La Semana (parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi familia tiene una casa de veraneo en La Granja, una localidad al norte de la ciudad de Córdoba, donde solemos pasar los meses de veraneo o las vacaciones de invierno (cuando no estamos viajando). En esa casa fue donde ocurrió (mayormente) lo que voy a relatar.
Mi familia la componen mi mamá Marcela, mi papa Eduardo, mi hermana mayor Silvina, mi hermano mayor Ignacio (al que le dicen Nacho por obvias razones), mi hermano menor Julio y yo, que me llamo Gabriel. En esta historia también intervienen mi tío Bruno, único hermano de mi papá, y mi primo Carlos (hijo único, al que desde niño le dicen Carlitos, a pesar de que ahora tiene 19 años y está planeando casarse). Mi tío Bruno es viudo, ya que su esposa murió cuando Carlitos tenía tres años, y aunque ha tenido algunas novias desde entonces, nunca tuvo una relación seria que durara más de un año.
En el momento en que todo ocurrió, hace 5 años ya, mi papá tenía 42 años y mi tío 37. Obviaré a mi hermana porque no interviene en esta historia. Mi hermano Nacho tenía 17 y yo 12, mi hermanito menor 9 y mi primo 14.
En mi casa siempre nos dividimos las tareas, y le toca a mi papá, entre otras cosas, retirar las sábanas y la ropa sucia y llevarlas al lavarropas. Fue a los doce años cuando me corrí en sueños por vez primera y obviamente mi papá se dio cuenta en cuanto recogió mis ropas y mis sabanas manchadas por el esperma. Yo sabía que sucedía porque mi hermano mayor ya me había hablado de eso y si bien me masturbaba desde que tenía 11 años nunca hasta ahora había eyaculado en abundancia más allá de unas gotas de un líquido translucido y poco abundante.
Más tarde sorprendí a mis padres hablando en la cocina en secreto, y si bien en ese momento no le di importancia, a la luz de los acontecimientos posteriores me di cuenta de lo que era. Era ya de noche y yo había bajado de mi habitación a tomar un poco de gaseosa fresca porque era enero y hacía mucho calor, a pesar del aire acondicionado, que yo raramente usaba en mi habitación porque prefería dormir con la ventana abierta de par en par. Mis padres no se dieron cuenta de que yo estaba presente, así que oí claramente cuando mi papá le decía a mi mamá “ya es el momento, Gabriel ya eyacula como un hombre”. Mi mamá no dijo nada, solamente lo abrazo y lo besó apasionadamente (algo que yo nunca había visto antes) y sonreía feliz. Luego soltaron unas risitas contenidas y siguieron abrazados. Yo quedé tan sorprendido que olvidé la gaseosa y volví a mi habitación. Mi hermano me había dicho que lo referente a los muchachos y a las pajas y a todo eso no se hablaba en familia, y siempre que tenía dudas lo hablaba con él o lo comentábamos entre muchachos con mis compañeros de clase y amigos, y cuando había chicas presentes nunca hablábamos de sexo. Fue por eso mi desconcierto al saber que algo tan íntimo sobre mí se lo comentaban a mi mamá. Estaba entre avergonzado y enojado con mi papá por haberlo dicho, y quise ir a decírselo a mi hermano, pero cuando abrí la puerta de su habitación me di cuenta de que estaba dormido y no quería despertarlo. No quise ir a mi habitación esa noche y me acosté a su lado, lo que no era infrecuente, sin otra prenda más que mi slip blanco, lo abracé y apoyando la cabeza en su pecho me dormí, arropado en su aroma a desodorante y transpiración y disfrutando del contacto de su piel caliente. Sabía que dormía desnudo bajo las sabanas que cubrían hasta su cintura, y aunque no me atrevía a levantarlas para verle la picha y los huevos (y mucho menos tocarlo), esa cercanía sexual me seducía y confortaba.
No era raro que yo durmiera junto a mi hermano mayor en su habitación. Sé que no es frecuente, pero mi hermano nos adoraba, a Julio y a mí, y era muy cariñoso con nosotros; me refiero a besos (en la mejilla, claro), abrazos “de oso”, ayuda en la tarea escolar o de la casa, y cuando había una fiesta o celebración nos presentaba a sus amigos y hacía que lo pasáramos en grande, siempre cuidándonos y preocupándose por nosotros. Yo dormía en su cama a veces, y el parecía disfrutarlo. Julio, en cambio, a veces se pasaba a la cama de Silvina, pero nunca se apareció hasta ahora en la habitación de Nacho o en la mía de noche.
