La pediatra, tercera parte: solo lo mejor para Linda
Tercera relato que narra la exquisita historia de una madre pediatra y femdom que usa su conocimiento médico para practicar BDSM extremo con su pequeño hijo y los hijos de sus pacientes..
Tercera parte de la exquisita historia de una madre pediatra y femdom que usa su conocimiento médico para practicar BDSM extremo con su pequeño hijo y los hijos de sus pacientes.
Después de una larga ausencia, al fin traigo la continuación de la historia de una madre pediatra que, en esta ocasión, disfruta los placeres del BDSM y el femdom con una pareja joven y su pequeña de 8 años. Añadí algunos detalles muy calientes que no incluye el original, espero sean de su agrado, que lo disfruten y háganme saber si quieren que traiga más partes de esta historia.
– ¡Linda Soto, por favor!
Su siguiente paciente era una niña de 8 años, con una mata de cabello negro despeinado, hoy vestida con un lindo par de coletas y anteojos que le daban un aire un poco ñoño. Sus padres invitaban a Alicia a menudo a barbacoas y una vez incluso dejó a Tomás con ellos durante una semana mientras ella estaba en una conferencia en Canadá. Les había entusiasmado la idea de entrenar a un niño. Cuando ella llamó desde el aeropuerto para ver cómo estaba su hijo, él estaba justamente en medio de una sesión de azotes y sus palabras eran apenas inteligibles.
Héctor y Julieta eran buenos padres BDSM, que conocían los entresijos de la seguridad al aplicar tormento y respetaban lo límites de resistencia de un niño, una barrera mágica que sólo cruzarían con mucha cautela y lentamente. Ahora llevaron a la pequeña Linda a su sala de examen, vestida como siempre con nada más que un mechón de correas de cuero que dejaban al descubierto todas las partes importantes. La cola de conejo esponjosa en el tapón anal que sobresalía entre sus nalgas de color manzana crujiente hacía juego con el par de orejas peludas en su cabeza. Las ligas de sus medias altas, en lugar de un cinturón, estaban sujetas a sus pequeños labios, por lo que entró con solo unos pasos muy pequeños y de puntillas.
La niña le lanzó a Alicia una mirada tímida. Ella había estado aquí antes y sabía qué esperar.
-Linda, ¿dónde están tus modales?- la reprendió mientras las mujeres intercambiaban abrazos.- ¡Di “Buenos días, doctora!
Alice se inclinó y le dio un abrazo a la niña, mientras le decía con familiaridad al oído:
– Hola, cariño. Ha pasado un tiempo.
Mientras Alicia rodeaba en un abrazo a Linda con su brazo derecho, con el izquierdo se acercó con cautela al plug anal y le di un tirón firme y agradable. Sintió un cálido cosquilleo en el estómago mientras la niña se retorcía en sus brazos. Sus padres se rieron. Alicia se puso de pie.
-Bueno, ¡en la silla, cariño!- y dirigiéndose a los padres añadió- ¿Es el paquete completo hoy?
-Sólo lo mejor para nuestra pequeña- bromeó Héctor.
Linda se estremeció mientras se subía a la silla del ginecólogo. Los estribos todavía estaban ajustados para Caroline, una niña bastante alta para su edad, mientras que Linda, por el contrario, seguía siendo bastante pequeña para sus ocho años, por lo que apenas podía alcanzar los soportes de las piernas con los talones.
La pequeña le lanzó al médico una mirada preocupada, como si temiera que pudiera ser culpa suya. Alice se rió.
-Ah, no necesitamos preocuparnos por esto hoy, hermosa-. Y procedió a agarrar dos juegos de grilletes de su escritorio.
-Veo que le hiciste coletas como hablamos. Eso es bueno.- comentó Alicia a la madre de Linda, que sonrió con satisfacción.
El primer conjunto de grilletes estaba conectado a pequeños artilugios que funcionaban de manera similar a los dispositivos de seguridad utilizados en la escalada con cuerdas. Suavemente dejó que una de las coletas de color negro azabache pasara por su mano, luego la agarró firmemente y la pasó por el espacio del dispositivo. La cerró con un chasquido decisivo. Después de que un tirón cuidadoso le aseguró que estaba firmemente bloqueado en su lugar, comenzó a cerrar las correas alrededor de las muñecas de la niña. Si intentaba agitarse demasiado ahora tendría que arrancarse el pelo ella misma. Por la expresión de pánico en el rostro de Linda quedó claro que ella lo entendía.
