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Incestos en Familia, Orgias, Sexo con Madur@s

La noche que hice realidad mi deseo

Mi madre es muy liberar y gracias eso sucedieron cosas entre ella y yo.
Mi nombre es Rafael. La historia que contaré ocurrió en el 2017 cuando yo tenía 19 años. Vivía con mi madre, Cecilia. En ese entonces, rentamos una casa en el centro de la ciudad. Yo trabajaba por la mañanas en una fábrica textil, y mi madre trabajaba en una oficina. Ella tenía un cuerpo que, aunque no era extraordinario, tenía su propio encanto. Sus senos eran de tamaño mediano, firmes y redondeados, que se movían ligeramente con cada paso, atrayendo miradas discretas. Su trasero era contorneado y respingón, perfecto para llenar un par de jeans ajustados. Su cintura era estrecha, marcando una curva pronunciada que resaltaba tanto sus caderas como su busto. Todo esto, combinado con su altura promedio y un corte de cabello corto, le daba un aspecto que, aunque no era llamativo, sí era atractivo y natural. Mi madre era divorciada, así que mi padre no vivía con nosotros, pero yo acostumbra a verlo muy seguido, incluso él me enseñó a conducir.

En aquel entonces, tenía un secreto culposo: me sentía atraído por mi propia madre. Ella era muy abierta en temas de adultos y no se guardaba nada. Cuando fui mayor, con ella me puse mi primera borrachera, fumé mi primer cigarro (el cual no me gustó), e incluso me dejó ver películas porno. Gracias a esa mentalidad abierta, era muy común verla comprando sus juguetes sexuales y lencería. La veía modelármela: «Como ves, hijo, se ve bien, ¿no?» me decía. «La compré en tal lado; estaba en rebaja.» Para ella, era algo normal, pero para mí, solo era carbón que encendía más el fuego. La veía probándose encajes y sedas, ajustándose las copas del brasier para que le levantaran los senos, y yo, con la boca seca, trataba de disimular mi excitación. «¿Te gusta, hijo?» me preguntaba, girando frente al espejo. «Sí, mamá, se ve bien,» respondía, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido.

Igual, acostumbraba a salir mucho con sus compañeras y compañeros de oficina los viernes por la noche o los fines de semana. Incluso se iba a la playa en ocasiones con ellos, en especial con una compañera llamada Mari, la cual le hacía segunda para planear sus salidas. Mi madre, como no se reservaba nada, siempre me contaba lo que pasaba en esas salidas. «Fíjate que la chica de recursos humanos se acostó con el chico nuevo de sistemas,» me contaba. «Mari conoció a un chico y se fue con él a su departamento,» añadía. Incluso me contaba de sus propias aventuras: «¿Recuerdas a Miguel, el de ventas? Pues pasó algo entre nosotros, pero es casado. ¿Qué opinas?» me preguntaba. Y la mayoría de las veces, me contenía mis celos, pues «diviértete, solo no te busques problemas,» decía, tragándome mis celos. «Mamá, ¿no te da miedo que te lastimen?» le pregunté una vez. «Hijo, la vida es corta. Mejor disfrutar mientras se puede,» respondía con una sonrisa. «Pero, ¿y si te enamoras?» «El amor es para tontos, Rafael. Yo solo busco pasarla bien,» decía, encogiéndose de hombros. A veces, me contaba detalles más explícitos: «Ayer, en la playa, Miguel me llevó a un rincón y me metió mano. Tuve que apartarlo, pero me gustó,» decía, riendo. «¿Y Mari?» «Mari se fue con un surfista. Dice que la llevó a su casa y le hizo de todo,» añadía, guiñándome un ojo. Yo escuchaba, imaginando escenas que me ponían aún más caliente.