Me desperté esa mañana solo en la cama de mi hermano. Escuchaba la ducha de su baño así que obviamente él estaba allí. Fui a mi habitación en silencio para usar mi baño y cambiarme, ya que era sábado y los sábados a la mañana iba a mis clases de karate (hoy en día soy cinturón marrón). Fui a mi clase, la cual disfrutaba mucho, y volví olvidando mi disgusto por la indiscreción de mi papá.
Cuando entré, mi papá estaba sentado en el sofá de la sala con la notebook en su regazo. Al verme, se levantó, me dio un beso en la mejilla como siempre lo hacía y despeinándome me pregunto cómo me había ido. Le respondí que muy bien y cuando me disponía a ir a mi habitación a bañarme, me dio un abrazo y me dijo que mañana iríamos a la casa de verano con mi tío, mi primo y mi hermano mayor para relajarnos y descansar. Me pareció bien, pero me extrañó que ni mi hermanito Julio ni las mujeres de mi familia fueran con nosotros. El me respondió que iríamos sólo los hombres, que yo ya lo era y que Julio todavía era muy pequeño para las “actividades de hombres” y que mi hermanito y las mujeres irían una semana más tarde. Yo estaba complacido de que me considerara ya un hombre crecido, así que ni me pregunté a qué se refería con “actividades de hombres”.
A la mañana siguiente vinieron mi tío y mi primo, que me saludaron con una efusividad mucho mayor que la habitual, con besos en la mejilla y abrazos largos, lo que me sorprendió mucho. Nos subimos en la camioneta, pusimos nuestros bolsos en la parte de atrás y partimos.
Debo decir que todos los años los hombres de la familia iban una semana antes a la casa de La Granja, supuestamente para acondicionarla antes del veraneo. En un principio iban sólo mi papá y mi tío, más tarde se sumó mi hermano y sólo desde el año pasado mi primo Carlitos. Yo estaba molesto porque mi papá decía que no estaba listo y que Julio tampoco venía, y daba por terminada la discusión. Ese era el primer año que yo iba con ellos y estaba muy complacido por eso.
La casa de veraneo quedaba algo alejada de la ruta. En un cierto lugar un camino de tierra entraba a la izquierda y luego de algunas curvas y contracurvas llegaba a un portón, que se abría con control remoto, y a unos 300 metros estaba la casa con su piscina y un extenso parque, oculta por una cortina de álamos. Cuidaban la casa don Mario, un hombre de carácter muy agradable, con su mujer y su hijo, Beto, al que yo había visto una o dos veces antes solamente y al que mi familia pagaba sus estudios en el Liceo Militar. Oí cuando mi padre comentó a mi tío que los caseros no estaban en casa en ese momento, pero que habían dejado todo preparado y que Beto vendría a pasar unos días con nosotros el fin de semana siguiente antes de que llegara el resto de la familia. Mi tío dijo “mejor, así no nos molestan”, se giró para mirarme y se rió suavemente.
Bajamos de la camioneta, tomamos nuestros bolsos y entramos en la sala fresca y oscura de la casa cerrada. Mi papá abrió las persianas y la casa se inundó de luz. Mi hermano llevó mi bolso y el de mi papá a la habitación grande, la de la cama matrimonial, como si hubiera estado convenido de antemano. Eso me pareció raro porque por lo general ambos compartíamos una de las habitaciones laterales, mi tío la otra principal y Carlitos tenía una con dos camas que compartía con Julio.
Mi tío bajó la carne que habíamos llevado para hacer a la parrilla y se dirigió al quincho. Mi hermano y Carlitos fueron tras él y yo me quedé solo con mi papá.
-Hijo, quédate conmigo y vamos a la sala. Tenemos que hablar- me dijo.
Yo me preocupé pensando que algo malo sucedía. Cuando mi padre me hablaba en ese tono yo sabía que era un asunto serio. Lo miré buscando algún indicio pero él sólo sonrió y me indico que me sentara frente a él.
-Gabriel, tu eres ya todo un hombre. Aunque te falta desarrollarte, lo que seguramente vendrá en los años venideros, tus huevos ya producen semen en cantidad suficiente como para que puedas eyacular, ¿verdad?-
Yo asentí, mirando al piso, pero extrañamente no estaba avergonzado ni sorprendido por lo que decía mi papá. En realidad, el tono de su voz me tranquilizaban y sus palabras comenzaban a gustarme. Mi pene lo notó y comenzó a ponerse un poquito más duro.