A continuación los grilletes de las piernas. ¡Es hora de volver a ver a su viejo favorito! Estos grilletes con pinzas de cocodrilo eran más grandes que los que usaba con Tomás para caber alrededor de los muslos de un niño, dejando nuevamente la parte inferior de la pierna libre para patear, tal como a ella le gustaba.
Hizo que Linda subiera sus muslos hasta su pecho hasta que pudo fijar ambas piernas a sus pequeños pezones rosados. Dejó escapar el gemido más lindo cuando la primera pinza de metal se cerró alrededor de su pequeño capullo. Más hormigueo en la barriga de Alice. ¡Dios mío, amaba su trabajo!
Para entonces, la niña yacía inmovilizada frente a ella, con su ano y su pequeña hendidura completamente expuestas. Sacó el tapón anal con forma de cola de conejo de un jalón brusco, creyendo que era más pequeño de lo que realmente era. La niña contuvo un grito de dolor apretando sus labios.
-¿El enema primero?- inquirió la doctora, tomando un aire profesional a partir de ahora.
Héctor y Julieta quedaron completamente cautivados por el espectáculo y se sobresaltaron ante la pregunta. Julieta ya había bajado la cremallera de los jeans de su marido y comenzó a acariciar una erección considerable a través de sus calzoncillos. Alice puso los ojos en blanco.
-Mantengan algo de apetito para más tarde. Sólo acabamos de empezar.
Por un momento, corrió a la habitación de al lado para coger su equipo. ¡Qué buena oportunidad para controlar a Tomás! El niño todavía estaba firmemente asegurado en su lugar, sobre su divertida silla (obviamente) y se balanceaba furiosamente hacia arriba y hacia abajo mientras el rígida consolador giratorio todavía perforaba su trasero. El montón de calzones y calcetines sucios que tenía en la boca a modo de mordaza ya estaba empapada de saliva y la expresión de su rostro se había vuelto vacía. Cuando se abrió la puerta, levantó la cabeza y un destello de esperanza cobró vida en sus ojos.
-Lo siento-, susurró su madre con una sonrisa incómoda mientras pasaba corriendo junto a él. -Solo necesito algunas cosas. ¡Pero tú eres el siguiente en la fila, lo prometo!
Y salió.
Lo primero que le aplicó a Linda fue una gran manguera de enema. En sus últimas sesiones la pequeña había aguantado un litro completo, por lo que hoy no habría vuelta atrás. Había sacado de la nevera dos botellas de medio litro de agua con gas.
-Respira profundamente desde tu vientre-, dijo Alicia mientras el primer chorro de líquido bajaba por el conducto hasta los intestinos de la niño de ocho años. Ella inmediatamente comenzó a retorcerse, tirando de los grilletes de su cabello y de los broches de sus pezones.
-¡Respira dentro de tu vientre! ¡Tu estómago! ¿Para qué hemos estado practicando esto, si no?
Alice intentó agarrar las piernas temblorosas de la niña, pero ya era demasiado tarde: Linda dejó escapar un alarido agudo cuando una de las pinzas de cocodrilo se liberó de su pezón dolorido. Alicia negó con la cabeza.
-¡De esta manera, esto no va a funcionar!
Empujó las piernas de su paciente hasta su vientre y volvió a colocar el clip en su lugar. Luego cogió un paquete de agujas.
-¡Ahora no te quejes conmigo! Tú te lo buscaste, cariño.
Las pinzas de cocodrilo tenían un pequeño agujero en cada mitad. Sosteniéndolo firmemente en su lugar con una mano, Alice empujó una aguja a través de los agujeros en las mandíbulas del clip y a través de la suave carne atrapada entre ellos. Linda chilló a todo pulmón.
-¡Oh, por el amor de Dios, no podemos permitir que hagas tanto ruido!
-Alice agarró el tapón anal que le había quitado del trasero a la niña y lo dejó a un lado en su carrito.
-¡Ahora ven! ¡Vamos! ¡No hagas una escena aquí!
Linda no quería. Ella obstinadamente mantuvo sus mandíbulas cerradas. Sólo cuando el médico le tapó la nariz, aceptó de mala gana el juguete todavía pegajoso y maloliente en su boca.
