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Fantasías / Parodias, Incestos en Familia, Voyeur / Exhibicionismo

La máscara escarlata – parte 4

La historia continua… .
La gasolinera permanecía abandonada en la penumbra de la noche. Y Clara permanecía de pie frente al cuervo y su padre. Vulnerable, expuesta, con los pantalones enredados a la altura de las rodillas, y con su sostén que apenas le cubría los senos.

Temblaba sin control, sintiendo el aire congelado recorrerle el cuerpo. Cada centímetro de su piel, reaccionaba al frío con una mezcla incómoda de escalofrío. Sin su máscara, no había poder que la protegiera. Su cuerpo era el de una mujer común y lo único que podía cubrirla ahora, era el miedo que la invadía de pies a cabeza.

—No, no puede ser… papá!! pensaba desesperadamente

—¡¿Dónde está mi bolso?!

Se decía, mientras su padre estaba al borde del colapso, con la sangre goteando en su frente y sus ojos llenos de desesperación.

—Maldición, no, no… no puedo hacer nada para protegerla…

Pensaba su padre, mientras una lágrima rodaba por su mejilla. Contemplando como su hija se quitaba el pantalón, temblorosa y llena de pavor. Mientras el cuervo, lo tenía amedrentado e inmovilizado.

—¡¡Vamos, vamos!! Quiero ver cada pedazo de ti antes de que…

—¿De-de-de qué? — pregunto Clara con su voz entrecortada

—Pues antes de que llegue esa heroína a la que llaman máscara escarlata. Aunque pensándolo bien… Creo que esto no es suficiente, necesitamos algo más intenso para llamar su atención…

Al oírlo, Clara se asombró. Ese maldito no sabía que la tenía enfrente.

—¡¡Eeeyyy!! ¡¡¡Máscara Escarlata!!! Sé que te escondes en las sombras… vamos perra ¿dejarás que siga haciendo de las mías esta noche? ¡Haber si logras evitar esto!!

Entonces, el cuervo levantó al padre de Clara con el machete en su cuello, y le comenzó a llevar hasta a su hija.

— Por favor, no, no…

— Ssshhhh… tranquila, perrita. Tú sólo quédate ahí y baja las manos!! Porque si te mueves, le degüello el cuello a este viejo!!

Entonces, Clara no pudo hacer más que asentar con la cabeza, muerta de miedo.

—Oohhh… Mira anciano ¿no es increíble cómo esas tetas caben ahí? Ese sujetador es tan pequeño… ¡¡Te dije que las mires!!

Y el padre de Clara, alzó la vista. Sus ojos se posaron en sus senos, eran llenos y lucían hermosos, apretados contra el encaje del sostén. Eran más grandes de lo que él, como padre, había querido notar alguna vez.

—¡Jajaja! ¿Parece que te gustan, viejo? —se burló el Cuervo, disfrutando cada segundo de su tormento.

—¡No, no es eso! ¡Es mi hija, maldito enfermo! —gritó el padre, con su voz temblorosa pero llena de rabia.

—¡Hah! No me engañas, anciano. Vamos a comprobarlo… Quiero que le quites el sostén. Ahora.

—¿¡Qué!? —El padre retrocedió un paso, pero el machete en su cuello lo detuvo en seco.

—¡No, por favor! —suplicó Clara, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¡Por favor, tenga piedad! Si nos deja ir, no diremos nada a la policía. ¡Por favor, déjenos ir! Esa heroína no vendrá, es solo un mito…

—¡No es un mito! Yo la he visto, moviéndose entre las sombras, con ese cuerpo que no puede esconder. Y esta noche, la haré salir. ¡Vamos viejo, quítale el maldito sostén!

El padre de Clara, con el corazón desbocado, miró a su hija. Sus manos temblaban, y su mente era un torbellino de miedo y repulsión. No puedo hacerle esto… pero si no lo hago, nos matará a ambos. Así que tragó saliva, y con sus ojos suplicando perdón a Clara, le dijo:

—Clara… lo siento…

Y Clara, con los ojos llenos de lágrimas, negó con la cabeza, pero no dijo nada. Sabía que no había opción. El Cuervo, impaciente, presionó el machete más fuerte contra el cuello del padre.

—¡Hazlo viejo, o te juro que lo primero que cortaré será tu garganta!

