La Isla de lo Prohibido
Una familia, un catastrófico accidente, una isla y un oscuro secreto. Conoce la historia de Camilo y los intensos deseos que lo llevaron a quebrantar el mayor tabú con su familia..
Esa noche se oyeron estrepitosos gritos en una casa donde jamás se había levantado la voz, sonó cómo la vajilla se quebraba cuando nunca se había roto con intensión ningún objeto e insultos fueron arrojados entre familiares que hasta hacía poco habían encontrado una verdadera armonía tras sobrevivir una catástrofe.
– ¡Juramos que esto se quedaría en la isla! No podemos seguir así, esta relación tiene que terminar – Isabel vociferaba entre llantos mientras empujaba a su hijo fuera de la habitación.
-Pero madre, esto no es justo – Camilo intentó defenderse mientras buscaba con su mirada el apoyo de su hermana.
Carolina, que en medio de un mar de lágrimas se aferraba a su almohada en la esquina de la habitación abrumada por la intensidad de la situación, no estuvo en condiciones de socorrer a su hermano y lo dejó a su suerte.
– ¡QUIERO A ESE ENGENDRO DEGENERADO FUERA DE ESTA CASA DE INMEDIATO! – Gritaba Julio desde la planta baja donde se había recluido para evitar cometer una locura guiado por su bullente furia.
-Ya oíste a tu padre, ve y recoge tus cosas antes de que suba y se vuelva a poner violento. – la madre insistía apurando con mayor fuerza el corpulento físico del joven.
Camilo dio un último vistazo al triste panorama que protagonizaba su hermana y con una expresión de decepción se apartó voluntariamente de su madre.
El joven entró como un huracán a su propia habitación y la desmanteló en un desenfrenado ataque de furia. Recogió como pudo sus prendas de vestir y las amontonó en un bulto amorfo dentro de una pequeña maleta, con manos temblorosas por la rabia cerró el equipaje y se dispuso a abandonar el cuarto en el que había crecido toda su vida, pero antes de cruzar por el umbral de la puerta se devolvió en busca de la única pertenencia que no se permitiría olvidar, estaba claro que todo lo demás sería desechado por su padre una vez se fuera de allí.
Saliendo de la casa no cruzó palabras con su reducida familia y simplemente se encaminó a través de la oscura noche hacia la estación de bus. La melancolía que sentía se incrustaba más profundo en su corazón con cada paso que lo alejaba más y más de su hogar, la sangre que recorría sus venas pareció helarse contrastando con el sofocante calor húmedo de la velada, aunque ya era octubre en esa pequeña ciudad a la orilla del mar caribe, el calor era tan abrasador como en pleno verano.
Ya sentado en el banquillo de la estación, empapado en sudor y lágrimas, la espera del transporte que lo alejaría aún más de su familia le concedía un poco de tiempo para repasar de nuevo los acontecimientos que lo tenían arrinconado en su situación actual, sacó de su bolsillo el tan preciado objeto del que se negaba separar, era una foto en la que aparecía su hermosa madre Isabel, su autoritario padre Julio, su caprichosa hermana Carolina y él, todos con la misma expresión de felicidad rodeados por el espléndido paisaje de una paradisiaca isla.
En el reverso de la imagen decía:
“20 de Julio de 2023
Fecha del rescate tras estar varados en esta isla de mierda.
Recuerda no olvidar lo que es verdaderamente importante”
– Parece que yo fui el único que no lo olvidó – sus pensamientos escaparon de su boca.
Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos mientras los recuerdos de la experiencia florecían nuevamente en su memoria, su mente se remontó a esa fatídica semana de finales de junio.
– ¿Y entonces? ¿Ya la terminaron? – Preguntó Isabel descargando sus enormes senos sobre la mesa del comedor mientras servía un par de grandes platos de arroz con habichuelas a su esposo e hijo.
– Solo falta que se seque el barnizado y la muñeca estará lista para zarpar – respondió el mayor de los hombres mientras devoraba el plato con hambre voraz-. Sigo sin creerme que por fin está lista, cinco años construyendo ese velero desde cero y en retrospectiva pareciera como si lo hubiéramos empezado ayer.
– Seis, papá, fueron seis años construyendo ese condenado bote y para mí, pesa cada uno de ellos – replicó Camilo evidentemente menos emocionado por el logro a comparación de su padre.
– mijo, yo sé que ambos hicimos muchos sacrificios para lograr esto, pero este era nuestro sueño ¿no? Estoy muy orgulloso de nosotros.
El hombre ni siquiera escuchó el apático “si, nuestro sueño” que pronunció su hijo, pues su completo interés estaba captado por el descomunal trasero de su esposa, la atractiva mujer de tez oscura como la caoba, corto cabello de tonalidad similar y voluptuosa figura, meneaba sus anchas caderas al son de la salsa cubana que sonaba en la radio.
– Bueno, chico, ¿y qué vas a hacer ahora con todo ese tiempo libre? Inquirió Isabel sentándose en el regazo de su hombre.
– ¿Qué más va a hacer? – refunfuñó el hombre atiborrándose de comida con una mano, a la vez que, con la otra, manoseaba la desbordante suavidad del culo de la mujer.
– Julio dale un respiro al muchacho, déjalo que salga y se divierta con sus amigos, que se consiga una linda novia a ver si me hace abuela de una vez.
Las carcajadas que desataron ambos acallaron el intento de Camilo por mencionarles acerca de su intención de tomar el examen para ingresar a la universidad dentro de dos semanas, aunque las posibilidades que enumeraba su madre sonaban muy interesantes tras haber renunciado a ellas durante los años de construcción, el joven sentía que se estaba quedando atrás, sus compañeros de instituto se graduarían ese mismo año de sus respectivas carreras, incluso su hermana cuatro años menor había podido asistir con el patrocinio de sus padres, mientras que él había dedicado gran parte de su juventud a cumplir el capricho de su padre y no pretendía entregarle el resto de su vida.
Por el momento le pareció infructífero un nuevo intento por comunicarle sus deseos a los dos adultos que ya habían empezado a entablar una desinhibida exhibición de afecto, ni siquiera el ruido del timbre de la entrada los hizo despegar sus bocas y mermar sus lascivos toqueteos.
