La hija y la bruja
Esta historia tiene un tono un poco más oscuro que otras. Cuenta sobre una chica de otro tiempo, cuando algunos quemaban a otros por sus pecados. Ella y su padre tienen una relación difícil, así que suelen buscar la ayuda de una bruja..
Toqué la puerta de la bruja. Así le llamaban a la mujer que resolvía los problemas de las mujeres con yerbas y demás tes. Aunque fuera extraño, había visto a más hombres buscar sus servicios que a mujeres. Algunos me miraban extrañados al salir por su puerta. Había comenzado a llevar una canasta con pastelitos para fingir que los vendía. Algunos de ellos me compraron uno o dos, para el camino.
-¿Tú de nuevo, hija? Eso no es sano. – me dijo la anciana al dejarme pasar. – Cuéntame, ¿Cuántos días llevas sin sangrar?
Dos meses.
Comenzó a hervir el agua y a agregarle algunas ramas y hojas.
-Esta es la cuarta vez en el año. ¿Quién fue esta vez?
Le inventaba los nombres de otros hombres o a veces culpaba a vecinos y tenderos. Cualquiera de ellos. Esta vez culpé al chico que ayudaba a papá con las cabras.
-Por lo menos no fue el maldito del boticario. Si te vuelve a hacer algo, yo veré que tenga lo que merece.
Asentí, ausente.
Me sirvió una taza. Quería que lo bebiera frente a ella.
-Recuerda que sangrarás mucho. Si se sale de control busca ayuda. Recuerda que yo no te di nada.
Volví a asentir antes de beberlo.
-Ahora ve a tu casa y descansa.
Después de pagarle con el dinero de mi padre y de dejarle un par de pastelitos me levanté de la silla.
-Hija, ¿Cuántos años tienes?… sabes qué, no importa. Consiguete un marido pronto para que ya no te toquen, ¿sí? No estaré aquí para siempre. Esos de la iglesia me ven muy mal desde que ese nuevo párroco llegó.
Me fui. Debía llegar a casa pronto, el clima estaba empeorando. Vivíamos a las afueras del pueblo, para mi desgracia, al otro lado de donde se encontraba la casa de la bruja. Tenía que apresurarme, a pesar de mi desanimo por llegar.
Cuando llegué, mi hermano Esteban estaba en un rincón. Era un año menor que yo. Nació mal, su gran cabeza mató a mi madre al nacer y desde entonces sólo éramos él, papá y yo. Se la pasaba jugando con su pene. Lo hacía cuando no podía molestar a las cabras, las cuales ya le habían empujado muchas veces.
-Hermanita… – dijo él. – Enséñamelas… po favor.
En ese momento entró papá. Su rostro severo y enormes brazos me hacían helar la sangre. Cerró la puerta tras de sí, dejándonos casi en penumbra.
-Obedécelo. – dijo nuestro padre.
Abrí mi vestido y me saqué las tetas.
-Sí… ¡Sí! – gritaba mi hermano mientras se jalaba el prepucio de la verga. No la tenía tan grande.
Me gustaba que él me considerara hermosa. Le gustaba mi cuerpo, lo tocaba mientras dormía. Padre lo intentaba alejar, pero siempre buscaba escabullirse.
-¿Qué te dijo la bruja? – preguntó papá.
-Cree que soy una puta. – dije – Me dio el té y me regañó por pedírselo tan seguido.
Papá rió entre dientes.
-Es que eso eres, una puta… mi puta. Pero si no quieres serlo, puedes serlo de Esteban. Sólo míralo. Él te ama.
-¡YA CASI! – gritó mi hermano justo antes de disparar su leche hacia mía. Cayó en mi vestido, a la altura de mis rodillas.
-No, gracias – dije. Aguanté un sollozo – Quiero casarme.
-¿Quién querría a una chica que se ha embarazada cuatro veces? – se burló padre. – De tu virgo sólo queda el recuerdo. Nadie te aceptaría. Sería más fácil venderte a un burdel. Sólo mírate esas tetas… ese culo… Mejor ven y dame una mamada.
Él estaba sentado hacia la mesa. Se abrió el pantalón y se sacó la verga. Yo, aun sin cubrirme las tetas, me arrodillé frente a él y abrí la boca. A él le gustaba hacer el resto. Me tomó por los lados de la cabeza y dictó el ritmo con el que me follaba la cara.
