La muñeca de papá Capítulo I: El muñequero
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LegiónOscura.
La muñeca de papá
Capítulo I: El muñequero
Cuando a uno de dicen que su esposa padece cáncer de pulmón, se imagina lo peor y teme hasta por su propia vida.
Pero cuando muere y quedas a cargo de tu única hija, la tristeza se vuelve una preocupación.
Así estuve yo.
Perdí a mi esposa en el decimo quinto cumpleaños de mi Vanessa.
La casa donde vivíamos resultó demasiado incomoda así que me mude con ella al primer apartamento vacio que pude alquilar.
Lejos de la tumba y lejos de la vida que teníamos.
Vanessa no se quejaba, bueno al menos ahora ya no lo hace.
Descubrí que deseaba a mi hija cuando una noche, acosada por las pesadillas de una madre de ultratumba, vino a mi habitación en busca de cobijo.
Me pidió dormir entre mis brazos.
Hasta ese día no había notado lo bien desarrollada que estaba; mientras dormía pude pasear sus tersos y firmes muslos, sus suaves mejillas, sus carnosas nalgas.
Escondí con vergüenza la erección que me provocó manosearla, Manoseaste a tu propia hija, allí estaba la voz de mi mujer, pero el deseo era fuerte.
Su olor de adolescente me embriagaba.
Debía ser mía incluso si para ello debía cruzar la línea.
Una noche simplemente no pude más.
Me escurrí sigilosamente por la casa a oscuras y entré en su habitación.
Vanessa dormía plácidamente así que aproveche para robar de s cajón, una braga color azul pastel.
La llevé a mi habitación para verla unos instantes, imaginar la dulce piel que aquella prenda cubría todos los días.
Saqué mi erecta verga y comencé a masturbarme con la panty alrededor de mi miembro.
El roce del encaje me hacia tiritar de placer y no paso demasiado para que mi semilla se derramara a chorros sobre las colchas.
La braga había quedado sucia pero aun así la olí profundamente antes de ir a dormir.
Me aproveché de sus pesadillas, lo admito con un poco de vergüenza ahora, alimentaba los pensamiento sobre su madre cada vez que volvía del colegio con la esperanza de que entrara en mi habitación por un consejo o simplemente para dormir como aquella noche.
Por semanas la acosé con esos recuerdos hasta que por fin, una noche de noviembre, tocó a mi puerta con timidez.
-Papá –preguntó parada en la puerta- ¿Podemos hablar? –apagué la televisión rápidamente.
-Claro encanto –su sonrisa fue muy fugaz.
Aproveché el corto tiempo de la puerta al borde de mi cama para devorarla con la mirada: en ese pijama compuesto de un pantalón rosa suave y un top negro que no escondía ningún sostén; ella jamás los usaba para dormir.
Sus pies cubiertos por unas calcetas deportivas cortas y su negro y lacio cabello suelto.
Todas esas dulces curvas cubiertas por ropas tan ligeras y fáciles de arrancar.
-Yo aun pienso mucho en mamá –se sentó con las piernas cruzadas sobre mi cama.
-Y yo igual –me acerqué lentamente hasta rodearla con mi brazo- pero sé que nos cuida desde allá arriba –recargó la cabeza en mi hombro y aproveché para acariciarle el muslo derecho.
No quedamos en silencio mientras mis dedos sigilosos se movían por su muslo hasta colarse debajo de su top.
No se inmutó en ningún momento.
-Papá –saqué mi mano -¿Tu aun me quieres verdad? –asentí de inmediato- gracias, me hacía falta escucharlo –se puso de pie y justo se escapa de mi lado cuando la tomé por la muñeca- ¿Sucede algo papá?
De un tirón la acerqué a mí.
Trastabilló pero a sujeté por su esbelta cintura con mi brazo.
No le di tiempo de confundirse, rodeé su cuello con mi otro brazo y la besé en los labios.
Sus manos pelearon, por supuesto, pero la tenía bien enredada en mis garras.
Exploré esa dulce caverna con mi lengua, el sabor de la pasta dental, repasé las juntas de sus brakets rápidamente mientras Vanessa balbuceaba algo incomprensible.
La derribé sobre la cama y aplasté sus piernas con mi peso.
El embriagador y salado sabor de su saliva me puso en un frenesí de lujuria las emociones contenidas de tanto tiempo salieron a la superficie.
Cuando nos separamos, un hilo de saliva aun nos conectaba.
-¿Por qué? –alcanzó a preguntarme con la respiración agitada y los ojos bien abiertos de la impresión.
Sujeté sus manos por encima de su cabeza contra al colchón usando una de mis manos.
-Te deseo mi pequeña –alcé su top con mi otra mano y planté un beso en su ombligo- demasiado como para seguir conteniéndome –le mordí los costados.
Descubrí completamente su plano abdomen.
Cada beso o mordida hacia que cerrara sus piernas o se revolcaba en busca de una salida, pero también notaba los leves gemidos de gozo, escondidos entre sus pujidos de esfuerzo.