Camilo se levantó de su asiento y corrió hacia la puerta, escapando de la escena explícita que protagonizaban sus progenitores. Al abrir la puerta le sorprendió ver bajo el intenso sol de medio día la curvada silueta de una delgada chica de piel bronceada vestida con unos shorts de tela de jean y una traslúcida camisa blanca que dejaba en evidencia su colorido sujetador sosteniendo un par de bombones de chocolate.
La cara de la chica, que en inicio estaba sonriente, se deformó rápidamente en cuanto vio a su hermano.
– Hola, asqueroso – saludó con tono irreverente y actitud petulante.
– Lo siento, el comedor de caridad no es acá, no se admiten indigentes – Camilo respondió imitando su expresión de desagrado.
– muy gracioso, cara de simio, ahora déjame pasar y recoge mis maletas como un buen esclavo.
Camilo ingresó con dificultad las tres enormes maletas, no sin antes advertirle a su hermana que su antiguo cuarto ahora le pertenecía y ahora a ella le tocaría dormir en el pequeño que antes era de él.
– Cami, cariño, yo le organicé su cuarto a la niña y volví a pasar tus cosas al anterior, solo será por las vacaciones.
– ah, viniste por las vacaciones, y yo que pensaba que algún zoofílico te había embarazado y por eso regresabas con todas tus cosas – Comentó el joven tomando algo de revancha por el favoritismo que siempre demostraban sus padres hacia ella.
Carolina contestó golpeándolo en el brazo y con la crueldad que la caracterizaba le informó que en ellas venían varios regalos para sus padres y amigos, pero nada para él por si ya se estaba haciendo ilusiones, también indicó que tenía que traer muchas otras cosas para el viaje que todos harían la próxima semana. Camilo no le dio importancia al comentario hiriente de su hermana, pero sí se interesó por el supuesto viaje, ya que él no sabía nada al respecto, se apresuró en subir las maletas y regresó con sus padres para indagar sobre el tema, interrumpió a su hermana que se excusaba por no haber traído a su novio y exigió saber sobre el asunto. Sus padres habían decidido aprovechar la botadura del velero navegando por primera vez a una isla turística en medio del caribe en una excursión de dos semanas, la noticia no le sentó para nada bien al joven que estalló en cólera.
– No sabíamos que querías irte a la universidad, siempre creímos que preferías heredar la tienda – trató de conciliar la madre.
– Lo sabrían si dejaran de manosearse frente a mí por un momento y me escucharan – increpó el chico preso del enfado.
– No te voy a permitir que nos faltes el respeto por un tonto capricho – protestó el padre levantándose de la mesa, afectado por la discusión.
– Le entregué seis años de mi vida a esa porquería ¿y lo llamas un capricho? – Camilo temblaba de la exasperación – Carolina nunca tuvo que sacrificar un solo día de su vida y ustedes no dudaron en mandarla a la universidad en otra ciudad con todo pago y cuando por fin tengo la oportunidad de seguir adelante, nuevamente me obligan a renunciar.
Sin dar posibilidad a la réplica de sus padres, el joven salió corriendo de casa buscando liberar su frustración a la orilla del mar, su desilusión era latente, pero sabía que debía calmarse, pues era inútil pensar que podría cambiar la opinión de sus padres, la convivencia sería compleja por unos días y su sueño se tendría que posponer, la decisión estaba tomada y como siempre, él la deberá acatar.
De esta manera llegó el viernes y los ánimos no habían cambiado mucho, decepcionado, Camilo soltó las amarras del bote y despidiéndose de la costa, también lo hizo de sus planes.
El paisaje en alta mar era hermoso, un impecable cuadro adornado por el color esmeralda de las aguas y el basto azul del cielo. En ocasiones se les hacía difícil a los hermanos disfrutar plenamente del viaje, sus padres escasa vez salían de su camarote y las pocas ocasiones en que lo hacían, era para proseguir la pasional rutina de afecto en la cubierta, a su vez, la mutua compañía que se ofrecían los menores no les generaba especial entusiasmo, siendo el silencio lo que más apreciaban el uno del otro.
Durante dos días la rutina fue la misma para Camilo y Carolina, el primero se cercioraba de que la nave siguiera su curso en la constante ausencia de su padre y en los extensos ratos libres, el joven se dedicaba a una infructífera pesca, misma de la cual su hermana se había cansado de burlar el día anterior, por su parte, la chica había estado aprovechando el cielo colosalmente despejado que los cubría para mejorar su ya atractivo bronceado, aunque el pigmento natural de su piel ya la hacía ver como el más precioso ébano, la misma adquiría un especial brillo almendrado al exponerse a los caribeños rayos del sol con los que había crecido.
A falta de pudor, la chica obviaba las posibles miradas de su familia y buscando un bronceado uniforme, se exponía en absoluta desnudez sobre la popa del barco ofreciéndole a su hermano la más sensual de las vistas, Camilo prefería deleitarse con esta limitada alternativa al no soportar permanecer bajo cubierta escuchando la vulgar orquesta que componían sus padres.
“Sin duda ya no es una niña” pensó.
En principio no albergaba morbosos pensamientos, ya que era un cuerpo que había visto desnudo muchas veces antes, puede que no tan desarrollado como ahora, pero era la misma situación en el caso de ella, quien tampoco se escandalizaba por la desnudez de su pariente.
El hombre apreció cómo ahora esas finas caderas se habían ensanchado y las pequeñas tetas se habían convertido en firmes senos que anunciaban la fertilidad de su cuerpo, a su vez, era irrebatible que su hermana últimamente se había estado preocupando por su apariencia, pues su abdomen se notaba trabajado, los muslos tonificados y sus brazos estaban delineados por músculos que no tenía la última vez que la vio, su cara también manifestaba la sensualidad de su madurez, los carnosos labios heredados directamente de su madre brillaban con pequeñas gotas de sudor que se aferraban a sus comisuras, unos hermosos ojos cristalinos eran coronados por finas cejas del mismo azabache de su largo cabello ondulado. Para su hermano, si le era posible desligar su personalidad del físico, ella encajaría perfectamente en su esquema superficial de chica ideal.
– ¿Qué estás mirando pervertido? – Carolina lo extrajo de su trance.
– solo pensaba que esa debía ser la razón por la que no hay peces – respondió como si discerniese algo importante -. Te ven desnuda y huyen.
Camilo saltó del barco antes de que su hermana pudiera golpearlo en retaliación, pero después de zambullirse un par de veces, su padre lo llamó de regreso, ya que había escuchado en la radio que se avecinaba una tormenta, lastimosamente ni él, ni su padre, podían prever que la palabra “tormenta” se le quedaría muy corta a la calamidad que los asechaba.