-Cuando tú querías venir con nosotros los años anteriores yo te lo prohibía porque no eras un hombre todavía para participar con nosotros de nuestros juegos, pero desde que descubrí que ya podías eyacular esperma y que era consistente te convertiste en un hombre y estas en todo tu derecho a jugar con nosotros. Esto es una tradición en los hombres de la familia. Lo hizo tu abuelo conmigo y con Bruno, como su papá lo había hecho con él y sus hermanos, y aún seguiría participando si estuviera vivo. Perdimos a tu abuelo hace cinco años y hasta su accidente participó con nosotros de nuestros encuentros, y en el año siguiente a su muerte ingresó tu hermano-.
Mi papá se sentó en la mesa pequeña delante de mí, tomó mis manos entre las suyas y continuó:
-Tu madre y sólo ella entre las mujeres sabe de esto y está de acuerdo. Nadie más que los hombres de nuestra familia lo sabe también, y lo sabrá tu hermanito Julio cuando se convierta en hombre como lo has hecho tú. Este es nuestro secreto, y tú debes jurar por tu vida que jamás contarás a nadie, de ninguna forma, lo que hacemos y haremos en esta semana, todos los años, por el resto de nuestras vidas, Gabriel. Lo hacemos durante una semana donde todo está permitido entre nosotros, una vez al año. Fuera de esta semana, ni siquiera se hablará del tema. Fuera de esta semana, yo pertenezco a tu mamá en cuerpo y alma, así como tu primo, tu tío y tu hermano a las personas que ellos elijan para compartir su vida, y tú lo harás cuando lo decidas-.
Mi papá me miro intensamente a los ojos. No sonreía ya y su tono era algo intimidante. Solo pude responder:
-¿Que vamos a hacer, papá? ¿Qué secreto?-
-Júralo primero. Hagamos lo que hagamos y veas lo que veas, jamás hablarás de esto con nadie, ni siquiera con nosotros, fuera de este lugar y cuando la semana termine-.
Tragué saliva. El tono era imperativo.
-Lo juro papá. Nunca hablaré de esto con nadie fuera de este lugar y de esta semana-.
Papá sonrió y me abrazó, y sorprendentemente me besó en la boca. Por un momento no supe que hacer, me quedé como atontado, pero su lengua me abrió los labios y penetró en mi boca suavemente, cálida, húmeda, experta y extraordinariamente sensual. Fue mi primer beso y papá lo convirtió en una experiencia arrolladora, deliciosa, increíble. Intercambiábamos saliva, suspiros y gemidos de gozo y yo casi me quedaba sin aliento en los brazos de mi padre, mientras él con una mano me tomaba de la nuca y acomodaba mi cabeza para poder trabajar mejor en mi boca. No pensaba en nada, sólo me abandoné al enorme placer que ese beso me estaba dando y no quería que terminara nunca. Su lengua trabajaba en mi boca y yo trataba de seguirlo con la mía; tenía gusto a pasta de dientes, a sexo, a deseo. Mis manos estaban en los hombros de mi papá y los apretaban como si quisieran arrancarlos. No sé cuánto duró, pero en ese momento me pareció demasiado corto.
Finalmente mi padre me apartó de sus labios y yo sentí ganas de llorar. Jamás había experimentado algo tan intenso y no quería que terminara. Creo que fue en ese momento cuando comprendí lo que había pasado y, extrañamente, decidí que dejaría que pasara todo lo que fuese. Tal vez fue por ello que no me resistí a nada esa semana ni se me pasó por la cabeza que era incesto, que era homosexualidad, que era perversión y mucho menos que estaba mal o equivocado. Miré a mi papá, a mi hermano, a mi tío y a mi primo bajo una nueva luz, deslumbrante y bella, y los vi hombres guapísimos, masculinos y deseables. Con ese beso, mi papá rompió todas mis aprensiones, dudas y me introdujo a una adolescencia plena, Ya no era un niño. Era un hombre.
Mi papá me miró a los ojos sonriendo y me dijo:
-Fue tu primer beso, ¿verdad?-
Asentí y quise besarlo nuevamente, pero no me dejó.
-Gabriel, sellamos nuestro juramento. Bienvenido a la familia-, dijo, y me besó nuevamente, pero solo un “piquito” en los labios.