-Deja de pelear –Vanessa desvió la cara- no puedes huir de mi porque tú también me quieres ¿verdad? –volví a besar su abdomen.
-Sí, pero…
-Entonces harás a papi muy feliz ¿verdad encanto? –regresé a su abdomen.
-¿Desde cuándo?
-Hace mucho –respondí entre los besos que le daba.
-¿Tu tomaste mi ropa interior verdad? –asentí pero una sonrisa atravesó mis labios- no dije nada, porque no estaba segura, sé que estás sufriendo tanto como yo pero no puedo… -acallé su voz con un beso pero está vez, y admito que me sacó un gesto de sorpresa, ella lo devolvió.
Su lengua se enredó delicadamente con la mía, siempre temerosa, pero mantuvo sus ojos cerrados todo el tiempo.
Le di un pequeño buche de mi saliva que se perdió entre sus dientes.
-Papá te hará feliz también Vane, hare que te sientas bien todas las veces que quieras a todos lados podrás ir, te daré todo lo que me pidas; pero a cambio, Vanessa debe prometer que se convertirá en la muñeca de papi.
-¿Tu muñeca? –apenas la dejé terminar pues le arrebaté otro beso y está vez deslicé mi mano hasta que pude cubrir completamente uno de sus senos.
Rocé delicadamente su pezones, erecto de placer y frio, sentí el temblor que le provocó mi toque bajar por su espalda.
Amasé su pecho izquierdo y Vanessa gemía dulcemente aun dentro de mi boca.
-Vanessa hará todas las cosas sucias que a papá se le ocurran –agarré s pezón entre mis dedos y lo pinche con fuerza.
La espalda de Vane se arqueó, entre dolor y placer mientras estiraba su aterciopelado pezón- seré tu hombre de ahora en delante pero me seguirás diciendo “papi”, lo único que debes hacer es someterte y ser obediente –Vanessa me miró intensamente y sus verdes pupilas se cavaron como dos dagas en mi alma.
-Si hago lo que dices ¿Dejaras de llorar por las noches? –ella también sabía que el recuerdo de Martha aun me perseguía como un horrible fantasma.
-Claro –Vanessa dejó de aplicar fuerza y sus manos se quedaron flácidas a los costados de su cabeza –muy bien Vane, tu primero orgasmo será para tu padre –le baje los pantalones y le quite su panty azul pastel.
Arremangué su top hasta sus axilas y sus pechos quedaron al aire, hipnotizantes y firmes.
Su areola, ligeramente más oscura, perfectamente redondeada y bordeando un erecto pezón que pedía a gritos mis pellizcos.
Quería que mi bebé disfrutara al máximo, así que me senté contra la cómoda de la cama y la hice sentarse sobre mí, al principio con un poco de miedo, pero finalmente logró acomodarse cómodamente sobre mí.
Me echó los brazos al cuello.
La besé nuevamente mientras mi mano buscaba sus delicados labios vaginales.
Encontré en mi camino su clítoris y lo tomé sin miramientos.
Lo jugué entre mis dedos como una canica, con un movimiento lento pero contúndete.
El gemido de Vane, al tener su sexo acariciado por su propio padre, terminó por desatarme.
Toda su piel se erizó, comencé a juguetear con su vagina que tardó un poco en empaparse, pero luego de unos minutos, uno rio de fluidos le bajaba por el muslo, manchando mis piernas.
Sus dulces gemidos llenaron la habitación, el calor que salía de su piel eliminó todo el frio alrededor.
-¿Te gusta muñequita? ¿Te gusta lo que papi te está haciendo? –ella no respondió pero tampoco me importó mucho.
Comenzó a mover sus caderas suavemente, golpeando su pubis contra mi cintura.
Su respiración me daba de lleno en la cara en los pocos lapsos en los que no la besaba.
Nuestras lenguas volvieron a encontrarse, mordí la suya con un poco de fuerza pero no detuve mis dedos.
Sus gemidos brotaban como agua de una fuente: rápidos, altos y un tanto agudos.
Justo cuando introduje mi dedo medio en su vagina, Vanessa se corrió.
Sus piernas se contrajeron y su vagina se cerró involuntariamente alrededor de mi dedo.
El orgasmo la atravesó con fuerza, me mordió el hombro mientras su cadera se convulsionaba deliciosamente.
Un chorro de lubricación me llenó la cintura y la ropa interior.
Saqué mi dedo de su cálido interior.
-Limpia lo que usaste –le di a probar sus propios jugos pero ella apenas si lamió algo, demasiado agotada por su primer orgasmo, dejo caer la cabeza en mi hombro- supongo que no se puede evitar.
Termine de desvestirla para dejarla descansar junto a mí.
También entré bajo las sabanas y comencé a acariciar su cabello.
-Duerme Vane, aun tengo muchos planes para ti –me incomodaba un poco la erección en mis pantalones pero decidí guardarla para cuando despertara mi pequeña muñeca.
Fin de capítulo I
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