La perversión de Vanessa IV
Las actitudes perversas de su padre comienzan a afectar la vida de Vanessa, pero el hombre sabe cómo presionar para conseguir lo que quiere..
Vanessa IV
No quería quedarme tirada en la cama todo el día. Me puse una ropa interior limpia. Unas medias color gris largas por encima de la rodilla y me desplace por la casa. Me sentía como un alma en pena, lejos, cerca, no estaba a gusto en ningún lugar así que bajé a la cocina y me tiré cuando larga era sobre el sillón de tres plazas a ver mi teléfono. Mi padre estaba haciendo la vajilla del desayuno.
Pasó junto a mí, pero yo ni siquiera lo mire.
-¿Estás enojada? -preguntó cruzándose de brazos.
No cabrón, estaré muy feliz después de lo que hiciste, pensé mientras lo veía de reojo.
-No, solo no quiero verte -dije y volví a consultar el teléfono sin prestar atención a sus movimientos. Sentí que se sentó en el filo del sillón, cerca de mis pies. Luego me acarició los tobillos y las plantas de los pies con suavidad.
-No quiero -le dije pateando un poco su mano. ¿En qué momento había comenzado a actuar como su amante? ¿Realmente no se podía aguantar unas horas?
-Lo siento -se levantó del sillón, no sin antes acariciarme las piernas en la zona donde no me cubrían las medias.
Yo me giré para darle la espalda y seguí en el teléfono. Lo escuché irse al segundo piso entre suspiros. Camila se encontraba conectada y me envió un escueto hola.
“¿Cómo estás?”
“Enojada, me pelee con mi papá”
“¿Porque no viniste a la escuela?”
“Tenía fiebre por la mañana”
No quería mentir, pero el miedo a que alguien descubriera lo que habíamos hecho me hacía decir mentiras de manera compulsiva.
“¿Y ya hablaste con él?” “¿Para arreglar las cosas?”
“Él tuvo la culpa, que venga y se disculpe si quiere”
Aventé el teléfono y me cubrí los ojos con el antebrazo. Quería llorar, me sentía engañada, aventada como un trapo viejo. Me hice un ovillo en el sillón durante unas horas hasta que por fin caí dormida. En mis sueños, mi padre venía a buscarme, me saltaba de manera violenta mientras dormía. No me sentía en peligro, el fondo de mi mente quería que fuera malo conmigo, que me dijera cosas sucias, que me volviera su juguete pero no para siempre. Con esos pensamientos, desperté en medio de un feroz sudor frío. Tenía mucha sed, así que me incorporé del sillón y anduve descalza hasta la cocina. El sol se había ocultado, ahora la negra noche entraba por los ventanales del comedor. Me topé a mi padre parado frente a la estufa, parecía estar hirviendo la cena.
-Hola -le dije pasándolo de largo hasta el garrafón. Bebí un vaso de agua completo y muy rápido, luego me serví otro y me subí al desayunador de la cocina desde donde lo veía cocinando. Se veía bien haciéndola de mamá.
…
Vanessa se veía sexy en esas medias. Era su inocente coqueteo el que me ponía loco. Su cabello castaño, la piel blanca, las medias grises y ese suéter aguado que le cubría todo y a la vez nada. Era una maestra despertando mis más bajos placeres. Me puse duro de inmediato, solo de imaginarla sobre mí, montándome con esas medias puestas. Pero era demasiado pronto. Apague la estufa.
-¿Ya está la comida? –preguntó Vanessa dejando el vaso de agua de lado.
-¿No tienes frío? – me saqué el mandil de mezclilla de alrededor de la cintura-, no llevas casi nada.
-Estoy bien, hace calor –Vanessa se recogió un poco el cabello.
Y hará más de lo que esperas.
-Vanessa -me acerqué muy despacio hasta que logré acomodarme entre sus piernas. Con ella sentada en el desayunador, me llega perfectamente a la cintura. La acorrale un poco y su primera reacción fue ponerse tensa y un tanto nerviosa. Luego metí mis manos bajo su suéter y comencé a acariciarle la espalda.
-Estás frío…
Su piel reaccionaba deliciosamente a mis caricias. Sin decirle nada, metí mis dedos pulgares en los lados de su ropa interior y con mucho cuidado comencé a quitarla. Ella no se resistió, se levantó un poco sobre sus muñecas y yo pude quitarle las pantaletas completamente. Me arrodillé entre las piernas de mi hija y pude ver su rosa vagina, un tanto humedecida.
-Tengo frío…
La acerqué despacio de un pequeño jalón y hundí mi cara en su entrepierna. Le di algunos besos en los muslos y en cara interna de sus piernas. Estaba seguro de que nadie se la había mamado antes. Vanessa daba pequeños saltos de placer cada vez que mi lengua recorría su piel. El olor de su sexo limpio me puso en un frenesí hambriento y de inmediato le di una larga lamida a sus labios mayores. Vanessa apartó de manera instintiva mi cabeza con sus manos pero empujé con fuerza y me sujeté de su cintura. Comencé a atacar su vulva con avidez, los jugos que salían de aquella virgen fuente eran muy dulces, los bebí casi a sorbos mientras mi lengua encontraba su camino dentro de su cavidad. La invadí lentamente, vi su carita de adolescente contraerse en una mueca extasiada cada vez que entraba y salía. Un río de lubricación, caía por el filo del desayunador.
La respiración de Vanessa se tornó completamente errática. Pelaba por respirar pero al mismo tiempo quería el aire para gemir. Sus pequeños gemidos llenaban la cocina, pronto se transformaron en gritos ahogados. Vanessa abría la boca como un pez fuera del agua peleando por respirar.
-¡Más rápido! –la voz de Vane estaba toda cargada de deseo, se apalancan de mi cabeza con fuerza, casi tirándome del cabello. No era muy hábil, pero por puro instinto abría sus piernas para permitirme una mejor maniobra.
Metí mi dedo índice dentro suyo y abracé su clítoris con la lengua. Sentía que mi dedo se estaba derritiendo y un nuevo torrente de humedad salió despedido hacia mi boca.
-¡Ya no! ¡Quiero…!
Alejé mi cabeza pero seguí con mi dedo, bombeando su húmeda caverna.
-¡No te vayas! –Vane trató de agarrarme pero la esquive rápidamente.
-Volveré pero a cambio promesas portarte bien, no me harás berrinches.
La cara de Vanessa se debatía entre la ira y el placer. No deje de meterle el dedo, incluso profundamente, sabía que era un poco orgullosa pero ante mi petición parecía dudar.
-Está bien…
Por fin me acerqué hasta su entrada y la lamí como una paleta hasta que Vanessa terminó. Sus piernas se contrajeron poderosamente, apretando mi cabeza entre ellas y su espalda se arqueó como un puente en un terremoto. Todo su cuerpo tembló y cayó derrotada en mi hombro, aferrándose a mi camisa y el poco aire que le entraba por la boca. Había dejado un desastre en el desayunador.
Cargué a mi pequeña en brazos fuera de la cocina.
-¿Porque siempre te quedas dormida cuando acabas?
-Solo… acabo muy cansada… -Vanessa intentó que la bajara en la sala pero mejor la deje recostada en el sillón. Había sido suficiente por un día.
Fin de la parte cuatro
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