-Estás más rica que tu mamá. – dijo entre gemidos.
Yo aguantaba las lágrimas.
No pasó mucho antes de que se viniera. Años de práctica me hicieron encontrar la forma de hacer que eyaculase con facilidad. Él gruñó en una mezcla de enfado y éxtasis. No le gustaba venirse tan pronto.
-Límpiamela, puta. – dijo jalándome del cabello. – A ver si así se me para de nuevo. No he terminado de usarte hoy.
Comencé a lamer con cuidado a pesar de las náuseas. Seguía sin acostumbrarme al sabor. Además, el té debía comenzar a hacer efecto, aunque aun faltaban unas horas antes de comenzar a sangrar.
-Dime que me amas, hija. – dijo papá al separarme de su verga. Me sostenía del cabello hacia él – dime que me amas, no como tu madre que me odió hasta el día de su muerte.
-Te amo – dije. Continué como a él le gustaba – Eres mi hombre y yo tu hembra.
Su verga se puso dura de nuevo como si mis palabras fueran mágicas.
Me llevó a la cama de paja y ahí me abrió las piernas. Esteban nos miraba, yo huía de sus ojos. Una vez le dijo que él también podría cogerme algún día y desde entonces él esperaba su turno. Cuando le pregunté a papá si de verdad él me lo haría, dijo que no, pero tal vez a alguno de nuestras hijas. ¿Cómo estaba tan seguro de que tendríamos niñas?
Sentí como se abría camino dentro de mí. Por más que me usara seguía sin acostumbrarme a su verga. Trataba de pensar en otras cosas, en otros chicos y en la hija del herrero para mojarme y así evitar el dolor. Eso sólo hacía que padre creyera que yo lo deseaba. Era un ciclo sin fin. Para evitar el dolor, me engañaba, pero a él también. Eso sólo lo hacía querer cogerme más y con más fuerza. Me tomó de la cintura y me jaló hacia él. Padre era fuerte y yo muy ligera. Me sostenía de las piernas y me jalaba hacia él. Su verga entraba hasta lo más profundo, sacándome algunos gritos.
-¿Te gusta hija? ¿Te gusta? ¿Tu mami me odiaba pero le encantaba mi verga? Su padre me la vendió barata porque un mozo la violó una vez. Seguro ella lo provocó… ella lo provocó… Ah, sí… qué rico, hija, qué rico.
Ese mozo era él. Todos conocían la historia, pero nadie tenía pruebas. Por eso eramos parias. Las cabras, sus quesos y carne eran la única razón por la que algunos se nos acercaban. Un negocio rápido y se iban. Por ello nadie quería casarse conmigo, por eso nadie, a pesar de los rumores, quería ayudarme a escapar del abuso de papá. Desde antes de nacer estaba condenada. Preñó a mamá a mi edad y ahora sólo evitaba hacerlo conmigo porque sería otra boca que alimentar.
-¡NO! – grité.
-¡Callate! – gritó él antes de levantarme de la cama y ponerme contra la mesa. Me abrió las piernas y su verga volvió a entrar en mí. Me tomó del cabello con fuerza, lo suficiente para levantarme y con la otra mano me tomó de las tetas. Para mi edad eran bastante grandes.
-¡Por favor! Me lastimas.
Pero él estaba enloquecido. Mi cabello eran las riendas y mis tetas el borde de la silla. Me cabalgaba. Cada embestida, hasta el fondo de mi sexo, golpeaba mis entrañas hasta hacerme retorcer. No podía más. No quería más. Él sí. Aumentó la velocidad y la fuerza. Sus manos me tomaron del cuello. Al principio me alegré porque me dejó de dañar la teta y el cabello, pero la presión en mi garganta era cada vez más fuerte.
-¡AZUL! ¡AZUL! – gritaba Esteban.
No podía respirar. Padre resoplaba y rugía. Iba muy rápido. Yo comenzaba a perder la conciencia.
-¡AAAAAHHHHH! – gritó papá. Una, dos, tres últimas embestidas hasta lo más profundo y alivió la presión en mi garganta.
Caí sobre la mesa y luego al suelo. Tosía sin parar. Esteban se me acercó y comenzó a tocarme las tetas.
-Consíguete a tu propia mujer, imbécil. – le gritó papá desde la cama, donde se había dejado caer para descansar.
