La historia de un Viudo (I)
“Tragedia que cambió la vida de Mauricio y de su hija mayor Carolina”.
***El relato a continuación narrado es una historia de ficción. Nada es real.***
Me llamo Mauricio y ser viudo a los 40 años y con tres niñas pequeñas no es nada fácil, más cuando vives lejos de tu familia. El cansancio y la frustración siempre serán parte de tus días. Así me sentía yo después que mi señora esposa sucumbiera a un cáncer de colón que inesperadamente la atacó. Un día se encontraba sana y feliz, luego comenzó a sentirse enferma y seis meses después me encontraba enterrando el cuerpo de la mujer que amé por más de 15 años. Teníamos 10 años de casado, vivíamos un matrimonio feliz y durante ese tiempo procreamos tres hermosas niñas: Carolina de 8 años y las gemelas Camila y Cecilia de 3 añitos.
Al casarme con mi difunta esposa, a mí me salió una oferta de trabajo en otro país lejos de nuestras familias. Emocionados y llenos de sueños decidimos establecer nuestro hogar en este lugar donde la vida nos llevó para darnos una grandiosa oportunidad, y así fue, en ese nuevo país la prosperidad me sonrió de tal manera que a mi familia le pude dar una buena calidad de vida.
Cuando mi esposa falleció, mi familia me aconsejó regresar con las niñas a mi país natal, sin embargo, yo desistí de aquel consejo ya que mi fuente de ingreso lo tenía en este lugar y mis niñas (sobre todo Carol) tenía sus amiguitas aquí y estaban acostumbradas a este ambiente, así que no quise alterar sus ritmo de vidas. A demás, en este país ya yo tenía mi propia oficina contable con una buena cartela de cliente que me permitía vivir muy cómodo con mis niñas.
Mi difunta esposa nunca le gustó tener a un tercero dentro de nuestro hogar, así que era ella la que preparaba el desayuno, el almuerzo y la cena; era ella quien aseaba la casa, lavaba la ropa, llevaba a Carol al colegio y cuidaba a las gemelas. Yo la ayudaba los fines de semana o cuando me tomaba días de descanso. Fue por eso que al ella fallecer, yo tomé la decisión de convertirme en un amo de casa casi que al 100%. Concluí que debía mudar mi oficina de contabilidad a nuestra casa, para de esa manera poder estar pendiente de las niñas de la misma manera como lo hacía su madre.
Sin embargo, el permanecer todos juntos las 24 horas del día en casa, hizo que mí vida y la vida de mis niñas diera un giro de 180 grado.
Como estábamos solos en casa, mis niñas y yo siempre andábamos en pijamas por toda la casa, nos cambiábamos de ropa cuando sabíamos que tendríamos una visita. Carol como era la más grandecita, me ayudaba en las cosas de la casa ¡Claro! En las cosas que ella podía realizar. Siempre se levantaba temprano para ayudarme a preparar el desayuno y después se arreglaba para irse a la escuela por cinco horas, mientras yo me quedaba en casa alternando las horas en hacer las tareas de la casa y atender a las gemelas, hasta que regresaba Carol de la escuela, ya que ella se encargaba del cuidado de las gemelas y yo me dedicaba a realizar mi trabajo contable. Así eran nuestros días, donde la mayor ayuda la obtenía de mi niña Carol, cosa que me hacía recordar tanto a su madre.
A pesar de tener 8 añitos, mi Hija Carolina era una niña curiosa, parlanchina y muy madura ¡Bueno! La muerte de su madre la hizo madurar antes de tiempo. Por ser más grandes, fue ella la que sufrió más esa ausencia; sin embargo, después de ese acontecimiento yo me di cuenta que ella se aferró más a mí persona. Cuando ella se encontraba en casa y las gemelas se hallaban entretenidas en sus juegos o dormidas, ella se mantenía a mi lado hablando como una lora o haciendo cualquier cosa y eso me hacía recordar a su madre, ya que así era ella. Y no solo en eso se parecía Carolina a su madre también en el físico, nuestra primogénita era la copia de su madre.
Carolina era una niña muy hermosa. Tenía la piel blanquita, los ojos azules y de un hermoso cabello rubio que se le rizaba como una muñeca; todo eso lo sacó de su madre porque yo soy de piel oscura, ojos negros y cabello teco. Su estatura y cuerpecito era el normal para una niña de 8 años y así la veían mis ojos… hasta que un día todo cambió entre los dos.