-Jugamos con sexo, Gabriel. Nos dedicamos a darnos placer y gozo, experimentamos con sexo y ustedes aprenden a dar y obtener el mejor goce posible cogiendo, culeando y chupando pijas, lamiendo culos y con pajas. Hacemos el amor, porque nos amamos, sin restricciones: aprendemos lo que nos gusta y lo que no disfrutando de nuestros cuerpos. Algunos dicen que está mal, que es pervertido, incesto y homosexual. Tu tío y yo opinamos que es una tradición sana, que no hay nada mejor que introducirse en el sexo con alguien que te ama, te comprende y te cuida, para que el día en que lo practiques fuera de aquí lo hagas responsablemente, disfrutando y dando placer. Nosotros lo hacemos entre hombres, y tú descubrirás que la homosexualidad, la heterosexualidad y la bisexualidad y todas las demás “idades” son decisiones momentáneas que tomamos cuando queremos, y que debemos desechar cuando nos molestan. Descubrirás que se goza cogiendo una concha, chupando una pija, metiéndole los dedos en el culo a tu hermano… tienes derecho a elegir con quien quieres coger, e inclusive tienes el derecho a no elegir nada. Es tu cuerpo y tu alma, y tú decides, y nadie más. Nadie te forzará a nada esta semana, lo harás por propia voluntad y, bajo mi guía, lo disfrutarás enormemente. Ahora ven conmigo, hijo, vamos a prepararte. Esta semana será la de tu iniciación y la dedicaremos a ti-.
Nos dirigimos a la habitación.
-Por ser tu primera vez, dormirás conmigo esta semana. Éste es nuestro cuarto y nuestra cama. Ahora te quitaré la ropa-.
Yo tenía puesto una t-shirt, mi traje de baño tipo bermudas y mis zapatillas. Sentí un poco de vergüenza porque mi padre vería mi erección, ya que durante el beso y la charla mi pija se había vuelto una roca.
Me desnudó, prenda por prenda. Quitó mi camiseta, la dobló cuidadosamente y la dejó en la cama, luego me hizo sentar, quitó mis zapatillas y las metió en el armario. Finalmente de rodillas ante mí, que estaba parado y azorado, bajó mi bermudas y mi pija saltó ante su rostro, parada y caliente. Mi papá sonrió, la tomó en sus manos, la acarició un poco y descapullándola le dio un beso en el glande (yo casi me muero de gusto).
Sin dejar de sonreír, dobló mi bañador y lo puso en la cama, y volvió a abrazarme largamente, él vestido y yo desnudo y excitado. Quise besarlo pero no me dejó.
-Hay tiempo para eso, Gabriel. Ahora desnúdame tú-.
Mi papá tenía puesta una remera sin mangas, jeans y zapatillas. Traté de desnudarlo lentamente, como lo había hecho él, pero estaba muy caliente y me dominaba para no arrancarle la ropa. Me di cuenta en ese momento que era la primera vez que vería a mi papá desnudo. Nunca lo había visto más allá del bañador tipo speedo que usaba siempre en la piscina, que le marcaba un bulto delicioso y unas nalgas turgentes que eran un espectáculo aparte. Una vez le pregunté (días más tarde, en realidad) si se daba cuenta del culo espectacular que tenía: el sólo se rió, me besó y me dijo “tanto como el tuyo, bebé”.
Hice que levantara sus brazos para sacarle la camiseta. Mi papá era casi totalmente lampiño, cosa extraña porque mi tío era velludo en el pecho y mi padre no. Sólo tenía unos pocos pelos en medio de dos tetillas grandes y oscuras (mi hermano y yo también las teníamos así, y debo confesar que era una característica de familia que me avergonzaba un poco), y un pecho musculoso y trabajado. Mi papá iba al gimnasio con regularidad y practicaba natación, así que su cuerpo era delicioso: su abdomen no tenía nada de barriga, pero tampoco era una tabla de lavar. Pasé mis manos por su pecho y abdomen y mi padre sonrió.
-Continúa- ordenó.
Hice que se sentara y saqué sus zapatillas y medias y las puse junto con las mías en el armario. Luego hice que se pusiera de pie y me dediqué a la fascinante tarea de sacarle los jeans. Desabroché el botón y baje la cremallera, y descubrí un slip gris con elástico blanco que contenía un bulto grande y delicioso. No parecía que tuviera la pija parada, así que lo acaricié suavemente y, arrodillado como estaba, miré a mi papá a los ojos. El seguía sonriendo. Yo continué, tomando los jeans de la cintura y los bajé hasta sus tobillos, y los quité, doblé y puse sobre la cama.