No sé si Esteban lo obedeció. Sólo sé que cerré los ojos y me fundí con la oscuridad. Los mareos, el abuso y la falta de aire me hicieron perder el conocimiento. Para cuando desperté, ya era de noche. Los labios de mi hermano sobre mi pezón izquierdo me hicieron darme cuenta de que seguía en el piso. Al apartarlo, me di cuenta de que mi cara estaba cubierta por una sustancia espesa.
-Mi lechita – dijo él al verme limpiándomela.
-¿Dónde está papá? – pregunté. Me puse de pie y traté de volver a cerrar mi vestido.
-Afuera. Van a quemar a la bruja. – respondió.
No, eso no. Imposible.
Salí de la casa y corrí al otro lado del pueblo, donde a las afueras, justo como un reflejo de mi casa, vivía la mujer que ayudaba a las chicas. La gente tenía antorchas y demás herramientas. Los guardias reales tenían mosquetes, pero no parecían tener intenciones de evitar el fuego. Al contrario, un par tenían amarrada a la bruja y la llevaban al interior de la casa. Al frente se encontraba el párroco, quien gritaba tonterías sobre el Señor y sobre por qué quitarle atención a la iglesia estaba mal. El más cercano a él era mi padre. Fue el primero en lanzar una antorcha a la casa cuando los guardias dejaron a la bruja dentro.
Los demás gritaron enardecidos y también lanzaron antorchas. El párroco hacía el símbolo de la cruz en su frente al tiempo que miraba con orgullo al fuego. Los vítores tapaban el sonido de los alaridos.
No… no…
Casi me desplomé al ver cómo toda la casa era envuelta en llamas. Esa mujer era la única que me había ayudado en mi vida, la única que había esperado algo de mí más allá que un desahogo carnal. Me contaba historias y me sugería buscar un marido. Sus regaños eran un maternal intento de alejarme del peligro de mi casa. Sé que ella sabía que mi padre era el culpable de ser su clienta.
Nunca me dijo cuales eran las hierbas del té. Sin ella estaba a un mes de concebir a otro hijo de papá, sólo que ahora no habría forma de evitarlo. Sería un monstruo, una abominación. E incluso si nacía sano, él lo educaría para follarme a diario cómo él lo hace. Si fuera niña… mi historia se repetiría.
El resplandor me encegueció. Fue un impulso. Mis piernas actuaron por instinto y me llevaron a tomar la única mano que me había dado ayuda. Algunas personas me vieron correr. Padre y uno de los guardias trataron de detenerme. Entré por la puerta justo como había hecho unas horas antes, sólo que esta vez, en vez de encontrarme en un entorno cálido, lleno de hierbas, polvos y animales en frascos, había fuego y humo. La bruja aun vivía cuando llegué a ella. Nos sonreímos justo antes de que el techo cediera y ambas nos convirtiéramos en un recuerdo de tiempos más oscuros.
Me disculpo por el tono sombrío de este relato, aunque en el fondo siento que no debería. Hace tiempo pregunté en el foro por qué buscaban como lectores en los relatos de incesto. Una de las respuestas fue realismo. Me pregunté por el tipo de realismo predilecto del público de un sitio de relatos eróticos. Esto es un experimento. Quiero saber qué tipo de «realismo» les gusta y cuál no. Aunque, a mi parecer, no queremos realidad ni verosimilitud. Lo que queremos es ser seducidos (y seducidas, recuerden que hay morbosas también) en escenarios imposible, pero cotidianos al mismo tiempo. Si buscamos realismo, nos vamos a deprimir. Somos actores pervertidos, mostrándole al publico nuestros intereses y deseos. Románticos de las pasiones y los deseos impuros, donde los padres y las hijas se dejan llevar por pasiones imposibles en nuestra sociedad. Valoremos ese juego… aunque también hagámoslo bien; no hay niñas de diez años con tetas y culos enormes, seamos coherentes.
Esto no es un regaño, bebés. Al contrario, es una disculpa por hacer un relato muy extraño. Si no te gusta, hay más de nueve mil en esta misma sección de Sexosintabues a los que puedes acceder. Esto es porno a fin de cuentas. Tenemos diferentes gustos en morbo.
Muy bueno👍
Muy bueno, y muy buena tu última reflexión. Estoy contigo. Una cosa es un relato erótico y otra una chorrada increíble. Mis felicitaciones.
Muy Bueno me gusto. Creo que el sexo entre familia no deberia ser feo . Talves por la epoca se ve asi. Muy bueno.