Vientos huracanados mecieron la pequeña embarcación como si fuera un insignificante bote de papel, la familia buscaba desesperadamente de donde agarrarse mientras los cajones cedían a las inclemencias del clima y expulsaban su contenido por todo el suelo del velero. Los gritos de los tripulantes eran apenas audibles bajo el rugido del azote de las olas contra el resquebrajado casco del barco, la desesperación y el terror se apoderaron de cada uno de ellos y aunque intentaron permanecer juntos, eran separados una y otra vez por el bestial impacto del embravecido mar. Llegados al clímax de la apocalíptica sinfonía de horror, las luces de la cabina se esfumaron y con ellas cualquier rastro del navío.
Julio se despertó sumamente desorientado y con un molesto zumbido en el interior de su oído, apenas alcanzaba a escuchar cómo rompían las olas en la costa y de fondo, los desgarradores gritos de Carolina que veía con horror como su hermano intentaba reanimar desesperadamente por medio del beso de la vida a su propia madre, en cuanto Julio entendió por qué su propio hijo posaba sus labios sobre su mujer, intentó levantarse para socorrerla también, su empeño fue inútil cuando su pierna cedió y el hombre se dio cuenta de que la tenía fracturada, el dolor que lo habría hecho desvanecerse si no fuera porque alcanzó a ver a su esposa expeler el agua en sus pulmones y recobrar la vida misma.
Camilo, aunque igual de tembloroso que su hermana, producto del shock, se obligó a tomarla a ella y a su madre, apartándolas de la playa, luego corrió donde su padre y lo arrastró junto a ellas. El joven realizó múltiples viajes de regreso a la orilla, buscando y recogiendo vestigios del naufragio, todo lo que les pudiera servir para construir rápidamente un refugio improvisado para escamparse de la lluvia.
Esa noche no hubo fuego ni abrigo, solo cuatro cuerpos semidesnudos, abrazados unos con otros para intentar conservar el calor. Isabel rodeó con su cuerpo apenas cubierto por un camisón, al de su esposo quien estaba completamente inmovilizado por el dolor, Camilo percibió el tiritante cuerpo de su madre y lo abrigó con su propio calor corporal, Carolina a su vez, se aferró a la espalda de su hermano como si se abrazara al tronco de un árbol por sus extensas dimensiones, de esta forma, la familia sobrevivió su primera noche en la isla.
En la mañana, los primeros rayos de sol trajeron consigo nuevamente la calidez caribeña, aun así, la familia permaneció en su posición de supervivencia poco a poco sintiéndose más cómodos con la creciente temperatura, tanto que el constante roce de los cuerpos estimuló el matutino estado físico masculino de Camilo.
Isabel fue la primera en despertar, pero la insólita situación la obligó a permanecer estática, poco a poco fue sintiendo como algo se abría paso entre sus muslos, cerca de las inmediaciones de su entrepierna, aunque no lo quería creer, pronto confirmó mediante las embestidas que recibía su trasero, que algo estaba tratando de internarse en las puertas de su sexo rozándolas súbitamente con cada arremetida. La mujer intentó darse vuelta cuidadosa de no despertar a su marido frente a ella, pero sus caderas estaban atrapadas entre un par de robustas manos que la apretaban fuertemente, solo había una posibilidad para la identidad de su captor.
– Cami, Cariño, ¿estás despierto? – susurró, recibiendo como respuesta una calurosa exhalación cerca de su cuello, el aliento del joven la hizo estremecer y sumado al constante martilleo de sus caderas, la mujer arrojó un esporádico espasmo de placer, Isabel advirtió como sus jugos empezaban a desbordarse de su interior y empapaban la parte inferior de su bikini, la única prenda íntima que aún conservaba.
La mujer miró de reojo hacia su espalda y descubrió que su hijo aún permanecía dormido por lo que se decidió a no extender el indecente momento, con delicadeza agarró sus muñecas y tratando de zafarse, las apartó de su cintura, sin embargo, la fuerza de su hijo fue mayor y esta vez la aprisionó agarrándola de sus inmensos senos, la mano del joven giró en torno al tejido mamario y la recorrió en su totalidad perturbando la erección que sufrían sus pezones, el desorden que provocaba las acciones del joven en la mente de su madre la hicieron entregarse fugazmente al placer y emitir un par de chillidos orgásmicos, a la par que levantaba el culo en dirección al punzante sexo de su hijo.
Las insistentes arremetidas lograron despertar al joven y mientras este terminaba de salir de su ensoñación, Isabel trató de hacerse la dormida. Camilo se sorprendió por la posición en la que tenía a su madre y huyó tras creer que la mujer permanecía dormida.
La madre vio salir a su hijo del refugio y agradeció que el evento terminara poco antes de perder por completo la cordura, exaltada, se mordía su labio y con sus manos sostenía los líquidos que derramaba su vulva sin sospechar que tras de ella, su hija los había observado aterrorizada desde el inicio.
Cuando todos estuvieron despiertos, el padre los llamó a una reunión para hablar sobre su fatídica situación, solo Camilo no se encontraba cerca del refugio, no obstante, cuando llegó, todos se alegraron de ver que traía consigo algunos cangrejos.
– Lo primordial es saber dónde estamos – enfatizó el padre sobándose su pierna adolorida -. No reconozco esta playa…
– estamos en una pequeña isla – informó el joven que horas antes había subido a un acantilado logrando divisar la totalidad del deshabitado paraje.
Carolina comenzó a entrar en pánico preguntándoles que harían entonces.
– Tranquila, mi niña, antes de que nos hundiéramos, logré avisar a la marina por radio –intentó hacerle ver el lado positivo a su hija – ya deben estar buscándonos y por fortuna van a encontrarnos a todos con vida.
– Amor, pero hay cientos de islas en el caribe, pueden tardarse mucho en dar con esta – añadió la madre sin dejar de lado su inquietud.
– Es por eso por lo que debemos valernos por nosotros mismos hasta que llegue la ayuda – el hombre miró a su hijo incitándolo a que aportara calma al grupo.
