba de embarazo. Un hermano para Itzel. Al celebrarlo, nuestra hija volvió a su semblante serio. Le pregunté por qué se sentía así. Suspiró y me miró con ojillos tristes.
-Ya soy mujer, papi, pero no tu mujer. Eso lo seré hasta que tenga un bebé tuyo.
Le sonreí con calidez.
-Crece un poco más y te lo daré. Sólo no olvides que ya eres mi mujer.
Sonrió maravillosamente. Así era mi hija, la mejor de todas, justo como su madre, mi hermana, mi primer amor. Tengo una increíble familia y juntos la haremos crecer gracias a ese video.
Que maravillosa familia tienes todo un encanto amigo dios los bendiga y siga creciendo, saludos desde Vzla!!