Afortunadamente, a la casa nunca llevó un hombre, cosa que estaba agradecido ya que no me imaginaba cómo soportarlo. Lo único que ella hacía era masturbarse con sus juguetes que se compraba. No era difícil saber cuándo ella lo hacía; sus gemidos se escuchaban a través de la pared ya que nuestras habitaciones estaban juntas. O había veces que literalmente ella me decía, «Hijo, estaré ocupada probando mi nuevo juguetito.» Y así, mientras yo me tocaba en mi cuarto, escuchaba sus suspiros y jadeos, imaginando que era yo quien le daba placer.

A pesar de que sabía que mi madre era de mentalidad abierta, me daba miedo confesarle mis sentimientos hacia ella. Para mí, era algo que no podía decirle de forma simple, aunque lo intenté varias veces. Siempre terminaba conteniéndome y desviando el tema, arrepintiéndome de inmediato al tenerla frente a mí. Cada vez que intentaba hablar, las palabras se me atascaban en la garganta. «Mamá, yo… yo quiero decirte algo,» comenzaba, pero ella me interrumpía con una sonrisa. «¿Sí, hijo? ¿Qué pasa?» Y yo, con el corazón acelerado, respondía: «Nada, mamá. Olvídalo.» Era como si el miedo a su rechazo me paralizara. La imaginaba riéndose de mí, o peor, sintiendo asco. «¿Estás bien, Rafael? Te ves nervioso,» me decía, tocándome la frente. «Sí, mamá. Solo estoy cansado,» mentía, forzando una sonrisa. Y así, me resignaba, pensando que aquello solo pasaría en mis fantasías e imaginación.

Un viernes por la noche, mi madre me había avisado que llegaría tarde porque iría a bailar con su amiga Mari. Eran las 10 de la noche, yo estaba preparándome algo para cenar cuando recibí una llamada de mi madre. «Cariño, perdón por molestar. Estoy en un bar y me pasé de copas,» decía mi mamá con su voz alcoholizada. «¿Puedes venir por nosotras? Ya no puedo manejar así,» añadió. Ella acostumbraba a ir siempre en taxi, pero ese día se le ocurrió llevarse su camioneta al trabajo. «De acuerdo, voy por ustedes,» respondí. «¿Dónde están?» «En la zona de bares de la glorieta,» dijo. «Vale, no tardo,» colgué y pedí un taxi. Llegué al lugar que me había dicho mi madre; era una zona de bullicio nocturno, llena de bares, antros y discotecas. Al principio, entre tanta gente, me fue difícil dar con ellas.

Cuando por fin las encontré, estaban afuera de un bar muy famoso de la zona, el cual tiene fama de ir a ligar. Mi madre llevaba una falda negra ajustada, una blusa blanca, medias negras y un saco negro que sostenía en la mano junto a su bolso. Mari, su amiga, llevaba algo más provocativo: un vestido escotado con mini falda que apenas le cubría las nalgas. Estaban hablando con unos tipos, riendo y se veía que se la estaban pasando bien. Incluso uno de ellos abrazaba por detrás a Mari mientras la besaba en el cuello. Me acerqué y mi madre, en cuanto me vio, se me lanzó a abrazarme de inmediato. Noté que estaba muy tomada. Los tipos, al verme, se miraron entre ellos; tendrían a lo mucho 23 o 25 años.

