La máscara escarlata – parte 5
La historia continúa….
Clara caminaba entre la multitud del desfile, con el abrigo del Cuervo cubriendo su cuerpo desnudo. Las luces de neón parpadeaban, y el ruido de la música y las risas borrachas llenaba el aire. Lágrimas de desesperación e impotencia rodaban por su rostro, pero nadie le prestaba atención. Todos estaban demasiado ebrios, bailando y gritando, perdidos en la euforia. Sus pies descalzos tropezaban con latas vacías pero ella seguía adelante, casi sin darse cuenta de cómo llegó a su apartamento.
Pues una vez ahí, entró corriendo, cerró la puerta y temblando, encendió la chimenea. E inmediatamente arrojó el abrigo del Cuervo al fuego, viendo cómo las llamas lo devoraban. Mientras ella, permanecía desnuda frente al calor del fuego. Entonces, solo atinó a abrazarse a sí misma, con las emociones intensas recorriendo su piel (miedo, vergüenza, alivio, furia).
De pronto, el teléfono de la casa sonó, sacándola de su trance. Corrió a contestar con el corazón acelerado.
—Señorita Clara, le hablo del hospital general. Su padre ingresó por emergencias. Fue asaltado por el Cuervo, pero está estable. Venga cuanto antes.
Clara suspiró, aliviada, pero fingió desesperación.
—Oh Dios mío, ¿está bien? ¡Voy para allá ahora mismo!
Colgó, subió a su cuarto y entró al baño. Encendió la ducha, se lavó la cara con agua fría y respiró hondo, tratando de calmarse. Se vistió a toda prisa y salió corriendo, deteniendo en el acto, al primer taxi que encontró.
—Al hospital general, rápido.
Y cuando al fin llegó al hospital, entró a la recepción con el rostro alterado.
—¿Dónde está mi padre? ¡Me llamaron por él, por favor! ¡¡que alguien me diga algo!!
Antes de que la recepcionista respondiera, Diego se acercó, con una mano en su hombro para calmarla.
—Tranquila, Clara. Tu padre está en cirugía. Lo atacó el Cuervo, pero está estable. Lo atrapamos anoche, gracias a la Máscara Escarlata.
Clara, fingiendo sorpresa, asintió.
—¿Qué pasó? ¿Cómo está él?
La enfermera interrumpió.
—Todo está bien. Su padre tenía dos costillas rotas, pero la cirugía fue exitosa. Pronto lo pasaremos a una habitación.
Clara, aún con el corazón acelerado, asintió, pero Diego notó su angustia.
—Ven, vamos a la sala de espera. Te cuento lo que sabemos.
Sentados en la sala, Diego sacó su libreta.
—En la ambulancia, tu padre dijo que intentó salvar a una jovencita que el Cuervo quería violar. Entonces apareció la Máscara Escarlata y lo salvó. Gracias a ella, está vivo. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
Clara respiró hondo, manteniendo la calma.
—Salimos del cine anoche, y él iba a tomar un bus de regreso a casa. Me fui a mi apartamento después.
Diego anotó todo, asintiendo.
—Entiendo. Gracias, Clara. Te dejaré con tu padre. Llámame si necesitas algo.
Le dio su tarjeta y se marchó. Clara se quedó en el hospital, amaneciéndose en una silla junto a la cama de su padre. Los días siguientes, él se recuperó lentamente. Le dieron el alta, y su madre llegó del pueblo para verlo. El doctor recomendó que no viajara por un tiempo, así que Clara invitó a su padre a quedarse con ella. Su madre, tras unos días, regresó a la granja, no sin antes abrazar a Clara.
—Cuídalo, hija. Cuando esté mejor, mándalo de vuelta.
—Lo juro, mamá.
Y así, Clara cuidó a su padre, pidiendo unos días libres en el colegio. Durante ese tiempo, dejó la máscara guardada, pues era incapaz de volver a ponérsela. Las semanas pasaron y su padre mejoró. El último día, Clara compró un boleto para que regresara a casa. Entró al apartamento cerca del mediodía, sonriendo, pero encontró a su padre en el sofá, con la mirada fija en el televisor. Una cadena televisiva de emergencia, estaba al aire.
—¿Qué pasa, papá? ¿Por qué estan dando las noticias?
—Silencio, Clara. Escucha.
El reportero hablaba con urgencia.
—Delincuentes han tomado el Ministerio de Defensa con chalecos explosivos. Amenazan con destruir el edificio si no aparece la Máscara Escarlata.
Clara se quedó helada. No saldré, pensó, pero dijo:
—Ojalá aparezca. Aunque… solo sale de noche, ¿no?
Su padre la miró, con una chispa en los ojos.
—Una heroína así no se esconde, Clara. Sale cuando la ciudad la necesita, no importa la hora.
Clara se rió, nerviosa.
—Supongo. Pero quién sabe si es real.
Él apagó el televisor y tomó sus manos, mirándola a los ojos.
—Clara, yo sé quién es.
Clara se quedó muda, el corazón latiéndole a mil.
—¿De qué hablas, papá?
—Desde pequeña, siempre fuiste una heroína. Esa noche, cuando regresaste por mí… supe que eras tú. Si no lo hubieras hecho, el Cuervo me habría matado.
Clara intentó interrumpir.
—No era yo, papá. Esa mujer…
Él sonrió, sabiendo que mentía.
—Clara, cuando estaba a punto de desmayarme, te vi. Reconocí esos dos lunares pequeños sobre tu ombligo. Siempre los has tenido.
Clara palideció, atrapada. No podía negarlo. Su padre no la criticó, solo siguió hablando, con orgullo.