-¡Aquí vamos! Y ahora sé una buena chica. Tu mamá está viendo esto.
Alice vertió el medio litro restante en el vacilante recto de la niña y luego lo selló con un tapón de goma grueso.
-Para que no ensucies mi sala de exploración-, explicó alegremente mientras comenzaba a presionar rítmicamente la bomba adjunta. Cuatro o cinco bombeos y el tapón se habría inflado hasta alcanzar el tamaño de una manzana pequeña. De esa manera no se escaparía ningún líquido. La chica comenzó a temblar, sus ojos se agrandaron, pero el tapón anal en su boca no le permitía más que un gemido medio ahogado.
-¿La vejiga es lo siguiente?- La pregunta era retórica, solo para hacer saber a Linda qué era lo que venía a continuación.
Héctor y Julieta ni siquiera le prestaban atención. Julieta estaba de rodillas acariciando la punta del pene de Héctor con los labios y la lengua mientras jugueteaba con los botones de su camisa.
Alicia volvió su atención a su paciente. La abertura de su uretra no era más que un pequeño agujero en la carne rosada brillante debajo de su diminuto clítoris y no parecía que pudiera acomodar un catéter del tamaño de un adulto. ¡Oh, pero podría! Se lo frotó con bastoncillos de algodón empapados en desinfectante tal como había aprendido en la facultad de medicina (bueno, no exactamente como había aprendido en la facultad de medicina. Sus profesores habían enfatizado la necesidad de usar un desinfectante especial para las membranas mucosas, ya que el desinfectante alcohólico común quemaría mucho, pero ¿y qué?), luego empujó con cautela el delgado tubo de látex hasta que pudo ver la orina subiendo por él. Había llegado a la vejiga.
Con un poco de solución salina infló el globo que mantendría el catéter en su lugar y luego le dio un tirón de prueba. Nada se movió. Aquí tampoco habría fugas. Conectó el otro extremo del catéter a la jeringa de lavado de la vejiga. Era un dispositivo tremendamente enorme que podía contener hasta 500 ml de líquido.
-¿Respirarás dentro de tu vientre esta vez?-, preguntó con un tono de falsa molestia.
Inmediatamente Linda comenzó a aspirar aire por la nariz como si quisiera inflar su barriga como un globo. Su boca estaba completamente bloqueada por el enorme juguete anal.
-Muy bien, ¡aquí vamos! ¡A las tres! ¡Uno, dos y treeees!
Podía ver el émbolo deslizarse a lo largo de la jeringa mientras empujaba más y más líquido hacia la vejiga de la niña. 50 ml, 100, 150, luego 200. La respiración se volvió más enérgica ya que las fosas nasales no dejaban entrar suficiente aire a la vez para adaptarse a las demandas repentinamente crecientes de Linda. Las pequeñas espinillas a cada lado de Alicia comenzaron a agitarse nuevamente mientras ella permanecía encorvada sobre la pequeña entrepierna. Las pinzas para pezones se tensaron una vez más, pero esta vez gracias a las agujas todo permaneció en su lugar.
La doctora colocó una mano sobre el vientre de su paciente para sentir la tensión de la vejiga. En este tipo de juego todo se trataba de la experiencia. Se necesitaba sentir cuánto podía aguantar la pared de la vejiga sin romperse. Por eso este tipo de juego debe estar en manos de un experto capacitado. Ella empujó más lentamente ahora. Había 350 ml, 360, sintió a la niña temblar bajo sus manos, pero también sintió su vejiga hinchada y dura como un puño cerrado debajo de su piel.
-Muy bien, eso es suficiente por hoy. 365 ml: ¡lo hiciste muy bien!
Linda no pareció muy conmovida por el cumplido. Su pecho y cara estaban cubiertos de sudor, sus manos y pies apretados y la saliva corría por su barbilla en un hilo de cada comisura de su boca. Sus fosas nasales eran dos amplios círculos en el medio de su cara que intentaban desesperadamente aspirar aire.
-Entonces, ¿qué sigue?- reflexionó Alice, poniéndose teatralmente un dedo en la barbilla. -Oh, ya lo sé: ¡el lugar divertido! ¡Te va a encantar esto!