Una mañana de un fin de semana tenía un sueño húmedo con mi difunta esposa, pero la alarma del reloj sonó arrancándome de cuajo de aquel maravilloso sueño, despertando sobresaltado. Ante aquel sobresalto que al principio me asustó, no desactivé la alarma, por lo que ella continuó sonando mientras yo me encontraba anclado al colchón en la misma posición como me había despertado: boca arriba, sudado, con el corazón acelerado y con las sabanas arropándome la mitad de mi cuerpo; ocultando de esa manera la tremenda erección que me había provocado el sueño húmedo que acababa de y que el maldito reloj no me dejó concluir.
Aun con las imágenes de aquel erótico sueño danzando en mi cerebro, instintivamente aparté las sabanas y deshaciéndome del bóxer, me llevé la mano a mi polla que la tenía tan dura como una roca. Cerré los ojos y tratando de aferrarme a las imágenes del sueño y al recuerdo de mi amada esposa, comencé a masturbarme entregándome al deseo inconcluso que bullía en mi interior. Mi cerebro de inmediato se recreó con los recuerdos del pasado donde con furor y placer me enterraba en el coño húmedo de mi esposa, la mujer que mientras estuvo viva me regaló los más deliciosos órganos.
El extrañar ese cuerpo ausente, más el tiempo sin tener sexo y el deseo del reciente sueño, hizo que me olvidara de todo y sin más comencé a pajearme desenfrenadamente.
Mientras me jalaba la polla, imaginaba que mi mano era las delicadas manos de mi difunta esposa. La sensación de excitación me chisporroteaba por todo el cuerpo que tanto necesitaba aquel desahogo en ese momento. La imagen de la lengua de mi mujer, caliente y deliciosa extendiéndose despacio por toda la longitud de mi endurecido tronco, hizo que mi glande me pulsara hinchado y deseoso a la espera de ser succionado y tragado por esa boca que muchas veces me dio las mamadas más geniales de mi vida… y así lo imaginé, porque mi mente se encontraba invadida de los recuerdos sensuales y placenteros del pasado. Aquello lo sentía tan bien que no conseguí negarme el placer que bullía en mi vientre, por lo que me apreté el miembro con más fuerza, lo moví de arriba abajo en un movimiento más rápido y continué con los ojos cerrados esparciendo la humedad que de mi prepucio salía, mientras pensaba en los labios sensuales y carnosos que me estaban dando tanto placer imaginariamente.
El placer sentido fue acrecentándose más en mi vientre conforme mi mano subía y bajaba, y mientras me acariciaba fui consciente de cómo mi respiración se tornaba audible, casi jadeando. No recordaba la última vez que me había escuchado a mí mismo respirar así, mientras me masturbaba.
En aquella fantasía decidí que mi esposa necesitaba con urgencia mitigar el latido incesante de su coño, por lo que comencé a tocarla. Le lamía la piel erizada del cuello y sus generosos senos que tanto me deleitaba al chuparlos. Ansioso le busqué la boca para darle un beso lleno de pasión y lujuria prometiendo que sería un beso corto, pues mi lengua quería estar en otra parte de su cuerpo… pero por más que intenté hacer durar un poco más esa imagen perniciosa, no lo conseguí, el tiempo sin tener sexo y la urgencia de liberar lo que tenía acumulado por tanto tiempo, me ganó y me corrí temblando; sintiendo como me derramaba en abundancia sobre mi abdomen.
Saturado por la sensación de alivio y aun sintiendo el placer recorrer todo mi cuerpo trepándome por la espalda hasta la base del cráneo, me lamí los labios y despacio abrí los ojos… pero el bombeo acelerado de mi corazón se paralizó por una milésima de segundo y me quedé petrificado a punto de un infarto, cuando vi parada junto a mi cama, a pocos centímetros de mí cuerpo a mi pequeña niña, Carolina.
Ella tenía su pequeña boquita abierta y sus hermosos ojitos azules explayados de par en par, la expresión de asombro en su rostro fue como si me hubieran dado un puñetazo en la mandíbula.
— ¡Qué demonios haces aquí! —Le grité cuando al fin salí de mi estupor, saltando sobre el colchón y sentándome al tiempo que como loco buscaba las sabanas tratando de tapar mi desnudez y la vergüenza sentida, porque sabía que mi niña lo había visto todo, bueno al menos la gran corrida que acababa de tener.