«Entonces, ¿a dónde vamos?» preguntó uno de ellos. «Tu amigo dijo que a su depa,» respondió mi madre. Me sorprendí y le dije: «Entonces, ¿para qué vine?» Ella me abrazó y dijo: «Para que te lleves la camioneta.» En cuanto uno de los tipos escuchó decir a mi madre «la camioneta,» dijo: «Oye, ¿traes camioneta? ¿Por qué no nos vamos en ella?» Mi madre se quedó pensativa y respondió: «Bueno, está bien, pero él maneja,» señalándome. «Sí, no hay problema,» dijo otro de los tipos. Nos dirigimos al estacionamiento donde mi madre había dejado la camioneta. Nos subimos todos: uno de los tipos se subió a mi lado en el copiloto, mi madre, Mari y los demás en los asientos de atrás. En el camino, el tipo de mi lado me guiñaba el ojo mientras miraba por el retrovisor cómo uno de los tipos literalmente se besaba y le metía mano a Mari mientras los otros bromeaban y trataban de ligarse a mi madre. Antes de llegar, mi madre me pidió parar en una tienda de 24 horas. «Vamos a comprar bebida, chicos,» dijo ella. Salieron de la camioneta mi madre y dos de ellos y se dirigieron a la tienda. Desde la camioneta, los veía como uno de ellos, mientras mi madre pagaba en caja, se pegaba a su espalda y le daba arrimones. Luego, salieron con bolsas y regresaron a la camioneta. Comenzaron a sacar unas botellas de bebida, mostrándoselas al tipo que estaba a mi lado. En eso, vi cómo también sacaron unas cajas de condones de la bolsa. Ya me imaginaba lo que iba a ocurrir en cuanto los vi, pero era la primera vez que no me sentía celoso. Incluso me excitaba la idea solo de imaginar lo que planeaban hacerle a mi madre. Posiblemente porque era la primera vez que estaba presente y no solo me lo contaba mi madre.

Llegamos a un edificio donde un chico de seguridad me pidió mi identificación para dejarme meter la camioneta. La estacioné. Tenía la sensación de que mi madre me iba a decir que me regresara a casa, pero no fue así. Ella estaba muy ocupada con sus nuevos amigos. Nos dirigimos al ascensor, subimos unos pisos y entramos a un departamento. Al entrar, apestaba a cigarro y estaba algo desordenado, pero la verdad me esperaba algo peor. Mi madre y Mari se sentaron en una sala mientras los tipos comenzaron a servir la bebida y poner música. Mi madre se puso a bailar con los tipos; variaban desde cumbias, salsas, incluso reggaeton, donde solo la manoseaban. Mari, por su parte, se besaba con dos de los tipos que estaban con ella en el sofá. Luego, uno de ellos se levantó, tomó a Mari por la mano y la dirigió a una habitación al fondo, donde se metieron los tres: Mari y los dos tipos.

Mi madre seguía bailando; ya traía la falda levantada y podía ver su tanga blanca, pero ella estaba tan enfiestada que ni se daba cuenta. Luego, vi cómo uno de los tipos con los que bailaba le metía la mano en la entrepierna, acariciando su sexo por encima de la tanga. Él la abrazaba por detrás, y ella se dejaba, incluso movía su trasero mientras el tipo le daba arrimones. Podía ver cómo su mano se movía rítmicamente, presionando y frotando su clítoris a través de la tela. Mi madre gemía suavemente, con los ojos cerrados, perdida en el momento. El tipo, al notar que estaba excitada, le susurró algo al oído, haciendo que ella asintiera con una sonrisa pícara. Luego, la llevó a la misma habitación donde estaba Mari y los otros dos tipos. Los seguí y miré desde la puerta. La acostó en la cama y comenzó a besarle el cuello mientras le subía la falda por completo, dejando al descubierto sus nalgas redondeadas y firmes. Mi madre, ya completamente entregada, se arqueaba contra él, pidiendo más. El tipo, con una mano, le bajó la tanga, dejando su coño expuesto y húmedo. Comenzó a acariciarla con destreza, haciendo que mi madre jadeara y se retorciera de placer. La escena me excitaba tremendamente. A lado había otra cama donde ya se estaban follando a Mari; estaba boca arriba con las piernas abiertas, totalmente desnuda, siendo penetrada mientras ella le chupaba el pene al otro tipo.