Y con estas palabras se agachó y pasó la yema del pulgar por el diminuto clítoris rosado de la niña. Los ojos en la carita angelical de la niña parecieron casi salirse de sus órbitas por el pánico. Ella intentó decir algo a través de la mordaza del tapón anal, pero solo emitió un murmullo ahogado. Alice se inclinó para realizar una inspección más detallada.
-Oh, todavía está completamente cubierto por su capuchón. Supongo que todavía es muy pequeño. ¿No has usado la bomba de vacío que te recomendé?
La pareja de padres ya estaban en medio de una mamada completa. Julieta se había quitado completamente la camisa y estaba jugando con sus amplios senos; Héctor miraba felizmente a su hija que se debatía en la silla.
-¿Qué? Ah, sí, dos veces al día, como recomendaste.
Alice retiró el pequeño capuchón de piel rosada que recubría el divertido botón de Linda. Esto le permitió una visión completa del clítoris, diminuto como un guisante en su vaina.
-Bueno, entonces supongo que no se puede hacer nada. ¡Pero realmente no puedo acceder así!
Julieta interrumpió su mamada para protestar. ¡Probablemente estaba a punto de proclamar que habían pagado todo el paquete! Ella era una ahorradora ligeramente inteligente. Si alguien le dijera que tienen una oferta especial de dos por uno en juguetes anales, probablemente tendría otra hija para obtener el ano adicional necesario para aprovechar al máximo la oferta. Pero esta vez sus preocupaciones eran infundadas. Alicia le lanzó una mirada tranquilizadora mientras tomaba una caja de imperdibles.
-Aquí, esto debería ser suficiente-, dijo Alicia mientras retiraba el pequeño capuchón del clítoris de su paciente. Linda no podía ver lo que estaba pasando, pero comenzó a gritar a través de su mordaza tan pronto como la punta de la primera aguja tocó las arrugada y suave piel rosada que protegía s botoncito del amor. Ella era sorprendentemente ruidosa para alguien con un tapón anal en la boca. Esa chica no dejaba de sorprender a Alicia. Fue intencionalmente lenta mientras empujaba la aguja primero a través de la capucha, luego a través de la piel suave y sedosa del montículo púbico de la niña. Repitió del otro lado. Con la capucha puesta así, su diminuto clítoris ahora estaba completamente expuesto y listo para el siguiente paso de su tratamiento.
-¿Ves cómo no fue tan difícil, Linda? Ahora continuemos.
Linda estaba tosiendo ahora. La mitad inferior de su rostro brillaba con mocos. Alicia extrajo de un cajón cercano dos paquete que contenían polvo picapica el primero y pinzas para los pezones el segundo; al sacarlos, tuvo cuidado de asegurarse de que Linda pudiera verlos mientras los abría. Por supuesto, con su vejiga llena a punto de estallar y un litro de agua con gas presionando contra la salida de sus intestinos exigiendo que le dejaran salir un poco de picazón y presión en su sensible botoncillo probablemente sería la menor de sus preocupaciones, pero por supuesto que contribuiría la sensación general de dolor.
Alice se puso unos guantes blancos y embadurnó una generosa cantidad de polvo picapica en el capuchón de Linda abierto con los imperdibles y también directamente en el clítoris, asegurándose de no dejar ni un centímetro por cubrir con el urticante polvo. Después, extrajo una de las pinzas para pezones de la bolsa, la que parecía que apretaba con más firmeza.
-¡Oh, esto te va a encantar, cariño! Sé que lo hará- exclamó Alicia mientras colocaba la pinza presionando el pequeño botoncito rosa de la pequeña. La niña lanzó un grito cuando la pinza se cerró sobre su clítoris e intentó cerrar sus piernas, sin éxito. Las correas que las ataban eran firmes.
Hecho esto, Alicia le dio un pequeño masaje en el vientre para mejorar la sensación de dolor en los intestinos y la vejiga. Su aliento había comenzado a burbujear ahora mientras los mocos salían de su nariz con cada bocanada de aire.
-Parece que sólo queda un agujero desatendido. ¿Procedo?
Héctor y Julieta ya habían terminado con su mamada. Héctor estaba abriendo los botones superiores de su camisa de vestir mientras Julieta se había quitado las bragas y ahora se masturbaba furiosamente.