Camilo comprendía que su padre poco y nada podría hacer en su estado, por lo que decidió dejarlo con su pierna inmovilizada en un cabestrillo improvisado, por otro lado, viendo las secuelas traumáticas aún presentes en su hermana le pidió que simplemente recolectara un poco de leña para hacer una fogata, no tendría que alejarse mucho del refugio mientras que él y su madre se encargaban de buscar agua y más comida.
– Hace mucho que no salíamos a caminar los dos solos – Camilo aseveró tratando de entablar una conversación con su madre, que atípicamente se encontraba muy callada.
La mujer se sentía incómoda al rememorar la interacción de la mañana y siendo consciente de que sus prendas dejaban poco a la imaginación, prefirió conservar la distancia con su hijo. El chico, desalentado por la apatía de su madre, se limitó a caminar tras de ella, viendo como la imperturbable arena se deformaba con el paso de los pequeños y delicados pies de ella, el sol del medio día casi alcanzaba su cenit provocando que solitarias gotas de sudor se deslizaran por su elongado cuello color canela, internándose en los surcos de la feminidad de su acompañante.
Camilo estaba hipnotizado por la belleza de su madre, la madura, aunque era un elemento ajeno al lugar, parecía encajar perfectamente con el encanto paradisiaco de la isla. Se adelantó a ella y se permitió cautivar por su rostro cuando este se iluminó de alegría al divisar unas palmeras con cocos. Ambos corrieron al lugar y Camilo no tardó en encaramarse a los árboles para dejar caer sus frutos, mientras el chico repetía el proceso un par de veces más, las barreras que había erigido su madre se desmoronaron ante el júbilo que les engendraba tener éxito en su misión.
El esfuerzo dejó exhausto al más joven que, agradecido por la oferta de su madre, se recostó un momento a la sombra mientras ella recogía los cocos que habían caído en la lejanía. Su descanso fue interrumpido por el tentativo paisaje que súbitamente se desarrolló frente a él, cada que Isabel se agachaba a recoger un coco, exponía la inmensidad de su moreno culo sin suponer la atenta mirada de su propio hijo, el encuadre no era muy diferente de frente, pues sus desnudos senos colgantes excitaban aún más la vista del chico. De repente la mujer presenció que su hijo la devoraba con la vista e intentó cubrirse con sus manos, por desgracia para ella, sus atributos sobresalían fácilmente de la cobertura, así que resignada, no volvió a impedir que se apreciara su desnudez.
De regreso en el campamento, ambos se separaron sin dedicarse palabra alguna e Isabel no pudo evitar sentir, tras alejarse de su hijo, un poco de satisfacción al saber que él la deseaba como mujer, asimismo, era consciente de lo inapropiado de sus sentimientos, pero en una situación tan estimulante como la vivían, era imposible no pensar que su tragedia inherentemente los había apartado de la sociedad, y con ella, de sus normas y parámetros morales. Allí, podrían ser dueños de sus deseos y a su vez, rendirse a ellos, por más inquietantes que estos fuesen, no obstante, una vez ingresó en el refugio y vio la expresión de terror de su hija y el dolor de su marido, volvió a la cruda realidad.
Esa noche, gracias al arduo trabajo de algunos miembros de la familia, todos pudieron disfrutar de una abundante cena alrededor de una gran fogata. Aun cuando el trabajo se le había asignado a Carolina, Julio le había ordenado a su hijo buscar leños grandes para que el fuego se pudiera ver desde el horizonte.
– Cariño, tu padre dice que es mejor que durmamos por separado – Isabel detuvo a su hijo antes de ingresar al lugar de reposo – Como el refugio es tan pequeño, si dormimos todos juntos otra vez puede que lastimemos su pierna, además, él está seguro de que no lloverá esta noche así que ambos estarán bien aquí afuera.
Era evidente la molestia de su hijo, pero Isabel no se oponía a la decisión de su esposo más que nada, para evitar a toda costa caer en la tentación que se había convertido su propio vástago.
Carolina y Carlos se acomodaron alrededor del fuego y cobijados por el calor de la fogata se dispusieron a dormir bajo el estrellado firmamento nocturno.
En medio de la noche, a Carolina se le hacía imposible conciliar el sueño, sus sentidos estaban alerta como una presa rodeada de lo desconocido, cada chillido de cigarra, cada rama que movía el viento, cada ola que rompía en la arena, eran razón suficiente para abrir nuevamente los ojos, aunque en el lugar era claro que solo estaban ella y su hermano, la isla se mostraba más viva que nunca.
De repente, la ensordecedora melodía que interpretaba la orquesta de la naturaleza se vio acompañada de sonidos que no eran regulares en ese entorno.
-Ah… querido que rico… ah ah… cómeme así…
La chica supo de inmediato que los placenteros gemidos provenían del refugio donde se habían aislado sus padres.
– Uh… negra, móntame fuerte… deja caer ese culote…
En principio la joven se sintió asqueada, no comprendía como esos dos podían estar teniendo sexo en un escenario como ese, más aún no entendía como su padre, que se había estado quejando de dolor todo el día, ahora si tuviera la condición para cumplirle a su esposa.
Carolina intentó cerrar los ojos forzándose a dormir, pero los estruendosos alaridos se hacían cada vez más fuertes, pronto perturbaron su conciencia y tentaron su libido, cada bufido de pasión era como una caricia que se abalanzaba sobre su propia piel, era tan incómodo como la molesta arena que se introduce en todos los rincones de su cuerpo y tan inevitable como la misma. Lentamente, su piel se fue erizando y sus poros comenzaron a transpirar, sus pezones se endurecieron y sus manos tímidamente buscaron asilo dentro de sus bragas, su entrepierna las recibió como si fueran ajenas a su cuerpo agradeciendo el gentil jugueteo en los húmedos labios.
Su cuerpo comenzó a retorcerse en la arena a medida que sus dedos alcanzaban profundidades que la playa aún no había invadido, las yemas apretaron el clítoris sin delicadeza, tal como le gustaba que jugaran con ella. Los labios se relamían y las piernas se frotaban como si rogaran por tener algo en medio. Se sacó la mano de la ingle y la transportó a su cara donde inhaló su propio aroma adictivo, con la otra mano, sustituyó la ausencia de la anterior y se penetró incontables veces sin importarle la incomodidad de la arena.
Por fin, alcanzando el orgasmo, dejó salir unas cuantas gotas de líquido vaginal que rápidamente se esfumaron al contacto con el suelo y mientras su cuerpo liberaba la tensión del placer, la chica se dio vuelta solo para descubrir que su hermano ya no estaba a su lado.