Luego comenzaron a desnudar a mi madre. La tocaban por todos lados, uno de ellos acercó su pene a su boca y ella comenzó a succionarlo de inmediato. Mi madre, con habilidad, lo tomaba profundo, moviendo su cabeza arriba y abajo con un ritmo constante. El tipo gemía de placer, agarrando su cabeza para guiar sus movimientos. Mientras tanto, el otro tipo se posicionó detrás de ella, acariciando su trasero y sus muslos. Mi madre, aún con el pene en la boca, se inclinaba ligeramente hacia adelante, dándole acceso total. El tipo, con una mano, se colocó un condón y guiaba su pene hacia su coño húmedo y, con un empujón firme, la penetró profundamente. Mi madre jadeó alrededor del pene que tenía en la boca, pero no se detuvo. Comenzaron a moverse al unísono, el de atrás embistiéndola con fuerza mientras ella seguía chupando al de enfrente. Los gemidos y jadeos llenaban la habitación, creando una sinfonía de lujuria y deseo.

«Más fuerte, así, así,» gemía mi madre, perdida en el placer. El tipo de enfrente, con una sonrisa, le dijo: «Te gusta, ¿verdad, puta?» Mi madre, con el pene aún en la boca, asintió, sus ojos llenos de lujuria. «Sí, me encanta,» respondió, con la voz entrecortada. El tipo de atrás, con una mano, le dio una nalgada fuerte, haciendo que mi madre gritara de placer. «Eres una zorra, ¿lo sabes?» le dijo, con una voz ronca. Mi madre, con una sonrisa, respondió: «Sí, soy tu zorra.» Los tipos se intercambiaban, pasando de una a otra, follándolas en diferentes posiciones. «Vamos, pónmela en la boca,» le dijo uno de los tipos a Mari, quien obedeció de inmediato, chupándolo con avidez. «Así, así, trágatelo todo,» gemía el tipo, agarrando su cabeza con fuerza. Mi madre, mientras tanto, estaba a cuatro patas, siendo penetrada profundamente por detrás mientras otro tipo le metía su pene en la boca. «Qué rica chupas, puta,» le decía, con una sonrisa. «Me encanta, dámelo todo,» respondía mi madre, con la boca llena. Los gemidos y jadeos llenaban la habitación, creando un coro de placer y lujuria. Los tipos se turnaban, follando a mi madre y a Mari en todas las posiciones imaginables, desde el misionero hasta el perro, pasando por el 69. «Vamos, dámela por detrás,» le decía uno de los tipos a mi madre, quien se posicionó a cuatro patas, ofreciendo su trasero redondo y firme. El tipo, con una sonrisa, se colocó un condón y la penetró con fuerza, haciendo que mi madre gritara de placer. «Sí, así, más fuerte,» gemía, moviendo su trasero rítmicamente. «Eres una puta deliciosa,» le decía, con una voz ronca. Mi madre, con una sonrisa, respondía: «Sí, soy tu puta, fóllame como quieras.»

Desde la puerta, solo me masturbaba viendo todo lo que sucedía dentro de esa habitación. Uno de los tipos, el que follaba a mi madre por detrás, me miró, se apartó y me dijo: «Vas, compa, te toca.» Señaló el culo de mi madre. Me quedé congelado; era lo que siempre había deseado. «¿Qué haces? Fóllatela,» me dijo el mismo tipo. Me acerqué, puse mis manos en el trasero de mi madre y comencé a acariciarlo. Ella seguía chupando el pene de uno de los tipos y ni cuenta se daba de que era yo el que estaba detrás. «Vamos, métesela,» me animó el tipo, con una sonrisa. «Sí, dámela,» gemía mi madre, sin darse cuenta de que era yo. Con manos temblorosas, me bajé los pantalones. Con un empujón firme, penetré a mi madre sin condón, sintiendo cómo su coño húmedo y cálido me envolvía. «Sí, así, así,» gemía, mientras yo comenzaba a moverme rítmicamente. «Eres una puta deliciosa,» pensé. «Más fuerte, así, así,» gemía, mientras yo la penetraba con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía con cada embestida. «Eres increíble, mamá,» le dije, con la voz llena de deseo. Ella se giró al escuchar mi voz, me miró por encima de su hombro con una expresión de sorpresa, pero no dejó de gemir. Mientras la follaba, ella continuó chupando el pene del tipo que tenía enfrente, moviendo su cabeza arriba y abajo con avidez.