-¡Sí!- Fue su bendita respuesta al unísono.
-Okey- dijo Alicia y deslizó dos dedos en el pequeño coño de Linda. No pudo contener una sonrisa porque lo encontró ligeramente húmedo.
-¡Dios mío, mira el desastre que tiene aquí abajo! ¡Pero si estás empapada! ¿Quién lo hubiera pensado?- la reprendió Alicia mientras untaba sus dedos ahora pegajosos debajo de la nariz de su temblorosa paciente.
-Mira, en realidad quería atormentarte un poco con esto-, y Alicia sostuvo un vibrador grande con relieve que había estado sobre el carrito todo este tiempo frente a la cara de Linda para que ella lo viera.
-Pero contigo tan mojada ahí abajo, apenas habría fricción alguna. Dios mío, ¿qué podríamos hacer al respecto?- se lamentó la doctora con fingida desesperación. Luego chaqueó los dedos como si acabara de tener una idea.
-¡Ya sé! ¡Mira lo que tengo aquí! -y sacó un bote blanco del carrito. -¡Talco para bebés! ¡De esta manera podemos dejar tu coñito agradable y seco para el juguete! ¿No es asombroso?
Ella no esperó una respuesta. Con una patada corta en un pedal, hizo que toda la silla ginecológica se volcara hasta que el pequeño trasero de Linda asomó en el aire. Extendiendo sus labios con una mano para darle una vista privilegiada de la cavidad de acceso de la niña, roció una buena ración de polvo en la entrada de su vagina.
-Mmm, no alcanzo a llegar hasta el fondo-, se preocupó la mujer burlonamente antes de sacar uno de sus infames espéculos helados.
Ahora, con todo el jugo del coño en la parte exterior de sus genitales absorbido por el polvo, introducir este espéculo resultó ser bastante más laborioso que el anterior. Provocó otra serie de gritos agudos del paciente que terminaron en un ataque de tos feroz. Finalmente, sin embargo, el tubo de frío metal se asentó firmemente en medio de la ahora dolorida y abierta carne de la pequeña y reveló la parte más interna de la vagina de Linda.
-Todos los que quieran una segunda porción digan ¡aaaah!- se burló Alicia mientras le daba un tirón firme al espéculo y procedía a verter más talco para bebés por el canal del instrumento para que llegara hasta el último rincón del interior de esa vagina infantil. Pudo sentir las paredes secas y cubiertas de polvo de la vagina de su paciente pegándose al frío acero mientras lo sacó de nuevo.
-Entonces, ahora para el plato principal-, dijo la mujer mientras alcanzaba el consolador nuevamente.
Tuvo que tomar varios descansos para permitir que Linda tomara un poco de aire cuando amenazó con ahogarse con uno de sus ataques de tos. Héctor y Julieta ya se habían sentado detrás de la silla ginecológica. Julieta se inclinó sobre su hija con las manos apoyadas a cada lado de su cabeza. Pasó una mano por la mejilla cubierta de sudor y lágrimas de la pequeña y le dijo con tono tranquilizador de madre:
-Vas muy bien, cariño. Solo un poco más- y si bien su tono era tranquilizador, sus ojos miraban en el éxtasis de la lujuria a su hija y su esposo Héctor. Seguía sin bragas, frutando furiosamente las yemas de sus dedos ligeramente debajo de su pubis, sintiendo un intenso ardor de un orgasmo contenido. Sabía que en cuanto escuchara el ligero ronroneo de ese consolador eléctrico siendo activado dentro de la vagina de su pequeña Linda no podría contener más ese chorro que pugnaba por salir de ella en un fulminante orgasmo.
Mientras tanto, Alicia seguía en la ardua faena de colocar el dildo en la seca vagina de la niña. Lanzó una mirada discreta a su reloj de pulsera. ¡Bondad! ¡Tomás había estado montando ese artilugio durante casi dos horas!
Con un último empujón definitivo alojó el juguete en su lugar.
-Ya está-, jadeó casi exhausta. Luego accionó el interruptor. El dispositivo empezó a vibrar dentro del coño seco de Linda. Alicia sonrió satisfecha. Casi podía ver cómo la vibración hacía bailar el agua en su colon y vejiga. ¡Este fue el golpe final! ¡Esto era un Hiroshima genital!