Con un sollozo ahogado, el padre extendió las manos temblorosas hacia Clara. Sus dedos rozaban la tira frontal del sostén, justo entre los senos de su hija. Cerró los ojos por un instante, deseando estar en cualquier otro lugar, pero el Cuervo no le dio tregua.

—¡Arráncalo de una vez! —rugió.

Y con un grito de frustración y dolor, el padre tomó la tira con ambas manos y tiró con todas sus fuerzas. El encaje se desgarró con un sonido seco, liberando los senos de Clara. Eran perfectos, con pezones rosados que se endurecieron al contacto con el aire frío. La piel de Clara, pálida bajo la luz de la luna brillaba, mientras el cuervo dejaba escapar un silbido bajo (y ya la devoraba con sus ojos).

—¡Maldita sea, qué espectáculo! ¡¡Tienes unas tetas increíbles!!—dijo, lamiéndose los labios

— ¡Máscara Escarlata, sé que estás mirando! ¿Vas a dejar que me divierta solo?

Clara, con la cabeza gacha, sentía las lágrimas quemándole las mejillas. No podía mirar a su padre ni al Cuervo. La vergüenza y el terror la paralizaban, pero entonces, algo captó su atención. En el suelo, entre los escombros de la gasolinera, uno de sus libros yacía abierto, y de él sobresalía un destello de tela roja. La máscara, pensó, con un destello de esperanza. Si tan solo pudiera alcanzarla…

Pero el Cuervo no había terminado. Su mirada sádica se posó de nuevo en el padre, que estaba al borde de un colapso con las manos aún temblando por lo que había hecho.

—Esto está bueno, pero no es suficiente —dijo el Cuervo, con una sonrisa que helaba la sangre—. Ahora, viejo, quiero que le bajes el interior. Vamos a ver todo lo que esta perrita tiene para ofrecer.

Clara dejó escapar un gemido de puro terror, mientras se intentaba cubrir

—¡No, por favor! ¡No hagas esto! —suplicó, retrocediendo un paso.

El padre, con los ojos desorbitados, negó con la cabeza.

—¡No! ¡No voy a hacerlo, maldito enfermo! —gritó, casi quebrándose.

Pero el Cuervo apretó más el machete contra su cuello, cortándole la piel, y haciendo que un diminuto hilo de sangre corriera.

—¡¡Hazlo, o los destripo a ambos aquí mismo!!

El padre respiró hondo, su mente trabajaba a toda. Y se le ocurrió algo…

—Está bien… está bien. Pero quítame el machete del cuello. Necesito moverme para… para hacerlo bien. Lo haré de un solo golpe, y ya!

Clara lo miró, aterrada, pero entonces vio algo en los ojos de su padre. Un guiño casi imperceptible. Parece que tiene un plan, pensó, aunque el miedo seguía apretándole el pecho.

El Cuervo, confiado, soltó una risa corta y bajó el machete, solo un poco.

—Buen chico. Hazlo rápido.

El padre esperó un segundo, midiendo la distancia. Luego, con un movimiento brusco, se giró y lanzó un puñetazo con toda su fuerza hacia la cara del Cuervo. Pero el villano, rápido como una serpiente, se agachó, casi arrodillándose, y el puño solo cortó el aire. Mientras que con un empujón, el Cuervo lo derribaba al suelo, riéndose.

—¡Viejo estúpido! ¿Creíste que podrías conmigo? —gritó, levantando el machete, listo para descargarlo sobre el hombre en el suelo.

Y Clara, a unos pocos centímetros, temblaba de pies a cabeza. El frío cortaba su piel expuesta, y el sostén destrozado colgaba inútilmente de sus hombros. El terror la consumía, pero al ver el machete sobre su padre, algo dentro de ella se rompió. No puedo dejarlo morir, pensó, y decidió a actuar.

Tan pronto como pudo, llevo sus manos hacia su interior, lo tomo de los extremos y se lo bajó de golpe.

—¡No, espera! ¡Ya está! ¡¡¡mírame!!!

Y al voltear, el cuervo la vio. Totalmente expuesta, con su zona íntima rodeada de vellos y sus manos temblorosas tratando de cubrirse.

Clara, congelada, vio cómo su padre desesperado buscaba algo a su alrededor. Y sus manos, encontraron el libro con la tela roja. E inmediatamente gritó:

—¡Oye, maldito! ¡Si quieres un espectáculo, mira esto!