Le di nalgadas mientras la penetraba, sintiendo cómo su carne se movía bajo mis manos. «Así, así, más fuerte,» gemía, con su voz entrecortada por el placer. El tipo enfrente de ella, con una sonrisa, le dijo: «Te gusta, ¿verdad, puta?» Mi madre asintió, con los ojos llenos de lujuria. «Sí, me encanta,» respondió, con la voz entrecortada. El tipo detrás de mí, con una mano, me tocó el hombro y me dijo: «Es tu turno de follarte a la otra puta.» Señaló a Mari, quien estaba con las piernas abiertas, esperando que alguien se la follara. «No, quiero seguir con mi madre,» pensé, sin dejar de moverme dentro de ella. «Vamos, no seas egoísta,» insistió el tipo, dándome un empujón. «Métesela a esa puta, que está esperando,» dijo otro tipo, riendo. Con renuencia, me aparté de mi madre y me acerqué a Mari. La penetré de misionera, sintiendo una sensación similar, pero no era lo mismo que follarme a mi madre. Mientras la penetraba, le agarraba y le apretaba los senos, sintiendo cómo se movían bajo mis manos. «Sí, así, así,» gemía Mari, moviendo sus caderas al ritmo de mis embestidas. «Eres una puta deliciosa,» le dije, en voz baja. «Sí, soy tu puta, fóllame como quieras,» respondía, con una sonrisa pícara. Seguí follando a Mari hasta que el tipo que había estado con mi madre se me acercó y me dijo: «Es tu turno otra vez.» Me aparté de Mari y me acerqué a mi madre, quien se levantó de la cama y me empujó hacia atrás, subiéndose sobre mí. «No sabes lo que te espera, jovencito,» me dijo, con una sonrisa maliciosa. «Más vale que lo estés disfrutando,» añadió, mientras se subía sobre mí, metiendo mi pene en su vagina sin darle importancia a que no tenía condón. Comenzó a subir y bajar, al punto de brincar sobre mí, mientras se tocaba los pechos, apretándolos y masajeándolos. «Sí, así, así,» gemía, moviendo sus caderas rítmicamente. «Eres increíble, mamá,» le dije, con la voz llena de deseo. «Sí, soy tuya,» respondía, perdida en el placer. No pude aguantar más y, como una explosión, comencé a correrme dentro de mi madre. Ella sintió cómo la llenaba y dijo: «¡Qué rico!» sin dejar de moverse. Luego, se levantó, dejando salir mi semen. «Si quedo preñada, me las vas a pagar,» me dijo mientras se dirigía a mi pene y comenzaba a chuparlo, lamiendo los restos de semen mezclados con sus propios fluidos. El resto de la noche, continuaron follándose a Mari y a mi madre, incluso cuando me recuperé, también me vine dentro de Mari, pero ella no me dijo nada.

Por la mañana, todos estaban dormidos. Mi madre estaba a mi lado, aún desnuda. Abrió los ojos, se levantó y comenzó a vestirse. «Vistete, amor,» me dijo, y le hice caso. «Vamonos,» añadió. «Oye, y Mari,» le pregunté. «Ella estará bien. Créeme, no es la primera vez que nos amanecemos con hombres,» respondió, sonriendo. Fuimos a la camioneta y nos dirigimos a casa. Al entrar, mi madre comenzó a desnudarse nuevamente, tirando la ropa en el camino al baño. Se detuvo en la puerta, me miró como esperando que yo hiciera algo. Luego, dijo: «Te vas a quedar ahí parado. Venga, vamos a bañarnos.» Comencé a desnudarme rápidamente y entré con ella al baño. Aunque no me la follé dentro, recibí una mamada de su parte. Apartir de ese día, mi madre se convirtió en una especie de compañera sexual con la cual podía tener relaciones con solo decírselo.

50 Lecturas/29 diciembre, 2025/0 Comentarios/por lordlunatico
Etiquetas: amiga, amigos, hijo, madre, mayor, padre, playa, sexo
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