Ya tenía a mi padre sólo en slip, y contemplé sus piernas musculosas. Las acaricié subiendo suavemente por ellas hasta su ropa interior, y puse mis manos en sus nalgas bajo la ropa, acariciando ese culo delicioso, duro, firme y suavemente velludo al tacto. No soporté más y baje su slip de un golpe, y me recreé la vista con sus genitales, que prácticamente saltaron a mi rostro.
Bajo el vello del pubis, negrísimo y rizado, surgía una verga gruesa, muy gruesa y bastante larga, de unos quince centímetros (lo supe más tarde, ya que la medí) en estado de reposo; la piel era un poco más oscura que la de los huevos velludos, que colgaban bajo ella en perfecta simetría. No eran muy grandes, pero en ese momento me lo parecieron y los toqué, goloso. Me encantó su firmeza y lo caliente que estaba el escroto. Sólo se veía un poco del glande, muy rojo y cubierto por el prepucio, con un agujero bastante ancho que me sorprendió bastante. Venas gruesas, deliciosas, surcaban esa picha deliciosa. La descapullé, haciendo que surgiera el glande en todo su esplendor, y cediendo a un impulso, le di un beso en la punta, como me padre me había hecho a mí. Él se rió de nuevo.
-¡Goloso!- me dijo.
Me incorporé, sin soltar sus huevos, y nos abrazamos de nuevo, desnudos, piel con piel. Me froté contra él, empeñado en sentirlo, tan fuerte como si quisiera fundirme a su cuerpo, disfrutando de su calor, de su aroma masculino, de sus formas seductoras, eróticas. Mi papá me dejo hacer, mientras acariciaba mis glúteos con una mano y con la otra masajeaba mi nuca. Quise besarlo pero volvió a negarse.
-Todavía no, mi amor. Antes hay que limpiarse –dijo, y tomándome de la mano me llevó al baño.
Me gustó que me dijera “mi amor”, cosa que no me decía desde que yo era un niño pequeño, y fui con mi papá al baño suponiendo que tomaríamos una ducha, y yo suplicaba interiormente que fuera junto a él. Pero eso tardaría.
Me hizo sentar sobre el asiento del inodoro, con la tapa baja, por supuesto.
-Bebé, para jugar bien hay que estar limpio por dentro. A mi realmente no me importa, pero a tu hermano y a tu tío sí, y hay que respetar sus gustos. Es por eso que me corresponde a mí, como tu papá, al iniciar tu primera semana enseñarte como limpiarte por dentro y por fuera para evitar accidentes incómodos. Voy a mostrarte como aplicarte un enema-.
No estaba sorprendido, pero sí me sonrojé y mi verga perdió un poco de su erección.
-Papá, no puedo ir al baño contigo a mi lado- dije bajando la cabeza-. Me inhibe y además no tengo ganas ahora.
-Hijo, ¿qué te preocupa? –preguntó cariñosamente, levantándome el mentón para que lo mirara a la cara-. ¿Acaso que me moleste el olor o la vista de las heces?
-Sí, papá. Estar desnudo contigo es delicioso, pero esto es distinto-.
-Mi amor, yo te cambiaba los pañales cuando eras pequeño y tu excremento jamás me molestó –dijo con ternura-. Sé que me dirás que siendo un hombre ya es diferente, pero todavía soy tu papá y me corresponde a mí el instruirte con mi propio ejemplo, bebé. No voy a ser torpe con esto, ni voy a comentar sin delicadeza nada que te haga sentir incómodo. Las ventanas del cuarto de baño están abiertas, así que ningún olor quedará adentro, y el olor natural de la mierda será tanto de la tuya como de la mía. Si tú no dices nada por delicadeza, ¿por qué voy a decir algo yo?
-Lo sé, papá, pero aún estoy inhibido-.
-Hijo, sabes que vamos a jugar con el culo, los cinco, y eso incluye tanto las nalgas como el agujero. Lo que vamos a hacer lo están haciendo por su parte tu hermano, tu tío y tu primo en el baño del quincho. Con tu primo he jugado algunas veces sin limpiarnos: a él le gusta y a mí me da igual. Pero por ser tu primera vez, aunque luego descubrirás qué te gusta, me corresponde a mí instruirte en esto para que sepas hacerlo. Voy ser muy delicado, descuida. Y como ambos estamos desnudos, es más sencillo y no habrá problemas.
Dicho esto, me dio dos besos en las mejillas y uno suave en los labios y se dirigió al mueble bajo el lavatorio. De él sacó espuma de afeitar, una maquinita descartable, gel lubricante, dos pipas para enemas y una botella con un líquido incoloro que supuse equivocadamente que era agua.