-¡Ah! ¡Aaaah!- Julieta gimió y, como pudo, se paró de puntas y colocó su vagina a la altura de la cara de su hija que gemía de desesperación. ¡Justo a tiempo! El chorro de un squirt caliente y amargo salió disparado de la vagina de Julieta y empapó la cara de pequeña Alicia, empapándola completamente. Héctor tomó a su mujer por la cintura y, como hombre fornido que era, la levantó en vilo con las piernas abiertas para que hasta la última gota de ese orgasmo final cayera sobre el rostro de la niña, que ya tenía los ojos en blanco, perdida en esa ola de dolor placentero. Alicia pensó que eran una buena pareja.
Súbitamente, Alicia tuvo una idea. -¿No te importa si me prestas a Linda por un segundo? Verás, tengo a Tomás en la habitación de al lado” Los dos se interesaron inmediatamente. Le hicieron señas con entusiasmo para que continuara.
Alicia liberó con cuidado a la niña de sus grilletes y la ayudó a levantarse. Apenas podía mantenerse en pie y mucho menos caminar. Mientras luchaba por respirar, Alice le quitó la mordaza. Ella tosió.
-¡Por favor, sácalos! ¡Quiero hacer pipí y popó!- balbuceó la niña con desesperación.
Alice se puso en cuclillas junto a ella y se limpió cariñosamente los mocos y la saliva de sus mejillas, como si el dolor de Linda no fuera culpa suya.
-Oye, cariño, lo hiciste muy bien. ¿Quieres dejar salir toda esa agua en tu trasero y orinar?- Linda asintió con un gesto furioso.
-¡Bien! Te dejaré. Pero tienes que hacer algo por mí a cambio, ¿de acuerdo?- Más asentimientos.
Alice abrió la puerta de la habitación contigua. Tomás todavía estaba sentado encima de aquel dispositivo endemoniado, pero su torso brillaba por el sudor y dejó escapar gemidos no muy diferentes a los de Linda.
-Te acuerdas de Tomás, ¿no? Se quedó contigo y con tus padres por un tiempo el año pasado.
Se acercó a su hijo y comprobó el condón que tenía en la polla. Todavía vacío. Definitivamente se había ganado su recompensa.
-Mira, a Tomás le ha ido muy bien, igual que a ti. Y cuando lo hacemos bien, merecemos una recompensa.
Sacó el control remoto de su bolsillo y apagó el aparato. Una vez desaparecido el zumbido y el zumbido, la dolorosa respiración del niño parecía más clara que nunca. Ella se agachó y sacó el condón de su polla. Empezó a balancearse al tacto casi desesperadamente.
-Ahora, ¿quieres ayudarme a darle a Tomás su recompensa?- Le dio otro golpecito juguetón al pene de su hijo. Volvió a balancearse. -Sabes qué hacer, ¿verdad?
Linda se tambaleó hacia adelante como una borracha y hundió su boquita en el pene. Por suerte para ella, Tomás estaba tan nervioso que se corrió casi al instante. Se dejó caer al suelo y se rodó en posición fetal.
-Oye, lo hiciste bien. Todo está bien. ¡Lo hiciste bien!- Alice trató de calmarla mientras sus padres estaban en la puerta tomados del brazo y la miraban con amor. Luego llamó a su secretaria.
-¡Llévala al baño!… ¡No, mi baño privado no, el baño de pacientes! – y dirigiéndose a sus padres dijo-: Estará bien. Solo tiene que ir al baño y sacarlo todo.
Héctor y Julieta le agradecieron sus esfuerzos y repitieron su invitación a una barbacoa.
-¿Por qué no traes al niño contigo?- comentaron con una mirada de reojo a Tomás, y luego regresaron a la sala de espera para recoger a su hija. Alicia se arregló la bata de laboratorio. Luego, de repente, se lo quitó y lo arrojó sobre la silla de su oficina. Ahora tenía su hora de almuerzo. Vestida solo con lencería negra, se asomó por la puerta hacia el gabinete lateral donde Tomás todavía respiraba con dificultad alrededor de la mordaza de su ropa interior. ¡Es hora de que ella misma se divierta!
Muy buena esta tercera parte. Me gustó más que las anteriores. Y cómo se puede contactar contigo?
Porfavor continua esta muy caliente jaja y si pudieras pasar la fuente original osea el relato original