Le pareció ver su silueta entre los árboles y acomodándose la ropa interior fue a revisar qué le había ocurrido, a medida que se le acercaba, le intrigó saber por qué apenas se movía, tras adentrarse un poco en los arbustos pudo verlo con claridad, sentado de espaldas al campamento, profiriéndole potentes jalones a su miembro. El chico estaba tan inmerso en el placer que no notó la presencia de su hermana a tan solo unos pasos de él, cuando Carolina logró rodearlo, apreció a la perfección la elongada verga chorreante de su hermano siendo estimulada con el mismo frenesí que a ella le gustaba emplear en su propio cuerpo.
La cautivó ver los gruesos dedos de su relativo, sujetar el oscuro prepucio que chapoteaba con el transparente líquido que emanaba de su glande, tan rosado como el interior de ella, al fin y al cabo, ambos provenían del mismo lugar; era la misma carne y sangre, sus cuerpos eran meras versiones opuestas de ambos. Carolina también se asombró al percatarse que su hermano se mordía el labio de la misma forma que ella lo hacía al estar próxima al orgasmo.
Y cuando la mujer sintió el hormigueo dentro de sus bragas, el hombre eyaculó despreocupadamente en frente de ella, los músculos de sus piernas se habían tensado y sus brazos marcados por las latentes fibras no dejaban de agarrar su falo, que poco a poco, disminuía su tamaño conforme el aliento escapaba de su jadeante pecho.
Carolina observó con especial interés cómo su hermano disfrutaba de la endorfina recorriendo su cuerpo, la mojó verlo entregado al placer.
– ¿Quieres que te ayude con la otra ronda? – le susurró juguetonamente desde la oscuridad del bosque-. ¿O quieres que llame a mamá?
– ¿QUÉ CARAJO HACES AQUÍ? – la increpó según el pánico se apoderaba de él.
– Viendo a un cavernícola en su hábitat natural, la pregunta es… ¿Qué hacías tú? – se acercó con actitud acusatoria-. ¿No te da vergüenza estarte manoseando mientras piensas en nuestra madre?
– ¿Pero de qué estupideces estás hablando? Intentó desviar la mirada con nervios evidentes.
– No trates de ocultarlo, te vi esta mañana, presencié como le restregabas tu paquete en el culo – Cambió su actuación por una un poco más comprensiva-. No te juzgo, es normal que un fracasado como tú no logre desprenderse de su mamita, pero Cami eso no está bien, te lo digo por tu bien.
– ¿Y sí lo está entre hermanos? – El enojo desplazó cualquier otra emoción-. ¿Crees que no sé que estoy jodido?… es solo que llevo solo mucho tiempo, años trabajando en ese estúpido barco, desperdiciando reuniones con amigos, fiestas, ¿y todo para qué? Para que esa porquería terminara como basura en el fondo del mar. Mira, si hubiéramos llegado a nuestro destino estoy seguro de que estaría detrás de una linda chica, pero acá, viendo a mamá y lo buena que está, simplemente no me puedo controlar. Tengo muchos sentimientos reprimidos.
Carolina no supo qué responder ante el repentino arrebato de sinceridad de su hermano, ambos se sentaron frente a la fogata en completo silencio y permanecieron así hasta que el fuego casi se había consumido por completo.
– ¿De verdad quieres irte a la universidad? – Carolina rompió el silencio sin despegar su mirada de las danzantes ascuas.
– Definitivamente, me siento a la deriva, más que como lo estamos ahora.
– Le romperás el corazón a papá, él siempre creyó que te quedarías con la tienda.
– Caro, quiero hacer algo diferente con mi vida a vender artículos de buceo y armar barcos, sé que es el sueño del viejo, pero no el mío.
– ¿Ya has pensado donde vas a vivir? O ¿Cómo lo vas a pagar? Porque no creo que ellos te den una mensualidad como a mí.
– Vengo ahorrando desde que empecé a construir ese condenado bote, creo que es lo suficiente hasta que consiga un empleo temporal.
– La ciudad es cara, si quieres… digo, solo si no te molesta, puedes ir a vivir conmigo, papá no tendría por qué enterarse.
– Pero ¿y tu novio? ¿No sería un estorbo para ustedes?
– Agh, no me hables de ese imbécil, en realidad terminé con él hace seis meses, lo descubrí engañándome con una amiga. Yo también llevo sola un largo rato, claro que, no comparado al tuyo, tú sí que estás jodido.
Los dos compartieron una serie de risas que no habían disfrutado juntos desde hacía mucho tiempo.
Camilo propuso que intentaran dormir al menos un par de horas antes de que amaneciera, pues mañana sería otro laborioso día, pero antes de adentrarse en el reino onírico, Carolina le pregunto a su hermano si solo consideraba atractiva a su madre.
– Tú eres más bonita – contestó casi que balbuceando mientras caía en el profundo sueño.
Carolina cerró los ojos mientras se esbozaba una gran sonrisa de satisfacción en su boca.
Al día siguiente, los hermanos y su madre salieron del campamento para recolectar más recursos. A Camilo solo le tomó un par de horas pescar el suficiente alimento para el día y de regreso en la playa se encontró con Carolina, quien ya se había hartado de recoger leña, se saludaron tan amablemente como en tiempos remotos que casi habían olvidado ya. En el horizonte, divisaron una nueva tormenta aproximándose hacia ellos, los dos coincidieron en armar su propio refugio y no pretender el de sus padres.
Mientras buscaban con que cubrir su nueva morada, se internaron profundo en la selva, separándose uno del otro. Camilo llegó sin querer a un claro donde el día anterior había encontrado una mágica laguna de aguas cristalinas, en ese instante percibió que alguien nadaba con gracia en medio de ella, vio el cuerpo completamente desnudo de su madre que se zambullía y desplazaba sin sospechar que era acechado.
La claridad del agua y la tenue luz que se filtraba entre las copas de los árboles le brindaban una vista privilegiada de la provocadora desnudez de la madura, ningún detalle de su físico pasaba desapercibido. La mujer pataleaba lentamente extendiendo sus voluminosas piernas color nogal hacia los lados, haciendo temblar su descomunal culo que danzaba ligeramente con la corriente fluvial, sus brazos se abrían paso en medio de la quietud del estanque permitiendo que sus senos flotaran libremente como si la gravedad ya no les afectara.