-Mira, amor. En los hombres es natural y frecuente que el agujero del culo este rodeado de vello. No es malo ni feo pero para lo que vamos a hacer aquí no es conveniente. Por eso si lo hay, vamos a afeitarlo, como lo hago yo: fíjate-.
Mi papá se inclinó delante de mí, se abrió las nalgas con las dos manos y me mostró su agujero anal en todo su esplendor, cerrado, rosado y delicioso. Sus huevos colgaban sugerentes entre sus piernas. Vi que se había afeitado antes porque no había ni un solo pelo en su raja o alrededor del ano.
-Toca, bebé. Comprueba que esta suave y sin vello-.
Pasé los dedos por su raja abierta, efectivamente muy suave, y sin poder contenerme metí la punta de mi índice en su agujero. Papá se rió, cerró el esfínter aprisionándome la yema del dedo (que yo retiré de inmediato) y me uní a su risa, Mi aprensión se desvaneció como por encanto.
-¿Ves, lindo? –dijo incorporándose-. Yo me afeito siempre, cada vez que tomo un baño. De esa manera siempre estoy listo. Y ahora me toca a mí inspeccionar ese culito delicioso que tienes, papito-.
Me levanté del inodoro y ofrecí mi culo a papá, quien me hizo inclinar suavemente y me abrió las nalgas con firmeza para inspeccionar mi ano.
-Precioso –dijo-. Cerradito y virgen, sin dudas, y con unas nalgas suaves y duras, como a mí me gusta. Tu hermano y vos son iguales en eso, aunque el culo de él es más grande, parecido al de tu tío. Tienes un círculo de pelitos alrededor del ojete que hay que eliminar. Tranquilo que soy un experto y no te voy a cortar. Vení, Gabriel, acuéstate en el piso boca arriba y abrí las piernas y levántalas para que yo pueda acceder a tu culo con mayor facilidad-.
Papá colocó un toallón en el piso para que no tuviera frío y yo abrí las piernas y llevé mis rodillas casi hasta tocarme los hombros. Fue en ese momento cuando me enorgullecí de mi flexibilidad y abrí mi culo lo más que pude. Sin poderme contener, se me escapó un pedo, lo que provocó que contrajera mi esfínter como una roca. Mi papá obviamente lo oyó y lo olió, pero no dijo nada ni dio señales de notarlo, Se lo agradecí en silencio.
-Precioso –repitió, con voz cálida, y pasó sus dedos por mis nalgas ofrecidas y acarició mi agujero, lo que hizo que me corriera por el cuerpo un destello eléctrico y se me puso la piel de gallina.
Mi papá sonrió y colocó un poco de crema alrededor de mi ojete, donde estaban los pelitos. Luego tomó la navaja y los eliminó, con cuidado y sin prisa. Limpió la espuma que quedaba, tiró la máquina de afeitar y comprobó la suavidad de mi raja nuevamente con sus dedos. Pareció satisfecho con el resultado, y otro destello de placer electrizó mi cuerpo. Mi pija volvió a erectarse.
-Muy bien. Cuando nos duchemos, puede que arda un poquito al pasar el jabón, pero pasa rápido, y cuando te crezca el vello en la cara y te afeites tendrás una sensación parecida en el rostro; para eso está la loción para después de afeitarse, pero como contiene alcohol no es conveniente para pasarla en el culo. Con crema humectante y jabón es suficiente. Ahora la limpieza interna, bebé. Mira cómo lo hago yo y después lo haremos contigo, y te ayudaré, ¿sí?-
Fue al lavatorio nuevamente, llenó una de las pipas con agua tibia y agregó un poco del líquido que había en la botella.
-Esto, bebé, es un producto que relaja el esfínter y estimula el recto, receta secreta de la familia. Comprobarás a que me refiero cuando lo sientas actuar. Verás que es muy placentero- me dijo.
Volvió a inclinarse ante mí, que estaba sentado en el piso sobre el toallón, y se metió la pipa en el culo sin siquiera lubricarse. La apretó con fuerza y la pipa llenó su culo del agua tibia y el estimulante. Luego se incorporó, y su rostro era un poema. Parecía que disfrutaba enormemente el líquido en sus entrañas, y su pija comenzó a erectarse a centímetros de mi rostro.
Lo vi sudar, prolongando su golosa agonía durante un placentero minuto, y luego se sentó en el inodoro y expulsó el líquido con un grito de placer. Disimulé el olor que sentía y me dediqué a contemplar como disfrutaba su evacuación con verdadera lujuria.