—La Máscara Escarlata no puede dejar de proteger esta ciudad por un viejo como yo. Eres valiente, hija.
Clara, con la voz entrecortada, intentó hablar.
—Papá, yo… no sé si…
—No pierdas tiempo. La ciudad te necesita.
Clara respiró hondo, mirando al suelo.
—No podría salir así. Todos me verían.
Su padre frunció el ceño, confundido.
—¿Qué quieres decir?
Clara lo miró, decidida. Subió a su cuarto, tomó la máscara, bajó, y se la puso frente a él. Entonces, su ropa se desvaneció y su cuerpo se transformó: los guantes y las botas rojas aparecieron, sus senos se volvieron mas grandes y firmes, y sus caderas se marcaban con líneas muy sensuales.
Pero instintivamente, Clara trataba de cubrirse la vagina con su mano derecha, mientras que con su brazo izquierdo se sujetaba los pechos para ocultarlos. Al mismo tiempo, que temblaba de vergüenza y nerviosismo bajo la mascara. Dejando a su padre boquiabierto.
Es mi hija… pero no lo es. Su mirada recorrió por un instante la figura de la heroína frente a él, y un calor inesperado lo recorrió mezclado con la culpa. Así que apartó la vista, con su rostro enrojeciendo, y se dejó caer en el sofá, cubriéndose los ojos con las manos.
—No puede ser… Clara, yo… es decir, ahora entiendo porque tu no…
Pero al sentarse, aplastó el control remoto y el televisor se encendió.
—¡Quedan diez minutos! Los antisociales en el Ministerio de Defensa han dado un ultimátum: si la Máscara Escarlata no aparece, detonarán los explosivos, matando a las más de trescientas personas dentro.
El padre de Clara respiró hondo, tratando de ignorar la presencia abrumadora de su hija. Se levantó del sofá, forzándose a mirarla solo a los ojos, aunque era casi imposible no notar sus pechos, apenas cubiertos por su brazo. Pero a pesar de eso, lo logró. Y cuando fijó su mirada en los ojos de Clara, vio miedo, inseguridad, pero también un brillo de valentía.
—Clara, no tengas vergüenza.
Tomó sus brazos con suavidad, con sus manos cálidas contra la piel de ella, y siguió mirándola.
—La mujer que tengo frente a mí no es solo mi hija. Eres alguien más, alguien que esta ciudad necesita. Esos atributos que tienes… sé que son una bendición, una arma para distraer a los malos mientras los derrotas. Estoy orgulloso de ti, hija.
Clara, con lágrimas asomando bajo la máscara, no podía creer sus palabras. Su cuerpo temblaba, expuesto, pero las palabras de su padre empezaban a calar en su alma.
—Papá, yo… no sé si puedo…
—Escúchame, Clara. Un gran destino te espera si decides ignorar tus miedos. Tu apariencia, tu fuerza, todo lo que eres… es un regalo para enfrentar el mal. Tu desnudez no es debilidad; es un símbolo de que enfrentas la justicia con la verdad, sin esconder nada.
Las palabras de su padre, cargadas de amor y fe, golpearon el corazón de Clara como un relámpago. El televisor volvió a rugir, con el reportero casi gritando.
—¡Quedan seis minutos! La multitud afuera del cordón policial está desesperada. Escuchen… están coreando su nombre.
La cámara captó a un hombre arrancándole el micrófono al reportero, mientras la gente gritaba al unísono:
—¡Máscara Escarlata! ¡Máscara Escarlata! ¡Máscara Escarlata!
Entonces, Clara miró a su padre a los ojos y algo en su interior cambió. Relajó los hombros, su respiración se suavizó. Y su padre lo notó, así que dejó de sujetar sus brazos y retrocedió un paso atrás. Clara, con un nudo en la garganta, bajó los brazos lentamente dejando su cuerpo expuesto por completo. Sus pechos estaban libres, y su vagina expuesta se distinguía como un símbolo de valentía.
—Papá… gracias por creer en mí. Siempre supe que querías protegerme, pero ahora… ahora sé que puedo proteger a otros.
Su voz temblaba, pero estaba llena de amor. El padre, con los ojos llenos de lágrimas, sonrió y sin pensarlo, abrió los brazos, y Clara, movida por la emoción, se lanzó hacia él. Se abrazaron con fuerza, un abrazo que hablaba de años de amor y confianza. Pero un segundo después, ambos se dieron cuenta: los senos de Clara estaban apretados contra el pecho de su padre, su piel desnuda contra su camisa.
—¡Ay, Dios! —gritó Clara, saltando hacia atrás, sonrojada.
—¡Lo siento, hija! —balbuceó su padre, girándose tan rápido que casi tropieza con el sofá, tapándose los ojos
—¡Maldita sea, no vi nada, te lo juro!
Clara, roja como un tomate, no pudo evitar soltar una risita nerviosa.
—¡Papá, qué torpe eres! ¡No pasa nada, pero… ya, deja de mirarme las tetas, qué vergüenza! Dijo esta vez en forma de broma.
Ambos rieron, rompiendo la tensión, aunque seguían sonrojados.
—Gracias, papá. No olvides que tu transporte sale en dos horas. Pase lo que pase, regresa a casa.
Entonces, Clara abrió la puerta y el sol del mediodía la baño con un resplandor dorado. Suspiró, con su cuerpo erguido, y aceptó su destino. Su padre alzó la vista un segundo, incapaz de resistir, y vio su trasero, escultural y perfecto, brillando bajo la luz. Es una heroína, y con un tremendo culazo, pensó maravillado, justo cuando Clara desapareció en un borrón, dejando una brisa que revolvió los papeles de la sala. A supervelocidad, se dirigía al Ministerio de Defensa.
Continuará…
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