Camilo recorrió el borde del afluente evitando ser descubierto, pero incapaz de permitir que la figura de esa hermosa ninfa se alejara de su vista, la siguió hasta la caída de una cascada donde la mujer aprovechó para tomar una ducha, el joven admiró la intimidad de su madre en todo su esplendor. La mujer se veía tan libre, tan conectada con su entorno, perecía casi como si la naturalidad de su cuerpo expuesto hiciera parte del panorama permanentemente.
El agua de la cascada viajó indecentemente por cada curva y pliegue de su piel acompañada por sus manos, se estregó con suavidad el pecho, el vientre; se retiró toda impureza que aún permanecía en sus brazos y piernas. Isabel exhibió su sexo sin vergüenza para asearlo, mientras que aún no advertía la presencia de su estirpe.
Solo fue hasta que escuchó un inesperado ruido de ramas rompiéndose, que retornó al mundo real recordando su vulnerabilidad, al tiempo que, con pudor recobrado, hizo un esfuerzo por cubrir su voluptuosa silueta. Forzó la vista tratando de identificar a su acechador, pero para cuando volteó a ver hacia donde estaba su hijo, el chico ya estaba lejos de allí.
Camilo no aguantaba más, su libido estaba al límite y no quería conformarse con infringirse placer, quería; deseaba entablar una conexión con alguien, palpar otro cuerpo y que lo tocaran a él.
– Necesito pedirte un favor – Le dijo de repente a su hermana que se asustó al no haberlo notado cerca -. Déjame masturbarme contigo.
– ¿QUÉ? ¿El calor ya te quemó el cerebro? – Carolina intentó alejarse de él menospreciando sus intenciones.
– Por favor Caro, solo déjame tocarte un poco y jalármela mientras te veo – Camilo, desesperaba con cada minuto – Si quieres puedes tocarme también, no tenemos que hacer nada más, solo por esta vez.
– En serio, pareces un loco hablando así, si esto es por lo que dije anoche acerca de ayudarte… lamento decepcionarte, pero esa una broma.
– No Caro, no es por eso, es porque ya no aguanto estas ganas, lo único que hago es traer comida, leña y cosas para el refugio, mientras que padre se la pasa acostado todo el día y en la noche es el único que se puede divertir con mamá. No me digas que no los escuchas todas las noches y no me digas tampoco que no te afecta. He visto cómo te tocas escuchándolos al igual que yo, carajo, hasta soy capaz de olerte cada que te excitas con sus gemidos. Por favor, solo una vez.
Carolina se mantuvo inmóvil por un momento, solo veía la desesperación latente de su hermano. Muy en su interior coincidía con esas declaraciones, incluso ella creía que era injusto que solo los mayores tuvieran a alguien con quien descargar la frustración de todo lo que estaba pasando, la idea deambuló incisivamente en su cabeza hasta que…
– No, definitivamente eso está muy mal, que tan degenerado tienes que ser como para proponerle eso a tu hermana menor – Carolina se tragó sus verdaderos sentimientos y concluyó – lo siento mucho, pero no puedo ayudarte.
El resto de la tarde transcurrió de forma engorrosa para los hermanos, situación que complicó la construcción del nuevo refugio a medida que la tormenta amenazaba con desatarse en cualquier momento. Por suerte, para cuando el grisáceo cielo dejó caer su furia sobre la desolada isla, ambos ya habían podido resguardarse completamente de la cruel lluvia.
Julio e Isabel, por su parte, hicieron uso de su privacidad una vez más, confiados en que la estruendosa precipitación ocultaría su pasión. Aunque ambas parejas estaban distanciadas por unos cuantos metros, la silueta de sus padres apenas era perceptible tras la cortina de agua, algo que sí se vio patente fue el contorno de Isabel montando la verga de su marido, saltando y gimoteando sobre ella realizando pronunciados sentones.
Carolina no comprendía por qué el suceso era más excitante a comparación a las anteriores ocasiones, ¿podía deberse a que su imaginación estaba rellenando los hoyos argumentales que sus ojos no lograban divisar? Parecía como si los dos refugios pertenecieran a islas diferentes, una donde los cuerpos se podían deleitar con la calidez de su compañía y otra donde la gélida atmosfera era tan fría como el tormentoso exterior.
– Qué bajo hemos caído – Camilo susurró de repente en el oído de su hermana -. Acostados aquí, sin nada más que hacer, tan solo pensar en nuestros padres teniendo sexo.
– Eso será en lo que piensas tú – Carolina intentó apartarse de él -. Lo único que me importa en este momento es no morir de frío.
El joven abrazó a su hermana y combatiendo con su aprensión por acercársele, la abrigó dentro de sus brazos emulando lo sucedido durante la primera noche en la isla, la chica cedió en cuanto la calidez del desnudo pecho de su hermano iba expeliendo el álgido que sentía; su tembloroso cuerpo a medio cubrir fue acostumbrándose a la comodidad que le transmitía el hombre. Tan pronto como su torso dejó de tiritar, otras partes de ella comenzaron a clamar por la misma atención, sus largas piernas se entrelazaban juguetonamente con las de él, sus manos exigían el roce de los espigados brazos que rodeaban su pecho, pecho que comenzaba a agitarse cada vez que el vaho de la respiración de su hermano dejaba su boca para acariciar su nuca descubierta.
– ¿No te parece eso injusto? – Murmuró con cautela a la chica -. Ellos pueden demostrarse el cariño que se tienen sin ningún impedimento moral o cargo de conciencia.
– ¿De repente vas a confesar que me quieres?
– ¿Y eso sería raro? – la increpó aun manteniendo un tono pausado -. Sé que nuestra relación no ha sido la mejor siempre, pero eres mi hermana, eso nunca va a cambiar, tampoco que muy en el fondo en verdad te quiero.
Carolina recibió esas últimas palabras como si fueran una tormenta mucho más caótica que la que se había estado desatando fuera; un verdadero huracán que hizo estragos en su cordura. Mientras sentía el leve toque entre las pieles, su temor por compartir un momento de lujuria desatada con su hermano se desmoronó como lo hubiera hecho un castillo de arena frente al embate de las olas.
– dime que no lo piensas – Reincidió como si fuera una demoniaca tentación – dime que no lo deseas y no insistiré.
Carolina cerraba los ojos tratando de apartar de su mente las ideas que iba pincelando inevitablemente su imaginación.