Y así, con un movimiento desesperado, lanzó el libro con todas sus fuerzas hacia la cara del Cuervo. El cual apenas  le rozó la mejilla, arrancándole un grito de furia. Mientras el libro caía abierto ante los pies de Clara, con la tela escarlata desplegada entre sus hojas.

—¡Clara, corre! —gritó su padre, luchando por levantarse mientras el Cuervo se abalanzaba sobre él—. ¡Vete, llama a la policía!

Clara, con el corazón latiéndole en los oídos, salió de su parálisis. Se agachó rápidamente, tomó el libro y se subió el interior, y apretando la tela contra su pecho, empezó a correr.

Pero antes de curvar la esquina, miró hacia atrás una última vez, viendo cómo su padre se enfrentaba al Cuervo, esquivando golpes y tratando de ganar tiempo. Las lágrimas nublaban su visión, pero el valor comenzó a arder en su interior.

Y así, mientras sus pies descalzos tropezaban con los escombros de la gasolinera abandonada, no se detuvo hasta encontrar refugio detrás de un montón de llantas viejas, donde las sombras la envolvían como un manto. Jadeando, desplegó la tela con sus manos temblorosas, lista para transformarse en Máscara Escarlata.

Pero al colocarla en su rostro, su corazón casi se paralizó. No había orificios para los ojos. Asi que confundida, revisó la tela con dedos frenéticos, su respiración estaba más agitada. No era la máscara. Era una bufanda, la que había tomado por error esa mañana al salir apurada al trabajo.

Todo está perdido, pensó, cayendo de rodillas, e inundada de pánico. Pues sin la máscara verdadera, no había poder, no había Máscara Escarlata. Solo era Clara, vulnerable y expuesta, con su padre al borde de la muerte a manos del Cuervo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero entonces un ruido la sacó de su desesperación. Voces ebrias y risas torpes resonaban cerca. Era el eco del desfile que ocurría a pocas calles, donde la ciudad vibraba con luces y música.

Clara se arrastró hacia el borde de las sombras y vio a dos chicas, tambaleándose, claramente borrachas, que se dejaron caer contra un contenedor cercano. Sus risas se desvanecieron en ronquidos mientras se quedaban dormidas, abrazadas a sus bolsos. Clara se acercó, suplicando en voz baja:

—Por favor, ayúdenme… —Pero no le respondieron.

Todo se complicaba aún más, y no podía salir así desnuda, a la vista de todos. La vergüenza y el miedo la paralizaban. Entonces, su mirada se posó en las botas rojas de una de las chicas, y en los guantes de cuero rojo que llevaba la otra. Y una idea desesperada, se le cruzó por la mente.

Se quitó los restos de su ropa interior, y con manos temblorosas despojó a las chicas de las botas y los guantes. Luego, con sus uñas se las ingenió para hacerle dos agujeros a la tela de su bufanda; transformándola, en una máscara improvisada. Se puso las botas, que le quedaban perfectas, y los guantes también. Y mirándose en un trozo de vidrio roto, vio una versión cruda de la máscara escarlata: no era la heroína poderosa de siempre, pero era lo que tenía.

Entonces, se agachó con desesperación para ver que más tenían en el bolso, y encontró un celular. Así que lo usó, para marcar inmediatamente el número de emergencias.

—Por favor, vengan rápido… gasolinera abandonada en la calle 12… un hombre armado, mi padre está en peligro… —susurró, antes de colgar. Sabía que la ayuda tardaría, y su padre no tenía tiempo. Era hora de regresar.

Y así, cuando estaba cerca, el corazón se le encogió. Su padre yacía en el suelo, apenas consciente, con el Cuervo de pie sobre él, con el machete levantado para dar el golpe final. La sangre goteaba de su rostro, y su respiración se estaba extinguiendo en un jadeo débil.

Clara respiró hondo, canalizando a su alter ego. Tengo que ser ella. Tengo que ser Máscara Escarlata, pensó, forzándose a adoptar el carácter provocador y audaz de la heroína.

—¡Oye, bandido! —gritó, saliendo de las sombras, con su voz temblorosa al principio pero ganando fuerza.

—¡Creí que buscabas a alguien con quién jugar! ¿Vas a seguir ocupado con ese viejo, o me vas a dar a mí?