-Para estar perfectamente limpio, hay que hacer esto tres veces –me dijo con agitación, como si hubiera corrido una carrara agotadora y estuviera sin aliento.
Tiró de la cadena del inodoro, volvió a llenar la pipa con la misma proporción de agua y estimulante, y se la clavó en el culo de nuevo con cierta violencia. Esta vez no aguantó tanto y evacuó el agua sucia casi enseguida. El olor permanecía, pero ya no era tan fétido y no me molestaba.
Su pija ya estaba en completa erección. Había crecido y el glande asomaba casi totalmente fuera del prepucio, rojo y caliente, y parecía que los huevos también se habían hecho más grandes. Estaba tan parada que casi se pegaba a su vientre.
Por tercera vez mi papá llenó su culo de la mezcla, se dirigió al inodoro y cagó el agua de su vientre; ahora salía casi completamente limpia. Luego fue al bidet, se lavó con jabón la raja y el año y me miró.
-Te toca a ti, hijo. Como tu culo es virgen usaremos un poco de lubricante para que la pipa entre mejor. Lo hare yo primero y luego tú lo harás siguiendo mis instrucciones, ¿si?-
Asentí, aunque todavía algo cohibido. Mi papá llenó la pipa con el agua tibia y el estimulante y tomando el lubricante se colocó tras de mí.
-Arrodíllate en el piso- me dijo, y así lo hice, separando las piernas, y levanté el culo.
-Muy bien, amor. Así se hace- dijo mi papá y lubrico mi esfínter abundantemente con un dedo, sin meterlo. Me encantó la sensación y no pude contener un gemido. Él sonrió.
-Cuando te llene, tendrás ganas de cagar el agua de inmediato. Trata de contenerte hasta que yo te diga que la expulses-.
Lentamente introdujo la pipa en mi recto y comenzó a vaciar el líquido dentro de mí. Las ganas de defecar aparecieron de inmediato, urgentes y casi insoportables, y cuando terminó de llenarme me acerqué al inodoro y me quedé parado frente a él. Sudaba y trataba de contenerme, lo que demandaba un gran esfuerzo.
-Por favor, papá- supliqué con los dientes apretados.
-Aún no, hijo, aguanta un poco más- me dijo, y obviamente lo estaba disfrutando.
Luego de lo que me parecieron horas, mi papá me dijo que cagara. Apenas tuve tiempo de sentarme cuando comencé a evacuar la mezcla. El chorro brotaba con violencia y poco a poco comenzó a inundarme un extraño placer, que se incrementaba a medida que me vaciaba. Mi papá lo notó y su sonrisa se hizo más grande. El olor era bastante desagradable, pero parecía que le daba a la situación un morbo particular.
Terminé y me incorporé, y tiré de la cadena del inodoro. Mi papá tenía ya la segunda pipa preparada.
-Una parte del estimulante por diez de agua tibia. Nunca más y jamás menos, hijo. Colócatela tú mismo ahora, a ver si lo aprendiste. Recuerda, no evacúes hasta que pasen al menos 15 segundos.-
-¿Sin lubricante?- indagué, tomando la pipa en mis manos.
-Hazlo suavemente y no necesitarás más lubricante- indicó mi papá.
Con mucha calma, y mostrándole mi ano, me clavé la pipa y la vacié lentamente, Me incorporé de nuevo, y las ganas de evacuar aparecieron, aunque no tan urgentes como la vez anterior. Y de pronto, como un golpe, el estimulante anal comenzó a actuar: un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo y se me puso la piel de gallina. Era como si una corriente eléctrica rozara suavemente las paredes de mi recto exactamente como yo lo hubiera deseado, perfecta y suave y poderosa. Fue una de las sensaciones más deliciosas que jamás había experimentado.
No aguanté más y me vacié en el inodoro con un largo gemido de placer. Mi pija parada rezumaba precum como una fuente. Fue casi orgásmico. No me importaba ni el olor, ni la mirada lujuriosa de mi papá que con una sonrisa me bañaba la piel como un fuego. Había descubierto el placer anal. Por supuesto que he tenido mayores placeres por el culo después, pero esa ocasión fue la puerta de ingreso.
Tiré de la cadena y esta vez yo solo fui al lavatorio con la pipa, y bajo la mirada de mi padre preparé la mezcla. Me la introduje nuevamente con suavidad, la vacié en mi interior, la cagué (ya salía limpia) y me lavé en el bidet sólo con agua.