– Tu silencio es como una invitación hermanita – gradualmente, Camilo fue descendiendo con sus manos, palpando la femenina silueta que nuevamente volvía a temblar frente a él, aunque sus movimientos y la decisión con la que los efectuaba parecían hacer alarde de su seguridad, en realidad el joven estaba temeroso de que su comportamiento fuera un grave error -. Lo que hagamos en esta isla puede quedarse solo en ella.
Manos varoniles se internaron en el sostén de la chica y exploraron la suavidad de sus firmes senos, estaban gélidos al tacto por lo que se inició una misión de calentarlos a partir de repetitivas caricias que cesaron casi de inmediato, pues Carolina soltó un chillido encogiéndose en una postura que le hizo pensar a su hermano que le desagradaba su afecto. El chico quiso disculparse con ella, pero se paralizó al ver como gimoteaba, la escena no era del todo clara, puesto que estaba oscuro y el cabello de la chica se había precipitado hacia adelante cubriendo por completo su rostro, dejando solo expuesta la elongada piel color avellana de la nuca. Camilo acercó sus labios y la beso en el lugar con un gesto dulce que buscaba tranquilizarla y antes de que pudiera decir algo, escuchó:
– Lo deseo – Entre lágrimas, la chica repitió -. Te deseo hermano.
La sorpresa fue mucha y mientras las inclementes gotas no paraba de descender fuera del refugio, dentro estaban dos almas que no se decidían a dar el primer paso. Camilo, seguro de lo que había escuchado, optó por no permitir que la oportunidad pasara de largo dejándolo atrás, así que se dispuso a complacer a su hermana y lanzó sus manos en busca de su cuerpo una vez más, en esta ocasión, yendo directamente por su tesoro en lo recóndito de su entrepierna, pero cuando sus dedos arribaron al lugar, allí ya había otros profiriendo placer al empapado coño. Resultó que la joven ya estaba jugando con su ser desde mucho antes que su hermano se propusiera hacerse cargo de sus necesidades.
Carolina se giró y abalanzándose sobre el sudoroso cuerpo de su hermano, los hizo caer a ambos sobre la fría arena.
– Ya estoy cansada de juegos – le comentó arrebatándole el aire que expedía su boca -. Pasemos al evento principal.
La chica se desprendió de toda tela que tenía encima mientras que el joven se arrancaba torpemente los shorts, apenas su verga se irguió en medio de ambos cuerpos, Carolina la tomó como si fuese su posesión y se la introdujo con afán en la chorreante vulva que jadeaba por ese tronco de carne. Y por primera vez, los dos hermanos, que siempre habían compartido hogar, padres y un mismo origen, ahora compartían un mismo cuerpo unido por sus candentes sexos que no dejaban de arremeter el uno contra el otro.
La sinfonía de movimientos era caóticamente perfecta, sus embestidas estaban descoordinadas, sus interacciones eran torpes y las intenciones diferían constantemente; mientras ella quería besar su boca, él deseaba chupar sus senos, en tanto él buscaba devorar su cuello, ella prefería acariciar sus pectorales, si a ella le apetecía mecerse sobre él, Camilo codiciaba penetrarla sin compasión.
Esa incompatibilidad hacía mucho más especial el momento porque no importaba que no siguieran el mismo ritmo o no estuvieran en la misma página, nunca se habían sentido tan libres y nunca habían experimentado tanto placer. Había de hecho algo en lo que sí coincidían y era comprender que nunca nadie los había hecho sentir tanto y tan bien como la persona con la que estaban compartiendo esa intimidad absoluta, allí, en ese singular momento en el espacio. No había pensamientos, no había preocupaciones, solo placer, solo deleite, solo sexo; sexo indebido, sexo morboso, sexo incestuoso y, aun así, no importaba. Eran solo ellos dos en esa isla, en ese universo.
Carolina cerraba los ojos cada que la verga de su hermano se introducía y llegaba a nuevas profundidades obligándola a arquear su espalda en un despliegue de satisfacción, la chica se agarraba los senos mientas Camilo sujetaba firmemente sus caderas como si se aferrara a lo único que lo mantenía con vida en ese momento.
Los jugos del interior de la chica se derramaban sobre el pubis del hombre y se entremezclaban con el sudor que recorría el cuerpo de ambos, eran un par de animales devorándose y viéndolos a la distancia, nadie podría saber dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro.
Camilo agarró vigoroso el culo de su hermana y empujando su sedosa espalda la acostó sobre él para que le brindara besos apasionados, a diferencia de lo esperado, estos fueron brutales muestras de cariño, la chica en vez de tratar con gentileza a su pareja insertó sus uñas en todo ápice de piel que tuvo a su alcance. Los besos eran intensos y estaban colmados de emociones, tanto negativas como positivas, parecían ser una especie de catarsis que referenciaba la complejidad de su relación, un par de hermanos que nunca se habían llevado bien, pero que ahora quebrantaban el mayor de los tabúes.
Camilo dejó que su hermana se desahogara con él y cuándo sintió que era suficiente, la tomó del pelo y con un fuerte jalón, se la quitó de encima arrojándola sobre la misma arena en la que había estado acostado y que ahora estaba encharcada por la combinación de fluidos que habían desprendido sus cuerpos entrelazados.
El joven se arrodilló a las puertas de su hermana y se introdujo en ella una vez más, la mujer exclamó un quejido y se retorció mientras se intentaba agarrar de lo que fuese, al alcance solo había arena, misma que se inmiscuía en sus genitales y presenciaba las perforaciones que el chico efectuaba en el convulso físico de la mujer. Lentamente, la arena dentro de las manos de Carolina se fue escapando de ellas con el aflojar de su agarre resultado del placer que iba invadiendo su cuerpo, relajándola hasta desvanecer cualquier atisbo de dolor.
El hombre, por su parte, se estaba dando un banquete con los ojos y las manos que disfrutaban en igual medida de todas las curvas y erógenos rincones que el cuerpo de ella tenía para ofrecerle, por donde pasaban sus manos dejaban una estela de arena impregnada de aroma a coito. La piel de Carolina se estremecía de placer, mientras que Camilo cavaba bajo sus rodillas con el movimiento de las estimulantes penetraciones.