No sabía cuánto tiempo tenía mi pequeña allí parada presenciando mi grandiosa masturbación, pero lo que sí estaba consciente era que ella había visto lo suficiente para tener que darle una explicación.
—Pa…papi, discúlpame —me contestó ella con su voz suavecita, con carita regañada y al mismo tiempo asombrada—, pero escuché la alarma sonar y como no la apagaste, pensé que te habías quedado dormido.
— ¿Si sabes que las puertas se tocan? —Le inquirí molesto, aunque no con ella sino conmigo mismo porque fui muy irresponsable al descuidarme ante aquella masturbada matutina, ya que siempre que me masturbaba trataba de hacerlo en el baño o cerraba la puerta con seguro para evitar precisamente una situación como esa.
—Lo siento… —se disculpó ella bajando su cabecita apenada—… no pensé que estaba haciendo mal.
Su pena me hizo sentir peor de lo que ya me sentía, porque sabía que estaba siendo injusto con ella. La culpa de lo sucedido era mía y no de ella.
Nervioso me levanté enrollándome las sabanas por la cintura para cubrir mi desnudez y toda la evidencia de mi reciente corrida.
—Está bien, cariño, no has hecho nada malo. Solo te pido que la próxima vez debes avisar antes de entrar —le dije suavizando mi rostro y mi tono de voz—. Ahora ve y espérame en la cocina mientras me baño.
Ella me obedeció, como siempre lo hacía, salió de mi habitación mientras que yo me introduje en el baño de mi cuarto. Dentro de la ducha comencé a pensar las posibles respuestas a las preguntas que sabía que Carol me haría ya que ella era una niña muy curiosa.
Enfundado en un pijama de franela y pantalón, me detuvo en el umbral de la puerta de la cocina y vi a mi hija junto al mesón montada en el taburete que ella utilizaba para poder alcanzar la loza. Como era fin de semana, ella se encontraba aun con su pijama rosa de short y franelilla, y vi que estaba preparando la mezcla para los panqueques. Me adentré y me dispuse a preparar el café, así como busqué el cereal y la leche que siempre se les preparaba a las gemelas.
—Papi —escuché la tierna vocecita de mi niña detrás de mí. Cerré los ojos y respiré profundo ante las preguntas claras y directas que sabía ella me haría— ¿Por qué tu pene no es como el pene de las imágenes que me mostraste? ¿Qué estabas haciendo con tu pene? Y ¿Por qué tu pene expulsó eso blanco de su interior?
¡Dios! Aquí vamos… pensé resignado.
Despacio me giré y la vi parada frente a mí con una expresión de curiosidad en su hermoso rostro, ansiosa a la espera de mis respuestas.
Como Carol era tan curiosa, semanas antes ya habíamos tenido una conversación sobre las diferencias de sexo entre hembra y varón, porque para ella no fue suficiente con la clase que le habían dado en la escuela. Siempre que tocaba temas importantes con Carol trataba de ser lo más sincero, claro y directo, ya que por su curiosidad y madurez sabía que respuestas claras a ella la dejarían satisfecha y conforme. Así que en esa oportunidad le hablé con toda la verdad a mi niña sobre todo lo referente al tema. Ese día me la llevé al ordenador y allí le mostré en fotos e imágenes todas las diferencias que hay entre un pene y una vulva, y como ella estaba próxima a entrar a la pre adolescencia también le mostré los cambios que el cuerpo de cada género sufre cuando entran en esa etapa.
Ahora, ante esas preguntas tan claras y precisas que me hacía, sentí que también tenía que ser muy sincero y muy claro porque había llegado el momento de explicarle a mi niña, la otra parte que implica ambos sexos.
—Ven, cariño, siéntate aquí —le pedí al tiempo que ambos ocupamos las sillas del comedor quedando uno frente al otro—. Como ya te expliqué anteriormente, el cuerpo de los varones es diferente al cuerpo de las hembras…
—Sí, papi, ya yo sé que tú tienes un pene y yo una vulva—me interrumpió ella haciendo en su rostro un gesto de “eso ya me lo explicaste”—, pero lo que ahora quiero saber es ¿Por qué tú pene es tan grande y grueso? Yo no lo vi igual al pene del niño que tú me mostraste en aquellas fotos.