Al oír eso, el Cuervo giró hacia ella y sus ojos se abrieron de par en par al verla. La figura desnuda de ese mujeron, con las botas y guantes rojos brillando, y la máscara cubriendo su rostro, lo dejó momentáneamente sin palabras. Pues aunque Clara no estaba en su forma heroica, su cuerpo, era lo suficientemente atractivo para atraerlo. Su cintura tenía unas lindas curvas, sus senos eran divinos, y su vagina aunque no lucía rasurada. Fue algo que ni siquiera lo notó el cuervo. Porque Clara se dio la vuelta y lo tentaba con su trasero.

Mientras tanto, su padre al ver a la enmascarada, dejó escapar un susurro casi imperceptible

—No… ¿Clara? — y sus fuerzas lo abandonaron y se desplomó en el suelo.

Clara, con un nudo en su garganta, trato de contener sus lágrimas. No podía flaquear ahora. Adoptó una pose confiada, inclinando la cadera y provocando más al cuervo con su cola. Tal como lo haría la Máscara Escarlata.

—Vamos, grandote. Me vas a dejar así? Estoy muy mojadita por ti, quiero que me la entierres en el culo… Eso si no te corres antes, jiji—dijo, con una sonrisa forzada que ocultaba su terror

—Aunque pensándolo bien… creo que te oí que ¿querías un espectáculo? ¿Qué tal si antes nos enfrentamos en en igualdad de condiciones? Sin ropa, sin trucos. Solo tú y yo. Quiero que nos revolquemos así, y que nuestras pieles se rocen y quizá… bueno, si tienes suerte… podrías pasarme la mano en mi raja…

El Cuervo, excitado por el desafío, soltó una risa brutal y sucia.

—¡Eso es lo que quería! —rugió, arrojando su abrigo contra Clara. Quién lo tomó con un movimiento rápido, y lo arrojó sobre su padre cubriendo su cuerpo del frío.

Mientras el Cuervo, ya empezaba despojarse de su camisa, pantalones y bóxer, quedando completamente desnudo. Con su cuerpo gordo y cubierto de las cicatrices que le habían propinado sus víctimas. Pero eso no era todo, tenía el miembro erecto, listo para actuar. Pero Clara al verlo, casi le da una arcada de asco y se trato de contener lo mejor que pudo.

—Vamos amor, acerca esa cosita entre mis piernas—continuó con su tono provocador. Aunque por dentro, su corazón latía de pánico

—¿Crees que puedes conmigo? Acércate y demuéstralo.

El Cuervo, completamente atrapado en su juego, dio un paso hacia ella, con su machete aún en la mano.

—Oh, perra, esto va a ser divertido —dijo, lamiéndose los labios.

Justo entonces, un disparo cortó el aire. Clara giró la cabeza y vio al detective Diego, con la pistola entre sus manos, emergiendo de la oscuridad.

—¡Quieto, Cuervo! —gritó, con su voz firme pero teñida de shock de la escena: Clara desnuda salvo por las botas, los guantes y la máscara improvisada, y el Cuervo, igualmente desnudo, con una expresión de furia.

El Cuervo, aprovechando el momento de sorpresa del detective, tomó su machete y se lanzó hacia él con un rugido. Pero Diego, reaccionando rápido, disparó de nuevo y acertó en la pierna del villano. Haciendo que el Cuervo cayera al suelo, gritando de dolor.

Entonces, Clara no perdió el tiempo. Mientras el disparo resonaba, tomó el abrigo que estaba encima de su padre, se lo puso, y salió corriendo hacia las sombras. Sabía que no podía quedarse. Y debía aprovechar que el detective estaba ocupado con el Cuervo.

De repente, las sirenas de las patrullas comenzaban a acercarse, en medio del sonido de la música del desfile a pocas calles.

Pero ella, con el abrigo del Cuervo cubriendo su cuerpo, se mezcló entre la multitud del desfile. Rodeada de luces de neón y risas de los asistentes, se escabulló al mismo tiempo que las patrullas pasaban por su lado. Dirigiéndose a la gasolinera…

Continuará…

 

65 Lecturas/22 julio, 2025/0 Comentarios/por PetterG
Etiquetas: chico, culo, gordo, hija, metro, mujer, padre, vagina
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