La vagina de la chica devoraba la totalidad de la verga de su hermano como si estuviera hecha para albergar exclusivamente ese falo, él por su parte jugaba con el pronunciado clítoris y en cuanto sintió que ya no podía contenerse más, emprendió un viaje con su boca partiendo desde su cintura, recorriendo lentamente su vientre y abdomen, acariciando con la lengua sus caramelizados senos hasta que sus manos, siguiendo el mismo recorrido, se adelantaron y abrazaron el cuello de ella. Camilo estaba saturado de oscuras sensaciones amalgamadas con amor, por lo que apretó levemente la garganta de su hermana, arrebatándole toda clase de lascivas miradas, pues fuera de hacerle daño, a ella le encantaba esa rudeza y jadeando rogaba que hiciera un desorden en sus entrañas.
La emoción llevó a Camilo al punto álgido de su éxtasis y en una profunda perforación al vientre de su hermana, dejó salir completamente su carga en el interior de ella. Desde que el primer borbotón de semen partió de su pene, ambos hermanos dejaron salir bestiales alaridos de placer, tarándolos de acallar con infructíferos besos que no podían evitar los orgásmicos temblores que les obligaban a separar sus bocas en búsqueda del carente oxígeno.
Carolina sintió el hirviente esperma de su hermano calentando las paredes de su útero, la temperatura que emanaba era similar a la que los cuerpos desnudos se emitían profundizando su unión.
-Ya no hay vuelta atrás – dijo Camilo dejándose caer en el agitado pecho de su hermana -. Ya no podemos arrepentirnos.
– ¿Quién dijo que me arrepiento? – respondió su hermana que extenuada tomaba bocanadas de aire y le dedicaba una sonrisa paralelamente -. Ha sido el mejor sexo de mi vida… y no pienso dejarlo en cosa de una sola ocasión.
Durante los días posteriores, ambos encontraron múltiples momentos para darle solución al desenfreno de sus libidos. Sus padres les notaban más animados pese a seguir varados en esa isla, parecía como si sobrevivir una semana más no supusiese mayor problema para los dos. Fuese cual fuese la razón, los ánimos en el campamento estaban mejor y la relación entre la familia también. Isabel dejó de notar la depredadora mirada de su hijo y hasta su padre apreció el ameno cuidado que le estaban ofreciendo los hermanos.
Las noches ya no eran solo de diversión para los adultos, los más jóvenes habían empleado su privacidad para sus propios fines también, los momentos de pasión, incluso habían sobrepasado las fronteras de la noche, ahora, cualquier instante y lugar podían convertirse en testigos de su amor.
Se buscaron en la playa, se devoraron en el mar, conectaron en la laguna y se hicieron suyos prácticamente en cualquier lugar.
Tanto era su desenfreno sexual que, durante una tarde, mientras supuestamente recolectaban mangos, lejos del refugio, sus inapropiados impulsos los condujeron a consumirse en la profundidad del paraíso esmeralda.
Emulando a las bestias que los rodeaban, los hermanos expulsaron gemidos de placer inhibido entrelazándose a cuatro patas, Camilo penetraba desde atrás a su hermana presionando sus caderas contra las suaves nalgas de ella, Carolina trataba de aferrarse del cuello de su hermano intentando recostar su espalda contra el pecho de él, pero las impetuosas embestidas la arrojaban una y otra vez al suelo, obligándola a sostenerse de ramas y raíces perdiendo la fuerza de sus piernas ante tal estimulación.
Gemidos y alaridos de placer les impidió advertir la llegada de alguien más, tan pronto como la calentura se había adueñado de sus cuerpos, la misma desapareció desamparándolos frente a la gélida sorpresa de ver a su madre atestiguando a tan solo unos pasos, el desarrollo de su pecado.
Se reincorporaron con cordura y se separaron en medio de la vergüenza que significaba la incrédula mirada de su madre. El terror no les permitía pensar con claridad, terror de que pasaría a continuación, terror de que sucedería cuando se lo confesara a su padre, terror de que ocurriría si algún día regresaban a su hogar y terror de la posible separación que vendría tras haberse unido en más de una forma.
A diferencia de lo que muchos pueden pensar, tras el impacto inicial de ver sus propios hijos copulando, Isabel prefirió escuchar sus explicaciones antes de armar un escándalo y comprendiendo los sentimientos que habían arrojado a ambos a los brazos del otro y sin ser ella inocente en toda esta situación, pues ella misma había estado a punto de caer en la propia tentación incestuosa, les prometió no delatarlos con su padre, ni interponerse en su relación, solo les impuso como condición que todo este comportamiento inmoral permanecería en la isla una vez regresaran a la sociedad.
Los hermanos se tomaron su tiempo para contemplar una respuesta y concluyeron que sus sentimientos definitivamente serían exclusivos de la isla, una vez en casa, cada uno seguiría su sueño partiendo por caminos separados.
La madre así lo comprendió y le dio su espacio a la intimidad de los amantes durante el resto de su estadía. Los días cambiaron de tinte para todos, a partir de eso, ya no había tormentas entre ellos y el concepto de “familia” adquirió un especial significado entre toda la tragedia que aun los comprendía, pero esta, llego a su fin el 20 de julio, cuando fueron rescatados.
Tan pronto como regresaron, todo pareció volver a la normalidad, o eso pensaba Camilo, que no tardó en notar que algo había cambiado. No se puede pretender olvidar tus sentimientos en un lugar si aún cargas con tu corazón.
Los hermanos no tardaron en anhelarse y buscarse nuevamente ya en casa y aunque ya no tenían una selva que resguardara sus juegos prohibidos, se arriesgaron a poseerse con el latente peligro de ser descubiertos y como el que juega con fuego siempre se termina quemando, Julio terminó enterándose de la desviada relación de sus vástagos. El infierno se desató en ese lugar y esa noche se oyeron estrepitosos gritos en una casa donde jamás se había levantado la voz, sonó como la vajilla se quebraba cuando nunca se había roto con intensión ningún objeto e insultos fueron arrojados entre familiares que hasta hacía poco habían encontrado una verdadera armonía tras sobrevivir una catástrofe.
Camilo dejó de apreciar la foto cuando sonó el último llamado al bus de medianoche, con decepción subió a buscar un asiento libre desde el cual daría un último vistazo a su hogar, se sintió más solo que nunca y habría emprendido su viaje de esta manera si no fuera porque cuando se giró a ver a la persona que se había sentado a su lado, se encontró con la bella sonrisa de su hermana.
¡Hola a todos y gracias por leer mis relatos!
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