-Ahora, hijo, una ducha reparadora –dijo mi padre mientras abría el grifo.
Cuando el agua tomo temperatura me metió con él a la regadera.
-Yo voy a bañarte. Tú no te muevas y disfruta. Después tú lo harás conmigo- dijo.
Tomo el champú y me lavó la cabeza, y luego se dedicó a frotarme el jabón por todo el cuerpo con suavidad y firmeza, y me acariciaba con sus manos y se frotaba contra mí, desnudo y mojado y caliente y sensual y lujurioso y erótico. Ya no sonreía, excepto cuando me miraba a la cara con sus ojos verdes, iguales a los míos, y veía como disfrutaba de su contacto. Se veía guapísimo. Me abrazaba y me besaba en todas partes, excepto en la boca. Beso mi glande nuevamente después de aclarar el jabón y volver a correr el prepucio, y me besó en el cuello mientras frotaba mis nalgas y me metía la punta de su dedo en mi esfínter, sin introducirlo totalmente, acariciándolo y provocándome suaves gemidos de placer. Me lavó de la cabeza a los pies, provocándome cosquillas cuando me lavaba los dedos de los pies, y él también reía dulcemente.
-Papá, ¿por qué no me dejas besarte en la boca de nuevo? ¿No lo haremos más? –pregunté temeroso mientras él me frotaba el escroto y la raja del culo.
-Claro que volverá a suceder, hijo, pero no antes de que te besen tu tío, tu hermano y tu primo, que lo están esperando con ansias. Luego de eso volveremos a besarnos cuanto quieras, no solo conmigo sino con todos ellos –me dijo poniendo sus labios en mi mejilla, mientras me abrazaba y me mordía la oreja.
-¿Me lavas a mí, amor? –preguntó.
No tuvo que repetirlo. Tomé el champú y me puse a disfrutar el placer de tocar por entero el cuerpo de mi papá. Enjaboné sus musculosas y peludas piernas, sus muslos poderosos, me detuve un largo tiempo en la pija masturbándolo suavemente, e hice que se le pusiera dura.
-La picha ya está limpia, Gabriel. Sigue en otras partes- dijo riendo.
Me aparte de la verga a regañadientes, y lave sus huevos peludos, la parte interna de sus muslos y la entrepierna, el pubis negro y rizado, y dándome vuelta me dedique a su culo. Era suavemente velludo, como con una pelusilla, y yo pasaba el jabón y mis manos. Las introduje suavemente en la raja y enjaboné su esfínter, y como él le pasé el dedo y le introduje la puntita.
-Aprendes rápido, cabroncito mío- me dijo suspirando.
Yo reí y me incorporé, lavé su espalda y sus hombros y me recreé frotando sus brazos musculosos, sus axilas y su nuca. Luego me dedique a su pecho y a su vientre, y sin poder contenerme aclaré el agua y le chupé una de las grandes tetillas, pasando la lengua por el pezón. Él volvió a suspirar y acarició mi cabello.
Tomé el champú y lavé su cabello castaño oscuro. Él cerraba los ojos para evitar el escozor y yo contemplaba su rostro sereno, mientras el agua le corría por la cara, la boca, el mentón. Hice una recorrida final con mis manos para comprobar que ya no había jabón y cuando me incorporé él había abierto los ojos y me sonreía.
-Estuvo muy bien, amor –dijo besándome suavemente en los labios. Yo ávido saqué mi lengua para corresponderle y él se apartó. Cerró la ducha y me pasó un toallón.
-Vamos ahora con los demás. Tu tío, tu hermano y tu primo están ansiosos por darte la bienvenida-.
-¿Nos vestimos? –pregunté secándome con la toalla.
-No, amor, hace mucho calor y siempre estamos desnudos. Así es más fácil conocernos y cuando cogemos la ropa molesta- dijo mi papá.
-¿Vamos a coger con ellos?-pregunté pasándole la toalla.
-Claro que sí, pero no de inmediato. El sexo se aprende practicándolo, pero se debe ir paso a paso; no puedes volar si no aprendes a planear.
No te preocupes, hijo, es más placentero ir de a poco, y todos estamos dispuestos a provocarte los mayores placeres. Cada uno de nosotros te enseñará algo distinto, y luego podrás practicarlo con quienes tú quieras.-
Mi papá me pasó el brazo por los hombros y así nos dirigimos al parque, saliendo por la puerta principal y caminando completamente desnudos hacia la piscina y el quincho.
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