Volví a respirar hondo porque en ese momento comprobé que mi hija había presenciado todo aquel acontecimiento, ya que le dio tiempo de detallar mi polla. Tosí antes de hablar.
—Bueno, el pene que te mostré aquella vez era de un niño de tu tamaño, por eso se veía pequeño. Cuando nos hacemos adultos, crecemos y todo nuestro cuerpo también lo hace a la par. Es por eso que así como nos crecen los brazos, las manos y las piernas; también el sexo nos crecerá.
— ¿Eso quiere decir que mi vulva será así de grande como tu pene? —Preguntó mi niña con los ojos abiertos. Yo sonreí ante su inocencia.
—No, cariño, tu vulva crecerá pero de otra manera, no de la forma como crecen los penes en los varones.
Ella pronunció un “Aaaah” bajito al tiempo que afirmaba con la cabeza, como aceptando su conformidad con la respuesta.
—Y ¿Qué es lo que estabas haciendo? ¿Por qué movías tu mano sobre tu pene y por qué hiciste que vomitara eso blanco?
Sabía que mi niña no se quedaría tranquila hasta que no le explicara completo lo que había visto, así que decidí acabar con aquel tema con una rápida pero sincera explicación. Las gemelas pronto se despertarían y no quería que ese tema quedara colgando.
—Lo que me viste hacer se llama masturbación y eso lo hace todo el mundo. Nos tocamos el sexo de esa manera cuando nos queremos relajar, sentirnos bien… y con respecto a eso blanco que viste que salió de mi pene, eso se llama semen que solo los hombres expulsan cuando se masturban —en ese momento la cafetera pitó indicando que el café ya estaba listo. Eso lo tomé como excusa para levantarme de la silla y así zanjar el tema—. Espero que tengas suficiente con esta explicación, así como también espero que la próxima vez toques la puerta de mi cuarto al entrar.
No esperé por su respuesta porque quería que ella se olvidara de aquel tema y no le diera tanta importancia a ese acontecimiento.
La mañana y la tarde pasó sin ninguna novedad, las gemelas estuvieron jugando con sus muñecas y Carol se mantuvo ocupada entre las tareas de la escuela y los juegos que siempre tenía con sus hermanas. A media tarde, específicamente a la hora de la siesta donde todos nos tomamos un par de horas para dormir, yo me desperté antes de tiempo. Me levanté de la cama por un vaso de agua por lo que salí de mi habitación dirigiéndome a la cocina, sin embargo, al pasar por mi oficina pude ver que la puerta se encontraba medio abierta y aunque la luz no estaba encendida, un reflejo de luz se proyectaba desde el interior. Yo sabía que aquella luz era de la pantalla del ordenador que se encontraba encendido, eso me extrañó y me alarmó mucho porque era consciente que durante todo el día no había encendido el computador.
Creyendo que podía ser un ladrón, despacio tomé un jarrón de cerámica que adornaba una mesita de madera que se encontraba cerca, y con mucho cuidado para no hacer ruido, caminé hasta pararme frente a la puerta. Silenciosamente la empujé preparándome para saltar sobre la persona que sabía que se encontraba de espalda en aquella habitación, sin embargo, por segunda vez en aquel día quedé petrificado porque la persona que se encontraba sentada frente a mi computadora era mi niña Carolina… pero eso no fue lo que me dejó con los pies clavados en el piso.
Como mi oficina era un espacio pequeño, el escritorio lo tenía pegado a la pared así que cuando me sentaba frente a él, quedaba casi de lado a la puerta de la entrada. Eso significaba que Carol no podía darse cuenta que yo estaba observando lo que ella veía en la pantalla del computador y sobre todo, lo que ella hacía con su cuerpo estando allí sentada.
Mi niña de 8 añito se encontraba sentada sobre mi silla, desnuda de la cintura para abajo. Sus piernitas las tenía abiertas y su manito se encontraba metida en su coñito, mientras que sus ojos se veían clavados -como hipnotizados- en las imagines del video que se reproducía en la pantalla; una mujer masturbándose sobre una cama.
Eso me congeló en el sitio… No podía creer que mi pequeña niña se estuviera estimulando viendo un video pornográfico.
Ante ese pensamiento la sorpresa dio paso al enojo. Sabía que Carol era una niña muy curiosa, pero nunca me imaginé que su curiosidad llegara a tal extremo. Ella era una niña muy chiquita para que su cerebro tan inocente estuviera navegando en esas aguas tan profundas, así que no podía permitir que su fisgoneo pasara esa línea, debía frenarla y hacerle entender que todo tenía su tiempo. Así que molesto dejé con cuidado el jarrón sobre el piso, me dispuso a entrar a la habitación y hacerle reprenderla… sin embargo, el gemidito que escuché provenir de su boca volvió a paralizarme en el sitio. Inmediatamente mis ojos la ubicaron, observando que ella tenía los ojitos apretados con fuerzas y su respiración se veía agitada. Aquel gesto de inmediato me indicó que mi pequeña niña estaba disfrutando de aquella inocente exploración que se proporcionaba.
Mientras mi cerebro procesaba lo que veía y escuchaba, mis ojos la vieron arquear su cuerpecito sobre la silla y mis oídos volvieron a escuchar otro gemido que se escapaba de su boquita abierta.
De pronto y sin entender, aquella visión y aquellos gemidos fueron como un detonante para mi cuerpo porque de inmediato sentí que algo inevitable explotó en mí cabeza.
Sentí que mi cerebro empezó hacer chispas como si estuviera teniendo un corto circuito y de inmediato noté que debajo de mis pantalones comencé a tener una erección, y a sentir ese hormigueo en el vientre que me indicaba que me estaba excitando. Mis ojos, extrañamente embelesado continuaron clavados sobre mi niña y un inexplicable deseo me sacudió cuando la vi abrir más las piernas y con inexperiencia acentuaba las acaricias que a su clítoris le daba, soltando gemiditos que prendieron fuego a todo mi cuerpo.
La intensión de reprenderla se esfumó, ahora lo que me invadía era un extraño y avasallante deseo de seguir observando en silencio lo que mi pequeña se hacía y mientras la miraba, sin saber por qué le di paso a un deseo que me hizo olvidar lo que un buen padre debía hacer en una situación como esa.
Mis sesos solo veían a una hermosa niña que se masturbaba tan divinamente y gemía deliciosamente. Yo solo quería seguir disfrutando de aquel espectáculo que ella me regalaba, porque eso era un gran regalo ya que sabía que aquello era su primera masturbación. Por eso no la detuve, simplemente en silencio me quedé allí parado tocándome mi endurecido pene por encima del pantalón.
Me sentía tan excitado que comencé a respirar agitado con la boca abierta y me di cuenta que mi cuerpo comenzó a transpirar, así como sentí los latidos de mi propio corazón palpitarme en los oídos. No podía quitar los ojos del lugar donde se encontraba mi niña, así como no pude evitar bajarme la parte delantera del pantalón del pijama y sacar mi tan endurecido pene… y desde allí comencé a masturbarme con aquella imagen que mi propia hija de apenas 8 añitos me regalaba.
Ella gemía y yo ahogaba los míos desde el umbral de la puerta. Ella instintivamente movía sus caderitas sobre la silla, mientras que yo movía las mías frotando mi pene en el hueco de mi mano. Ella apretaba sus ojitos antes las nuevas sensaciones que estaba experimentando, mientras que yo me bebía excitado todo ese espectáculo que sin saber ella me estaba dando. De pronto, la vi que se detuvo abruptamente y se incorporó en la silla, respirando agitada, mirando su coñito. Yo sabía que aquella interrupción fue causada por la incomprensión del momento, quizás mi niña sintió el deseo de acabar pero el miedo la detuvo… y ese pensamiento me hizo perder por completo la cordura.
Sí, perdí la cordura porque de pronto pensé que yo podía hacer que mi niña terminara de alcanzar ese placer sentido… y sin detenerme a considerar la locura que mi cerebro pensaba, aguardé mi pene y me vi entrando a la habitación al tiempo que cerraba la puerta y le pasaba el seguro.
— ¡Papi!
Exclamó ella sorprendida y asustada cuando se giró al escuchar cerrarse la puerta.
Continuará…
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Espero leer sus comentarios…
Excelente. Continua x favor.
5⭐
Hola, antes que nada felicitarte y agradecerte por los relatos… La historia de un Viudo (I) me tiene volando y la saga de Elliot ni hablar. Espero con ansiedad más relatos tuyos. Un abrazo